Capítulo 1: A la deriva
ROMA
La cabeza me dolía cómo si me hubieran golpeado con un bate de béisbol. Corrección. Todo el cuerpo me dolía cómo nunca. Abrí lentamente los ojos, comencé a ver el cielo y me tapé los ojos con mi mano para evitar que el sol dañara mis ojos.
Me incorporé con dificultad al mismo tiempo que me quitaba arena de mi ropa y de mi pelo. Unos quejidos detrás de mí llamaron mi atención, al girarme vi cómo estaban cuatro de mis compañeros, de los cuales dos de ellos me molestaban en el instituto sin ninguna razón.
–¿Dónde estamos? –preguntó una chica de cabello castaño con mechas azules y ojos verdes. Ella vestía con una falda rosa, una blusa blanca y unas sandalias naranjas.
–No tengo ni idea. -respondió un chico de piel morena, cabello negro ondulado y ojos azules. Llevaba puesto un pantalón corto, una camiseta con el símbolo de Flash y unas zapatillas de deporte. –¿Estáis todos bien?
–Eso creo. –dijo otra de las chicas que habían. Ella tenía el pelo tintado de violeta, ojos marrones. Vestía con unos pantalones cortos hasta la mitad de los muslos, zapatillas de deporte y una camiseta azul con líneas blancas.
–Me duele todo, es cómo si me hubiera levantado de una borrachera. –habló el chico que siempre me molestaba. El auto proclamado Rey de la escuela. Él tenía el pelo castaño y ojos grises. Traía puesto una camiseta de tirantes negra que mostraba sus músculos, un pantalón vaquero corto y unas zapatillas blancas de marca.
Todos nos miramos entre nosotros mientras procesamos dónde estábamos. La chica de cabello castaño comenzó a gritar al ver cómo un cangrejo se acercaba a ella, le dio una patada y mandó a la orilla, donde regresó al agua.
–¿Estás bien? - me preguntó el chico de tez morena, mirándome preocupado. Me ofreció su mano para levantarme, agradecí en voz baja y me levanté. –¿Qué tal si nos presentamos?
–¿Por qué haríamos eso? Todos nos conocemos. –respondió el autoproclamado, rey de la escuela.
–Bueno, no todos. –la chica de pelo violeta me miró de reojo. –Empezaré yo. Hola a todos, me llamo Violeta Morris. Me gusta dibujar, la cocina y los animales.
–Muy bien. Seguiré yo. –sonrió el chico de tez morena, que aún seguía a mi lado. –Me llamo Gregorio Holland, pero podéis llamarme Greg. Mis aficiones son los videojuegos y la moda.
–Ya que. Mi nombre es Edward Morgan, me gusta el fútbol y las fiestas. –dijo el creído que pensaba que era el rey.
–Si no hay más remedio. –suspiró la chica de pelo castaño. –Mi nombre es Flora Blair, me gusta la fiesta y mi novio es Ed.
Supe que esto último lo dijo para alardear, Violeta rodó los ojos cansada y yo suspiré aburrida. Todas las miradas me veían con detenimiento y me incomodé, Edward y Flora sabían quién era, pero supongo que tenía que presentarme.
–Me llamo Roma Hopkins.
–¿Eso es todo? ¿No tendrás algo interesante que contar? –preguntó Greg animándome a hablar.
–Estoy segura de que la nerd del instituto no tiene nada interesante, solo libros y más libros. –opinó Flora con arrogancia.
–Bueno, no creo que cuente cómo algo interesante. Pero, no es la primera vez que quedo perdida en alguna isla. –comenté seria.
–¿¡Qué!? –gritaron los cuatro al unísono a la vez que veían aterrorizados su alrededor. –¿¡Estamos perdidos!?
Observaba sentada en la arena cómo los demás corrían por la orilla de la playa mientras gritaban y algunos –especialmente Flora – lloraban. Acabé aburriéndome de verlos tan devastados, me levanté y comencé a buscar objetos perdidos en la arena.
Entre la arena encontré algunas botellas de plástico, unos platos de plástico y algunos vasos similares. Seguramente fueron arrastrados por la corriente a la orilla. En el suelo al lado de los árboles encontré varios palos lo suficientemente largos cómo para hacer un refugio temporal.
–¿Qué haces? –preguntó Greg con mucha curiosidad, al parecer ya estaba más tranquilo. Detrás de él los demás me miraban extrañados.
–Lo primero que debemos hacer es un refugio para pasar la noche y encender una hoguera, estoy segura de que las noches serán frías. –contesté con naturalidad.
–¿Cómo es eso de que no es la primera vez que estás perdida en una isla? –preguntó Violeta igual de curiosa que Greg.
–He estado en muchos lugares del mundo viviendo diversas aventuras, cada una de ellas peor que la anterior. En el océano Pacífico, en el Atlántico e Índico. He sorteado muchos problemas viajando por el mundo con mi padre. –expliqué cómo si fuera lo más normal del mundo. –Esto no es nada comparado con lo que he vivido en esos viajes extremos.
–Bueno, viendo que eres la más competente de todos te dejamos el mando. –dijo Greg con una gran sonrisa.
–¿Estás loco? ¡No pienso confiarle mi vida a ella! –Edward se opuso cruzándose de brazos.
–Estoy con él, a saber lo que nos hará. –apoyó Flora.
Los cuatro comenzaron a pelear entre sí, haciendo que me doliera la cabeza de tanto escándalo. Mira que la isla es grande, y me ha tenido que tocar estar con ellos. Violeta y Gregorio parecían buenas personas, alguna vez los había visto con el grupo de Edward pero parecían ser solo conocidos.
–Greg y Violeta vendrán conmigo, vosotros dos haréis lo que queráis. No quiero pasar el tiempo que tengamos que estar aquí soportándoos a vosotros dos. –señalé a Edward y a Flora con indiferencia.
–Mira. Por una vez en tu vida te doy la razón. –dijo Edward con asco. –Flora y yo nos iremos por nuestra cuenta. Adiós.
–Hasta luego, perdedores. –rió Flora con soberbia.
Greg y Violeta me acompañaron no muy conformes con mi decisión, no era buena idea separarnos. En la chaqueta de chándal que llevaba guardé lo que había recogido y me lo até en la espalda, cómo mochila provisional.
–¿Qué hacemos ahora? –preguntó Greg algo cansado.
–Lo esencial para sobrevivir es... –empecé a decir pero Violeta cayó al suelo jadeando.
–¿Violeta, estás bien? –Greg se acercó a la chica con preocupación.
–Vamos a llevarla a la sombra con cuidado. –informé.
Entre ambos la cogimos por los hombros y con mucho cuidado la recostamos en el tronco de un árbol, donde daba mucha sombra. Le recogí el pelo con un moño provisional y Greg la comenzó a abanicar con una hoja.
–Lo siento. –se disculpó cansada.
–Descuida. Tu pulso es normal. –dije tras mirar su ritmo cardíaco. –Debe ser por la deshidratación. Descansa en la sombra sin moverte. Lo primero es el agua.
–Te acompaño. –negué inmediatamente con la cabeza. –¿Por qué?
–Alguien debe quedarse con ella, además yo sé de estas cosas. Puedes ir recogiendo botellas que hayan en el suelo.
–¿Por qué tengo que recoger basura del suelo, mientras tú haces lo difícil? –preguntó Greg algo extrañado.
–Cuantas más botellas tengamos más agua tendremos.
De repente un saltamontes saltó por delante de mi rostro, lo atrapé y me lo comí. Greg se quedó confuso mientras balbuceaba cosas incoherentes.
–Os explicaré algunas cosas sobre cómo conseguir agua. –comencé a decir mientras me acercaba de nuevo a donde estaban.
–Acabas de comerte algo, ¿verdad? –preguntó pero lo ignoré.
–Hay cinco maneras de conseguir agua. –extendí mi mano mostrando los cinco dedos. –La primera es de plantas o animales, puedes hallarlo en cocos o troncos de bananos. Pero esta isla no parece tener nada de eso. También sale del bambú y lianas, cosa que parece haber aquí, pero eso nos tomaría mucho tiempo. –seguí explicando con total seriedad, y ambos me miraban interesados. –La segunda manera es purificar agua sucia. La tercera es destilar agua del mar, pero no tenemos las herramientas. La cuarta manera es la lluvia.
–No parece que vaya a llover. –comentó Violeta, mirando el cielo despejado.
–La quinta es buscar una fuente de agua. Dado el tamaño de la isla, debería haber algún manantial. –comenté viendo el espeso bosque que se abría paso.
–Espera un momento, por favor. –suplicó la chica algo agotada. –Llevo un tiempo sintiéndome mareada.
–Acumula saliva en la boca y respira por la nariz. –comentó Greg al lado de Violeta.
–Ya no me queda saliva, hace mucho calor.
Me acerqué a Violeta, la tomé del rostro y la besé, pero no con esa intención. Comencé a pasarle un poco de mi saliva para que tuviera la boca húmeda y al menos aguantara un poco. De reojo vi cómo Greg se sonrojó, aún siendo de piel morena se le notaba la rojez de sus mejillas.
–Tranquila, te di de la mía. –le dije al separarme.
–¿Te encuentras bien? –le preguntó nuestro compañero.
–Ese ha sido mi primer beso... –susurró pero lo escuchamos, solo que yo no le di mucha importancia. –Oye, Roma. ¿Qué es esto?
De su boca se sacó una pata del saltamontes que me había comido hacía unos minutos.
–La pata del saltamontes que me he comido. –comenté cómo si nada. Greg y Violeta me miraron con asco.
–¡Idiota! Mi primer beso ha sido con sabor a saltamontes. –me gritó Violeta.
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