Capítulo 14

Jodie llevaba tres días repasando en su cabeza todo lo que había sucedido con Wes, intentando descifrar qué era lo que había hecho mal, pero ella no podía pensar en nada. Había sido él quien apareció en la cafetería y estuvo dispuesto a acompañarla a la cena de Ada. Había sido él quien se ofreció a llevarla a casa y durmió con ella. Había sido él quien la siguió hasta el baño y terminó de desbaratar el control y la compostura que le quedaban. Y él había sido quien se marchó sin avisar mientras ella dormía.

Se sentía exhausta.

Esa danza entre ella y Wes, entre sus sentimientos y las palabras no dichas, se estaba volviendo insoportable.

Esa mañana, cuando llegó a la cafetería, se puso el uniforme y se sentó en la banca del vestuario. En su celular, la única llamada perdida era de su madre, con un mensaje preguntándole si ese fin de semana volvería a Cornualles. Jodie le respondió que sí; no se atrevía a llamarla. Luego buscó el número de Wes y marcó varias veces; no recibió respuesta.

—¿Sigue sin responder?

Jodie se sorprendió y sus ojos se encontraron con los de Ada. Le había revelado todo el asunto con Wes, así que su amiga estaba al tanto de la situación. Jodie negó con la cabeza.

—Quizás tuvo que resolver algo urgente y no tuvo tiempo de decírtelo —dijo Ada—. O a lo mejor no quería que te preocuparas, Di-di.

Jodie se encogió de hombros. No era la primera vez que Ada mencionaba eso, ni la primera vez que Jodie intentaba convencerse con las mismas razones mediocres.

Ada debió haber notado todas las expresiones en el rostro de Jodie, por eso cambió el tema.

—¿Vas a ir esta noche? —preguntó Ada y Jodie la miró, confundida—. ¡Ay, no! ¡No me digas que lo olvidaste!

Jodie pestañeó. Seguía sin entender.

—Noah. Comida americana. El club. Cumpleaños adelantado... —resumió Ada.

Jodie maldijo entre dientes y se cubrió el rostro, sintiéndose la peor amiga. No es que se hubiera olvidado del cumpleaños de Noah, jamás se atrevería, pero había olvidado que su amigo tenía una exposición el fin de semana en Londres y, como su celebración de cumpleaños se cruzaba, les había pedido que adelantaran el festejo.

—¡Tienes razón, lo olvidé! —murmuró mortificada—. ¡Wes acaba de volver y ya soy un desastre de nuevo!

Ada sonrió y se inclinó a su lado.

—No lo eres. Eres una buena chica. Y, además, aquí estoy yo para no dejarte caer.

Jodie le devolvió la sonrisa.

—Así que hoy, al salir de aquí, irás a tu casa, te pondrás un lindo vestido e iremos a comer deliciosa comida americana antes de adueñarnos de la pista de baile —declaró Ada—. Ya verás que, luego de bailar, te sentirás mejor.

Una sonrisa estiró los labios de Jodie en un gesto que, por primera vez después de lo acontecido con Wes, fue sincero.

Se marchó a la cocina y se entretuvo todo el día con sus dulces, horneando y decorándolos. Su mente divagaba por segundos, pensando en Wes, pero volvía a enfocarse.

Cuando se dio cuenta, la jornada terminó. Mark fue a recoger a Ada e insistieron en llevarla hasta su departamento. Salem estaba acostado en el sillón cuando abrió la puerta.

—Voy a salir esta noche —le dijo Jodie mientras iba a la cocina y abría una lata de atún—. Tendrás que cuidar el fuerte.

El gato maulló y se acercó con elegancia hacia donde su cena estaba servida.

Entonces Jodie se encerró en el baño para ducharse.

De su clóset, sacó un vestido que su madre le había obsequiado. Era una prenda con estilo simple: cuello redondo, mangas cortas, el talle estaba ajustado en la cintura y la falda corta caía ligeramente acampanada. Era de un lindo color negro con un diseño de flores con pétalos completos y sueltos, haciendo alusión al acertijo del destino: «¿Me quieres o no me quieres?». Combinó su vestido con unos zapatos negros de tacón fino y con tiras. Después se recogió los mechones cortos en una ajustada cola de caballo y se aplicó una ligera capa de maquillaje.

El timbre sonó y tomó su bolso de mano antes de abrir la puerta. Noah estaba esperándola y lucía apuesto, como siempre, con sus castaños rizos rebeldes —que hacían una perfecta combinación con sus pómulos marcados— y su mandíbula pronunciada; su forma de vestir también complementaba su atractivo. No podría describirlo con palabras exactas, pero tenía un estilo moderno, cómodo, clásico y arriesgado.

Tampoco comprendía cómo seguía soltero.

—¡Mírate!, ¡estás preciosa! ¡Tus piernas se ven increíbles con ese vestido!, ¡tan largas y estilizadas!

Jodie lo abrazó.

—Tú también estás muy guapo, ¡y el perfume que llevas...! —Sonrió y le guiñó un ojo—. ¿Alguna razón en especial? ¿Algún motivo para ir al mismo club de siempre? —Noah hizo una mueca y pareció que se ruborizaba—. Quizá sea tu noche de suerte. Feliz cumpleaños adelantado.

~~*~~

Bailar: hacer movimientos acompasados con el cuerpo, brazos y piernas al ritmo de la música.

Para Jodie bailar significaba tantas cosas: ser feliz, conocerse a sí misma, reconocer sus emociones, dejar ir lo negativo, ser libre... Le gustaba sentir la adrenalina y la música inundando sus sentidos; su respiración agitada y la libertad en los movimientos descontrolados. Le gustaba la emoción, la pasión y la sensualidad que la embriagaban. Quizás Ada tenía razón y se sentiría mejor después de una noche en la pista.

Después de cenar, Noah, Ada, un grupo de amigos de Noah y ella llegaron al club. Había una fila de espera para entrar en Abyss esa noche, y eso que apenas era martes, pero Noah disponía de un pase para una sala VIP. Al entrar, notaron que el ambiente estaba encendido. La música a todo volumen, los cuerpos en la pista, el murmullo de las conversaciones y las luces proyectando colores y oscuridad.

Jodie y el resto subieron a la planta alta y se acomodaron en su espacio reservado. La sala estaba equipada con sillones y cojines, mesitas cuadradas, lámparas de pedestal y cortinas. Ya había una ronda de tragos y aperitivos servida para ellos.

Ada estaba encantada.

—¿Cómo pudiste reservar este lugar? —le preguntó a Noah—. ¡Creí que debías ser socio o estar en lista de espera por meses!

Miró a su amigo. Noah se tomó varios segundos antes de responder:

—Conozco a alguien.

Cuando sus ojos se encontraron, ella irguió una ceja con expresión inquisitiva. Noah se encogió de hombros y desvió la mirada. Ella sonrió; estaba omitiendo detalles. Pero iba a averiguar lo que sucedía, al día siguiente lo acribillaría con preguntas como la buena amiga que era.

—Vamos a bailar, Di-di —le pidió Ada, luego de beber un par de tragos.

Se abrieron paso a través de la gente hasta llegar a una zona central de la pista. La música parecía resonar con más intensidad y Jodie sonrió. Youngblood estaba sonando y su cuerpo empezó a moverse, permitiendo que el ritmo contagioso y enérgico de la canción guiara sus pasos.

Noah se les unió poco después y los tres bailaron a través de la pista, cantaron y rieron. Poco a poco, Jodie perdió la noción del tiempo. Al final, sus amigos regresaron a la sala VIP, pero ella se quedó en la pista. Estaba teniendo un momento especial; se sentía eufórica y feliz y no quería despertar todavía.

Estaba perdida en la música cuando un hombre se pegó a ella.

—Hola, ¿cómo te llamas?

Ella retrocedió, pero el sujeto continuó invadiendo su espacio.

—¿Quieres que baile contigo? —insistió.

—No es necesario.

Se alejó y continuó bailando, pero el extraño sostuvo sus caderas y se apretó contra su espalda.

—¡No! —sentenció enojada y lo empujó con un puñetazo en el pecho.

La expresión del hombre se tornó furiosa y Jodie advirtió sus intenciones, pero no retrocedió. No iba a dejar que un idiota la intimidara.

El hombre no llegó a acercarse. Una mano sostuvo su brazo y lo retorció detrás de su espalda.

—¡Ella te dijo que no!

Jodie se sorprendió al ver a Wes. No lo estaba imaginando, estaba frente a ella. No entendía cómo podía aparecer de la nada en el momento más inesperado.

Se acercó al tipo por detrás y le susurró unas palabras. La presión en su agarre aumentó y el desconocido soltó un quejido. Wes soltó su brazo y el hombre se esfumó deprisa. Luego su atención se centró en ella y acortó la distancia entre sus cuerpos. Jodie, quien había contemplado el enfrentamiento en silencio, levantó el rostro y lo miró desafiante.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Te llamé y Ada respondió. Dijo que estabas aquí —le explicó él—. Llegué hace un rato, pero estaba arriba, viéndote bailar. En realidad, bailas muy bien.

Jodie sintió calor en sus mejillas y sabía que no era por haber bailado sin pausa. Wes atrapó un mechón de cabello que se escapó de su moño y lo acomodó detrás de su oreja; el gesto fue muy íntimo e hizo que la piel de Jodie se erizara.

—Baila conmigo —pidió.

Ella frunció el ceño.

—Dijiste que no te gustaba bailar.

Se apartó, pero Wes la siguió.

—¡Jodie, por favor!

Se detuvieron entre el resto de los cuerpos danzantes y establecieron contacto visual. Había algo en los ojos de Wes que la inquietaba y la atraía. Sentía que, a pesar de sentirse molesta y herida, aquel vínculo entre sus corazones, aquel hilo entre sus destinos provocaba que sus cuerpos, aunque estuvieran separados, gravitaran de vuelta hacia el otro. Era inútil evitarlo, era como intentar luchar contra la marea en el peor día de tormenta.

Al final, cedió.

Se acercó y sus manos se posaron en sus hombros. Wes esbozó una ligera sonrisa mientras sostenía su cintura. Reanudó su baile; su cuerpo estaba tenso, pero poco a poco se fue relajando. Ella recuperó el ritmo de antes y sus movimientos se acoplaron al compás de la melodía con estilo ochentero que resonaba en la pista; se movió con un toque sensual y divertido.

Cuando el volumen descendió y los acordes finales se mezclaron con una nueva melodía más lenta y seductora, sus movimientos se volvieron pausados, incitantes y controlados. Jodie se dio la vuelta y se movió contra su cuerpo. Wes deslizó sus manos desde su cintura hacia sus caderas y se inclinó más cerca. Ella sintió su respiración caliente contra su cuello y se estremeció.

—¿Quién te enseñó a golpear así? —murmuró él contra su oído.

A Jodie le costó unos segundos comprender sus palabras.

—Mis hermanos —respondió con una sonrisa—. Decían que una chica bailando sola siempre atraía a los idiotas.

Wes rio.

—Si hubiera sido yo, ¿también me habrías golpeado?

Jodie giró de nuevo y sus ojos se encontraron. Un brillo provocador iluminó el verde de su mirada.

—Te habría golpeado el doble de fuerte.

Wes no se inmutó, pero sus ojos se oscurecieron. Acercó su rostro al de ella, sin darle oportunidad de escapar.

—No me habría resistido —murmuró—. No puedo resistirme.

Y de pronto, Wes la besó.

Jodie se sorprendió.

Alguna vez escuchó que los mejores besos detenían el tiempo, pero este no fue uno de esos. Fue todo lo contrario: le dio vida, precipitó su tiempo y despertó un cúmulo de emociones en su interior. Todo se redujo a ellos, a esa caricia, y a las maravillosas e infinitas posibilidades que ofrecía.

Los primeros roces fueron tiernos y persuasivos. Sus labios se sentían calientes y suaves, y la besaban de la forma más correcta y perfecta. Sus bocas parecían encajar a la perfección y se movían por instinto, como si aquel no fuera su primer beso, sino otro de muchos. Jodie agradeció la dicha de estar viva para experimentar ese momento. El deseo de besarlo era casi agónico, necesario para continuar respirando. Se dejó llevar y, cuando la tensión en su cuerpo cedió, Wes deslizó una mano detrás su cuello y la besó con más intensidad. Sus labios se volvieron insistentes y provocadores; la sedujo para que se entregara por completo. Jodie se mareó, pero le respondió con la misma intensidad. Deslizó sus manos por su pecho y se aferró a sus hombros; aun con los tacones, ella no era tan alta como él, pero se conformó con sentirlo bajo sus manos, saber que era él y que en ese beso le pertenecía.

Ambos se pertenecían.

Wes deslizó su brazo alrededor de su cintura y apoyó su cuerpo contra el suyo, disolviendo hasta el más ligero espacio entre ellos. Jodie sintió sus pechos apretados contra su torso y los roces enloquecedores de sus caderas. Una de sus piernas se deslizó entre sus muslos y gimió al sentir la presión contra su piel sensible. Separó sus labios y Wes aprovechó para conquistar su boca. Sus lenguas se rozaron, danzaron juntas, se provocaron, y todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se encendieron, enviando fuego por sus venas. Una deliciosa corriente descendió por su columna e intensificó la sensación, apretándose contra él. Su cuerpo firme y su aroma masculino embriagaban sus sentidos como nunca nadie lo había hecho.

—Jodie...

Wes ya no estaba besándola y ella lo extrañó de inmediato. Intentó empujar su rostro más cerca para volver a besarlo, pero no lo consiguió. Hizo una mueca y él sonrió con cariño. Se inclinó y volvió a besarla.

¡Benjamin Wesley estaba besándola al fin! Y era dulce y demandante de una manera tan perfecta que ni siquiera se comparaba a sus sueños. Jodie se sentía tan feliz que podría haberse echado a llorar.

—Vamos a casa —dijo—. Quiero decirte algo.

—¿No puede esperar? —preguntó ella contra sus labios, sintiéndose cautivada por él.

Wes la miró. Había seriedad en su expresión y... nerviosismo.

—No. Es importante. Cuando no estuve aquí, yo...

Una cubeta de agua fría le cayó encima. Jodie no escuchó nada más.

El primer pensamiento que invadió su mente fue el recuerdo de cuando leyó los rumores sobre él y su ¿exnovia? Ante eso, su primer impulso fue golpearlo. El segundo fue romper a llorar. Y el tercero, irse lo más rápido posible.

—Soy una idiota.

Se separó de él y abandonó la pista. Wes la siguió; lo escuchó llamarla, pero no se detuvo. Esquivó a la gente en su camino y salió del club. Sus piernas se sintieron trémulas mientras enfilaba hacia la calle y el aire nocturno le enfriaba las mejillas. No avanzó ni dos cuadras cuando empezó a llover.

«¡Maldita sea!», pensó. «Maldita sea yo, la maldición y mi miserable corazón».

—¡Jodie! —gritó—. ¡Jodie, espera!

Ignoró su llamado y continuó andando. Pero él no tardó en alcanzarla y sostuvo su brazo.

—Jodie, ¿qué haces? ¿Podrías detenerte?

Ella giró y su mirada lo atravesó con rabia y dolor.

—¿Y tú podrías dejar de romper mi corazón? —la acusación flotó entre ellos, llenando el aire de tensión y chispas de electricidad.

Wes la miró con perplejidad.

—No entiendo. ¿De qué estás hablando?

Jodie se mordió los labios e intentó mantener el control, pero las palabras escaparon de su boca, como si no pudiera soportar que siguiera lastimándola:

—¿Por qué estás haciéndome esto? ¿Por qué? ¿Por qué desapareciste estos tres días sin ser capaz de llamar o dejarme un mensaje? ¿Por qué me besas y me tocas si no vas a quedarte? ¿Por qué me atormentas desde que regresaste cuando este tonto corazón mío estaba aprendiendo a dejarte ir?

Wes lució pasmado y Jodie se sintió tan dolida y confundida que intentó alejarse, pero él no dejó que escapara de nuevo.

—¡Pero si te dejé una nota! ¡Mi padre me estaba presionando y tuve que ir a Londres! Tenía... tenía que resolver un asunto personal —había algo escondido en esas últimas palabras. Wes no le sostuvo la mirada a Jodie al decirlas y su semblante se endureció.

—¡No te creo! ¡No encontré ninguna nota, e ignoraste todas mis llamadas! ¿Qué se supone que debía pensar? Creí...

—Jodie...

—¡Creí que estabas con ella! ¡Con tu novia! ¡La chica de la revista! —lo acusó.

Wes frunció el ceño.

—¿Qué revista? ¡No sé de qué estás hablando!

—¡Deja de mentirme!

Wes se limpió la lluvia del rostro con un gesto frustrado.

—¡No te he mentido! ¡Jamás te he mentido!

—¿No es eso lo que has intentado decirme desde que volviste? —exclamó. Tragó con fuerza e intentó imitar sus palabras—: «Jodie, tengo algo que decirte». «Jodie, tenemos que hablar». «Jodie... Jodie... Jodie...». ¿Qué es lo que quieres decir? ¡Ya dilo de una maldita vez y déjame!

—¡Estoy enamorado de ti! —las palabras murieron en sus labios y Jodie lo miró atónita.

El tiempo se detuvo. Fue como si todo se desvaneciera con la lluvia, menos, él y ella, de pie, en esa esquina.

Ella pestañeó, intentando aclarar su visión. Ahora Wes se veía tan molesto que, por un instante, Jodie creyó que había escuchado mal y su declaración solo había sido una ilusión.

Wes retrocedió y apartó el rostro, negando con la cabeza.

—¡He intentado hablar contigo desde que volví, pero todo lo que hago parece salir mal! —dijo frustrado—. ¡No tengo novia, ni aquí ni en ningún otro lado! ¡Y si lo leíste en una revista, solo eran ridículos rumores!

Jodie tragó duro.

—Pero... creí...

—¿Creíste qué, Jodie? —inquirió Wes; sus ojos estaban encendidos—, ¿que dormiría a tu lado y luego regresaría a casa a besar a mi novia como si nada hubiera pasado? ¿Esa es la impresión que tienes de mí? O peor, ¿crees que te haría algo tan cruel a ti? Dijiste que confiabas en mí, ¿era mentira?

Sus palabras aguijonearon el pecho de Jodie.

—Regresé por ti. Fui a verte el mismo día que volví porque te extrañaba tanto que estaba enloqueciendo. Estos meses sin ti fueron una tortura. Y cuando dejaste de contestar mis llamadas, cuando dejaste de escribir, sentí como si me arrancaras el corazón. Volví para intentar arreglar lo que sea que hubiera hecho mal, pero me encuentro con que has pasado los últimos dos meses saliendo con otros hombres.

El enojo de Jodie se encendió y se le calentó la sangre.

—¡Porque creí que tenías novia! —se defendió—. ¿Qué más se suponía que hiciera? ¿Querías que siguiera enamorada de ti, aunque no tuviera idea de si ibas a volver o a comprometerte con alguien más?

—¡Pudiste haber llamado! —replicó él—. ¡No, debiste haber llamado! ¡Te habría dado una respuesta porque no estaba ocultando nada! ¡Pero preferiste dejarme afuera y eso dolió más que nada!

—¿Dolor? ¡Tú no puedes hablarme de dolor! —exclamó furiosa—. ¡He estado enamorada de ti desde la primera vez que te vi! ¡Todos estos meses he llorado por ti! ¡Me he sentido miserable y desdichada desde que te conocí! ¡Creí que teníamos algo especial, pero luego te fuiste y leí esa estúpida revista y pensé que te había perdido para siempre!

—¿Entonces por qué no me dijiste?

—¿Por qué? —Jodie bufó con amargura—. ¡Porque creí que ibas a rechazarme! Ya lo habías hecho después del accidente. ¿Por qué tú no me dijiste?

—¡Porque no estaba preparado, maldición! ¡Estaba en medio de la rehabilitación!, ¿qué podría haberte ofrecido?

—¡Entonces admites que todo esto es tu culpa...! ¡Si me hubieras dicho lo que sentías antes de irte, nada de esto habría pasado! ¡Hiciste de mí una idiota!

La expresión de Wes se endureció.

—¿Qué? ¡No! ¡Admite que es tu culpa! ¡No llamaste, decidiste creer en rumores y me dejaste afuera! ¡Tú hiciste de mí un idiota!

Sus palabras dolieron y Jodie tragó con fuerza.

—¡Yo nunca oculté mis sentimientos, Wes! —dijo ella con labios temblorosos—. ¡Siempre estuve contigo, apoyándote, esforzándome, sonriéndote, aunque doliera y no supiera si ibas a quererme como yo lo hacía! ¡Si me querías, debiste haber confiado en mí, sin importar la rehabilitación, sin importar nada! ¡Debiste decírmelo!

Jodie lo miró a los ojos. Esperó que Wes siguiera con la discusión, pero su expresión se volvió inescrutable y corrió la mirada. Respiró profundo y por primera vez se sintió agradecida por la lluvia, que ocultaba sus lágrimas.

—Me voy a casa.

Se rodeó con los brazos y empezó a andar. No se inmutó al darse cuenta de que Wes la seguía. Tampoco mediaron alguna palabra, ni siquiera cuando se subió a un taxi y recordó que su cartera, con su celular y su dinero, se había quedado con Ada en el bar. Al menos, había una llave de repuesto enterrada en uno de los maceteros de la entrada.

Cuando llegaron a su edificio, Wes pagó el taxi mientras usaba el comunicador para que alguno de sus vecinos abriera la puerta. La señora Thompson, del segundo piso, la ayudó, e incluso salió al pasillo para asegurarse de que Jodie hubiera entrado sana y salva. Ella la saludó con una sonrisa y siguió su camino. Tal como lo recordaba, la llave de repuesto seguía en el macetero. Jodie la encontró y abrió la puerta.

Salem no estaba a simple vista, ni en el sillón ni en la cocina.

Dejó la puerta abierta y caminó directo a su habitación. Buscó en el baño unas toallas y las acomodó en el sillón antes de regresar a su alcoba y cerrar la puerta; apoyó la espalda contra ella y soltó el aliento. Salem maulló desde donde estaba desparramado sobre su cama.

—Sí —coincidió con él—, creo que arruiné todo.

Jodie, sensible y miserable como se sentía, lloró mientras se desvestía y se duchaba. Y mientras se ponía su pijama y se lavaba los dientes. Y lloró aún más cuando encontró, casi oculto en la caja de arena de Salem, un pedazo de papel rumiado con la letra de Wes; Salem no se inmutó ni un poco cuando le reclamó por la nota, sino que se levantó con parsimonia y se acomodó en la ventana, dándole la espalda.

Ella rompió el papel y arrojó los pedazos a la basura antes de acostarse en la cama. Cuando las lágrimas se secaron, solo sentía un vacío enorme en su pecho; una sensación de frialdad que no tenía nada que ver con la lluvia, pero sí con el hecho de que estaba sola y era la culpable de su propia desdicha. Ella sabía que debía hablar con Wes, que tenía que aclarar las cosas, pero también estaba aterrada de abrir la puerta y que él la hubiera dejado.

El sueño la evadió y dio vueltas, escondida bajo el edredón. No estaba segura de qué hora era en la madrugada, cuando escuchó que su puerta se abría.

—Jodie...

Ella sintió un delicado toque contra su hombro. Abrió los ojos y encontró a Wes agachado junto a su cama. Él no se sentó o intentó acostarse a su lado, como si no quisiera invadir su espacio o imponer su presencia.

Ante su mirada, Jodie quiso esconder la cabeza de vuelta en el cobertor, pero su semblante parecía tan desolado, que no se arriesgó a romper su contacto visual.

—Tienes razón —dijo con un suspiro cargado de amargura—, sabía cómo te sentías y, aun así, ignoré tus sentimientos. Fui un cobarde. Desde el inicio, siempre he sido un cobarde. Todo este tiempo. Y lo siento.

Los ojos de Jodie se llenaron de lágrimas, pero las contuvo. Ahora era su turno de aceptar que se había equivocado y aquel error que lastimó su corazón.

—Debí llamarte. No debí dejarte afuera porque, aunque no correspondieras mis sentimientos, aun así, eras mi amigo. Dejé que el miedo y el resentimiento se apoderaran de mí. Lo siento.

Lloró y las lágrimas se perdieron contra su almohada. Wes las detuvo con sus dedos mientras su expresión se relajaba y una ligera sonrisa se afianzaba en sus labios.

—Me enamoré de ti, Jodie, desde la primera vez que te vi —dijo con solemnidad—. Y fui un idiota al no darme cuenta antes de que te amaba.

—¿De verdad? —Jodie se restregó los ojos y sorbió con la nariz de una forma poco elegante para una dama, pero no le importó. Sabía que ya era un desastre.

Wes asintió y apartó los mechones de su rostro.

—De verdad.

Ella sonrió. Y cuando acercó sus rostros para rozar sus labios, susurró:

—Yo también te amo.

Wes la besó y Jodie dejó de llorar porque esta vez su corazón estaba completo.

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