Capítulo 31
Jodie sostuvo la mirada de la recién llegada y pensó que ni en sueños podía escapar de su legado. Al menos por esta ocasión, podían mirarse cara a cara.
En sus recuerdos pasados, nunca había podido distinguir su rostro, solo había sido una silueta borrosa o luminosa de la que solo escuchaba su voz. Sin embargo, sea cual fuera la razón de ese cambio, le daba la posibilidad de confrontarla.
—¿Por qué lo haces? ¿Por qué me muestras este sueño? —Jodie preguntó con firmeza, aunque sentía el corazón afligido—. Es casi cruel cuando sabes que esta posibilidad nunca existirá.
La mujer no dijo nada, pero su mirada se posó sobre la cuna. Jodie reconoció un rastro de añoranza en sus ojos, pero desapareció muy rápido. Su rostro no revelaba nada; era una máscara de completa serenidad, sin grietas o remordimientos.
Aunque... tal vez se equivocaba.
—¿Alguna vez te arrepentiste? —inquirió Jodie con cautela—. De tu decisión.
—¿Tú te arrepientes? —dijo ella por respuesta.
—No soy como tú —Jodie se defendió con aspereza.
La mujer sonrió.
—Claro que sí, tú lo eres más que nadie —dijo—. Las otras mujeres siempre han sido él; él, el amor y el dolor. Pero esta vez tú..., tú eres yo.
Jodie había escuchado esas palabras antes, muchas veces. No era una respuesta; era un acertijo. Y no podía seguir cayendo en una red de confusión.
—¿Por qué sigues diciéndome eso? Ya te lo dije: no entiendo lo que significa. Por culpa de esta maldición, perdí a Wes.
—Sabes que no fue por eso.
Sus palabras se sintieron como una bofetada. Dolorosa, igual que el recuerdo que provocó. La voz de Wes resonó en su mente, rota y desesperada, casi como un ruego y una acusación.
«No le temes a la maldición, Jodie. Le temes a perder a alguien... Con maldición o sin ella, debiste quedarte a mi lado».
Ella bajó la mirada.
—Supongo que fui débil —susurró con voz amarga—. No quería que él saliera lastimado. Creí que encontraría una respuesta, pero no se puede detener este legado.
—Pero ya conoces la respuesta.
—Claro que no —replicó Jodie.
La mujer sonrió.
—A veces podemos descubrir las respuestas a las preguntas que nos quitan el sueño hasta en las conversaciones y recuerdos más simples e inesperados. Solo tienes que ordenar los trozos que posees.
—¿Y se terminará? ¿Para siempre? ¿Podré ser feliz? —preguntó Jodie con tristeza—. ¿Y qué hay del resto de nuestra familia?
La mujer se acercó y sostuvo una de sus manos con firmeza.
—El destino de las personas es más fuerte que el libre albedrío que nos llevó a esta maldición. El destino es temperamental y caprichoso, lento e implacable, pero a veces pierde el orgullo y su piedad puede invertir el curso de las cosas. Está de tu lado. Aún tienes tiempo, Jodie Sinclair. Si logras tomar una mejor decisión que yo, no solo tú encontrarás la felicidad. Pero recuerda que nadie puede romper la maldición sola.
Jodie meditó sus palabras mientras su mente intentaba unir los hilos sueltos. Todo parecía tan complicado y ni siquiera sabía si era real...
—¿Esto es real o es solo una ilusión que creé?
—Que este encuentro suceda dentro de un sueño no quiere decir que no sea real. Somos familia, después de todo; el vínculo es poderoso y la sangre es real.
Ambas sonrieron y Jodie despertó en su habitación. Se sintió desorientada, como si hubiera salido de un sueño muy largo. Poco a poco, sus pensamientos tomaron forma y saltó de un brinco de la cama; tropezó mientras caminaba hacia su escritorio en busca de un papel y un lápiz. Apuntó todo lo relacionado a su sueño, incluyendo las conversaciones pasadas y sus viejos recuerdos. Releyó una y otra vez sus palabras.
«Las otras mujeres siempre han sido él».
«Cuando se enamore a primera vista de su alma gemela...»
«Wes estaba más joven cuando tuvo un enamoramiento con una niña que conoció. Era tan fuerte que recuerdo que Giles y yo llegamos a pensar que jamás lo superaría».
«Él vino una tarde con la lluvia y estaba buscándote. Pregunté cómo llegó hasta aquí y me respondió que había tocado cada puerta de ese vecindario para encontrarte».
«Aquel que haga que tu corazón se paralice por tres segundos. Aquello marcará el inicio, aquella persona será tu alma gemela».
«El destino... puede invertir el curso de las cosas. Está de tu lado»
«Esta vez tú..., tú eres yo».
«La respuesta era elegirme a mí».
De pronto, todas las piezas cayeron en su lugar.
—¡Oh, por Dios! —Jodie se levantó de la cama y Salem pegó un brinco junto a la ventana donde estaba durmiendo. El felino soltó un maullido enojado, pero ella lo ignoró y empezó a dar vueltas por su habitación.
«Las otras siempre han sido él, pero esta vez tú..., tú eres yo».
De acuerdo con el cuento, todas las mujeres Sinclair habían sido castigadas a ocupar el lugar del hombre, a ser las primeras en reconocer a su alma gemela, a enamorarse y a tener un corazón roto; mientras que la mujer, su antepasada, era representada por el alma gemela inalcanzable que rompía los corazones. Y así, el ciclo de la maldición se repetía.
Sin embargo, en este ciclo ella no representaba al hombre.
Wes había tomado su lugar al reconocerla primero y enamorarse de ella. En este ciclo, Jodie era la mujer. Era su decisión y ella estaba... estaba...
—¡Estoy evitando que la maldición termine! ¡Es mi culpa, Salem! —dijo al felino que intentaba volver a dormir—. Wes tenía razón, debí elegirlo. Pude detener esto hace meses. Ella dijo que si lograba tomar una mejor decisión, no solo yo sería feliz. Tal vez sí hay una salida y la respuesta somos nosotros. Juntos.
«Me equivoqué».
Había sido estúpida e impulsiva y había herido a Wes de una forma muy cruel, aun cuando lo más importante nunca había sido ella sino él. Su felicidad. Su corazón.
—Necesito... necesito hablar con él.
Jodie buscó su celular y volvió a marcar su número, pero seguía sin obtener respuesta. Insistió una y otra vez, conteniendo la respiración y mordiéndose las uñas. Diez minutos y veinticinco llamadas fallidas después, se dijo que debía mantener la calma; Wes estaba bien. El hecho de que su celular estuviera desconectado no significaba que le hubiera sucedido algo malo..., ¿o sí?
Ella negó con la cabeza. No podía permitir que sus pensamientos se pusieran en su contra. Al contrario, bebió un poco de té y esperó un poco más. Cuando fue obvio que Wes no respondería, se le ocurrió llamar a Yves. Y, para su alivio, él contestó en un pestañeo.
—¡Yves!
—¡Jodie! —su voz sonaba apresurada—. ¡También estaba por llamarte!
—¿Wes está contigo? —preguntaron al unísono.
Ambos enmudecieron y aquel silencio pareció un mal presagio.
—¿No sabes dónde está Wes? —preguntó desconcertada.
—¿No está contigo?
—Creí que estaba contigo en Londres. Debería estar en Londres.
Yves murmuró unas breves palabras que Jodie intuyó eran insultos en francés. Nada de eso estaba ayudando a su desenfrenado corazón.
—Yves...
—Wes no está aquí —confesó—. Y eso quiere decir que está desaparecido desde ayer.
—¿Estás seguro? —la voz de Jodie tembló—. ¿Fuiste a... ?
—Acabo de salir del departamento en Belgravia. Los recepcionistas dicen que la última vez que lo vieron fue la madrugada de ayer.
—¿Crees que esté aquí? —se aventuró a preguntar Jodie—. Intenté llamarlo antes, pero no respondió.
—Quizá. No lo sé. Tampoco me responde. Estoy yendo a casa de su padre, pero presiento que perderé mi tiempo.
—Entonces iré ahora mismo al condominio en la playa.
Yves suspiró. Su voz sonaba tensa y cansada, pero también había un rastro sincero de gratitud, como si se sintiera aliviado de no estar solo.
—Te lo agradecería mucho. Sé que ustedes están pasando por una situación complicada, pero tengo que encontrarlo. El Gran Premio es en unos días y no puede desaparecer así. Si algo le sucede o si alguien se entera de esto... será un desastre.
Jodie comprendió la gravedad del asunto.
—Te llamaré si lo encuentro.
Colgó y observó el reloj en la pared. Eran las once de la noche.
Se enfundó en unos jeans y un suéter y se despidió de Salem, prometiendo regresar pronto. Luego corrió e intentó conseguir un taxi. Se percató de que su corazón estaba acelerado y de que su respiración era errática; recordó los consejos de Yves para mantener el control y los puso en práctica. Con lentitud, la inquietud menguó un poco; soltó una profunda exhalación y sus manos dejaron de temblar.
Ella sabía que ceder al pánico o ante sus emociones no la llevaría a ningún lado. Necesitaba estar concentrada para ayudar a Yves y encontrar a Wes. Así que todo se resumía a resolver un problema a la vez: primero, encontrar a Wes; luego, volver a pensar en la maldición.
Jodie abordó un taxi y le dijo la dirección al conductor. Diez minutos después, se detuvo frente al condominio en la playa. Los guardias reconocieron su rostro y ella los saludó, mientras se dirigía hacia el ascensor. Rezó en silencio para que Wes estuviera ahí. Sin embargo, nadie respondió cuando llamó a la puerta. Después de varios intentos sin respuesta, se rindió y regresó al vestíbulo. Uno de los vigilantes le informó que no habían visto a Wes desde el inicio de la semana, lo que coincidía con la noche en que él había ido a buscarla a la galería.
Jodie les agradeció y abandonó el condominio.
Por varios segundos, su mente se quedó en blanco. No sabía dónde podía estar, no sabía a quién acudir. Caminó sin rumbo por el muelle junto a la playa y vio un afiche de una exposición de arte. Eso llamó su atención. La idea se plantó en su cabeza y marcó el número de su amigo. Noah contestó al segundo timbrazo.
—¿Sabes si la madre de Wes sigue en Bournemouth?
—¿Jodie? —murmuró y su voz sonaba soñolienta—. Es casi medianoche y...
—Aún no lo es —lo interrumpió con presura—. ¿Puedes responder mi pregunta?
Noah lo pensó unos segundos.
—Mmmm..., creo que sí —contestó—. Me parece que la vi ayer en la galería.
—¿Sabes dónde se está alojando?
—¿Qué? ¿Te has vuelto loca? —Noah soltó una risita—. No soy asistente de Allegra Collins. ¿Cómo voy a saber dónde vive?
Jodie le dijo que la próxima vez que lo viera iba a golpearlo con mucha fuerza y ya no iba a prepararle sus tartaletas favoritas de fresas.
—Es importante, Noah —insistió, deteniéndose en una esquina—. ¿Puedes encontrarla?
Su amigo hizo una larga pausa y luego suspiró.
—Haré una llamada y te enviaré un mensaje; pero si irrumpes en su casa a la mitad de la noche, por favor, no digas que yo te ayudé.
Jodie sonrió.
—Te debo una.
Jodie colgó y esperó. Cinco minutos después, recibió el mensaje de Noah con una dirección. Buscó otro taxi y llamó a Yves para informarle de su avance. Por su lado, Yves seguía sin tener éxito; tampoco encontró a Wes en casa de su padre y, cuando intentó comunicarse con Richard, su asistente le informó que estaba en un viaje de negocios.
—Te llamaré cuando salga de casa de su madre —le dijo Jodie.
—Gracias. Ten cuidado.
El taxi llevó a Jodie hasta la pequeña península de Sandbanks, fuera de Bournemouth, y uno de los lugares más prestigiosos para vivir de la zona, conocida por sus altos inmobiliarios y su reconocida playa. No le sorprendía que Allegra Collins viviera en ese lugar; parecía muy adecuado para ella. Según el mensaje de Noah, tenía arrendado un departamento en un condominio privado.
Jodie se paró frente a la fachada y respiró profundo antes de entrar. De pronto sintió que necesitaba mucho valor. Había un hombre en la recepción; su semblante fue perplejo al verla. Sabía que debía lucir como una lunática al realizar una visita en mitad de la madrugada.
—Buenas noches —dijo con una sonrisa, aparentando toda la naturalidad que podía pretender—. Estoy buscando a la señora Collins. Por favor, dígale que Jodie Sinclair está aquí para verla.
El hombre se mostró escéptico, pero tomó el teléfono y marcó una extensión. El teléfono sonó un par de veces hasta que alguien respondió. Hubo una breve plática y luego el recepcionista le indicó el número de departamento y piso. Jodie agradeció.
Siguió las indicaciones; pero, antes de que pudiera llamar a la puerta, esta se abrió y la madre de Wes apareció bajo el umbral, envuelta en una bata de seda y con el largo cabello rubio trenzado. Ahora que la veía de nuevo y sabía quién era, no podía dejar de encontrar ciertas similitudes entre ella y Wes. Era cierto que Wes tenía mucho de su padre, pero ciertos gestos y expresiones, sobre todo su mirada, eran rasgos distintivos de su madre.
—Jodie Sinclair —dijo, cruzándose de brazos—. La joven en la fotografía.
Ella frunció el ceño. Había dicho algo similar la primera vez que se encontraron y ella continuaba sin comprender a qué se refería. Sin embargo, no era el mejor momento para hacer más preguntas.
—Es cierto que te pedí que vinieras a verme, pero no esperé que fuera a la mitad de la madrugada. Tienes suerte de que soy una criatura de naturaleza nocturna.
«Es una criatura aterradora».
Ella se apartó de la puerta y le hizo una seña a Jodie para que la siguiera. Obedeció, pero no se molestó en sentarse.
—Lamento importunar de esta forma, señora Collins, pero estoy buscando a Wes.
La mujer no dijo nada. Se acercó a un armario y se sirvió una copa de vino.
Jodie continuó:
—Debería estar en Londres, pero al parecer nadie lo ha visto desde ayer.
—¿Y se te ocurrió que podía estar aquí?
Sus ojos se encontraron sobre la copa que bebía y Jodie tragó saliva. Le dio la impresión de que su mirada desvelaba su alma, y eso la hizo sentirse incómoda e inquieta.
—Pues... sí. Eso creí.
Ella negó con la cabeza.
—Creo que subestimas mi relación con Benjamin. ¿Te digo un secreto? —inquirió, terminando el vino—. No es tan buena. Él no vendría jamás aquí.
—Pero usted es su madre.
—¿Y eso qué? ¿Alguna vez te habló de mí? ¿Tiene fotos mías en su departamento?
Jodie no respondió. Mentir sería inútil, sobre todo cuando ella conocía la verdad y por eso sonreía.
—¿Lo ves? No somos el mejor ejemplo de madre e hijo y jamás ganaremos un premio a la familia más amorosa. Así que pierdes tu tiempo.
Allegra se dio la vuelta, como dando fin a la conversación. Jodie sintió que el enojo y la amargura se expandían por su pecho, a través de sus venas. Las palabras quemaron en su garganta al querer salir a borbotones de su boca, pero las contuvo. Solo perdería el tiempo; nada de lo que dijera iba a perforar en su armadura fría e indiferente.
Se dio la vuelta y caminó con indignación hacia la salida. Sin embargo, tropezó con una pequeña mesa de centro. Un par de portarretratos cayeron sobre la madera y Jodie los enderezó, percatándose con asombro de que eran fotografías de Wes. En unas, era solo un niño. Y en otras, estaba en un podio o sosteniendo un trofeo.
Se tragó el enojo y sus dedos rozaron una de las fotografías. Sintió los ojos de la mujer sobre ella, pero mantuvo la mirada desviada.
—¿Le importa? —preguntó—. ¿Al menos un poco?
Su silencio dijo mucho y, al mismo tiempo, nada; fue una confesión y una pregunta sin respuesta. Las fotografías la delataban, pero su postura inescrutable conservaba su fachada. Ella era como una de las obras de arte que tanto apreciaba; clásica y enigmática, llena de secretos y misterios, pero insensible y sin corazón.
Jodie suspiró y continuó su camino, sintiéndose aun más derrotada.
—St. Ives.
Las palabras de Allegra la detuvieron y miró sobre su hombro. La madre de Wes mantenía el mismo rostro inescrutable; su postura aún era distante, pero sus ojos habían perdido un ápice de frialdad.
—La casa en la playa Porthminster —agregó, abrazándose a sí misma—. Es a donde va cuando quiere escapar de algo.
Un rayo de esperanza se expandió en el pecho de Jodie y su tristeza cedió ante la posibilidad de poder encontrarlo.
—Gracias —dijo con una sonrisa—. Muchas gracias.
Salió corriendo del departamento y tomó rumbo hacia la estación de trenes de Bournemouth. Luego de comprar un boleto a Cornualles, envió dos mensajes de texto: el primero para Yves, diciéndole que estaba camino a buscar a Wes en St. Ives; y el segundo para Ada, para pedirle que cuidara de Salem mientras ella no estaba.
Yves respondió la dirección de la casa en St. Ives y un agradecimiento.
Buscó un asiento junto a la ventana y se relajo. Intentó dormir, pero, aunque estaba agotada, no podía descansar. Su mente estaba muy activa; repetía las imágenes de su sueño, una y otra vez, como si así pudiera evitar que se perdiera de su memoria.
Aunque no lo creía. Jodie no estaba segura de si algún día olvidaría ese sueño. Wes y ella juntos, felices, siendo padres... La escena se había sentido tan real que todavía podía recordar hasta el peso de su bebé acunado entre sus brazos. Sin embargo, si aquel sueño era un atisbo de su futuro, había destruido esa posibilidad a causa del miedo.
¿Qué debía hacer ahora? ¿Qué debía decir? ¿Era mejor pedir perdón o respuestas?
Ella tenía tantas preguntas, y al mismo tiempo se sentía inquieta por tener que enfrentar a Wes. Su último encuentro había sido doloroso; no solo lo rechazó, también había sido injusta al ignorar sus sentimientos y su opinión. Si tal vez hubiera escuchado lo que él tenía que decir, si hubiera confiado en el amor que sentían, Wes no habría guardado tantos secretos.
Jodie suspiró y cerró los ojos. Durmió un poco y no hubo más sueños. Se despertó cuando el sol se levantaba en el horizonte; sin embargo, el cielo estaba nublado, con nubarrones grises y llovía. Las gotas salpicaban contra la ventana y empañaban los vidrios. Ella lamentó no traer un paraguas consigo.
Eran las 6:30 A.M cuando se bajó del tren. Pensó primero en ir a la casa de sus padres, quizá para cambiarse de ropa y conseguir un paraguas, pero descartó el pensamiento. Estaba ansiosa por encontrar a Wes. Necesitaba saber que él estaba bien.
Abandonó la estación e intentó orientarse bajo la lluvia. Conocía St. Ives y los alrededores de la playa Porthminster como la palma de su mano; había nacido y crecido en el pueblo y el hogar de su abuela estaba muy cerca. Lo único que estaba en su contra era la lluvia; caía sin piedad, escociendo sus ojos y empapando su ropa.
Corrió y se ocultó en el pórtico de una casa. Se limpió el rostro y sus ojos se detuvieron en la entrada del parque privado. Se acercó y espió a través del enrejado de la puerta. Aquel lugar estaba tal como lo recordaba. El árbol permanecía como en sus recuerdos, como en sus sueños; alto, frondoso y antiguo. En aquel lugar secreto y misterioso, parecía que seguía siendo un elemento casi mágico.
«Wes, ¿me conociste aquí, danzando bajo este árbol?». La posibilidad era tan maravillosa como inesperada. Había creído que todo empezó con ella, cuando no podía haber estado más equivocada. Había cometido tantos errores...
Jodie se permitió otro minuto de reflexión antes de seguir su camino.
Las casas de ese lado del vecindario eran mansiones con portones altos y fachadas elegantes y sofisticadas. La última propiedad al final de la calle tenía una reja de finos barrotes de hierro y estaba bordeada por un cerco alto de arbustos. Ella no necesitó comprobar la dirección para saber que esa era la casa que estaba buscando; tenía la sensación de haber estado en ese lugar antes.
La reja de hierro no estaba cerrada. Jodie entró y caminó despacio, contemplando la fachada. Era una construcción con estilo clásico y victoriano, pero un poco más moderna. Dos pisos, techos en punta y una chimenea. Había un jardín frontal que se extendía por los laterales de la casa y que presagiaba un patio igual de amplio.
Sus pasos la llevaron a través del sendero de adoquines en medio del césped. La casa no tenía un pórtico, así que no pudo refugiarse de la lluvia mientras tocaba la puerta; tampoco tenía un timbre. Golpeó la madera. Pero no obtuvo respuesta, y se percató de que tampoco podía distinguir luces encendidas a través de las ventanas.
Insistió en la puerta, incluso lo llamó por su nombre a gritos, pero no hubo respuesta. Su corazón se aceleró con preocupación.
«¿Y si Allegra se equivocó? ¿Y si no estás aquí? ¿A dónde pudiste ir? ¿Y si sucedió algo? ¿Y si tuviste un accidente de camino a Cornualles?».
Cayó rendida en uno de los escalones de la entrada. Se cubrió el rostro con las manos e intentó no pensar en el hecho de que estaba congelándose. La lluvia disminuyó un poco, pero no se detuvo. Ella podía ver su aliento flotando frente a sus ojos y sentir sus dedos entumecidos por el frío. Sacó su celular del bolsillo de su abrigo y llamó a Wes, pero el resultado fue el mismo. No respondió. Estaba escribiendo un mensaje para Yves cuando la lluvia cesó y dejó de mojarse.
—Tienes una debilidad por las tormentas, ¿verdad?
Jodie se asustó y el celular se resbaló de sus manos heladas. Cuando levantó el rostro, Wes estaba mirándola y sostenía un paraguas sobre su cabeza. Sin embargo, lo más importante y milagroso fue que estaba a salvo.
Ella sonrió.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top