Capítulo 15

Felicidad: estado de ánimo que se produce en una persona cuando se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno.

Jodie llevaba dos semanas en el paraíso de la felicidad. Desde la noche en el club, luego que ella y Wes discutieron y se confesaron sus sentimientos, desde entonces era su novia.

¡Jodie Sinclair era novia de Benjamin Wesley!

Ella estaba tan feliz que no podía contenerlo. Se lo contó a Salem, a sus padres, a sus amigos, a su vecina, incluso al chico que entregaba los vegetales en la cafetería.

Después de todos estos meses, luego de todo lo que había sucedido entre ellos, de las lágrimas y su corazón herido, al fin Wes era de ella. Se querían y podían estar juntos. Su corazón se sentía en paz y, al mismo tiempo, jubiloso de estar completo.

Lo único que todavía la hacía dudar y que seguía en lo profundo de su mente era la maldición Sinclair.

Desde que salía con Wes, había enterrado todos los recuerdos y detalles de la maldición. No quería sugestionarse y opacar su relación, ni hacerse daño, por eso siempre ignoraba los pensamientos negativos y aún no había leído el libro familiar. No es que no le importara, que no valorara su legado, solo no sentía que hubiera llegado el momento correcto. Además, incluso con su determinación de ignorar la maldición, todavía experimentaba un presentimiento que la dejaba intranquila y un poco paranoica.

—¡Di-di! —la llamó Ada.

En ese momento, Jodie estaba terminando de decorar un pastel cuando su amiga entró en la cocina.

—Wes llegó —le dijo con una sonrisa cómplice—. Está afuera.

—Gracias por avisarme.

—Sí, muchas gracias —agregó Jimmy.

Él y el resto de los chicos detuvieron la limpieza de la cocina y salieron en grupo de la cocina.

—¡Oigan, vino a verme a mí! —se quejó Jodie, pero la sonrisa en sus labios se agrandó.

Terminó la decoración y limpió su estación de trabajo antes de ir a los vestuarios y quitarse el uniforme. Cuando dejó la cocina, la cafetería ya estaba cerrada y Wes estaba sentado en una mesa, acompañado de Darth, Jimmy y su equipo. Jodie aún sentía mariposas en el estómago cuando lo veía y su corazón se aceleraba con emoción.

Cuando Wes notó su presencia, sus ojos recorrieron su cuerpo hasta detenerse en su rostro. Él se despidió de los chicos y salió de la cafetería. Unos segundos después, Jodie lo imitó y lo encontró esperándola, cerca del sendero de la playa.

Mientras se acercaba, sus ojos también lo estudiaron: desde su característica gorra negra de la escudería, bajando por el suéter oscuro que delineaba sus brazos, hasta sus jeans y zapatos deportivos. No puedo evitar el impulso de atracción hacia él.

Darth ladró al verla y ella sonrió, inclinándose a su lado.

—¡Darth! —lo saludó, acariciando sus orejas—. ¡Hola, hermoso!

El can lamió un costado de su rostro y agitó todo su cuerpo, feliz. Jodie rio y se puso de pie.

—¿Lo saludas primero a él? —inquirió Wes con tono divertido—. Tiene mucha suerte.

—Siempre.

Se puso de puntillas para darle un beso en la barbilla. Wes se acercó y rodeó su cintura con el brazo, mientras se inclinaba hacia su rostro y restaba los centímetros que Jodie no alcanzaba para besarlo. Ella sonrió contra su boca y se sostuvo de sus hombros.

—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó—. ¿Fue bueno?

—Sí, fue un día bueno.

Wes entrelazó sus dedos mientras enfilaban el sendero hacia la calle. Platicó sobre su día mientras hacían el camino a casa.

Era casi como una rutina. Todos los días, por las mañanas, se encontraban en la cafetería, Wes tomaba su café y Jodie desayunaba. Mientras que en las noches, él iba a recogerla y la acompañaba hasta su departamento. Las únicas veces que rompían su rutina era cuando salían a cenar o iban a algún lugar juntos.

—Jodie, hay algo de lo que quería hablarte —comenzó Wes. Su voz sonaba un poco nerviosa—. No lo mencioné antes porque quedaban algunos detalles por definir...

Ella podría haberse preocupado, pero había algo casi adorable en su nerviosismo que, al contrario, le provocó una sonrisa.

—¿Qué es?

Wes se detuvo y la miró.

—Voy a regresar a competir.

Jodie calló y él examinó su expresión antes de continuar:

—La temporada empieza en marzo y la pretemporada en febrero. Son casi cinco meses para prepararme. Es el mejor momento si quiero volver y...

—¡Eso es genial, Wes! —gritó emocionada y le dio un abrazo—. ¡Es lo que más querías, por lo que luchaste en la rehabilitación! ¡Podrás volver a ser él de antes y convertirte en una leyenda como tu tío!

Se percató de que Wes no estaba abrazándola de vuelta y se apartó. Su expresión era seria y preocupada.

—¿Por qué no estás feliz?

—Estoy feliz —replicó él—, y aliviado de que me apoyes y hayas estado a mi lado todo este tiempo. Es solo que... cuando estoy compitiendo, mi vida es diferente. Mi rutina será distinta.

Jodie lo escuchó con calma.

—Tendré que entrenar, viajar, competir, estar días ausentes... No quiero abrumarte ni ser negativo, pero no quiero que interfiera con lo que tenemos. Es la primera vez que estoy en una relación y aún no estoy seguro de qué sucederá, pero quiero que sepas que estoy dispuesto a intentarlo y haré mi mejor esfuerzo para no equivocarme. ¿Tú estarás bien con todo eso?

Ella sonrió. Por su pecho se extendió la agradable sensación de saber que él estaba preocupado por ella.

—Estaré bien. Ambos nos acostumbraremos y, si hay un problema, intentaremos arreglarlo —aseguró con una mirada sincera—. Gracias por decírmelo.

Ella acarició sus hombros, intentando aligerar la tensión acumulada en ellos. Sus ojos estudiaron el rostro del otro y Jodie dejó transparentar, por unos segundos, un ligero sentimiento de inquietud.

—Lo único que pido es que tengas mucho cuidado.

Él sonrió.

—Lo tendré.

Jodie asintió conforme y tomó su mano para seguir caminando.

—¿Cuándo empezarás?

—La semana que viene. Voy a ir a Londres mañana y durante el fin de semana para revisar unos detalles con mi padre y la renovación del contrato.

Jodie volvió a asentir.

—¿Vas a quedarte aquí?

Ella pensó unos segundos su respuesta. Que Wes no estuviera significaba que estaría sola el fin de semana.

—Supongo que iré a ver a mis padres. No los he visitado en casi un mes.

—¿Quieres que vaya por ti?

—Son casi cinco horas de viaje desde Londres. Estaré bien por mi cuenta.

Cuando llegaron a su departamento, Jodie se detuvo en la escalera de la entrada y Wes le dio un beso de despedida. Al principio, su boca se movió de forma suave y gentil sobre la de ella, pero cuando separó los labios, su beso se volvió más firme e insistente. Ella se apoyó contra su pecho y le rodeó los hombros con sus brazos. Poco a poco, se fueron separando y Wes acarició su rostro.

—¿Te veo el lunes?

No respondió.

De pronto, deseó abrazarlo con fuerza y no dejarlo ir. Quería que se quedara. Podrían subir y ver una película. Ella podría cocinar algo para ambos y luego podrían beber un poco de vino. Después podrían besarse un poco más y dormir juntos, y no se refería a algo sexual.

Jodie deseaba a Wes, no iba a negarlo. Desde que estaban saliendo, no había sucedido mucho entre ellos en cuanto a intimidad se trataba. Se besaban y habían tenido cierto toqueteo provocativo, pero nada más. Sin embargo, había ratos en que deseaba algo más que intimidad. Solo quería abrazarlo y estar recostada junto a él. Tocarlo y hablar de cosas triviales mientras veían televisión o cocinaban; esos momentos simples eran los que llenaban su corazón.

Sin embargo, Wes viajaría a Londres. Tenía cosas importantes que hacer y ella no quería importunar.

—¿Jodie?

Ella reaccionó y le dedicó una sonrisa.

—Sí, el lunes. Ten cuidado en el viaje a Londres.

—Tú igual. —Volvió a besarla.

~~*~~

Aquel sábado, Jodie despertó temprano en casa de sus padres. Desayunó, lavó la ropa que había llevado consigo, salió a correr por la playa y luego volvió a casa. Poco más de dos horas transcurrieron, cuando cerró la novela que leía y salió del estudio de su padre.

En la sala, él estaba corrigiendo unos exámenes de la universidad mientras la televisión reproducía un episodio de Doctor Who. Ella sonrió y continuó hacia la cocina.

Su madre estaba empezando con la cena; Jodie sabía que estaba feliz porque cantaba y hacía pasos extraños de baile mientras se reproducía su CD de éxitos de los 80. Su madre amaba la música de esa década y, después de tantos años de escuchar ese mismo CD, Jodie estaba comenzando a sospechar que siempre existió más de una copia.

Ella sacó un recipiente con helado de menta y chocolate antes de sentarse en una de las encimeras. Su madre la observó en silencio.

—Eres igual a tus hermanos. Jamás utilizas la mesa, y no te has cambiado tu pijama.

Jodie se llevó una cuchara de helado a la boca y contempló su pijama de Bugs Bunny disfrazado de rey.

—¿Qué tiene de malo mi pijama?

Su madre esbozó una sonrisa y meneó la cabeza. Ambas se mantuvieron en silencio por varios minutos y Jodie disfrutó de su helado mientras veía a su madre cocinar. Le habría ofrecido ayuda, pero todos sabían que ese era su dominio y le gustaba cocinar sola.

—¿Y Wes?

—En Londres.

Su madre le dirigió una breve mirada.

—¿Y cómo va todo entre ustedes?

Jodie había compartido con ella todo lo que había sucedido desde el regreso de Wes y, tanto ella como su padre, sabían que ahora eran una pareja. Ninguno tenía problema mientras Jodie estuviera feliz.

—Todo está bien con Wes. Aún estamos acostumbrándonos, pero estoy muy feliz.

Su madre sonrió y Jodie le respondió con una sonrisa. Lentamente su gesto se fue apagando al darse cuenta de que estaba en la famosa cocina de los corazones rotos. Contener sus pensamientos fue casi imposible y su madre debió haberlo notado en su expresión.

—¿Qué ocurre?

—No dejo de pensar en la maldición —confesó Jodie—. Tengo un mal presentimiento, pero no puedo discernir qué es.

—¿Has tenido algún incidente?

Jodie negó con la cabeza.

—Entonces no entiendo qué está mal.

—Eso está mal —repuso inquieta—. Según las historias de las mujeres Sinclair que pasaron por esta cocina, todas y cada una de ellas, tenían estos «accidentes» mientras estaban con la persona que amaban, lo que quiere decir que ahora que estoy con Wes debería tenerlos, pero no ha pasado nada. Sin embargo, sí los tenía cuando lo conocí y no estábamos juntos.

—Jodie...

—Me pone intranquila todo eso, y lo odio. No quiero estar con Wes pensando que algo saldrá mal, porque entonces saldrá mal. Y eso me pone ansiosa y me asusta. Y a veces no me deja dormir. Aunque intento mantener los pensamientos a raya, siento que esta maldición está arraigada en mí, en todas nosotras, como una sombra que opaca nuestra felicidad.

Dejó de hablar y bajó el rostro. Sus ojos un poco extraviados miraron el helado abandonado que empezaba a derretirse.

Su madre se acercó y le acarició la mejilla.

—Creo que necesitabas sacar eso de tu sistema. Ahora que ya lo hiciste, sigue con tu vida.

—Mamá...

Sus miradas se encontraron.

—Jodie, olvida la maldición. Es el mejor consejo que puedo darte —sentenció—. Una persona enamorada no necesita de una maldición para que las cosas le vayan mal en el amor; si tienen que ir mal, pues irán mal. El destino de nuestros caminos, con maldición o sin ella, es más grande que nosotros. No podemos controlar lo que sucede en nuestras vidas, no podemos predecirlo. Pero puedes amar y vivir, y bailar, y ser feliz. Esas cosas sí podemos controlarlas. —Su madre deslizó una mano por su cabello con cariño y sonrió—. Ama a ese hombre si es lo que te dice tu corazón. No te arrepientas de nada, y no tengas miedo.

La serenidad de su rostro era contagiosa y su cuerpo se relajó. Entonces supo que hizo bien en ir a casa.

—Mamá...

—Lo sé —ella se adelantó. Luego besó su cabeza y siguió preparando la comida—. Ahora ve a ver Doctor Who con tu padre.

Jodie obedeció y se recostó en el sillón junto a su padre. Él sonrió y miraron juntos el programa en silencio.

Debió haberse quedado dormida, porque lo siguiente que supo es que su celular estaba vibrando en su pantalón. Abrió los ojos y se dio cuenta de que aún estaba acostada en la sala. La televisión estaba apagada y su padre ya no se encontraba a su lado.

Se sentó y buscó su celular. Tenía un mensaje. Al leerlo, se quedó sin respiración. Corrió hasta la cocina y encontró a sus padres, tomando té y charlando.

—¡Jodie, qué bueno que despertaste! Ya vamos a cena...

—¡Es Wes! —interrumpió a su madre.

—¿Qué sucede?

La expresión de ambos se tornó preocupada y Jodie intentó calmarse.

—Wes está aquí.

—¿Aquí, aquí? —inquirió su papá.

—Aquí, aquí —afirmó Jodie—. Estacionado afuera.

Sus padres compartieron una mirada de complicidad, sonrieron, y salieron corriendo de la cocina. Jodie maldijo y los persiguió hasta la ventana de la fachada principal, donde estaban discutiendo por un espacio para espiar.

—¿Podrían no hacer eso y actuar como personas normales?

Ellos la miraron por unos segundos y luego volvieron a intercambiar miradas.

—Traeré mis figuras de acción de Doctor Who —dijo su padre.

—¡Tengo que buscar tus álbumes de fotos de cuando eras bebé! —exclamó su madre.

—¡No! ¿Están escuchándome?

Pero ninguno lo hacía. Cada uno tomó su lado y se marchó, ignorándola por completo. Jodie suspiró y abrió la puerta, cuando Wes se estaba bajando de un automóvil gris. Lucía muy atractivo, vestido de azul oscuro y con el cabello recogido en su clásico moño simple. El corazón de Jodie se aceleró y bajó corriendo las escaleras de la entrada. Wes sonrió al verla y la levantó en sus brazos.

—¿Te sorprendí?

Jodie rio y apretó sus brazos alrededor de su cuello, meciendo sus pies sin tocar el suelo.

—¡Pensé que estarías en Londres todo el fin de semana!

—Me desocupé antes. Disculpa que no te avisara —dijo él—. ¿Está bien que haya venido? Puedo regresar a Bournemouth, si estás ocupada o a tus padres les molesta...

—¡No, es genial! Puedes pasar. —Wes la dejó en el suelo y Jodie sostuvo su mano—. Solo te advierto que mis padres son un poco extraños, pero buena gente. Si mi papá pregunta si sabes qué es Doctor Who, tú solo niégalo por completo.

Wes rio.

—Está bien —murmuró y se inclinó hacia su oído—. Por cierto, me gusta tu pijama.

Sus ojos eran divertidos y provocadores y Jodie bajó la mirada; Bugs Bunny la miraba de regreso. Sus mejillas se sonrojaron.

Cuando llamó a sus padres, ambos salieron de la cocina actuando muy normal. Ella los miró con desconfianza antes de hacer las presentaciones debidas.

Estaba muy nerviosa porque lo amaba y quería que ellos también lo amaran. Pero, a pesar de su ansiedad, todo parecía estar bien. Sus padres invitaron a Wes a quedarse a cenar y él accedió. Cuando estaban dirigiéndose a la mesa, su padre se acercó a Wes con una sonrisa.

—Y dime, Wes —dijo—. ¿Has visto Doctor Who?

—Pues... —Jodie le dirigió una mirada y negó rotundamente con la cabeza, pero él la ignoró—. Sí. Un par de episodios, pero creo que es un excelente show.

—¡Espléndido! —exclamó el padre de Jodie, complacido—. Para tu buena suerte, tengo todos los episodios de las temporadas modernas. Te encantarán.

Ella se dio un golpe mental.

Iba a ser una noche muy larga...

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