26. Invitación
―¿Te emborrachaste? ―Mi hermano no salía de su asombro.
Cogí un peluche y lo abracé. Nos habíamos encerrado en mi habitación de mutuo acuerdo, porque la suya estaba hecha unos zorros desde que se fue. Mi hermano era el rey del desorden.
―Sí, mogollón. Y tú, ¿cómo que has venido un domingo?
―Tenía ganas de ver a mi familia. ―Se encogió de hombros.
―Pero mañana tienes clase, ¿no?
―Se trata de unas prácticas que puedo hacer online, nada importante. Oye, cambiando de tema, ¿hay algún chico por ahí? ―Mario me observó curioso.
Y yo me ruboricé. Joder, ¿cómo lo sabía? ¿Acaso se había vuelto intuitivo en su breve estancia en la universidad?
Entonces caí en algo.
―Has hablado con Pablo, ¿verdad?
Mario se encogió de hombros una vez más, aparentando indiferencia.
―Hablo con mucha gente, enana. Y quizás papá y mamá tengan algo de razón para preocuparse.
Dios mío, ¡cómo no me había dado cuenta!
―¿Has venido a vigilarme? Te acaban de decir que me quieren mandar a un país que ni siquiera pertenece a la Unión Europea porque he salido con mis amigas y he desfasado un poco. ¿Cómo puedes darles la razón? ―Dejé el peluche y me alejé de él lo máximo que pude.
―No quiero que te manden a Suiza, y seguramente solo sean amenazas en vano. A mí también me lo decían, pero aquí sigo, en España. Pero ellos no saben lo que yo sé. ¿Qué te traes con Summers? ―preguntó directo y conciso.
Ahora no había nada del hermano enrollado que había entrado en mi cuarto.
―¡Nada! ―grité.
Y era verdad. Después de la conversación que habíamos mantenido hoy, estaba segura de ello.
―No es eso lo que me han comentado.
―Oye, dile a tu amigo que deje de meterse en mi vida ―expresé dolida.
¡¿Quién se creía que era para llamar a mi hermano y preocuparlo de esa forma?!
―Él solo quiere que estés bien.
Una risa sarcástica se apoderó de mí.
―Pablo está resentido porque le di calabazas, pero nunca pensé que quisiera fastidiarme de esta forma.
―¡Nonni! Pablo te quiere como a una hermana ―me censuró con la mirada.
¿Eso le había dicho?
Negué con la cabeza, riendo de nuevo.
―Vete de mi cuarto, Mario. Vuelve a la universidad y no te preocupes por mí. ―Me dirigí a la puerta y la abrí.
Mario me observó incrédulo.
―Nonni, has cambiado. Y no precisamente para bien.
―No, Mario, lo que he hecho ha sido coger las riendas de mi vida. No puedo vivir atosigada por las expectativas que mamá y papá quieren para mí. Tampoco puedo enamorarme de una persona porque sí.
―No me mientas, Nonni, decir cosas así de otras personas no está bien, lo sabes. Me siento decepcionado ―agregó.
Algo en mi interior se rompió. La primera vez que veía a mi hermano en semanas y nuestra primera conversación terminaba así.
―No más que tú a mí ―le dije antes de cerrar la puerta tras su salida.
La siguiente semana fue extraña.
No quería bajar las notas, pero no solo Inglés y Lengua estaban en juego, también Latín y Griego, y eso que me encantaban.
No era capaz de mantener mi atención en nada y en nadie.
Mis padres apenas me hablaban; mi hermano había vuelto a irse, no sin antes prometerme que regresaría pronto, y que no hiciera locuras. Yo no le había contestado.
Mike pasaba de mí. Y las chicas... no se atrevían a preguntarme por mi mal humor.
En serio, no quería pagarlo con nadie, tampoco quitarle el podio a Mike como "el chico malo" del instituto, pero a veces la vena sádica me salía sola y no podía evitarlo. Elena había intentado indagar con ese sexto sentido suyo que tanto la caracterizaba. Pero me había negado en rotundo a contarle nada de lo que había pasado con Pablo o con Mike. ¿Para qué? No tenía sentido. Pablo era su hermano, lo creería cuando le dijera que todo había sido una confusión por mi parte, me acusaría de haber interpretado mal sus gestos, tal y como había dicho Mario antes de marcharse. Por supuesto, había zanjado esa conversación rápidamente mandándolo a la mierda. No quería pelearme de la misma forma con Elena.
―¿Por qué estás que muerdes últimamente? ―me preguntó Hugo.
Había huelga de profesores y todos los de segundo de bachiller habían faltado, así que habían repartido a los alumnos que habían venido en otras clases. Hugo, Mike y unos cuantos más habían caído en la mía.
Hugo se había sentado conmigo en Historia, porque Elena no había venido. Al parecer, tenía fiebre.
―No es asunto tuyo ―le dije, toda llena de ironía y sonrisas perversas.
Este era mi nuevo yo. Vivir enfadada con el universo había hecho que mi parte oscura ensombreciera mi ser.
Él se carcajeó.
―¡Hostia puta! Tranquila.
La verdad es que estaba un poco harta de estar a la defensiva todo el tiempo, y Hugo tenía razón, debía relajarme.
―Perdona. Es que no tengo cabeza absolutamente para nada, y últimamente todo el puto mundo se mete en mi vida.
―¿Quieres venirte con nosotros esta tarde? Toco en un grupo y hacemos buena música, podrías... No sé, pasar un rato divertido.
Era una buena propuesta. Mi madre, por fin, me había levantado el castigo.
―Te tomo la palabra.
―Vale, dame tu número y te mando la ubicación ―me pidió.
Se lo anoté en un papel y se lo di.
―Disculpen ―nos apremió el profesor de Historia.
Cogió la nota de las manos de Hugo. Desdobló el papelito y lo observó.
―Creo que para ligar está bien el recreo, ¿no creen? ―Todo el mundo se rio del comentario, después el profesor nos advirtió―: Que no se vuelva a repetir.
No le devolvió el papelito a Hugo, simplemente siguió dando clase.
Suspiré mientras ponía los ojos en blanco. Entonces la mirada de Mike se cruzó en mi camino. Estaba unas mesas por delante de mí, me miraba fijamente, con los labios unidos en una línea.
Lo observé indiferente hasta que me harté, no necesitaba su aprobación para nada, ya fuera darle un papel a Hugo o interrumpir la clase de Historia.
―Luego te escribo mi número en el móvil ―me centré en Hugo, que sonreía, un tanto divertido por la escena que acabábamos de protagonizar.
―Perfecto, Nonni, estoy deseando que vengas a nuestro ensayo.
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