Capítulo 8: ¿Es un oasis?
VIOLETA
–Vamos. –nos indicó Roma.
Ella salió corriendo colina abajo y nosotros intentábamos seguir el ritmo, corría como una gacela. Cuando llegamos a la playa perdimos de vista la columna de humo pero seguimos buscando. El atardecer llegó y tuvimos que ir con mucho más cuidado, ya que íbamos por encima de unas rocas algo resbaladizas.
–Creo que es por aquí. –murmuró Roma algo desorientada.
–Parece que no hay nadie. –opinó Edward.
–¡Por allí! –exclamé al ver de nuevo el humo.
Seguimos la señal pero llegamos a una especie de piscina natural, ya que estaban unas grandes rocas haciendo un círculo. El humo salía del agua poco a poco.
–¿Es vapor? –preguntó Greg.
–Entonces no eran señales de humo. –comentó Edward algo decaído.
–¡Quema! -dijo Roma al tocar el agua. –Debe estar a más de 40 grados.
–Significa que son... –comentó Flora acercándose a Roma.
–¿Aguas termales? –dijimos todos al unísono.
–Está más salada que el agua del mar. –nos informó Roma al chuparse el dedo con el que había tocado el agua. –Debe venir y acumularse desde abajo.
–Estas rocas parecen haberse puesto de manera intencional. –señaló Edward con astucia. –Esto quiere decir que alguien las usó como agua termal mucho antes.
–¡No es momento de seguir analizando! Roma, solo hay una cosa que podamos hacer. –dijo Flora emocionada.
–Es verdad, solo hay una cosa que podemos hacer. –le seguí el juego.
Los chicos se marcharon para dar una vuelta mientras que nosotras nos quedamos en ropa interior para bañarnos. Roma comentó que sería mejor si estuviéramos desnudas para no mojar la ropa interior, ella sin ningún pudor se quitó la ropa mientras Flora y yo cerrábamos los ojos.
–Somos chicas, todas tenemos lo mismo. –comentó metiéndose en el agua.
–Eres muy silvestre, Ro. –dije y Flora asintió sonrojada.
Flora y yo imitamos a Roma, dejamos la ropa plegada en un lado para que no se mojara y nos metimos en el agua. A nuestra amiga se le ocurrió una idea y cogió las mandarinas que teníamos para meterlas en el agua.
–Esto hará maravillas en nuestra piel. –comentó Flora con una gran sonrisa.
–Sí. La cáscara de los cítricos tienen un componente llamado limoneno, ayuda al sistema inmunitario y a hidratar la piel, pero estos eran para comer. –habló Roma algo desanimada al ver cómo habíamos malgastado la fruta.
–No pasa nada si es de vez en cuando.
Estuvimos jugando un poco con el agua mientras Roma veía con la mirada perdida cómo flotaban las mandarinas. Le tiramos un poco de agua en la cara llamando su atención, ella nos miró con malicia y comenzó la primera guerra de agua de la isla.
–La luna está hermosa. –observó Flora con una sonrisa.
–Está en cuarto creciente. –dijo Roma a su lado.
–¿También te gustan las estrellas, Ro? –pregunté emocionada.
Comencé a hablar todo sobre las estrellas y no escuché el grito de advertencia de Roma. Miré hacia atrás y vi una gran ola que iba directa hacia nosotras, nos engulló y empezamos a dar vueltas bajo el agua hasta que nos sacó de nuevo a las rocas, justo al lado de nuestra ropa.
Roma se levantó, puso sus manos en sus caderas y no le importó que estuviera desnuda.
–Ya veo. Queda bajo el agua con la marea alta. –comentó viendo el mar.
–¡Qué susto he pasado! –dijo Flora, quitándose una estrella de mar de su pecho.
–¡Chicas! ¿Estáis bien? –preguntaron los chicos.
–¡Oh Dios mío! –exclamó Greg, tapándose los ojos.
–¡Ah! –gritamos Flora y yo tapándonos cómo podíamos.
–¡Pervertidos! –gritó Roma.
Flora y yo nos escondimos detrás de Roma, quien cogió unas piedras y comenzó a lanzarlas a los chicos. Ellos se marcharon gritando, nosotras nos vestimos con rapidez y regresamos con ellos cuando ya estábamos vestidas de nuevo.
–Eres una loca, Ro. Mira que lanzarnos rocas. –le reprochó Edward.
–Es porque habéis sido unos pervertidos.
–Tenemos que seguir investigando la isla, puede que encontremos cosas interesantes. –comenté viéndoles.
–Sí, cosas interesantes. –comentó Roma viendo con una sonrisa su cuchillo.
Todos regresamos al refugio temporal, nos acostamos en la cama que hicimos con la red de pescar y nos dormimos enseguida, creo que fue gracias al baño que nos dimos.
ROMA
Al día siguiente desayunamos la carne que nos sobró del día anterior, lo que suponía que teníamos que volver a cazar o comer algún insecto que hubiera por aquí cerca. Recogimos todo ya que íbamos a volver a nuestro refugio inicial en la playa, pero antes quería ir a un sitio.
–Tenemos que regresar al refugio, pero primero quiero ir a cierto lugar. –les informé.
Caminamos durante un buen rato hasta llegar a una brecha que había en una pequeña colina, me asomé y podía ver cómo entraba el agua del mar a la brecha, vi lo que quería coger.
–Llevo pensando en ello desde ayer. Ya veo...–comenté al mismo tiempo que estaba boca abajo viendo por la brecha.
–¿Roma? –llamó Greg.
–Lo suponía, podemos usarla. Es una soga de ocho cuerdas para anclar. –les expliqué al ver sus rostros confundidos. –Me gustaría ir a por ella.
–¿Servirá de algo una soga tan gruesa? –preguntó Flora algo confundida.
–Si la desatamos, sería más delgada y larga. Hasta nos ayudaría a reconstruir el refugio y hacerlo más resistente. –sonreí.
–¿Pero cómo iremos a por ella? Es peligroso si nos caemos... –respondió Violeta viendo la caída.
–Hay unos diez metros de aquí al agua. -nos explicó Roma, mientras nos mostraba una roca atada a una liana. –La liana atada a la piedra tiene cinco metros, con esa profundidad el agua no es peligrosa.
–¿El agua peligrosa? –preguntó Edward de brazos cruzados.
–Si toda la liana se sumerge, sabré que es seguro saltar. –les expliqué con tranquilidad. Tiré la piedra y vi que era seguro el salto. –Bien.
–¿Qué? ¿Roma? –oí que gritaban.
Sin dudar cogí carrera y salté al agua, puse mis brazos pegados a mi pecho y caí al agua, luego nadé hasta la superficie y observé a mis amigos.
–¿Estás bien? –preguntó Violeta.
–Perfectamente. –le grité. Me até la soga alrededor de mi cuerpo y la aseguré con un nudo. –Bien, puedo hacerlo.
Mientras veía el lugar recordé la explicación de mi padre para casos como este: Existe una técnica para escalar los lugares estrechos llamados "chimeneas", sube presionando tu espalda y pies en direcciones opuestas.
Comencé a subir despacio para no hacer mal ningún movimiento, desde arriba veía los sonidos asombrados de mis amigos.
–Es impresionante. –comentó Flora asombrada.
–Parece un gorila. –dijo Edward.
–Oye, te va a escuchar. –le riñó Greg.
–Los oigo, desgraciados. –les dije, y ellos rieron nerviosos.
Al subir llegué agotada y me tumbé en el suelo para recuperar el aliento, al mismo tiempo que los demás me felicitaban por lo que había hecho. Mi padre siempre tiene un consejo para cada situación, me alegra haber ido con él a todas aquellas expediciones cuando era más pequeña.
–¡Lo hiciste, Ro! –me animó Violeta.
De repente comenzó a llover y corrimos todo lo rápido posible al refugio ya que estaba empeorando. El cielo se volvió negro, la lluvia no cesaba y algunos rayos caían, asustando a Flora y Violeta, quienes me abrazaban sin parar, y con mucha fuerza.
–Hicimos un techo grueso en caso de que lloviera, pero parece que no ha sido suficiente. –dije al ver cómo se filtraba unas pocas gotas, y nos caían lentamente. –No sirve si llueve a cántaros.
–La hoguera se apagó, así que tampoco podemos secarnos. –habló Edward abrazándose a sí mismo.
–¿Jugamos a las palabras encadenadas? –propuso Violeta.
–¡Qué estupidez! –dijo Greg, poniéndose de pie. –Como ya estoy mojado iré al mar a por algo de comer.
–¡Oye, Greg! ¡Detente! –le llamé alarmada, pero él no me escuchó.
–Estaré bien.
Un rayo pegó contra el mar y Greg pegó un grito, cayendo al agua se quedó flotando sin moverse. Suspiré y salí del refugio para ir a por él, lo cargué cómo un saco de patatas y lo llevé de nuevo al refugio, donde los demás miraban aterrados.
–¿¡Se murió!? –exclamaron las chicas.
–Se electrocutó. Por el rayo que ha caído. –expliqué dejándolo en el suelo. El sonido tardó un poco en llegar y las chicas me abrazaron de nuevo mientras chillaban. –Si hubiera estado a 30 metros, hubiera sido más grave.
–Me duele la cabeza... –susurró Greg adolorido.
Me volví a sentar con las chicas abrazadas a mí y gritando. Greg se recuperó al rato y Edward parecía estar algo inquieto por los rayos que veíamos en el cielo.
–Tengo miedo, ¿No podemos irnos al bosque? –preguntó Flora asustada.
–Veamos. Si un rayo golpeara un árbol, estaríamos más seguros aquí. –dije poniendo una mano en mi barbilla, algo pensativa. –Pero también podrían caer aquí...
–¡No! -gritaron los cuatro mientras oíamos otro rayo.
–Podemos hacer algo. Para protegerte de los rayos debes estar a 4 metros de algo que haga de pararrayos. –expliqué al ver su desesperación. –Y estar dentro de un ángulo de 45 grados es lo más seguro.
–¡No hay pararrayos ni árboles altos!
–¿Y si hacemos uno? Tenemos suficiente madera. –comentó Edward.
–Tienes razón, podemos intentarlo.
Salí cómo si nada fuera y recogí la madera, mientras los demás gritaban y corrían de un lado a otro, yo me concentré en hacer el pararrayos. Al terminar parecía una estructura algo amorfa pero esto bastaría para estar seguros durante esta tormenta, y las que vendrían.
–Bien, con esto bastará. –dije y vi cómo corrían gritando a otro sitio.
–¡Roma! ¿Cuánto miden cuatro metros? –preguntó Flora, con desesperación.
–¿Y cómo medimos 45 grados? –preguntó también Violeta.
–Mis pasos son de 62 centímetros, así que...–dije contando mis pasos. –Hasta aquí son 4,5 metros.
Al decir aquello todos me abrazaron haciendo que cayera al suelo, me sentía como una sardina enlatada.
–¡Paren! ¡Pesan mucho! –exclamé sin poder respirar bien, y con el rostro rojo.
Tras varios minutos convenciéndolos por fin pude liberarme de su agarre y regresamos al refugio, las chicas volvieron a abrazarme y Greg abrazó a Violeta, el único que mantenía la compostura era Ed. A las horas la tormenta pasó y el sol volvió a salir, sonreí al ver cómo aún se mantenían aferradas a mi camiseta y Edward suspiró aliviado.
–Parece que por fin paró. –comenté.
–¡Bien! Ahora que se ha pasado podré ir a coger algo del mar. –exclamó Greg con una sonrisa.
–Con lo que le ha pasado...
–Es de los que nunca aprende. –finalizó Edward la oración de Violeta.
–¡Greg! Ir sin cuidado podría ser peligroso. –le avisó Flora.
Vimos cómo Greg chilló y cayó al agua inmóvil, otra vez. Suspiré y me metí en el agua con cuidado para sacarlo, lo volví a cargar en mis hombros y al sacarlo lo recosté en el refugio, haciendo la chaqueta de Ed cómo una almohada.
–Nunca puedes bajar la guardia. En el mar hay medusas. –expliqué mientras le tiraba agua de mar recogida en una botella, en la picadura. –Uso agua de mar para no causar un shock por cambio de ph.
–No entiendo nada, pero te lo agradezco, Roma. –me dijo Greg entre lágrimas. –Duele mucho...
–Lo sé.
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