Capítulo 18
Jodie se despertó y Wes no estaba a su lado. Su sonrisa menguó y se sentó, intentando escuchar si seguía en el departamento. En ese mismo momento, Salem entró en la habitación y saltó sobre el espacio vacío en su cama. La observó con sus pequeños ojos y dio un par de maullidos descontentos; parecía juzgarla por su decisión de seguir holgazaneando en lugar de darle de comer.
—¿Qué hiciste? —le preguntó Jodie con una mirada suspicaz—. Sé que no te agrada. Nadie te agrada.
Salem la ignoró y maulló con fuerza. Se quejó hasta que ella se levantó e ingresó en el baño. Entonces encontró la nota pegada al espejo:
Salí a trotar. Tomé prestadas tus llaves. Te compraré el desayuno.
Wes.
PD: no confío en Salem, así que espero que esta nota esté a salvo aquí.
PD2: te ves adorable mientras duermes.
Jodie sonrió y su desasosiego desapareció. Continuó su rutina de la mañana con normalidad y le dio de comer a Salem. Estaba limpiando y organizando la pequeña cocina cuando entró una llamada y fue directo al buzón de mensajes.
—¡Hola, Jodie! En unas semanas será el cumpleaños de la abuela Sylvaine y quería invitarte. Cumplirá ochenta años, así que haremos una celebración algo grande en casa de mis padres. También llamaré a tus hermanos para invitarlos. Esperamos que puedas asistir, todas estamos ansiosas de verte. ¡Nos vemos!
Jodie resopló. Amaba a su familia, a todos sus tíos, primos y sobrinos, y quería mucho a su tía abuela Syla, pero sabía diferenciar una trampa. Y su familia estaba utilizando aquella reunión familiar para atraparla y acribillarla con preguntas ahora que sabían de su relación con Wes. Además, cuestionarían las razones por las que Jodie aún no leía el libro familiar.
Como no había respondido ninguno de sus mensajes, ahora se habían ingeniado esto. Pero Jodie no iba a caer. Buscaría una forma de escabullirse, o correría el riesgo de ser interrogada peor que en una corte luego de una sesión de purificación para sanar su alma, como le había ocurrido a su prima Poppy.
Se estremeció y terminó de organizar la cocina. Después encendió la televisión y se sentó en el sillón a ver las noticias.
Veinte minutos más tarde, Wes la encontró con el ceño fruncido, los brazos cruzados y una expresión más que pensativa.
—¿Por qué la cara tan larga? —le preguntó—. ¿Salem robó mi nota otra vez?
Jodie reaccionó y lo miró, al mismo tiempo que él se acercaba y dejaba un beso en sus labios.
—Cosas de familia...
Wes dejó ir el tema y Jodie tomó las fundas de papel que él cargaba. Su mirada lo recorrió mientras lo seguía hasta la cocina: estaba vestido con un pantalón y un buzo deportivo muy simples, pero que se adherían a su cuerpo como una segunda piel; también tenía el cabello recogido en su moño clásico, aunque algunos mechones se pegaban a su rostro. Nunca había visto a alguien que se viera tan sexy después de ejercitarse.
Wes bebió un poco de agua y se secó el sudor de la frente. Jodie estudió todos sus movimientos, incluso el vaivén de su respiración. Él se aclaró la garganta.
—¿Vas a seguir mirándome o ya puedo ir a ducharme?
Jodie levantó su rostro y se topó con su sonrisa de suficiencia mientras sus palabras cobraban sentido. Sus mejillas se calentaron y desvió su atención al contenido de las fundas. Wes no insistió; soltó una ligera risa y caminó junto a ella. Le acarició el cabello, antes de perderse en su habitación.
Wes había comprado un montón de comida: pancakes, waffles, huevos, scones, sándwich de pollo, frutas con yogurt y cereal, una canasta de panes variados, tocino, jamón y tres diferentes tipos de café, incluso té.
Cuando regresó a la cocina, Jodie apenas terminaba su bol de frutas con cereal y yogurt y estaba decidiendo con mucha seriedad si debía comerse los pancakes con frutas o los waffles con azúcar y mantequilla; sabía que su estómago no resistiría comerse ambos. Wes, en cambio, no parecía tener el mismo inconveniente; era impresionante la cantidad de comida que podía ingerir.
—Creo que, si como otro bocado, vomitaré. —Jodie suspiró, dejando el waffle a medio terminar.
Wes sonrió. Estiró el brazo y agarró su plato.
Jodie comentó cómo habían sido sus días en la cafetería. Wes también habló sobre el entrenamiento y su primera vuelta al circuito; la expresión de euforia en su rostro y el brillo en su mirada delataron su emoción. La forma en que describía su nuevo automóvil y las emociones que experimentaba al pilotear obligaban a Jodie a aceptar que un circuito de carreras sería siempre su rival más letal.
—Nunca sabré lo que sientes —murmuró, recogiendo la mesa.
Wes la observó, pensativo. Cuando ella vio su semblante, sintió curiosidad por lo que fuera que se estuviera fraguando en su mente.
—¿Wes?
—Creo que tengo una idea. Espera aquí.
Wes se levantó y se retiró al pequeño balcón para hablar por teléfono. La curiosidad de Jodie aumentó al no poder escuchar lo que decía. Al cabo de un rato, Wes regresó a la cocina.
—Ya está todo listo.
—¿Qué cosa?
—Es una sorpresa —le dijo él con una sonrisa provocadora.
—¡Pero no me gustan las sorpresas! —protestó Jodie.
Ella se acercó y lo abrazó. Su semblante se suavizó y sus ojos se volvieron tiernos.
—¡Dime, por favor! —pidió e hizo un mohín triste con sus labios.
—¡Mírate! —murmuró Wes, inclinándose hacia su rostro—, ¡eres una pequeña tramposa manipuladora!
Creyó que iba a besarla y separó los labios. En cambio, la sonrisa de Wes se alargó y cargó a Jodie sobre su hombro, poniéndola de cabeza. Ella se quejó y golpeó su espalda.
—¡Eres un abusador! —chilló cuando sus golpes no causaron ni el mínimo efecto en él.
—¿Yo soy un abusador? —Wes rio y la hizo rebotar contra su hombro—. ¡Me acabas de lanzar la mirada más triste de cachorrito!
Caminó hasta el sillón y la recostó sobre los cojines con cuidado antes de unirse a ella. Jodie soltó una risa cuando sus dedos le hicieron cosquillas en el vientre. Ella luchó contra sus manos; intentó escabullirse del sillón, pero Wes tenía sus piernas entrelazadas con las suyas.
—Si... no te... detienes... te vomitaré... encima —dijo entre risas con voz ahogada.
Él la ignoró.
—Adelante. Eres experta en hacer eso, ¿o ya no lo recuerdas?
Jodie se ruborizó y Wes emitió una risa suave. Dejó de hacerle cosquillas y una de sus manos permaneció en su piel, acariciándole la cintura y el brazo.
—Ya acéptalo. Es una sorpresa, y te va a encantar —dijo él, casi como si fuera una promesa—. Te llevaré a un lugar en el que nunca has estado —su voz y sus palabras sonaron tan comprometedoras que las mejillas de Jodie volvieron a calentarse.
—¡Bien!
Se acomodó en el sillón, de espaldas a Wes, para ver la televisión. Él la abrazó desde atrás y apoyó su mentón sobre su cabeza; encajaban a la perfección. Sus brazos eran el lugar más reconfortante y ella experimentaba una sensación de paz y felicidad cada vez que la cobijaban.
Se entretuvo viendo una competencia de comida mientras Wes dormitaba en calma. Ella dejó que él descansara; no podía saber lo agotado que estaba, pero quizás necesitaba más que unas cuantas horas de sueño. Además, había conducido tarde en la noche desde Londres solo para estar con ella; Jodie debía darle crédito y aceptar que se sentía más que un poco satisfecha por eso. Si solo tenían ese fin de semana antes de que Wes volviera a Londres, entonces él intentó ganarle todo el tiempo posible.
Casi dos horas después, Wes despertó. Jodie lo supo porque depositó suaves besos en su cuello, haciéndola reír.
—No se supone que te rías cuando te estoy besando —su voz sonó más ronca y grave a causa del sueño.
—Lo siento —dijo ella sin parar de reír.
Giró hacia él y sus dedos acariciaron su mandíbula rasposa. Los ojos de Wes estaban brillantes y Jodie se acercó a su rostro, rozaron la punta de su nariz y luego su boca. Se besaron durante un largo rato, entregándose a besos dulces y caricias dóciles. A Jodie le gustaba creer que tenían todo el tiempo del mundo y que no tenían por qué apresurarse, aunque sabía que no era así.
—¿Cuándo tienes que regresar a Londres?
Se alejó y lo escrutó. La expresión relajada de Wes se tornó seria y amarga.
—El martes antes del mediodía —murmuró.
Jodie asintió con lentitud. Como había pensado, no tenían mucho tiempo.
—Lo siento —dijo Wes—. Sé que no era esto lo que esperabas de nuestra relación, pero si hubiera esperado más tiempo en decírtelo, estoy seguro de que te habría perdido —esas palabras fueron directo a un lugar en el corazón de Jodie.
Ella esbozó una sonrisa.
—Estoy feliz con lo que tenemos ahora. Es más de lo que soñé. Y si en algún momento me siento inconforme, te lo haré saber.
Wes besó su frente.
—¿Quieres que salgamos a algún lugar? —propuso él—. Podríamos ir a almorzar o dar un paseo.
—¿Cuándo me dirás la sorpresa? —insistió.
Él rio.
—La programé para el final de la tarde.
—¿Ni una pequeña pista?
Wes negó con la cabeza.
—¡Eres malvado! —murmuró ella, pero sonrió—. Podríamos almorzar afuera. Además, el cumpleaños de mi mamá será en unas semanas y dejé encargadas un par de novelas para su club de lectura.
—¿Eróticas?
Ella se sonrojó.
—Para tu información, descubrí que leen más que novelas eróticas. De hecho, el drama romántico es el género más votado en el club.
Wes rio y empezó a esparcir besos por todo su rostro. Jodie rio, pero ambos se detuvieron cuando sintieron que ya no estaban solos. Muy despacio, ella se acomodó en el sillón y se percató de que Salem estaba observándolos, sentado sobre la mesa frente a ellos. Su oscuro rostro felino era imperturbable y sus pequeños ojos parecían tener la capacidad de mirar dentro de sus almas.
—Creo que está planeando mi asesinato —murmuró Wes.
Los tres se observaron por otro largo minuto en completo silencio.
—Yo también lo creo —coincidió Jodie y depositó un beso en la mejilla de Wes antes de levantarse.
—¿Crees que se lleve bien con Darth?
Jodie se encogió de hombros y se acercó a Salem. Cuando acarició sus orejas y el felino no se alejó, lo cargó en sus brazos y lo apretó contra su pecho.
—Creo que no lo sabremos hasta que estén juntos —contestó ella—. Aunque Salem nunca ha sido agresivo; es serio y travieso, pero nunca agresivo. Siempre hemos sido compañeros, pero ahora también estás tú y siento que se siente solo. Creo que quizás está pasando por alguna etapa gatuna y necesita compañía.
Ella lo mimó un poco más y Salem soltó suaves maullidos de satisfacción mientras restregaba su cabecita contra su cuello.
—¿Desde cuándo tienes a Salem? —curioseó Wes.
—Desde mi último año de colegio. Lo rescaté un día antes de que lo sacrificaran; era un gato joven y saludable, pero ya no podían mantenerlo. Al inicio, no confiaba en ninguno de nosotros. Se encariñó primero con papá y luego con el resto. Cuando decidí mudarme, quiso venir conmigo.
—Siempre creí que los gatos negros traían mala suerte, pero parece que él tuvo mucha buena suerte. Es un felino muy lindo.
—¿Escuchaste eso, Salem? Wes cree que eres muy lindo —dijo Jodie con voz infantil y besó sus orejitas—. ¿Quién es el gato más lindo?
Salem maulló.
—¿Quién es el gato más lindo? —repitió ella, dándole más con mimos.
Otro maullido.
Jodie sonrió.
—Si no quieres dejarlo solo, podríamos quedarnos y ordenar comida —sugirió Wes—. Estoy seguro de que las novelas eróticas para el club pueden esperar hasta mañana.
La expresión de Jodie se tornó dulce y llena de agradecimiento.
—Creo que es un plan perfecto. ¿Qué dices tú, Salem? ¿Sushi?
Y Salem maulló.
~~*~~
Jodie se alistó para salir esa noche.
Wes aún no quería decirle a dónde irían, así que ella optó por vestir algo informal: una camisa blanca, unos shorts de jean de tiro alto y unas pantimedias con puntitos. Él también iba vestido de forma sencilla con jeans, tenis y una camisa de leñador azul sobre una camiseta llana de algodón gris.
Antes de marcharse, Jodie se aseguró de dejar todo en orden para que Salem estuviera bien: le sirvió agua y comida, revisó que su caja de arena estuviera limpia, sus juguetes favoritos a su alcance y dejó puesto el canal de cartoons con volumen moderado. El felino la observó desde su puesto favorito en el sillón.
—Quedas a cargo —se despidió ella.
El atardecer estaba descendiendo sobre la ciudad cuando se subió al auto de Wes. Insistió un poco más en descubrir la sorpresa, pero cuando él mantuvo el silencio, se aburrió y cambió de emisoras hasta que la melodía de Physical, de Dua Lipa, llenó el espacio. Ada amaba esa canción y a Jodie le gustaba tanto que no podía evitar cantar y bailar. Wes la miró con una sonrisa y se concentró en conducir.
Cuando alcanzaron más de media hora de viaje, su curiosidad cobró vida y se preguntó a dónde podrían estar yendo que implicaba casi salir de la ciudad. Si no conociera a Wes y se tratara de cualquier otro hombre, como aquellos de sus citas a ciegas, ya se habría arrojado del auto con el presentimiento de que la estaba secuestrando o planeaba asesinarla.
Había anochecido y Jodie estaba a punto de romper el silencio cuando divisó el enorme portón negro de una propiedad. Wes se detuvo en la entrada, junto a una cabina de seguridad, y dijo su nombre. El hombre en la garita abrió el portón y le pidió su autógrafo; Wes se lo dio y siguieron el camino por una calle estrecha, rodeada de árboles, hasta que una mansión victoriana se alzó ante ellos. Era hermosa, con techos en punta, chimeneas, elementos góticos y una torre central.
Wes se detuvo en un espacio libre de un jardín frontal que rodeaba la propiedad mientras observaba todo con curiosidad y fascinación. Él abrió la puerta y juntos caminaron hacia la entrada principal. Un hombre, que debía rondar los cincuenta años, estaba esperándolos. Era alto, delgado y su cabello era castaño, algo canoso; su rostro, afable, con mejillas infladas y un poco rojas bajo sus lentes y, además, vestía un pijama bajo un largo abrigo de cuadros.
—¡Pero si es el campeón, Benjamin Wesley! —Sonrió al ver a Wes—. Cuando me llamaste temprano, pensé que estaba soñando. Creía que te habías olvidado de este viejo y de la antigua pista.
—Richard —lo saludó Wes mientras ambos se unían en un abrazo—. ¿Cómo has estado?
—Muy bien, ¿y tú? ¿Recibiste mi mensaje luego del accidente?
Wes asintió.
—Gracias por preocuparte.
Aun con la breve interacción, Jodie supo que aquel hombre era importante para Wes. Tenía una sonrisa genuina y su postura era relajada.
—Casi me provocas un infarto, ¡pero mírate ahora! —Richard sonrió—. ¡Estás en perfecto estado! Luego de Australia, creí que era el fin de tu carrera. Giles se habría vuelto loco y... ¡Pero qué maleducado soy! —Se dio un golpe en la frente al reparar en la presencia de Jodie—. ¡No me he presentado con tu encantadora acompañante! Richard Anderson, a sus servicios.
Jodie estrechó la mano que él le ofreció y sonrió.
—Jodie Sinclair. Es un placer.
—¿Sinclair, dices? Un apellido de origen americano y gaélico escocés; originalmente Singlair. ¿De qué origen proviene el tuyo?
—Ambos —respondió Jodie—. Mi abuelo era Sinclair y provenía de América. Y hace poco descubrí que mi familia materna tiene sangre escocesa.
—Qué interesante. Sinclair y Sinclair... —musitó más para sí mismo—. Una vez conocí a una mujer con el apellido Sinclair que decía que su apellido estaba maldito, o algo así. Estoy intentando recordar, pero...
Por un terrorífico segundo Jodie pensó que iba a exponer su maldición familiar. Era extraño que lo supiera, pero no imposible. Jodie se estremeció. Los minutos se alargaron mientras Richard parecía seguir escarbando en sus memorias del pasado.
—Bueno, creo que lo olvidé —comentó y suspiró resignado—. Pero me gusta estudiar el origen de los apellidos, me parece muy interesante y educativo.
Jodie se relajó un poco.
—De cualquier forma, me alegra tenerte aquí. A ambos. —La sonrisa parecía ser la característica principal de Richard—. Recuerdo cuando le dije a Giles que me encargaría de recibir a la primera chica que trajeras y ahora estás aquí. Aunque me sorprende un poco. —Richard se rascó la barbilla y su expresión se tornó pensativa por segunda vez—. Recuerdo que cuando estabas en el colegio estabas obsesionado con esta chica... de ese pueblo... ¿Cómo se llamaba? Lo tengo en la punta de la lengua.
Wes se aclaró la garganta.
—El circuito. Traje a Jodie a conocer el circuito.
Richard volvió a centrarse en la conversación.
—¿Vas a usar el automóvil de tu tío?
—Eso planeaba.
Richard sonrió y le entregó a Wes un juego de llaves que sacó del bolsillo de su abrigo.
—Es todo tuyo —le dijo con cariño—. Aún no comprendo por qué decidiste dejarlo conmigo y no conservarlo.
—Es lo que mi tío hubiera querido.
—Y nunca entenderé lo que pasaba por su cabeza, pero bueno... —Les dio otra sonrisa y se acomodó los anteojos—. Diviértanse. Jodie, fue todo un placer. Estoy seguro de que luego recordaré la historia de tu apellido. Y vengan otra vez, adoro sus visitas.
Se despidieron y Wes tomó su mano para guiarla por un sendero que rodeaba la casa. En la distancia, distinguió una amplia planicie con un rejado alto. Lucía como vista de aviones, pero debía ser el circuito.
—¿Ustedes se conocen hace mucho?
—Desde que era un niño —contestó Wes—. Richard era el mejor amigo de mi tío. Se conocieron cuando estudiaban juntos en Eton; mi tío se dedicó a las carreras y Richard a la arquitectura. Esta mansión era de sus padres y, cuando la heredó, construyó un circuito de práctica para mi tío como un regalo. Venía a practicar todos los fines de semana. A él le encantaba este lugar y tenía su propio auto aquí mismo. Te traje porque es un lugar especial y, de cierta forma, quería mostrarte lo que se siente cuando piloteo.
Jodie lo observó. No estaba segura de si él lo notaba, pero había un rastro de emoción en su voz que la hacía feliz. Mientras Wes estuviera bien, ella también lo estaría.
Caminaron hasta lo que parecía ser una cochera cerca del circuito. Wes buscó la llave y abrió la puerta. El lugar olía a añejo y estaba cubierto por una ligera capa de polvo. Wes encendió la luz y un resplandor dorado iluminó la forma de un auto que estaba bajo un toldo protector. Se acercó al mismo tiempo que Wes removía la tela.
—Este es un automóvil para rally —declaró.
A Jodie le pareció que era similar a un automóvil común, pero, al observarlo más de cerca, pudo apreciar detalles en su estructura y su estética que eran muy interesantes y complejos.
—No suelo competir en este tipo de vehículo, pero para llevarte a dar una vuelta es lo más indicado.
—¿Llevarme? —Jodie dio un respingo—. ¿Voy a subirme?
—¿No es obvio? —dijo Wes con una sonrisa insinuante—. ¿No te parece electrizante?
Jodie tragó saliva. Mentiría si dijera que alguna vez había imaginado que haría algo así.
—Estarás segura conmigo, lo prometo —garantizó Wes y se acercó para darle un casco—. Además, jamás te podría llevar conmigo en un monoplaza.
—Los monoplazas son esos automóviles bajos de colores, ¿verdad?
Wes rio y se inclinó para darle un beso fugaz.
—Sí. Automóviles con la última tecnología disponible.
Ayudó a Jodie a ponerse el casco y la acomodó en el asiento del copiloto, ajustando su cinturón de seguridad. Él le explicó que, al competir, los pilotos de Rally debían utilizar trajes especiales parecidos a los que él usaba; aunque en ese momento no serían necesarios, ya que no irían tan rápido como en una competencia. Cuando terminó su explicación, también se puso su casco y ocupó el asiento junto a ella.
Wes arrancó el motor y su corazón empezó a latir con fuerza, aunque todavía no salían de la cochera. Jodie estaba emocionada y expectante, pero también se sentía nerviosa e impaciente.
—¡Esta pista es enorme! —exclamó ella al ver la extensa planicie frente a ellos.
—Esta pista es más lineal, aunque tiene ciertas curvas profundas —comentó Wes—. Sin embargo, no es nada comparada con un circuito real en un autódromo.
—¿Autódromo? —la voz de Jodie estaba amortiguada por el casco, pero él la escuchó.
—Allí se celebran los Grandes Premios, que son como se denomina a cada carrera, mientras que el torneo que las agrupa es el Campeonato Mundial de Fórmula 1 —le explicó Wes—. La mayoría de los Grandes Premios se celebran en circuitos dentro de un autódromo, aunque también se suele utilizar circuitos callejeros.
Wes bajó del automóvil para abrir las puertas del enrejado y encender las luces que iluminaban todo el circuito. Luego regresó y condujo hasta la línea marcada como inicio.
—¿Estás lista? —preguntó sobre el ruido del motor.
—¡Estoy aterrada! —respondió Jodie y secó sus manos, que sudaban por los nervios.
Wes rio y arrancó el auto, pisando el acelerador. El primer impulso de Jodie fue sujetarse con los dedos del asiento; sin embargo, sus ojos se mantuvieron abiertos y fijos en la pista. Su corazón golpeteó contra su pecho cuando empezaron a ganar velocidad.
El sonido del motor crispó sus nervios. Cuando Wes giró el volante al alcanzar la primera curva, Jodie se sintió lívida.
Wes no redujo la velocidad.
Aun en la oscuridad, manipulaba el automóvil de forma experimentada. Sus movimientos eran determinados y ligeros, y su mirada, atenta. Todo su cuerpo estaba bajo control: su respiración, sus manos en el volante, sus piernas, sus brazos, incluso su rostro. Él era un espectáculo maravilloso de contemplar. Parecía conocer esa pista como la palma de su mano; no estaba en una competencia y, aun así, daba lo mejor de sí. Parecía innato en él manejar el volante con tanta facilidad, como si ese automóvil fuera una extensión de su cuerpo.
De alguna forma, admirar su temple hizo que Jodie se relajara y empezara a disfrutar de lo que estaba viviendo. Como Wes había dicho, el circuito era lineal, pero las curvas eran extremas. Al inicio, cuando Wes las tomaba, ella se quedaba casi sin aliento, pero luego las esperaba con ansias.
No estaba segura de a qué velocidad iban. También había perdido la noción de cuántas veces recorrieron el circuito. La sensación de velocidad, la adrenalina, la emoción... todo era adictivo; al igual que la sensación de libertad y poder. No podría explicar lo que sentía o todo lo que pasaba por su mente, pero se estaba permitiendo vivirlo. Estaba disfrutando ese momento como ningún otro.
Era un secreto entre ellos.
A medida que se acercaban de vuelta al inicio, Wes fue bajando la velocidad con lentitud. El ruido del motor se redujo hasta que se detuvieron. Jodie permaneció inmóvil unos segundos, hasta que reaccionó. Se bajó del auto y se quitó el casco; Wes la imitó y ella esbozó una sonrisa radiante mientras corría hacia él.
—¡Wes, eso fue... wow..! ¡Una locura! ¡Estoy sin palabras! —dijo eufórica. Su corazón estaba acelerado, al igual que su respiración—. ¡Fue impresionante!, ¡fantástico! Fue fantástico. Y tú... ¡Tú eres increíble! ¡Es lo más emocionante que he hecho en toda mi vida! ¡Mira, todavía tengo la piel de gallina! ¡Y la adrenalina!, ¡y la velocidad...! Y... y...
El beso sucedió porque no pudieron evitarlo; fue como un instinto y una necesidad. Sus labios se encontraron en una mezcla de adrenalina, deseo y frenesí. Wes la levantó en sus brazos y ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura. Sus dedos acariciaron sus hombros, su cuello, y se perdieron entre sus rizos rubios.
Jodie gimió contra sus labios y apenas notó el instante en que su espalda se apoyó contra el capo. Wes se inclinó sobre ella y continuó besándola con roces sensuales y caricias provocadoras. El deseo se agitaba por sus cuerpos como una marea imparable. Wes deslizó una de sus manos por sus muslos, sobre sus medias, y el cuerpo de Jodie se arqueó contra el suyo, excitado y tembloroso. Separó un poco más las piernas y sintió su erección empujar contra ella.
De alguna forma, entre los besos desesperados y los movimientos de sus caderas, recobró un poco del sentido y supo que debían detenerse. Sus manos se posaron en su pecho e intentaron alejarlo.
—Wes, espera... —murmuró contra su boca—. Wes...
Él se detuvo con las manos a cada lado de su cabeza y su cuerpo rozando el suyo de forma tentadora con cada respiración que daba. Jodie contempló su rostro y se perdió en sus ojos verdes salpicados de deseo y anhelo. Sus labios estaban hinchados y entreabiertos. Sus mechones rebeldes caían hacia ella y la incitaron a tocarlos.
Ella levantó su mano y ahuecó su mejilla, sintiendo la aspereza de su barba bajo su piel. Sus dedos trazaron su labio inferior y el débil verde que restaba en su mirada se desvaneció. Su rostro no ocultaba nada y Jodie supo leerlo a la perfección.
Nunca nada la había tentado tanto como aquel hombre. Nunca había deseado tanto a alguien como a él. Y era suyo. Para tenerlo y amarlo. Era su alma gemela.
—Vamos a casa —susurró.
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