1. Mike, el gamberro

Mike entrecerró sus ojos marrones y me estudió minuciosamente.

Al instante, me dio un escalofrío.

Disimulé como pude y, aunque lo estaba mirando solo de reojo, me obligué a desviar mis pupilas de su posición.

¿Por qué me escudriñaba así? , ¿por qué parecía tan satisfecho de sí mismo? Y lo más importante: ¿¿qué diablos ganaba él con todo eso??

No pude evitar que el nerviosismo me invadiera, tal y como demostraba el repiqueteo incesante de mi tacón sobre el suelo. Estar sentada en aquella silla era bastante incómodo. Me crucé de brazos por hacer algo; la situación me estaba poniendo un poco histérica.

Mike seguía a lo suyo, intentando atravesar mi mente telepáticamente. No me hacía falta girar la cara hacia él para saberlo, sentía la intensidad de su mirada en mí. 

―¿En qué piensas? ―preguntó en medio del silencio que se había instalado en la estancia desde que habíamos entrado y la puerta se había cerrado sin darnos una mísera oportunidad de escapar.

De pronto sentí rabia, una rabia que afloraba desde el centro de mi estómago y bullía hacia el exterior, llenándome de ella. Estaba tan furiosa que incluso me olvidé de lo que me intimidaban sus iris avellana.

Nuestras miradas se encontraron: la mía radiando irá; la suya, extrañamente divertida y... excitada.

Además, la satisfacción había aumentado visiblemente en una milésima de segundo. Todo su cuerpo exudaba placer, triunfo.

Más me cabreó.

―¿En qué pienso? ―Me levanté de un salto de esa asquerosa silla dura, con mis ojos verdes echando chispas―. Pienso en por qué un patético y demente tipo me ha hecho semejante jugarreta de mierda. En qué gana él y por qué contra mí. ¡Eso es lo que pienso, idiota!

Mike rio.

No, no solo rio. Soltó una gran carcajada; una que fue aumentando con el paso de los segundos y llenó esa sala vacía donde estábamos acorralados.

―Porque eres tú ―dijo sin más.

Su respuesta me apagó por completo, como si fuera una bombilla y acabara de fundirme en el acto. No me esperaba que dijera en absoluto. Así que solo podía observarlo los ojos abiertos de par en par. Ya no había ira en mí, simplemente me había quedado paralizada.

Dejó de reír, y sus ojos volvieron a entornarse para hacer un nuevo escrutinio de mi persona.

Si no hubiese sido Mike quien me miraba ―el chico malo de segundo de bachiller, el que jugaba con las chicas y las usaba como un pañuelo de papel para tirarlas después― hubiese pensado en una idea más romántica de esa frase. Porque Mike podría ser todo lo cabrón que él quisiera, incluso prepotente, altanero y cínico como él solo, pero era guapo. Esa única característica buena era para muchas chicas, al parecer, suficiente para perdonarlo y caer de nuevo en sus redes. Tenía una larga lista de ex novias furiosas y enfadadas con él, pero la mayoría seguía buscándolo incluso así.

Patéticas.

Me dije a mí misma que yo no era como las demás, no me iba a dejar convencer por una cara bonita, ¡y mucho menos después de lo que había pasado y por lo que estábamos aquí!

―No te entiendo ―solté impasible.

Emuló una sonrisa de medio lado.

Una atractiva y sexi sonrisa de medio lado.

―Creía que eras la chica lista del insti, Nonni. La frase no tiene muchas palabras: «Porque eres tú» ―reiteró.

«Oh, Dios mío, el muy capullo ha hecho de una simple oración un rompecabezas indescifrable. ¿Y qué coño quiere decir con eso?», pensé mirándolo con el rostro a cuadros.

Él ni se inmutó.

Quería seguir indagando en esas palabras tan secas y a la vez cargadas de «algo» que había pronunciado, pero la puerta del director se abrió y el semblante serio e inexpresivo del señor López acalló todos mis pensamientos.

―Pasen y tomen asiento, por favor ―nos dijo a los dos con un tono hosco camuflado con educación.

Puse la vista en Mike; él tenía la suya sobre el director. Asintió de buena gana y entró; casi parecía contento.

Yo puse los ojos en blanco, aquello era muy frustrante. ¡Ya solo faltaba que me echaran la culpa a mí!

Y en realidad, eso era lo que más me preocupaba.

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