8. El castigo
Estaba de mal humor.
Eso de volver al mundo analógico no me hacía gracia; ¿cuánto hacía que no llevaba un reloj de muñeca? Se lo había tenido que coger prestado a mi hermano porque yo hacía años que me había deshecho del último.
Era un milagro que aún tuviese pilas, porque tampoco era que mi hermano los usara mucho.
Menos mal que Mario no lo iba a necesitar por ahora. Tenía que ahorrar un poco para comprarme un móvil nuevo.
Hice una mueca mientras metía el mocho de la fregona en el cubo de agua. ¿Por qué no le exigía uno a Mike? Después de todo, había sido por su culpa que yo ahora no tuviera conexión social. De hecho, por la mañana, cuando prácticamente me había dicho que le salvara el culo, habría sido un buen momento.
Lástima que no se me ocurriera antes.
Ahora me llevaban los diablos.
El director me había dicho que regresara al edificio estudiantil a las cinco de la tarde, que avisara a mi amigo, porque no había logrado localizarlo en clase.
Hice otro mohín al recordarlo; pues claro que no había podido localizarlo. Mike se había largado como un vil cobarde para dejarme sola limpiando aulas, que era lo que nos tocaba hacer esa tarde. De hecho, ya tenía el planning para toda la semana. El señor López me lo había detallado todo en un Word que luego había imprimido. Uno para mí y otro para Mike. Debíamos firmarlo y dejarlo en su despacho todas tardes para que él comprobara que habíamos hecho la tardea especificada.
Había cogido tanto el impreso del Mike como el mío, con la promesa de dárselo a mi «compañero». En ese momento me había debatido en si decirle al señor López que él no estaba allí o callarme.
Al final, solo asentí.
El director había pensado que Mike estaba en algún lugar del instituto, esperándome, porque no tenía ganas de verle la cara a él.
Yo no lo había desmentido; aun no sabía por qué.
El caso era que estaba totalmente sola. Eran las seis menos cuarto, y no había podido completar el circuito de aulas marcado en el Word, cosa que, si hubiéramos sido dos, habríamos hecho de sobra.
Él me había dicho que llegaría «tarde», no que directamente pasaría del castigo.
Pero, como siempre, Mike me había mentido. Y, tonta de mí, me lo había tragado; ya que había firmado por él el documento.
Por supuesto, yo no conocía la letra de Mike, menos algo tan personal como una firma. Pero, si nos pillaban, pensaba hacerme la víctima con todas las letras. Si se diera el caso, iba a ponerme a llorar diciendo que él me había obligado a firmar en su nombre para escaquearse.
Y no me iba a dar pena dejarlo a la altura del betún.
Me sentía muy tonta; con todo lo que me había hecho y yo ahí cubriéndolo y haciendo su parte de un castigo que, por otro lado, no me merecía.
¡De verdad que era una pringada!
A las seis en punto, dejé las cosas que había usado para limpiar y me despedí de María, la limpiadora de verdad; esa que estaba contratada solo para aquella tarea. Me había ayudado a encontrar las cosas después de que le explicara la situación y frunciera el ceño con cara de: «Pero ¿cómo es posible que una chica como tú haya sido castigada?, ¿es que se te han fundido todas las neuronas para acabar poniendo globitos en los lavabos?». Menos mal que al menos tuvo el detalle de no decirlo en voz alta. Porque aunque yo no había hecho nada de lo que me acusaban, seguramente no me hubiera defendido puesto que no me valía de nada, y siempre acababa cabreada con el mundo por las injusticias que estaba cometiendo conmigo.
―¿El chulo te dejo colgada? ―me preguntó Tania en el recreo después de contarles la historia tanto a ella como a Ana y Elena durante el recreo.
Asentí con una pizca de enfado. Con las ganas que tenía de encontrármelo ese día y no había ni rastro de él en toda la pista.
―Pues creo que no ha venido hoy a clase ―me informó Ana.
―Eso parece ―confirmé echando un vistazo a todos los estudiantes del instituto que estaban allí congregados; puesto que todos teníamos la pausa a la misma hora.
―No me puedo creer que primero te invitara a desayunar y luego te dejara colgada.
―Pues yo no sé por qué te sorprendes: es Mike ―apostillé.
―Mi prima Cristina está en segundo, con él ―comentó Tania―. Piensa que tanto él como sus amigos están metidos en algo raro. ―Se quedó mirando a algo detrás de mí.
Yo seguí la dirección que habían tomado sus ojos.
Allí estaban los amigos de Mike: David Martos y Elián Gómez. El primero era repetidor, como Mike, y el segundo, seguramente, repetiría este año.
―Pues parece que es un chico listo ―intervino Elena.
Le envié una mirada hostil.
―¿En qué universo? ―inquirí sarcástica.
Las tres se rieron.
―Pues en este, por mucho que te duela, Nonni. No ha repetido por no tener capacidad para aprobar. En realidad, el año pasado empezó sacando sobresalientes, pero después comenzó a entregar los exámenes en blanco ―explicó mi amiga.
―¿Y tú cómo sabes eso? ―La miré totalmente perpleja.
Ella se encogió de hombros.
―Me lo dijo Wen en la fiesta; por lo visto son amigos.
―¿Le hablas a Wen de Mike? ―pregunté; aunque realmente me tendría que dar igual eso de quién hablara Elena en las fiestas a las que iba, pero no había podido retener la cuestión para mí.
―En realidad le hablé de ti.
Agrandé los ojos.
―¿De qué? ―Lo dije un poco escandalizada.
Aunque ni yo misma lo entendía. Pero la combinación de Mike y yo en la misma conversación no me gustaba mucho.
―Ay, chica, pues no sé. Como te presenté en sociedad, quería saber de qué nos conocíamos. Yo estaba un poco piripi, y ya sabes que hablo mucho, así que una cosa llevo a la otra y acabé contándole que estabas un poco mal este curso a causa del vándalo de Mike. ―Abrí la boca, totalmente perpleja; ella pasó por alto mi cara de horror y siguió narrándome―: Resulta que son amigos. Quién lo hubiera dicho, ¿verdad? ―Agregó con cara de circunstancia.
―¡Elena! Lo único que me faltaba para que Mike acabe de destrozarme por completo, que sepa que lo critico.
Mi amiga («por poco tiempo», me anoté mentalmente) puso los ojos en blanco, restándole importancia al asunto.
―Oye, drama queen, tranquila. A Wen le hizo gracia; tiene su propia opinión sobre los actos vandálicos de Mike.
Me crucé de brazos y contesté irónica:
―¿Sí?, ¿y cuál es si se puede saber? Ya que hablas de mis cosas por ahí, me merezco saberlo.
Ana y Tania se miraron con una sonrisita; en más de una ocasión me habían dicho que cuando me cabreaba, era muy graciosa.
Así, ¿quién me iba a tomar en serio? Desde luego Mike Summers no.
Elena calló y, por un momento, me observó dudosa.
―Si te lo digo, te cabrearás más todavía.
Alcé una ceja a modo de interrogación.
―Desembucha.
Frunció el ceño, sin atreverse a hablar.
―Luego no digas que no te lo he dicho: Wen piensa que te hace todas esas putadas porque le gustas.
Tania, Ana y yo nos quedamos unos instantes contemplándola. Luego estas dos me miraron, esperando mi respuesta.
Pese a lo que ellas esperaban, no pude reprimir una carcajada.
Los labios de Elena se curvaron hacia arriba.
―Si llego a saber que te lo ibas a tomar tan bien, te lo hubiese dicho antes ―agregó.
No podía parar de reír, incluso el grupo de alumnos que había a nuestro lado me echaron un vistazo. De hecho, hasta los amigos de Mike, que eran ajenos a la conversación, me estaban observando a lo lejos.
Cuando por fin me calmé, le contesté:
―No es eso, es que... me parece la teoría más absurda que he escuchado en la vida.
―Tal vez tenga razón ―dijo Ana―: ¿Dónde está eso de los que se pelean se desean?
―En la prehistoria ―respondí todavía riendo―; era lo que decíamos cuando éramos niñas.
―Pues yo no lo veo tan descabellado ―siguió Tania―. Es lo mismo que le pasó con esa chica, la que se marchó... ―Se quedó pensando, como no recordando su nombre.
―Estefi ―apunté.
―¡Sí!, ¡esa!
Negué con la cabeza.
―Estás equivocada; esa chica se fue porque no soportaba más su acoso.
Tania no sabía qué responder a eso.
―Es lo que se comenta ―contestó un tanto indiferente.
Hubiese debatido más sobre por qué lo que decía Wen no tenía ningún sentido y por qué Estefi debía de estar recibiendo ayuda psicológica, pero la sirena tocó poniendo fin a nuestro recreo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top