Capítulo 9: El padre de Roma

ROMA

Hace 7 años, Desierto del Sahara

–¿Está bien, Romy? –preguntó mi padre.

–Sí. Son como las patatas, saben muy bien.

–Se llama cistanche, crece en el desierto. –me explicó con una pequeña sonrisa.

–Cuando el guía huyó con los camellos, no sabía qué sería de nosotros. Estaba preocupada. –dije terminando de cenar.

–La vida y los problemas van de las manos. Cuando tienes que sobrevivir el saber es lo más importante. –sonrió. –El conocimiento te dará de comer y las energías para seguir adelante. Ahora será mejor dormir, mañana madrugaremos.

–¡Sí, papá! –sonreí feliz.

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–Muy bien, hagamos un cuchillo con las tijeras de podar. –le dije a Violeta, quien estaba al lado mío de ayudante. –Usaremos resina, heces de conejo y ceniza.

–¿Resina?

–Sí, hará cómo de pegamento. Derretimos un trozo de resina, juntamos las heces con la ceniza, y vertemos el equivalente a un tercio del volumen de la resina. –expliqué mientras lo hacía para que lo viera. –Al incorporarse, estará listo.

–Genial.

Cuando estuvo listo hice con dos pequeñas maderas una funda para el cuchillo, la empuñadura la hice con parte de la soga que conseguimos el otro día y al terminar me lo até a la cintura, sonreí emocionada.

Me quedé en ropa interior para meterme en el agua y así buscar algún alimento para la comida de hoy. Nadaba con una lanza que me había hecho por si hubiera algún animal salvaje peligroso, salí a la superficie para coger aire cuando escuché a mis amigos hablar.

–Roma es la única a la que no le molesta nada. –comentó Greg.

Esto no es nada comparado a lo que he vivido en anteriores viajes con mi padre. Seguí buceando cuando otro recuerdo apareció en mi mente.

Hace 7 años, islas Fiji

–Papá, ¿puedes ver bajo el agua sin gafas?

–Sí, varía según la persona pero puedes ver bajo el agua. –me dijo mientras que en su mano sujetaba con una lanza un pulpo.

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Ahora veo mucho mejor que antes, el practicar ha dado sus frutos. Sonreía bajo el agua cuando algo rápido pasó cerca de mí, llamando mi atención. Lo seguí hasta unas rocas, y con ayuda de la lanza conseguí sacar al animal de la roca.

–Chicos. –les llamé al salir del agua. –Atrapé un calamar.

–¿Qué tienes en la cara? –preguntó Greg al ver que la mitad de la cara la tenía llena de tinta.

–Desearía tener crema solar, me estoy quemando de estar tanto tiempo al sol. –dijo Edward viendo su piel rojiza.

–¿Quieren protector solar? –pregunté al ver cómo todos estaban igual, y yo no era la excepción pero podía aguantar más.

–¿Puedes hacerlo? –cuestionó Flora sorprendida, la cara de los demás me decía que estaban igual que ella.

Hace 7 años, islas Fiji

–Romy, exponerse mucho a los rayos UV no es bueno. –me comentó mi padre. –Puede llevar a un declive en la eficiencia de tu sistema inmunitario. Por eso tomaremos la tinta del calamar que hemos cazado, y nos la ponemos en la cara. La tinta de calamar hace de protector contra el sol.

–Genial, papá. –sonreí.

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–Ya oyeron. –finalice al decirles la explicación. –Pero solo hay para una.

Jugaron al piedra, papel o tijera para ver quien se la pondría, al final Flora fue la ganadora y mientras se lo ponía en la cara, oía cómo los demás se quejaban. Flora acabó con la cara algo negra a causa de la tinta.

–¿No se puede conseguir protector de otra forma? –preguntó Violeta esperanzada.

–Bueno, hay otras formas...

Hice un remedio con las algas; primero las aplasté hasta que quedaran blandengues y luego las herví en la olla para ayudar. El resultado fue un líquido viscoso que usamos para ponérselo en el cuerpo, Violeta cogió la olla con cuidado pero se le resbaló y todo cayó sobre mí.

–¿Qué crees que haces? –le pregunté a la chica, al ver cómo me abrazaba de forma algo extraña. Más bien se estaba restregando contra mí, cómo si fuera un oso rascándose contra un árbol.

–Pensé que sería un desperdicio. –sonrió con inocencia.

–Ahora solo faltamos nosotros. –dijo Greg.

–Tengo esto, hígado seco de calamar. –les dí el hígado del calamar, y ellos hicieron una mueca.

A regañadientes se lo pusieron, lo malo fue que desprendían un olor algo asqueroso y no nos acercamos a ellos. Decidimos dar una vuelta para comprobar si había caído algo en las trampas, pero ambas estaban vacías.

Mientras regresamos por el sendero, Greg hizo un gesto de incomodidad y al ver su nuca vi que le había picado algo.

–Es una picadura de tábano. –dije al revisar la picadura. –Deberíamos dejarlo así...

Hace 6 años, pantanos de botsuana

–Tus piernas deben sentirse raras, ¿no? –preguntó mi padre, mientras caminábamos por el fangoso pantano.

–Esto no es nada.

–Romy, debes tomarte en serio la incomodidad y el estrés. –dijo serio. –¡Por insignificante que parezca, si puedes arreglar algo, lo arreglas!

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Regresamos al refugio donde le aplique un remedio natural usando el diente de león.

–Muchas gracias, Roma. –agradeció con una sonrisa. –Ya me duele menos.

–No es nada.

–¡Digo que lo necesitamos! –gritó Flora a Violeta.

–¡Qué no! Dijimos que haríamos una hamaca, ¿no?

–¿Qué sucede? –pregunté acercándome.

–Escucha, Ro. –dijo Violeta molesta. –Flora dice que deberíamos hacer un tendedero.

–¡Prefiero morir a dejar mi ropa interior en un lugar así! –señaló una rama donde estaba la ropa interior de Edward, secándose después de lavarla en el río.

–¿Qué importa? –preguntó Violeta molesta. –Nadie más va a verla, además no es que sea la gran cosa.

Hace 5 años, Patagonia.

–Papá, siento molestarte pero...–dije mientras escalamos un acantilado.

–¿Qué pasa, Romy? –preguntó mi padre, más arriba de mí.

–Si tengo ganas de hacer pipí mientras escalamos, ¿Qué hago?

–¿Eso es todo? –sonrió. –Obviamente, te haces en los pantalones.

–¿Y si tengo que...?

–¡Caca también! –me gritó y lo miré sorprendida. –Si se trata de sobrevivir, la vergüenza está de más.

–Papá...¡Eres genial!

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Ambas siguieron peleando hasta que decidí, gracias a las palabras de mi padre, que haríamos la hamaca. Luego de ayudar a construirla, fui a buscar algunos cangrejos entre las rocas al igual que algunos moluscos.

Estaba desenredando la red de pesca cuando Flora se acercó a mí algo preocupada, Edward estaba con Greg formando una nueva hoguera para la noche y Violeta estaba rellenando las botellas vacías en el río.

–¿Puedes hacer un perfume? –preguntó y la miré extraña.

–No sería imposible, pero, ¿Para qué?

–¿Te parece una petición extraña?

–Déjame oler.

–¿Eh? –susurró al acercarme a su cuello para oler.

–Ya veo...

Hace 7 años, en algún lugar del mundo.

–Escucha, Romy. Nos bañaremos antes de ir a casa. –dijo mi padre mientras conducía. –Estuvimos 30 días en una cabaña sin poder bañarnos ni una sola vez. Si volvemos así, tu madre se pondrá furiosa.

–Pero no olemos mal, papá. –dije al olerle la ropa.

–Te equivocas, Romy. –habló mientras me olía la ropa. –Se llama fatiga olfativa, el olfato humano se acostumbra rápido incluso a los olores que odiamos. Por lo tanto, ¡Los dos apestamos! Simplemente no nos damos cuenta.

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–No pasa nada, Flora. –dije con una sonrisa al recordar a mi padre.

–¿De verdad? –sonrió.

–Descuida. Todos apestamos. –dije sin anestesia y con el rostro serio.

–¡No! –gritó Flora aterrada, y comenzó a correr por la arena, negando con la cabeza.

–Eres una insensible, Ro. –susurró Edward detrás mía, con una sonrisa.

Luego de que Edward consolara a Flora comimos algunos cangrejos que había conseguido y bebimos de las botellas que Violeta había traído rellenadas, mientras que otras las guardábamos de reserva.

–Sé que es tarde para decirlo, pero sabes mucho de supervivencia, Roma. –señaló Greg con una sonrisa. Todos estábamos sentados alrededor de la hoguera comiendo los cangrejos.

–Sí. He recorrido el mundo con mi padre desde que era pequeña. –sonreí. –Me ha enseñado mucho.

–Sería cómo un programa especial de prodigios.

–Y nos encontramos bien gracias a esos consejos. –sonrió Violeta. –Tenemos que darle las gracias a tu padre.

–Pase lo que pase, mi pap...–rectifiqué. –Mi padre me ha enseñado muy bien. Después de todo, fue militar.

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