20. La conversación pendiente.

La madre de Elena tuvo la bondad de no preguntarme por mi desastroso aspecto.

Con una sonrisa amable, me ofreció magdalenas para desayunar. Cogí una, dispuesta a disfrutarla porque tal vez fuera mi último contacto con el mundo exterior después de entrar en casa, cosa que estaba postergando.

Gabriela, la madre de Elena, ya había llamado a mi madre para contarle que estaba sana y salva en su casa. ¿Le había preguntado sobre por qué me había quedado a dormir en su casa? La verdad era que no tenía conocimiento de ello, pero seguro que mi querida mami estaba reservando esa cuestión para que yo la contestara en cuanto entrara por la puerta de casa.

Hacía como un año que no me quedaba dormir fuera, y siempre que lo había hecho había sido avisando previamente.

―Buenos días ―saludó Pablo apareciendo por el marco de la puerta. Había sido un saludo demasiado seco para tratarse de él.

Apenas me dedicó una mirada antes de sentarse en el canto de la mesa.

―Buenos días ―respondí yo, aunque él siguió sin mirarme; parecía algo contrariado.

El resto del desayuno fue igual.

Los padres de mi amiga bromearon sobre cuando eran jóvenes. Elena se quejó un poco porque decía que a nosotras no se nos permitían ciertas cosas como por ejemplo, irnos solas por ahí de viaje.

Ella deseaba ir a Italia desde que era una niña, pero nuestros padres, obviamente, no nos dejaron. «Hasta que no lleguéis a la universidad como mínimo» era una de sus frases estrella. Tanto de mi madre como de la suya.

Sin embargo, Elena tenía razón: su padre nos acababa de contar que él y sus amigos se habían ido con dieciséis a Francia. Aunque, dándole un punto a favor, había sido para trabajar en la vendimia francesa. Así que, técnicamente, no contaba como viaje de placer.

Incluso así, hubiera estado bien irnos algún fin de semana al pueblo de al lado o algo así. Pero tendríamos que esperar.

―Gabriela, muchas gracias por el desayuno ―le dije a la madre de Elena y Pablo―, pero tengo que irme. ―Me levanté de la mesa e hice el amago de quitar el plato y el vaso que había usado.

Gabriela no me lo permitió.

―No te preocupes, linda, ya lo hago yo. Ven más a menudo, hacía un siglo que no te veíamos por casa.

―¿Te acompaño? ―se ofreció Elena.

Negué con la cabeza.

―Acompáñala tú, Pablo ―sugirió Alfonso, su padre.

Pablo se quedó unos segundos con la taza de la leche en suspensión. Parecía que el tiempo se había detenido.

―Claro ―contestó al final, luego se llevó la taza a los labios.

―No es necesario, vivo aquí al lado.

―Cariño, creo que tu madre se quedará más tranquila si te ve aparecer con alguien de confianza que tú sola ―apostilló Gabriela, sabiendo cómo eran de protectores en mi casa.

Asentí levemente y luego miré a Pablo de reojo. Intenté no hacer ningún gesto que expresara mi frustración con él. ¿Por qué se portaba así conmigo? ¿Qué diablos le pasaba?

Después de unos minutos, Pablo puso los platos en el fregadero, yo cogí mi bolso y mi ropa sucia (Elena me había dejado un chándal y unas zapatillas de deporte) y Pablo y yo nos dispusimos a irnos hacia mi casa.

Él iba delante de mí, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de deporte, con los hombros bajos y expresión alicaída.

―Oye, ¿te pasa algo? ―No pude evitar preguntar.

Él se detuvo a unos pasos de mí, se ladeó un poco hacia atrás y me observó de reojo.

―¿Por qué me iba a pasar algo contigo? ―interrogó en un tono neutral que poco tenía de neutro viniendo de él.

―Sé que te prometí que hablaríamos, y a que ayer me recogiste borracha como nunca, pero de verdad que...

Pablo se terminó de girar hacia mí y salvó la poca distancia que nos separaba.

―Para, Nonni, no tienes que darme explicaciones. No importa ―repuso intentando aparentar calma, pero la decepción estaba implícita en él.

No había más que ver su cara para saber que la alegría que lo caracterizaba lo había abandonado.

―Sí que importa, no quiero que pienses que no te tengo en cuenta... ―Me detuve.

Pablo empezó a reírse sutilmente, pero no lo entendí.

Arqueé una ceja, un tanto enfadada. Creía que hablábamos de algo serio como lo eran sus sentimientos. Yo no me los había tomado a broma.

―Bueno, anoche me quedó bastante claro que Mike es el que asola todos tus pensamientos, así que... creo que no es necesario todo esto. Ahora entiendo por qué no querías hablar conmigo. Comprendo que no quisieras herirme y todas esas cosas. ―Con un aspaviento de mano le quitó hierro al asunto, aunque quisiera mostrarse indiferente, lo cierto era que su tono dejaba ver resentimiento.

―No se trata de Mike... Yo...

―Corta el rollo ―atajó contundente―. Sí que se trata de Mike, cuando estás borracha se te va la lengua.

Mierda, ¿qué le habría dicho? Lo sabía, ¡sabía que había metido la pata!

―No tiene sentido negarlo: me atrae, pero eso no quiere decir que tú no me importes, Pablo ―aseguré seria.

Él negó con la cabeza, herido.

―Da igual lo que yo te importe, Nonni; él te importa más. Eso de «los que se pelean se desean» te hace justicia. La otra vez que hablamos en el coche, cuando os llevé a Elena y a ti, parecías molesta con él, y cuando saliste corriendo detrás la mañana que nos encontramos, pensaba que querías cantarle las cuarenta porque te tenía harta. He sido un estúpido, no debería haberte besado. Pero, en fin ―se encogió de hombros―, ya no hay vuelta atrás. Creo que te puedes acompañar tú sola, o puedes decírselo al americano si quieres. ―En vez de ir hacia mi casa, Pablo comenzó a andar en dirección contraria, pasó a mi lado sin mirarme, dirigiéndose a la suya.

Me giré hacia él, impresionada por sus palabras.

―Esto no es justo por tu parte. Yo... no soy dueña de mis sentimientos, ¡no puedo controlarlos, Pab! ―le dije consternada.

―Ese americano no te conviene ―arrojó sin mirarme y sin detenerse.

―¿Crees que no lo sé? ―grité para que me oyera―. Pero... no puedo evitarlo ―confesé a punto de llorar.

¿Por qué me sentía como la peor persona del mundo? ¿Por qué me había tenido que confesar aquello en mi cuarto? Todo estaba mejor antes de aquel día.

―Lo siento ―agregué más bajo, rota de dolor: odiaba que él se marchara así.

No supe si me escuchó o no; Pablo desapareció tras la puerta de su casa sin contestarme.

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