Capítulo 6: A probar el conejo

ROMA

Al día siguiente Violeta y Greg se marcharon para comprobar si se había activado alguna de las trampas, mientras me quedé con Flora para explicarle a Edward qué había sucedido. Él me miraba con desconfianza, parecía que no estaba conforme con haberle salvado y estar ahora con nosotros.

–¿Qué ha ocurrido, Ed? –le preguntó Flora, llamando su atención. Ella se sentó cerca de él, y yo me senté al lado de mi amiga.

–Solo recuerdo que iba a buscar algo de agua y comida, luego me mareé y ya no recuerdo nada más.

–Te desmayaste por la falta de comida y agua. –dije en respuesta a lo que él se estaba preguntando mentalmente.

–¡No te he preguntado! –replicó molesto. Se tocó la cabeza y se calmó.

–¡Cállate! Si no fuera por Greg y Roma, tú ahora no estarías vivo. –nos defendió Flora bastante enfadada con él. –Debes descansar, todavía no estás en plena forma.

–Traeré algo de comer y beber.

–Gracias, Roma. –me sonrió Flora, y Edward bufó molesto.

Me dirigí detrás del refugio donde había un grueso árbol, ahí guardamos la comida y el agua para que no le diera el sol. Cogí unas algas secas y una botella de agua, se lo entregué a Flora y ella me agradeció.

Decidí dar una vuelta para rellenar unas botellas que habíamos vaciado, miré por última vez a Flora y vi cómo intentaba convencer a Edward de comer las algas. Al cabo de unos minutos llegué al riachuelo donde llenábamos las botellas, y con cuidado las fui llenando de agua limpia.

GREG

Con Violeta fuimos a revisar las trampas para ver si había caído un conejo en alguna, si hubiera caído alguno estaría feliz y triste a la vez. Tuve un conejo de mascota y no puedo imaginar tener que matar uno, pero si no nos lo comemos no viviremos.

Llegamos a la segunda trampa dado que la primera seguía inactiva, y vimos cómo la cuerda se movía de un lado a otro entre unos arbustos. Nos miramos sorprendidos y nos acercamos un poco.

–Ha caído un conejo, y está vivo. –dijo Violeta bastante preocupada, y cogiendo un palo. –Lo mataré yo.

–¿Estás segura? –pregunté indeciso, caminé hasta donde estaba la cuerda, y la cogí para tirar de ella. –Voy a tirar. ¿Bien?

–Sí, hazlo.

Al tirar de la cuerda, un conejo de color gris salió de entre los arbustos con una de sus patas enganchada a la trampa. Observé cómo Violeta fue a darle un golpe pero falló a escasos centímetros, estuvo así durante un rato hasta que cayó de rodillas y comenzó a llorar.

–¡No puedo hacerlo! Es muy difícil.

–Lo haré yo. Verte así me hace sufrir. –le cogí con delicadeza el palo. –Lo siento, conejo.

Le asesté un golpe seco y el animal dejó de moverse, Violeta se limpió las lágrimas y vio con tristeza al conejo. Lo atamos al palo y decidimos regresar al refugio para enseñarle lo que hemos conseguido.

ROMA

–No hemos atrapado ningún conejo. –dije al regresar de mirar la primera trampa.

–Espero que las demás hayan tenido más suerte. –Edward se tumbó de lado para no mirarnos.

–¡Oigan! –escuchamos dos voces llamarnos. –¡Mirad lo que hemos conseguido!

Ambas nos levantamos al ver que Violeta y Greg volvían con un conejo bastante grande. Me acerqué para revisarlo, sonreí y me levanté de nuevo ya que estaba en cuclillas.

–Buen trabajo. – les felicité.

–Si no fuera por Greg se me hubiera escapado. –confesó Violeta, secándose las lágrimas.

–Un conejo nos dará mucho para comer. –dijo Flora admirando al conejo.

–Si sobra carne tras asarla, podemos secarla. –expliqué contenta. Me di la vuelta y les miré. –Haremos un cuchillo para despedazarlo.

Todos juntos, incluyendo a Edward, fuimos al riachuelo para meter ahí el conejo. Les expliqué que los órganos se hacen malos en seguida y con el agua fría aguantarían un poco más. Así nos daría tiempo a hacer un cuchillo de piedra y poder despellejarlo.

–¿Cómo haremos un cuchillo? –preguntó Greg con curiosidad.

–Haremos uno de piedra. –les levanté el pulgar y les guiñé un ojo.

–Golpear dos piedras, y te quedas con la que más suene. –les expliqué al mismo tiempo que lo hacía. –Si golpeas los bordes, salen trozos como de conchas.

Todos comenzamos a intentar hacer un cuchillo pero las piedras se nos iban rompiendo, sabía mucho de supervivencia pero esto siempre se me ha dado un poco mal. Edward nos llamó y vimos cómo él había hecho uno perfecto, le felicitamos y Flora le dio un beso en la mejilla.

–Esto bastará. –terminé de atar el conejo por las patas traseras a una rama de un árbol, para despellejarlo.

–Oye, Roma. –me llamó Violeta algo indecisa. –Quisiera hacerlo yo. Fui inútil a la hora de cazarlo, por favor, déjame hacerlo.

–De acuerdo.

Flora le entregó el cuchillo a Violeta, y los demás retrocedieron mientras que ambas nos acercábamos al conejo. Mi amiga comenzó a intentar despellejarlo pero no le salía bien, así que comencé a enseñarle.

–Violeta. Si metes el cuchillo así, alcanzarás los órganos y arruinaras la carne. –le expliqué. –Pellizca, corta y tira.

–De acuerdo. –dijo concentrada.

Hizo lo que le dije y cortó un trozo de piel con algo de carne. Comenzó a chillar mientras se ponía pálida, de reojo vi como los demás se escondían detrás de un árbol para no ver.

Esto será difícil.

FLORA

Empezamos a oír cómo Roma le daba indicaciones y Violeta no paraba de chillar. Eso nos ponía aún más nerviosos. Los tres teníamos el rostro pálido, mis lágrimas comenzaron a caer por las mejillas y vi como los chicos estaban igual.

Me incliné un poco para ver como iba la situación pero me volví enseguida al ver las manos de Violeta llenas de sangre. Al terminar los gritos de nuestra amiga nos volvimos a asomar y vimos que ya la había despellejado, y ahora la carne estaba limpia al igual que en las carnicerías.

Al regresar al refugio colocamos la carne sobre una hoja de su tamaño y la dejamos en una roca. Ahora solo teníamos que ver cómo cocinamos la carne.

–Los ingredientes que tenemos son: la carne de conejo, sal hecha de agua de mar y tallos de ligularia. -dijo Greg viendo los ingredientes bien ordenados sobre la piedra, que hacía cómo de mesa.

–¿Qué tal si lo hacemos al vapor? Creo que podremos hacerlo. –opinó Violeta.

–Conozco un método que leí en un manual de las fuerzas especiales británicas. –levantó la mano Roma. Todos la miramos sin sorprendernos, después de todo lo que hacía ya nada nos sorprendía de ella.

–No suena muy prometedor... –susurró Edward algo alejado de nosotros.

–Se parte a la mitad cortando a lo largo de la columna. –nos explicaba Roma mientras señalaba la carne. –Quitas las patas traseras y delanteras, y deshuesado todos los trozos.

Violeta comenzó a hacer lo que indicaba Roma pero se troceó algunas partes un poco desiguales, haciendo que no pareciera muy apetitoso a la vista.

–Que desastre. –comentó Violeta apenada, al ver lo que había hecho.

–No luce muy elegante... –susurré a su lado.

–¡No sé nada de conejos, ni de comida elegante! ¡Solo tengo un cuchillo de piedra! –me gritó, y me escondí detrás de Greg, quien nos veía divertido.

–Lo siento. –me disculpé.

Roma nos explicó que la ligularia sus hojas se podían usar para los moretones, cortes e inflamación; los tallos son comestibles tras quitar los astringentes; y las raíces las podíamos secar y guardar para el dolor de estómago, diarrea o intoxicación alimentaria.

–Primero se cava un agujero, se colocan piedras calientes, se cubren con arena. –nos explicaba Roma mientras lo iba haciendo paso por paso. Nosotros mirábamos con atención. –Se tapa con hojas. Colocamos la carne de conejo envuelta en hojas de ligularia, encima más hojas y piedras. Haremos una fogata sobre las piedras. Tardará entre 50 o 60 minutos.

–¿Y cómo sabremos cuánto tiempo ha pasado? No tenemos reloj. –añadió Greg.

Roma clavó un palo en la arena y en el lado izquierdo de este puso una roca, justo en la sombra donde daba. Los demás la mirábamos anonadados y sin saber qué decir, esta chica era una caja de sorpresas.

–Cuando la sombra se mueva 15 grados, habrá pasado una hora. –nos dijo mirando lo que había construido, con las manos en su cintura.

¿Hizo un reloj solar?

EDWARD

–Creo que va a ser hora. –dijo Roma tras ver que había pasado los 15 grados de su reloj solar improvisado.

En el tiempo que se hacían, Violeta y Flora hicieron una especie de sopa en la olla con los huesos del conejo y ligularia. Observaba lo bien sincronizados que estaban y cómo trabajaban en equipo para conseguir alimento. Sacaron la carne y al abrirla parecía muy jugosa, el estómago me rugió y me sonrojé, escondí mi cara entre mis brazos para que no me vieran.

–Ven con nosotros, Ed. –me llamó mi novia con una sonrisa.

Me acerqué lentamente y vi que todos me veían con curiosidad pero siguieron a lo suyo, Roma me miró con una mirada que no supe qué significaba, pero sonrió y siguió comiendo. Aquella sonrisa hizo que se me revolvió el estómago y sintiera cosquillas, todavía no había olvidado aquello que pasó con ella.

El día siguió con tranquilidad, por la noche terminamos el conejo que nos había sobrado y luego se tumbaron en la arena con sonrisas de satisfacción. Yo los observaba sentado a unos metros de ellos. Tal vez debería hacer caso a Flora y quedarme con ellos, por mí cuenta hubiera muerto si no hubiera sido por Greg, quien me encontró y luego Roma me reanimó.

–Gracias. -dije y todos ellos se volvieron sorprendidos. –Por haberme salvado.

–No es nada. Eres nuestro compañeros, y tenemos que permanecer unidos para poder sobrellevar esta situación. –comentó Roma con su típica expresión seria. –Además, eres importante para Flora y no podíamos dejar que se derrumbara.

–¡Eres genial, Ro! –Flora la abrazó, y Roma puso una cara incómoda.

–Ya te he dicho que no me abraces por pequeñeces. Además, ¿Ro? –preguntó confusa.

–Hemos decidido ponerte ese apodo, ¿te gusta? –le dijo Violeta con una sonrisa.

–Me trae recuerdos, me gusta. –les dio una pequeña sonrisa, y Flora la abrazó una vez más.

Sabía a lo que se refería, evité su mirada y sonreí. Espero que llegara un momento en el que pudiera hablar con sinceridad con Roma para que todo lo que nos pasó quedará en el pasado, y volviéramos a ser los mismos que antes.

–Cómo nos hemos comido todo, no hemos podido reservar nada. –comentó la superviviente experta. –Mañana tendremos que volver a cazar.

–Bueno, teníamos hambre.

–Es la primera vez que me quedo satisfecho con la comida desde que estamos aquí. –dijo Greg acariciándose la barriga.

Todos nos quedamos en silencio y sólo escuchábamos las olas del mar, el crepitar de las llamas y el sonido de algunos grillos. Estábamos tan cansados que nos colocamos cómo pudimos en el pequeño refugio, con nuestras chaquetas nos tapamos para evitar el frío de la noche, ya que la hoguera se apagaría conforme la noche avanzara.

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