Capítulo 31: Aprendiendo a conducir
JOSEPHINE
Caminé lentamente hacia el interior de la sala con la respiración contenida. En todos los años en los que había trabajado aquí, nunca me había pasado esto. Me acerqué a una estatua a tamaño real de un fósil cuando una rata salió corriendo por la habitación hasta que la perdí de vista.
–Tengo que avisar a Manu de que hay una plaga de ratas. –dije más tranquila.
Al girarme me encontré con el rostro de un chico que no conocía, grité y él también gritó. Del susto y por instinto le di un puñetazo en la cara con todas mis fuerzas, haciendo que él cayera al suelo tapándose la cara.
–¿¡Quién demonios eres tú!? –grité histérica y nerviosa. –¿Cómo has entrado?
Él gimió adolorido y se sujetaba la cara, poco a poco se fue levantando hasta mirarme adolorido. Su ojo pronto tendría un morado por el golpe que le di.
–Soy el hijo de Manu, él me ha mandado para decirte que quiere hablar contigo mañana por la mañana. –respondió tocándose la cara, justo donde le había golpeado.
Empalidecí al saber que era hijo de Manu, mi jefe. Si él le decía que le había golpeado seguramente me despediría, no podía permitir que eso ocurriera. Bajamos al piso principal y de la nevera de las oficinas le saqué una bolsa de hielo para que se lo aplicara en su rostro.
–De acuerdo, gracias. Por favor, no se lo digas a Manu. Necesito empleo. –dije algo nerviosa.
–No se lo diré, tranquila.
Lo miré con desconfianza, estaba segura de que algo iba a querer de mí.
–Además, estás muy buena. No se lo digo si vienes a cenar conmigo. –sonrió con arrogancia.
–No, gracias. Además tengo novia. –él frunció el ceño y me miró con desagrado.
–Lo vuestro está mal, siempre debe ser hombre y mujer, lo que tenéis es antinatural.
–Tú sí que eres antinatural, vete a tu casa antes de que te golpee otra vez. –dije seria y de brazos cruzados. Él rio con desgana y se levantó de la silla.
–Mi padre se enterará de esto, y adiós a tu trabajo.
Se marchó tirando la bolsa de hielo al suelo y cerrando la puerta de golpe, el ruido resonó por todo el museo y agradecí que estuviera sola. Recogí la bolsa del suelo y la volví a guardar en el congelador, después continúe vigilando por el resto de la noche todo el museo hasta que amaneció y otro compañero vino a relevar.
–Gracias por tu trabajo, Jo. –me sonrió mientras le entregaba las llaves de todas las salas.
–De nada, siempre es un placer. Buena suerte hoy.
–Gracias, descansa.
Antes de marcharme me pasé por el despacho de mi jefe, vi al chico de anoche salir del despacho de su padre y me miró con rabia. Suspiré y llamé a la puerta, escuché la voz de Manu dando permiso para pasar, me armé de valor y entré.
Manu al verme me sonrió y pidió que me sentara en la silla de enfrente de él. Entrelacé mis manos y comencé a jugar con mis dedos, siempre hacía eso cuando estaba nerviosa, además de cruzar las piernas.
–No estés nerviosa, Jo, no estás aquí por nada malo. –me dijo con una sonrisa al notar mi comportamiento.
–Pero, ¿su hijo no le contó lo de anoche?
–Claro que me lo ha contado. Y me parece muy bien que le hayas amenazado de esa forma. No sé qué hacer con él, es un adolescente hormonado y no para de hacer lo mismo que te hizo a ti anoche, a cada chica guapa que ve por la calle.
–Lo lamento.
–No te preocupes, solo es un dolor en el culo. Pero a lo que íbamos. –sonrió y me miró. –Llevas bastante tiempo trabajando aquí, ¿no?
–Sí, desde los dieciocho.
–Hablé con tu anterior jefe y me contó cómo eras en el pasado. Y escuchando lo que él me contó y viendo como trabajas. He decidido aumentarse el suelo.
–Muchas gracias. –sonreí feliz, no me lo esperaba. En un principio pensé que era algo malo.
–No es nada, te lo mereces, además de que has trabajado excelente.
Salí del despacho con una gran sonrisa y algunos de mis compañeros más veteranos me felicitaron. Regresé a casa para ducharme y dormir un poco, de estar despierta toda la noche y enfrentarme al hijo de Manu estaba agotada.
Caí en la cama como un árbol recién talado, realmente necesitaba dormir.
ARCADIA
Estuve llamando a Jo varias veces pero no me lo cogía, me dejó un poco preocupada pero esperaba que me llamara cuando estuviera disponible. Continué trabajando con Javier hasta que tocó la hora del almuerzo, ambos nos fuimos a la cafetería que había en frente del hospital y nos sentamos junto con otros compañeros de trabajo.
–Entonces, ¿ahora Josephine es tu novia? -me preguntó Juan Marcos, trabajaba en pediatría.
Sí, la verdad no sé porqué me ha sido tan difícil decirle que sí.
–Las relaciones son complicadas, pero me alegro mucho de que estéis juntas. –dijo Javier. –Por cierto, me debéis una cena gratis.
–¿Cómo que una cena? –pregunté confundida.
–Apostamos a que Jo y tú solo seríais amigas, y Javier apostó que os haríais novias. –me explicó José, él trabajaba en el departamento de recursos humanos. –Ahora debemos pagarle una cena.
–Os dejaré en bancarrota con lo que a mí me gusta comer. –rio Javier divertido y los demás bufaron.
–Debemos pedir un aumento de sueldo si vamos a pagarle la cena a este hombre. –susurró Juan Marcos con una sonrisa divertida.
Después de almorzar regresamos al hospital y Javier y yo a la morgue para seguir trabajando con los cadáveres que nos quedaban.
Le mandé un último mensaje a Jo esperando que me respondiera pero nada, ni siquiera había leído los anteriores que le había enviado. Conociéndola seguramente se habría quedado dormida.
JOSEPHINE
Me desperté a media tarde con los gritos de mi madre, ella entró a mi habitación y me quitó la sábana de encima y levantó la persiana permitiendo la entrada del sol, haciendo que me quejara.
–Jo, arriba, vas a llegar tarde.
–¿Tarde a qué? –pregunté somnolienta.
–Al examen de conducir, aprobar el teórico y ahora debes hacer el práctico. Es a las siete y ya son las seis y media, llegas tarde.
Me levanté como si me hubiera electrocutado y corrí hacia mi baño para peinarme, cuando estuve lista salí corriendo de mi casa. Fui por unos atajos que conocía hasta que llegué a la autoescuela, en la puerta habían otros compañeros esperando su turno, al verme me saludaron y sonrieron.
–Bien, a cada uno se le asignará un profesor. Harán el examen y cuando terminen les diremos si han aprobado o no. –nos informó nuestro profesor. –Josephine, tú irás con la señora Margaret.
–Uh, buena suerte. -me susurró uno de mis compañeros. –Esa mujer es un peligro al volante.
Con lo que me dijo ya me había asustado. Llegué al coche que me habían indicado y en su interior, en el asiento del copiloto, estaba una señora de avanzada edad con unas gafas redondas y su pelo blanco rizado. La señora estaba parecía nerviosa y temblaba, me senté en silencio y me puse el cinturón de seguridad.
–Bien, que empiece la clase. –dijo con la voz temblorosa.
Sin duda fue una de las peores profesoras que he tenido en toda mi vida. Ella iba con miedo con cada coche que se acercaba demasiado a nosotras, lo que hacía que yo tuviera miedo y era como un bucle sin fin. A parte de que ella iba frenando el coche cada vez que nos acercábamos a una rotonda o a una calle de salida de coches.
Iba a suspender, lo tenía claro.
–¡Te he dicho que entraras por esa calle! –me chilló molesta.
–Esa calle era de prohibido, no podía entrar, por eso estoy yendo por esta. –le respondí intentando mantener la calma.
–Deja que pise el freno, vas muy rápido.
–¡Pero si voy a 20 kilómetros por hora! Voy como una tortuga. –repliqué molesta.
–Soy profesora, haz lo que yo te diga o no te daré el carnet.
Margaret pisó el freno justo cuando un coche estaba muy cerca de nosotras, por lo que chocó con nosotras y yo me diera con el volante en la frente, haciéndole un pequeño corte. Varios coches empezaron a tocar el claxon y no pude evitar querer llorar.
–¡Suspendida!
ROMA
Estaba en la habitación con Violeta, Greg y Flora cuando nos pareció escuchar la voz de Josephine, mis amigos salieron al pasillo para corroborar que habíamos oído bien. A los segundos Jo entró en la habitación con una gasa en la frente, su cara de dolor mostraba que no había sido nada bueno.
–¿Qué ha ocurrido? –pregunté con curiosidad.
–He intentado sacarme el examen práctico pero ha sido todo un caos, y todo por culpa de esa profesora. –dijo molesta.
–Cuéntanos. –pidió Violeta, volviéndose a sentar a mi lado.
Josephine nos contó toda su odisea en el examen práctico, de cómo se había quedado dormida a cómo ha acabado con dos puntos en la frente. Todos estuvieron hasta la hora de la cena, que fue cuando una enfermera entró para avisarnos de que la hora de visitas había finalizado, nos despedimos y deseé salir ya del hospital.
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