Capítulo 25
Encontré en la visita de Carlo y Vladímir, conveniente para lo que me sucedía. Contrario a lo que supuse, no se burlaron o gastaron bromas al ver que estaba preocupado por Mía.
—Dado lo delicado del asunto, tomaremos el tuyo, antes que nada.
—Gracias, Carlo.
—No hay que agradecer, harías lo mismo si fuera al revés.
—Dices que era su mascota.
—De apoyo emocional —Vladímir asiente —pero posee un entrenamiento más avanzado —niego —no fue posible saber los motivos.
Observo a Bruna degustar un trozo de pollo que Carlo pidió de un restaurante para ella y me pregunto desde cuando está en esta casa. Lo que hicieron ese día no arrojo muchos detalles, el collar con GPS y el entrenamiento que tenía era de un can al servicio de la policía.
El entrenador y todos los que la vieron en acción concluyeron que quizás estuvo al servicio de algún oficial, era su mascota o pagó para ese tipo de actos. De mi parte, pienso que, si el supuesto padre de Mia tenía vínculos con miembros de mafias, le fue posible hacerse alguno.
—¿Alguna idea de quién pudo ser?
—¿Quién la compró y bajo qué ambiente?
—Tengo algunos datos —me levanto caminando hacia las escaleras rumbo al segundo piso.
Fue lo único que llevaba Fellón, que me traje bajo la promesa de leerlo, pero que nunca fue posible hacerlo. La falta de tiempo y hallar la verdad, en otro lado, también contribuyó a ello.
Encuentro el folio dentro de la mesa de noche y voy por el maletín, que escondí en la parte alta de closet. Con ambas cosas en mi poder, regreso al primer piso, en ese tiempo no era de vital importancia lo que podría contener ese maletín como ahora.
Fellón era solo el que maneja las finanzas ilegales de los White, lo más parecido a Ivannov, antes de ser parte de los cincuenta, con menos poder y más mediocridad.
—Lo ideal es emparejar el mapa del recorrido de antes con el de ahora —sugiero dejando en manos de Vladímir el maletín y dirigiéndome a la laptop. —Mia Dekker llegó a manos de Kevin White, por una supuesta deuda de juego adquirida por el padre de ella. —inicio.
Lo que narro es todo lo que, en resumen, hay en algunos de esos documentos, aunque en ellos imagino están más ampliados. Vladímir saca pagarés firmados por el hombre y varios contratos que le entrega a Carlo.
Los dejo revisando el maletín y busco en las cámaras instantes antes después de yo salir. Ella sacó un equipaje de la casa, ingresó a un taxi, asumí que se había ido de casa. Lo que siguió en mi trabajo me impidió regresar a casa y la cobardía de enfrentarme a una casa llena de recuerdos, me segó.
Encuentro el instante en que salí de casa, ella permanece en pie en mitad de la sala por largos minutos. Se limpia las lágrimas y se sienta con Bruna en un sillón. Recibe una llamada y habla con alguien al teléfono, de quien sea se trate, ella sonríe, cinco minutos después cuelga y se incorpora del sillón.
Cuando noto que no se dirige a las escaleras, sino que a las habitaciones de servicio en la parte trasera decido seguir el rastro. El comportamiento de su mascota indica el estado fisiológico en el que se encuentra, sus hombros caídos y el arrastre de sus pies, también.
Lo que veo debió suceder cuando estaba en el tráfico, el equipaje que la vi sacar de esos lados es el que llevaba en ese taxi. Retroceder al tiempo en que esas maletas fueron dejadas allí, requería de largo tiempo.
Algo con lo que no contaba en este instante.
Busco en el móvil quien le marcó y el nombre registrado me hacen alejar del sillón. Orfanato Johnson, reza en el buzón de llamadas entrantes, los demás eran llamadas mías, de los chicos, Josephine o Madeline.
Busco el número y marco desde mi móvil y repica varias veces, pero no desisto, marcando dos veces más. En la cuarta, una mujer me recibe la llamada y tal como lo tiene registrado, la dama habla que está llamando al orfanato Johnson.
—Habla Teresa ¿En qué puedo ayudarle?
—Soy Estanislav Borch Romer ...
—Es el esposo de Mia —me interrumpe la mujer —¿Regresaron de luna de miel? —su pregunta me hace ver a los chicos que, inmersos en la lectura, me ignoran.
—Disculpe...
—Estás disculpado cariño —bromea —Llegó aquí buscando datos sobre su niñez y encantó a todos, llegaba con una amiga, Madeline.
Sostengo con fuerza el auricular y cierro los ojos intentando controlar el fuego interno que me invade. En las cámaras de seguridad se muestra a ella pidiendo un taxi y esperarlo en la puerta. Ha dejado de llorar y hasta lleva una sonrisa al ingresar al taxi.
¿Por qué no vi todo esto? Mi maldito orgullo me impidió buscarla, mi desconfianza hacia las mujeres pensar que ella me había traicionado.
—¿Está allí? —carraspeo al notar que me he retraído.
—Sí. —me aclaro la voz— Ella está desaparecida —escucho una exclamación.
—Mía está esta desaparecida. —repite. —¿Desde cuándo? La última vez que llegó trajo juguetes para los chicos, se despidió de ellos y bromeo diciéndonos que se iba de luna de miel anticipada. No ha sido posible hablar con ella desde ese día.
—¿Recuerda la fecha y si llegó sola?
—Dos meses —repite rápido —fue el cumpleaños de Josi, ella le trajo una fiesta sorpresa en esa maleta. Llegó sola, la trajo un taxi.
Recibo los datos de ese día y coincide con lo que he visto en la pantalla. Al preguntar cómo se fue o si alguien la llevo, la dama no tiene idea.
—Solía llegar en taxi y llamar a su amiga al partir, que la recogía. Aquel día imaginé que igual.
El que está con ella comenta que Madeline ya no trabaja en su casa. Ese día lo comentó, pero aseguró se iría en taxi. Me levanto de la silla, empezando a caminar de un lado a otro, con la voz de la mujer excusándose.
—Gracias por la información. —antes de colgar la mujer promete.
—Verificaré las cámaras, si encuentro algo se lo haré saber.
Carlo y Vladímir me observan en silencio, ambos lanzan los documentos en el escritorio y se levantan al tiempo. La sonrisa que me brindan me hace verlos con la ceja alzada.
— Julio Mario García, alias Fellón ¿Tú lo asesinaste? —me cruzo de brazos sin responder a Carlo que sigue sonriendo —Por eso William insistió tanto en limpiar.
—¿Qué hay con eso? Me debe un favor que decidí usar —replico.
—Kevin White Anderson. —menciona Vladímir —es el nombre del hombre que fue a juicio, su hermano Lucas fue acusado por el delito de traición.
—Quien daba la cara era Kevin —explico y ambos afirman. —¿Su trabajo es con Kevin?
—Por traición —Indica Carlo —y no es lo mejor de todo —sonríe empezando a salir.
—Llegamos aquí con los datos de todos sus escondites —Vladímir me abraza por los hombros instándome a seguir —acabamos de verificar que tu perra llegó a uno de ellos.
—Tú rescatas a tu dama, pero nos dejas hacer nuestra labor —me advierte y al intentar detener los pasos me lo impiden —no es tu territorio ahora, es el nuestro.
—Déjanos hacer algo por un viejo amigo y cumplir nuestra misión —Abren la puerta de mi casa y hacen una reverencia —sabes muy bien lo que nos sucederá si te dejamos hacerlo.
—Prometemos que pedirá a gritos morir —Carlo sonríe y me hace un guiño —por los viejos tiempos o los nuevos...
Recuerdo las palabras dichas a Emma hace un par de horas, la muerte es un alivio que pocos merecen. Kevin no morirá de forma instantánea, su rostro es una promesa que me doblega y avanzar con ellos a la salida.
Espero que esté en ese lugar, en realidad, necesito que así sea. Lo repito una y otra vez, convirtiéndolo en un rezo silencio, viendo las calles pasar a toda prisa por la ventanilla al tiempo que pisó el acelerador.
Vladímir está al teléfono con alguien en la parte trasera, Carlo por su parte, tras darme el sitio exacto (a las afueras de la ciudad), habla por mensajes. El viaje es en silencio y cada milla que no acercamos mi adrenalina aumenta.
—Será como quitarle un dulce a un niño —promete Vladímir palmeando mis hombros —te lo aseguro.
Han pasado dos meses, en ese tiempo ella ha estado en manos de ese miserable. Aprieto con fuerza el volante hasta que mis manos se duermen, las imágenes que en mi mente se cuecen son de ella sufriendo, pidiendo misericordia, quizás llamándome.
—Por allí —señalo un camino destapado y a lo lejos un pozo abandonado.
Carlo retira su arma y la deja en su muslo, detrás de mi Vladímir hace lo propio. Piso el freno casi a centímetros de la entrada y todos saltamos fuera del auto. Cada minuto que pasa es un riesgo, no hay rastros de autos, pero si señas que hubo uno.
La puerta está abierta y un letrero de bienvenida en letras de colores cuelga encima de ella. Los siguientes pasos los doy lento, escuchando el sonido de las llantas de varios autos frenar y otro acelerar.
Observo el cuerpo en mitad de la pequeña sala con la ropa en jirones, manchas de sangre nuevas y viejas. Está en posición fetal y no se mueve, ni mis peores miedos se sintieron tan fuertes como este. Acercarme a alguien nunca fue tan doloroso, ni aterrador.
Me arrodillo justo a la altura de su cabeza y mi mano viaja a su rostro para retirar el exceso de cabello. Su rostro está limpio en comparación con el resto de su cuerpo. El miserable se encargó de limpiarlo, para que lograra reconocerlo.
Ni miles de perdones bastarían en ese instante. Cambiar mi vida por la suya, no retirará el sentimiento de culpa que me embarga desde que me enteré no se fue por voluntad.
—Lo lamento, cariño —le digo tomándola en brazos y cubriéndola con mi cuerpo —cuanto lo siento amor mio.
—Sabía que llegarías —su voz es inaudible y paso, saliva, sin saber qué decirle. —nunca lo dudé. Les dije... que vendrías por mí.
—Hay que llevarla a un hospital —la voz detrás de mí viene acompañada con una mano en mis hombros.
Nikolái estira su mano y ayudándome a levantar, ella lanza un quejido de dolor ante ese gesto. Su respiración es irregular y casi imperceptible, en la entrada de la puerta y haciendo un camino humana observo a Akim, Vryzas y a Noah.
Este último inclina la cabeza a manera de saludo y sonríe. Está resuelto, me dice aquellas señas, pero no encuentro paz en saberlo muerto. Su tortura no me la traerá de vuelta, no como era, todo lo que había logrado con ella, había muerto.
—¿Stan? Tengo frío —susurra y beso su frente sintiendo que todo a mi alrededor se empaña y un par de brazos me ayudan a avanzar.
—¡Valor! Este mundo es de valientes Borch y tú lo eres —me anima Vryzas —la están esperando en el hospital.
El ruido de mi móvil sonar, hace a Noah sacarlo de mi pantalón y presionar el altavoz. A mi alrededor, todos hacen un círculo al notar es una llamada privada.
—Hola, Stan —dice una voz masculina del otro lado —Así te dice Mia ¿Me equivoco? Ella te ha llamado todo el tiempo ¿Qué se siente Stan? Morir lento a través de otro cuerpo y no poder hacer nada.
—Quién te dijo la forma de atacarme, debió contarte la manera que tengo de vengarme. Tendrás la respuesta a esa pregunta dentro de poco—le respondo evadiendo a los demás.
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