56. Fiesta en la piscina parte 2

No me concentré tan bien como el día anterior en mis sesiones de estudio por la tarde.

Mike me preguntó varias veces sobre qué me pasaba, y aunque no quería que se preocupara por lo que mi madre pudiera pensar de él, acabé diciéndole lo de nuestra conversación.

Para mi consternación, él me dijo que lo veía normal que una madre se preocupara por el novio con el que frecuentaba su hija. Pero Mike no conocía a mi madre tan bien como yo. Tener novio seguramente abriría la idea de irme a un internado a Suiza. Y aunque sonara algo descabellado, yo sabía que ella hablaba más que en serio.

A la mañana siguiente, la relación con mi madre seguía más tensa que las cuerdas de una guitarra. Pero no iba a ceder.

Ella no conocía a Mike como para decirme que los estudios fueran más importantes que él, o que ya vendría otro chico cuando me hubiera graduado.

No. Yo quería a Mike, y a nadie más. Y si tenía que elegir entre estudiar y estar con él... Bueno, ya podían decirle adiós a los libros. Pero solo llegaría a ese extremo si mi madre me impidiera del todo verlo, porque me pasaría el día pensando en él o en lo que estuviera haciendo.

Llegaba tarde al laboratorio de Química. Iba corriendo por el pasillo, la mochila, que solo llevaba de un hombro, se escurrió por mi brazo. Comprobé el asa y volví a colocármela. Había apartado la vista del frente solo un par de segundos, pero me di cuenta demasiado tarde que un cuerpo se había interpuesto entre mi carrera por alcanzar el laboratorio y yo.

Me paré en secó como pude, pero el impacto vino igualmente.

―Perdona ―me disculpé apartándome del chico.

Entonces me di cuenta de que con quien había chocado era Hugo.

Mierda.

Me quedé mirando su rostro. De ser blanco inmaculado, había adquirido un tono rosado por varias secciones. Las señales inequívocas de que el puño de Mike se había estampado varias veces por su piel. Me estremecí solo de pensarlo. Había borrado a aquel Mike de mi mente, pero lo cierto es que eso era un recordatorio de que seguía ahí.

―No busco problemas ―dijo con las manos en alto.

Lo miré sin entender.

―Yo tampoco.

―Bien ―respondió, se dispuso a marcharse, pero antes de que lo hiciera, se giró hacia mí y añadió―: Nonni..., ten cuidado con tu novio.

Por extraño que pareciera viniendo de Hugo, no lo había entendido como una amenaza, sino más bien como un consejo.

―¿En cuánto a qué? ―Me crucé de brazos, porque no sabía muy bien cómo encarar esta situación y no podía mantener las manos quietas.

―En cuanto a todo. ―Se marchó sin mirar atrás.

Si no lo hubiera visto en vivo y en directo, pensaría que me tenía... ¿miedo? No, no era a mí, era a Mike.

Entendía que el mensaje implícito con la paliza le había llegado alto y claro, pero me habría gustado entender bien lo que quería decirme.

Sin embargo, no tenía ganas de pensar en los enigmas de Hugo. Solo quería que llegaran las ocho de la noche y pirarme a la fiesta de Mary Anne para ver a Mike en su casa. Por mucho que supiera que él le había hecho eso, yo seguía pensando que Hugo había tenido mucha culpa en ello. Simplemente, Mike era más fuerte que él, pero, si hubiera sido al revés, tal vez fuera mi novio el que luciera los moretones en la cara.

Sin dedicarle un segundo más, me marché de allí.

***

Elena no me recogió como la otra vez que fuimos a la casa de Mary Anne.

En su lugar, me fui yo solita por mi propio pie. No le mencioné a mi madre que Mary Anne era la hermana de Mike y que, por lo tanto, esta noche estaría con él.

Tampoco le había dicho que Elena no vendría a recogerme, sino que ella estaba con su novio y la vería unas calles más abajo y me iría con ella a la fiesta.

Reconocía que eso de mentir últimamente se me daba de fábula, pero lo cierto es que me habría gustado no hacerlo.

En la fiesta vería a Elena y a mis amigas y no me gusta estar en este plan. Quería que Elena por fin me hablara, que dialogáramos como lo hacíamos antes y llegáramos a un punto en común en el cual estuviéramos de acuerdo.

Mi amiga no podía ser más diferente a mí, y sin embargo, la conexión que siempre había tenido con ella nos acercaba más de lo que nos alejaban nuestras diferencias.

Con el dedo, difuminé una solitaria lágrima antes de internarme en la casa de Mike. No era el momento de ponerse tan sensible. No cuando mi ex amiga había elegido estar lejos de mí por su gusto.

La casa estaba a reventar. Al menos, el jardín, que estaba iluminado con focos y luces estroboscópicas que destellaban por todos lados a modo de discoteca, incluso había un DJ subido a una plataforma en uno de los laterales. Ahora la piscina también poseía luz propia y varias personas se bañaban en ella. Madre mía, con el frío que hacía.

Suponía que las copas y que el agua estaba en modo sauna (porque emitía un vapor caliente), habían animado a la peña a deshacerse de su ropa y a lanzarse al agua en bragas y calzoncillos.

Intenté encontrar a mis amigas en medio del gentío, pero aquello era imposible. Entonces me concentré en la misión de hallar a Mike.

Si yo fuera él, y estuviera harto de las macrofiestas de mi hermana, creía que me alejaría de ellas. Pero si su labor era también echar un vistazo para que todo estuviera en orden, no podría ir muy lejos... Opté por colarme dentro de la casa. Las puertas estaban protegidas por una especie de barra de madera. Solo unos cuantos chicos entraban y salían con bebidas para reponer las copas de los invitados.

―Perdona pero necesito entrar.

El chico de color me miró con rostro burlón.

―Tú y doscientas personas más, pero el dueño no os deja.

―No me has entendido. Soy la novia de Mike, puedo entrar ―repliqué, como si fuera Vip. Quizás el señor Summers rebatiría mis palabras, pero bien sabía yo que él no estaba para echarme.

El chico me miró con condescendencia mientras abría con maestría un par de botellines de cerveza.

―Aquí todo el mundo es la novia de Mike ―me dijo, para después pasar de mí.

Maldita fuese. Cogí de nuevo el teléfono, un poco cabreada. Y no solo porque este tipo no me hubiera dejado entrar, sino porque otras chicas habían intentado entrar a la casa con la excusa de ser sus novias. ¿En serio?

Marqué el teléfono de Mike sobre el teclado, sin mirar la agenda. El tono dio línea hasta que saltó el contestador. Ya llevaba tres intentos desde que había salido de casa y no había conseguido hablar con él. Tampoco leía los wasaps.

Suspiré y decidí darme otra vuelta. Si no lo localizaba en los siguientes quince minutos, me iría.

―¡Nonni! ―Wen vino hacia mí y me abrazó.

―Hola, Wen. ―Hice lo mismo que ella.

-No te he visto con Elena y las demás y no sabía si al final vendrías.

―Sí, bueno... he venido por mi cuenta.

Ella se extrañó un poco, seguramente no sabía que no estábamos en nuestro mejor momento de amigas.

―Pues vente con nosotros.

―¿Dónde está Mary Anne? ―le pregunté, quizás ella supiera del paradero de Mike.

―En la piscina, poniéndose ciega.

Miré hacia el estanque de nuevo. Tenía razón, ahí estaba, rodeada de chicos y... en ropa interior.

―¿Y tú? ¿No te animas? ―la piqué en broma.

―No estoy lo suficientemente borracha. ―Rio―. Ven, vamos con mis amigos.

Me cogió de la mano y tiró de mí.

Estaban junto a una de las barras que bordeaban la piscina. Ni siquiera había pedido una copa, pero Raúl, el amigo de Wen, me preparó un ron cola a petición de ella, porque era lo que tomaba ella.

Lo acepté, aunque no pensaba tomar ni una gota.

―Oye, ¿sabes algo del hermano de Mary Anne? ―No iba a referirme a él como mi novio, ya que no sabía si ella tenía esa información.

―¿El buenorro de Mike? ―Soltó una risilla soñadora―. Está con una de sus ligues dentro de la casa.

Por poco no se me cayó el vaso de las manos al escucharla.

―¿Cómo dices?

―¡Vamos! ¿Tú has visto a ese tío? Tiene una ligue cada dos por tres. Esta es una rubia despampanante. Él mismo ha venido a la entrada a por ella hace un rato y aún no han salido. Sé que no es amiga de Mary Anne, si no la conocería.

Apreté el vaso entre los dedos. No sabía si tenía la fuerza necesaria como para romperlo, pero me instigué a mí misma a calmarme si no quería tener de nuevo la mano llena de cortes, más que nada porque los antiguos ya estaban casi curados, y no era plan volver a abrir las heridas.

De un trago me tragué medio vaso de ron.

―Uau, vas fuerte ―me dijo Raúl.

Ni se lo imaginaba.

―He venido a divertirme ―le dije en un arrebato, y me tragué el resto del líquido.

Cerré los ojos después de hacerlo, ostras, qué cargadito estaba. No lo había mezclado bien y el alcohol se había quedado en lo más hondo.

―¿Me haces otro? ―le pedí ofreciéndole el vaso.

Raúl sonrió.

―Por supuesto.

***

No recordaba habérmelo pasado tan bien desde hacía tiempo.

A pesar de estar todo el mundo en un jardín, inmenso, pero jardín al fin y al cabo, no había visto a mis amigas. ¿Dónde se habrían metido? Sin embargo, me olvidé de ellas rápidamente, porque Wen y sus amigos eran muy simpáticos.

Raúl me puso otra copa en la mano.

―A tu salud ―le dije moviéndome al compás de la música. Ni siquiera sabía qué canción era, solo era capaz de centrarme en mover los pies como una promesa del baile latino.

Raúl sonrió y dio un sorbo de su propio vaso.

―¿Vienes a...? ―comenzó, pero una voz preguntó a su vez:

―¿Nonni? ―Era Piqui.

Aunque no era mi amigo realmente, me alegré de verlo y me lancé a sus brazos.

―¡Hola!

Él rio, abrazándome también.

―¿Cómo estás?

―En la gloria ―contesté arrastrando un poco las palabras, y para hacerlas más veraces, alcé los brazos y los moví al compás de los pasos de la música.

―Ya veo... ―Me arrebató el envase de plástico de los dedos con suavidad―. Quizás... deberías dejarlo... ummm, ¿para luego?

―Es la pócima de la felicidad, Piqui ―le dije riendo, y volví a coger el vaso de su mano antes de darle un nuevo sorbo. Creía que ya no era ron lo que contenía, podría ser ginebra, que era lo que estaba bebiendo Raúl.

―Claro, por supuesto ―dijo él con lo que pensaba que era una sonrisa forzada―. Elena, Tania y Ana están allí. ―Señaló a un lugar indeterminado para mí. Intenté seguirlo con la mirada, pero llevar la vista tan lejos hacía que me molestara a los ojos, así que volví a poner las pupilas en él.

―Me caes de puta madre, Piqui, pero Elena me odia. Si supiera que estás hablando conmigo, probablemente te mataría.

―No te odia, Nonni ―dijo poniendo la mano bajo mi codo, había dado un traspié―. Ven, anda, seguro que todas se alegran de verte.

―No... prefiero quedarme aquí con mis nuevos amigos ―decliné su oferta y continué bailando.

Piqui iba a decir algo más, su rostro parecía preocupado, pero no entendía por qué, aquello era el paraíso.

―Oye, te ha dicho que no. ―Raúl vino en mi ayuda mientras me cogía de la cintura y me pegaba a él.

Piqui levantó ambas manos.

―Vale. ―Se alejó de nosotros.

Aquel gesto consiguió que me sintiera un poco mal. El chico parecía derrotado al marcharse, pero Raúl me cogió la mano y me dio una vuelta sobre mí misma. Entonces me olvidé de todo y me volví a centrar en la música, que ya no era latina, sino electrónica.

Cómo me gustaba el DJ.

―Oye... ¿vienes a la piscina? ―me propuso Raúl.

―¡Sí, vamos! ―Se animó Wen, que lo había escuchado.

También lo hicieron las dos chicas y los tres chicos con los que estábamos. Me los había presentado, pero no recordaba sus nombres.

Eché un ojo a la piscina, donde la gente se bañaba riendo y bebiendo, echándose agua e incluso pasándose alguna pelota de plástico.

La oferta me pareció apetecible, así que asentí y todos emitieron un grito de aprobación a mi alrededor. Volví a reír, desatada.

―Venga, vamos. ―Raúl me tomó de la mano y corrimos hacia el agua.

Wen tardó cero coma dos segundos en deshacerse de su falda y las dos mangas que llevaba. Uno de los chicos la ayudó con las medias.

Yo me quité el abrigo, pero tenía serios problemas con mi camiseta atada por detrás con tres corchetes.

―Yo te echo una mano ―se ofreció Raúl, que me apartó el pelo del cuello y me desabrochó los corchetes.

Sin necesitarlo, cogió el bajo de mi camiseta y la alzó hacia arriba.

Un resquicio de vergüenza asomó en mi interior. Y por primera vez en toda la noche me replanteé lo que estaba haciendo. Sobre todo porque Raúl me miraba de arriba abajo con una expresión... hambrienta en el rostro.

―¡Ahora los vaqueros! ―apremió Wen a mi lado.

Como si fuera presa de un control mental, me olvidé de lo que estaba pensando y comencé a desabrocharme el botón de la cinturilla. Raúl también me ayudó a quitármelos, arrodillándose a mi lado. Nunca había tenido a un chico en esa posición delante de mí. Ahora era yo quien lo miraba desde arriba.

En sus pupilas seguía ese brillo extraño que había vislumbrado antes en él. Parecía... excitado.

―Saca el pie ―ordenó al ver que me había quedado parada contemplándolo, confusa.

Lo hice, porque no parecía dueña de mi propio ser.

Sin embargo, la sensación de que algo de lo que sucedía no estaba bien persistió. De que no debería ser el ese chico quien estuviera tan cerca de mí, haciendo algo tan íntimo como desvestirme.

Un instante después, Raúl se lanzó a la piscina, luego le siguió Wen y después el resto.

Yo apenas podía dar dos pasos sin desestabilizarme sobre el suelo. También me parecía increíble no tener frío aun estando medio desnuda. Sin duda era producto de la ingesta de bebidas alcohólicas.

Como pude, me senté en el bordillo con las piernas puestas hacia el agua. Raúl ya estaba a mis pies, como esperándome.

―Vamos, Nonni.

No le respondí, solo podía pensar en que él no era... Mike. Y que, por muy enfadada que estuviera con él, por muy doloroso que me resultara que esa noche se había visto con una rubia... Yo le quería.

―¿Estás llorando? ―inquirió el chico.

Pues sí, lo estaba. Yo no lloraba delante de nadie, con toda certeza era culpa del puñetero alcohol que me hacía ser otra persona.

Negué con la cabeza.

―No es nada. ―Me zafé de mis pensamientos internos.

―Ahora te sentirás mucho mejor. ―Cogió mis pies y tiró de ellos hacia abajo, de modo que me quedé pegada a su tórax mientras rodeaba mi cintura con los brazos. Los míos se hallaban encogidos, suponían la única barrera que había entre nosotros. Y no pensaba moverlos de ahí. No quería que me tuviera tan cerca de él.

―Oye... ―intenté librarme empujando hacia atrás, pero sus músculos se cernían a mi alrededor como un grillete gigante-. Escucha... ―Sentí que empezaba a faltarme el aire―. No quiero malentendidos, Raúl...

―No los hay ―afirmó seguro de sí mismo.

Sus labios vinieron hacia mí, pero yo le hice la cobra y lo esquivé a duras penas.

―Siento si te he dado una imagen que no era, pero no es lo que voy buscando...― intenté soltarme de nuevo, con las palmas apretando su pecho para alejarlo de mí.

Sin embargo, la parte baja de su vientre se pegó más a la parte baja del mío. Y de pensar que tan solo nuestra ropa interior nos impedía tocarnos por esa sección, me dio asco.

―¡Apártate de mí, tío!

―Venga, Nonni, no seas aguafiestas. Solo quiero darte un beso... ―persistió, uniendo su rostro al mío de nuevo.

Una vez más, forcejeé para que me dejara.

―Yo de ti, pensaría mejor en esa lista de deseos... ―La voz de Mike sonó tan cortante como el hielo.

Ambos giramos la mirada hacia él.

Incluso de noche, entre esa luz estroboscópica, la tormenta adyacente que se intuía en sus pupilas se podría sentir a kilómetros.

Raúl me soltó y yo aproveché para escapar de él y pegarme hacia el bordillo donde Mike se erguía majestuoso como un rey.

Me di cuenta de que, pese a que la música seguía sonando, todos los ojos estaban puestos en nosotros, y nadie decía absolutamente nada.

―Nos estábamos divirtiendo, no hacíamos nada malo. ¿Quién eres, su hermano o algo así?

Estaba claro que aquel chico no era amigo de Mary Anne, ni siquiera la conocía de lejos, porque si no hubiera sabido quién era Mike. Este agachó la cabeza y soltó una carcajada siniestra antes de responder:

―Si le vuelves a poner un solo dedo encima a mi novia, juro que te mato ―sentenció poniendo la mirada en él―. Asegúrate antes de saber con quién «te diviertes» ―escupió con una rabia contenida esas dos últimas palabras.

Se me erizó el vello de la piel al escucharlo hablar así.

―Lo siento, tío. No volverá a pasar.

―Desde luego que no ―replicó Mike, que no desvió la vista de él hasta que se salió de la piscina y estuvo lo bastante lejos de nosotros como para que no nos viera.

Aparté la vista de aquel chico asustado y la alcé hacia Mike.

Él ya me estaba contemplando a mí. Aunque no moviera ni un pelo, yo sabía que la ira bullía en su interior. Era cierto que me daba miedo aquella mirada implacable, más desde aquella posición donde él parecía un gigante y yo un gnomo de jardín, pero no pensaba achantarme.

―No sé qué miras así ―dije. Di una brazada, dispuesta a llegar al extremo más hondo de la piscina.

La verdad, estaba un poco ahogada, porque mis movimientos no eran tan precisos cuando el alcohol corría por mis venas.

Escuché un chasquido en el agua, alguien se había zambullido en ella.

De improviso, una mano tiró de mi brazo y me hizo retornar unos centímetros, cosa que me causó un poco de mareo por la brusquedad impresa en el gesto. Era Mike, que me atraía hacia él, aunque no como Raúl lo había hecho. A diferencia de él, Mike no me abrazaba, solo me sostenía de una mano y me observaba de manera pétrea.

―¿No lo sabes? ―inquirió con un matiz helado en la voz―. ¿De verdad no sabes lo que miro?

Me solté de él y me crucé de brazos, algo inestable.

―No, solo sé que hoy mi novio se ha estado viendo con una rubia despampanante.

Eso pareció descolocarlo. De la mirada fría en implacable pasó a la perplejidad.

―¿Cómo sabes...? No es lo que tú crees ―añadió apretando los labios―. Tenemos que hablar.

―Sí, claro que sé. Sé perfectamente lo que eso significa, no hay que tener mucha imaginación para ello.

Mis traicioneros ojos decidieron que esa era buena hora para llorar, y dejaron escapar unas lagrimillas. Pero como tenía la cara salpicada de agua, esperaba que se camuflaran con las gotas de cloro.

El rostro de Mike se contrajo, un tanto angustiado.

―Vamos dentro y hablemos. ―Echó un ojo en derredor, consciente de que, aunque con la música aquellas personas no nos escucharan del todo hablar, sí que podían captar retazos de nuestra conversación.

Se acercó a mí, y yo no me alejé.

―No sé de qué. ―Para mi consternación, emití un sollozo.

Mike me cogió de los codos con suavidad.

―Por favor, Nonni, déjame que te explique.

Su imagen era la personificación de la angustia. Viré la cabeza hacia otro lado, demasiado deprisa como para comprender que había cometido un error. Un nuevo acceso de mareo me sobrevino, y con él, unas ingentes ganas de vomitar...

Mike me aferró de los brazos antes de que me desestabilizara en el agua. Me alegraba de que me hubiera dado alcance aún donde daba pie, porque la verdad era que ya me llegaba el agua por encima del pecho, y se me antojaba demasiada a mi alrededor.

―No seas cabezota, Nonni. Sé que no te encuentras bien. Deja que, al menos, te ayude a salir de aquí.

No me negué. Ahora que ya no estaba tan invadida por el alcohol, tenía frío, incluso aunque la piscina tuviera cierto toque caliente por el efecto sauna.

Nos dirigimos hacia la escalerilla de la parte más baja de la piscina, sorteando a algunas personas que seguían mirándonos sin mediar palabra. Primero salió él, todo empapado, incluidas zapatillas de deporte. Con cuidado, me tendió una mano y me ayudó a impulsarme por el travesaño. Me colocó el abrigo sobre los hombros, el cual había dejado tirado por ahí como si nada. Cogió el resto de mi ropa y yo pesqué mis zapatos.

Bajo la atenta mirada de todos, nos dirigimos al interior de la casa.

Cuando pasamos junto a la barra de madera colocada en la puerta, el chico negro que había visto antes me miró con expectación. Le dediqué una leve sonrisa al pasar a su lado, como diciendo: «¿Ves? Te lo dije, era su novia».

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