Capítulo 13

Jodie no recordaba haberse despertado tan cómoda y contenta en toda su vida. Sus ojos se rehusaban a abrirse. La somnolencia aún empañaba su realidad, pero sus sentidos reaccionaron poco a poco, captando cada detalle delicioso.

La mañana estaba un poco fría, pero se sentía envuelta en una cómoda burbuja de calidez. Estaba acostada de lado, enredada entre las sábanas, y a su lado, en lugar de una fría almohada, había otro cuerpo; cálido, reconfortante y envuelto en una fragancia masculina que estaba despertando sus deseos.

Jodie sonrió y se apretó contra él; su mejilla descansó sobre una piel tibia y firme. Los delicados roces que danzaban sobre la curva de su cadera y su cintura se sentían maravillosos. Su toque se sentía tan familiar que se sintió animada a corresponder. Abrió su mano, como un abanico sobre su piel, captando su textura, las líneas y los músculos que marcaban su torso. Experimentó un hormigueo en los dedos y soltó un suspiro, contenta.

—Buenos días —dijo y su sonrisa se volvió más dulce.

—Buenos días —escuchó de vuelta, mientras aquellos dedos subían por su columna.

Ella se estremeció. Abrió los ojos y estudió el rostro que estaba muy cerca del suyo, cuyas facciones conocía a la perfección. Wes sonrió y Jodie se perdió en esos labios hasta que, poco a poco, el dulce letargo la abandonó y la realidad se fue asentando en sus huesos. Pestañeó varios segundos, como esperando que él desapareciera. Funció el ceño cuando no lo hizo.

«¡Wes está aquí, y no es un sueño! ¡Wes está aquí! ¡Wes está aquí! ¡Wes está aquí!».

Jodie se sentó de golpe y el impulso hizo que cayera hacia atrás, fuera de la cama. Su espalda golpeó el piso y sus piernas quedaron enredadas con las sábanas. Levantó la mirada y lo primero que notó fue que no llevaba su pijama cotidiano; ni siquiera llevaba un pijama, solo una camiseta vieja de Plaza Sésamo que apenas cubría su ropa interior.

Empezó a hiperventilar e intentó ordenar sus impulsos. El primero fue gritar. El segundo, esconderse bajo la cama. El tercero, pedir explicaciones. Y el cuarto, botar todas sus camisetas de dibujos animados.

Aunque las dos primeras eran muy tentadoras, Jodie se arriesgó con su tercer impulso: las explicaciones.

Desenredó sus piernas de las sábanas y se sentó en el suelo, estudiando a Wes desde el filo de la cama.

—¿Qué pasó? ¿Qué...? —balbuceó—. ¿Qué estás haciendo aquí? —su voz casi podía transparentar el temblor de sus manos; se odió por eso.

—¿No lo recuerdas?

Wes la miró y también se sentó, desbaratando así todos los planes de Jodie de intentar ordenar sus pensamientos. La sábana resbaló por su cuerpo, dejando su torso musculoso y bien definido desprotegido ante su mirada; Wes había ganado masa muscular durante los últimos tres meses, los músculos de sus hombros y brazos estaban más abultados. Jodie lo embebió con sus ojos, no pudo evitarlo, no cuando él lucía tan ardiente y estaba sentado en su cama.

Se obligó a apartar la mirada y negó con la cabeza.

—Todo está muy confuso —respondió ella—. Solo recuerdo fragmentos.

—Bebiste demasiado tequila. Luego te dormiste en casa de Ada, pero querías regresar a tu departamento, así que te traje. Entonces...

Ella frunció el ceño.

—¡Eso no explica por qué estás desnudo en mi cama! —lo acusó.

Wes la miró, divertido.

—Primero, no estoy del todo desnudo. Y segundo, porque todavía no llego a esa parte.

Jodie tragó saliva. Él y la palabra «desnudo» en una misma frase le hacían cosas muy malas a su mente.

—Continúa —masculló ella.

—Luego de traerte, estábamos conversando en el sillón de la sala cuando vomitaste sobre mí y creo que te desmayaste.

«¡Ay, no! ¡Ay, no! ¡Ay, no!».

—¡Ay, no! —murmuró Jodie, cubriéndose el rostro.

—Ay, sí. Así que tuve que cambiar tu ropa por esa camiseta que encontré en uno de tus cajones. Te acompañé al baño para que te lavaras los dientes y te acosté en la cama. Después tuve que lavar mi ropa, ponerla a secar y tomar una ducha. No pretendías que me fuera en medio de la noche fría sin nada puesto, por eso decidí quedarme. Iba a acostarme en el sillón, pero tu gato dejó muy en claro que era suyo. Regresé, te pregunté si podía dormir aquí y dijiste que sí.

Jodie no sabía qué decir. Cerró la boca y deseó haber seguido su segundo impulso. Esconderse bajo la cama parecía ahora una mejor opción que estar enfrentando todo eso, pero no había forma de regresar el tiempo.

Recuperó lo que quedaba de su dignidad y se puso de pie.

—Lo siento... por haberte hecho pasar por todo eso —se disculpó, mortificada.

Wes se encogió de hombros y su mirada la recorrió, demorándose en sus piernas y en sus caderas. Jodie se ruborizó aún más, lo que parecía casi imposible. No podía estar más avergonzada y, lo que era peor, excitada. Las caricias y los toques de Wes al despertar habían dejado en ella una necesidad intangible que provocaba que sus pechos dolieran contra su bralette y el latido entre sus muslos se agitara rebelde. Si él no se vestía y salía de su cama, Jodie estaba tentada a unirse a él y ponerse aun más en ridículo.

—Deberías vestirte —dijo ella, huyendo de los ojos de Wes—. Mientras tanto, yo usaré el baño muy muy rápido; después podrás hacerlo tú.

Corrió y se encerró en el baño.

Su corazón estaba desenfrenado, su mente era una tormenta de pensamientos furiosos y su cuerpo se sentía caliente. Quería gritar. Necesitaba apaciguar sus pensamientos y, al mismo tiempo, calmar su cuerpo.

Cerró los ojos y arrojó agua fría sobre su rostro, luego se lavó los dientes e intentó controlar sus emociones. Estaba ansiosa y preocupada; aturdida y confundida; excitada y avergonzada. Estaba... estaba... ¡aterrada!

Estaba a punto de tener un colapso mental cuando escuchó un suave golpe en la puerta. Su cuerpo se petrificó. Era Wes; a menos que Salem hubiera aprendido a tocar puertas, lo cual era improbable.

Él volvió a llamar y Jodie dejó escapar un lento suspiro antes de abrir.

—¿Quieres usar el baño? —preguntó con una sonrisa—. Adelante. Es todo tuyo. Yo puedo esperar y...

Intentó salir, pero Wes bloqueó la puerta; no le dejó escapatoria.

Con su más de metro ochenta, sus hombros anchos, su torso definido y solo un bóxer ajustado como única prenda, Jodie supo que se había equivocado. Ese era el momento perfecto para tener una crisis nerviosa, porque él era el hombre de sus sueños, el amor de su vida, su alma gemela, y estaba parado frente a ella en ese baño estrecho, con aquella mirada oscura y sensual que la dejaba sin aliento.

Wes se acercó despacio y ella retrocedió hasta que su espalda golpeó la encimera de granito. Él se detuvo muy cerca, sus cuerpos rozándose con cada respiración. Wes era altísimo, mucho más grande e imponente que su contextura menuda. Sin embargo, no intentó intimidarla con su tamaño; al contrario, Jodie sintió que le hacía una ofrenda.

Wes levantó una de sus manos y acarició la mejilla de Jodie con delicadeza, como si ella fuera algo frágil y precioso. Luego apartó unos mechones de su cabello y se inclinó para besar su cuello. Jodie se estremeció.

—¿Wes? —era una pregunta y una súplica. El sonido se escapó de sus labios como solo lo hacía en sus sueños, aunque estaba teñido de incertidumbre y, quizás, de una débil chispa de esperanza.

Wes retrocedió y sus ojos se encontraron.

—Jodie, ¿confías en mí? —susurró, como un secreto entre ellos.

Ella tragó con fuerza.

Las palabras se deslizaron por su piel y traspasaron la neblina de seducción que él mismo estaba entretejiendo. Jodie comprendió el significado en su mirada y detrás de sus palabras. Aunque fuera casi absurdo e imposible de creer, no podía engañarse; no podía ignorar lo que estaba escrito en su rostro, en la sutil curva de sus labios que le sonreían.

Al final, Jodie asintió y experimentó una mezcla de sorpresa, expectación y temor. No quería romper aquella frágil conexión entre sus almas y anhelaba tener lo que los ojos de Wes prometían.

La sonrisa en los labios de Wes se alargó. Aferró su cintura y levantó su cuerpo hasta dejarla sentada sobre la encimera. Sus rostros quedaron al mismo nivel y él estudió su semblante, como si estuviera asegurándose de que estaba segura. Cuando no encontró rastros de duda, deslizó los mechones cortos de ella hacia atrás y se inclinó. Besó su garganta, lamió el pulso que latía cada vez más rápido, y ascendió; su boca rozó la piel sensible de su cuello, propinó suaves mordiscos, y continuó hasta atrapar el lóbulo de su oreja.

Nunca imaginó que aquella pequeña parte de su cuerpo pudiera ser tan sensible y que despertaría tantos deseos en ella. Su boca hervía y sus dientes eran una tortura. Cuando Wes succionó aquella porción de piel, el cuerpo de Jodie reaccionó y no pudo ocultar su reacción.

—No...

—¿No? —Wes la miró y tenía una sonrisa insinuante en sus labios—. Ayer por la noche insistías en torturarme así.

Jodie no lo recordaba, pero sabía que él no mentía; aunque sus ojos tenían un brillo provocador, también era sincero, y no presionó el asunto.

Wes encontró el otro lado del cuello de Jodie y lo acarició con su mejilla; la aspereza de su barba le provocó sutiles pinchazos de placer. Él mordió y succionó su piel hasta que ella estuvo segura de que le había dejado una marca. Jodie se mordió los labios y soportó aquella tortura con el corazón golpeteando sus costillas. Él descendió por su cuello, hacia la curva de su hombro; su boca besaba y probaba todo a su paso. Sin embargo, cuando se encontró con su camiseta y su tarea se vio interrumpida, sus manos se deslizaron bajo el dobladillo con intención. Ella alzó los brazos y él se deshizo de la prenda.

Wes le dirigió una lenta mirada de apreciación, comenzando desde sus pechos cubiertos con un sencillo bralette de encaje floral, bajando por su vientre y sus caderas hasta la unión de sus muslos. Jodie se felicitó por haber escogido de forma inconsciente un conjunto que hiciera juego. Aunque, por la expresión en su rostro, a él poco parecía importarle su ropa interior. Por el contrario, volvió a buscar su piel; se entretuvo con su clavícula, mordió su hombro y sus labios trazaron el valle entre sus pechos. Sus dedos escalaron por sus costillas y jugaron con el extremo inferior del encaje. Jodie contuvo la respiración y esperó con expectación, pero Wes no se molestó en quitar su bralette. Su mano atrapó uno de sus pechos y lo masajeó a través del encaje; su pezón se endureció, adolorido y necesitado, y Wes lo frotó, apretándolo entre sus dedos. Jodie sintió una descarga de electricidad, un pulso vivo y ardiente que comenzaba en las puntas de sus pechos y terminaba entre sus piernas. Wes propinó el mismo tratamiento a su otro pecho: sus movimientos eran firmes; sus caricias, duras, pero ejerció la presión perfecta, como si ya conociera su cuerpo, como si entendiera su deseo.

La boca de Wes se deslizó por la cima de uno de sus pechos, trazando el arco hasta su corazón. Luego empujó el encaje hacia abajo y su lengua probó la piel de Jodie, hasta que atrapó su objetivo. El calor y la humedad de su boca provocaron que Jodie dejara escapar suaves gemidos de placer. Ella bajó la mirada y observó casi hipnotizada lo que Wes estaba haciendo: cómo su lengua lamía su pezón, cómo sus dientes mordían su piel y después succionaba con sus labios.

Jodie cerró los ojos.

Estaba volviéndose loca con todas aquellas sensaciones. Era demasiado. Nada podría haberla preparado para sus besos, sus caricias, o para la forma apasionada en que la consumía, ni para la realidad. Saber que era Wes quien estaba junto a ella, quien le estaba entregando placer y con quien estaba compartiendo los secretos de su cuerpo, era mil veces mejor que cualquiera de sus sueños.

Esto era real y perfecto.

Wes alternó las caricias de su boca y de sus dedos entre sus pechos. Jodie se arqueó contra él. Sus manos, hasta ese momento inmóviles, encontraron su cintura y eliminaron cualquier espacio entre ellos. Ella rozó sus caderas contra las suyas y gimoteó; Wes estaba duro, caliente, y se sentía bien entre sus piernas. Él también gimió; fue un sonido bajo y sexy que calentó su sangre. Aferró sus caderas a él y atrajo su cuerpo al borde de la encimera, luego guio una de sus piernas alrededor de su cintura y se movió contra ella.

Jodie se mordió los labios y echó la cabeza hacia atrás. Estaba segura de que nunca había estado tan excitada en toda su vida; de que el impacto de sus embestidas y la succión de su boca serían suficientes para hacerla terminar.

Y así fue.

Jodie se disolvió en pequeños grititos sin aliento. Su cuerpo se sintió repleto y dichoso mientras los vestigios de su orgasmo la atravesaban. Este placer también se sentía diferente. No había sido provocado por ella misma. No la dejó sintiéndose más sola y vacía; al contrario, fue como una promesa de todo lo que estaba por venir.

Wes no había terminado con ella.

Una de sus manos descendió por su vientre, entre sus piernas, y la tocó a través del encaje. Jodie tembló, aún sensible por su reciente liberación, pero no intentó detenerlo. Los dedos de Wes rozaron la humedad que empapaba la fina tela. Ella gimió y sus mejillas se tiñeron de un sonrojo intenso.

Wes no se apresuró en su deseo; sus dedos la provocaron despacio, utilizando la tela rugosa del encaje para estimular el brote escondido y sensible. Él parecía entender su cuerpo mejor que ella, dándole placer y más placer. Jodie se estremeció. Sus dedos se clavaron en su espalda y sus caderas se alzaron para él, guiadas por la necesidad.

Wes apartó la tela y acarició sus pliegues hinchados. Él jugó con ella, la preparó y cuando estuvo lista, la penetró despacio. Abrió los ojos sorprendida, mientras su sexo se acoplaba a la nueva invasión. Ambos gimieron. Ella experimentó la dulce presión de sus dedos, entrando y saliendo de ella, en un ritmo pausado hasta que su cuerpo pudo aceptar más, humedeciéndose y apretándose a su alrededor.

Su ritmo aumentó. Wes era cuidadoso, pero al mismo tiempo firme y persuasivo. Sus caricias persuadían a Jodie para dejarse ir, llevándola más y más alto. Y ella perdió la coherencia de sus pensamientos. Su cuerpo se movió por instinto, tenso y adolorido, y sus caderas se agitaron, hasta que alcanzó una nueva liberación, deshaciéndose en gemidos y en espasmos de placer.

Delicioso y exquisito placer.

Se apoyó contra la pared e intentó recuperar el aliento. Wes se retiró de ella cuando los espasmos de su cuerpo se detuvieron. Después posó una mano junto a su cabeza y se inclinó hacia su rostro mientras se liberaba de su bóxer y se acariciaba a sí mismo. Jodie lo observó con los párpados entreabiertos. Deseaba tocarlo, sentirlo y darle placer, pero sus manos no obedecieron. Su mente y su cuerpo aún estaban desconectados, a la deriva.

Sin embargo, Wes no necesitó su ayuda. Unos segundos después, soltó un gruñido bajo y su cuerpo se tensó, antes de correrse sobre su vientre y sus muslos. Él se apoyó contra ella y la encimera. Enterró su rostro en el hueco de su hombro y, cuando su respiración se estabilizó, repartió besos por su cuello mientras acariciaba su espalda.

Sonrió contenta y satisfecha. Sus ojos se cerraron y su respiración se volvió más lenta y acompasada. Percibió a Wes moviéndose a su alrededor y luego la sensación de una toalla húmeda limpiando su cuerpo con cuidado. Estaba casi inconsciente cuando él la acomodó en la cama y se acostó a su lado. Jodie lo abrazó, se enredó a su alrededor, y se dijo que hablaría con él apenas despertara.

Pero cuando abrió los ojos, casi dos horas después, Wes no estaba en la cama, ni en el departamento. Salem estaba sentado sobre la almohada junto a su cabeza y maullaba molesto por su falta de alimento. Jodie se sentó y buscó a su alrededor algún mensaje o nota que él hubiera dejado. Revisó su celular y comprobó que estaba conectado a internet, pero no había nada.

Permaneció sentada en la cama, envuelta en los maullidos insistentes de Salem, sin poder evitar la desilusión de su corazón, y dándose cuenta de que Wes no la había besado en los labios ni una sola vez.

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