Capítulo 22

Jodie se despertó despacio al sentir roces suaves en el rostro. Abrió los ojos y se encontró con la mirada verde de Wes. Su sonrisa se agrandó. Él la miraba con tanta paz y ternura que le costó recordar lo que había sucedido en la madrugada.

Cuando las memorias la invadieron, el último rastro de somnolencia desapareció y estudió su rostro.

—Wes, ¿estás bien? ¿Te duele algo?

Tocó su piel; estaba fresca, sin fiebre ni sudor. Él tomó su mano en la suya y la apretó.

—Estoy bien.

Ella continuó escaneando su rostro y su cuerpo en busca de alguna señal que demostrara lo contrario. Cuando no encontró ninguna, sus miradas volvieron a encontrarse y el alivio la envolvió como una manta. La sensación de temor en su pecho se aflojó, dando paso a un sinfín de emociones que había intentado mantener dentro de una coraza que empezaba a agrietarse. Wes la apretó contra su pecho y la abrazó, al mismo tiempo que las lágrimas rodaban por sus mejillas. También se aferró a él y se reconfortó en la fortaleza de su cuerpo y en el latido firme y natural de su corazón.

—Lo siento, Jodie —susurró contra su cabello—. Lo siento tanto...

Jodie lloró de alivio y temor. Wes se mantuvo a su lado y acarició su espalda de arriba a abajo, murmurando palabras reconfortantes contra su piel. Poco a poco, se calmó y él secó las lágrimas de sus mejillas con delicadeza. Luego besó su frente y la apretó en un abrazo fuerte, como si fuera el último que pudiera darle.

—¿Qué sucedió? ¿Por qué reaccionaste así al tratamiento? ¿Tomaste más de la dosis que debías?

—No. Tomé 1 mg al mediodía y un 1 mg en la noche después de comer, pero la verdad es que ya no me estaba sintiendo bien. Quería llamarte y quería disculparme, y creo que todos mis pensamientos y lo que estaba sintiendo empeoraron los efectos del medicamento.

—Pudiste llamar y habría ido de inmediato —repuso ella y luego agregó, un poco alarmada—: ¡Dime que no condujiste tú mismo hacia acá!

—No, claro que no. Ni siquiera podía caminar en línea recta. Recuerdo que bajé a la recepción y, como estaba confundido, pregunté por ti y les dije que necesitaba verte. Los guardias me ayudaron a conseguir un taxi. Creo que también les di un susto.

Jodie meditó un segundo en toda la situación.

—Leí que las reacciones al medicamento pueden empeorar al inicio y cuando es la primera vez que lo tomas —comentó—. Quizá fue un poco fuerte para tu sistema.

El silencio de Wes tensó a Jodie y lo miró fijamente.

—No es la primera vez —confesó él.

Jodie frunció el ceño.

—¿Eso quiere decir que...?

—He sufrido de ansiedad antes —aclaró Wes—. Fue durante la secundaria, luego de la muerte de mi tío. Su pérdida me destruyó y, al mismo tiempo, mi papá me presionaba para competir; era obvio que tenía un futuro brillante y no quería que lo arruinara. El estrés hizo que desarrollara insomnio y fue la primera vez que consumí benzodiazepinas.

De pronto, todo empezó a cobrar sentido dentro de la mente de Jodie.

—¡Por eso no querías iniciar el tratamiento!

—De hecho, fue por varias razones. Los efectos adversos son complejos; es un medicamento que puede crear dependencia, y, sobre todo, no se supone que consuma drogas, ni siquiera aunque aún esté fuera de la temporada. No son las pruebas antidoping lo que me preocupa. ¿Has escuchado alguna vez de escándalos por dopaje en la Fórmula 1?

Jodie lo pensó un segundo y, a pesar de su escaso conocimiento en carreras, jamás había escuchado de un escándalo cómo sucedía con otros deportes. Ella negó.

—Exacto. Ya es un deporte peligroso y con bastantes riesgos inherentes a la propia competencia sin tener que añadirle el consumo de medicamentos. Si lo haces, no es solo tu vida la que arriesgas, sino también la de tus colegas, espectadores y todos los que están presentes. Además, una carrera se puede ganar por milésimas de segundo, y una distracción puede hacer la diferencia entre estar en el podio o no.

Ambos se quedaron en silencio.

Wes, perdido en sus pensamientos, y Jodie intentando asimilar todo lo que había escuchado. Había sido inesperado y le entristecía saber que él había tenido que lidiar con algo tan doloroso a una edad tan temprana. Sin embargo, también estaba agradecida de que le hubiera revelado aquellos misterios y secretos invisibles aferrados a su alma.

Entendía que era una situación difícil y complicada para Wes porque, aunque no demostrara de forma abierta aquello que sentía, ella se daba cuenta de podía percibir que exponer aquellas experiencias tristes y amargas de su vida mostraban una parte vulnerable y muy diferente del hombre que ella conocía, del Benjamin Wesley que todos creían conocer.

—¿Recuerdas cuando desaparecí aquella vez luego del cumpleaños de Ada? —Wes rompió el silencio—. Solo te dije que me había marchado por un asunto personal, pero nunca te expliqué la razón.

Ella no respondió, pero Wes debió haber deducido  por su expresión que lo recordaba.

—Regresé a Londres porque necesitaba un diagnóstico y un nuevo tratamiento —le contó—. Estuve en confinamiento esos días, mientras me sometía a pruebas físicas y psicológicas. En la etapa final de la rehabilitación, el insomnio volvió. Cada vez que pensaba en que se acercaba el momento de regresar a competir, me sentía muy inseguro. No había sufrido de ningún ataque de ansiedad, pero, aun así, Yves lo notó; mi padre también, lo notó y por eso me presionaba. No podría renovar mi contrato si mis resultados eran deficientes.

—Pero no lo fueron. Pudiste volver a competir... —Jodie tragó saliva con dificultad.

—Sí, el padre de Yves apoyó mi caso. Sin embargo, estaba claro que mi salud mental no estaba al 100%. Supongo que la escudería decidió arriesgarse. «Un campeón es un campeón», dijo mi padre. Pero hay muchas veces que no me siento así, Jodie. No me he sentido así en mucho tiempo.

Ella buscó su mano y apretó sus dedos.

—Debiste decírmelo —susurró, sintiendo un peso en su corazón—. Debiste confiar en mí.

—Lo sé —admitió él—. Debí decirte la verdad esa mañana, en lugar de enojarme y hablarte como lo hice. Tenías todo el derecho de estar enojada y de pedirme que me fuera. Te lastimé. Arruiné tu felicidad, la maravillosa noche que tuvimos... Y cuando me fui no pude evitar pensar en eso, en cómo todo era mi culpa.

—¿Por qué no me contaste? ¿Tenías miedo?

Wes sonrió un poco; una sonrisa amargada.

—Sí, lo tengo. Estoy aterrado, pero esa no fue la razón —confesó y la miró a los ojos antes de continuar—: Al principio, no quería decírtelo. No podía; me avergonzaba y quería evitar que me trataras diferente. No podía permitir que esto se entrometiera entre nosotros. Y tampoco quería que lidiaras con otra cosa por mí. Creo que la distancia ya es suficiente entre nosotros; ya es difícil para ti.

Jodie abrió la boca, pero Wes negó para proseguir.

—Sin embargo, la madrugada que volví y al día siguiente me di cuenta de que me sentía mejor. Podía dormir sin problemas y no tuve un ataque de pánico cuando piloteé en el circuito de pruebas de mi tío, así que pensé que podía ocultarlo un poco más, contárselo a Yves e intentar pretender que todo estaba bien. Aunque quizá solo me estaba dando falsas esperanzas con respecto a mi mejoría.

Wes acarició la mejilla y los cabellos de Jodie con delicadeza mientras sus ojos recorrían su rostro, como si quisiera aprender el último detalle de ella. Luego se separó, dejando el rastro fantasma de su toque.

—Lo siento, Jodie —susurró—. Ahora sabes la verdad; y supongo que, si quieres dejarme, no te lo impediré ni te guardaré rencor.

Pestañeó confundida. Por un momento, creyó haber interpretado mal sus palabras, pero su expresión solemne le indicó que no estaba bromeando.

—¿Por qué crees que quiero dejarte?

—¿Por qué no lo harías? —la voz de Wes revelaba tantos conflictos—. Ayer me comporté como un cobarde y te lastimé haciéndote creer que hay algo mal contigo cuando no es cierto. Luego regresé arrastrándome, y te di el susto de tu vida; tuviste que lidiar conmigo y mi patética y miserable existencia porque tengo un trastorno mental que ha sido mi sombra por años. Y dejando todo eso a un lado, está el hecho de que, si no logro recuperarme, arruinaré mi carrera y me convertiré en un gruñón, inútil y solitario piloto que alguna vez fue alguien famoso.

Aquellas palabras salieron de su propia alma y Jodie supo que debía haber dolido decirlas en voz alta. En ese momento, Wes era como una herida abierta que sangraba y que se veía tan mal, que parecía que jamás volvería a cerrarse...

Sin embargo, si esperaba que Jodie se rindiera solo por eso, él estaba muy equivocado. Ella estaba yendo en contra de aquella maldición enraizada a su propia sangre para estar con él. Aunque conocía el devastador destino que les esperaba, ella no estaba todavía preparada para dejarlo. Hasta que no se saliera de sus manos, hasta que no fuera inevitable, Jodie intentaría aferrarse con todas sus fuerzas.

—No voy a dejarte —sentenció sin dudar—. ¿No escuchaste lo que dije ayer?

Los ojos verdes de Wes resplandecieron.

—Creí que quizá decías eso porque estabas desesperada.

Jodie se sentó en la cama y lo golpeó. Wes también se sentó.

—¿Crees que diría algo así solo por desesperación? —declaró—. ¡No te amo porque seas Benjamin Wesley, sino por el hombre que eres cuando estás conmigo! Si no fueras famoso, si no fueras piloto, si no lucieras así o ni siquiera te llamaras Benjamin, estoy segura de que, aun así, te querría, porque eso es lo que hacen las almas gemelas; se reconocen, se encuentran y se aman más allá del tiempo, o de cómo luzcamos o de lo poco o mucho que tengamos, ¿no lo crees?

Ella lo observó con ojos esperanzadores y sinceros, intentando convencerlo, si no era con sus palabras, al menos con lo que estaba escrito en su mirada. Al final, él pareció rendirse. Suspiró y sus hombros se relajaron, al igual que su rostro.

—Sí, también lo creo —coincidió—. Lo siento por dudar de ti. Es difícil seguir creyendo en algo cuando todo se está desmoronando.

Ella sonrió y lo abrazó.

—No estás solo, Wes. No permitiré que nada se desmorone a tu alrededor —susurró en su oído—. A menos que sea un asunto de vida o muerte, no voy a dejarte.

Wes enterró el rostro en su cuello y regresó su abrazo con fuerza, como si al aferrarse a ella pudiera salvarse a sí mismo.

~~*~~

Aquel lunes Jodie no fue a trabajar; pidió permiso en la cafetería y se quedó con Wes. Charlaron, vieron televisión, cocinaron juntos y, al atardecer, salieron a dar un paseo.

Yves llamó cuando estaban sentados en una pequeña cafetería vegana. Su voz sonó aliviada al saber que Wes se sentía mejor. Pidió que le contara los detalles de la noche anterior y dijo que su padre estaba considerando modificar el tratamiento.

—Hablé con él acerca de lo que Jodie mencionó sobre tu carrera en el circuito de práctica —dijo Yves a través del altavoz del celular—. Además, ella dice que estás durmiendo bien y debo creerle, ya que duerme contigo.

Wes resopló.

—Planeaba decírtelo cuando regresara a Londres.

—Ya es tarde, y la verdad es que prefiero hablar con ella. Me trata mejor que tú y es hermosa. Es demasiado buena para ti.

Jodie se sonrojó y Wes gruñó.

—Siempre tan temperamental —Yves rio entre dientes—. Te veré mañana.

Wes se despidió y colgó. Luego cruzó sus brazos sobre su pecho y la miró mientras ella sorbía despacio su milkshake de vainilla. Sus ojos eran cálidos, pero había algo más en el fondo. De cierta forma, él parecía desconectado; no solo en ese momento, también había estado  así durante el resto del día. Él estaba a su lado y, al mismo tiempo, no. Sonreía cuando ella lo miraba y respondía con palabras breves a sus comentarios. Sin embargo, a pesar de su aparente calma, Jodie percibía que había un aire de tristeza y melancolía flotando a su alrededor.

Mientras terminaba su bebida, pensó en alguna forma de animarlo. No quería dejar ir a Wes sin estar segura de que estaría bien, de que estaba bien, si no aquello la volvería loca de preocupación.

Cuando Wes se excusó para pagar la cuenta, Jodie llamó a Ada.

—¿Por qué estás hablando en murmullos? —Ada le preguntó extrañada.

—Eso no importa —respondió Jodie, manteniendo la mirada en la espalda de Wes—. Quería hacerte una pregunta.

—Claro. Te escucho.

—¿Qué anima a Mark cuando está deprimido?

Ada meditó su respuesta por varios segundos antes de responder:

—Bueno, creo que por más deprimido que esté, siempre está dispuesto a tener sexo conmigo.

Jodie se sonrojó.

—Es más, diría que lo pone de buen humor —agregó su amiga con una risa.

—¿De verdad?

—Sí. ¿Por qué la pregunta? ¿Es Wes? ¿Está deprimido? ¿Por eso faltaste hoy?

—Mmmm..., algo sí —dijo Jodie, mordiéndose los labios—. Te lo explicaré luego. Pero creo que está un poco preocupado y triste.

—Entonces ponte uno de tus sexys conjuntos nuevos y deja que te vea un rato. Sedúcelo, Di-di. Estoy segura de que levantarás algo más que su ánimo.

Las mejillas de Jodie se encendieron y se despidió cuando vio a Wes acercarse. Su expresión se tornó un poco preocupada y tocó su frente.

—¿Te sientes bien? —inquirió—. Estás un poco sonrojada.

El rubor se deslizó hacia su cuello, pero Jodie negó.

—Vamos a casa —dijo con un hilo de voz.

Wes entrelazó sus dedos y volvieron.

Ya había anochecido.

Jodie preparó una cena ligera y se acomodaron en el sillón a ver televisión. Aunque ella no podía concentrarse; estaba nerviosa mientras ideaba la forma de seducir a Wes sin hacer el ridículo o ser tan obvia. Jodie le lanzaba breves miradas de perfil y, cuando la descubrió, sonrió y se dirigió a la cocina. Poco después, él le preguntó si quería ducharse primero, pero ella fingió estar limpiando y le dijo que se adelantara.

Solo cuando se aseguró de que Wes estuviera en el baño, se escabulló en la habitación y buscó en su armario su bolsito con lencería. Contempló ambos conjuntos, pero recordó lo mal que la hacían lucir, así que esta vez optó por el tercero.

Escondió el conjunto entre su pijama con lunares y esperó que Wes terminara de bañarse. Se paseó por la habitación mientras Salem la seguía con su mirada silenciosa, como si la estuviera juzgando por ser tan inocente.

—¡Pero no soy tan inocente! —dijo.

—¿Quién es inocente? —preguntó Wes.

Jodie casi pegó un salto y apretó el pijama contra su pecho, intentando desaparecer. En ese momento, Wes salía del baño y se estaba secando el cabello con una toalla.

—Nadie. Solo charlaba con Salem —respondió muy rápido, evitando quedarse mirando la forma en que la piel de Wes su piel resplandecía por el agua o cómo las gotas que se deslizaban por su torso y se perdían en su pantalón de pijama.

Wes pareció parecía a punto de decir algo, pero Jodie caminó deprisa en el baño y cerró la puerta. Cuando logró recuperar el aliento, se metió a la ducha y se lavó a conciencia. Después se secó el cuerpo y susurró una breve plegaria antes de vestirse. Casi temió mirarse en el espejo; pero cuando lo hizo, se sorprendió. De hecho, el baby doll no lucía mal.

Era una prenda sencilla, pero se ajustaba a sus pechos a la perfección, y el ligero material translúcido disimulaba bien su falta de exuberantes curvas; incluso sospechaba que luciría mejor en mujeres bendecidas con curvas sobrias como ella. El único detalle destacable era la abertura en el centro que caía en cascada desde sus pechos, dejando entrever la tanga de encaje.

Jodie se sonrojó y deseó no hacerlo. Le disgustaba que su cuerpo la traicionara de esa forma, ¡la hacía lucir tan inocente! Pero lo que más le molestaba era que no podía negarlo: sí, era tímida y reservada en ciertos temas. Sin embargo, cuando estaba con Wes, sentía confianza y seguridad para relajarse y dejarse llevar. Por eso, aunque ella no fuera la mujer más sexy y deseable de todas, y aunque pocas veces tomaba la iniciativa entre ellos, esa noche iba a seducir a Wes sin importar nada.

Ella le sonrió un poco a su reflejo, peinó sus cabellos cortos y se colocó un poco de máscara de pestañas. Cuando se aseguró de que todo estaba en orden, contuvo el aliento y abrió la puerta.

Lo único que encontró fue una habitación vacía. Salió del baño y contempló a Salem, ahora dormido cerca de la ventana.

—¿Wes?

El viento que se filtraba entre las cortinas la hizo temblar; la prenda apenas cubría el inicio de sus muslos. Maldijo entre dientes antes de ponerse una bata de dormir. Luego cerró la ventana y salió en busca de Wes.

Las luces estaban apagadas en la cocina y en la sala; lo único que iluminaba la estancia era la luz de la luna que se filtraba entre las cortinas del balcón. Caminó en esa dirección y asomó la cabeza para encontrar a Wes sentado en su banca y mirando las estrellas. Su rostro elevado al cielo era sereno; sus ojos refulgían, brillantes y hermosos.

—Wes... —dijo, intentando ocultar el tono inquieto en su voz—. ¿Estás bien?

Él pareció salir de su estado de meditación y la miró. Varios mechones largos se agitaron contra sus mejillas, pero eso no ocultó la sonrisa que esbozó.

—Mi tío me enseñó a ver las constelaciones cuando era pequeño. Tenía un telescopio en su casa en Cornualles. Me encantaba usarlo, me hacía feliz.

Jodie sonrió y también contempló el cielo. La noche estaba fría y se estremeció, abrazándose a sí misma. Entonces se percató de que Wes solo vestía su pantalón de pijama, estaba descalzo y su cabello aún estaba húmedo.

—¡Vas a resfriarte! —lo riñó.

Wes también pareció notar por primera vez su aspecto y asintió. Dirigió una última mirada a las estrellas y se levantó.

—¿Quieres un té antes de dormir? —preguntó—. A mí me ayuda mucho.

—Gracias.

Él la siguió hasta la cocina y se sentó en una de las sillas junto al mesón mientras Jodie preparaba el té. Ella intentó concentrarse en esa tarea y no en la forma en que su mirada la seguía. Al menos, la cocina estaba en penumbras y ocultaba su rubor. Cuando por fin colocó la taza humeante frente a él, Jodie se sintió un poco azorada e inquieta y su respiración danzó a un ritmo más rápido de lo normal.

Bebió el té con calma y, esta vez, fue su turno de estudiarlo con la mirada. Él lucía bien, pero estaba más callado de lo habitual, y Jodie se preguntó si aceptaría el tipo de intimidad que ella quería ofrecerle. Wes no la había besado desde su discusión, ni había intentando algo más que una simple caricia. Y, a pesar de eso, Jodie lo deseaba. No podía mentir: en ese momento, deseaba tanto a Wes que casi le dolía verlo y no tocarlo. Quizás por ello cedió al impulso de permitir que sus dedos rozaran su cabello.

—Está un poco más largo de lo usual —comentó, acercándose despacio.

—Lo sé. Lo cortaré pronto.

Ella sonrió.

—También me gusta así.

Jugó con los mechones de su cabello y se colocó detrás de él, dejando que sus dedos se aferraran a sus hombros.

—Estás tenso —murmuró, masajeando sus músculos con cuidado.

Wes dejó escapar un suave suspiro y su cuerpo se relajó en sus manos. Cuando Jodie disolvió un par de nudos en la base de su cuello, Wes gimió y un estremecimiento recorrió su cuerpo, calentando su sangre. Con lentitud, Jodie apartó su cabello hacia un lado y despejó su cuello. Sus dedos rozaron la piel de Wes con delicadeza hasta que se inclinó y sus labios siguieron con sus caricias.

El cambio en su cuerpo fue inmediato: Wes se tensó, pero ella no dejó de besarlo; su fragancia masculina estaba alborotando sus sentidos y volviéndola más audaz. Ella dio ligeros mordiscos y lamió su piel, ascendiendo hacia su oreja; sus labios recrearon su forma y su boca capturó el pequeño lóbulo con sus dientes.

—Jodie... —murmuró, conteniendo las palabras, al igual que su respiración.

Él no la detuvo y Jodie siguió besando y repartiendo caricias sin titubear. Deslizó sus manos hacia delante, descendiendo muy despacio por su torso; las puntas de sus dedos hormigueaban donde lo tocaban. Era una sensación extraordinaria. Piel cálida y músculos duros. Todo su cuerpo a su disposición para tocarlo y besarlo si deseaba.

Continuó con su exploración hasta que Wes tomó su mano y la atrajo hacia el círculo de sus brazos, entre sus muslos, y con la espalda pegada al mesón. Sus manos atraparon su cintura mientras levantaba el rostro para mirarla. Jodie estudió su mirada; era brillante y, al mismo tiempo, estaba teñida de sombras. Su cuerpo vibró con expectación al reconocer el anhelo en sus ojos, al saber que él también la deseaba.

—Desearía no tener que irme mañana.

—Lo sé —musitó ella y su respiración se agitó—. Pero estás aquí ahora.

Sus intenciones quedaron más que claras y Wes sonrió. Sus manos descendieron hasta sus caderas y se aferró a ella, al mismo tiempo que se inclinaba y descansaba la frente contra su vientre. Antes que cualquier otra cosa, él parecía estar buscando consuelo, y Jodie se lo dio; acarició su cabeza con roces reconfortantes y peinó su cabello con sus dedos.

Permanecieron varios segundos así, disfrutando solo de la cercanía y la calidez del otro. Luego Wes se apartó y contempló su rostro. Sus manos ascendieron y descendieron por sus costados, frotando la seda de su bata. Jodie tragó con fuerza e intentó relajarse mientras él empezaba a jugar con el nudo.

Cuando lo soltó y apartó la seda, percibió cómo su expresión se transformaba de la curiosidad a la sorpresa, y luego a una pasión tan ardiente que le secó la garganta.

Sus ojos la recorrieron muy despacio; parecía querer abarcar hasta el más mínimo detalle y ella lo dejó, aunque casi podía sentir cómo sus ojos la quemaban. Sus pechos, su vientre descubierto, la delicada tanga de encaje... Su mirada era muy masculina y sensual, como si estuviera imaginando todo lo que haría.

Cuando habló, su voz sonó sonaba más grave y profunda:

—¿Esto es para mí? —Estudió los pliegues del baby doll.

Jodie asintió. Su corazón latía tan fuerte que no se sentía capaz de hablar.

—Te queda muy bien —agregó él, aclarándose la garganta.

Jodie se ruborizó, pero la satisfacción ardió en su pecho. Se sintió hermosa y deseable; y, en un movimiento osado, dejó caer la bata para que él pudiera disfrutar de una visión completa. Dio un giro lento y esperó. Wes se levantó de la silla y Jodie retrocedió, hasta que su espalda baja golpeó el mesón.

Ella lucía pequeña comparada con su porte imponente y sus hombros anchos, pero no se sintió intimidada. Wes nunca usaba su tamaño para intimidarla o presionarla. Y amaba eso tanto como la excitaba. La idea de que él fuera tan fuerte y, al mismo tiempo, delicado y tierno, le despertaba pensamientos eróticos.

Sus cuerpos estaban separados por escasos centímetros y la tensión era casi tan dolorosa como palpable. Jodie comenzaba a tener serios problemas para concentrarse cuando el torso desnudo de Wes estaba tan cerca; cuando sus respiraciones calientes compartían el mismo espacio y él la miraba de una forma tan secreta e íntima como si supiera lo que estaba pensando.

Wes se mantuvo frente a ella, sin moverse. Y sabía que estaba esperando una señal que lo animara a continuar, así que Jodie dio el primer paso.

Se acercó y sus manos rozaron los brazos de Wes, ascendiendo hasta sus hombros. Su toque fue lento y deliberado y bastó para que Wes reaccionara; sus manos sostuvieron la cintura de Jodie y la levantó hasta tenerla sentada en el mesón. Ella se aferró a sus hombros y separó los muslos por instinto. Sintió que el cuerpo de Wes presionaba contra el suyo mientras sus manos buscaban más piel bajo la fina gasa del baby doll. Jodie tembló y sus ojos se encontraron. Wes atrajo una de sus manos a su cuello y acarició la firme columna con movimientos provocadores. Inclinó su rostro para besarla y, aunque ella también se moría por besarlo, esquivó su boca en el último segundo. Él volvió a intentarlo; persiguió sus labios, pero ella permitió apenas unos ligeros roces antes de alejarse.

Jodie le sostuvo la mirada sin inmutarse. No podía explicarlo, pero la forma en que la miraba y la tocaba avivó algo en su sangre que la hizo querer jugar con él y provocarlo hasta que perdiera el control. Quizás a su lado seductor le gustaba divertirse un poco, o solo era una venganza por la eterna paciencia que Wes tuvo la primera vez que pasaron juntos.

—¿No vas a dejar que te bese? —preguntó Wes.

—Aún no —contestó ella—. Dijiste que te enseñaron a ser paciente.

Los ojos de Wes se oscurecieron y apretó la mandíbula. Jodie sonrió y se acercó para besar la piel rasposa de su barbilla. Esparció besos por todo su rostro y su cuello, menos donde sabía que más lo deseaba; casi podía sentir su impaciencia emanando de su cuerpo.

No se sorprendió de que intentara distraerla con caricias; primero en sus muslos y luego en sus pechos. Jodie se mordió los labios para no gemir cuando sus dedos frotaron sus pezones sobre el encaje. Wes sabía cómo tocarla; sabía que prefería las caricias firmes a los roces delicados que, en lugar de complacerla, hacían que se quejara insatisfecha. Y usó su placer en su contra para que Jodie sintiera la cabeza ligera y los pensamientos embriagados. Cuando se inclinó y lamió uno de los pequeños brotes fruncidos, el placer se esparció por el vientre de ella y arqueó su espalda hacia su boca.

Jodie comprendió que debía detenerlo o terminaría sucumbiendo ante él. Era claro que ambos estaban excitados; sus respiraciones estaban entrecortadas, sus miradas nubladas y sus cuerpos calientes, y ni siquiera se habían besado. Sin embargo, estaba dispuesta a estimular un poco más su vista y a mantener su plan; iba a seducirlo muy despacio.

Con su objetivo en mente, Jodie ignoró el temblor de sus dedos y se inclinó hacia atrás, recostándose sobre la superficie plana del mesón. La expresión de Wes pasó de la confusión a una visible frustración porque ahora sus pechos estaban fuera de su alcance. También extrañó su boca y sus caricias; y, quizá por eso, sintió la necesidad de reemplazar sus manos por las suyas.

Ella luchó con el rubor que tiñó sus mejillas mientras se tocaba a sí misma. Había hecho eso antes, en la oscuridad y privacidad de su habitación, cuando estaba sola y creía que él jamás sería suyo; había sido una forma de liberarse y tenerlo por breves minutos, aunque solo fuera en su imaginación. Pero ahora todo era muy real e intenso. Era mil veces mejor que en sus pensamientos; Wes la miraba de una forma tan intensa y salvaje, tan indescriptible y cautivadora, que solo la incitó a torturarlo aún más.

Jodie olvidó las caricias delicadas y se tocó como él lo haría. Masajeó sus pechos despacio, pero con dureza. Sus pezones se irguieron, suplicando atención, y ella frotó su piel arrugada y sensible entre sus dedos; los excitó y tiró de ellos hasta que dolieron, hasta que estuvieron hinchados y enrojecidos contra la ligera capa de encaje que los cubría.

Su respiración se redujo a suspiros entrecortados que intentó controlar, pero era casi imposible cuando Wes parecía a punto de arrancarle el baby doll y servirse él mismo con sus pechos. Se estremeció ante la imagen que apareció en sus pensamientos y el creciente deseo líquido que se acumulaba entre sus muslos. Supo que no podía ignorarlo por más tiempo más. No quería.

Guio una de sus manos a través de su cuerpo, entre la abertura de la prenda y sobre la planicie de su vientre. Puso toda su atención en la exploración de sus dedos sin mirar a Wes, aunque podía sentirlo en cada pequeño centímetro que descendía, en cada roce titubeante. Aun así, no se detuvo; sus dedos se escabulleron bajo el encaje de su tanga y se escapó un pequeño gemido de sus labios cuando encontró su humedad. Su sexo estaba caliente y resbaladizo, y el pulso escondido entre sus piernas era insistente y necesitado.

Jodie cerró los ojos mientras se tocaba, avivando aún más el fuego en sus venas. Sus dedos parecían intuir lo que necesitaba y no se negó al placer; buscó su clítoris y lo excitó, elevando su pasión y manteniéndose en el cielo. Se acarició rápido y duro; y cuando eso ya no fue suficiente, introdujo un dedo en su interior. Su último rastro de vergüenza desapareció en ese momento.

Estaba tan caliente y desesperada que todo dejó de existir. Solo estaba ella y sus caricias; su respiración entrecortada y los pequeños gemidos que salían de sus labios. Separó un poco más los muslos y aceleró el ritmo de sus dedos. Por instinto, sus caderas se agitaron y empezaron a estrellarse contra su mano. Su cuerpo se tensó, con dolor y placer, y pudo sentir el orgasmo construyéndose en lo profundo de su ser.

—Es suficiente —escuchó la voz de Wes fuerte, clara y peligrosa. Y a pesar de eso, no se detuvo. Al contrario, gimió alto, arqueó su espalda y continuó, guiada por las maravillosas sensaciones que experimentaba—. Jodie... —su voz era baja y contenía más de lo que dejaba traslucir; era como una advertencia y una súplica.

Jodie abrió los ojos y lo miró.

Wes no esperó. Él aferró su brazo, y Jodie se quedó sin aliento cuando impactó contra la dura pared de su torso. Wes mantuvo su cuerpo apretado contra el suyo y, un latido después, su boca estaba devorando la suya. Aquel beso fue distinto a cualquiera que le hubiera entregado antes; fue rudo, implacable, lleno de lujuria y un deseo crudo y sensual. Su boca la consumió, exigiendo una respuesta igual de anhelante, y encendió su cuerpo, haciéndola gemir y estremecerse entre sus brazos.

—Lo hiciste para provocarme —susurró él contra su boca—. Estamos a mano.

Wes escrutó el rostro de Jodie con la mirada tormentosa. La miró por breves segundos antes de volver a besarla; sus labios la incitaron y su lengua danzó con la suya, cálida y vehemente. Sus caricias también eran febriles y bruscas. Jodie podía sentirlo en todas partes; su boca jugando con ella, sus manos acariciando su piel y su erección rozándose contra su humedad...

Cuando una de sus manos bajó por su cuello y se encontró con el inicio del baby doll, Wes tiró de la prenda hacia abajo con fuerza y sus pechos saltaron fuera del encaje, erguidos y listos para él. Una de sus manos se cerró alrededor de su piel sensible y gimió cuando el pezón se clavó en su palma. Eso pareció desbaratar el último ápice de su control.

Su mano libre se deslizó en su tanga y estimuló su clítoris, agitando su pulgar de arriba hacia abajo, hasta que Jodie gimoteó y se retorció contra él. Entonces Wes se detuvo y ella estuvo a punto de protestar, pero su boca embebió cualquier queja mientras sus manos levantaban sus caderas y deslizaban el encaje por sus piernas. Se aferró a sus hombros y gimió cuando Wes la penetró.

Una sensación de electricidad se expandió por sus extremidades. Jodie cerró los ojos, rodeó su cintura con sus piernas y lo atrajo más profundo en su interior, arrancándoles un gemido a ambos. Era demasiado bueno. Era perfecto. Cuando Wes empezó a moverse, creyó que no lo resistiría. Sus manos sostuvieron su cintura y la embistió con fuerza.

Ella echó la cabeza hacia atrás y se dejó llevar. Su cuerpo era un cúmulo de sensaciones, sin pensamientos, sin palabras. No intentó resistirse a lo que estaba sintiendo, no se resistió a él; se entregó por completo. Y Wes estuvo atento a ella, a sus gemidos y al lenguaje honesto de su cuerpo, como si así pudiera darse cuenta de si estaba haciendo lo que ella quería, lo que necesitaba. Cuando pareció que no era suficiente, sus manos aferraron sus muslos y levantó su cuerpo.

Apenas fue consciente del momento en que su espalda golpeó la pared. Toda su atención estaba puesta en el hombre entre sus brazos: en la manera desenfrenada en que la besaba; cómo su lengua se movía contra la suya, imitando los movimientos de sus caderas; cómo sus pechos brincaban y las puntas duras se frotaban contra su torso; cómo sus manos se aferraban a su piel... Jodie observó todo con ojos entreabiertos. Sus uñas se clavaron en su espalda mientras su cuerpo igualaba el ritmo que Wes marcaba; en ese momento, no existía nada más que sus cuerpos, moviéndose juntos como si hubieran nacido para hacer esto, como si estuvieran hechos para encajar de esta manera. Solo estaban ellos. Placer infinito, respiraciones aceleradas y piel húmeda y brillante.

No le tomó mucho tiempo alcanzar su liberación. Enterró el rostro en el cuello de Wes y envolvió sus brazos a su alrededor mientras ambos sucumbían a su pasión. Poco a poco, sus respiraciones se calmaron. Wes sostuvo su cuerpo apretado contra la pared, hasta que ambos recuperaron el sentido. Luego la llevó de vuelta a su habitación, y ella se sintió agradecida porque no creía que sus piernas pudieran funcionar tan deprisa.

Se acomodó en la cama mientras Wes removía el delicado baby doll que, por algún milagro, se mantenía en una sola pieza. Ella sonrió y Wes besó su sonrisa mientras acariciaba su cuerpo con intención.

—Una vez más, antes de que tenga que irme —pidió contra sus labios—. Por favor.

Sus ojos eran cautivadores. Habían recuperado un poco de verde, pero todavía conservaban chispas de deseo. Las palabras parecían estar de más, así que Jodie apartó los suaves mechones de su rostro y selló sus labios con los suyos.

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