33. Eres un ángel

―Estás muy callada ―me dijo mi hermano en el desayuno―, ¿es porque ayer te dejé tirada? Lo siento, no sabía que se te había salido la cadena, si no hubiera ido más despacio.

En esos dos días que llevaba allí conmigo, mi hermano me había pedido perdón más veces que en toda su vida. No quería que se sintiera culpable de algo que no era, pero no podía contarle la verdad. No al menos hasta que averiguara algo más.

Me había pasado la noche pensando en la escena que había visto tras el contenedor. ¿Ese era el trabajo de Pablo? ¿Ser transportista de un...mafioso? Tal vez no fuera lo que yo pensara, quizás todo era completamente legal.

No, no lo parecía en absoluto.

¿Elena me había dicho que había encontrado un empleo nuevo? Ya no me acordaba, pero estaba segura de que no estaría al corriente sobre lo que hacía en realidad.

―No, tranquilo, es que he dormido fatal.

El timbre resonó en el fondo de la estancia.

―Es Elena ―me levanté de la silla.

―Apenas has desayunado -indicó mi padre desde su posición en la encimera.

―Anoche me sentó mal la cena.

Mario me observó con la culpabilidad flotando en sus facciones. Pensaba que era por el helado por lo que estaba así. Me aproximé a él y lo abracé antes de darle un beso en la mejilla.

―No te preocupes ―susurré en su oído―, estoy bien. ¡Nos vemos luego! ―dije algo más alto, incluyendo a papá en el gesto.

Me dirigí a la puerta.

―¡Me voy! ―grité mirando al piso de arriba, donde mamá estaba haciendo sabía Dios qué.

La mirada inquisitiva de Elena me recibió tras la puerta. Intenté ignorarla mientras salía de casa.

―¿No tienes nada que decirme? ―Apenas había tardado un nanosegundo en preguntarlo.

―Pues no.

―Se rumorea que ayer te escapaste con Hugo de segundo. ―Ella esperó una respuesta, pero yo seguí andando, mis labios estaban sellados. Lo intentó de nuevo―. También sé que te dejaste el castigo a medias, y tus cosas allí. La señorita Sofía te buscó a la salida del instituto, como no te vio, me dio tu teléfono.-Se descolgó la mochila y rebuscó en el bolsillo trasero.

Se me iluminó el rostro cuando lo vi. Sin embargo, cuando tendí mi mano para cogerlo, Elena lo puso lejos de mí, sus ojos desafiándome.

―Perdona, pero no. Primero la información.

Resoplé.

―Si ya lo sabes, me escapé del insti, es cierto.

Arqueó ambas cejas, desconcertada. Un instante después volvió a retomar su pose de detective sabueso.

―No me vale solo con eso.

No, claro que no. 

Puse los ojos en blanco.

―¿Qué quieres saber?

Comencé a andar de nuevo. Elena me siguió los talones.

―¿Qué quiero saber? ¡Todo! ¿Qué pasa con Hugo?

No sabía si estaba preparada para contarle lo del beso.

―¿No era Mike el que te gustaba? ―prosiguió interrogándome. Al ver que no decía nada y seguía avanzando, profirió una especie de alarido de sorpresa―: ¿No quieres recuperar tu móvil?

Estaba pensando que estaba mejor sin él, la verdad...

―Sí, dámelo. ―Me detuve y volví a extender mi brazo hacia ella.

―Cuéntamelo antes. ¿Dónde estuviste con Hugo?, ¿por qué te cuesta tanto trabajo decírmelo?

«Porque no quiero reconocerme a mí misma que me he liado con un chico justo después de haber sido abandonada por otro.»

Me crucé de brazos, esbozando una expresión que pretendía ser amenazadora.

―Eres muy pesada, ¿lo sabías?

Con Elena no coló. Un brillo malicioso asomó en sus ojos.

―¿Y... vas a cantar como un pajarito?

Exhalé un suspiro abatido. Elena supo identificarlo como una victoria y sonrió triunfante.

***

―¿Desde cuándo eres tan ligona? ―me preguntó. Estábamos escondidas en la calle de atrás del instituto, mientras ella se fumaba un cigarrillo.

―Ya ves, una que va de empollona pero en el fondo es loba ―bromeé―. No, en serio, no tengo ni idea.

―Mike y Hugo... vaya dos. 

«Y tu hermano», agregué para mi interior.

―¿Por cuál te vas a decidir?

―¿Por cuál? ―Abrí los ojos y alcé las cejas―. Mike me dejó tirada, me dijo que era mejor estar alejada de él.

Elena ladeó la cabeza, sopesando mis palabras.

―Entonces, Hugo.

―Tampoco ―repliqué.

Los labios de Elena se fruncieron.

―Pues no te entiendo. Mike es peligroso, eso ya lo sabíamos antes, y Hugo... Bueno, no lo conocemos mucho, pero está bueno y parece que le gustas.

Necesitaba dejar este tema a un lado, así que decidí que esta conversación se acababa aquí y me apresuré a sacar otro tema: Pablo. Debía saber qué sabía Elena sobre sus nuevas... actividades laborales.

―Por cierto... ―comencé, aunque después me desinflé como un globo. ¿Cómo le planteaba la pregunta sin que ella sospechara mis verdaderas intenciones?―. Hace días que no lo veo, ¿qué tal está?

Bueno, no era del todo cierto, porque hacía poco habíamos coincidido en la entrada de casa. Ahora me preguntaba si estaba lavando su coche para borrar pruebas de... sus paquetes misteriosos.

―Apenas le veo el pelo. Trabaja mucho.

―¿En qué? 

Elena tiró la colilla al suelo y la pisoteó.

―Es reponedor en el centro comercial, hace turnos de noche y llega destrozado.

Así que eso era lo que le había dicho a su familia.

―Venga, vamos a clase, que no quiero que me castiguen como a ti.

No pude sonsacarle más a Elena, así que nos internamos en el instituto.

***

Durante el recreo sentí varias miradas sobre mí.

Una era la de Daria. Otra era la de Hugo, que no tardó ni dos segundos en acercarse a mí con andares seductores. Agradecí que no me plantara un beso en los labios delante de todos.

La tercera era la de Mike. Se sentaba con sus dos inseparables amigos sobre el respaldo de un banco no muy lejano, y aunque pareciera que estaba metido de lleno en la conversación con ellos, yo sabía que no. Por el rabillo del ojo, veía que cada dos por tres echaba un vistazo en mi dirección, sobre todo después de que Hugo llegara a donde estábamos yo y mis amigas.

―Luego podríamos quedar... ―susurró Hugo en mi oído. No me había dado besos, pero me había cogido de atrás, por la cintura, cosa que había captado la atención de mis amigas, que en ese momento no paraban de mirarme.

Y no solo ellas, me di cuenta de que Mike irguió el cuello, como hacen los animales cuando se ponen en alerta en uno de esos documentales de la tele. Durante unos segundos le sostuve la mirada, ya no me observaba de soslayo, y yo a él tampoco.

Hugo me dijo más cosas, pero no me enteré de nada. 

Mike apretó los labios; su mirada se volvió un huracán a punto de desatarse. Me puso el vello de punta, y no sabía si en el mal sentido o en el bueno. En el fondo me gustaba que estuviera atento a mí.

Sin embargo, antes de que ocurriera una desgracia, me aparté de Hugo con suavidad.

―Esta tarde no puedo ―decliné su proposición―, tengo que estudiar.

Hugo puso mala cara.

―¿Y nuestro trato qué? ¡Vamos! Es viernes ―insistió.

Negué con la cabeza.

―No puedo, mi hermano ha venido este fin de semana y tenemos planes. Apenas lo veo...

Hugo parecía herido. No obstante, no me dijo nada más.

―De acuerdo, nos vemos la semana que viene.

―Vale... ―accedí, dudosa.

Apretó cariñosamente mi mano.

―Me voy con los chicos un rato.

Planté los ojos sobre mis amigas. Excepto Elena, que ya sabía la historia, las otras dos mantenían la boca abierta.

―¿Cuándo ha ocurrido esto? ―preguntó Tania.

―¿Estás saliendo con el cañón de Hugo? ―Ana no salía de su asombro. 

―Bueno... A ver, todo es un poco confuso. ―Sopesé esas palabras.

En fin, no tenía caso mentir, así que les conté a ellas también la historia sobre Mike y Hugo.

Después de flipar un número elevado de veces conforme les iba contando los acontecimientos, llegó el momento del interrogarlo.

«¿Mike es el hermano de Mary Anne? ¿Te metiste con Hugo en una terma, los dos solos? ¿Te has enrollado con Mike y luego con Hugo?» A partir de ahí dejé de prestarles atención, me dolía la cabeza.

Bendije al conserje porque en ese momento sonó el timbre que ponía fin al descanso. 

―Chicas, ya hablaremos con más calma ―les aseguré. Pero, si podía evitarlo, lo dejaría estar.

―¡Por supuesto! ¡Tienes que contárnoslo todo con pelos y señales! ―exigió Ana.

Ellas se fueron delante de mí a clase, con la excusa de beber agua, me dirigí a la fuente lateral, y mi cabeza por fin dejó de ser una olla exprés a punto de reventar. Nada como un buen chute de agua fresca.

―Hugo no es bueno para ti ―declaró una voz agraviada a mi lado.

Por poco no escupí el agua.

Me erguí como mejor pude y encaré al dueño de la voz: Mike.

―Hazme una lista de quién consideras bueno para mí y házsela llegar a mi secretaria ―dije desdeñosa, mientras mi limpiaba los restos de agua en mi cara con el dorso de la mano.

Avancé para perderlo de mi vista, pero me cogió de la muñeca y me hizo girar hacia él. Menuda costumbre estaba cogiendo, ya había hecho eso mismo conmigo anteriormente, y yo prefería que no lo hiciera. ¿Habría notado que mis pulsaciones se habían acelerado? ¿Habría notado que su contacto hacía que la temperatura me subiera varias décimas?

―Nonni ―me llamó, con rostro apesadumbrado―, ¿esto que estás haciendo es... porque te dije que te alejaras de él?

Me solté de su agarre.

―No eres el centro del universo, Summers. Esto no tiene nada que ver contigo.

―Deja de flirtear con él antes de que te haga daño. Porque te lo hará.

―Tomaré en consideración tus palabras, si me disculpas... tengo clase.

―No, no te disculpo. ―Volvió a cogerme de la muñeca, solo que esta vez no me giró, fue él mismo quien se plantó delante de mí-. Hugo no es un buen tipo, solo quiere jugar contigo.

―Ya basta ―dije, mientras una chispa interior se encendía en mi estómago y se extendía por mis extremidades―. Dime una cosa: ¿por qué haces tú esto?

―Porque me importas ―soltó.

Tras unos segundos de estupefacción, volví a romper nuestro contacto y me zafé de él.

―Eso no es verdad, ya te lo dije. Si lo fuera... el día que nos besamos habríamos empezado a salir. ¿Tú quieres eso?, ¿que salgamos?

Dudó, con el cuerpo en tensión.

No entendía por qué, yo ya sabía su respuesta.

―No ―contestó.

Se me partió el corazón una vez más; una cosa era saberlo y otra que me confirmara. Las lágrimas amenazaban con salir a flote.

―Entonces, ¿por qué no me dejas en paz?

―No puedo hacer eso. No puedo, sabiendo que estás metiendo con alguien que no merece la pena.

―¿Y quién sí merece mi compañía? ¡A ver! ―me crucé de brazos, encarándolo.

Ahora mismo sería capaz de prender como una antorcha. ¡No podía estar teniendo aquella conversación!

Apretó los puños. Su rostro se endureció.

―Nadie. Nadie se lo merece.

―No sé cómo tomarme esto... ―Me masajeé la sien derecha con el pulgar, intentando relajarme―. Pero sí quiero saber algo: ¿por qué me dijiste todo aquello en aquel pub? Sigo pensando qué fue lo que salió mal, además de aquella riña tonta que tuvimos. No es motivo para terminar con nadie.

Me observó, serio como hacía tiempo no lo veía.

―Fue una broma. Quería ver qué cara ponías si alguien como yo se te declaraba.

Ya está. Ya lo había conseguido. Había reducido mi corazón a pequeños fragmentos que cortaban y se incrustaban dentro de mí, cuarteándome desde el interior.

Mis ojos se desbordaron, sin que pudiera contener el llanto.

―Escucha... ―empezó a decirme mientras levantaba una mano hacia mí.

Di un paso hacia atrás: no quería que me pusiera un dedo encima.

―No, escucha tú. Déjame en paz, no me mires, no me toques, olvida que existo.

Corrí de su lado. No soportaba respirar el mismo aire que él. Pero no me dirigí a clase, estaba demasiado nerviosa como para ello. Fui a la parte trasera del instituto, donde las ventanas no me delatarían porque por esa zona no había aulas. Se trataba de la salida de emergencia. Por ahí era por donde había escapado con Hugo el día de antes.

Llorando a lágrima viva, decidí que necesitaba salir de allí a toda costa. Mike me había hecho daño, no podía calmarme, debía pensar en algún sitio donde pudiera estar en calma, y allí no lo iba a conseguir.

Un poco más torpe que la vez anterior (porque ahora no tenía dos manos diestras en las que apoyar mi pie para tomar impulso y subirme al muro), hice esfuerzos por imitarme a mí misma la vez anterior. Me desollé los dedos de las manos y las rodillas en varios intentos, pero al final lo conseguí y me escapé de nuevo.

***

Las lágrimas no terminaban de secárseme. La ansiedad tampoco abandonaba mi cuerpo. Con lo enfadada que estaba con Mike y lo indefensa que me veía ante sus palabras.

«La culpa es tuya, ¿para qué le preguntas algo que ya sabes y no quieres oír?», me regañé a mí misma.

Me senté en uno de los bancos del parque donde una vez perseguí a Mike. Todo me llevaba a él. Mike, Mike, Mike, ¡siempre Mike!

No pude evitar que una nueva cascada de lágrimas rodara por mis mejillas. Al menos nadie me contemplaba. El parque estaba desértico, parecía que llevara así, con sus hojas amarillentas y otoñales toda la vida, abandonado de toda civilización.

―Has cumplido ―escuché no muy lejos de mi posición.

Todo el vello de mi piel se erizó. Giré el rostro hacia el lugar donde lo había oído, pensando que tal vez fuese una alucinación creada por mi asustada mente.

Pero no lo era. Aquel tipo estaba allí, en vivo y en directo, con dos esbirros protegiéndole la espalda. Su pelo negro salpicado de canas era inconfundible, aquella tez morena y la pose de matón lo delatarían a distancia. Estaba sonriendo, pero era una sonrisa espeluznante, de esas que te indican que salgas corriendo, y se la dedicaba a... Pablo.

Este no tenía buen aspecto. Su postura, ligeramente curvada, mostraba el cansancio que llevaba acumulado. ¿Se habría pasado la noche fuera? Posiblemente sí, llevaba la misma ropa con la que lo había visto la tarde anterior. 

Recordé que debía llevar algo a trescientos kilómetros de nuestra ciudad, y luego volver. Me agazapé entre los setos, manchándome los pantalones, pero era eso o dejar que me descubrieran, y prefería quedarme sin vaqueros antes de que eso ocurriera.

―Mañana no te retrases, te quiero a mi lado en la timba. ―Le dio un par de palmadas en la mejilla, a mi parecer, demasiado fuertes.

Pero Pablo no hizo nada para frenarlo. Por la mueca que intentó disimular, sabía que ese gesto no le había gustado, sin embargo, se estaba dejando mangonear por ese hombre sin rechistar.

Los rasgos crueles del tipo se marcaron aún más en sus facciones al comprobar que Pablo no oponía resistencia y ni siquiera apartaba la cara. Le faltaba poner la otra mejilla.

―Ve elegante, con esmoquin, me gusta que mis perros vayan bien vestidos.

Sin más, se marchó con sus gorilas y dejó a Pablo solo. 

Tras alcanzar una distancia prudente de Pablo, este pareció suspirar de alivio. Hizo una mueca de dolor, se levantó la camiseta por el costado y pude apreciar por mí misma qué era lo que le pasaba. Tenía un cardenal enorme cruzado por varios arañazos recientes y sangrantes. Si no se trataba esas heridas, probablemente se le infectarían. Profirió un alarido al bajarse la camiseta, y se desplomó de rodillas. 

Bien sabía el cielo lo cabreada que estaba con él, pero siempre había sido importante para mí, mi amor platónico, el hermano de mi mejor amiga. Salí de entre los arbustos y me acerqué a él.

―Pablo.

Puso su mirada vidriosa en mí, entrecerrando los ojos, porque desde donde yo estaba la luz del sol era más cegadora. Las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa soñadora, lo cual  me dio la impresión de que no me veía realmente a mí, era como si su mente estuviera en otro lado, un lugar mejor. 

―Eres un ángel... ―me dijo, y entonces se desplomó contra el suelo.


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