42. Promesas
Un trueno impactó sobre nuestras cabezas y un millar de gotas se precipitaron hacia nosotros.
Entonces fui consciente del frío. Me había dejado el abrigo dentro, posado sobre la parte alta de la máquina de tabacos junto con los del resto del grupo.
―¿Qué quieres decir? ―pregunté titubeando.
―Lo que he dicho, que este cabrón te ha puesto en peligro innecesariamente.
―Deja de insultarme, Summers ―se quejó Pablo a mi espalda. Luego suavizó el tono, más preocupado―. Y explícate.
Mike alzó una ceja en su dirección como si Pablo fuera tonto, lo cual le costó una mueca, ya que la tenía herida―. No sé qué parte no entiendes de que al llevarla allí la has puesto en peligro, a merced de un puto psicópata obsesionado con coleccionar lo que no posee. Da igual que se trate de personas u objetos.
Mi vecino enmudeció.
Yo iba a preguntar más sobre por qué querría alguien como ese tipo «poseer» a una chica cualquiera de diecisiete años que no tenía nada que ver con él, pero Elena y Piqui nos interrumpieron. Salían del local buscándonos.
―¿Dónde os habéis metido? Nonni, Hugo acaba de dedicarte una canción... ―se detuvo al descubrirnos junto a Mike.
Este la miró de soslayo.
―¿Ocurre algo? ―preguntó Piqui observándonos a los tres.
Sabía que Mike no iba a decir nada, así que miré a Pablo, que a su vez me echó un vistazo.
―No, solo hemos salido a tomar el aire, hace mucha calor ahí dentro.
Creía que su historia no se sostenía demasiado a ojos de su hermana, pero por una vez no era yo la que inventaba una excusa y lo apoyé de inmediato.
―No me servían en la barra, y estaba asfixiada ―intenté parecer convincente.
A regañadientes, Elena dio nuestro argumento por válido.
―¿Y no os habéis dado cuenta de que ha empezado a llover? ―Se puso una mano en la frente, molesta por las incesantes gotas de lluvia―. Deberíamos entrar.
―Id haciéndolo, yo voy enseguida ―los apremié.
―No, ven con nosotros ―me ordenó Pablo serio. Lo veía con intenciones de cogerme y meterme dentro a la fuerza.
―Voy enseguida ―insistí mirándolo con intención.
Pablo arrugó los labios, pero caminó en dirección a su hermana.
―¿Estás bien? ―le preguntó Elena, que me había dedicado una mirada envenenada, dejando claro que mi decisión de permanecer junto a Mike un segundo más era pésima.
No escuché lo que murmuró Pablo para dar respuesta a esa pregunta.
Mi atención estaba puesta en Mike, que me miraba con ojos perspicaces y relucientes pese a la ebriedad.
La luz proveniente de las farolas adosadas a la pared era escasa, pero distinguía perfectamente la ceja maltrecha.
Tuve el impulso de tocarla. Y, sin ser consciente de ello, alcé los dedos hacia él. Como aquella vez en el Ático.
Sufrió un escalofrío ante mi contacto, en el buen sentido. Cerró los ojos como si se deleitara con el roce de mi piel sobre la suya.
―¿Qué te ha pasado?
Me di cuenta de que también tenía cortecitos en los labios.
Mike no respondió. Simplemente abrió los ojos y se dedicó a contemplarme. Ya no había ira en ellos, sino algo mucho más dulce. Aquel era el Mike que me gustaba, el que había conseguido que me ablandara como el papel mojado.
―¿Ha sido él, la Hiena, quien te ha hecho esto? ―expresé preocupada.
Puso su mano sobre la mía, que aún no había abandonado su cara. Había posado mis dedos sobre su mejilla, y por alguna razón, no podía (o no quería) apartarlos de ahí.
―No fue él ―fue su escueta respuesta, pero no lo había dicho de mala manera. Más bien parecía que no se atrevía a hablar de ello.
Suspiré, cansada de tantas evasivas. Iba a apartar la mano de él, pero no me dejó hacerlo. Me dio un apretón suave en los dedos y la mantuvo donde estaba.
―Fue mi padre, Nonni ―le costó trabajo admitirlo.
Lo miré agrandando los ojos.
―¿Por qué te ha hecho esto? ―inquirí con una nota de dolor en la voz, el mismo que expresaba su rostro.
―Porque no soy lo bastante bueno para seguir sus pasos. Porque... me he enamorado de ti y te he puesto sobre encima de todo. ―Cogió mi mano entre las suyas y me besó la palma sin dejar de contemplarme con vehemencia―. Eres más de lo que merezco, de lo que mereceré nunca.
Atónita, no pude más que examinarlo con la mirada. El acecho de la duda asomaba en mi interior. Hacía una semana que me había dicho todo lo contrario, que solo me había hecho caso para acostarse con la chica que sacaba buenas notas, la empollona de la clase.
―Mike..., dijiste que...
Él negó con la cabeza, con una angustia lacerante en el rostro.
―No digas nada. Sé que no puedo arreglar todas las cosas que te dije y cómo te hicieron sentir. Ojalá lo hubiera hecho todo de otra manera, desde el principio.
Soltó mi mano y se quitó la chaqueta para después ponérmela encima de los hombros. Pero en ese momento apenas percibía el frío que había a mi alrededor, su confesión había provocado que los sentimientos reprimidos por él afloraran y se extendieran por toda mi piel como el incendio de un bosque en pleno verano. Toda mi determinación era ahora pasto de las llamas.
―Entra dentro, tus amigos se están esperando―señaló .
Iba a marcharse, pero, en un impulso sacado de lo más hondo de mi ser, lo atraje hacia mí, me puse de puntillas y lo besé.
Tras la sorpresa inicial, Mike cernió sus brazos entorno a mi cintura y me pegó más a su cuerpo. Con el movimiento, la chaqueta se escurrió de mis hombros y cayó hacia atrás.
A ninguno de los dos nos importó. Así como tampoco nos molestó la lluvia, que calaba cada poro de nuestra piel.
Solo éramos conscientes del calor que manaba del otro, de la danza que interpretaban nuestros labios en una combinación perfecta.
***
Mi cuerpo flotaba como si estuviera siendo transportado en una nube esponjosa.
Cuánto había echado de menos esos labios.
Mike siseó y sentí que mis pies aterrizaban en la tierra, devolviéndome a la realidad. Las heridiras de los labios le sangraban.
Rompí el contacto entre nosotros.
―Lo siento ―dije abriendo los ojos, siendo consciente de la magnitud de mis actos. No solo de que le había hecho daño, si no de que ¡lo había besado!
Mike sonrió, sin dejar de aferrarse a mi cintura.
―Me duele más estar lejos de ti.
Separé mi cuerpo del suyo echándome las manos a la boca.
―Esto no está bien ―espeté aún acalorada.
Mike compuso una mueca.
―¿Es por ese cretino? ―preguntó en un tono desdeñoso.
No solo era por Hugo. Estar junto a Mike era igual que tirarse de un avión sin paracaídas. De antemano sabía que me estrellaría sin remedio.
―Está claro de qué parte está tu lealtad ―prosiguió ante mi propio desconcierto.
―¿Mi lealtad?
Ni que esto fuera una guerra de intereses políticos.
―Tus sentimientos ―aclaró―. Si me acerco a ti ―lo hizo―, estoy seguro de que no me apartarás. Si él te importará tanto, no me habrías besado. Te habrías marchado dentro.
No podía negarlo.
―Esto no cambia nada. ¿Y tu lealtad, con quién está? ―Tiré de sus palabras―. Ahora es cuando me dejas hecha una mierda ―reconocí afligida.
Su cuerpo se puso rígido, como si acabará de darle una bofetada.
―Te he confesado lo que siento por ti ahora mismo, Nonni.
―¿Cómo sé que no se trata de una broma? ―inquirí a la expectativa de que ocurriera algo que acabara con esta especie de tregua que el mundo nos había dado―. ¿Cómo sé que no voy a decir algo que haga que otra vez te enfades y me dejes plantada después de abrirme a ti?
Mike me cogió suavemente de la cintura.
―No lo es. Nunca lo fue. Pero tenía miedo. Estaba aterrorizado de que conocieras el mundo por el que me muevo. De que te horrorizaras por descubrir esa parte de mí y huyeras despavorida.
―Por supuesto que me da miedo. Mucho. Sobre todo después de lo que me has dicho de la Hiena.
El rostro de Mike se ensombreció y bajo la luz de la farola sus facciones se volvieron más duras.
―Aún así aquí estás, sigues entera y no te has dado a la fuga. Eres más valiente de lo que jamás hubiese imaginado, Nonni. Y sí, ese tipo es un monstruo. Pero ya no hay vuelta atrás, no dejaré que te haga daño. Lo mataré si es necesario ―sentenció con rabia.
Cuando decía cosas así me asustaba.
Negué con la cabeza.
―No entiendo nada. ¿Qué puede querer un tipo así de mí?
Apartó un mechón de pelo húmedo de mi frente y me lo puso tras la oreja. Esa breve caricia volvió a prender la chispita de mi interior, pero no podía dejarme llevar de nuevo por mis deseos más ocultos. Para empezar, me sentía como si me hubiera aprovechado de él, por muy absurdo que eso sonara. Estaba borracho y seguramente al día siguiente se arrepentiría de que me hubiera acercado a él.
Desde luego, estaba como para encerrarme. La primera vez que lo besé era yo la que iba bebida, y ahora el que estaba ebrio era él, pero aun así, había sido yo la que había tomado la iniciativa otra vez.
La lluvia había amainado un poco, pero estaba tan empapada que ya no había manera de retener el frío.
―Nonni ―me llamó con suavidad―, creo que no es el momento de hablar de esto.
Se tambaleó un poco, lo que me recordó que aún seguía ebrio.
―Quiero respuestas, Mike, y las quiero ahora. Mañana se te habrá pasado el efecto del alcohol y no querrás saber nada más de mí.
―Yo siempre me intereso por ti. Aunque no te lo diga.
Sus ojos relucían, vidriosos por las copas o por la lluvia, o por ambas cosas, ya no lo tenía muy claro.
―Prométeme que hablaremos. Que no pasarás de mí otra vez. Creo que merezco una explicación.
―Y la tendrás.
―¿Cuándo?
Los dientes ya me castañeaban.
―Pronto. ―Me dio un beso en la frente―. Ahora ve adentro y diles que te lleven a casa, princesa sobresalientes. Estoy seguro de que tu vecino se ofrecerá voluntario para ello. ―Esbozo una sonrisa irónica―. Y voy a reconocer esto solo una vez, pero no se lo digas: prefiero que sea él quien cuide de ti. Hugo es un gusano despreciable, a Ojitos Azules le importas de verdad, aunque la haya cagado.
―¿Estas celoso? ―inquirí entrecerrando los ojos.
En sus labios asomó una mueca de desgrado.
―Se puede decir que no te quiero cerca de ninguno de los dos. Te llevaría yo mismo si no supiera que puedo ponerte en peligro. Pero voy a ser responsable contigo, por tu bien, y dejaré que te vayas con ese gilipollas.
―Mike...
―Vale... Solo es un imbécil... ―Sonrió de lado.
Suspiré, sabiendo que esta guerra estaba perdida.
―¿Y tú? ¿Cómo llegarás a casa?
―Andando.
Alcé las cejas en un gesto que quería decir: «¿me estás tomando el pelo? ¿Dónde están tu moto o tu coche?»
―Lo juro. ―Volvió a sonreír de aquella forma que me arrebataba el sentido.
Unos instantes después, Mike se marchó (a pie) con la promesa de vernos pronto.
Cuando volví a entrar en el pub, Elena me envió una mirada envenenada. Estaba enfadada conmigo. Más aún me vio empapada como una sopa pero con el rostro henchido de felicidad.
No podía evitarlo.
Me daba igual lo que pensara. Tanto ella como Pablo, que me taladraba con su mirada azul.
Y odiaba admitirlo, pero Mikeme hacía sentir cosas que no había experimentado con nadie, en plano físicoy mental. Y aunque me asustaba lo que pudiera contarme del tipo de la timba,también saboreaba de anticipación, pensando en el momento en que lo acribillaraa preguntas y obtuviera respuestas.
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