Capítulo 23
«Muérdago: en las tradiciones navideñas, el muérdago es un símbolo de fertilidad, protección, salud, paz, un romance profundo o una larga amistad».
En un abrir y cerrar de ojos ya estaban en Navidad. Era la época favorita del año de Jodie; los villancicos, las decoraciones navideñas, el ambiente festivo, los postres navideños, la comida... Ella pasaba cada año con su familia; se reunían, decoraban la casa, preparaban la cena, veían películas clásicas de Navidad y disfrutaban de la compañía de todos sin prisas y con cariño.
Ese año no fue la excepción.
Jodie llegó después del mediodía de Nochebuena junto a Salem. Esa mañana, había tenido un desayuno navideño con Ada y Noah; la cafetería cerraba desde Nochebuena hasta después del Boxing Day, así que Ada y ella siempre estaban disponibles para encontrarse con Noah en una breve celebración de Navidad antes de que cada uno emprendiera sus planes para pasar ese día con sus familias.
Los gemelos fueron los primeros en volver a casa. Los tres estaban recostados en el sofá, peleando por el control remoto, cuando Dare llegó con Amelia, lo que animó a Jodie, porque así serían dos chicas peleando por el control remoto.
Gwendolyn y Jeaniene, las novias de los gemelos, siempre pasaban Navidad con sus familias; Gwen regresaba a América con sus padres, mientras que Jean se quedaba en Londres. El caso de Amelia era distinto: su padre había muerto cuando estaba en el colegio y su madre se había vuelto a casar. Aunque Amelia tenía una buena relación con ella y su nuevo esposo, prefería pasar las festividades con Dare y el resto de la familia.
—Dice mamá que terminen de decorar el jardín —dijo Dare, quitándoles el control remoto.
Byrden y Ayden lo imitaron, igual que el meme de Cardi B, y Jodie soltó una carcajada. Sin embargo, todos se levantaron, obedientes, bajo la mirada mortal de su hermano mayor.
Jodie estaba desenredando las pequeñas luces para decorar el jardín cuando Amelia se sentó a su lado y empezó a ayudarla. Estuvieron calladas un buen rato, disfrutando de los villancicos que sonaban en la radio.
—¿Y Wes? ¿Viene o pasa las fiestas con sus padres?
—Vendrá —respondió Jodie, y sus ojos se posaron en el reloj de pared—. Solo está un poco retrasado.
—¿Ya está todo bien entre ustedes?
—Sí.
—Me alegro. —Amelia sonrió—. Por cierto, me gusta tu anillo.
Jodie observó su mano derecha. Un delicado anillo de oro rosado y plata descansaba en su dedo anular. Wes y ella habían decidido comprar anillos de pareja como regalo de Navidad. Él tenía uno muy parecido, pero era de oro y plata, y lo utilizaba en el mismo lugar.
—Gracias. A mí también me gusta.
Ambas compartieron una sonrisa mientras seguían desenredando las luces. Mientras tanto, Wes no desapareció de los pensamientos de Jodie.
Ellos habían planeado pasar las fiestas juntos en Cornualles, luego de que él asegurara que llevaba años sin celebrar Navidad en familia desde el divorcio de sus padres. Su madre solía pasar el día con unas primas en París y su padre salía a emborracharse en alguna fiesta con la mujer que estuviera con él en ese momento. Jodie se sintió un poco triste por él, pero Wes afirmó que estaba bien y que siempre había tenido a Darth consigo.
Esa mañana había llamado para decirle a Jodie que llegaría a Cornualles en la tarde. Sin embargo, estaba atardeciendo y no le había llamado o escrito de nuevo.
Jodie intentó mantener la preocupación a raya. Él estaba bien; todo había estado bien durante las últimas semanas. Wes estaba acudiendo a terapia para sobrellevar su trauma de lesionarse; había empezado un nuevo tratamiento para la ansiedad, que involucraba un antidepresivo con escasos efectos colaterales y que no creaba dependencia, y también estaba mejorando su problema de insomnio.
Yves notó que cuando ellos hablaban por la noche, antes de acostarse, Wes descansaba mejor, así que Jodie y él hacían videollamadas todas las noches sin falta. A él le gustaba escucharla hablar de su día, de lo que estaba haciendo, de cualquier cosa.
Otras veces hablaban de su terapia. Aunque Wes aún se sentía un poco reacio a mencionar detalles sobre su salud mental, Jodie sabía que, en el fondo, estaba agradecido con ella. Agradecido y avergonzado. Pero ninguna de esas emociones importaba mientras ella pudiera estar a su lado y apoyarlo.
Jodie comprendió que había cosas, como las emociones y los pensamientos, que ella no podía cambiar o reparar. Que el primer paso para mejorar era pedir ayuda. Que Wes tenía días buenos y días malos, y eso estaba bien. Que la salud mental era importante y que un trastorno mental quizá se convertiría en un compañero de vida. Y, al final, comprendió que el amor no siempre era la solución, pero que, aun así, Wes necesitaba todo el cariño y apoyo que pudiera obtener.
Aquel camino que él estaba transitando era ahora parte de ambos; era tan suyo como de Jodie. Y esa experiencia, en lugar de quebrar su relación, había fortalecido sus corazones.
Cada noche, mientras hablaban, Wes escuchaba su voz con una ligera sonrisa, y entonces Jodie sabía que él era feliz. Luego, cuando Wes se dormía, ella seguía hablando por un rato antes de finalizar la llamada. Y, en otras ocasiones, solo lo observaba dormir en silencio antes de colgar, por el simple hecho de que lo extrañaba.
Wes regresaba cada vez menos a Bournemouth. Y las pocas veces que lo hacía, ellos tenían apenas un par de horas para amarse. En la intimidad, poco a poco, habían ido descubriéndose el uno al otro; lo que la hacía gemir y provocaba que se retorciera con impaciencia y lo que hacía que Wes perdiera el control.
La intimidad también había sido un factor positivo y necesario en su recuperación. Habían recorrido y aprendido el cuerpo del otro, marcando sus partes favoritas, y se habían acostumbrado a aquella intimidad cómplice y sincera que era natural entre ellos.
Aunque también había cosas a las que no podrían acostumbrarse jamás, como la intensidad de su deseo o el placer sublime al unir sus cuerpos. Cada encuentro era inolvidable, lleno de pasión y necesidad, y enriquecía sus almas a un nivel que Jodie jamás podría entender y que no quería experimentar con alguien más.
—Jodie, cariño —dijo su madre, asomándose con un bol en sus manos que no dejaba de batir—, compré una nueva corona navideña para la puerta. Está en el estudio de tu padre.
—Ya la cambio —contestó y terminó su trabajo con las luces.
Miró alrededor y sonrió con nostalgia. Desde que era pequeña celebraban la Nochebuena y Navidad en el jardín. Sus padres fueron adecuando el pequeño espacio a lo largo de los años; colocaron un piso de madera rodeado de césped y plantas y una pérgola de madera con pilares para prevenir las lluvias imprevistas. Había guirnaldas de luces colgando del techo, sillones de mimbre acolchonados y un juego de mesa y sillas de madera donde siempre servían la cena.
Bryden y Ayden estaban terminando de poner la mesa, siguiendo las indicaciones que su mamá les dio. Dare estaba guindando los calcetines navideños, mientras que su padre estaba regando las plantas y recortando el césped. Jodie dejó a Amelia colocando las luces alrededor de los pilares de la pérgola para ir en busca de la corona navideña.
Como su madre le había dicho, encontró el adorno nuevo en el estudio. Era una corona muy linda con adornos y lazos dorados y rojos; como era tradición, estaba hecha de plantas como pino, acebo y hiedra, que mantienen su color verde durante todo el año, en señal de la eternidad de la vida. También había muérdago; no le sorprendió a Jodie, porque también era casi una tradición, y los antiguos druidas británicos consideraban que el muérdago era sagrado y tenía poderes milagrosos.
Salió al porche e intercambió las coronas. Se estaba asegurando de que estuviera en un buen ángulo cuando escuchó los ladridos. Un empujón inesperado la aplastó contra la puerta y rio mientras trataba de girarse para acariciar a Darth. Él brincó en dos patas y lamió su rostro, emocionando.
—¡Yo también te extrañé! —dijo entre risas—. ¡Ha pasado mucho tiempo!
Darth soltó ladridos felices.
Cuando Jodie por fin logró tranquilizarlo, Wes se detuvo frente a ella. Tenía aquella sonrisa de lado en su rostro que hacía que ella se derritiera y quisiera besarlo; quizá por eso Jodie se acercó y juntó sus labios.
—Llegas tarde —susurró.
—Lo siento —se disculpó Wes, y volvió a besarla como si así pudiera ganar su perdón.
Jodie sonrió de oreja a oreja y tomó su mano para llevarlo al interior. Dejaron el bolso de viaje de Wes en la sala y fueron directo hacia el jardín. Wes apretó la mano de Jodie y ella sintió cómo Wes se tensaba cuando toda la atención se posó sobre él. Darth parecía llevar mejor el primer encuentro; se dejó caer en un espacio despejado e hizo piruetas hasta que todos se acercaron a acariciar sus orejas o su panza.
La madre de Jodie fue la primera en saludar a Wes; le dio un fuerte abrazo y murmuró un saludo antes de regresar a la cocina. Su padre se acercó después; se dieron un apretón de manos y le preguntó si estaba listo para una maratón navideña de Doctor Who, a lo que Jodie negó, pero Wes asintió con esmero. Amelia fue agradable y simpática con Wes, como siempre era con todo el mundo.
Y luego... Luego fue el turno de sus hermanos. Nunca los había presentado de manera formal, y era obvio que Wes estaba un tanto nervioso. Ella podía entenderlo; sus hermanos a veces eran un poco difíciles y sobreprotectores, sobre todo Dare. Sin embargo, para sorpresa de Jodie, no la avergonzaron y se comportaron de forma amigable y calmada. Los gemelos se entendieron con Wes casi de inmediato, mientras que Dare fue más serio y distante.
—¿Crees que no le agradé a tu hermano? —preguntó Wes mientras la ayudaba a terminar de colocar las luces en la pérgola.
—¿A cuál? ¿Dare? —repuso Jodie con una sonrisa divertida—. No te preocupes, él se comporta así con las personas que apenas conoce.
—Eso es un alivio —agregó Wes con sarcasmo.
Jodie quiso seguir molestándolo, pero se distrajo al ver que Salem se estaba acercando sigilosamente a Darth, que estaba acostado junto al sillón donde su padre estaba sentado.
—¡Mira!, creo que Salem ha descubierto a Darth —señaló—. Es el momento de la verdad.
Wes también prestó atención. Cuando Darth notó al felino, se levantó y ambos se observaron en posición defensiva. Salem se acercó un poco más y Darth empezó a mover la cola, emocionado. Salem se apartó, pero, unos segundos después, volvió a intentar acercarse. Esta vez, Darth se acostó y mantuvo una posición tranquila, aunque su cola seguía agitándose feliz. Su postura sumisa pareció relajar a Salem; el felino se detuvo a escasos centímetros del perro y lo olfateó, levantando su pata para tocar la cabeza de Darth y así descifrar qué era el objeto desconocido. A pesar de su confusión, no se apartó, ni siquiera cuando Darth le sorprendió con un lametón en las orejas.
—Creo que a Salem no le molesta —dijo Jodie—. Hasta se acostó a su lado. Fue buena idea presentarlos aquí; es un espacio abierto y Salem se siente seguro. Y, por otro lado, Darth es muy amigable.
Wes sonrió.
—Ahora ya no estarán solos.
Ella asintió.
Un momento después, su madre apareció en el jardín, sosteniendo un muérdago en una rama.
—Chicas, ha llegado el momento de la tradición de muérdago —anunció.
Ella se acercó a cada uno y les dio un beso en la mejilla; dejó a su padre para el final y lo besó en los labios. Luego le pasó la rama a Amelia, quien repitió el mismo proceso para finalizar con Dare. Y, al final, fue el turno de Jodie: se acercó a besar a sus padres, a sus hermanos y a Amelia antes de volver a Wes. Él parecía renuente a darle un beso frente a todos, pero ella lo ignoró; dio un saltito para guindarse de su cuello y unió sus bocas en un beso abrasador. Cuando se separaron, ambos tenían la respiración agitada.
—Vas a conseguir que tu hermano me asesine mientras duermo —susurró él.
Jodie rio y él volvió a dejarla en el suelo.
Poco después, todos se sentaron a comer. La tradicional cena navideña sería al día siguiente, pero su madre había preparado otra deliciosa comida para esa noche. Comieron y disfrutaron las conversaciones y la armonía del ambiente. Rieron, bromearon y recordaron buenos momentos.
Cuando la cena acabó, Jodie y sus hermanos recogieron la mesa y se encargaron de lavar los platos y limpiar la cocina mientras su madre se quedaba en el jardín, disfrutando de la música y una copa de buen vino.
Al volver, Jodie se sentó en unos de los sillones junto a Wes y escuchó a su papá; él estaba contándole a Amelia una anécdota de sus clases como profesor en la universidad. Todos rieron, y el ambiente se volvió más acogedor y tranquilo.
Sus padres se levantaron a bailar en el espacio libre entre los sillones. Jodie sonrió y los miró con cariño. ¡Todos estos años juntos y aún se amaban con tanta devoción! Se notaba en sus rostros, en su forma de mirarse y de hablarle al otro. Era mágico y, al mismo tiempo, llenaba de nostalgia el corazón de Jodie, y hermosos recuerdos comenzaron a llegar a su mente. Ellos eran el mejor ejemplo de amor que podría haber tenido.
Dare se acercó a ellos y también la sacó a bailar. Jodie se rio y se entretuvo con él al notar que no dejaba de mirar sobre su hombro y poner cara seria.
—¡No pongas cara tan seria, estás asustando a Wes! —recriminó.
—Debería estar asustado —sentenció Dare con firmeza—. Si te rompe el corazón, nada podrá salvarlo de mí.
La sonrisa de Jodie se amplió ante su instinto de protección, pero las palabras que salieron de sus labios fueron amargas:
—Si me rompe el corazón, no será su culpa.
El brillo en la mirada de Dare se apagó al comprender el sentido de sus palabras.
—Jodie...
Ella negó con la cabeza y apretó su mano para hacerle saber que estaba bien.
Amelia se acercó unos segundos después para bailar con Dare y Jodie retrocedió, pero fue recibida por otros brazos. Wes envolvió su cintura y ella suspiró, apoyando la mejilla contra su pecho y disfrutando de la firmeza y calidez de su cuerpo. Bailaron al ritmo de una melodía suave, con movimientos pausados y serenos.
Luego charlaron un rato más, hasta que sus padres anunciaron que iban a retirarse para descansar. Pero antes explicaron la distribución de las habitaciones: los gemelos dormirían en su misma alcoba; Amelia con Jodie y Dare con Wes. Jodie casi estuvo a punto de reírse cuando notó la expresión de Wes.
—Estarás bien —dijo, despidiéndose de él con un beso—. En realidad, le agradas. Aunque no esperes que te abrace mientras duermes.
—¿Tendremos que compartir la cama? —Wes arrugó la nariz.
Ella quiso reírse.
—No te preocupes, es una cama grande para ambos —replicó—. Te dejé una manta extra, por si te roba la tuya.
La expresión de Wes fue una mezcla de consternación con terror. La sonrisa de Jodie se suavizó y se puso en puntillas para darle un beso casto en la mejilla.
—Buenas noches.
Wes parecía tener más que decir o, por el brillo en su mirada, Jodie se atrevería a pensar que no estaba contento con su simple beso de buenas noches, pero ella le mostró una sonrisa pícara y se marchó. Amelia seguía en el jardín con Dare, así que Jodie aprovechó para ducharse antes y ponerse el pijama.
—¿Y Wes? —inquirió Amelia, entrando en la alcoba.
—En la habitación de Dare.
Amelia le mostró una sonrisa cómplice y buscó su pijama antes de entrar en el baño. Jodie se acostó en la cama y contempló su techo plagado de pequeñas estrellas. Sus ojos empezaban a cerrarse cuando Amelia habló:
—Dare me dijo acerca de la maldición.
Jodie abrió los ojos y se sentó.
—Dijo que era justo que supiera la verdad antes de casarnos —agregó Amelia.
Sus ojos se encontraron y Jodie tragó con fuerza.
—¿Y qué sientes al respecto? —preguntó cautelosa.
—Cuando me contó la historia, primero me sentí incrédula. Creí que era broma, pero luego fue muy específico respecto a todas las mujeres solteras de su familia. Me contó historias y más historias hasta que le creí. Entonces me sentí enojada e histérica. No con él ni ustedes, sino por esto...
«Esto... La maldición», pensó Jodie.
Amelia suspiró y se sentó frente a ella.
—Lo que sucede con su familia, con las mujeres en específico, es extraño, inusual y devastador. Es egoísta de mi parte pensar en mí y lo que sucederá en un futuro cuando... va a sucederte a ti también, ¿verdad?
Jodie asintió sin poder decirlo en voz alta.
—Lo siento —murmuró Amelia con un hilo de voz.
El nudo en la garganta de Jodie se apretó, pero encogió los hombros como si la carga no fuera tan pesada.
—¿Crees que haya alguna forma de romper la maldición? —la preocupación e interés en la voz de Amelia fueron genuinos y Jodie supo que le importaba y quería ayudarla.
—Si la hay, yo no la sé.
La expresión de Jodie se tornó sombría y Amelia quiso decir algo que pudiera animarla. Pero no existían palabras. No había una salida de esa encrucijada. Aquella maldición no solo les había arrebatado la posibilidad de amar, sino también de elegir.
—¿Wes lo sabe?
—Aún no —dijo Jodie e intentó ocultar el temblor de sus manos—. Nuestra relación aún es reciente y él está pasando por muchos conflictos. No quisiera agregarle un peso más en este momento.
Amelia asintió de forma comprensiva.
—Al menos nadie podrá decir que las mujeres con sangre Sinclair no son fuertes.
Jodie contempló la ligera sonrisa de Amelia.
—¿Vas a casarte con mi hermano? —inquirió sin miramientos.
Las dos se miraron en silencio. Sus rostros eran solemnes y casi inescrutables. Jodie vio la verdad en los ojos de Amelia antes de que las palabras traspasaran sus labios.
—Me casaré —contestó con firmeza—. Amo a Dare, Jodie. Y aunque ahora sé de este extraño secreto familiar, aunque sé lo que sucederá si tenemos hijas, aun así... hay algo que me impide estar lejos de él. Sabes que no soy romántica. Tampoco tengo una personalidad brillante como la tuya; soy dura, realista y problemática. Pero siento que, si algún día tengo que atravesar el infierno o sufrir un corazón roto, Dare estará ahí. No hay nada más importante que tu hermano en mi simple existencia.
Los ojos de Jodie se llenaron de lágrimas y la abrazó con fuerza. No eran lágrimas de tristeza, sino de felicidad, porque sabía que ella iba a amar a su hermano como él lo merecía.
Cuando se separaron, Amelia se levantó y caminó hacia la puerta.
—Bueno, creo que ha sido suficiente tortura para esos dos. Tengo curiosidad por saber qué estarán haciendo.
—¿No crees que a Dare le moleste?
—No te preocupes. Lo mantendré ocupado —prometió Amelia con un guiño.
Jodie rio y se aseguró de que no hubiera nada comprometedor a primera vista dentro de su alcoba, como algún peluche o alguna foto de ella en la escuela. Estaba guardando algunas prendas caídas en su clóset, cuando unos brazos la levantaron del suelo y le hicieron cosquillas. Jodie chilló y trató de zafarse, pero Wes era más grande y fuerte. Maniobró su cuerpo a su antojo hasta que estuvieron frente a frente y sus ojos se encontraron.
—¡Tú...! —susurró contra sus labios—. ¡Eres una pequeña mentirosa!
Sus risas se apagaron cuando él la besó. Su boca se sintió caliente y adictiva sobre la suya. Se entregaron a ese beso que llevaban conteniendo desde la última vez que se vieron. La lengua traviesa de Wes se deslizó contra la de Jodie y profundizó el beso, haciendo que ambos gimieran y se abrazaran con más fuerza. Wes fue el primero en apartarse y dejó la cabeza de Jodie en las nubes. Cuando quiso volver a besarlo, él la dejó en el suelo y se alejó. Jodie hizo un mohín y lo miró insatisfecha.
—¿Esta es tu venganza?
—No más besos así.
Ella resopló.
—Tú sabes por qué.
Por supuesto que lo sabía. Besos así eran el preludio perfecto antes de terminar desnudos en la cama. Si estuvieran en casa o en algún otro sitio, no importaría. Pero Wes era anticuado y se rehusaba a involucrarse con ella en una casa donde estaba toda su familia y las paredes parecían tener oídos. A pesar de sus quejas, Jodie admitía que el gesto de Wes era adorable y caballeroso.
—Tu habitación es sobria —comentó él, acercándose a una pared donde había una pizarra de corcho con fotografías, papeles y otras cosas antiguas.
—¿Qué esperabas encontrar? —preguntó ella con curiosidad.
—No lo sé. Quizás paredes rosadas, peluches, un traje de cheerleader, cosas brillantes y llamativas...
Jodie se rio.
—Si te sirve de consuelo, así era mi habitación cuando tenía quince años.
Se recostó en la cama y se arropó debajo del edredón. Cuando Wes iba a acostarse, lo detuvo.
—¡Eso sí que no! ¡Esto se va! —sentenció, apuntando la camiseta de su pijama—. Prometo no sobrepasarme contigo.
Los labios de Wes se estiraron en una sonrisa perezosa, pero obedeció y sonrió cuando ella se acomodó sobre su pecho. Jodie apoyó su mejilla contra la piel tibia de Wes y trazó formas sin sentido entre sus músculos. Ambos cayeron en un silencio cómodo y sereno mientras escuchaban el suave sonido de sus respiraciones.
—¡El color de nuestra piel es tan diferente! —dijo Jodie, estudiando su brazo contra la piel del pecho de él—. ¡Tú tienes ese lindo color dorado y yo soy tan pálida como un fantasma! De hecho, tengo el paquete completo: piel pálida, ojos saltones y sonrojo extremo.
Wes rio y envolvió su mano en la suya, acariciando el pulso en su muñeca. Jodie observó, con satisfacción, el anillo que reposaba en su dedo anular izquierdo.
—Me gusta tu piel pálida y tus ojos. No son saltones, solo grandes y expresivos —sentenció él—. Y me encanta tu sonrojo. ¿Sabías que tus mejillas no son la única parte de tu cuerpo que se sonroja cuando estás excitada?
Enrojeció e hizo un mohín.
—¿Ahora quién está siendo provocador?
Él besó su frente y Jodie sintió cómo su cuerpo se relajaba. Volvieron a quedarse en silencio, hasta que Wes habló:
—¿Dónde está Darth?
—Creo que en la habitación de mis padres. Salem también duerme con ellos cuando estamos aquí. Creo que mi papá es un encantador de animales o algo así.
—Eso es bueno —murmuró Wes y cerró los ojos—. Nunca hemos sido una familia abundante y él también puede sentirse solo. Creo que podría acostumbrarse a pasar Navidad aquí cada año. Ambos podríamos.
La idea de que pudieran pasar más Navidades juntos en aquel lugar llenaba a Jodie de felicidad e ilusión, pero también de aprehensión y dudas. De pronto, la conversación con Amelia apareció en su mente.
—Wes... —empezó con cautela—, ¿y si mi familia no fuera tan normal como parece?
Él la miró.
—¿A qué te refieres? ¿Acaso son vampiros? Eso explicaría tu piel pálida —bromeó.
Ella rio y negó con nerviosismo.
—Lo siento, pero no somos vampiros. —Sonrió, aunque fue una sonrisa nerviosa—. Es algo más personal..., como en nuestro linaje.
Wes meditó en silencio y ella estudió su expresión, en busca de alguna señal o muestra de rechazo.
—¿Como una enfermedad hereditaria? —preguntó con calma—. Porque tu papá es fanático de Doctor Who, quizá en exceso, pero eso lo hace un geek y no un loco.
—No es mi papá. Bueno, sí, pero...
Decirle sería más difícil de lo que había imaginado. Jodie no tenía ni idea de por dónde comenzar sin que sonara como si estuviera haciéndole una broma. Casi deseaba que su secreto fuera que eran vampiros; solo haría falta enseñarle sus colmillos y voilà.
La voz de Wes interrumpió sus pensamientos:
—¿Es complicado?
Jodie estableció contacto visual con él y ni siquiera intentó ocultarlo. Asintió en silencio.
—Entonces dímelo cuando estés lista o cuando sea necesario. Creo que estaremos bien mientras tanto.
Ella esbozó una sonrisa y volvió a acomodarse contra su pecho. Wes acarició despacio su espalda y Jodie se dejó envolver en el sentimiento de seguridad que él siempre le proporcionaba. Su corazón titubeante tendría que esperar.
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