Capítulo 30
Destino (Fatum, hado o sino): Fuerza sobrenatural inevitable e ineludible que actúa sobre los sucesos de la vida y guía a todos los seres a un fin no escogido, de forma necesaria e irreversible, opuesta al libre albedrío. Supone la existencia de una causa predestinada de las cosas, donde nada ocurre por casualidad ni por azar.
Jodie se despidió de Amelia en la estación de trenes de Bournemouth. La prometida de Dare había ido hasta la ciudad para recopilar información de un artículo periodístico que estaba escribiendo. Se encontraron en una de las bibliotecas públicas y luego fueron a almorzar.
Cuando recibió su llamada aquella mañana, pensó en negarse y continuar su episodio de autocompasión desde el sillón mientras comía helado y veía caricaturas con Salem. Sin embargo, al último minuto, decidió encontrarse con Amelia.
La joven se dio cuenta de inmediato que algo no andaba bien. Jodie se mostró transparente y habló de la separación con Wes. Habló sobre sus sentimientos, del miedo, de todo lo que estaba sintiendo... Fue fácil hablar con ella. Amelia la escuchó con paciencia y se mostró imparcial.
De cierta forma, ese momento con Amelia hizo que se sintiera un poco más aliviada.
Después de su último encuentro con Wes, Jodie no pudo continuar pretendiendo que todo estaba bien. Se encerró a sí misma en una burbuja de tristeza y miseria, dejando fuera a todos, incluyendo a su familia. No pudo evitarlo. Entre todas las emociones y sentimientos negativos que sentía, la vergüenza era la peor. Sentía que les había fallado a todos los que creían que era fuerte y que encontraría la forma de sobrellevar esa maldición. Sentía que le había fallado a su madre al rendirse.
Dejó la estación de trenes y caminó despacio por la calle. Salem la esperaba en casa, pero, aun así, no tenía prisa por regresar. Estuvo deambulando sin rumbo hasta que sus pasos la guiaron hasta aquella pequeña cafetería vintage donde Wes y ella estuvieron la primera noche en que se conocieron. Se dijo que no debía detenerse, mucho menos entrar. Sin embargo, se sorprendió a sí misma buscando refugio detrás de sus puertas.
La cafetería estaba un poco llena; había dos parejas, una mujer escribiendo en su computadora y un hombre leyendo el periódico. Jodie los ignoró y se sentó en el mismo lugar que había ocupado esa noche.
No pudo evitar esbozar una sonrisa diminuta, aun cuando la nostalgia y los recuerdos la invadieron. Se sentía diferente a la joven que había estado ahí meses atrás. Incluso Wes parecía diferente; se había comportado directo e impulsivo, pero ahora Jodie sabía que solo le sucedía cuando estaba nervioso o preocupado. Al recordar aquel encuentro se alegraba de saber que no había sido la única que estaba nerviosa.
Ordenó un capuchino, que bebió a tragos cortos, mientras miraba a través del escaparate de la tienda. Una débil llovizna empezaba a caer y la gente se apresuraba a buscar cobijo.
—¿Jodie?
Ella giró el rostro y encontró a Richard; sostenía un periódico. La observó con una sonrisa.
—Lo sabía. ¡Que casualidad! Te vi y pensé que podrías ser tú —saludó, dándole un beso en la mejilla—. Jodie Sinclair.
Jodie esbozó una amplia sonrisa.
—¿Recién llegaste? —preguntó—. Discúlpame si no te vi.
—Estaba sentado en esa mesa, pero tengo la mala costumbre de leer con el periódico abierto frente a mi cara. ¿Puedo sentarme, querida?
Ella asintió y él ocupó el asiento frente a ella. Ordenó otro capuchino y estudió su semblante con cautela.
—¿Te sientes bien? Luces un poco triste.
Jodie sonrió. Él parecía bueno para detectar las emociones de otros. No quería preocuparlo, así que mantuvo su sonrisa.
—Estoy bien. Solo un poco cansada.
Y era cierto. Apenas podía dormir.
—Podrías leer un poco antes de acostarte —sugirió—. A mí me ayuda a relajarme.
La sonrisa de Jodie se suavizó.
—Me aseguraré de intentarlo —susurró—. Gracias.
Richard asintió conforme y bebió varios tragos de su capuchino.
—Cuéntame, querida, ¿dónde está Wes?
Esperaba la pregunta, pero, aun así, Jodie meditó su respuesta. Estaba segura de que Richard desconocía de su ruptura con Wes y ella no quería mentirle. Más bien, prefería omitir cierta información; después de todo, era más sencillo que creyera que estaban bien a que se preocupara.
—Wes está en Londres.
Richard se dio un golpe en la cabeza como si hubiera recordado algo importante.
—Claro, claro. Tiene que prepararse para Australia... otra vez —comentó. Luego suspiró—. Mentiría si dijera que no estoy un poco nervioso.
Jodie detectó en sus ojos la misma aflicción que sentía cuando ella pensaba en Wes y en la competencia que se aproximaba.
—Pero no te dejes influenciar por mí. Soy solo un viejo que se preocupa más de lo que debería. Le fue muy bien en la pretemporada, así que estoy seguro de que este año la historia será distinta.
Jodie asintió.
—También confío en que será así —coincidió ella—. Permanecí a su lado durante los primeros meses de rehabilitación y sé que se esforzó mucho cuando estuvo en Estados Unidos. Ha dado todo de sí para volver a ser quien era. Merece ganar y ser el mejor, como su tío.
Richard sostuvo su mirada y sus labios se estiraron en una cálida sonrisa.
—Veo que ahora eres su fan número uno.
Sus mejillas se calentaron.
—Sé que no nos conocemos mucho, pero creo que eres una buena influencia para Wes.
Ella tragó con fuerza y guardó silencio. Richard no podía saberlo, pero sus palabras la hicieron sentir más triste y sola.
—Nunca vi a Wes tan feliz como la última vez que vino a verme —continuó Richard—. Jamás creí que miraría a alguien de la forma en que te miraba a ti; al menos, no después de su amor juvenil en Cornualles.
Su declaración robó su atención.
—¿Cornualles?
Richard bebió otro sorbo de su taza y asintió.
—Lo mencioné el día que me visitaron, pero no lo recordaba del todo. Dije que lo recordaría, siempre lo hago. —Sonrió—. Pues bien, cuando Wes estaba más joven tuvo un enamoramiento con una niña que conoció. Era tan fuerte que recuerdo que Giles y yo llegamos a pensar que jamás lo superaría.
Richard hizo una pausa, como si estuviera rememorando el pasado. Jodie se concentró en la historia.
—Giles, Wes y yo solíamos pasar parte de los veranos en St. Ives. Su abuelo tiene una propiedad cerca de la playa Porthminster. A Wes le encantaba acompañarnos porque así podía tener un respiro de la tensa relación de sus padres. Sin embargo, siempre estaba solo y a veces eso nos preocupaba. La niña fue algo inesperado.
Varios pensamientos se alzaron en su mente, pero Jodie acalló todos. De pronto, le pareció muy importante escuchar lo que Richard tenía que decir.
—Una tarde salió a pasear por la playa y, cuando regresó, no podía dejar de hablar de una niña que danzaba bajo un árbol. Nos contó que escaló las ramas hacia lo más alto y estaba observando el horizonte, cuando la vio.
—¿Una niña que danzaba?—preguntó desconcertada.
—Sí, habló de eso por horas. Cada día se escabullía de la casa para ir a verla, aunque muy pocas veces la encontraba. Aun así, hizo lo mismo durante varios veranos; a veces la veía y otras veces no tenía tanta suerte. Intentamos convencerlo de que debía acercarse y hablarle, pero él seguía escondiéndose entre las ramas del árbol. Puede parecer un galán o un seductor, pero siempre ha tenido el espíritu de un niño tímido y ansioso. Ahora que lo pienso, con todo lo que sucedió, fueron buenos veranos. —Richard rio. Sus ojos empañados de recuerdos.
—¿Qué pasó después? —inquirió ella con el corazón acelerado.
—Giles murió; la enfermedad le ganó. Fue uno de esos veranos cuando Wes todavía estaba en el colegio. —La sonrisa titubeó en los labios de Richard—. Estábamos en Cornualles porque Giles quería ser enterrado allí. Preparó su propio funeral; incluso escogió una canción. El día que murió fue el peor día en la vida de Wes.
Richard negó con la cabeza y compartieron unos segundos de silencio, como si fueran necesarios para que pudieran asimilar aquella gran ausencia en sus corazones.
—Recuerdo que Wes huyó a la mitad del funeral. Se escapó, y luego lo busqué por horas. Había anochecido cuando regresó a la casa. Le pregunté dónde había estado y me contestó que había estado buscando a aquella niña danzante. Dijo que tocó muchas puertas, pero que no pudo encontrarla.
Jodie frunció el ceño. Aquellas palabras le sonaron conocidas y un recuerdo intentó abrirse paso en su mente. Sin embargo, cuando intentaba atraparlo, se alejaba.
—Ese fue el último verano que estuvimos en Cornualles. Los recuerdos eran demasiado dolorosos para él. Pensé que, con el tiempo, también olvidaría a la niña. Pero cada vez que nos encontrábamos, aún podía ver en su mirada que no la había dejado ir. Wes estaba solo, no porque no hubiera tenido oportunidades (créeme, tuvo muchas), pero había algo en ese enamoramiento del pasado que se arraigó en él... Creí que nunca iba a poder ser completamente feliz. Temí por él por mucho tiempo y entonces... Apareciste tú.
Él le mostró una sonrisa amorosa.
—Cuando te llevó a verme, estaba muy sorprendido. Wes jamás hizo algo así. Pero al verlos juntos, supe que eras importante para él —Richard hizo otra breve pausa y rio—. Si soy muy sincero, casi creí que eras la misma niña de Cornualles; que, por algún milagro, te había encontrado...
Quizá fue su semblante perplejo o una corazonada, pero sus palabras quedaron suspendidas en el aire y su sonrisa menguó.
—¡No puede ser...! Sí eres tú, ¿verdad?
Jodie no respondió de inmediato. La situación era inesperada y no podía estar segura. Sin embargo, también eran demasiadas coincidencias; sobre todo porque ella sí solía escabullirse hasta ese árbol y danzar bajo sus ramas cada vez que visitaba a su abuela. Pero nunca se había encontrado con nadie ni había visto a alguien observándola, o al menos no lo recordaba.
—Quizá sí, o no... —titubeó, lamiendo sus labios resecos—. Son muchas casualidades. Mi abuela tenía una finca cerca de esa playa y me gustaba ir al pequeño parque porque me parecía un jardín secreto y misterioso. Además, algunas veces danzaba entre las raíces porque, bueno..., me gustaba bailar. Había una academia de música muy cerca y siempre se podía escuchar alguna melodía.
Richard la miró, perplejo.
—¡Así que eras tú! ¡Siempre fuiste tú! —dijo, recuperándose del asombro—. ¡No sabes cuán feliz estoy de que te haya encontrado! ¡Wes te necesitaba tanto! Te necesita ahora.
Sus palabras fueron como balas invisibles a su corazón. Jodie podía intentar ignorar el dolor, soportarlo, pero el sentimiento de culpa estaba consumiéndola, igual que a una vela. Jodie sabía que tarde o temprano la apagaría, dejándola fría e inútil.
—¿Por qué crees que Wes nunca me habló sobre esto? —Jodie cambió el tema.
Richard se encogió de hombros.
—No lo sé, pero sí sé que es sencillo. Llama a Wes y pregúntale. Estoy seguro de que será honesto contigo si lo confrontas.
Jodie no creía que fuera tan sencillo. De hecho, era casi imposible enfrentar a Wes ahora, pero no podía decirle eso a Richard.
—Lo haré —mintió.
Cuando la lluvia se detuvo, ambos salieron de la cafetería y Richard la atrapó en un fuerte abrazo. Ella aceptó el gesto y encontró consuelo en él.
—Gracias, Jodie —murmuró en su oído—. Wes es afortunado de tenerte, y lo sabe.
Le hizo un guiño al apartarse y ella se despidió de él, sin saber qué decir. Sentía que cualquier cosa que dijera se sentiría como una mentira muy cruel.
—¿Jodie?
Ella detuvo sus pasos y miró sobre su hombro. De pronto, una sombra de inquietud tiñó su semblante y le causó preocupación.
—¿Las mujeres de tu familia...? —empezó en un titubeo suave—. ¿Ellas y tú...?
Su corazón se aceleró.
Él lo sabía. De una forma u otra, lo sabía. Y, como había dicho, tarde o temprano, siempre recordaba.
Jodie comprendió su pregunta sin terminar y le regaló una sonrisa titubeante en respuesta, antes de emprender su camino.
~~*~~
Jodie no durmió esa noche. Dio vueltas y vueltas, pero el sueño la eludió. Estaba recostada en la cama, mirando el techo en la oscuridad, sin poder dejar de pensar en su conversación con Richard.
Si ella era la niña en la historia, entonces Wes la conoció antes de su encuentro en la cafetería. ¿Pero por qué no se lo dijo? ¿O quizás no reconoció su rostro y no estaba seguro de que fuera ella? Después de todo, habían transcurrido varios años antes de que se vieran otra vez.
Ella negó, presintiendo que se equivocaba.
Si Wes la había reconocido como su alma gemela y el sentimiento había sido tan fuerte como Richard le había explicado, entonces era imposible que no supiera quién era cuando se vieron de nuevo.
Jodie no entendía. Había algo sospechoso en todo lo que estaba pasando.
Primero, el encuentro con Allegra Collins y sus encriptadas palabras. Luego la conversación con Wes fuera de la galería. Él parecía muy seguro cuando habló sobre la maldición, como si en realidad hubiera resuelto el acertijo y su respuesta fuera final. Y por último, la anécdota de Richard.
De alguna forma, Jodie sentía que todo estaba conectado, pero aún faltaba algo para unir todas las piezas. Debía hablar con Wes y obtener respuestas que hasta ese momento no sabía que necesitaba. Quizá él había intervenido en su pasado más de lo que había creído. A lo mejor su encuentro no había sido una simple casualidad.
«¡Qué inesperado rompecabezas!».
Resopló frustrada. Se levantó de la cama y marcó el número de Wes, pero él no respondió. Su celular estaba apagado.
Jodie frunció el ceño. Wes no solía apagar su teléfono y no permitía que su padre lo dejara incomunicado en ningún momento.
Insistió un par de veces, pero el resultado fue el mismo.
«Tal vez apagó su teléfono para descansar, o la batería murió. O tal vez solo no quiere hablar conmigo».
Se dejó caer en la cama y se hizo un ovillo bajo las sábanas.
En medio de la oscuridad y el silencio, podía dejar de pretender que no extrañaba a Wes. Su ausencia casi le provocaba un dolor físico. Su cuerpo sentía la necesidad imperiosa de buscarlo y estar cerca; no sabía cuánto tiempo podría continuar así. Alejarse de él estaba fragmentando su espíritu y, aunque fue su decisión, no sabía que sería de ella cuando la vida de Wes continuara y el amor que sentía por ella se extinguiera.
Lágrimas traicioneras rodaron por las esquinas de su rostro y cerró los ojos, permitiéndose llorar. No supo cuánto tiempo pasó, pero, en algún momento, debió quedarse dormida.
—Jodie...
Escuchó el leve susurro y su cuerpo se agitó sobre la cama, intentando recuperar la consciencia.
—Despierta, Jodie.
Ella abrió los ojos y, esta vez, supo de inmediato que estaba dentro de un sueño.
Wes estaba a su lado. Un costado de su rostro estaba presionado contra la almohada y sonreía. Era él, pero al mismo tiempo lucía diferente. Su cabello estaba corto, con rizos alborotados sobre su cabeza, y sus rasgos eran más maduros. Había pequeñas arrugas en las esquinas de sus ojos y un par de canas en su sien y en su barba.
—¿Esto es un sueño? —preguntó.
La sonrisa en sus labios se estiró con ternura.
—¿Por qué crees que es un sueño?
Su corazón roto latió de nuevo.
—Porque no estoy a tu lado.
En la realidad, ella lo había dejado. Era su culpa. Sin embargo, Wes no se burló de ella. Al contrario, mantuvo su sonrisa y se acercó hasta que su rostro flotó sobre el de ella y sus cuerpos se presionaron.
—Es real —susurró antes de juntar sus labios.
Incluso en aquella ilusión, su beso hizo que se estremeciera. Sus labios eran cálidos, su boca permisiva y su lengua se enredaba con la suya de una forma tan dulce como seductora. Jodie acarició su rostro con los dedos, trazó las líneas de sus hombros y deslizó sus manos por su espalda desnuda. Wes sonrió, como si le hiciera feliz el ímpetu de su deseo. Esparció besos suaves por su rostro y su cuello, y susurró palabras contra su piel. Y rio, feliz de vivir esa ilusión. Continuó besándolo, hasta que un sonido lejano, como un débil llanto, hizo que se detuviera.
Él suspiró.
—Iré yo esta vez.
Jodie se preguntó a qué se refería, pero las palabras no atravesaron sus labios. Wes se levantó de la cama y salió de la habitación. Se sentó y miró a su alrededor. No estaban en su departamento ni en el de Wes. Y, a pesar de eso, aunque ese lugar era desconocido, se sentía familiar, como si fuera su hogar.
Apartó las sábanas y caminó hacia el baño.
La chica en el espejo era idéntica a ella, pero lucía mayor. Tenía el cabello largo y oscuro y su rostro estaba un poco más relleno. Cuando sonrió, era su misma sonrisa.
«Qué sueño tan peculiar», pensó.
Jodie salió en busca de Wes. Sus pasos fueron cautelosos, y se detuvo al final del pasillo. Nunca había estado en esa casa, pero tenía un sentido de pertenencia cuando miraba cada espacio de aquel lugar... Le gustaba que no fuera una casa enorme, sino un lugar cálido, luminoso y hogareño. A través de una de las ventanas, distinguió el paisaje de Cornualles.
Sonrió y volvió a escuchar el leve llanto. Esta vez, se dejó guiar por el sonido hasta una habitación de... bebé. Jodie tragó con fuerza. Desplazó su mirada sobre la decoración; muebles, juguetes y accesorios para niños. Darth y Salem estaban junto a Wes. Él estaba sentado en una butaca y sostenía el pequeño cuerpo de un bebé encajado contra su pecho.
Ella lo miró boquiabierta y su respiración se detuvo.
—Volviste a ganar —dijo Wes al verla—. Hanzel fue el primero en despertar; será un buen madrugador. Me sorprende que Faith siga dormida con todo el ruido.
Jodie pestañeó al reconocer el nombre de su abuela.
—¿Faith?
Wes hizo una señal hacia la cuna en el centro de la habitación. Jodie se acercó con vacilación y su mirada se posó sobre el bultito envuelto con una frazada rosa. La realidad la golpeó. Estaba desconcertada. Intercambió la mirada entre el bebé en los brazos de Wes y el otro en la cuna. Eran dos bebés. Hanzel y Faith. Y eran... eran sus bebés.
—Faith... —susurró.
Rozó la delicada mejilla de su hija con la punta de sus dedos. La bebé se agitó y abrió sus ojos muy despacio. Jodie se inclinó hacia la cuna y la levantó, aunque sus dedos temblaban. Tuvo mucho cuidado, y contuvo la respiración hasta que acunó a la pequeña entre sus brazos. Su hija abrió su boquita en un bostezo y la miró con ojos del color verde más claro y puro.
—Hola, Faith —dijo, aunque apenas podía hablar de la emoción.
Faith no lloró. Al contrario, hizo sonidos inentendibles y presurosos, como si estuviera feliz de verla. Su corazón se agrandó y apretó su cuerpo cálido contra su pecho. No sabía por qué ahora estaba teniendo la oportunidad de ver ese sueño, pero era lo más hermoso que podía haberle sucedido.
—¿Por qué estás llorando? —preguntó Wes, levantándose de la butaca—. ¿Te sientes mal? ¿Le sucede algo a Faith?
—Solo... solo estoy... tan feliz —respondió entre sollozos—. Tenemos... dos... bebés.
—Eso no fue lo que dijiste cuando estabas dando a luz —bromeó él.
Jodie rio conmovida y Wes le secó las lágrimas, teniendo cuidado del bebé en sus brazos. Aprovechó su cercanía para examinar la carita de su otro bebé. Hanzel era muy similar a Faith, con el cabello oscuro y los ojos... No, un ojo verde y otro marrón; su bebé tenía heterocromía.
—Es hermoso —musitó, acariciando su mejilla regordeta.
—Sí, lo es —coincidió Wes, aunque no estaba mirando al bebé.
Ella se sonrojó.
Wes besó su cabello y luego acomodó a Hanzel en la cuna. Jodie acostó a Faith junto a él y observó a los bebés dormir en calma. Sonrió y decidió quedarse en la habitación, haciéndoles compañía. Se sentó en la butaca y miró a sus hijos dormir. Tal vez fueron horas o solo un par de minutos.
Cerró los ojos por un segundo y, cuando volvió a abrirlos, ya no estaba sola.
Se puso de pie y observó a la mujer de pie frente a ella. Era la primera vez que veía su rostro con claridad y, aun así, le resultaba familiar. Era una extraña y, al mismo tiempo, era cercana.
Era su familia.
Era la mujer del cuento.
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