16. Examen sorpresa

*Siento haber tardado tanto en subir el nuevo capítulo, pero no he tenido mucho tiempo. No es el más interesante de la historia, pero prometo que en el siguiente saltarán las chispas XD

Os dejo que lo leáis.

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Mordisqueaba mi bolígrafo mientras daba golpecitos con la punta del pie.

Me sudaban las sienes mientras comprobaba el reloj situado encima de la pizarra.

Un examen sorpresa. ¡Un maldito examen sorpresa!

La profesora de Inglés había dado la voz de alarma sobre un posible control a lo largo de la semana los días que no había asistido a clase. Elena no me había dicho nada, se le había olvidado me había dicho esbozando las letras con los labios en cuanto la había fulminado con la mirada después de que la señorita Smith nos anunciara la sorpresa.

En un intento por tranquilizarme, me cubrí los ojos con la palma de mi mano y todo se volvió oscuro. Iba a suspender, ¡iba a suspender! Era como estar en una de mis peores pesadillas.

Me estaba empezando a encontrar mal; unas incipientes náuseas se estaban asentando en mi estómago. Pero, ¿cómo iba a pedir ir al aseo en medio de un examen? Siempre nos dejaban ir cuando acabábamos.

En un movimiento no planeado, clavé la punta del lápiz en el papel lleno de preguntas que no recordaba, como si quisiera asesinarlo. El corazón me iba a mil y mi respiración comenzaba a ser agitada.

De repente, la profesora estaba delante de mí. Hasta hacía un momento, estaba paseando por la clase para evitar copias indeseadas, pero ahora se había plantado delante de mi pupitre y no se movía de ahí. No me atrevía a enfrentar su cara, pero tampoco podía contemplar eternamente su busto cubierto por una falda azul y una chaqueta del mismo color.

Alcé la cabeza y me encontré con su mirada reprobadora.

―¿Le pasa algo? ―inquirió molesta.

Mis ganas de vomitar aumentaron.

―No, señorita ―conseguí decir sin echar la papilla.

―Pues deje de dar golpecitos porque está importunando a sus compañeros.

Hice lo que me pedía, comiéndome los nervios.

Le entregué el examen casi en blanco. Sabía que podía responder a algunas preguntas, porque solo había perdido dos días de clase y no un mes entero, pero me había puesto tan histérica que todo se me había ido de la mente. Me había quedado en blanco.

Con la cabeza dándome vueltas, pedí a la señorita si me dejaba ir al baño. Después de darme un repaso con la mirada, no tuvo reparos en hacerlo.

No sé cómo conseguir llegar, porque un minuto después estaba soltando lo que había desayunado en el váter.

―¿Nonni? ―preguntó una voz de chico.

Me giré hacia atrás, ni siquiera había tenido cuidado de cerrar la puerta para que nadie viese mi bochornosa escena. Del movimiento, mi visión se distorsionó un poco y acabé por sentarme de culo en el suelo.

El chico se agazapó a mi lado.

―¿Estás... bien? ―me siguió preguntando él.

Era un chico de segundo de bachillerato. No lo conocía demasiado, pero sabía que se llamaba Hugo.

―Fenomenal ―contesté esbozando lo que yo creía que era una sonrisa.

―Sí, vale, no ha sido la mejor pregunta de la historia. Deja que te ayude. ―Pasó una mano por mi espalda y me levantó a pulso.

Madre mía, ¡qué fuerte era este chico!

―Gracias, ya puedo sola... ―dije enfocándolo mejor e intentando quedarme en pie por mí misma―. ¿Qué haces en el baño de las chicas?

Hugo me dedicó una mirada condescendiente, aguantando la risa.

―Creo que la pregunta es al revés.

Abrí los ojos como platos. Y eché una ojeada a mi alrededor, horrorizada con lo que estaba viendo. ¿Me había equivocado de baño?

Sentí mis mejillas arder.

―Oh, por favor, guárdame el secreto.

Hugo me ayudó a salir, no me había soltado aún, ya que un tembleque se había apoderado de mis piernas.

―Tranquila, seré una tumba. Voy a llevarte a la enfermería, ¿vale? Estás demasiado pálida.

No iba a discutírselo, la estancia aún me daba vueltas.

***

El paño que tenía sobre la frente chorreaba mojándome el pelo a la altura de las orejas.

La tutora de cuarto de E.S.O, cuyo nombre no recordaba, me había atendido después de aparecer con Hugo más blanca que la cal en la sala de profesores. Me había dejado acostada en la camilla con el trapito mojado a ver si se me pasaba el mareo, con la promesa de que vendría enseguida.

Agradecía esos momentos de silencio. Y aquella agua fría sobre mi cabeza.

Nunca me había pasado tal cosa.

―¿Te encuentras mejor, bonita? ―me preguntó la mujer; como yo, ella desconocía mi nombre.

―Sí. ―Me incorporé con cuidado y me senté en la camilla, quitándome el paño de la cara.

Ella me tendió un vaso.

―Es zumo, creo que te ha dado una bajada de azúcar. ¿Has desayunado bien esta mañana? ―quiso saber.

―Sí, solo son nervios por los exámenes. ―Cogí el vaso y bebí un sorbo.

Me garganta lo agradeció.

―¿Quieres que llamemos a tus padres?

―No, no están. Los dos trabajan.

Ella suspiró, como si se le acabaran las opciones. O tal vez solo quisiera librarse de mí, ya que era la profesora de guardia y le había caído el muerto a ella.

―¿No tienes aún el permiso para salir verdad?

Se refería al carnet que te daban cuando cumplías los dieciocho para poder entrar y salir sin autorización del instituto.

Negué con la cabeza.

―Vale, pues... Tómate el tiempo que necesites para recuperarte y luego ve a clase. Si aún te sientes mal, dímelo y, aunque trabajen, llamaremos a tus padres por si alguno puede recogerte.

Asentí, aunque no pensaba molestar a mis padres. ¿Cómo les iba a contar que había suspendido el primer examen de Inglés? Siempre había sido una estudiante modelo. Cerré los ojos, al borde del llanto.

Sé que suspender un examen no es para tanto, pero mis padres eran muy estrictos con respecto a las notas. Siempre habían sido demasiado exigentes, tanto con Mario como conmigo. Desde segundo de primaria jamás había sacado menos de un ocho.

Después de beberme el zumo, me sentí mejor.

Decidí que ya era de regodearme en mi pena por aquel maldito examen de Inglés y decidí salir al mundo exterior.

No faltaba mucho para el recreo, así que me dije que, por una vez, no iba a volver a clase y me fui directamente a las pistas a esperar que tocara el timbre que daba acceso a la pausa.

Pensaba que yo iba a ser la única que estuviera allí, pero me equivoqué. Mike se encontraba en el extremo opuesto a mí, junto a la valla alambrada que nos separaba de la calle. Al otro lado de la alambrada había otra persona.

Parecían discutir acaloradamente. Mike se aferraba a la verja con los nudillos blancos mientras su rostro solo destilaba odio. La otra persona, un hombre, iba cubierto con una gorra y todo vestido de negro.

Tras unas palabras por parte del encapuchado, Mike suspiró resignado. El tipo le tendió algo y Mike lo cogió.

Madre mía, ¿sería la droga? ¿Elena y mi hermano tenían razón? Seguía pensando que Mike no parecía ir de ese palo. Tal vez él no consumiera, pero fuese el camello que se dedicaba a distribuir a los demás.

La figura oscura se marchó. Mike apoyó su frente contra la red metálica y, aunque no pudiese verlo desde allí, me lo imaginé con los ojos cerrados. En mi interior, un impulso se abrió paso a empellones para salir a la superficie. Por mucho que quisiera mantener a raya los sentimientos que aquel chico removía en mi interior, me pera prácticamente imposible. Quería ir hacia él y consolarlo, parecía realmente hundido.

Avancé un paso hacia donde estaba él, pero entonces la voz de la razón me detuvo.

«¿De verdad vas a ir a hablar con él, después de lo que te hizo?». Recordé el día que me había lanzado al suelo sin miramientos.

Me encontré en una encrucijada. Sentir animadversión hacia él era más fácil antes. Ahora estaba en constante lucha con mis propios sentimientos. ¿Por qué? ¿Qué me había hecho ese chico?

«Recuerda que hoy has suspendido un examen porque él te dejó sola frente a unas grapadoras asesinas. Tal vez, si te hubiera ayudado, hoy no habrías vomitado perdiendo nota en Inglés», siguió diciéndome la voz.

Tenía razón.

No solo eso. Desde que Mike Summers me había puesto el ojo encima todo había ido de mal en peor para mí.

No se merecía mi consuelo, fuera lo que fuese que lo había dejado así.

Contrariada conmigo misma, pues aún persistía el impulso de avanzar hacia él y abrazarlo hasta que sonriera, di media vuelta y me marché de allí. Esperaría que tocara el timbre en otro lugar.

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