Capítulo 32

Jodie entró en la casa para protegerse de la lluvia.

La estancia estaba en penumbras, apenas iluminada por la débil luz de un par de velas encendidas. Siguió a Wes con pasos cautelosos, intentando no resbalar con el agua que goteaba de su ropa empapada; ya era muy malo que estuviera mojando todo y no pudiera dejar de estremecerse por el frío, no quería agregar una caída repentina a su lista de mala fortuna.

—La electricidad se fue por la lluvia —explicó Wes—. Así que fui por una linterna. Hay un cuarto en el patio trasero donde mi tío solía guardar herramientas y las máquinas para jardinería.

Jodie observó cómo Wes sacaba una linterna de su bolsillo e iluminaba el pasillo. Ella avanzó a su lado hasta que entraron en un lugar que lucía como una sala. Había varios muebles, un televisor y una lámpara guindada del techo. El fuego en la chimenea estaba encendido.

—Puedes sentarte junto al fuego mientras busco algo de ropa seca —dijo y le ofreció una toalla.

Jodie la aceptó y envolvió su cuerpo alrededor de la tela suave y cálida.

—Gracias.

Wes hizo un ligero asentamiento y desapareció. Mientras tanto, ella obedeció y se acercó al fuego. Intentó secarse lo mejor posible y extendió sus dedos, pálidos y entumecidos, hacia las llamas; poco a poco, fue recuperando la sensibilidad en ellos y suspiró con satisfacción. También se distrajo unos segundos mirando a su alrededor. Aquel lugar era lindo, con una decoración rústica, pero hogareña. Era un sitio cálido y confortable.

Cuando Wes regresó, la llevó hasta un baño y le dio unas de prendas. Ella asintió y murmuró otro agradecimiento. Cuando se quedó sola, soltó el aliento y se apoyó contra la puerta.

Su amabilidad estaba desarmándola.

Además, el hecho de tenerlo tan cerca distraía sus pensamientos y hacía vibrar su cuerpo. Jodie se preguntaba qué debía hacer ahora. Si apenas podía sostener su mirada, ¿cómo iba a sacar el tema de la maldición y el resto de sus dudas? De repente, se sentía tímida, incómoda y avergonzada por todo lo que había provocado.

Dejó escapar un suspiro y se desvistió. Wes le había traído unos pantalones largos de pijama y una sudadera. Los pantalones eran un poco grandes, pero podía ajustarlos; la otra prenda le quedaba mejor y olía a él. Su corazón se aceleró, pero evitó pensar en eso. Al contrario, se cambió de ropa deprisa y se apresuró a regresar con Wes.

Él estaba en la cocina, de espaldas. Jodie atravesó la sala e hizo suficiente ruido para avisar su presencia y no sorprenderlo. Wes la miró sobre su hombro.

—¿Estás bien? —preguntó.

Jodie asintió y se sentó en una silla junto a un mesón alto de madera y mármol.

—Sí, estaba congelándome. —Le regaló una sonrisa tímida—. Gracias por ayudarme.

Wes no dijo nada y ella se aclaró la garganta, probando con otro tema:

—¿Desde cuándo estás aquí?

—Llegué ayer.

Jodie mordió los labios.

—Sé que quizá ya sabes esto, pero Yves está preocupado. Dijo que desapareciste.

Wes resopló.

—Siempre tan dramático... —masculló.

Él continuó dándole la espalda mientras lavaba unos trastos.

—Debiste avisar —insistió Jodie.

Wes volvió a quedarse callado y Jodie no insistió. Sabía que no llegaría a ningún lado si seguía por ese camino. Buscó su celular y le envió un mensaje a Yves, diciendo que estaba con Wes y no había ocurrido nada malo. Su amigo respondió primero con un emoji de carita feliz y luego enojada, después aliviada y otra llorando.

«Gracias. Cuídalo, por favor».

Jodie sonrió y su mirada se posó en Wes. Él seguía dándole la espalda, como si estuviera intentando ignorarla o erguir una barrera entre ellos. Ella lo dejó.

Aun en la penumbra, podía observar sus movimientos. La vela sobre el mesón arrojaba una suave luz dorada sobre un costado de su rostro. Jodie se preguntó por qué estaba ahí y si no se sentía solo. Sin embargo, no dio voz a sus pensamientos.

—¿Dónde está Darth? —preguntó, al percatarse de su ausencia.

—Con tus padres.

Su mirada fue perpleja.

—¿Con mis padres? —repitió Jodie.

Wes asintió.

—Ayer me encontré con tu padre en el centro. Me invitó a almorzar y tu mamá preparó el mejor guiso de carne que he comido en mi vida. Cuando estaba por irme, Darth quiso quedarse; supongo que te extraña. Así que dejé que se quedara.

Ella enmudeció. Sus padres no le habían dicho nada sobre Wes. Aunque quizá lo merecía. Las últimas semanas no había hablado con ellos de forma regular.

—Sé que tus padres cuidarán de él; son personas amables y cariñosas. Si no te molesta, pensaba dejar a Darth con ellos hasta después de la competencia.

Wes se dio la vuelta y encontró su mirada. Parecía buscar algo en su rostro que indicara que se sentía ofendida o enojada, pero Jodie solo estaba sorprendida y conmovida.

—¿Por qué me molestaría? —murmuró, bajando el rostro y estudiando sus dedos—. Es la casa de mis padres; toman sus propias decisiones.

Hubo una larga pausa. Jodie casi podía sentir la tensión entre ellos. Vibrante y palpable.

Al final, Wes asintió y Jodie se arriesgó:

—¿No quieres saber qué estoy haciendo aquí?

Sus miradas se sostuvieron, pero él no se apresuró a responder. Su voz era un poco amarga cuando habló:

—Supongo que viniste a visitar a tus padres y, cuando Yves te llamó, decidiste acercarte a comprobar que no me había suicidado o estaba muerto en algún lugar.

Sus palabras fueron un golpe inesperado. La idea de que algo terrible le hubiera ocurrido le provocaba un dolor inexplicable en el pecho. Su forma de decirlo había sido relajada y hasta un poco divertida, lo que a Jodie le causó aún más desconcierto.

—No es divertido —murmuró con labios temblorosos—. No lo es, Wes.

Su semblante debió traicionarla porque la expresión de Wes se suavizó.

—Tienes razón. Fui un imbécil —admitió con un amago de sonrisa—. Aunque puedo culpar de mi falta de tacto al hecho de que tengo un Gran Premio en menos de seis días, no he dormido más de tres horas consecutivas en semanas y aún no he tomado mi café de la mañana.

El rostro de Jodie volvió a transformarse y Wes también notó su expresión.

—No me mires así.

—¿Así cómo?

—Con tu rostro de simpatía, como si fuera un perrito abandonado bajo la lluvia —respondió y volvió a darle la espalda—. Puedo soportarlo de tus padres, pero no de ti.

Ella lo ignoró.

—¿Te sientes bien? ¿El golpe en la cabeza...?

—Mi cabeza y mi pierna están bien —la interrumpió—. Y no he dejado mi tratamiento para la ansiedad; solo estoy un poco estresado y cansado.

Ella guardó silencio. No insistió, pero tampoco dejó ir el tema. El hecho de que hubiera admitido que estaba estresado y cansado le decía que necesitaba ayuda. Por eso había escapado. No lo aceptaría frente a Yves, o su padre o el resto de su equipo. No podía. Wes no era así.

Pero ella... ella estaba ahí.

Jodie se levantó y buscó un sartén. Luego empezó a revisar los gabinetes de la encimera en busca de ingredientes. Al final, abrió la nevera.

—¿Qué haces? —preguntó Wes.

—Ve a sentarte.

—Pero...

—¿Has comido algo?

—Cené algo de pasta ayer por la noche. Tu madre me empacó un par de cosas.

Jodie asintió y reconoció los envases de comida de su casa. Su sonrisa se amplió al descubrir que su madre había empacado sus clásicos sándwiches de queso y pepino.

—Prepararé el desayuno —anunció.

Wes negó con la cabeza.

—Sé lo que estás haciendo y no necesito tu pena. Te conozco, Jodie.

—¿Pena? —Ella sonrió—. Porque me conoces sabes que no tengo pena, sino hambre. Y porque te conozco, te pido que no seas tan testarudo. Ahora, pásame el café.

Wes parecía tener una o dos cosas más que agregar, pero mantuvo los labios cerrados en una apretada línea, y obedeció. Juntos prepararon el desayuno. Apenas hablaron, pero ella lo prefirió así; la situación ya era incómoda, sin tener que forzar el momento.

Un rato después, la luz regresó. Wes encendió la televisión y desayunaron sentados en el sofá, viendo las noticias. Jodie le dirigió miradas de soslayo, que sabía que él percibía. Sin embargo, Wes mantuvo su silencio y sus ojos al frente. Intentó no sonreír.

Cuando terminaron de desayunar, Jodie se levantó del sillón y llevó los platos vacíos al fregadero antes de que él pudiera protestar. Luego se movió por la casa, como si fuera suya, y subió las escaleras. Wes fue detrás de ella, insistiendo en saber su propósito, pero Jodie ignoró sus protestas. Se dejó llevar por el recuerdo de su sueño hasta que encontró la habitación que buscaba.

Wes alcanzó sus pasos e intentó sostener su brazo, pero Jodie se zafó y se arrojó sobre la cama. Ella sonrió y enterró el rostro en las sábanas. Aún tenían impregnadas su olor.

—Jodie...

—Acuéstate —pidió, ofreciéndole un espacio.

Su sonrisa se volvió cálida. La mirada de Wes se endureció; su semblante no cedió.

—No hagas esto —masculló.

Sus palabras fueron como una orden y una súplica. Y Jodie no supo cuál dolía más. Sin embargo, ella no podía ceder. Aunque le resultara una molestia, no podía dejar de intentarlo.

Se levantó de la cama y sostuvo uno de sus brazos, obligándolo a caer a su lado. Él se quejó, pero volvió a ignorarlo.

—Duerme.

Wes suspiró y recostó la cabeza sobre su almohada. Jodie lo imitó, dejando sus rostros frente a frente. Una rápida inspección reflejó signos de cansancio en el de Wes; había círculos oscuros bajo sus ojos y su barba estaba un poco descuidada. Tuvo que contener el impulso de tocarlo y aliviar las líneas tensas de su cara.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Wes de forma inesperada.

—Pensé que creías que era porque Yves me lo pidió.

—Eso fue antes de que estuviéramos aquí, me obligaras a comer tu comida y te escabulleras en mi casa y en mi cama.

De alguna forma, sus palabras causaron un sentimiento de calidez en el pecho de Jodie; ya no sonaba molesto, solo resignado. Ella sintió un nudo en la garganta.

—Te diré cuando despiertes —prometió.

Wes esbozó una sonrisa apagada.

—Así que seguirás aquí cuando despierte... —Suspiró—. Qué pesadilla.

Él acomodó una almohada entre ellos y cerró los ojos. Solo transcurrieron un par de minutos antes de que se quedara dormido. Jodie lo observó. Acercó una mano a su rostro y apartó un mechón que reposaba sobre su mejilla. Las puntas de sus dedos rozaron su barbilla, antes de apartarse.

Dejó de contener el aliento y se relajó. Sus párpados también se cerraron, y debió quedarse dormida. Cuando abrió los ojos, su cabeza daba vueltas y le costó unos segundos recordar dónde estaba. Hizo un análisis rápido de su situación.

Wes seguía durmiendo a su lado. La almohada era como una barrera entre ellos, aunque su brazo estaba estirado y su mano aferraba un costado de su sudadera. Acarició sus dedos y se apartó con cuidado, saliendo de la cama sin despertarlo.

Había un baño en la habitación, así que Jodie se aseó con calma. Cuando terminó, el despertador marcaba el mediodía. Revisó su celular, pero no tenía mensajes nuevos o llamadas. Le escribió a su madre avisando que estaba en St. Ives y, un segundo después, recibió un mensaje que decía: «Sé buena con él». Releyó el texto y estuvo a punto de soltar una carcajada incrédula. ¿Ahora su familia estaba del lado de Wes?

Jodie meneó la cabeza y dejó su celular. Escogió un libro de una estantería solitaria y regresó a la cama. La novela era una obra de suspenso sobre un crimen y un robo; se entretuvo leyéndola, aunque algunas veces, su atención se distraía hacia Wes. Él continuaba durmiendo; su sueño era tan profundo que ni siquiera se movía. Ella solo lo observaba para asegurarse de que respirara.

El tiempo se fue con calma. La lluvia cesó y los suaves rayos del sol iluminaron la tarde. Jodie estaba peinándose frente al espejo del tocador cuando Wes despertó.

—Jodie —lo escuchó llamarla con urgencia—. ¡Jodie!

—Estoy aquí —contestó, sacando la cabeza del baño.

El cuerpo de Wes se relajó y ella se sintió contenta. Su aspecto lucía mucho mejor.

—Creí que todo había sido un sueño.

Jodie regresó junto a él.

—¿Quieres comer algo? —preguntó.

Wes negó y se levantó de la cama. Peinó su cabello hacia atrás y se pasó una mano por el rostro.

—¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo dormí?

—Son casi las cuatro de la tarde.

—¿Tan tarde?

Ella asintió.

—No quise despertarte antes. Necesitabas descansar.

Sus miradas se entrelazaron en la distancia. Sus ojos se veían hermosos, aunque también guardaban un rastro definitivo y final.

—Te agradezco por todo —dijo—. Si tienes que irte, puedes hacerlo ahora. Estaré bien.

Jodie se acercó.

—Antes debería decirte por qué vine —musitó—. Aunque quizá deberías ser tú quien responda a mis preguntas.

Su semblante se volvió confundido.

—¿De qué estás hablando? ¿Quieres preguntarme algo?

Sostuvo su mirada y Jodie se percató de que su corazón golpeteaba con fuerza contra sus costillas.

—Me conocías antes de ir por primera vez a la cafetería. Sabías quién era, ¿verdad? Y, aun así, no me dijiste.

Su declaración fue inesperada y lo dejó atónito. Aunque solo fue por unos segundos, luego una débil sonrisa estiró sus labios.

—¿Richard te dijo? —se aventuró a preguntar, aunque ya parecía intuir la respuesta—. Debió ser él, porque mi madre no suele tener conversaciones muy elocuentes.

De pronto, Jodie se sintió como una intrusa, como si hubiera obligado a Richard a confesarle algo que él no quería.

—No obligué a Richard a nada. Mi intención no fue inmiscuirme —espetó—. Nos encontramos de casualidad en una cafetería ayer por la tarde.

—No te estoy acusando de nada —repuso Wes con calma—. Solo quiero saber qué fue lo que dijo.

Jodie se mojó los labios resecos.

—Dijo que, cuando eras un niño, venías aquí con tu tío y te enamoraste de una niña que conociste, que danzaba bajo un árbol. ¿Es cierto?

Wes no respondió. Su cuerpo estaba ahí, pero sus ojos parecían muy lejanos.

—Wes...

—Necesito un trago —dijo, y abandonó la habitación.

Jodie lo siguió, presurosa y con el ceño fruncido.

—No puedes beber.

—¿Quieres respuestas? —la encaró, deteniéndose en la escalera—. Porque no haré esto sin un trago.

No dijo nada más y lo observó en silencio mientras se preparaba un whisky y lo bebía despacio. Luego preparó otro. La expectación estaba acabando con Jodie. Wes no se apresuró a dar explicaciones, pero parecía tan ansioso como ella.

—En mi defensa, debo decir que eras una niña muy linda —dijo, al terminar su segundo trago. Después soltó un lento suspiro, como una rendición—. Todo lo que Richard te contó es cierto. Aunque no es toda la historia.

Jodie lo miró atónita. Escuchar esas palabras salir de su boca hacía todo tan real, inesperado y confuso...

—Desde la primera vez que te vi danzando bajo aquel árbol, no pude sacarte de mi mente. Hablé de ti por días y seguí visitando el parque solo por la posibilidad de volver a verte. Regresé por varios veranos y, las pocas veces que pude observarte de lejos, jamás tuve el coraje para acercarme y hablarte. Me prometía a mí mismo que lo haría la próxima vez, pero nunca lo logré. Y luego mi tío enfermó y murió. El día de su funeral, los recuerdos fueron tan dolorosos que no pude quedarme y escapé.

Jodie tragó con fuerza.

—En aquel momento, pensé que corría sin rumbo, pero luego entendí que estaba buscándote. Toqué todas las puertas de las casas en los alrededores y fui más allá. Lo hice por horas, y cuando creí que no habría esperanza, tu abuela abrió su puerta y me recibió.

—Te conoció... —susurró Jodie al recordar su sueño.

«Él vino una tarde con la lluvia y estaba buscándote... estaba tan triste que le conté un cuento».

—Vio a través de mí en apenas unos segundos —continuó Wes—. Me senté en la mesa de una pequeña cocina mientras ella hablaba de la inesperada lluvia. Luego me ofreció un trozo de pie de durazno y me contó un cuento.

Los pájaros que nacen de la madera —adivinó Jodie.

Wes asintió.

—Fue la primera vez que escuché acerca de la maldición, pero no pude creerlo. En cambio, pregunté por ti, pero tu abuela no quiso decirme dónde estabas. Si te contó sobre este recuerdo, sabes muy bien que dijo que, si estaba en mi destino, te encontraría. Después de eso, me fui de Cornualles y no volví.

El silencio descendió entre ellos, casi palpable y doloroso, lleno de recuerdos y memorias inalcanzables.

—Lamento lo que sucedió con tu tío... —murmuró ella.

—Tú también perdiste a tu abuela. Supongo que las cosas tristes le suceden a todo el mundo.

Jodie coincidió con él.

—¿Qué ocurrió después?

Wes bebió su tercer trago.

—La vida continuó —respondió con simpleza—. Pasaron años y seguía sin poder olvidarte. Por eso fingí ser novio de Gigi en el colegio. Ella lo sabía. Estábamos atrapados de diferentes formas y por eso nos ayudamos. Sin embargo, por más que besaba otros labios o acariciaba otra piel, siempre estabas ahí. Eras como mi fantasma personal, una sensación en mi corazón. Nunca me sentía satisfecho al estar con alguien más. Jamás se sintió correcto. Cuando volví a verte fue...

—Fue en la cafetería.

Wes negó y Jodie frunció el ceño.

—Tu abuela tenía razón. Estaba en nuestro destino. La noche que te vi de nuevo fue en una exposición de arte que mi madre organizó.

—Pero nunca estuve en una galería antes de la última exposición de Noah...

—Lo sé. Tienes que verlo por ti misma.

Wes salió de la cocina y Jodie lo siguió hasta una habitación que reconoció como el cuarto de los bebés en su sueño. Sin embargo, al contrario de lo que había visto, esta habitación estaba vacía, a excepción de un par de muebles cubiertos con sábanas blancas.

—Este era el viejo estudio de mi tío.

Él caminó hacia una de las paredes, donde había un cuadro guindado y cubierto con una sábana. Cuando tiró de la tela, Jodie se quedó boquiabierta. No era una pintura. Era una fotografía.

Su fotografía.

—No entiendo. ¿Cómo... ?

—¿Recuerdas esta foto?

Jodie se acercó. Sus dedos rozaron el vidrio que protegía la fotografía y recordó cuándo había sido tomada.

Aún seguía en la escuela de cocina y los aprendices solían participar en exhibiciones para niñas de primaria. En la fotografía, Jodie aparecía en una cocina, rodeada de niñas que comían dulces y saltaban a su alrededor mientras decoraba un pastel. Y estaba sonriendo. Por supuesto que lo hacía; el recuerdo de su abuela siempre la hacía sonreír.

—Era el aniversario de la muerte de mi abuela, pero pensar en ella me hacía feliz —comentó Jodie—. Esta fotografía es de Noah.

Wes asintió y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Estabas presente cuando dije que uno de sus trabajos era mi favorito. Esta es la fotografía de la que hablaba.

Jodie soltó una exclamación y se cubrió la boca con las manos.

—¡Es cierto! ¡Eso hizo a Noah muy feliz!

Él rio.

—Esa noche fui a la exposición de arte porque mi madre me lo pidió. Tenía un nuevo proyecto de arte y sus inversionistas eran fanáticos de las carreras, así que quería utilizarme para impresionarlos. En realidad, no pensaba asistir, pero sentía que algo me llamaba, como una corazonada constante. Estaba paseando por uno de los salones, cuando me topé con tu fotografía.

Jodie se estremeció cuando sus ojos dejaron la foto y se posaron en ella.

—Te reconocí de inmediato. A pesar de todos esos años, estaba seguro de que eras tú. La misma sonrisa, los mismos ojos brillantes, el mismo rostro... Tenías que ser tú.

Wes se encogió de hombros.

—Mi madre se rehusó a venderme la fotografía, pero al final la conseguí. Todavía no sabía cuál era tu nombre o dónde vivías, pero supuse que el fotógrafo quizá lo sabría. Así que llamé a Noah y pretendí que era del staff de la galería. Quería saber si te conocía, si sabía dónde estabas. Puede parecer ridículo o raro, pero estaba desesperado. Después de todos esos años, tenía una pista real sobre ti.

No iba a juzgarlo. No era ridículo, pero sí una locura. Todo lo que estaba diciendo era una completa locura.

—La primera vez que visité la cafetería no fue una casualidad. Programé una cita con Noah aquella mañana para preguntarle acerca de ti. Sin embargo, cuando entré y nuestras miradas se encontraron, arruinaste todos mis planes. Te vi y sonreíste y comprendí que toda la espera había valido la pena; jamás había sentido algo tan fuerte. Me dije que esta vez haría las cosas bien. Iría a verte y me presentaría; sería simpático y agradable. Entonces quizá me encontrarías interesante y me darías al menos una oportunidad de invitarte a salir.

—Pero tú... nunca te acercaste. Ni siquiera... me mirabas.

—Lo sé. Es solo que... tenía tanto miedo. La idea de que me rechazaras era inconcebible. Fui un cobarde y lo único que pude hacer fue ir a verte cada mañana. Me mudé a Bournemouth por ti. Pensé que, si me veías seguido, quizá dejarías de pensar en mí como un desconocido. Así, si en algún momento me arriesgaba a acercarme, no te asustaría. Y entonces ocurrió el encuentro en la playa...

Jodie estudió su semblante.

—¿Tú lo planeaste?

—No —contestó, y fue sincero—. No imaginé que fuese a encontrarte en la playa. Estaba un poco ansioso por el inicio de la temporada; quizá presentía que algo malo iba a ocurrir. Así que tomé a Darth y bajé a caminar por el muelle. La mañana siguiente tenía que regresar a Londres, por eso pensé en ir a verte, pero cuando llegué la cafetería ya estaba cerrada.

—Pero si me encontraste...

—Sí. Y fue el peor desastre de todos.

Wes sonrió y se pasó una mano por el rostro.

—Fue terrible, Jodie. Me sentía como un idiota, nervioso y avergonzado. Esforzándome en pretender que era un tipo cool y, al mismo tiempo, fingiendo que no me moría de ganas de tocarte y besarte. Me estaba volviendo loco porque no entendía qué sucedía conmigo. Tu abuela había hablado del cuento y las almas gemelas, pero nunca creí que fuera real. Solo sabía que me sentía avergonzado y culpable porque apenas te conocía, no sabía casi nada de ti y, aun así, te quería. Yo te quería. Aunque fuera una locura.

Sus ojos se empañaron de lágrimas.

—Eras todo lo que imaginé, Jodie. Eras divertida y simpática. Eras amable y brillante. Eras humilde y adorable. Eras especial. Y tus ojos se iluminaban de aquella forma que me hacía pensar que quizá también me querías. Por eso te invité a salir; me sentí tan completo cuando no me rechazaste. Nunca estuve tan motivado a ganar una competencia como en Australia.

Las palabras se detuvieron mientras ella trataba de frenar sus lágrimas y Wes largó un suspiro cargado de resignación.

—Luego ocurrió el accidente y fue la prueba más difícil para mí —admitió—. No tuve miedo de morir; en ese punto de mi carrera, ya estaba acostumbrado a retar a la muerte. Pero sí tuve miedo de no volver a verte. Temía haber desperdiciado todas esas semanas sin haberme acercado a ti, esperando que llegara el momento correcto. Y, aun así, cuando el destino volvió a encontrarnos, te rechacé. Estaba asustado, frustrado y muy enojado conmigo mismo. Sentía que obligarte a quedarte a mi lado sería el acto más egoísta que podía hacer. Tú no lo merecías. Quizá yo nunca me recuperaría; tal vez no volvería a caminar. Fue la primera vez que sentí que debía dejarte ir; que debía aceptar que siempre estuviste fuera de mi alcance y rendirme.

Wes se acercó y la abrazó, como si no pudiera resistir verla llorar.

—Pero tú no te diste por vencida conmigo; viniste una y otra y otra vez. Te aferraste con tanta fuerza a mí que pude salir de ese hoyo de miseria y desesperación. Me liberaste. Al fin nos conocimos. Nos hicimos amigos. Y comprendí que mis sentimientos no eran unilaterales, no podían serlo. Cuando me fui a Estados Unidos, di por sentado que seguirías esperando, ya que yo lo había hecho.

Él meneó la cabeza y sus dedos acariciaron sus mejillas.

—Pero tú no merecías eso. Merecías que fuera valiente y te amara. Y por eso volví. Dejaste de llamar y de responder mis mensajes; entonces supe que mi tiempo para seguir siendo un cobarde se había terminado. Regresé con el firme propósito de amarte, de intentar recuperar el tiempo perdido.

Una sonrisa de amargura ocupó sus labios.

—Lamento que no todo jugara a nuestro favor. El accidente fue algo inesperado y... ya conoces el resto.

Jodie continuó mirándolo a los ojos a través del brillo de sus lágrimas. Wes secó sus mejillas.

—No quiero que pienses que fue un juego para mí —sentenció—. O que lo hice para traicionarte o engañarte de alguna forma. Para mí cada momento fue real, y el pasado era el pasado. Lo único que me importaba eras tú. Lo único que quería era que me quisieras.

Jodie se mareó mientras sus emociones bullían y los recuerdos la embargaban.

«Te he visto antes», había dicho en aquel primer encuentro. «¿Tú me reconoces?».

Y luego la noche cuando dijo que la amaba por primera vez...

«Desde el inicio, siempre he sido un cobarde. Todo este tiempo. Y lo siento».

Wes no mintió, al menos no adrede. Simplemente, ella no había prestado atención. Sin embargo...

—¿Por qué no me dijiste desde el principio?

Wes dejó ir su rostro y se apartó.

—Tú no me reconocías. Nunca supiste quién era —respondió—. Y no quería que tus sentimientos se vieran presionados por los míos; quería que me quisieras porque así deseabas, no porque yo te quería. Además, estaba la maldición... No sabía si creías en ella. No sabía si le temías. No estaba seguro de si escaparías de mí para protegerte. Al final, nos conocimos y sentí que era un nuevo comienzo para ambos. Era mejor así. Esta vez era real, no las ilusiones de un niño. Sabía quién eras y tú sabías quién era yo. Fuimos descubriéndonos. ¿Qué importaba si tenía que dejar el pasado atrás y enterrar esos recuerdos, si ahora podía tenerte?

Jodie se mordió los labios.

—Tú... sabías de la maldición... antes de que te dijera... —dijo, y no era una pregunta—. Incluso pretendiste que no lo sabías cuando te conté.

—Lo siento, pero tenía que escuchar lo que tenías que decir. Y tú también necesitabas decirlo; llevabas mucho tiempo conteniéndote. Además, no siempre creí en el cuento. Cuando tu abuela me contó la historia e intentó explicarme el contexto de la situación, tenía muchas dudas, pero sin embargo, eso no afectó mi deseo de encontrarte. Cuando te conocí, pensé que eras indiferente a la maldición, que no te importaba o no te afectaría por algún motivo. Pero luego empezaste a cambiar y tenías tanto miedo.

Jodie cerró los ojos por unos segundos e intentó hilar todo en su cabeza; desde su conversación fuera de la galería hasta el sueño de la noche anterior.

—¿Cómo lo resolviste?

Wes apartó la mirada y meditó su respuesta.

—Cuando me dejaste, rompiste mi corazón. Dolía mucho. Sentía como si te hubieras llevado toda mi felicidad. Estaba perdido y desesperado. Pensé que tal vez existía una forma de solucionar todo, de hacerte ver que todo lo que me sucedía no era tu culpa. Releí una y otra vez ese cuento hasta que comprendí que mi rol no era el que debía ser y...

—¿Releíste... el cuento? —lo interrumpió—. ¿Cómo puedes tener una copia?

Wes se acercó al escritorio apostado en la habitación y sacó un objeto envuelto en una tela oscura de uno de sus cajones. Jodie descubrió el contenido y su respiración se detuvo. En sus manos, sostenía su copia del libro de cuentos de su tatarabuela.

—¡No puede ser...! —exclamó perpleja—. ¡Mi madre lo arrojó a la basura cuando era una niña!

—Eso es lo que tu abuela dijo antes de dármelo.

Ambos se quedaron en silencio. Sus miradas se encontraron, honestas y expuestas.

—Te quedaste con mi puesto en este ciclo —susurró ella con una ligera sonrisa.

—Creo que siempre debió ser así. Nuestro primer encuentro fue muy parecido al primer encuentro en el cuento. Eso debió advertirnos que esta vez sería diferente.

Frunció el ceño.

—Aún hay algo que no logro entender... Los accidentes —mencionó—. Como regla general, las mujeres Sinclair los sufrían cuando conocían a su alma gemela y estaban juntos. Sin embargo, en nuestro caso...

Wes negó.

—¿No lo ves, Jodie? No hay un «nuestro caso» porque los accidentes no tienen que ver con la maldición.

—¿A qué te refieres? ¡Claro que sí! —replicó ella—. Todas han vivido estos imprevistos durante su relación. Yo los he vivido, aunque siempre ha sido cuando estábamos separados. Son inesperados y pueden ser peligrosos y son...

—Son accidentes —concluyó Wes—. La maldición es real, pero creo que ustedes le atribuyeron esa mala suerte de sufrir imprevistos cuando, en realidad, son cosas que forman parte de la vida. Cuando estás distraída, triste o con miedo, es lógico que sucedan más cosas imprevistas y peligrosas a cuando estás feliz y en calma. Pensar siempre en cosas negativas atrae cosas negativas. A lo largo de los años y de su legado, comprendo que las mujeres de tu familia intentarán protegerse. Pero el miedo y la expectación no son los mejores mecanismos de autoprotección.

Jodie lo miró sin palabras.

—Todo lo que escuchaste o te dijeron de niña, todas esas palabras, no solo intentaban protegerte del dolor, sino que también sembraban temor y duda en tu corazón. Creo que las cosas malas que sucedían en sus vidas cuando eran felices las ataban sin remedio a ese destino fatídico porque luego sería más fácil pretender que nunca fueron felices. Pero a veces cosas buenas y malas suceden en una relación, sin importar si estás o no junto a tu alma gemela porque...

—Así es la vida —terminó por él.

Wes asintió.

—Intenté hacerte ver eso antes. Todo lo que me sucede está atado a mi vida, a mi destino, y sucederá independientemente de lo que siento por ti o si estamos juntos o no. Porque escogí vivir como mi tío y ser piloto, y no me arrepiento. Aunque sí, lo siento. Quizá todo sería más sencillo si fuera chef, o contador, o algo menos peligroso de lo que hago.

Jodie tragó con fuerza y acortó la distancia entre ellos.

—No te disculpes. Si no te hubieras visto tan atractivo como piloto, quizá no habría salido contigo —bromeó.

Ambos sonrieron.

—Al fin comprendiste la maldición —espetó Wes—. Por eso viniste.

—Vine a disculparme —sentenció—. Tenías razón. No podía soportar la idea de que salieras lastimado por mi culpa. Estaba aterrada y la posibilidad de perderte estaba volviéndome loca. Supongo que fui una idiota y te lastimé, cuando solo tenía que amarte. Lo siento mucho, Wes.

Quiso sonreír, pero sus labios titubearon y su rostro se arrugó hasta que volvió a llenarse de lágrimas. Wes lo tocó y sostuvo su cintura para atraerla hacia sus brazos. Él secó sus lágrimas y acarició su espalda, en movimientos reconfortantes. Ella suspiró y se aferró a él con más fuerza hasta que sus emociones se calmaron. Se separó unos centímetros y sus ojos se encontraron. De inmediato, el aire se cargó de tensión.

Wes iba a besarla.

Jodie contuvo su respiración y cerró los ojos.

Estaba dispuesta, expectante y deseaba que la besara. Entonces todo estaría bien. Podrían pretender que nada malo había ocurrido y todo volvería a ser como antes.

Sonrió con timidez y esperó, pero sus labios jamás rozaron los suyos, su boca no buscó la suya. Supo que algo estaba mal, incluso antes de abrir sus ojos. Wes la miraba con un semblante tenso y rígido, pero al mismo tiempo triste y cansado. Sus ojos no brillaban. No había deseo reflejado en ellos.

Él no quería besarla.

Estaba... rechazándola.

Cuando Jodie lo comprendió, se apartó muy rápido, como si su tacto la hubiera quemado. Su rostro ardió con vergüenza y su corazón latió con furia.

—Lo siento —dijo Wes.

Y ella negó, intentando sonreír, pero sus labios temblaban, al igual que sus manos. Wes sostuvo su brazo antes de que pudiera escapar.

—No lo tomes como un rechazo o una forma de venganza —explicó—. No te haría algo así jamás, pero creo que este es mi mecanismo de autoprotección. Solo quiero que intentes entenderme, como yo lo hice contigo.

Ella apartó la mirada. Se sentía tan idiota y culpable.

—Sé que tu familia ha tenido que sufrir este legado, pero no hay una maldición entre nosotros. Solo tú y yo. Y necesito saber si estás dispuesta a hacer este viaje conmigo, y no por unas semanas o unos meses o solo cuando seamos felices. Si llegara a tener un nuevo accidente, no quiero tener que perderte si llego a perderme a mí mismo.

Ella secó una lágrima escurridiza que bajó por su mejilla y tragó para deshacer el nudo en su garganta.

—Quiero disfrutar de las pequeñas cosas de la vida contigo. Quiero despertar a tu lado en la cama y terminar tu desayuno en las mañanas. Quiero verte bailar cuando escuches una canción que te guste y verte sonreír cuando algo te haga feliz. Quiero saber que esperarás por mí cuando no esté en casa y que te encontraré cada noche cuando regrese. ¡Quiero tantas cosas, Jodie! No puedo imaginar mi vida sin ti ahora que por fin te encontré. Pero no me arriesgaré, si tú no lo haces.

Él apretó su mano y Jodie lo miró.

—Esa es mi única condición. Todo a cambio de todo —dijo—. No tienes que darme una respuesta ahora. Solo piensa en todo lo que ha sucedido y ven a buscarme cuando estés lista.

Wes esbozó una sonrisa, sin pretensiones o engaños.

—Estaré esperando, igual que el hombre en el cuento.

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