Rosas y una canción desesperada
El blues está de fondo,
no le he olido,
no le he visto.
Un vuelco dentro del olvido,
dentro de las estrofas,
a un lado de los versos.
¿Duele el falsete?
Llorando el perfume de las rosas,
sollozando las espinas.
¿Duele el perfume?
Dentro de la oscuridad,
casi en el fondo,
una voz susurra el miedo
que se cumple al abandono,
a las ilusiones.
Tal vez he escrito esto
con las manos tristes,
o con la mente rota,
o tal vez solo sucumba
a mi primitiva inseguridad
a la belleza de la soledad,
que llamo absurda.
¿Acaso el dolor, duele?
Tal vez ni la idea del dolor,
siendo más vieja de lo qué es,
no sabe ni siquiera
qué es el dolor.
Quizá solo escribo esto
sobre lo que solía creer que lo es,
o solo tropiezo al nefasto
artilugio del drama.
Mientras el olor se acerca,
pretendo no olerlo,
no sentirlo,
no dolerlo,
tal vez se aleje,
antes que me tome de hogar.
Hogar de los miedos,
hogar de la nada,
del vacío interno del que escapó
entre gritos tristes ahogados.
¿Acaso es que no soy más
que el pétalo reseco y marchito?
En una canción desesperada,
te he buscado. Le he encontrado.
Refugiada entre las soledades,
entre la tormenta del prado.
Acurrucada, escondiendo el rostro.
Protegiéndose, quizá.
Escondiéndose del sinsabor,
limpiando la nostalgia
que cae en forma de agua.
¿Duele?
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