46. Familia

Llegué a casa molida mentalmente.
La conversación con Mike me había dejado exhausta.
Tras confesarme lo que sentía por mí, volví a la carga con mis preguntas.
―Si esos tipos son tan peligrosos, ¿qué ganan las scorts poniéndose a su merced. Si se topan con un salido como el que yo me encontré, pienso que no merece la pena arriesgarse tanto por mucho que puedan pagarles.
―En teoría no están obligadas a hacer nada que no deseen. Están allí para codearse con la gente pudiente para divertirlos de alguna forma, a cambio de unos costes muy elevados. No todas gozan del mismo respeto fuera de esas paredes, ni tienen las mismas ganancias.
Hice una mueca.
―Estoy segura de que más de uno se ha tomado licencias no permitidas.
―Sí ―confirmó―, algo ha habido, pero al tipo en cuestión lo han castigado y a ellas las han recompensado con el doble de lo acordado por su silencio.
―¿Y qué hay de las secuelas física, mentales y morales?
―Allí no existe eso, Nonni, solo el dinero y los familiares a los que pueda afectarles que una persona pertenezca a una sociedad así. Han callado por la cuenta que les traía.
Entonces se me iluminó la bombilla.
―¿Y por qué no contratamos a una chica a la que no le importe pasar por mí?

Bueno, la verdad es que había hablado antes de pensarlo porque ¿cómo iba a pagar yo a una actriz de ese calibre?
La idea no pareció surtir el efecto deseado en él, más bien parecía más triste si cabía.
―¿Recuerdas que el otro día te pregunté por el lunar de tu cuello?
Instantáneamente me llevé la mano hacia allí.
―Sí, y no te ofendas, pero fue de lo más raro.
―Quería comprobar que de verdad tenías uno. Las órdenes recibidas por mi padre del Tejedor fueron: «Dile al leoncito que traiga a esa gatita tan mona del el lunar en el cuello».
Se me erizó la piel solo de pensar en ese tipo.
―Debió verlo cuando me sentó sobre él. ―Recordaba que me había apartado el pelo a un lado.
Un escalofrío me subió por la columna vertebral.
―No tienes que preocuparte, porque no vas a ir.
Dudé en contarle que había visto a ese tío al salir de la biblioteca.
Al final se lo confesé.
―Mike..., no sabía si decírtelo o no, pero... lo vi. Un día que salía con Hugo de la biblioteca. Pensaba que había sido casualidad. Pero ahora pienso que no.
Pareció darle un calambre.
Gruñó algo entre dientes.
―Si vuelve a hacer algo así, dímelo.

Emití un suspiro desganado.
―¿Y qué podrías hacer al respecto, Mike?
―Si hace falta, mandaré el club al diablo. No quiero que te mire, ni que se acerque a ti.
Sabía que lo decía en caliente. Si el tipo estaba amenazando a Mary Anne, no podría hacer eso.
―Quizá fuera casualidad. No te preocupes. No lo he vuelto a ver más.
Asintió de manera fúnebre.
Pero intuía que en su cerebro se estaba orquestado algún plan de venganza.
―¿Y qué hay de Hugo? ―preguntó con cierta cautela―. ¿Qué te ha hecho? No me has respondido antes.
Creía que ya teníamos bastante con lo del Tejedor y el club secreto como para añadirle más leña al fuego.
―No fue nada, tranquilo. Hugo es estúpido.
Sonrió un poco.
―Me alegra que lo pienses, pero sé que estás evadiendo la cuestión.
Cambié de estrategia.
―¿Y por qué sabías de antemano que era un gilipollas redomado?¿Fue tu amigo o algo así?
Mike rio.
―Ni de coña. Pero sé una semana atrás intentó algo con mi hermana. Ella no ha sido tan lista como tú, aún lo adora. Pero yo sabía que solo quería llevársela al huerto.
―Quiere fastidiarte ―afirmé segura.
Mike se me quedó mirando, como preguntándose cómo habría podido llegar yo a esa conclusión.
―Pues sí. Desde hace tiempo quiere joderme la vida. Como si no lo estuviera bastante ya.
―¿Por qué?
Mike me miró de soslayo unos segundos antes de poner la vista en el horizonte, donde las ramas de los árboles se movían al son del viento.
―Es por algo personal.
Puse los ojos en blanco.
―Ya lo imagino pero ¿qué?
Se metió las manos en los bolsillos en una falsa calma.
Entrecerré los ojos y lo estudié minuciosamente. Hasta ahora no había tenido problemas en contestarme a todo. Al principio había estado algo reacio pero después había cogido carrerilla y había cantado como un canario. ¿Qué pasaba ahora?
Iba a volver a interrogarlo cuando contestó:
―Estefi. A él también le gustaba.
Oh, o sea que... había estado saliendo con ella. Los rumores decían que la había hecho huir de aquí. Pero daba la sensación de que más bien era porque la atormentaba más que por que la amara. Al parecer, en algún momento ese chisme se había ido de madre porque había dicho «a él también le gustaba», o sea que, estaba claro que había sido algo más que un simple amor platónico para Mike. Y entre Hugo y él, creía cien por cien que había elegido al americano. Pero, la duda era, ¿por qué se fue? Tal vez ni siquiera tenía que ver con Mike. A la gente le gustaba mucho inventar para luego cotillear.
Deseaba indagar más sobre aquella relación, pero no me atrevía a ir a más. Después de todo, era algo personal, como me había dicho. Y pertenecía al pasado.
Y no quería pasar por una celosa de mierda aunque... me muriera de ganas por averiguar más.
Después de eso, nos habíamos despedido y yo había vuelto al instituto. Por la puerta de la entrada. El conserje no puso pegas a que asistiera a última hora. En realidad, ¿qué sabía el de los alumnos? Éramos demasiados, apenas nos conocía. Ante sus ojos, bien podría haber llegado a esa hora por cualquier tema médico o algo así.
Volví a la realidad.
Papá no estaba en casa, cosa rara en él, teniendo en cuenta que estaba cojo.
Lo llamé al móvil y no me lo cogió. Fruncí el ceño al teléfono.
Tras intentarlo un par de veces, bostecé, Dios mío, qué cansancio.
La pantalla del móvil se iluminó. No había sonado porque lo tenía en silencio. Desde que la señorita Sofía me lo había confiscado ya no me arriesgaba.
Era Mike.
«Espero que hayas llegado bien. No volverá a pasar eso de no tener noticias mías. I promise you» seguido de un guiño.
No pude evitar sonreír.
Pese a todo lo que teníamos encima, Mike siempre conseguía arrancarme una sonrisa.
«Soy una vendida ―pensé como en otras ocasiones―. Y lo acepto con orgullo», agregué.
Apenas podía creerme que solo fueran las cuatro menos cuarto de la tarde. En solo una mañana me había enfrentado a mi ex, había saltado una valla a la desesperada, me había dado un ataque de ansiedad y había obtenido las ansiadas respuestas que llevaba buscando del chico que me traía loca. Guau, era todo un récord por mi parte.
Aún me seguían quedando algunas dudas como, por ejemplo, qué pensaba la señora Summers de todos los tejemanejes de su marido. ¿Estaría tan engañada como Elena y su madre con respecto a Pablo? Y pensando en este último, tampoco le había preguntado a Mike cómo se había enterado de que había ido con él a la timba.
Le contesté a Mike con un emoticono de un beso y dejé el móvil en la mesa.
La idea de comer algo me atraía, pero no más que la de echarme una siestecita. Así que escogí esto último.

Desperté sobre el sofá.
La pantalla del móvil parpadeaba sobre la mesa auxiliar donde lo había dejado antes de quedarme grogui.
Esta vez no era Mike, sino mi madre.
―Mamá ―me apresuré a contestarle.
―Pensaba que no me lo querías coger, es la tercera vez que te llamo.
―Perdona, estaba dormida ―bostecé, aún somnolienta.
―¿Has comido?
―Sí ―mentí.
―¿Te apetecería tomar algo conmigo?
―¿Estás en la ciudad?
―Voy para allá.
―¿Vienes a casa? ―pregunté con un tono esperanzador.
Hubo un silencio.
―No, prefiero no ir, la verdad.
―Papá no está ―señalé, por si eso valía de algo.
―Hoy tenía revisión. Le dijeron que se pasara en unos días para comprobar si la fisura soldaba bien.
Ah, pues no lo sabía.
―Pero aun así no quieres venir, ¿no?

Otro silencio.
―No, cariño, espero que no te lo tomes a mal.
¿Qué podía decir yo? Era su decisión.

Más triste, pregunté:
―Vale, ¿dónde nos vemos?
―¿En la cafetería que hay en la plaza Mayor?
―De acuerdo.
Me dijo la hora y me di cuenta de que si no espabilaba ya, llegaría tarde.
Así que me lavé la cara, me cambié de ropa y fui hacia la plaza.

***

Mamá ya me estaba esperando en una mesa cuando llegué.

―Hola ―la saludé deteniéndome a su lado.

Movió la cabeza en mi dirección y su rostro se iluminó.

―Cariño ―se levantó y me envolvió en un apretado abrazo de oso―, mi niña preciosa.

Yo también cerní mis brazos alrededor de su espalda.

Me dio dos sonoros besos en las mejillas.

―Te he echado de menos ―confesé con la voz un poco quebrada. Ahora que la tenía allí conmigo me daba cuenta de lo muchísimo que la quería. Es decir, no es que no lo supiera antes, pero ahora valoraba más tenerla a mi lado. Incluso no me importaba que todos los días me regañara por alguna cosa o fuera exigente conmigo.

―Te he pedido una coca-cola zero zero. ―Me contempló con la ternura que solo puede contemplar una madre.

Me costó bastante mantener a raya las lágrimas mientras me apartaba un mechón de pelo de la cara.

―Gracias ―respondí, y la abracé de nuevo.

―Bueno, bueno, ¿cuánto tiempo hacía que no me abrazabas así? Si no recuerdo mal, hace un par de años te daba vergüenza que tu vieja madre te diera un achuchón en público ―bromeó, pero yo sabía que era pura fachada. En sus ojos se apreciaban unas incipientes ojeras, no se había maquillado como solía hacerlo, y casi diría que estaba más delgada.

El camarero llegó con el pedido y ambas tomamos asiento.

―¿Cómo está el tío Fernando? ―inquirí antes de dar un trago a mi vaso.

―Bien, tu prima le da mucha tarea, pero él y tu tía se apañan bien.

―Mamá... ―comencé, poniéndome seria―, ¿tan grave es lo que te ha hecho papá como para que no quieras regresar?

Irguió su espalda sobre la silla, como si hubiera recibido un electroshock. Tomándose su tiempo para responder, cogió la cucharilla de su café con leche y meneó el contenido del vaso.

―Nonni... ―Me iba a dar largas, ya lo veía venir.

―Dime la verdad ―exigí―, ¿por qué estás tan enfadada como para abandonarme?

No quería sonar tan dura, pero es que llevaba unos días francamente malos y se me escapó.

Creía que me iba a decir algo así como «no le hables así a tu madre», o alguna cosa por el estilo, pero, en su lugar, calló, con la vista puesta en el café.

―Son cosas de mayores ―contestó.

―Tengo diecisiete años, tengo edad suficiente para entender las cosas ―rebatí.

La cuchara se movió más rápido dentro del vaso, el café era un remolino ascendente que amenazaba con marcharlo todo si continuaba así.

―Nonni... Creo que tu padre me engaña ―soltó, posando sus ojos verdes sobre los míos.

Mis ojos se convirtieron en dos lunas llenas.

―¿Qué?

―Lo que has oído.

El cuerpo se me había cortado, un malestar general comenzó a apropiarse de todas mis extremidades, dejándolas inservibles.

―P-pero... eso es im-imposible... ―titubeé.

¡Eso no podía ser verdad! Es cierto que habían discutido, pero ¡mi padre no sería capaz de hacer eso!

―No lo es ―replicó con una calma inaudita―. Hace unos años tuvimos un bache. Tú eras más pequeña, estabas en otras cosas y no te diste cuenta. Pero Mario sí. Esta conversación me recuerda bastante a lo que sucedió entonces.

»Una tarde lo descubrí con una mujer en un bar cerca de aquí. Yo me dirigía a la casa de una clienta y los vi. Cuando hablé con él, me prometió que era algo estrictamente profesional, una clienta importante de su bufet. Pero lo cierto es que siempre que atiende a alguien, es en su despacho. ¿Por qué esa mujer la recibía fuera de su lugar de trabajo?

»Pasamos unos días muy mal, Nonni. Aunque me desviví por que no os afectara a tu hermano y a ti. Tu padre me prometió mil veces que me quería, y que no sacara las cosas de contexto, que confiara en él.

»Como una estúpida, lo hice. Por vosotros, por mí, por nuestra familia y tantos años juntos. El día que tuvo el accidente no solo venía a buscarme al trabajo, además, venía de reunirse con ella. Yo lo vi, estaba con esa mujer, era la misma, seguro.

»Me dije que solo era una clienta que de nuevo requería sus servicios como abogado, que simplemente esa mujer, tal vez, no quisiera que la vieran en un bufet. Me fui al centro comerciar, donde tenía programado un proyecto de apertura y lo dejé pasar.

»Pero no pude más cuando tu padre me habló de aquella manera en casa, delante de vosotros. ¿Qué soy yo para él, Nonni? ¿La otra?

»Me decidí a irme porque no había sido sincero conmigo. Y juro por lo más sagrado que a punto estuve de vaciar tu armario en una maleta y marcharme contigo.

Suspiró, como cansada de aquella historia.

―Al final no lo hice. Mario está ocupado con la universidad, por lo que él no me preocupa, ya casi tiene su vida hecha. Pero tú aún estás en el instituto, no hay nada más importante para mí que vosotros y vuestra educación y no quería privarte de eso. Además, estoy bastante segura de que prefieres quedarte con tu padre. ―Tomó aire una vez más y lo exhaló lentamente, con aire desolado―. Sé que siempre os he exigido demasiado. Pero alguien tenía que hacerlo, quiero que tengáis estudios, un buen futuro para que no dependáis de nadie. Y créeme cuando te digo que no he parado de echaros de menos a cada minuto... ―Llegado a este punto, mamá comenzó a derramar lagrimones a diestro y siniestro mientras sacaba un pañuelo desechable de su bolso y se limpiaba con él―. Además, no he querido sacarte de tu entorno estudiantil. He leído que es malo para la vida de un adolescente.

Compuse una mueca. Mamá se había pasado media vida leyendo libros pedagógicos para nuestra crianza. Aunque yo no podía poner en duda las cualidades de tales libros, no creía que tuvieran la verdad absoluta. No obstante, no iba a decirlo en voz alta.

No me había dado cuenta de que yo también estaba llorando hasta que me tendió un kleenex.

Había vivido engañada dos años, por lo visto, si no más. Mi idea de familia perfecta acababa de venirse abajo y no podía hacer nada para arreglarlo. Era desolador y deprimente. Y solo deseaba que nada de lo que ella había contado fuera verdad.

―No digas eso, mamá, no quiero más a uno que a otro. Sin embargo ―agregué sacando a relucir mis sentimientos, había un punto de rabia en ellos―, no creo que los libros de autoayuda sean tan eficaces. Pienso que el cariño puede mover más cosas en un niño.

Mamá sorbió por la nariz.

―Lo hice con mi mejor intención, pero quizás no supe buscar el equilibrio.

Estaba de acuerdo.

―Sobre lo de irme contigo... Sé que solo buscas lo mejor para mí. Y aunque es cierto que a veces estoy agobiada, podrías habérmelo dicho. ¡Haber hablado conmigo! ―confesé dolida.

―Simplemente, no quería ponerte en la tesitura de que escogieras a uno de los dos.

―Pues yo pienso que no querías perder contra papá ―se me fue la lengua, estaba algo enfadada.

Una punzada de dolor atravesó sus facciones. Parecía que iba a derrumbarse de un momento a otro. Me calmé, porque no quería que aquella tarde se echara a perder más de lo que ya estaba, hacer sentir mal a mi madre no tenía sentido porque las cosas no podrían volver atrás y arreglarse.

―Entonces... ¿te mudas?, ¿lo hacemos las dos? , ¿es algo... definitivo?

Mi madre recompuso un poco y se esforzó por mantener el tipo.

―No lo sé, mi vida, aún estoy pensándolo. ―Tras unos segundos en silencio por ambas partes, prosiguió―: Cambiando de tema, ¿cómo vas en el instituto? ¿Tienes ya las notas de los primeros exámenes?

Si antes me aterraba su reacción, ¿ahora cómo le decía que había suspendido Lengua e Inglés, ¿o que Historia pendía de un hilo y en Tecnología me habían castigado por saltarme las normas? No podía hacerle eso.

―Bien. Por ahora no llevo mal.

Me sentí mal tras verla asentir aliviada.

―Al menos una cosa está en su sitio ―adjuntó.

Mi corazón se quebró como un cristal. Hacía tiempo que no tenía tanto remordimiento de cabeza. Después de conocer sus motivos para con sus imposiciones, veía todo con otros ojos. No compartía su pensamiento sobre cómo había actuado, pero tampoco quería hundirla en la miseria, así que opté por guardarme mis comentarios hirientes en un cajón olvidado de mi cerebro y les eché la llave.

No volvió a sacar el tema, y yo tampoco lo hice. Nos sumergimos en una conversación sobre lo que había hecho en casa de mis tíos y sus nuevos proyectos como decoradora.

Pero algo en mi interior se había agitado. En mi mente, la imagen de mi padre había dado un cambio brusco. Ya no lo veía igual. ¿Había sido capaz de engañarla de verdad o mamá se había montado la película?

Con cierto regusto amargo en el estómago, bebí de mi vaso y le presté toda mi atención. Deseaba disfrutar de ese momento con ella.

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