Capítulo 28
Duda: vacilación o estado de incertidumbre que puede experimentarse ante un hecho, una noticia, una creencia o un pensamiento.
Cuando Jodie estaba en el colegio, una vez tuvo que escribir un ensayo sobre algún libro que hubiera disponible en su casa. Su padre dijo que podía buscar en el librero de su estudio y ella escogió una novela llamada La sombra de la duda.
La historia contaba la vida de dos amigos de la infancia, Mitch y Víctor, mientras cursaban su último año de universidad. Eran casi como hermanos. No existían secretos ni mentiras entre ellos. No había nada que no supieran del otro y sus vidas eran muy mundanas. Hasta que, una noche, Mitch encontró evidencia que podría relacionar a Víctor con unos crímenes ocurridos en los alrededores de la universidad.
Al principio, Mitch se rehusaba a creer que Víctor podía ser un asesino. Sin embargo, a medida que la historia avanza, la línea entre la confianza y la duda se distorsiona y Mitch se obsesiona con descubrir la verdad, lo que llevará a ambos jóvenes a un trágico final.
El libro tenía un final abierto y lo único que le quedó a Jodie fueron más preguntas. ¿Era Víctor un asesino? ¿O lo era Mitch, al asesinar a su mejor amigo bajo la premisa de una duda? ¿Cuál merecía morir? ¿Cuál tenía la razón? ¿Eran culpables o inocentes? ¿Eran amigos o nunca lo fueron?
Jodie, con solo trece años, aturdida por la lectura y molesta porque no sabía cómo escribir su ensayo, acudió a su padre para que le diera una explicación. Jamás olvidaría lo que él le dijo:
—Una duda puede ser nuestra mejor o peor enemiga. Puede construir puentes donde no existen o destruir ciudades enteras. Una duda puede ser el inicio o el fin de una persona.
En esta historia, en esta vida, su vida, Jodie se sentía en los zapatos de Mitch. Estaba obsesionada con una duda que la consumía despacio. Y había ido hasta allí para descubrir si sus pesadillas eran reales, para saber si era culpable o inocente.
Jodie llamó a la puerta y esperó.
Se percató de que sus manos temblaban y cerró las palmas en puños apretados. A cada segundo que se alargaba su espera, sus emociones se volvían más inestables. Se distrajo mirando el cielo; apenas era media tarde, pero ya se percibían amplios nubarrones oscuros.
«Se acerca una tormenta», pensó.
—¿Jodie?
Miró al frente y se topó con el rostro de su tía, a quien le sorprendió verla.
—Lamento venir sin avisar, tía Kirsten —repuso Jodie, retorciéndose las manos—. ¿Puedo ver a tía Syla?
—Mi madre salió a un evento del geriátrico, pero debería volver pronto —respondió Kirsten. Se apartó y abrió aún más la puerta—. Entra, Jodie. No te quedes en el portal.
Agradeció su hospitalidad y siguió a su tía hasta el jardín solitario que estaba al fondo de la propiedad.
—Estaba intentando podar el césped por mí misma. Desde que Arthur se mudó, nadie lo hace —comentó Kirsten, señalando una máquina—. ¿Quieres un poco de té?
—Por favor.
La mujer sonrió y entró en la casa. Jodie paseó su mirada por el jardín; sí, el césped necesitaba ser podado. Había matas, hierba seca y flores marchitas. Era obvio que el esposo de su tía solía encargarse de darle mantenimiento a aquel espacio. Recordaba haber visitado la casa hacía varios años y sentir que era un lugar encantador. Ahora las cosas eran diferentes, empezando por el hecho de que su tía estaba divorciada.
Luego de sufrir la desventura con su alma gemela, Kirsten se casó con otro hombre, Arthur, un empresario inglés. Los primeros años estuvieron bien y fueron felices, aunque nunca tuvieron hijos. Sin embargo, con el tiempo, su relación se desgastó y decidieron separarse en buenos términos. Su madre dijo que Arthur pidió el divorcio afirmando: «Kirsten, te amo, pero ambos sabemos que tu corazón nunca fue mío... ni tuyo». Luego de eso, tía Kirsten firmó los papeles.
Jodie suspiró y se sentó en una silla de jardín a esperar. Su tía no tardó en regresar; trajo consigo una charola con un par de tazas y una bonita tetera de porcelana. Se acomodó a su lado y tomaron té en silencio, en medio del desastroso jardín. Se preguntó cuánto tiempo tardaría en regresar tía Syla.
—¿Todo está bien, Jodie?
Quizá su expresión debió delatar ansiedad o preocupación, porque Kirsten inspeccionó su semblante con atención, como si pudiera leer sus emociones a través de su silencio.
—Sí, todo está bien.
Su tía no cedió.
—Te dejé varios mensajes, pero no respondiste. Tampoco viniste a la reunión familiar por el cumpleaños de tu tía abuela. Todas queríamos verte.
Ella no respondió. Un aguijón de culpa se clavó en su pecho y escoció, pero Jodie ya se sentía en la cuerda floja. Si se mostraba vulnerable ahora, nada podría parar su dolor.
—Te entiendo, no creas que no —continuó Kirsten, y aferró una de sus manos para darle consuelo—. Sé que la familia puede ser un poco asfixiante, sobre todo las mujeres Sinclair. Pero es solo porque nos preocupamos entre nosotras. No pretendemos entrometernos en tu relación o desearte mal, nunca lo haríamos. Solo intentamos que duela menos.
Jodie tragó el nudo en su garganta, al igual que sus emociones.
—Lo sé —musitó—. Y lo siento por eso.
—Dime, cariño. ¿Ese hombre del que te enamoraste, te abandonó? ¿Ha sido malo contigo?
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Jodie y negó con la cabeza.
—Él me ama —respondió con firmeza—. Wes me ama más de lo que podría imaginar.
Kirsten frunció el ceño confundida.
—¿Entonces por qué estás aquí?
—Por esa misma razón.
Establecieron contacto visual y Jodie dejó que buscara una mentira en sus ojos que no iba a encontrar.
Unos segundos después, tocaron el timbre.
—Espera aquí, debe ser mi madre.
Jodie soltó una respiración profunda e intentó mantener su corazón en calma. Sabía que no serviría de nada dar rienda suelta a sus miedos y preocupaciones.
—¡Jodie!, ¡la dulce Jodie! —dijo la anciana al verla.
Ella se levantó de su silla y esbozó una sonrisa tímida y llena de nostalgia.
Su abuela había tenido tres hermanas y cuatro hermanos. Syla, era la menor de las hermanas y la única que aún estaba con vida. El gran parecido con su abuela llenaba a Jodie de tristeza y, al mismo tiempo, de tranquilidad. Quizá por eso acudió a ella.
—¿Qué es esto? ¿Té? —preguntó, ocupando otra de las sillas del jardín—. No podemos hablar de hombres con té. Kirsten, trae la botella de Brandy que está en mi habitación. Esta pobre chica está temblando. Un traguito y se sentirá como nueva.
Syla le guiñó un ojo y Jodie esbozó una pequeña sonrisa. Su tía Kirsten se marchó y regresó con el Brandy; le sirvió un poco dentro del té y ella lo bebió despacio. El licor era un poco fuerte, pero serenó sus nervios.
—¿Mejor? —dijo la anciana.
Jodie asintió. Su tía Kirsten sonrió y acarició su cabello con cariño.
—Aprovecharé para ir al mercado —anunció, antes de despedirse y dejarlas a solas.
Se quedaron un rato en silencio mientras Syla bebía su té y el brandy a tragos cortos. Cuando acabó, se aclaró la garganta y dirigió una larga mirada silenciosa pero escrutadora.
—Dime por qué estás aquí. No tienes el corazón roto, pero hay algo más que te está consumiendo.
Jodie respiró profundo.
—Tengo esta duda en mi mente... —murmuró—. Creo que siempre ha estado conmigo desde que conocí a mi alma gemela, pero ahora no puedo dejarla ir. Está atormentándome todo el tiempo, incluso en mis pesadillas.
—¿Y qué duda es esa?
—Tía Syla, ¿alguna vez las almas gemelas han recibido el daño que estaba destinado a nosotras por la maldición?
—¿A qué te refieres? ¿No has sufrido ningún accidente?
—Es un poco extraño. Tuve varios incidentes cuando conocí a Wes, mi alma gemela, pero aún no estábamos juntos. Sin embargo, desde que estoy con él, no ha ocurrido nada. Ni el más mínimo ni tonto incidente. Nada.
La anciana frunció el ceño y meditó sus palabras.
—Esto es algo nuevo en el ciclo de la maldición... —repuso con expresión pensativa—. No lo había escuchado antes.
Sus palabras inquietaron aún más el espíritu de Jodie.
—Mi madre dijo que lo ignorara y lo hice. Por un tiempo, dejé a un lado aquel peculiar presentimiento que sentía, pero ahora... Creo que la maldición está afectando a Wes. No sé cómo ni el porqué, pero está causándole daño, y tengo miedo de que algo muy malo pueda pasarle.
La anciana estudió su rostro. Parecía estar leyendo sus sentimientos, sus pensamientos. Parecía conocer lo que ocultaba en sus ojos y guardaba dentro de ella.
Varios segundos después, dejó escapar una lenta exhalación y se estiró para unir sus manos. Jodie se sintió reconfortada, pero no lo suficiente.
—Cariño, tú no viniste a mí con una duda —sentenció, mirándola a los ojos—. Tienes miedo y ahora estás luchando con una certeza. Está escrito en todo tu rostro.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y se mordió los labios.
«No puedo seguir engañándome».
—Soy la culpable —dijo convencida.
La anciana negó y apretó sus manos.
—No puedes estar segura de eso, mi niña. Es cierto que este escenario es diferente a lo que hemos vivido en otros ciclos, pero no puedes hacerte responsable por algo que es incierto. Esta maldición familiar ha sido nuestra sombra por muchos años y ha transformado nuestras vidas, pero el destino es una fuerza aún más poderosa y compleja. ¿Alguna vez mi hermana te contó sobre tu abuelo?
Jodie pensó su respuesta, aunque estaba sorprendida por la repentina pregunta. Ella no conoció a su abuelo, y sus únicos recuerdos los vivió a través de las fotografías gastadas que aún conservaba su papá.
—La abuela solía decir que murió en el ejército —contestó.
Syla asintió.
—Es correcto. Tu abuelo era un buen hombre y vivió enamorado de Faith hasta el final de sus días. La amaba tanto que, cuando murió, me pareció injusto. Estaba segura de que un amor como aquel podría desafiar la maldición. Quería saber hasta dónde podría llegar antes de romperse, si su devoción era más fuerte... Pero el destino tenía otros planes.
Su expresión se empañó con tristeza y sintió una punzada en el pecho. Sus dedos acariciaron la piel arrugada y tibia de las manos de Syla y sus miradas se encontraron.
—Jodie, existen cosas en la vida que no podemos controlar y que no son causadas por esta profecía de corazones rotos. Sé que puede parecer doloroso y atemorizante, pero luego de perder a quien amamos, la vida continúa. Quisiera decirte que no es tu culpa, que no te romperán el corazón, que hay una forma de terminar esta maldición, pero no puedo. Ninguna de nosotras lo ha conseguido todavía. Sin embargo, quizá algún día alguien lo haga y sea suficiente para liberarnos a todas.
Jodie bajó el rostro y sus hombros se hundieron, dándose por vencida.
—¿Entonces qué debo hacer? —su voz salió titubeante y temerosa de sus labios. Apenas fue un murmullo, pero contenía todo su miedo, su felicidad y su corazón.
La anciana sonrió con melancolía.
—No te engañes, cariño —respondió con serenidad y pena—. Decidiste qué hacer mucho antes de venir aquí. Sin importar lo que yo pueda decir o hacer para convencerte, nada te hará cambiar de opinión. Tomaste la decisión de forma inconsciente cuando dejaste que esa duda en tu mente se volviera una certeza.
Sus palabras fueron como un golpe para hacerla despertar. Como una bofetada de agua fría contra su rostro. Como gritar la verdad luego de haber mentido por mucho tiempo. Jodie se sintió expuesta y avergonzada, pero sobre todo vulnerable. Y lo peor es que era su culpa. Se había empujado a sí misma a esa situación, incluso luego de haberlo negado de forma inconsciente una y otra vez. Quizá era tan transparente como sus padres solían decir. O su tía abuela era una mujer tan sabia como su abuela.
Sea como fuera, Jodie comprendía muy bien sus palabras.
«No puedo seguir engañándome».
Se quedó con Syla hasta que su tía Kirsten regresó. Estaba cayendo una lluvia inesperada sobre Londres y las mujeres la invitaron a quedarse hasta que menguara, pero agradeció su tiempo y se marchó. Se internó en las calles y caminó sin un rumbo fijo.
«Tienes miedo y ahora estás luchando con una certeza. Está escrito en todo tu rostro... Decidiste qué hacer mucho antes de venir aquí...».
Jodie se detuvo de forma abrupta y dejó que la lluvia empapara su ropa.
Syla tenía razón. Ella no había ido para encontrar una solución, sino para retrasar lo inevitable. Y lloró, en medio de la calle, porque esta vez era ella quien estaba rompiendo su propio corazón.
~~*~~
El cielo estaba oscuro cuando Jodie regresó al departamento. Apenas levantó su mano para introducir la clave, la puerta se abrió y Wes se plantó frente a ella con una expresión de muy pocos amigos. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y sus ojos estaban serios, al igual que la línea dura de sus labios.
Tragó con fuerza.
—¿Dónde estabas? —preguntó Wes—. Te he llamado por horas. Hay una tormenta afuera y tú seguías sin responder. Llamé a tus hermanos, a Amelia... También contacté a Ada y a Noah, porque pensé que habías regresado a Bournemouth. Incluso llamé a tus padres. Y nadie sabía de ti —su voz era dura y molesta.
El peso de sus palabras cayó sobre ella y se sintió avergonzada y mezquina. Fijó su mirada en sus zapatos mojados y en el charco de agua que estaba provocando su ropa empapada.
—¡Maldición, Jodie, estaba preocupado! —soltó Wes—. ¡Creí que habías sufrido un accidente o te habías perdido! No me debes explicaciones, pero pudiste haber llamado. Pudiste haber enviado un mensaje. Si necesitabas que te llevara a algún lugar o te recogiera, lo hubiera hecho.
—Lo siento... —su disculpa fue apenas un susurro lamentable—. Fui a visitar a una tía y luego perdí la noción del tiempo. Mi celular se descargó. Lo lamento.
Wes escudriñó su rostro en silencio y se vieron fijamente. Era evidente que él le creía, pero también parecía intuir que había algo más que ella no estaba diciendo. Aun así, cedió y se apartó de la entrada.
—Tienes que cambiarte esa ropa antes de que te dé un resfriado.
Jodie dejó de contener la respiración y entró en el departamento. La calefacción estaba encendida y el ambiente era cálido. Por primera vez, Jodie tomó conciencia del frío y de toda su ropa empapada y aplastada contra su piel; tembló y se abrazó a sí misma, apresurándose a la habitación.
Se desvistió con los dedos entumecidos y se dio una ducha caliente. Cerró los ojos y dejó que el agua cayera despacio sobre su rostro y su cuerpo, deshaciendo la frialdad de su piel. Apoyó la frente contra los azulejos y suspiró. El nudo en su garganta y el dolor en su pecho seguían presentes, recordándole que nada había terminado.
Salió de la ducha y se vistió. Sus movimientos se sintieron mecánicos y tensos, pero intentó relajarse y concentrarse en mantener sus pensamientos y emociones claras y controladas.
Cuando regresó a la sala, deslizó la mirada por la estancia. Wes estaba en la cocina, Darth estaba dormido en su cama y Salem estaba acostado en la mesa frente al televisor, observando el canal de cartoons que Wes debía haber sintonizado para él.
Jodie sonrió.
—¿Quieres comer algo? —preguntó Wes—. Ordené comida china antes de que empezara a llover. ¿Sabías que a Salem le gusta el cerdo con verduras? ¡Le gusta el brócoli!
Ella se acercó a él y lo abrazó por la espalda. Sus brazos se envolvieron con fuerza alrededor de su cintura y enterró el rostro contra su espalda, respirando su aroma. Wes dejó el té que estaba preparando y acarició sus manos.
Ninguno dijo nada y Jodie se sintió en paz. Por primera vez, luego de salir de casa de tía Kirsten, podía respirar con normalidad. Y casi era capaz de pretender que todo estaba bien.
—¿Qué sucede? —preguntó Wes—. Siento que llevas días intentando decirme algo...
Jodie no mintió, pero tampoco se apresuró a responder.
—¿Es importante?
Ella asintió.
—¿Y no puede esperar hasta mañana?
Negó con la cabeza y Wes hizo una breve pausa.
—Bien —coincidió.
Se separaron y salieron de la cocina. Jodie se sentó en uno de los muebles. Wes la imitó, y se acomodó junto a ella.
—Te escucho —dijo él con calma.
Jodie juntó las manos sobre su regazo y contempló el movimiento inquieto de sus dedos. No sabía cómo empezar esa conversación. Antes de regresar a casa, imaginó mil formas de hacerlo y por eso había perdido la noción del tiempo. Sin embargo, seguía sin encontrar las palabras adecuadas.
—¿Recuerdas cuando te mencioné que mi familia quizá no era tan normal como creías? —se aventuró a inquirir.
Wes asintió.
—Pues... es cierto. Lo que sucede es que... es que...
Él la miró. Sus ojos eran tan solemnes que Jodie hizo otra pausa.
—Antes de decirte la verdad, quiero que sepas que lo que diga tal vez te parezca muy extraño, pero debes dejarme explicar todo, ¿de acuerdo?
La expresión de Wes apenas se alteró. Mantuvo la compostura y asintió, animándola a continuar.
—La cuestión es que estamos malditos —sentenció Jodie—. Bueno, en realidad, esta maldición afecta solo a mi familia por parte de papá; para ser más específicos, a todas las mujeres que tengan sangre Sinclair.
—¿Te afecta a ti? —la voz de Wes era tranquila, sin burla ni pretensiones.
Ella asintió.
—Por eso creo que debes saberlo. Quise decírtelo antes, varias veces, pero siempre sucedía algo. Lo siento, pero creo que no pudo seguir evitando la realidad.
—¿Qué tipo de maldición es? ¿Qué sucede con las mujeres?
Jodie meditó sus palabras antes de responder, porque sonaba un poco increíble si lo decía sin ponerlo antes en contexto.
—Te contaré una historia, y así lo entenderás mejor. Este es un legado que mi familia ha soportado por muchos años y nos ha provocado dolor y tristeza. Por favor, confía en mí.
Wes dio un gesto afirmativo y Jodie soltó el aire antes de empezar a relatarle el mismo cuento que su madre le compartió meses atrás. Recordaba cada detalle, hasta el más mínimo, y no se guardó nada ni intentó distorsionar la verdad. Wes escuchó en silencio, atento; no interrumpió en ningún momento y su rostro era una máscara inescrutable.
Jodie creyó que su expresión sin emociones la haría sentirse más nerviosa, pero al contrario, la animó a sincerarse. Él no la estaba juzgando o burlándose de ella; solo escuchaba lo que tenía que decir. Aparte de la historia, relató las experiencias de las mujeres de su familia, sobre los accidentes y su infancia. Le comentó también sobre sus emociones, su conflicto interno, el miedo y el presentimiento que se había convertido en su sombra.
Cuando terminó de decir todo lo que necesitaba, ambos se quedaron en silencio. El único sonido que se escuchaba era el golpeteo suave de la lluvia contra las paredes y el ruido bajo de la televisión, que todavía proyectaba cartoons. Wes fue el primero en atreverse a hablar y su voz sonaba calmada, pero también tensa:
—¿Dónde fuiste hoy?
—Visité a mi tía abuela porque pensé que ella podría darme una respuesta —contestó Jodie—, pero es la primera vez que sucede algo como lo que está ocurriendo. Esta maldición debería afectar solo a mi familia, pero...
—¿Crees que me está haciendo daño?
Jodie asintió y observó sus dedos.
—No puedo estar segura, pero tampoco puedo ignorarlo por más tiempo y... Creo que es cierto. —Sus miradas se encontraron—. Todo lo que te ha sucedido me obliga a afrontar que es verdad. Creo que siempre tuve ese presentimiento, pero no quería reconocerlo, e intenté ignorarlo muchas veces.
Wes agitó su cabeza.
—Jodie, no creo que...
—No me crees... —Su ceño se frunció.
—No es eso. Confío en ti; sé que no compartirías esto conmigo si no fuera importante o real. Te creo, pero... —Wes hizo una pausa—. ¿Qué implicaría creerte? ¿Qué quieres hacer? ¿Qué podemos hacer para detener esto? Dijiste que no había forma de romper la maldición, ¿entonces qué sucederá ahora? Si lo acepto, ¿qué? ¿Voy a perderte? ¿Voy a tener que apartarme de ti?
El silencio descendió entre ellos. El dolor en su pecho se extendió hacia el resto de su cuerpo. Su corazón golpeaba con fuerza contra sus costillas. Le era difícil respirar. Aun así, se esforzó por esbozar una sonrisa.
—Tal vez sea lo mejor. Alejarnos por un tiempo y...
—No, no, no... —Él se levantó del mueble y negó con la cabeza—. Jodie, no.
—Wes, escucha...
—¿Quieres que terminemos?
La pregunta la dejó sin palabras.
Wes continuó agitando su cabeza y empezó a caminar de un lado a otro, como si fuera un animal enjaulado. Hasta antes de ese momento, casi creyó que esa conversación no tendría por qué salir tan mal ni ser tan dolorosa. Sin embargo, ya no estaba tan segura; era más que obvio que Wes estaba perdiendo la cabeza.
Jodie también se levantó y se acercó con cautela, intentando calmarlo.
—Wes, sé que quizá no es el mejor momento, pero...
—¡Jodie, no! —exclamó con impaciencia—. ¡No digas nada más! No vamos a seguir con esta conversación, porque es una completa locura. No voy a romper contigo. Te amo. Y no me importa si tengo que cargar con una maldición por mil años.
Ella tragó con fuerza y se plantó frente a él, con sus emociones a flote.
—No es tan sencillo. No funciona así. Tal vez creas que es un juego, que es una locura, pero tarde o temprano terminará haciéndote más daño. El accidente en Australia, los incidentes en las practicas, tu trastorno de ansiedad... Creo que todo está relacionado. Tuviste ese nuevo accidente y te golpeaste la cabeza. Hoy es eso, mañana podría ser algo peor.
—Ya lo sé —coincidió Wes con frustración—. Lo sé, y no porque crea que tiene que ver contigo o una maldición, sino porque estas cosas pasan. En mi trabajo pasan, a otras personas les pasa, porque así es la vida y no podemos controlar lo que sucede.
Wes se acercó y sostuvo sus hombros. Su agarre era firme, pero no la lastimó.
—Jodie, mírame.
Ella lo hizo, aunque deseó no hacerlo. Su expresión lucía tan alterada y desesperada que provocó que su corazón se rompiera un poco más. Sus hermosos ojos verdes parecían suplicar; estaban teñidos de temor, y quiso abrazarlo con fuerza para que su dolor se detuviera.
—No puedes hacer esto, cariño. No puedes destruir lo que tenemos por algo que no estamos seguros de si es cierto. Sé que ha sido muy difícil para ti. Sé que arriesgo mi vida cada vez que compito y que eso puede producirte mucho miedo, pero no puedes alejarme e ignorar nuestros sentimientos.
Jodie tragó duro y sus labios temblaron.
—¿Y si dentro de un mes vuelves a tener otro accidente? ¿Y si es tu pierna de nuevo? ¿O si es tu brazo? ¿Y si te lesionas y no puedes volver a competir? ¿Y si tu carrera se acaba para siempre? —dijo—. ¿Podrás mirarme a los ojos sin culparme? ¿Podrás decirme que me amas aunque ya no quede nada de quien eres? ¿Puedes decirme, en este momento, que no me dejarás aunque tu vida se vuelva miserable?
—Jodie...
Sus ojos se humedecieron y las lágrimas rodaron por sus mejillas.
—Yo no podré vivir sabiendo que te arrebate lo que más querías —sollozó—. Me dolería saber que sufres por mi culpa, que esto que está mal en mí también te lastima.
El semblante de Wes se suavizó e intentó secar sus lágrimas.
—No hay nada malo en ti. No pienses así. Nuestra relación es especial. Si somos almas gemelas, como en la historia, entonces podremos soportar lo que sea y estaremos bien.
Al escucharlo, ella casi creyó que tenía razón. Pero los recuerdos la invadieron. Recordó el accidente en Australia, su dura rehabilitación, aquella noche cuando tuvo el ataque de ansiedad, su miedo al verlo en el hospital, su sueño estremecedor...
—No puedo, Wes —murmuró y dio un paso hacia atrás—. Deberíamos tomarnos un tiempo.
Wes la miró consternado y Jodie intentó hacer que ese momento fuera menos insoportable.
—Sé que parece injusto, pero podrás concentrarte en tu carrera, en hacer el regreso que te mereces. Pilotear es lo que más amas. Mereces tenerlo de nuevo. Mereces ganar y convertirte en el mejor.
Él negó con la cabeza. Aunque cada vez lucía menos desesperado y más impotente. Ella estaba decepcionándolo. Podía verlo escrito en todo su rostro.
—No, por favor. No vamos a tomarnos un tiempo. No voy a dejarte. Quiero estar contigo. Quiero que estemos bien como hasta ahora, y que estés ahí cuando gane y me convierta en un campeón. Te quiero en el autódromo, de pie frente a mí, con una enorme sonrisa y bailando, porque estás muy feliz por mí. —Wes se encogió de hombros y le mostró una sonrisa rota—. Tardé muchos años en tener esto. En encontrarte de nuevo... No me lo quites ahora.
Jodie se estremeció y nuevas lágrimas empañaron su rostro. No pudo ocultar el temblor de su voz cuando se obligó a poner fin a aquella conversación.
—Lo siento —susurró—. Pero ya tomé mi decisión. Esta vez soy yo dejándote ir.
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