23. ¿Y ahora qué hacemos?
Si uno de los dos no hablaba ya mismo, estallaría.
Mike me había propuesto ir a tomar algo a un pub que conocía, y yo le había dicho que sí porque me daba exactamente igual dónde tomar algo.
Iba unos pasos por delante de mí mientras yo pensaba qué cuernos hacía allí con él.
Su pose era relajada y armoniosa. No había nada de tensión en él. Y aquella imagen que me regalaba su trasero era.... aysss.
―¿Te gusta lo que ves? ―inquirió de repente, enviándome una mirada por encima del hombro.
¡Mierda! Me había pillado mirándole el culo.
Mi rostro se descompuso y poco tardó en teñirse del color de las fresas.
Mike rompió a reír.
―Tranquila, cuando puedo, yo también disfruto del espectáculo.
¿Hablaba de mí?, ¿de otras chicas?
Se detuvo y se giró hacia atrás. Yo también paré de andar, a unos pocos pasos de él. No era capaz de hablar por la vergüenza.
Él vio mi incomodidad y se puso un poco más serio. suspiró y salvó la poca distancia que había entre nosotros.
―No es que quiera romper esta especie de tregua que tenemos ahora pero... dime, ¿de qué querías hablar? ―preguntó sin jocosidad; creía que quería cambiar de tema para que no me encontrara tan cortada por su descaro, todo un detalle por su parte.
―De muchas cosas que no entiendo de ti.
―¿Como qué? ―Se cruzó de brazos, un tanto intranquilo.
―Los globos, por qué me empujaste en el parque, por qué a veces eres un tipo divertido y amable y otras... no. ―No lo dije de mala forma, yo también quería dejar claro que no quería acabar en discusión.
Dudó. Nunca antes lo había visto dudar, y era algo... nuevo para mí.
―Quizás no pueda despejar todas tus dudas, pero lo voy a intentar.
―¿Por qué? ―inquirí interesada.
Él pareció no entenderme.
―¿Porque... me lo has preguntado? ―Elevó una ceja.
―¿Por qué vas a contestar mis preguntas? Quiero decir que... En fin, ¿quién soy yo para que hagas eso? Aun no entiendo bien cómo es que estamos en este momento tú y yo, aquí. ―Abrí los brazos, abarcando con ellos toda la calle―. Juntos.
―Tal ve sea el destino, ¿no crees? ―Se metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros de forma distraída, y reemprendió el camino hacia el pub.
Tras unos instantes, lo seguí.
***
El local no estaba mal.
Tenía mesas acristaladas con pies de metal, de las paredes caían toda clase de plantas, como si fuera un jardín botánico y no un lugar donde tomar café. La luz era delicada y la música suave; todo el conjunto evocaba a la tranquilidad.
―No conocía este sitio ―expresé sincera.
―¿Te gusta?
―Me encanta; solo falta el murmullo de los pájaros para parecer que estamos en el campo.
Mike sonrió.
―Se lo comentaré como sugerencia a Mat, el dueño.
―Vaya, así que es el pub de un amigo.
―Algo así.
Sin más explicaciones, me invitó a sentarme en una de las sillas de las mesas contiguas a una especie de charca con peces de colores. Desde luego, la decoración era el novamás.
―¿Qué quieres tomar? ―preguntó en modo caballeroso.
―Una tónica.
Asintió y se dirigió a la barra. No sabía si el camarero sería el tal Mat, pero ambos se saludaron con efusividad y chocaron las manos.
Al poco, volvió con mi tónica y algo que no sabía si era un cubata o una cocacola.
Nada más sentarse, me miró.
―Venga, dispara ―me dijo.
Sinceramente, pensaba que iba a oponer más resistencia, pero ahí estaba, dándome la llave de una puerta que hacía tiempo que quería abrir.
―Los globos, ¿por qué me echaste la culpa?
―Me iban a expulsar, aunque al final López ha sido indulgente. Si lo llego a saber se lo confieso antes. Sin embargo, no fui yo el que los puso ahí... Fue Elián. Yo quería quitarlos antes de que causaran un destrozo. Pero justo entraron esas chicas, y tú que estabas en el lugar equivocado, así que... te acusé. Lo siento, de verdad ―sonó sincero mientras remeneaba el líquido oscuro de su vaso con una pajita.
Suspiré.
―Sí, bueno, últimamente la mala suerte me persigue y nunca estoy donde debo estar.
Mike arrugó el ceño, pensativo. Creía que iba a añadir algo a mis cavilaciones sobre la mala fortuna, pero optó por el silenció.
―Vale, siguiente: ¿por qué me empujaste delante de aquel tipo?
Su cuerpo experimentó un cambio. Apretó los puños y puso mala cara.
―No quería que ese gusano te tocara ―indicó lleno de rabia contenida.
Ahí estaba el Mike... que asustaba.
―¿Quién... Quién es? ―pregunté dubitativa, aquel tema era tierra pantanosa.
―Nadie en quien debas pensar. ―Bebió un poco de su vaso; esa pregunta no iba a tener más respuestas.
―¿Por qué eres así? Igual me das una de cal que una de arena. No entiendo tus cambios de humor.
―Soy un poco bipolar ―se dedicó a decirme medio en broma medio en serio, ahí estaba su mecanismo de defensa, la ironía.
Me daba cuenta de que el interrogatorio empezaba a incomodarle. Tampoco quería que se sintiera mal con esta "cita", así que decidí abortar misión y dejar mis dudas para otro momento.
―Perdona. El motivo principal por el que estamos aquí es porque mi madre se ha puesto hecha un basilisco conmigo, y yo solo te bombardeo a preguntas, disculpa.
Mike suspiró.
―No hagas eso.
Lo miré sin entender.
―Pedir perdón ―me aclaró―. No has hecho nada malo, nada de lo que avergonzarte. Nonni... Hay cosas que... ―apretó los labios, sin saber cómo seguir. Luego cogió una bocanada de aire y la soltó con lentitud―. Hay cosas que es mejor que no sepas de mí. Creo que con los rumores que han llegado a tus oídos es más que suficiente. No sé ni cómo estás sentada frente a mí ahora mismo.
Yo tampoco lo sabía.
¿Sería cierto que coqueteaba con la droga?, ¿que estaba metido en asuntos turbios? Solo tenía dieciocho años. ¿Y su familia?, ¿cómo sería?, ¿sabría de todas esas historias que se contaban por ahí sobre él?
―Vale, está bien ―me rendí―. Te toca, pregúntame tú a mí.
―Está bien, ¿por qué has discutido con tu madre?
―Porque ayer me quedé a dormir en casa de Elena sin decirle nada. Como sabes, estaba bien borracha. Nunca había bebido antes, y se me fue un poco de las manos.
Gruñó.
―Y tiene razón en cabrearse. No deberías hacerlo más.
Elevé una ceja.
―Mira quién fue a hablar. Tú estabas allí tanto como yo, con un cubata en las manos.
―Pues no, lista, era cocacola, sin más. Como esto. ―Puso el vaso delante de mis narices para que lo oliera por mí misma y las burbujitas de gas casi acariciaron mi nariz.
―Vale, vale, te creo, no hace falta que lo pruebe.
Mike rio, y me dio la impresión de que estaba viendo un ángel.
―Solo me defiendo de posibles acusaciones. ―Calló unos instantes y luego carraspeó―. Tengo otra pregunta... ¿por qué me besaste?
Debí de haberlo sabido, ¿cómo no me iba a preguntar sobre el beso? Y ahora qué, ¿lo negaba?, ¿le decía que no lo recordaba?
Empecé a darle toqueticos con el índice a mi vaso de tónica, nerviosa. Igual que me había enfrentado a mamá, tenía que ser valiente para enfrentarme a él, pero enfrentar a mamá era una cosa, y Mike Summers y mis sentimientos hacia él eran otra.
―Principalmente, porque estaba borracha ―dije al fin, imitando una falsa calma que para nada sentía.
―¿Quieres decir que hubieses besado a cualquiera de haberte encontrado con otro chico? ―preguntó.
Esa pregunta me fastidió.
―Claro que no ―respondí de mala manera, ¿cómo se atrevía?
Su sonrisa seductora apareció delante de mí para arrebatarme el poco sentido común que aún me quedaba. Apartó su vaso a un lado y se inclinó sobre la mesa, acercándose a mí.
―¿Entonces...?, ¿por qué lo hiciste? ―siguió preguntando de aquella forma que me empezaba a volver loca.
Estaba presionándome para que confesara. Lo veía claro, ahora era como un gatito en sus redes. Sin habérselo dicho, Mike Summer sabía lo mucho que me atraía.
―¿Quieres que te lo diga? ―pregunté desafiante.
―Sí, la verdad.
―Porque me gustas, Mike. ¿Es eso lo que querías oír?
―Sí ―confirmó tras una sonrisa socarrona.
Entonces me di cuenta de la realidad.
―No quiero que juegues conmigo, no te burles de mí. No pienso ser tu juguete de usar y tirar. No sé ni por qué he venido.
La situación se me estaba escapando de las manos. ¡Nunca le había confesado nada así a nadie! Y yo solo era un estúpido entretenimiento para él. ¡Qué tonta había sido! Me había dejado convencer por una bonita sonrisa y un cuerpo de infarto, lo que siempre había odiado de otras chicas.
Me levanté de golpe y me dirigí hacia los baños para encerrarme y no salir más hasta que mi cuerpo dejara de temblar como una hoja. ¿Qué acababa de hacer? Me había puesto en evidencia. Había confesado mis sentimientos a alguien que quería transformarlos en una bola y lanzarlos a la basura tras elevar su ego hasta la estratosfera.
Antes de que me llegara a mi objetivo, una mano me agarró de la cintura y me hizo girar. En un segundo, Mike me tenía acorralada entre la pared de enredaderas que daba acceso a los aseos y su cuerpo.
―No juego contigo ―respondió con aquel brillo en los ojos que yo tan bien conocía―. Nunca te usaría de esa forma.
Entonces posó sus labios sobre los míos y en mi cuerpo se desató el caos, todo sentimiento de enfado se evaporó y fue sustituido por otro más básico y pasional.
Sin control alguno sobre mis miembros, mis manos volaron a su pelo, provocándole un gemido. Las suyas me izaron del trasero y mis piernas se enroscaron alrededor de su cintura.
Si antes había sentido el frío, ahora el incendió que había en mí deseaba arrasar con el jersey y la chaqueta que llevaba puestos.
Mike abandonó mi boca para besarme el cuello. Gemí ante ese gesto, con una sensación de cosquilleo en la parte baja de mi vientre, justo donde nuestras caderas se tocaban con la barrera que suponía nuestra ropa. La realidad se tornó confusa, y no era capaz de apreciar nada de lo que me rodeaba, excepto aquella boca hecha para el pecado, que se afanaba en darme descargas de placer allá donde se posaba.
Después de unos irracionales segundos, sus labios detuvieron sus caricias sobre mi piel y algo de cordura volvió a establecerse en mí. Con lentitud, como si hubiera vuelto en sí, Mike dejó de hacer presión sobre mi cuerpo, mi espalda se despegó de la pared de plantas y mis piernas comenzaron a descender hacia el suelo sin que sus manos abandonaran mi cintura ni mis dedos sus cabellos de seda.
Me miró con los ojos enfebrecidos por el deseo, apelando a todo el autocontrol que le quedaba. Estaba segura de que su imagen era el vivo reflejo de la mía.
Nos contemplamos unos instantes, intentando recomponer el ritmo de nuestra respiración. Mi corazón bombeaba como loco en el pecho. Tenía la sensación de que de un momento a otro escaparía de mi interior.
Sabía por qué había parado. Uno de los dos tenía que ser el fuerte, y le había tocado a él, porque si hubiera sido por mí, probablemente ya me habría deshecho de mi ropa y de la suya. Pero estábamos en un lugar público, y no era plan de dar una exhibición de esa magnitud a las pobres personas que querían usar el baño.
Tampoco que perdiera la virginidad al lado de unos retretes. Qué poco romántico.
Habíamos superado la línea que nos dividía entre ser un rollito de una noche provocado por un beso casual en un momento de embriaguez y la que nos convertía en algo más cercano e íntimo.
Pegó su frente a la mía, algo más tranquilo. Yo seguía sin poder decir una sola palabra.
―Estabas en el momento adecuado ―me dijo.
Y yo no lo entendí, pero él se apresuró a aclarármelo.
―Antes, cuando me has dicho que últimamente no estás donde debes estar; creo que no es cierto, porque si no hubieras encontrado aquel día en los baños, ahora no estarías aquí conmigo.
Lo miré con dulzura, como jamás pensé que podría mirar a nadie, aquellas palabras acababan de derribar todas las barreras que había en mi interior.
―¿Y ahora qué hacemos? ―inquirí.
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