51. Herida

A la hora de la salida, volví a mirar el móvil. No tenía ninguna llamada perdida de mi padre. Tampoco mensajes.

Ni de él ni de Mario.

Pensaba que, después de estar fuera toda la noche, al menos me habrían pedido explicaciones. Pero no, no siquiera lo habían intentado.
No es que me hubiera ido para armar un drama, pero la poca preocupación que percibía por su parte, me dolió un poco. Mamá ya habría llamado a los geos para que me localizaran.
Quizás mi padre estuviera esperando a que llegara a casa cruzado de brazos con el número de la policía listo para marcar en cuanto pasaran las cuarenta y ocho horas de rigor requeridas antes de buscar a un menor.
Sin saber lo que iba a descubrir detrás de la puerta, me armé de valor y giré la llave de la puerta principal.
No era lo que esperaba hallar.
Papa leía el periódico tranquilamente sentado en el sofá.
―Bienvenida ―me recibió sin atisbo de inquietud para haber estado fuera tantas horas.
―Hola ―saludé con cautela.
―He pedido pizza. Te he dejado tu porción en el horno.
―Aján... ―Tanta calma por su parte daba un poco de repelús y.... ¿eso que escuchaba proveniente de sus labios era el tarareo de una canción?
Dejé la mochilita prestada de Ana sobre el canapé y lo estudié con expresión escrutadora, intentando discernir de qué humor podría estar en realidad.
Y lo más asombroso es que no parecía para nada enfadado.
Me dirigí a la cocina dispuesta a comerme esa pizza prometida, pero antes de que llegara, mi padre me apeló:
―Nonni. ―Me giré en su dirección―. Si vuelves a quedarte en casa de Elena, me gustaría que me avisaras tú misma y antes de las de las diez y media de la noche, mucho antes. Justo estaba a punto de llamarte cuando Pablo me avisó.
Mi cara de desconcierto sería todo un poema. ¿Pablo? No obstante, mi padre no pareció percibir mis dudas internas.
―Claro. Lo siento ―contesté sin entender absolutamente nada.

***
A eso de las seis me planté en la puerta de Elena. No tenía ni idea de si se encontraba en casa o no, pero de igual modo tampoco iba a verla a ella.
―¡Nonni! ¡Qué sorpresa! Te he echado de menos. Desde que Elena tiene novio no se os ve el pelo.
Ella no debía de saber que estábamos peleadas, si conocía esa información, menos no lo mostraba.
―Sí, andamos un poco desaparecidas con nuestras cosas ―comenté.
―Cariño, no sé si es que esos wasaps que os enviáis los jóvenes no están al día pero si te dijo de quedar esta tarde, lo ha olvidado. Se ha ido con Piqui.
―Oh, en realidad quería saber si estaba Pablo en casa. Quería hacerle una pregunta sobre... mecánica.
La madre de Elena no salía de su asombro. Y no me extrañaba. ¿Mecánica? ¡Venga ya, Nonni, puedes hacerlo mejor!, me dije.
―Perdón, de tecnología. A él se le da bien arreglar cacharros. ―Su coche lo había reparado entero él solito―. Creo que podría ayudarme porque hablar con Mario es un martirio, siempre está estudiando.
La madre de Elena sonrió con amabilidad.
―Ojalá mi hijo hubiera tenido la oportunidad de asistir a la universidad. ―Me dio la impresión de que ese hecho la atormentaba en cierta medida, Pablo había dejado los estudios en pos de llevar dinero a casa, pero, que yo supiera, la universidad no había sido uno de sus objetivos―. Está en su cuarto. Últimamente está algo huraño, quizás con alguien más joven que su madre se comunique mejor―. Pasa ―me invitó.
Le di las gracias y me dirigí a las escaleras que descendían al sótano. Hacía un tiempo que Pablo se había instalado allí, según Elena, para que nadie lo molestara y porque estaba harto de escuchar la música que salía a toda hostia de su habitación todas las tardes.
Toqué a la puerta cerrada con los nudillos.
―Estoy ocupado, mamá ―manifestó un poco irritado.
―No soy tu madre.
Hubo un silencio. Como si en la habitación no hubiera nadie. Al cabo de unos segundos, la puerta de abrió como si fuera un fantasma quien me hubiese dejado entrar.
Pablo estaba sentado en una silla giratoria, pendiente del teclado y la pantalla de su ordenador.
―Cierra la puerta. ―Lo hice―. Con pestillo ―añadió.
También lo eché.
―¿Qué maquiavélico plan oscuro estás urdiendo? ―bromeé ante tales medidas de seguridad.
Pero él no contestó.
Bueno, solo quería destensar un poco el ambiente, porque Pablo y yo no estábamos en nuestra mejor situación de amigos. Sin embargo, le agradecía que me hubiera cubierto con mi padre. La verdad es que me había negado a decirle nada de mi paradero porque estaba demasiados dolida con él por lo de mi madre. Y en ese instante, indirectamente, quise castigarlo. Le había estado dando vueltas al asunto.
Tomé asiento en la cama sin ser invitada. Estaba deshecha.

El sótano era bastante grande, como una especie de apartamento. En un lado la cama y el escritorio; en medio, un gran vacío rellenado con una alfombra. Y al otro lado una estantería a rebosar de chismes, un armario modesto y una bicicleta que hacía tiempo no le veía usar.
Eché un vistazo a la pantalla del ordenador. Parecía un mapa.
―No es que quiera ser descortés, pero ¿qué quieres? ―No empleó el tono que había utilizado creyendo que era su madre, pero lo había dicho bastante seco.
No lo culpaba, sobre todo porque la última vez que nos habíamos visto mi novio le había cruzado la cara y yo me había negado a irme con él.
―¿Sabes? No deberías hablarle así a tu madre. Solo quiere que salgas de la madriguera cinco minutos.
Tampoco me miró esta vez.
―Ya salgo. A hacer recados. Recados que tú ya sabes que no puedo comentar con nadie. Me pone enfermo mentirle y decirle que voy a mi trabajo de camarero en un centro comercial que no piso siquiera ni por accidente.
Callé.
Vale, bueno, qué podía responder a eso.
―Oye... Hablando de padres, ¿por qué cree el mío que me quedé a dormir aquí anoche?
Se puso rígido y se giró hacia mí sobre la silla, mirándome con perplejidad.
―¿No se lo pediste tú?
―¿Pedir qué quién?
―A tu querido matón con chupa de cuero.
―Mike ―dije aturdida.
―El mismo. Me niego a llamarlo por su nombre.
―¿Qué tiene que ver Mike con esto?
Pablo se exasperó.
―¿En serio? ¿Tengo que decirte yo que me llamó anoche, a las tantas, para decime que te cubriera con tu padre? Pensaba que se lo habías pedido tú. Y no entendía por qué no me lo habías dicho tú misma.
Creía que mis oídos no habían entendido bien.
―¿Mike te llamó?
―Vaya, eso es una relación de confianza mutua, me dejas asombrado, Nonni ―ironizó.
―Oye, corta ya con el sarcasmo. ¿Por qué te llamaría Mike para una cosa así?
Me miró como si fuera un pobre cachorrito perdido. Y luego esbozó una sonrisa irónica.
―Estamos buenos ―murmuró con cierto tono hastiado. Estaba empezando a sacarme de mis casillas―. Nonni, te diste el piro vampiro y no avisaste a nadie. Lo hizo para que no te castigaran, para que tu padre no llamara a la policía. Hasta yo sé darme cuenta de eso. Supongo que fue todo un detalle por parte de tu caballero andante. ―Volvió a girarse hacia el ordenador.
Regresé mentalmente a la noche anterior. Cuando yo había ocupado su baño, él se había marchado a otro, y había tardado algo más que yo, seguramente había aprovechado para hacer la llamada. Pero ¿por qué no me había dicho nada?
―Oye ―cogí el respaldo de la silla e hice que volteara de nuevo hacia mí―, ¿y por qué tiene Mike tu número?
―¿De qué habláis cuando estáis juntos? ―inquirió como si no comprendiera nada. Al poco, pareció pensarme esa cuestión y añadió―: No, mejor no me digas nada. Iba a darse la vuelta de nuevo, pero lo impedí posando una mano en la silla justo al lado de su hombro.
―¿Vas a responderme o solo a darme evasivas?
―El que debería responderte es él, no yo. Recuerda: me hizo ir a tu casa y hablar con tu padre. Si de pura casualidad mi madre y él se encontraran y hablaran de la supuesta noche de pijamas, nos pillarían a ambos. Sobre todo a mí, que fui el mensajero.
―No te preocupes, nadie dirá nada. Y yo tampoco.
Mis padres y la madre de Elena rara vez coincidían.
―Estoy muy ocupado, Nonni ―me dijo metiéndose de nuevo en la piel de un colgado de los ordenadores―. Y dado que solo has venido a interrogarme sobre Mike, te diré que caí en el error de llamar a su casa tras tu llamada la noche que te fuiste de la timba. No me fiaba en absoluto de la persona que te había sacado de allí. Lo siento, no es que quisiera espiarte, pero estaba demasiado inquieto por tu suerte. Pensaba que te habías metido en algún en algún lío que no me habías querido contar. Imagínate mi sorpresa cuando me dijeron que era la casa de los Summers. Luego, Mike hizo lo mismo, y aunque yo no devolví la llamada, supongo que me rastreó o algo así.
Mike no me había dicho nada d eso. Es más, ni siquiera lo había dejado caer.
―Vale ―dije sin más, pensando que tendría que hablar seriamente con mi novio. ¿A qué venía ocultarme algo así? ―. Gracias.
―¿Gracias por la información o gracias por haberte cubierto la espalda con tu padre? ― inquirió con una ceja alzada, aunque seguía con la vista en su pantalla.
―Por las dos cosas.
―Bien, si no necesitas nada más... ―Se levantó y fue hacia la puerta.
Una nota de enfado asomó en mis ojos.
―Joder, Pablo, he venido en son de paz.
―Pues que sea la paz sea contigo y con tu espíritu. ―Abrió la puerta.
Iba a dirigirme hacia allí pero la pantalla del ordenador capturó mi atención. Era un mapa, pero no un mapa cualquiera, si no el de la ciudad donde estudiaba mi hermano.
―¿Eso es Vernes?
Pablo de adelantó a mí y se interpuso entre el aparato electrónico y yo.
―No es asunto tuyo. ―Aunque el hecho de que fuera un borde estaba más que patente, me daba la impresión de que se encontraba aún más nervioso que irritado.

―Otro paquete supongo.

Pablo inspiró hondo y resopló.

―Suficiente. Lárgate de aquí. ―Prácticamente me obligó a ello con un empujón, aunque no fue demasiado brusco. Ya en el umbral me aconsejó―: Olvídate de esto, y aunque no me vas a hacer caso, me gustaría que también te olvidaras de Summers. Pero tú misma si quieres condenarte al infierno. ―Me observó un par de segundos y cerró la puerta de un golpe.

***

La pierna de papá se recuperaba favorablemente. Todavía no le habían quitado la escayola, pero, según me dijo, en unas tres semanas estaría bien. Yo lo veía poco tiempo pero si se lo habían dicho los médicos, pues habría que confiar en ellos. Se había adaptado a las muletas bien y había decidido mudarse a su habitación de nuevo.

Me pidió que recogiera unos informes de su despacho y abrí con la llave que me había proporcionado. Rara vez invadía ese espacio que consideraba solo suyo. La habitación que había ocupado como tal estaba en la planta de abajo, junto a la cocina. Y ahí recibía a sus clientes cuando no estaba en el bufet. Se daba en contadas ocasiones, pero a veces había algunas personas que preferían la intimidad de un habitáculo en una casa que verse en medio de un bufet lleno de clientes, más abogados y secretarias.

Me había dicho que lo que necesitaba estaba en una estantería junto a los libros de derecho. Allí había montones de carpetitas clasificadas. El cliente en cuestión tenía las iniciales L. P. C.

Tardé un poco en localizarlo. Pero cuando lo hice, intenté por todos los medios sacar el archivo sin desmoronar toda la torre. En fin, qué puedo decir, soy un desastre. Iba con algo de prisa porque Mike me había dicho de vernos y ya iba mal de tiempo, así que se me cayeron como diez, dos de los cuales los folios salieron escupidos de las carpetas abiertas de cartoncillo.

Bufé, estupendo, más tiempo perdido.

La carpeta de C. L. B estaba desparramada por completo.

―Clara Liudes Barrio ―leí. Mi padre no solía tener muchas clientas mujeres, por lo que fruncí el ceño al ver ese nombre. ¿Sería esa la señora con la que mi madre lo había visto?

Una rabia salida de mi interior amenazó con romper aquellos folios, como si con ello me pudiera vengar de esa tipa que se había inmiscuido en nuestras vidas.

Tomé aire y me calmé. Ordené la carpeta y la dejé donde estaba.

La otra persona cuyo expediente había salido volando tenía las iniciales de M.T. D. Este expediente era mucho más pequeño.

―Mateo Tejero Dones ―cotilleé.

Apilé las hojas en un montoncito y las puse como buenamente pude. Tal vez mi padre no las tenía colocadas así, pero es que no estaban numeradas. Y en muchas de ellas ponía: «Información encriptada».

Cuando ya no pude hacer nada más por arreglar el desastre. Cogí la carpeta que mi progenitor me había pedido, cerré la puerta y subí hasta su cuarto.

―He tirado un par de carpetas, perdona.

Mi padre me miró con benevolencia.

―Bueno, no te preocupes. Ya las comprobaré. Ahora mismo solo me hace falta esa. Mi cliente tiene un juicio pronto y quiero repasar bien nuestra defensa.

Le tendí el expediente.

Me demoré un instante delante de él.
―¿Has hablado con mamá?
No sabía por qué había tenido el impulso de preguntarle, pero lo había hecho.
Su cuerpo entró en tensión, aunque intentó mantener una apariencia sosegada.
―De hecho, sí.
Arqueé las cejas.
―¿Y qué tal?
¿Significaba eso que había algún esperanza para ellos? ¿Que la mujer esa que yo consideraba una intrusa era una clienta de verdad?
―Había pensado que... Quizás estuviera bien que te fueras con ella y tus tíos un tiempo. Pensaba decírtelo esta noche en la cena tranquilamente pero ya que sacas el tema...
Una chispa creció en mi interior, poco a poco se fue transformando en una llamarada que me recorrió de arriba abajo.
No era esa la respuesta que espera a oír. Sin embargo, estaba segura de que lo que iba a decir a continuación tampoco iba a ser lo que él pretendiera escuchar:
―¿Es por esa mujer? ¿Ahora la vas a traer a casa y necesitas librarte de mí?
Al principio, su expresión de desconcierto también consiguió chocarme a mí, luego pareció entender.
―¿Eso te lo ha dicho tu madre?
―Da igual quien me lo haya dicho, el caso es que ¡parece que es verdad! ―bramé.
Las facciones de mi padre se crisparon.
―¡No mantengo ningún a aventura! No me puedo creer que precisamente tú me lo digas.
―¡Es exactamente lo que pienso! ―grité. Creía que era la primera vez que lo hacía, al menos solo a él―. Si no, ¿por qué me quieres fuera de la casa?
Sus ojos marrones se fruncieron un poco a la vez que sus labios.
No contestó.
―¿Y ahora qué? ¿Te has quedado mudo?
―Creo que te vendría estar algún tiempo con ella también. Eso es todo.
La perplejidad inundó mi rostro.
―¿Eso quiere decir que no te gusta que viva contigo?
Estupendo. Antes mi madre escogía por mí y me dejaba con él, y ahora mi padre estaba haciendo exactamente lo mismo que ella.
Se tomó unos segundos antes de responder, mirándome fijamente. Su semblante se había oscurecido.
―Una chica necesita a su madre.
¡No me podía creer que me saliera con esas!

Un cuchillo invisibleatravesó mi piel.
Cuando percibió lo que esas palabras habían causado en mí, reculó, y su rostrocompuso una expresión de tristeza.
―No sería para siempre, mi pequeña, solo un tiempo y...
―¿Cómo puedes librarte de mí? ―expresé dolida.
―Nonni, no he querido decir eso.
Intentó levantarse de la cama. Pero, aunque se hubiera amoldado a andar mejorsin muletas, no era tan rápido.
Las lágrimas escocían en mis ojos.
―No me puedo creer que me digas esto. ¿Y todo por una mujer? ¿Quién es? ¿La talClara? ¡Que te vaya bien con ella! ―escupí como si esas palabras fueran veneno.
Me di la vuelta y salí precipitadamente de la habitación. Descendí las escalerascomo una exhalación, cogí mi bolso y me fui corriendo de la casa.
―¡Nonni! ―oí a lo lejos.
Sin embargo, no miré hacia atrás.


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