Capítulo 35

Jodie solo podía recordar fragmentos dispersos de lo sucedido luego de su encuentro con Wes. Apenas unos segundos después, habían tenido que volver a separarse. Él le había dicho que se quedara junto a Yves, que él sabría qué hacer, y Jodie obedeció. Aun así, la situación fue incómoda y confusa porque no conocía a nadie y la mayoría del equipo le lanzaba miradas disimuladas y curiosas.

Se sintió como una pequeña y escurridiza intrusa, aunque eso no impidió que viera las entrevistas y la premiación de Wes desde primera fila. Él estaba emocionado. No podía describir lo que sentía cuando sus ojos se encontraban a la distancia. Cuánto deseó que pudieran estar solos... Sin embargo, Wes apenas tuvo unos segundos de respiro.

Jodie dejó que se concentrara en sus asuntos, garantizando que estaría bien y que esperaría por él. Ella entendía que debía mantenerse enfocado durante la rueda de prensa, las entrevistas y los demás eventos que la escudería había preparado. Así que permaneció junto a Yves. Primero buscaron a Richard y luego volvieron al hotel.

Aunque nunca volvieron al hotel.

El anuncio de la fiesta fue inesperado. La escudería ofrecería una celebración por la reciente victoria esa misma noche. Y era la razón por la que Jodie pasó las últimas horas de la tarde eligiendo un vestido y dejando que la peinaran y maquillaran en un salón de belleza muy refinado. Ni Yves ni Richard aportaron muchas opciones, así que ella permitió que la consintieran un poco.

—¡Estás radiante! —dijo Richard cuando la encontró esperando en su habitación.

Jodie sonrió.

—¿Seguro que no quieres venir?

El hombre negó y se acercó a tomar sus manos.

—Prefiero tener una noche en paz. Bajaré al restaurante, comeré un buen corte de carne y beberé un poco de vino. Y quizá vea alguna película clásica como El padrino o Mujer bonita. Son las mejores.

Ella rio.

—Wes va a ser el hombre más afortunado esta noche. Cuídalo, ¿quieres?

Jodie asintió y se despidieron. Ella miró el reloj y se acercó a la ventana. Había anochecido en Melbourne. Desde ahí, se podían observar pequeñas luces de colores en los edificios y en las calles. Su mirada se perdió en la cautivadora vista hasta que la melodía de su celular la sacó de su ensueño.

Pensó qué sería Yves, diciéndole que ya había llegado a recogerla, pero escuchó una voz muy diferente al otro lado del teléfono.

—¡Di-di, estás en televisión! —soltó Ada sin previo aviso y con pura emoción.

—Ada... —comenzó, pero la otra joven ni siquiera pareció escucharla.

—Acabo de verte en el canal de variedades y también apareces en un video en Instagram que se hizo viral.

Jodie se mareó y se sentó en el sillón.

—¿Hablas en serio?

—¡Sí! Te estoy compartiendo el enlace de la publicación original.

Ella abrió el mensaje y... en efecto, alguien había grabado todo su encuentro con Wes en la zona de fanáticos y ahora era viral. Su rostro enrojeció al ver aquel beso.

—No pensé en lo que estaba haciendo...

—¡Ay, pero lucen adorables! —chilló Ada—. ¡Me muero de ternura! ¿No es cierto, Mark?

Escuchó la voz del esposo de su amiga un poco más cerca.

—Es cierto, y Ada está tan encantada que le contará sobre el video a todas las personas que no lo hayan visto todavía.

Su amiga soltó un gran suspiro y Jodie terminó riendo.

—Mi intención nunca fue llamar la atención de esa forma —dijo con más calma.

—Está bien, Jodie. Solo se están besando. Bueno, quizá no es un beso apto para todo público, pero sigue siendo un beso.

—¡Ada! —Jodie y Mark se quejaron al mismo tiempo.

Ella soltó una carcajada.

—¡Solo estoy bromeando! Además, la gorra cubre tu rostro. Fue una buena idea.

—Tampoco fue intencional. —Jodie suspiró—. La verdad es que me pone nerviosa ser el centro de atención.

—¿A quién no, cariño? —le dijo su amiga—. Pero tarde o temprano te acostumbrarás. Solo sonríe y sé amable con todos. Ahora te dejamos para que sigas disfrutando de lo que estoy segura será una noche salvaje y llena de mucho...

—¡Ada! —replicaron Jodie y Mark para detenerla.

Ada rio y se despidió antes de cortar la llamada. Jodie soltó una lenta exhalación y contempló su reflejo en el espejo apostado en una de las esquinas de la habitación.

Su rostro estaba maquillado de forma sutil y natural. El recogido de su cabello era sencillo, pero bonito; un estilo un poco desprolijo con un par de mechones que enmarcaban su rostro.

La simpleza de su aspecto estaba contrarrestada por su vestido. Era una prenda de seda con un suave color turquesa oscuro. El tejido era ligero y se ceñía a su delgada figura. Tenía una silueta drapeada y envolvente, similar a un líquido, con pequeños botones en el costado, un profundo escote en V; finos tirantes cruzados sobre su espalda descubierta y una abertura a la altura del muslo izquierdo. Era un vestido hermoso; elegante y glamoroso, pero también atrevido y sensual. No era algo que estuviera acostumbrada a utilizar, pero esa noche lo ameritaba. Esperaba que fuera suficiente para la ocasión.

Los detalles finales fueron su collar de corazón, unos aretes diminutos y el anillo que había intercambiado con Wes.

Jodie se sentía satisfecha con su aspecto. Se veía hermosa. Se sentía bien. Estaba muy feliz. Y ya no le temía a su felicidad;  estaba dispuesta a aceptar todo lo que viniera. Estaba lista para vivir sin aquella sombra que había pesado en su alma todos esos años. Ahora podía amar sin miedo y sin culpa.

Ella sonrió a la joven en el espejo y se dio la vuelta para abandonar la habitación.

En el vestíbulo del hotel, tuvo que esperar solo unos minutos hasta que Yves llegara por ella. Él vestía un impecable traje negro que atraía miradas disimuladas de todas las damas presentes. Sonrió y lo saludó. Yves también elogió su apariencia y Jodie agradeció complacida, aunque no pudo evitar que sus mejillas se tiñeran de color.

De acuerdo a lo que Yves compartió con ella durante el trayecto, la fiesta se realizaría en una mansión privada perteneciente a uno de los socios principales de la escudería, quien era un hombre muy influyente y con vastos recursos económicos. Jodie no se sorprendió cuando arribaron a la mansión. Sin embargo, la majestuosa propiedad era digna de quedarse con la boca abierta. Parecía un castillo, con una mezcla de estilo gótico y moderno. Todo el lugar era exuberante y esplendoroso. Nunca había visto algo igual y estaba fascinada.

Yves sonrió ante la perplejidad de su rostro.

—¿Es divertido que tenga la boca abierta? —inquirió—. Soy una mujer sencilla. ¡Lugares como este solo se ven en la televisión!

—Eres una mujer maravillosa —la contradijo Yves y tomó su mano para ayudarla a bajarse del auto.

Jodie le regaló una sonrisa.

—Gracias por hacerte cargo de mí.

—Ni lo menciones. Wes no habría hubiera permitido que nadie más se acercara a ti. Ya conoces a tu novio, siempre siendo protector contigo... —Rio—. ¡Me muero por ver su cara cuando te vea en ese vestido! Si no fuera una fiesta en su honor, apostaría que no llegarías ni al salón principal.

Jodie no dijo nada, pero se sintió ansiosa. Quería ver a Wes; lo extrañaba.

Yves la condujo hasta la entrada. Había un numeroso staff con uniformes formales, que estaba guiando a los invitados de un lado a otro. El vestíbulo estaba poco concurrido, pero se escuchaba música a lo lejos, como si la fiesta ya hubiera iniciado y las personas estuvieran disfrutando en otro lugar.

Yves se alejó un par de metros para saludar a una pareja.

Jodie estaba contemplando la espléndida escalera central de mármol en la entrada principal, cuando vio a Wes. Él estaba distraído hablando por su celular, en lo alto de la escalera y, aunque no la miraba, su corazón se emocionó, latiendo a un ritmo alocado.

Wes lucía arrebatador en un esmoquin completamente negro. Su piel dorada y los mechones leonados de su cabello contrarrestaban bien con el color oscuro, dándole brillo a su rostro. El traje estaba entallado a su medida, y Jodie tuvo que concentrarse en subir las escaleras y no en la forma en que las prendas abrazaban su figura.

Él advirtió su presencia a medio camino y sus miradas se entrelazaron.

Wes dejó de hablar y sus ojos se deslizaron sobre ella en una caricia seductora. Jodie descubrió varias emociones en su rostro, desde sorpresa hasta algo más íntimo e intenso. Su mirada hizo arder sus mejillas y calentó su piel, pero también la hizo sentir complacida y aún más hermosa; él no necesitaba decirlo, estaba todo escrito en su expresión que no escondía nada de ella.

Jodie contuvo la respiración y subió los últimos escalones hasta detenerse frente a él. Wes cortó la llamada y volvió toda su atención hacia ella. Como siempre, notó, un poco divertida, que ni siquiera en sus tacones podía alcanzar su altura. Levantó sus manos hacia el frente de su chaqueta y estiró la tela, deshaciendo cualquier posible arruga.

Ella fue la primera en hablar.

—Este traje es mi favorito. Te ves muy guapo. —Le ofreció una gran sonrisa.

Wes no respondió, pero colocó sus manos alrededor de su cintura y acercó su cuerpo hasta desvanecer el espacio entre ellos. Volvió a quedarse sin respiración, más aún cuando Wes apoyó su frente contra la suya en un gesto afectuoso y muy personal.

—Jodie... —murmuró, cerrando los ojos.

Ella también lo abrazó y cerró los ojos, permitiéndose disfrutar de aquel cálido y simple momento. Una de sus manos sostuvo su mejilla y acarició su piel. Sus miradas volvieron a encontrarse y ella separó los labios.

Pensó que iba a besarla.

Podía sentir la tensión en aquel espacio casi inexistente que separaba sus bocas. Podía ver el brillo oscuro en sus ojos. Podría percibir su deseo, envolviéndola. Pero, aun así, Wes no la besó. Al contrario, retrocedió un paso y mantuvo una distancia prudente.

—Entremos —dijo, y apretó su mano.

Jodie hizo un gesto afirmativo y su respiración se serenó, aunque eso no le hizo más fácil respirar. Ella también lo deseaba, y verlo contenerse había despertado en su cuerpo una necesidad que la dejó temblando.

Wes la guio a través de varias puertas hasta un jardín vasto y majestuoso lleno de personas. Había una escalera central que desembocaba en un camino principal hacia una fuente circular de mármol, que proyectaba formas de agua y luces de colores. Detrás, se podía apreciar una amplia pista de baile rodeada de mesas y sillas. Era un lugar impresionante.

La decoración era exquisita. Todo estaba decorado de forma elegante, incluyendo los arbustos, los árboles y las flores del jardín. Había pequeñas luces blancas esparcidas por todo el lugar; en las mesas, alrededor de la pista de baile, en la fuente...

El sonido del cristal y el estallido de los corchos de la champaña se mezclaban con el sonido de la música suave y las conversaciones.

Cuando se internaron en el jardín, Jodie atrajo miradas de inmediato. En realidad, Wes era el centro de atención. Aun así, se sintió cohibida y su mano apretó con más fuerza la de Wes.

Varios invitados se acercaron a ellos. Jodie optó por saludar y sonreír, poniendo en práctica los modales que su abuela le había enseñado. Wes fue educado y la presentó con propiedad. Si les sorprendió que él estuviera en una relación, no lo demostraron. La mayoría se mostró amable y cordial, otros un poco frívolos o pomposos; pero todos coincidieron en expresar su buena fortuna por la victoria y su futuro prometedor.

Wes solo sonreía con calma, aunque sus hombros estaban tensos. Eso no fue una sorpresa para Jodie. A pesar de que él siempre era simpático y atento con sus fanáticos, no siempre sabía cómo lidiar con la atención de las personas que apenas conocía.

Fue una teoría que comprobó cuando conoció a su equipo. Wes se mostró más relajado mientras interactuaba con cada persona que había hecho posible la victoria de esa tarde. Su calma también contagió a Jodie, quien se atrevió a decir más de un par de oraciones; poco a poco, se fue soltando y las conversaciones se volvieron amenas.

Wes le presentó a muchas personas, tantas, que estaba segura de que no recordaría sus nombres cuando salieran de la fiesta. Incluso conoció al padre de Yves, un hombre que era muy parecido a su hijo y que le agradó casi de inmediato. Y también conoció a Jack Foster, el compañero de equipo de Wes.

Jack Foster debía ser contemporáneo a ella y, a pesar de su corta experiencia como piloto, también provenía de una familia de pilotos e ingenieros que formaron parte del mundo de la F1 por años. Su relación con Wes era bastante respetuosa. Jodie no detectó algún tipo de envidia o hostilidad en su voz cuando él se acercó a dar sus felicitaciones, así que ella dejó de estar alerta a su alrededor.

Sin embargo, lo que sí causaba que estuviera alerta era la cantidad de mujeres, bellas mujeres, que no dejaban de lanzarle miradas disimuladas —y no tan disimuladas— a Wes. También podía advertir sus miradas sobre ella, pero eran menos interesadas y más antipáticas. Si Wes también lo notaba, apenas demostró algún indicio. Se mantuvo a su lado, con una mano alrededor de su cintura, y susurrando palabras en su oído de vez en cuando.

Jodie volvió a relajarse, pero su serenidad apenas duró unos segundos. Wes tuvo que marcharse y se excusó, dejándola sentada en una de las mesas más alejadas. No había nadie que ocupara el resto de los asientos; eso la hizo sentirse aún más consciente de sí misma. Fingió inspeccionar el bordado de los manteles, el diseño de las servilletas y la decoración del centro de mesa para no tener que levantar la mirada. Aunque la sensación de sentirse observaba no cesó.

Le hubiera gustado pretender con naturalidad que no le importaban las miradas furtivas, pero era tímida y no estaba acostumbrada a llamar la atención. Y, en ese momento, muchas personas parecían interesadas en ella.

Un camarero se acercó a ofrecerle una copa de champaña y Jodie agradeció mientras agarraba dos copas. Cuando bebió un pequeño sorbo sintió que sus papilas gustativas explotaban por el delicioso sabor. ¡Era la mejor champaña de su vida!

Ella bebió dos copas más. Quizá por el exquisito sabor, o quizá por sus nervios.

Observó a Wes desde lejos; conversaba con un grupo de hombres que también vestían atuendos refinados. Ella reconoció a su padre junto a él e hizo una mueca. Una ligera risa flotó a su alrededor y su mirada se encontró con Yves, quien ocupó el asiento vacío a su lado.

—Veo que tu futuro suegro sigue sin ser tu agrado...

—Ni siquiera intentaré negarlo —masculló Jodie.

Jodie sonrió y terminó su cuarta copa de champaña. Luego su mirada se perdió sobre las parejas danzando en la pista de baile; ¡todos lucían tan animados! Una banda tocaba covers de canciones famosas; la cantante principal tenía una voz suave y preciosa.

—¿Quieres bailar? —preguntó.

Las palabras salieron de sus labios y miró a Yves, esperando una respuesta. Él sonrió y se levantó, ofreciéndole su mano.

—¡Ya era hora de que me invitaras! ¡Qué poco tacto de tu parte! —dijo con tono burlón.

Ella se unió a su risa y caminaron hacia la pista de baile.

La banda estaba tocando una canción pop con una melodía movida y pegajosa. Jodie tenía que admitir que se impresionó cuando descubrió que Yves no bailaba nada mal. De hecho, lo hacía muy bien; tenía buen ritmo y su energía en la pista era muy parecida a la suya, siempre vibrante y llena de energía.

Cuando la música se relajó, transformándose en una melodía más suave y lenta, Yves sostuvo su mano y su cintura, guiando su cuerpo despacio por la pista. Jodie sonrió.

—Bailas muy bien.

—Gracias. Tú igual. —Yves le devolvió la sonrisa—. Debe ser difícil para Wes; no le gusta bailar.

—Lo sé, pero al menos nunca me ha rechazado un baile.

—Debí imaginarlo.

Ambos se quedaron en silencio y Jodie se permitió disfrutar de la sensación agradable de estar bailando. Se sentía despreocupada y contenta. Cerró los ojos por un momento, pero los abrió al sentir una mirada fija sobre ella.

—Hay una chica que no te quita los ojos de encima —comentó Jodie.

—¿De verdad?

—Sí. No mires ahora, pero está sentada en la mesa frente a mí con un vestido celeste; es muy guapa. Deberías invitarla a bailar.

—¿Eso crees?

Jodie asintió, con una sonrisa pequeña.

—Jodie, la Cupido —bromeó Yves.

Ellos bailaron unos minutos más hasta que la canción terminó, y se separaron. Jodie salió de la pista y regresó a su solitaria mesa. Otro camarero volvió a ofrecerle champaña y ella tomó dos nuevas copas, bebiendo sorbos con calma. El dulce líquido le calentaba el estómago y hacía sentir su cabeza más ligera; incluso sus nervios menguaron. Sonrió para sí misma y se levantó en busca de una nueva bebida.

Se estaba escabullendo con una copa de champaña cuando Wes se interpuso en su camino.

—Ni una copa más —sentenció, arrebatándole el cristal de la mano.

Jodie abrió la boca para protestar, pero él se adelantó.

—Estás mareada, ¿verdad? —preguntó en un murmullo para que nadie más pudiera escucharlos.

—¡Claro que no!

Él sonrió mientras la guiaba de vuelta a la pista de baile. Al contrario de Yves, Wes eliminó cualquier espacio entre sus cuerpos; sus curvas se fundieron con la dureza de sus músculos, y la forma en que la sostenía era más íntima y posesiva. Las mariposas en su vientre cobraron vida.

—¿Perdiste la noción de cuantas copas bebiste?

—¡Claro que no! —reafirmó Jodie, aunque con dudas muy serias—. Fueron... cuatro o... cinco.

Wes rio y ella tuvo problemas para concentrarse en seguir los pasos. Al menos era un baile lento.

—Dame un poco de crédito —repuso, un poco arrogante—. Tu cabeza se está tambaleando hacia los lados, tienes las mejillas encendidas y hay un brillo cristalino y ensoñador en tu mirada. Bebiste mucha champaña.

Viéndose descubierta, Jodie admitió todo:

—Bueno, quizá fue un poco más de lo que debía... Pero era una champaña muy deliciosa, ¡tan dulce y ligera! Además, estaba muy nerviosa. Todos me miraban y tú estabas ocupado.

Wes sostuvo su mirada por varios segundos.

—Lo siento.

—No te estoy reprochando nada —Jodie sonrió—, solo me estoy defendiendo.

Él observó su rostro en silencio por varios latidos y su expresión se tornó algo rígida.

—Sí, estás ebria. Tienes ese tipo de sonrisa...

—¿Qué tipo de sonrisa?

Wes se inclinó hacia su oído y susurró:

—Te diré cuando estemos a solas.

Jodie sintió que un estremecimiento descendía por su espalda cuando sus labios rozaron su mejilla al apartarse. Sus ojos se vieron atraídos de inmediato hacia su objeto de deseo. Su boca jamás pareció tan tentadora. O quizás sí...

Ella frunció el ceño. Tenía ligeras dificultades para ordenar sus pensamientos, pero no para ignorar lo que necesitaba.

—¿Vas a besarme? —dijo sin cuidado.

Wes se tomó su tiempo para responder y, cuando lo hizo, su voz sonó más grave y ronca:

—No aquí.

Jodie se sintió desilusionada de inmediato. Siguieron bailando en silencio, pero ella no pudo dejar ir el tema.

—¿Por qué no? —preguntó confundida—. ¡Me esforcé en verme bien para ti! ¿No te gusta cómo luzco?

Los labios de Wes se estiraron una media sonrisa de lado, tan seductora como amarga.

—No sabes lo que estás diciendo —afirmó, mirando sus ojos—. Estás preciosa.

Eso provocó una pequeña sonrisa en sus labios, al igual que un sentimiento de calidez y emoción en su pecho.

—Entonces creo que merezco un beso.

La mirada de Wes se dirigió de forma casi inconsciente hacia su boca y sus ojos se oscurecieron. Una de sus manos se deslizó por su cuello y luego sus labios descendieron muy despacio. Jodie cerró los ojos y contuvo la respiración hasta que su boca se presionó contra la suya. Fue un beso dulce y cautivador.

Jodie soltó un suave gemido y abrió sus labios para él. Wes respondió con una mayor presión y su brazo se apretó con más fuerza alrededor de su cintura. La besó hasta que su cabeza dio vueltas y su corazón palpitó con fuerza; hasta que sus piernas flaquearon y cerró sus dedos contra las solapas de su traje para sostenerse.

Sin embargo, Wes separó sus labios de improviso, sin darle tiempo a acostumbrarse a su ausencia.

—¡Wes! —se quejó.

Ella contempló su rostro, sus ojos, y el deseo en ellos parecía consumirlo por completo. Intentó acercarse, besarlo de nuevo, pero Wes tragó con fuerza y soltó su cuerpo, dando un paso hacia atrás.

—Espera un poco más y Yves te sacará de aquí —dijo.

«¿Sin ti?».

Jodie no pudo materializar sus palabras porque Wes se había marchado en el siguiente pestañeo. Aturdida y algo azorada, no solo por la champaña sino por su beso, recolectó esta vez un vaso con whisky de camino a su solitaria mesa.

Sin embargo, apenas tuvo tanto tiempo a solas para disfrutar de su amarga bebida. Yves colocó una mano sobre su hombro y arrebató el vaso de sus dedos. Al menos ya estaba casi vacío.

Ella sonrió ufana.

—Hora de partir, Jodie —anunció Yves, tomando su mano.

—No voy a irme sin Wes —declaró con decisión e hizo un mohín.

Yves sonrió.

—Eres adorable hasta cuando estás ebria.

—¡No estoy ebria! —lo contradijo, aunque el whisky no fue tan buena idea... Su cabeza daba vueltas cuando se movía con brusquedad.

—Por supuesto. Andando —repuso él, y la ayudó a levantarse.

Jodie no tuvo más opción que obedecer. Mientras caminaban, su mirada inspeccionó el jardín en busca de Wes, pero él había desaparecido. La desilusión escoció un poco dentro de ella, pero no le exigió respuestas a Yves. Daba igual; tarde o temprano Wes tendría que aparecer, y entonces ella sostendría su cabezota y la aplastaría hasta que se disculpara por su falta de consideración.

Tan solo imaginarlo la hizo sentir satisfecha y volvió a sonreír, aun más ufana.

El viaje de vuelta al hotel fue corto y sin imprevistos. Yves acompañó a Jodie hasta el vestíbulo y se despidió de ella con una sonrisa traviesa, declarando que había una chica con un vestido celeste esperando por él. Cuando se atrevió a preguntar por Wes, él se encogió de hombros y se marchó.

Jodie frunció el ceño y caminó enfurruñada hasta el ascensor. Observó cómo las puertas se cerraban, pero, en el último segundo, se detuvieron. Pensó que estaba imaginando una ilusión cuando vio a Wes al otro lado de las puertas abiertas.

Y su corazón se aceleró.

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