Capítulo 19
Expectación: aguardar, esperar, desear. Ansiedad, curiosidad u otra emoción intensa que se produce al esperar con gran anhelo, deseo o esperanza que algo importante suceda.
El viaje de vuelta a casa estuvo lleno de tensión. Ni siquiera hablaron. La expectación era casi palpable entre ellos y Jodie sentía que era difícil respirar. Estaba segura de lo que iba a suceder cuando llegaran a su departamento, pero eso la hacía sentir más nerviosa que tranquila. Por su mente pasaban un sinnúmero de pensamientos coherentes e incoherentes.
Recordó la conversación que había tenido tuvo con Noah y Ada. Esa noche sería especial. Ella debía hacerla especial para Wes. No por nada había acompañado a Ada a la tienda de lencería. Había comprado tres conjuntos distintos. No se los probó por vergüenza y porque el lugar estaba repleto, pero lucían bien en los maniquís. Jodie confiaba en que luciría bien.
Ella estaba preparada.
Cuando Wes estacionó frente a su departamento, bajó primero y abrió la puerta del edificio. El sonido de sus pasos mientras subían crispó aún más sus nervios y se dijo que estaba comportándose como una tonta. No iba a tener un encuentro de una noche con un desconocido. Era Wes quien caminaba detrás de ella. Sería él quien la besaría, a quien acariciaría.
Entró en el departamento y Wes la siguió. Un segundo después, su boca estaba persiguiendo la suya. Ella se estremeció y dejó que apretara su cuerpo contra la puerta. La sangre volvió a encenderse en sus venas y su piel ardía donde se rozaban. Sin embargo, antes de dejar ir el poco sentido que él le estaba robando con sus besos, Jodie separó sus rostros y lo miró.
—¿Podrías darme... cinco minutos? —balbuceó agitada—. Solo... quédate aquí y yo... volveré. Lo prometo.
La expresión de Wes era confundida y un poco desanimada. Creyó que iba a volver a besarla, pero accedió y se apartó de ella. Ella esbozó una pequeña sonrisa apaciguadora y caminó deprisa hacia su habitación.
Rebuscó en el fondo de su clóset, hasta que encontró un bolsito de seda. Entró en el baño y se lavó el rostro para intentar concentrarse. Luego estudió cada conjunto con ojo crítico mientras los acomodaba sobre la encimera.
El primero era un modelo de dos piezas con encaje rosa y tiras y lazos por todos lados. El segundo parecía un traje de baño de encaje y seda turquesa. Y el último era el más simple de todos: un baby doll de encaje y gasa blanca, abierto en el medio junto a un interior de encaje.
Solo verlos provocaba que sus mejillas se llenaran de calor.
Jodie se armó de valor y se desvistió.
El primero en probar fue el conjunto de dos piezas. Se miró en el espejo de cuerpo entero detrás de su puerta. El resultado la hizo fruncir el ceño, descontenta; ¡en la modelo aquel conjunto se veía tan exuberante y atrevido con las tiras cruzadas sobre el abdomen y los listones provocadores, pero en ella lucía tan común y sin gracia! Su figura tan delgada y las tiras, que flotaban contra su piel, resaltaban su falta de curvas.
Jodie se lo tomó con calma. Respiró y se probó el segundo conjunto. Este le generó una reacción aún más intensa.
Al verse en el espejo, casi sintió ganas de llorar. La prenda no solo era muy grande, sino que sus pechos ni siquiera podían rellenar el espacio del corpiño. Por más que intentó ajustarlo a su cuerpo, la seda se veía suelta y grande en varias zonas.
—Todo está bien —susurró para sí misma, respirando profundo—. Todo está bien. No pierdas la calma. Solo es lencería. Estúpida lencería hecha para modelos y mujeres bendecidas con curvas, pero todo está bien...
Se desnudó de nuevo y se envolvió en una toalla. Miró el tercer conjunto y supo que sería una terrible opción probárselo.
Su madre siempre solía decir que cuando una mujer se probaba una prenda y no lucía como esperaba, se sentiría insegura todo el tiempo que la llevará puesta. Ya se sentía muy insegura como para empeorar su ánimo con otro conjunto desastroso.
—¿Jodie?
Un golpe suave en la puerta paralizó sus movimientos. Empezó a hiperventilar y arrojó las prendas al piso justo en el momento en que Wes abría la puerta.
—¿Qué haces?
Jodie se plantó frente a él e intentó ocultar la lencería, dándole un empujón con el pie detrás del cesto de la ropa sucia.
—Nada —respondió, sin dejar de mirarlo.
Wes entrecerró la mirada. Sus ojos estudiaron su expresión y luego las prendas bajo sus pies. Él se agachó y alargó su mano hacia el baby doll.
—¡No! ¡No mires! ¡Son horribles!
Se agachó frente a él y reunió las prendas, ocultando la evidencia contra su pecho. Wes debió haber percibido la vergüenza de Jodie, la amargura y la desesperanza en su voz, porque se detuvo y alejó unos mechones de su rostro. Intentó ignorarlo y desvió el rostro. Lo único que deseaba era desaparecer, ella y toda su patética existencia.
—¿Qué está mal? —le preguntó él con calma.
Jodie se tomó varios segundos antes de mascullar:
—Todo está mal.
De sentirse emocionada y preparada por aquella maravillosa noche había pasado a estar sentada en el piso de su baño envuelta en un toalla, humillada y decepcionada, mientras el hombre de su vida la miraba con cariño, pero también con un rastro de preocupación de que ella lo dejara afuera.
Jodie suspiró y dejó que el encaje y la seda cayeran de sus manos.
—Nada luce bien en mí. Soy muy delgada y pálida. Mis pechos son pequeños y ni siquiera rellenan ese estúpido corpiño. —Escondió el rostro en sus manos, mortificada—. ¡Solo quería hacer algo lindo para ti!
Wes apretó su hombro.
—No tenías que obligarte a hacer algo por...
—¡Claro que sí! —replicó ella—. Tú has dormido con más de cien mujeres y debes...
—¿Cien mujeres? —Wes no pudo evitar reír—. ¿De dónde sacaste eso?
Jodie se encogió de hombros. No pensaba confesarle que Noah, Ada y ella compartían chismes sobre él y sus conquistas.
—No he dormido con cien mujeres —ratificó Wes con otra risa.
Ella evaluó su rostro y percibió que no estaba intentando engañarla o disfrazar la verdad.
—¿Y qué hay de tu amiga? —inquirió solo por decir algo que no la hiciera quedar como una boba—. Ella tiene piernas largas y un montón de curvas. Sin dudas se vería bien en todo esto. Georgia... Georgie..., no lo sé...
—¿Gigi?
Que usara aquel diminutivo tan íntimo para referirse a la mujer encendió sus celos.
—Es tu exnovia, ¿no? ¿O la revista también mentía?
—No, sí salimos, pero es complicado.
—Define «complicado».
Wes esbozó una sonrisita.
—No lo dejarás ir, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
—Si ya estamos aquí.
—Giorgia es una buena amiga, una de las pocas que tengo —empezó él, sentándose junto a ella en el piso del baño—. Nos conocimos cuando estábamos en secundaria. Su familia tiene mucho dinero. Su padre es político, por ello la familia es muy conservadora. Siempre estaban presionando a Gigi para que estuviera con alguien, pero ella se rehusaba. Algo parecido sucedía conmigo. Así que un día se nos ocurrió la brillante idea de estar juntos por conveniencia.
—No lo entiendo..., ¿pretendieron ser novios?
Wes asintió.
—Durante toda la secundaria. Eso nos libró de la presión de nuestros padres, compañeros y los medios.
—¿Y nunca le gustaste, o te gustó?
—Bueno, quiero creer que le gusto como amigo. Pero como novio creo que me encontraba tan atractivo como un brócoli —dijo Wes con una sonrisa—. Gigi es gay.
Jodie abrió la boca en una gran «o».
—Sus padres no lo saben, y quizá nunca lo sepan. A su padre le importa mucho la reputación familiar y su carrera política; tener una hija gay no está dentro de sus planes. Su madre lo sospecha, pero no va a apoyarla.
—¡Eso es terrible! Lo siento —murmuró Jodie, sintiendo empatía por la joven.
Wes negó.
—Gigi ha hecho las paces con quien es.
Ambos guardaron silencio.
—¿Por qué tus padres te presionaban? —preguntó Jodie—. Podías haber salido con cualquier chica para evitar que te molestaran. ¿Por qué no lo hiciste?
Él apartó la mirada.
—No quería involucrarme con nadie. Mi carrera estaba empezando, y eso era lo más importante para mí —contestó Wes, pero Jodie presintió que no era todo—. Además, quería ayudar a Gigi. Ya era difícil no poder decirle a nadie su secreto; habría empeorado si tenía que estar con alguien que no quería. Al menos nosotros nos hacíamos compañía.
Jodie asintió, dejándole saber que comprendía.
—Cuando regresé a América, ella estuvo a mi lado, incluso aunque estaba pasando por un momento muy estresante, preparándose para las Olimpíadas y con su padre en medio de una campaña política. También empezó a salir con alguien de forma muy discreta. Así que las veces que nos vieron juntos fue para aligerar la tensión entre ella y su familia, y que, al mismo tiempo, pudiera ver a la mujer que ama.
—Lo siento —repitió Jodie, sintiéndose terrible—. Debí preguntar y no como un reclamo. Prometo que dejaré de creer en esos chismes estúpidos. De hecho, ya no leeré revistas.
Wes sonrió.
—Luego de Gigi, sí estuve con otras chicas, pero nunca fue algo serio. Ya no recuerdo quiénes eran o cómo lucían —continuó, y sus ojos se encontraron—. Y ya no importa, porque conocí a esta chica que tiene una personalidad brillante y es tan amable que hace ver mal a los demás; que prepara unos dulces horribles y que siempre está cantando o haciendo pasos de baile ridículos. Y lo peor, lo peor sobre esta chica, es que nunca deja de sonreír. Sin embargo, por alguna razón que aún me cuesta entender, tengo la suerte de que esté enamorada de mí.
La respiración de Jodie se redujo y no estuvo segura de si su corazón resistiría el impacto de sus palabras y la manera en que la miraba. Él se acercó un poco más cerca y rozó sus nudillos contra su mejilla, secando las lágrimas que ella siempre olvidaba notar.
—Si ves a esta chica, puedes decirle que no importa en absoluto qué use ni cómo se vea mientras me deje amarla también.
Jodie tragó con fuerza. Los sentimientos atascándose en su garganta.
—¡Ahora me siento más horrible! ¡Soy una idiota! ¡Y tú odias los dramas!
—No eres una idiota, y pienso lidiar con todos los dramas que tengas para mí. Pero podríamos guardar todo esto para después y podrías ponerte tu camiseta de Sesame Street, es muy sexy. Y, de cualquier forma, voy a quitártela.
Jodie se rio y se restregó los ojos. Wes la ayudó a levantarse y le dijo que esperaría afuera. Sin embargo, cuando estaba a punto de salir, sostuvo su camiseta y lo detuvo. Wes la miró y ella se mordió los labios.
—¿Quieres... quieres que nos duchemos juntos?
Era una pregunta inesperada, pero ya estaban ahí y ella estaba desnuda bajo la toalla. Quizás tomar una ducha podría romper la tensión en ellos.
Como respuesta, Wes comenzó a desvestirse y Jodie intentó no sentirse tan consciente de sí misma mientras dejaba caer la toalla y se colocaba bajo la ducha. De cierta forma, él había visto casi todo de ella; aunque estar a su lado, sin ninguna prenda o protección, parecía tan vulnerable como excitante.
Jodie abrió el grifo e intentó mantener su rutina de siempre. «Shampoo, acondicionador, jabón. Shampoo, acondicionador, jabón...».
Cuando Wes se unió a ella, no solo estuvo a punto de perder el orden de sus pensamientos, sino también la habilidad para mantener la boca cerrada. Jodie lo recorrió despacio con su mirada, igualando la forma en que las gotas de agua descendían por su piel dorada. Su cuerpo era el de un atleta: sus hombros musculosos, su espalda ancha, su abdomen marcado, su cintura estrecha y sus piernas largas... Todo en él era magnífico. Las mejillas de Jodie se tiñeron de rosa, pero eso no evitó que grabara cada detalle en su mente.
Aquel espacio no tenía el tamaño adecuado para ambos, sobre todo no para Wes con su más de metro ochenta. De hecho, Jodie se rio al darse cuenta de que su cabeza tocaba la regadera y tenía que agacharse para no golpearse la frente. Él también sonrió y eso aligeró un poco la tensión.
Jodie se lavó el cabello y Wes hizo lo mismo.
Era inevitable que sus cuerpos no se tocaran, pero ambos estaban haciendo lo mejor para ignorarlo y bañarse de forma decente, aunque cada segundo fue una tortura para ambos. Cuando él enjabonó sus brazos y abdomen, la garganta de Jodie se secó. Y cuando ella enjabonó sus pechos y caderas, casi creyó que Wes iba a quemarla con su mirada. Sin embargo, nunca intentó imponerse a ella o tocarla de forma indebida.
Sus labios se extendieron en una sonrisa y se dijo que era suficiente tortura para una noche. Sus manos lo buscaron a través del agua y se acercó, cediendo al deseo de tocarlo. Wes quedó frente a ella y su boca se posó sobre su corazón porque era el lugar que los labios de Jodie alcanzaban. Jodie cerró los ojos y disfrutó de la firmeza y frescura de la piel de Wes contra su boca.
Permanecieron así durante unos segundos, hasta que Wes acarició su barbilla y levantó su rostro con sus dedos. Jodie mantuvo los ojos cerrados y todas sus emociones se intensificaron cuando él rozó sus labios. Uno, dos, tres roces hasta que su boca se adueñó de la suya de la forma más placentera y sensual. Wes eliminó el espacio restante entre sus cuerpos y ella suspiró, soltando un gemido amortiguado contra sus labios.
Eran demasiadas sensaciones al mismo tiempo. Piel contra piel. Su firmeza presionada contra sus curvas. Sus manos descendiendo por su espalda. Su excitación presionada contra su vientre...
Jodie clavó sus dedos en sus hombros y se sostuvo de él, como si fuera un ancla que la mantendría a salvo mientras se ahogaba en ese mar de sensaciones.
Wes apoyó su cabeza con cuidado contra los azulejos de la pared y profundizó el beso. Sus manos estaban en todas partes y Jodie se retorció contra él, con una necesidad tan profunda que nacía de sus mismos huesos. Sus cuerpos se movieron por instinto y sus sexos se rozaron de forma íntima. Pequeños gemidos escaparon de la boca de ella y se aferró a Wes con más fuerza. Él soltó un gruñido bajo y grave y se alejó un poco.
—Tengo que llevarte a la cama o te tomaré aquí mismo.
Ella se estremeció.
Su parte más intrépida y sensual estaba más que de acuerdo con esa segunda opción. Sin embargo, Wes parecía tener otros planes. Cerró el grifo y salió de la ducha. Jodie nunca se arrepintió tanto de comprar algo como la bata de baño que él estaba usando para cubrirse. Pero no tuvo tiempo de quejarse, pues Wes la ayudó a ponerse su bata de baño y secó su cabello antes de llevarla de vuelta a la habitación.
Cuando se sentaron en la cama, Jodie intentó deshacer el nudo de su prenda, pero él la detuvo.
—Estás desbaratando mi plan —dijo.
Ella lo miró.
—¿Plan?
Wes se acercó y la besó, guiándola con sus manos hacia el centro de la cama.
—¿Creíste que eras la única que quería que esta noche fuera especial? —repuso mientras trepaba sobre ella, sosteniéndose con sus brazos.
—¿Y es un plan muy detallado? —lo provocó.
—Pues... he tenido mucho tiempo para pensarlo.
Jodie sonrió y la excitación recorrió su cuerpo.
Wes la miró desde arriba, inmóvil por varios segundos hasta que él también sonrió y se concentró en la boca de ella. Jodie separó sus labios para recibirlo y respondió a su beso con el mismo ímpetu. Luego él empezó a descender, dando besos en su barbilla, en su garganta y en la base de su cuello. Sus dedos abrieron su bata y su mirada acarició la piel de Jodie desde arriba. Ella tembló y sus manos treparon por los hombros de Wes hasta desaparecer en sus suaves rizos dorados. Sintió su textura, su humedad, y los apartó de su rostro.
—Wes, ¿puedes hablarme?
Él la observó.
—¿Qué quieres que diga?
—Cualquier cosa.
Podía ser una petición extraña, pero para ella era importante. No solo era que su voz podía despertar sensaciones en su cuerpo, sino que escucharlo la hacía sentir más próxima a él, le hacía saber que era él quien estaba a su lado.
—Eso puedo hacerlo —contestó él con una sonrisa.
Volvió a besarla y la ayudó a quitarse la bata. Jodie se acomodó entre su cuerpo y las almohadas. Deseo poder sentir su piel contra la suya, pero Wes no se desnudó como ella. Aunque fue recompensada con un collar de besos que recorrieron de hombro a hombro; la aspereza de su barba le hizo cosquillas y, al mismo tiempo, la llenó de anhelo, haciendo que los dedos de sus pies se encogieran.
Wes continuó su camino por el valle entre sus pechos hacia su ombligo. Él besó la planicie de su vientre y trazó formas desiguales con su lengua. Mordió y provocó su piel hasta que sus pezones se endurecieron en un intento por llamar su atención.
—Eres tan hermosa, Jodie —murmuró, estudiando las puntas rosadas de sus pechos—. Tan suave y sensible en todas partes...
Ella sintió mariposas en el estómago y sus mejillas se sonrojaron. Wes sonrió y una de sus manos se posó en su vientre, ascendiendo casi de forma inocente. Sus nudillos trazaron la base de uno de sus pechos hasta atraparlo. Sus dedos sintieron la piel tibia en su palma mientras su pulgar frotaba el delicado botón fruncido. Wes la tocó con caricias firmes y hábiles; y cuando sintió que no era suficiente, él se inclinó y lamió su piel hasta que se llevó su pezón a la boca.
La respuesta del cuerpo de Jodie fue instantánea: arqueó su espalda y se aferró a la cabeza de Wes mientras un calor líquido crecía entre sus piernas.
—¿Sabes cuándo fue la primera vez que deseé hacer esto?
Jodie no estuvo segura de que él hubiera hablado hasta que observó sus labios. Wes sonrió y repitió la pregunta. Ella se tomó unos segundos en entender sus palabras y, cuando lo hizo, lamió sus labios resecos y negó con la cabeza.
—Aquella tarde en que me comporté como un idiota y fuimos a la playa —contestó—. ¿Lo recuerdas? Llovió y todo tu vestido se pegó a tu piel.
Su boca descendió y lamió el otro pezón de Jodie, hasta dejarlo enrojecido y brillante por su saliva. Jodie podía ver con claridad todo lo que él estaba haciendo y tuvo problemas para concentrarse.
—Quizá no lo supieras, pero eras una visión extraordinaria —Wes recitó las palabras casi contra la piel de Jodie—. La forma de tus pechos, tus pezones duros y excitados... Deseé tanto besarte en ese momento. Quise sentarte en mi regazo y calmar tu necesidad. Me imaginé acariciándolos, besándolos, complaciéndolos con mi boca hasta que estuvieran rojos e hinchados y suspiraras mi nombre.
Wes succionó la piel arrugada con fuerza y luego la mordió con cuidado. Jodie gimoteó. Una corriente atravesó todo su cuerpo hacia su centro y apretó los muslos, sintiéndose caliente y resbaladiza.
El pulso incesante en su sexo la hizo hacía sentir vacía, inquieta y muy excitada. Intentó aliviarlo separando las piernas y frotándose contra la pelvis de Wes. Entonces pudo sentir su erección igual de necesitada a través del algodón de la bata; pero cuando intentó tocarlo, Wes la detuvo.
—¿Por qué sigues intentando desbaratar mi plan?
—¿Todos tus planes son así de lentos? —se quejó ella.
Jodie desafió su mirada con una expresión seria y la respiración agitada. Sin embargo, Wes no cedió.
—No estás lista —sentenció.
—Ya estoy lista —replicó ella.
Esta vez fue su turno de desafiarla. La miró inmóvil por unos segundos hasta que deslizó una de sus manos entre sus piernas y la penetró con un dedo.
—No estás lista y es tu primera vez. Eres estrecha y apretada. ¿Lo sientes?
Él movió su dedo adentro y afuera y Jodie cerró los ojos, mordiéndose los labios. Su cuerpo lo aceptó de la forma más placentera y se humedeció aún más para él.
—Wes...
Estaba perdiendo el hilo coherente de sus pensamientos y doblegándose ante las sensaciones que amenazaban con volverla loca. Solo podía concentrarse en Wes y en el ritmo lento y frustrante con que la acariciaba.
—¿Alguna vez te has tocado a ti misma pensando en mí?
Jodie gimió y por primera vez se arrepintió de haberle pedido que hablara. Su voz, mezclada con lo que decía y junto a la invasión de su cuerpo, estaban empujándola cada vez más a su liberación.
—¿Eso es un sí? —insistió él. Se inclinó hacia su rostro y lamió sus labios—. Dímelo, Jodie.
Ella se quedó sin aliento. Sus ojos eran hermosos. Una perfecta y seductora combinación de verde y negro, de cariño y lujuria. Y la desarmaron por completo.
—Sí —contestó—. Varias... veces.
Él sonrió y parecía tan satisfecho que deslizó otro dedo en su interior.
—¿Cuándo lo hiciste por primera vez?
Los labios de Jodie temblaron y levantó las caderas al ritmo de los dedos de Wes. Era demasiado bueno, tan necesario... Estaba tan cerca. Ni siquiera su estrategia de distracción iba a evitar que dejara de sentirse así.
—Jodie...
Wes se detuvo y ella chilló con frustración.
—La misma tarde de la playa —dijo con la respiración agitada—. En tu departamento, en el baño de visitas.
La expresión de Wes se tornó sorprendida, como si no hubiera esperado esa respuesta. Jodie sonrió ante su perplejidad y rozó los mechones que caían a los lados de su rostro.
—Fue tu culpa. Cuando me miraste, yo... estaba excitada —continuó—. Y dolía tanto. Me sentía tan vacía y sensible. Y pensé en ti.
—¿Y qué pensaste? —susurró.
—Que me tocabas así. Mis dedos eran tus dedos. Me acariciaban con firmeza, me besabas y yo...
Wes la besó, ahogando su voz. Fue un beso tan sensual y caliente. Su lengua empujó en su boca y la lamió, al tiempo que sus dedos empujaban dentro y fuera de su cuerpo. Ella correspondió con la misma intensidad y deslizó sus dedos en el interior de la bata, acariciando su pecho. Jodie lo escuchó gemir contra su boca y mordió sus labios. Wes aumentó su ritmo y su pulgar excitó la perla de nervios escondida en su sexo.
Jodie explotó. El placer se esparció como caricia por todo su cuerpo y relajó su mente y sus emociones. Wes besó su frente y ella lo miró con ojos entreabiertos mientras seguía acariciándola a través del orgasmo. Luego lo observó levantarse y le separó las piernas, lo suficiente para que sus hombros cupieran entre ellas.
—¿Qué haces? —le preguntó un poco perdida.
Y la sonrisa que él esbozó no ayudó a su paz.
—Continuando con mi plan, ¿no es obvio? —repuso, lamiéndose los labios.
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