Tormento de Luna.


Siempre le he mirado desde las sombras.

Como el asesino que acecha,
como la madre que cuida.

No hay mas insertidumbre
que verle siempre libre
y a la vez presa.

Presa de las dudas,
libre de las razones.

Nada me ha vuelto mas temeroso
que verle debajo del árbol,
en el que espera el amor
por el que ha luchado desde el caos
de su propio nacimiento.

Si le he de amar,
que sea de lejos.

No quiero besos,
ni caricias.

Solo quiero verle de lejos.

Tan pura, llena de risas.

Tan llena de miedos,
tan temerosa de amar.

¿Cómo le he de decir,
yo una nada,
que le he visto sonreír,
y que ya no me falta nada?

No le necesito a mi lado,
le necesito existiendo.

No porque le tema,
sino, porque me temo.

Soy invisible a sus risas,
a sus ojos que miran el alma,
que observan la tormenta
y el crepúsculo con sombras.

No le necesito a mi lado,
le necesito existiendo.

Porque en ella esta la luz,
que hace soportar
el solo verla pasar.

Porque sus hoyuelos son estanques,
y yo la hormiga gustosa
que se ahoga en sus aguas.

Porque en ella esta mi existencia,
misma que le pertenece,
aunque implique la abstinencia
de olerle y tocarle,
para solo soñarle a regocijo
de la sabana,
que le cubre por la noche.

La tristeza de no tenerle,
no es la misma que la de perderle.
De que sea tan mía,
y después no sea nada.

Desde aquí,
donde mis inseguridades reposan
y las hojas de jade las retienen,
no le necesito conmigo,
le necesito suya.

Tan suya como siempre,
tan suya como jamás.



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