Capítulo 16

Jodie abrió la puerta del auto y bajó, acomodándose la falda.

La noche estaba fría y corría mucho viento desde la playa. Casi se arrepintió de haberse cambiado el pijama, pero no podía pasearse por la calle con una camiseta de Bugs Bunny, así que, antes de salir de casa, se puso una falda corta de tablones azules y un suéter gris con flores.

Wes se detuvo frente a ella y sonrió. Jodie frunció el ceño.

—Es oficial: ¡ahora mi papá te quiere más que a mí! ¿Por qué dijiste que sí conocías Doctor Who?

—¿Qué esperabas que dijera?, ¿que mi religión no me dejaba ver televisión? —bromeó Wes—. ¡El show es casi un clásico británico!

—Tal vez habría funcionado. Igual mentiste.

Wes rio.

—No mentí. A mi madre le gustaba ver el programa cuando estaba estresada. Creo que es lo único peculiar en su vida elegante y estilizada llena de obras de arte. A veces veía un episodio con ella antes de irme a dormir. Es un buen show.

Jodie irguió una ceja.

—Ahora ya nada va a salvarte de los maratones de Doctor Who con mi padre, y la única razón por la que somos libres es porque iba a iniciar el campeonato mundial de deletreo.

Empezó a caminar por el muelle junto a la playa y Wes se apresuró a alcanzarla. Ella entrelazó sus manos.

—Pero tenías razón: tus padres son buenas personas. Tu madre me recuerda mucho a ti.

Ella sonrió de lado.

—Es cierto. Hay mucho de ella en mí.

—¿Crees que les haya gustado? —preguntó. El ligero tono de inquietud en su voz, que él no pudo ocultar, la hizo sonreír aún más.

—Les gustabas antes de conocerte. Les hablé de ti desde hace mucho.

El semblante de Wes se relajó y sonrió.

Caminaron por el muelle en silencio, disfrutando del paisaje y la brisa del mar. La playa del Puerto, Harbour Beach, estaba casi vacía, pero todavía había vida en el muelle y el mirador, sobre todo por los turistas y los pescadores. St. Ives era un pueblo mágico, pintoresco, auténtico y bello que se quedaba grabado en la memoria y corazón de quienes lo visitaban.

Jodie amaba ese lugar.

Quizás fuera por el aura melancólica típica de las pequeñas villas costeras que, al pasar el verano, quedaban en un silencio introspectivo. O tal vez por sus desiertas playas, por su verde costa, sus callejuelas llenas de pequeñas tiendas, su vena artística y su cálida gente. De cualquier forma, no se sentía más feliz y tranquila estando en otro lugar.

—El pueblo es muy bonito, ¿no te parece?

La idea de salir a dar un paseo juntos fue de su madre y ella no podía estar más contenta.

—De hecho, sí conozco St. Ives —contestó Wes.

Jodie se sorprendió y buscó su mirada.

—¿En serio?

Él asintió.

—Mi tío tenía una propiedad cerca de la playa Porthminster Beach. Venía en las vacaciones del colegio a pasar tiempo con él. Siempre que estaba aquí, bajábamos a la playa o íbamos al parque. Recuerdo que había un pequeño parque escondido y privado para los propietarios de la zona.

Jodie lo miró con la boca entreabierta.

—¡No puede ser! ¡También lo recuerdo! Mi abuela vivía un poco cerca, en una finca que era de la familia de mi abuelo. Siempre me escabullía en ese parque porque era muy lindo y tenía un...

—Un árbol.

Ella le mostró una gran sonrisa.

—¡Vaya, qué coincidencia! —dijo—. ¡Habría sido genial que nos hubiéramos conocido antes!

Wes la observó y ella pensó que iba a decir algo más, pero solo apretó su mano.

Siguieron caminando y Jodie dejó que sus ojos recorrieran las calles antiguas de St. Ives con sus pequeñas tiendas típicas: cafeterías, chocolaterías, tiendas de regalos y arte, boutiques de ropa y los más acogedores pubs. De pronto, la invadió un sentimiento profundo de nostalgia.

—Mi abuela siempre quiso tener una pastelería en estas calles... —comentó—. Era su sueño, pero supongo que a veces la vida se desvía de lo que quieres.

Wes la miró.

—¿Y también es tu sueño? —preguntó.

Jodie guardó silencio. Esa pregunta la había sacado de balance. Hacía mucho tiempo que no pensaba en sus sueños, en lo que quería en su futuro, pero se sorprendió de que siguiera en el fondo de su mente y protegido en su corazón.

—También quiero tener una pastelería —sonrió—, así sea pequeña, en honor a las dos. Habría pan por las mañanas y nuevos dulces todos los días. El ambiente sería cálido y olería a chocolate y vainilla. Y podría haber días temáticos o postres de colores según la temporada. Y la decoración clásica con colores blancos y turquesas; ¡mi abuela amaba el color turquesa! Así que, quizás, podríamos tener flores de papel guindando del techo y... —se interrumpió al darse cuenta de que se estaba dejando llevar. No quería sonar como una idiota—. Lo siento, te estoy aburriendo. Ya sé que no es un sueño tan extraordinario como ser campeón de F1 y...

—Mi sueño es mi sueño y el tuyo es el tuyo —sostuvo Wes—. Mi tío solía decir que los sueños tienen distintos tamaños, pero el mismo peso, porque todas las personas valemos lo mismo.

Ella sonrió. Wes continuó:

—Es un sueño hermoso, Jodie. No te avergüences de eso, ni dejes que nadie lo haga. Sé que algún día lo lograrás y estaré contigo para verlo. Todos estaremos: Noah, Ada, tu familia, los chicos de la cafetería... Estaremos apoyándote.

Jodie se dejó llevar por sus palabras y se permitió imaginarlo por unos segundos. Su propia pastelería, en algún lugar, en algún momento, y todos a su lado.

Sí, era un sueño muy agradable.

Caminaron un poco más, y ella estaba por sugerirle a Wes que entraran en uno de los pubs, pero reconoció un lugar de su adolescencia. Cuando se detuvieron fuera, Wes frunció el ceño.

—¿Qué es este lugar? —curioseó.

Jodie rio y lo obligó a seguirla. Sus ojos inspeccionaron las redes que separaban las jaulas de bateo; había seis jaulas juntas, cada espacio rectangular con una zona para batear, implementos y una máquina que lanzaba pelota.

—¿Nunca has estado en un lugar así? —le preguntó—. ¿Y cómo practicabas béisbol?

—Es que no sé jugar béisbol —respondió Wes con tono obvio.

Jodie saludó al encargado y pagó por media hora de uso. Luego empujó a Wes a una de las jaulas. Aparte de ellos, estaban un niño con su padre y un grupo de universitarios apostando quién podía hacerlo mejor; Jodie los ignoró y miró a Wes.

—Esta es una gran forma para desestresarse sin matar a nadie —le explicó mientras se colocaba el casco—. Solía venir aquí mientras crecía.

Wes no dijo nada, pero la miró con curiosidad. Se preparó: se colocó en posición y sostuvo el bate como le habían enseñado. Después inició la máquina. La primera pelota atravesó el aire y la golpeó con fuerza y precisión; golpeó esa y todas las que siguieron con expertis.

Jodie se sacó el casco e intentó calmar su respiración. Su mirada se topó con la de Wes, quien la observaba con un brillo especial en el fondo de sus profundos ojos verdes.

—¿Quién te enseñó a batear así?

—Mis hermanos. Bueno, me refiero a Ayden y Bryden; Alisdare no es el mejor atleta. Los gemelos, en cambio, son buenos en casi todos los deportes que practican.

—¿Tienes hermanos gemelos?

Jodie asintió.

—Y no, no los confundimos —repuso con una ligera sonrisa, adivinando su siguiente pregunta—. Al menos, la familia no, y tampoco sus novias. Imagino que es un poco difícil para sus amigos que no son tan cercanos.

Se acercó a él y le tendió el bate.

—¿Quieres intentarlo?

La expresión de Wes casi la hizo reír.

—No creo que lo haga bien...

—Inténtalo.

Él tenía dudas, pero tal vez Jodie le contagió su emoción, y se arriesgó. Wes se sacó la chaqueta de cuero y la colocó sobre una banca, luego se remangó la camisa y siguió las instrucciones que Jodie le daba. Sin embargo, cuando empezó, ella no pudo evitar reírse; en verdad era muy malo.

—¡Te lo dije!

—Lo tuyo son las carreras, guapo. —Ella le guiñó un ojo—. Inténtalo de nuevo.

Wes mejoró en la segunda ronda, pero estaba claro que no tenía habilidad para el béisbol. Y a Jodie le encantaba ver la forma en que la camisa se marcaba en sus brazos cuando sostenía el bate o la forma en que su cuerpo se tensaba, fuerte e imponente, cuando se concentraba para batear. Se imaginó a sí misma recorriendo con los dedos las líneas de su torso, acariciando los músculos de sus brazos, abrazando la extensión de su espalda... Estaba segura de que su piel estaría tibia al tacto, envuelta en aquel aroma masculino que tanto le gustaba.

—¿Jodie?

Él se sacó el casco y se acomodó los mechones rubios y rizados que escaparon de su moño. Jodie lo observó casi embelesada. Contempló sus mejillas algo enrojecidas por el esfuerzo y el sudor que perlaba su frente.

Wes se acercó y le propinó un golpecito en la frente.

—¡Deja de tener pensamientos impuros sobre mí! ¡Te estoy hablando!

Ella reaccionó e intentó lucir ofendida mientras luchaba por controlar el calor que subía desde su cuello.

—¡No estaba pensando en ti! —replicó.

Jodie sostuvo el otro extremo del bate y tiró de este, pero Wes no lo dejó ir; él era más fuerte. Terminó aplastada contra su cuerpo.

—¿No pensabas en mí? —preguntó inclinándose hacia su rostro—. Entonces eso es aún más preocupante.

Su boca buscó la suya y Jodie se aferró a sus hombros. Sus labios eran suaves y gentiles; la besó de aquella forma que él sabía muy bien que le hacía temblar las rodillas. Wes se alejó con lentitud; ella intentó jalar su cabeza, pero él no cedió. Luego intentó ponerse en puntillas, pero Jodie apenas alcanzaba su barbilla. Él se rio en su cara y ella arrugó su frente.

—Te decía que es tu turno de nuevo.

Jodie volvió a colocarse el casco y se acomodó para batear.

—Si logro alcanzar todas, me comprarás una cerveza.

Wes sonrió y Jodie se esforzó en golpear todas las pelotas. Su práctica fue perfecta y dio saltitos emocionados, sintiéndose victoriosa. Ella se sostuvo de su cuello y él la levantó. Se rio y, por encima de su hombro, se dio cuenta de que los universitarios estaban observándolos.

—Ese grupo de chicos nos está mirando —murmuró en su oído.

Wes asintió.

—Sí, lo sé.

—Creo que es porque son admiradores tuyos. Saben quién eres.

Él la miró.

—Y yo creo que es porque son admiradores tuyos. Eres muy buena bateando, y esa falda es muy corta para que saltes.

Las mejillas de Jodie se calentaron y Wes le besó la frente antes de dejarla en el suelo.

—Vamos, te debo una cerveza.

Jodie se deshizo del casco y lo siguió. Entraron en el primer pub que encontraron en el camino. El ambiente era casi festivo: estaba lleno de personas que bebían cerveza, jugaban billar, lanzaban dardos y charlaban. De fondo, se podía escuchar una melodía pop bajo el murmullo de las conversaciones.

—Ahí hay un puesto —dijo, señalando dos asientos vacíos junto a la barra.

Wes ordenó un par de cervezas y bebieron en calma mientras Jodie platicaba sobre cómo fue crecer en St. Ives; también habló acerca de sus hermanos y todo lo que ellos le habían enseñado. Wes escuchaba con atención y sonreía con calma. A veces sus dedos acomodaban algún mechón rebelde del cabello de Jodie o limpiaban su labio superior luego de que ella bebiera la cerveza; para él podrían ser gestos inofensivos, pero aceleraban el corazón de Jodie.

Cuando salieron del pub era pasada la medianoche y caía una delicada llovizna. Jodie apresuró a Wes.

—¿Por qué siento que la lluvia nos persigue? —dijo él, dándole su chaqueta para que se cubriera.

—Si te dijera, no me creerías.

La lluvia poco a poco aumentó su intensidad. Jodie se subió al auto y se sacó los zapatos para intentar secarse las piernas y los pies. A su lado, Wes se secó el rostro y se soltó el moño que sujetaba su cabello. Jodie se percató de que estaba más largo que de costumbre; Wes tenía una hermosa melena de mechones rizados y ondulados, en tonos dorados y castaños, que siempre llevaba por debajo de los hombros. Sin embargo, podía verlo sin su clásico moño en escasas ocasiones, como cuando su cabello se mojaba o se duchaba, lo podría ser una bendición y una maldición porque verlo así siempre terminaría causándole un infarto. Era ardiente, sexy, y era casi imposible de creer que fuera suyo.

Wes puso en marcha el auto y Jodie se distrajo encendiendo la radio y la calefacción.

—¿Te quedarás conmigo hoy? —le preguntó de forma inesperada, pero no demoró en corregirse—: Es decir, ¿con nosotros?

Wes la miró y ella se sonrojó.

—No quería incomodar a tus padres, así que voy a quedarme en la casa de mi tío. Mañana te esperaré para volver a Bournemouth.

Jodie asintió. Lo que él había hecho era lo correcto, pero, aun así, una parte de ella se sintió insatisfecha y se agrandó el anhelo que sentía por él. Dejó escapar un suspiro y sus ojos se posaron en la ventana, aunque no había mucho que ver porque el auto tenía los vidrios polarizados.

El recorrido apenas duró unos minutos. Wes se detuvo junto a la casa de Jodie, en medio de la calle desierta. Ella se quitó el cinturón de seguridad y le dio un fugaz beso en la mejilla antes de marcharse.

—Nos vemos mañana —se despidió y corrió bajo la lluvia.

Jodie buscó las llaves en sus bolsillos, pero no las encontró. Por un instante, pensó en tocar el timbre y despertar a sus padres, pero recordó que debían seguir en el auto de Wes. Corrió de vuelta y se subió de nuevo para no empaparse.

—Mis llaves.

Divisó su llavero en uno de los portavasos. Jodie lo tomó, al mismo tiempo que Wes encontraba sus labios. Ella se sorprendió y las llaves resbalaron de sus dedos, mientras él la besaba de la forma más tranquila y delicada, dándole besos con roces suaves y cariñosos. Sus dedos acariciaron la mejilla de Jodie y se apartó despacio. Ella lo miró a través de sus ojos vidriosos; su respiración estaba agitada. Wes no dijo nada, pero su mirada expresaba suficiente; Jodie olvidó por qué tenía que marcharse.

Sus bocas volvieron a encontrarse a medio camino. El beso fue imperioso y desesperado, como si solo tuvieran aquellos preciosos segundos para besarse. Wes deslizó los dedos entre los cabellos cortos de Jodie y profundizó el beso; sus labios jugaron con ella, hasta que Jodie creyó que enloquecería si no podía tenerlo más cerca. Con cuidado, cambió de asiento y se sentó a horcajadas sobre su regazo. Entonces volvió a unir sus bocas; primero, con roces lánguidos y tentadores, luego con besos impacientes y sensuales. Sus lenguas se juntaron y Jodie percibió el sabor de la cerveza, dulce y amarga. Se apoyó contra su pecho mientras las manos de Wes acariciaban sus muslos y se perdían debajo de su falda; sus dedos delinearon sus curvas y recrearon su piel. Su boca dejó sus labios y descendió por su cuello.

—Jodie... —susurró; un sonido ardiente y necesitado.

Ella se estremeció, no solo por la exploración de sus manos, sino porque cada vez que él decía su nombre de aquella forma se sentía ansiosa y desesperada por más.

Para asegurarle que no iría a ningún lado, Jodie deslizó sus manos hacia arriba, rozando sus músculos a través de su camisa; la tela estaba húmeda y se pegaba al cuerpo de Wes de una forma tan distrayente, que incendió su sangre. Despacio, Jodie desbarató los botones y reveló su torso; Wes era todo piel dorada, líneas estilizadas y músculos definidos. La memoria de Jodie grabó cada detalle, incluso la forma en que el pecho de él subía y bajaba con cada respiración.

Wes rozó sus nudillos con su mejilla y Jodie reaccionó.

Ella sintió que su situación era desigual, y sus dedos buscaron el final de su suéter. Se quitó la prenda y la dejó sobre el asiento libre. Aunque la calefacción estaba encendida, sus pezones cobraron vida, y se marcaron a través de su sencillo bralette blanco. Wes estudió su figura e interpretó su piel desnuda como una invitación. Se acercó a sus labios mientras una de sus manos trepaba por su cadera y se aferraba a uno de sus pechos.

El tiempo fue inexistente mientras se besaban, se acariciaban y se aprendían el uno al otro. En el pequeño espacio, solo se escuchaban sus respiraciones agitadas y la lluvia cayendo con fuerza. Sin embargo, ella se sintió segura y sin prisas. No podía imaginar otro lugar más seguro y confortable que sus brazos, ni que nada la hiciera más feliz que la posibilidad de besar a Wes y que él le correspondiera. Eran un enredo de besos, caricias, latidos y gemidos perdidos en la necesidad pura e intensa de hacerse sentir bien.

Jodie inició su propia exploración. Sus dedos delinearon las curvas duras de sus músculos; su piel estaba caliente y tensa, y olía a él, a su colonia característica, a aquel aroma masculino y solo suyo que la atraía. Su mano se detuvo sobre el corazón de Wes y sintió cómo latía con fuerza; su respiración estaba igual de irregular que la suya y le hacía feliz saber que no era la única afectada por ese deseo inexplicable entre ellos. No había forma de describirlo, pero la hacía sentirse hermosa, sensual y audaz.

Las manos de Jodie bajaron por el torso de Wes, hasta el inicio de sus jeans, y lo acarició a través de la tela áspera; él estaba excitado, muy excitado. Tragó con fuerza y sus dedos temblaron un poco mientras luchaba contra algo tan simple como un botón y un cierre. Ella quería tocarlo sin barreras, darle el mismo placer que él siempre le ofrecía; era Wes quien siempre tomaba la iniciativa, incluso cuando solo se besaban. Esta vez, ella quería arriesgarse a hacer algo que jamás había deseado hacer con otro: quería darle sus besos y sus caricias que solo pertenecían a él.

Ante su conflicto, Wes dejó de besarla y Jodie sintió su mirada sobre su rostro, después sobre sus manos. No levantó la mirada por temor a encontrar algo en su expresión que fuera a desanimarla. Pero él no dijo nada, solo acercó sus labios a su sien y trazó besos sobre su piel, como si estuviera alentándola. Jodie le agradeció mentalmente por ese gesto y se calmó lo suficiente como para concentrarse en él.

Cuando traspasó los obstáculos, sus dedos lo liberaron y se envolvieron a su alrededor. Ambos contuvieron la respiración. Ella lo acarició con delicadeza, percibiendo la textura, la dureza y la temperatura de su sexo. Debía admitir que estaba sorprendida; Wes era tan sensible como ella. Sus reacciones eran asombrosas, estimulantes y sensuales.

Jodie sonrió.

—Dime cómo te gusta. —Deslizó su mano de arriba a abajo con cuidado.

Wes gimió y Jodie se perdió en ese sonido, deleitándose al saber que era la culpable. Sus labios se curvaron con suavidad y repitió sus palabras. Wes no respondió; tomó su mano en la suya y la ciñó a su alrededor, transformando sus caricias delicadas en un agarre más firme. Jodie contempló el movimiento rápido y exigente de sus manos unidas y luego estudió su expresión.

La mirada verde de Wes estaba oscurecida y brillante; su mandíbula, tensa, y sus labios entreabiertos. Tenía la cabeza apoyada contra el asiento y los mechones rubios flotaban a su alrededor de la forma más tentadora y sexy. No pudo evitarlo; su mano libre ascendió por su cuello y se escabulló en aquella melena atrayente y salvaje. Su boca rozó la suya y luego descendió por su mandíbula hasta sus hombros.

Continuó repartiendo besos por su piel, sus labios mordiendo y succionando, mientras sus dedos tomaban control de sus caricias. Lo atormentó y estimuló, intentando comprender su deseo y satisfacerlo.

Wes gruñó y empujó sus caderas contra ella de forma instintiva. Jodie ajustó su posición sobre su regazo y se inclinó más cerca. Aumentó la presión de su mano y aceleró el ritmo hasta que él soltó un gemido y se corrió sobre su abdomen, estremeciéndose de forma placentera. Ella continuó acariciándolo despacio hasta que su cuerpo se calmó y buscó un paño húmedo de la guantera para limpiarlos a ambos. Luego suspiró y se apoyó contra el volante, satisfecha con su intervención.

Poco a poco fue dándose cuenta de que estaba sentada sobre Wes, con la falda recogida alrededor de la cintura, con su bralette al aire libre y fuera de la casa de sus padres. Sus hermanos estarían muy orgullosos de ella, o... quizás no tanto.

Esbozó una sonrisa traviesa y su atención regresó al hombre frente a ella. Sus manos masajearon sus hombros para debilitar la tensión que había acumulado en esa zona y después jugó con varios mechones de su cabello. Él entreabrió los ojos. Su respiración se había restablecido, pero el verde de sus ojos aún estaba oscurecido. Su mirada era tan peligrosa como excitante, llena de promesas sensuales.

—¿Vas a... ? —Jodie se mordió los labios.

No sabía cómo ponerlo en palabras. ¿Había terminado con ella y debía despedirse? ¿O volvería a besarla y a hacerle perder el control?

Ante todo pronóstico desastroso, Wes comprendió su pregunta a medias y le ofreció una sonrisa de lado.

—Oh, sí —respondió, jugando con el dobladillo de su falda—. En unos minutos, cuando mi cerebro vuelva a funcionar.

Jodie se sonrojo. Wes estudió su rostro y acarició con su pulgar el pulso en su cuello.

—Definitivamente, no he terminado contigo.

Ella lo miró y se lamió los labios resecos, antes de recostarse contra su hombro, y besó la delicada zona bajo su barbilla. Wes se estremeció.

—Desearía estar en casa —murmuró, regalándole otro beso.

—Si estuviéramos en casa, te llevaría a la cama y te haría el amor.

Jodie sonrió.

—Eso suena casi perfecto.

—¿Casi?

—Primero tendrías que darme de comer —sentenció—. ¿Qué pensarías si en medio de nuestra sesión de pasión, mi estómago no parara de protestar? ¡Qué vergüenza!

Wes soltó una carcajada.

—Entonces, si estuviéramos en casa, te daría de comer algo delicioso y luego te llevaría a la cama y te haría el amor.

Jodie sonrió radiante.

—De hecho, eso suena perfecto.

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