38.Decepcionada

«Soy una vendida», pensé, «he vuelto caer en las manos de Mike Summers.»
Evoqué nuestro beso, igual de cargadito de adrenalina que la tarde del pub.
―Ahora conoces mi secreto, ya no hay nada que nos impida estar juntos, si lo aceptas ―dijo un Mike a todas luces liberado de presiones.
Sonrió con una paz que nunca había visto en el.
―Lo acepto ―le aseguré.
Y nos fundimos en otro increíble beso.
Unos golpecitos me arrastraron fuera de mi ensueño.
Abrí los ojos con pereza y los viré a mi alrededor. No estaba en mi habitación.
Los recuerdos de la casa de madera me asaltaron y me erguí de súbito. Estaba envuelta en unas sábanas azules, un edredón a rayas se encontraba enrollado de cualquier manera a mis pies.
Estaba en la habitación de Mike Summers.
Pensé en ello una vez mas: ¡estaba en la habitación de Mike Summers! El tío que se había metido conmigo durante semanas.
Un par de meses atrás esto me habría parecido una broma. Ni la mejor pitonisa hubiera podido predecirlo.
De nuevo, los insistentes porracitos irrumpieron el hilo mental de mis pensamientos.
Estaban llamando a la puerta.
―Señorita ―me dijo una voz de mujer―, son las 7. El señorito Mike m dijo que si no despertaba a esta hora lo hiciera yo.
¡Las siete! Miré el reloj despertador con los ojos dilatados. ¡Me había dormido!
―¡Ya estoy despierta!  ―informé a la mujer, mientras daba un salto de la cama y me dirigía hacia la puerta. Cuando la abrí, la señora fue a decir algo más pero reparó en mi aspecto y me miró de arriba abajo.
―Tal vez sea mejor que se ponga algo más apropiado para desayunar.
Me eché un vistazo. Solo llevaba encima la camiseta que le había tomado prestada a Mike, y a duras penas cubría mis caderas.
Mis mejillas se arrebolaron.
―Gracias.
Fui a cerrar, pero ella volvió a hablar y me detuve.
―¿Quiere algo especial para desayunar?
―No, no quiero nada.
Con extrañeza, la mujer preguntó:
―¿No desea nada de nada?
Dudé unos segundos.
―Espere, sí, un teléfono, por favor.

***
Rebusqué entre la ropa de Mike y me agencié unos pantalones de chándal grises. Me había dicho que hiciera lo que quisiera, así que me había tomado a pecho sus palabras. Además, si estar medio desnuda no era «apropiado» para desayunar, creía que un vestido de fiesta tampoco.
En la cocina, Lola me trajo un inalámbrico y un zumo de naranja que yo no había pedido. Mike me había dicho que Mary Anne se levantaría más tarde, pero igualmente estaba intranquila por si hoy hacía una excepción.
Marqué el número y, al segundo timbrazo, Pablo me respondió:
―¡Nonni! ¿Se puede saber dónd estas?? ¡Te estado buscando como un loco! ―No me hacía falta tenerlo delante para saber que estaba alterado.
―Tranquilo, estoy bien, en casa de.... una amiga.
―¿Qué amiga?
―No la conoces ―contesté rápida.
―¿Cómo saliste d la fiesta? No te vi en toda la noche.
Me mordí el labio. Él no debía de estar presente cuando aquel hombre me había obligado a sentarse sobre sus piernas como si fuera papá Noel en Navidad. Si no, habría reconocido mi vestido.
―Me fui.
―Ya lo sé, pero ¿cómo?
No respondí.
―¡Nonni! ―Ahora parecía algo furioso―. ¿Alguno de esos tipos te puso la mano encima y te sacó de allí?

Guardé silencio una vez más.

―No puedo decírtelo, pero no te preocupes estoy bien. ¿Has llegado a casa? ―cambié de tema.

―No, la cosa se complicó y acabo de salir. Tras dar veinte vueltas por el lugar buscándote, estoy bajando por la carretera.

―De acuerdo. ¿Cuánto tardarás?

―Una media hora.
―Recogerme en la estación.
Hubo una pausa por su parte.
―En la estación ―repitió.
―Sí.
―Está bien, no te muevas d allí.
Cortó.
Media hora después clavada, mi vecino llegó hasta nuestro lugar de encuentro.
No quería saber la pinta que tendría a ojos de Pablo. Vestía un chándal holgado y llevaba tacones, el pelo suelto caía desordenado sobre mis hombros y previsiblemente estaba enredado.
Pablo me repasó con la mirada.
―Esa no es tu ropa ―señaló serio.
―Qué observador ―repuse en tono guasón.
Pero él no movió ni una pestaña.
―No parece ropa de chica.
Hice un mohín.
―Pues lo es. A mi amiga le gusta ir cómoda. De sport ―me invente mientras abría la puerta trasera y metía la bolsa en la que llevaba el vestido. Me deshice de los tacones y me puse mis propias zapatillas de deporte.
Él me seguía mirando fijamente. Consiguió que me diera un escalofrío.
―¿Qué?  ―pregunté en tono hosco. Estaba muy cansada para adivinar lo que pensaba sobre mí.
―¿Has averiguado lo que querías? ―inquirió en tono solemne.
―Sí ―contesté atándome los cordones.
―Entonces ¿ya está?
Lo miré sin comprender.
―No vas a ir de nuevo ¿verdad? No vas a volver a chantajearme con esto, espero.

Su voz sonaba como un reproche. En el fondo me sentía mal por haberlo hecho cumplir mis deseos de una forma tan rastrera como airear sus secretos más ocultos, porque, en realidad, si yo fuera él, tampoco querría que mis padres se enteraran. De hecho, ahora podríamos jugar al mismo juego: él sabía que yo había ido a un lugar ilegal y nada propicio para una chica menor de edad.
―No ―aseguré.
Era realidad, no tenía ninguna gana de volver a ese lugar. Recordar lo que había estado a punto de suceder en aquella habitación me ponía los pelos de punta.
―Bien, pues vámonos a casa ―resopló cansado.
Me coloqué en el asiento del copiloto y me abroché el cinturón.


Seguía cansada después de haber dormido el domingo hasta bien tarde. Mi madre pensaba que me había pasado toda la noche de charla con Elena. 

A veces deseaba que fuera verdad.

Le había escrito a Mike por la tarde. Creía necesario que habláramos. El corazón me latía fuerte en el pecho solo de pensar en encontrarme de nuevo con él. No podía ocultar la media sonrisa que asomaba entre mis labios.

¿Por qué me sentía así? Como si flotara.  Nos habíamos besado, ya había pasado antes. Tampoco había mucha diferencia.

«Sí, pero antes no conocía esa parte oculta de su vida. Ahora ya sé lo que escondía. No tiene que protegerme de ello.»

Él me lo había dicho, que le importaba y por eso me alejaba de él. Ya no había razón para ello. Y eso me tranquilizaba, porque pensaba que haberlo descubierto me hacía dar un paso más hacia él; que nos unía de alguna forma.

―¿Y esa sonrisilla de boba? 

Había olvidado que Elena me acompañaba de camino al instituto, me había abstraído demasiado en mi burbuja.

―No tengo sonrisilla de boba ―me quejé, sin convencer a nadie―. Y, por cierto, ¿qué hay de Piqui? ¿Has vuelto a quedar con él?

Bien sabía yo que sí, pero no iba a delatar a Pablo.

Ahora la que parecía una boba era ella.

―Pues sí, es monísimo,

Le di un codazo.

―¿Y cuándo pensabas contármelo?

―Tampoco has preguntado. Pero quería tener claro a dónde quería llegar.

―¿Y...?

―¡Y me gusta mucho, Nonni! ¡De verdad! Cuando lo veo es como si unos delfines se pusieran a bailar sevillanas dentro de mi estómago. No veo el momento de estar cerca de él. 

Reí.

―Pues sí que te ha dado fuerte.

―Lo reconozco, sí. ―Su rostro soñador era el reflejo de la felicidad―. Lo único malo es que estudia en otra ciudad. La noche que lo conocimos estaba visitando a sus tíos y sus primos, que son de aquí. Cuando puede se escapa, pero... no suele ser tan a menudo como yo quisiera.

―¿Y tus padres que dicen?

―Aún no lo saben. Solo se lo he comentado a Pablo; él me hace de tapadera cuando quiero salir con él. El sábado estuvimos todo el día en el parque que hay junto al muelle.

―Qué romántico. 

Su expresión se volvió pícara.

―No tanto como cierto bañito en unas termas perdidas de la mano de Dios.

Negué con la cabeza.

―Eso fue un error. No me lo esperaba, pero ya sabes que no me gusta Hugo. Tengo que hablar con él.

―Sí, sí, ya.

Elena pensaba que me hacía de rogar, pero la providencia conocía la verdad. Y la verdad era que yo solo me moría por un chico que no era Hugo. Debía de hablar con él con urgencia, antes de que las cosas se fueran de madre.

En cuanto lleguemos al instituto, busqué a Mike con la mirada: no estaba. Quizás llegara tarde, pocas veces habíamos coincidido.

Le escribí un wasap antes de que la profesora llegara a clase, con un castigo había tenido más que suficiente, y aunque me hubiera ido, parecía que mi acción no había tenido consecuencias. Además, mamá estaba más permisiva y no había vuelto a mencionar el internado de Suiza. 

Yo: Tenemos que hablar, dime a qué hora puedes quedar y dónde.

Él no estaba conectado, de hecho, hacía un día entero que según la aplicación no estaba en línea.

Mientras tanto me llegó otro mensaje a mí:

Hugo: ¿Quieres quedar esta tarde?

Debía de hablar con él pero me parecía muy frío por mi parte cortar por lo sano con nuestro... ¿rollo? Aunque esa tarde la quería dejar para Mike y aclarar las cosas con él. Me urgía demasiado.

Yo: Tengo que estudiar.

Hugo: Qué casualidad, yo también.

No pude evitar una sonrisa involuntaria. Después de todo, Hugo me caía muy bien, era simpático y gracioso. Esperaba que no le sentara muy mal que yo no lo viera como algo más que un amigo.

Iba a contestarle que otro día cuando la profesora de Inglés entró por la puerta. Guardé el móvil anotándome mentalmente hacerlo más tarde.

Apenas presté atención en las asignaturas previas al recreo, pero sí logré captar que tendríamos examen de Historia. Debería de pedirle los apuntes a Ana, porque estaba segura de que no había escrito la mitad de las explicaciones que mi profesor había enunciado para el control.

En el recreo, barrí con la mirada toda la superficie repleta de estudiantes, en un nuevo intento de dar con Mike. Nada.

Elián, el amigo con el que solía ver a Mike, estaba con otros chicos de segundo. La decepción punzó en mi interior. ¿Dónde estaba? 

Tampoco vi a Hugo, al que no le había contestado el mensaje todavía. Iba a hacerlo cuando las chicas comenzaron a hablar del nuevo trabajo de tecnología, que era por parejas, así que tampoco lo hice.

A la salida del instituto, unas gafas de sol y una chaqueta de cuero negro captaron mi atención. 

Allí estaba, apoyado de una pierna junto a la valla metálica que daba acceso al recinto estudiantil. Tras los cristales ahumados no se podía saber la trayectoria de de su mirada, pero sabía que estaba fija en mí. No sonreía, tenía esa pose de chico duro que tan bien le salía.

Elena compuso una mueca de disgusto. También se había dado cuenta de que Mike tenía la vista puesta en nuestra dirección.

―¿Y ahora qué quiere ese chiflado? No deja de mirarte.

Me giré hacia ella.

―No pasa nada. Voy un momento a saludarlo, ve a casa, no hace falta que me esperes ―le indiqué, más contenta de lo que pretendía sonar.

Elena elevó una ceja.

―Cualquiera diría que estás deseando ir a hablar con él. Nonni, creía que te habías olvidado de él.

―No te preocupes por mí, está todo controlado.

Asintió, no muy conforme con dejarme allí con él.

Al pasar a su lado, le dedicó una mirada hosca que Mike ignoró estoicamente.

―Hola ―dije avanzando a paso tranquilo hacia él.

―Ven ―me ordenó frío como el hielo. Y a ese gesto le siguió un movimiento con el dedo índice para que quedara claro.

El gesto me pareció superficial e insensible.

Fui detrás de él, pero mi alegría inicial había descendido hasta la mitad.

―¿Qué pasa? ―inquirí entornando los ojos.

Cuando estuvimos a una distancia prudente de los demás alumnos que se marchaban a su casa, se quitó las gafas de sol. Sus ojos no desprendían la dulzura con la que me había tratado el sábado de madrugada.

―Nonni ―comenzó, algo menos distante que cuando nos habíamos encontrado―. No me escribas. No me hables en público, tienes que mantenerte alejada de mí.

La incomprensión y el estupor inundó todos mis pensamientos.

―¿Por qué no? Si vamos a salir...

Un brillo amargo apareció en su mirada. Desvió los ojos de mí, pero ese breve gesto lo eclipsó todo. Algo iba mal.

―No, Nonni, no vamos a salir ―declaró, arrojándome a un mar lleno de icebergs. Suspiró, dulcificando sus facciones―. Como de costumbre, te equivocaste de nuevo. No deberías haberme besado. 

El dolor se abrió paso entre los miles de sentimientos caóticos y desbordantes que estaba sintiendo.

―Tú respondiste a ese beso ―contesté casi de forma autómata.

―Pero ¿qué querías que hiciera? Estabas con ese vestido tan arrebatadoramente guapa... Hacía tiempo que no tenía a una chica toda para mí en mi cuarto... ―Emuló una de esas sonrisas de seductor que tantas veces me había arrebatado el hipo.

Ahora eran como un mazazo en las entrañas.

Las lágrimas comenzaron a acumularse a las puertas de mis párpados. Con toda la voz que pude reunir, le pregunté:

―Si no te importo como para salir conmigo, ¿por qué me libraste del tipo que me llevó a la habitación?

Durante un momento, mi dolor se reflejó en sus pupilas, pero después dio paso a la chulería.

―Porque eres una cría, y yo no soy tan desconsiderado. Me habría gustado acabar el trabajo a mí, ya sabes, en mi cuarto, quitándote ese bonito vestido... pero tenía deberes que atender...

Le metí un tortazo, cortándolo.

―No te creo. Mientes, sientes algo por mí.

Se tocó la cara allá por donde le había golpeado.

―Claro que sí, estás muy buena. ¿Quién no se sentiría atraído hacia ti? Este es nuestro juego, Nonni. Pero te estás colgando demasiado. Solo se trataba de sexo, de desvirgar a la chica lista de la clase. Pero en última instancia me arrepentí. 

Aquel cabrón no podía ser el Mike que yo había conocido.

―Estás siendo cruel ―señalé, con la voz rota.

Se giró, dándome la espalda. Su cuerpo denotaba tensión.

―Pues si ―se volteó de nuevo hacia mí―, quiero que cojas la indirecta: no me hables. Y por tu bien espero que no le cuentes a nadie lo que viste el sábado. No te quiero como a una novia, pero eres compañera de instituto, no me gustaría ver la esquela de tu muerte en ningún periódico.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. 

Incapaz de seguir escuchándolo, le di la espalda y comencé a correr en dirección opuesta mientras mi visión se tornaba distorsionada por las lágrimas.




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top