Capítulo 10.

Mientras comemos nuestros postres—obviamente estoy degustando mi tartaleta de chocolate y la aburrida de Stella tiene un pie de manzana—, hablamos un poco más sobre nuestra vida, tratando de conocernos más. Le explico a Stella mi función en la radio y en los trabajos en los cuales colaboro, hasta que hace la pregunta:

—¿Y por qué ya no eres más un locutor?

Tengo que pensármelo muy bien antes de responderle, es un tema delicado para mí los cuales conocen a detalle muy pocas personas de mi círculo y digo a detalles porque más de un millón de radioescuchas estuvieron esa noche sintonizando una de las mayores vergüenzas que he pasado en mi vida, por no decir que es la principal.

—Sucedieron cosas... en uno de los programas. ¿Recuerdas que te dije que no había estado en una cita por hace seis años?—ella asiente y yo dudo en seguir, pero me armo de valor para continuar con la historia—. Podrá parecer tonto pero todo se desencadenó gracias a ese tema en específico.

—¿Puedo saber que sucedió?

—Uhm...

—Si no te sientes cómodo lo entiendo—aclara ella dando un sorbo a su copa para luego tomar otro bocado de su pie.

Recordar aquel catorce de febrero es una tortura para mí, ¿pero contárselo a otra persona? Es como si me apuñalaran una y mil vecen en el corazón.

—Estaba esta chica... mi compañera en el programa. Nos conocimos cuando teníamos diecinueve años por un nuevo proyecto de la universidad. Estaba embelesado, esa mujer era una belleza, castaña y ojos azules, físicamente era la persona más hermosa para mis ojos, luego la conocí y me pude enamorar de lo que era ella en su interior—hago una pausa dejando de lado mi tartaleta—. Fui cambiando, trataba de impresionarla y para ello me convertí en un idiota romanticón que le daba todo a aquella mujer, me rendí a ella y un día le propuse ser mi novia, ella se negó diciendo que estábamos muy jóvenes para tener una relación seria y que ella solo quería disfrutar de su juventud, ser libre.

—No sé por qué no me está gustando a donde va esto—la escucho murmurar pero decido ignorarla y seguir con mi relato.

—Seguí intentando, una y otra vez hasta que ella aceptó. Nos convertimos en pareja, trataba de hacerla feliz, veía su rostro y aquella sonrisa cada día y supe que quería verlo por el resto de mi vida, así que...

—Oh mierda.

—Decidí pedirle matrimonio.

—¡No quiero saber más!—Stella oculta su rostro entre sus manos, su voz se encuentra consternada—. ¡Definitivamente esta historia no va a terminar nada bien!

—Tú quisiste escucharla—respondo entre risas por su comportamiento, ella libera una de sus manos del cautiverio en que aún mantiene su rostro—. Si quieres saber por qué ya no soy locutor...

—Bien, bien, continúa.

Inhalando profundamente prosigo con mi discurso.

—¿En dónde me quedé? ¡Ah! Muy bien, le quise pedir matrimonio. Le dije a Theo sobre mis planes y te juro que quería castrarme, decía que era una muy mala idea, además de que una mujer como Alana no era de esas que se comprometían. Me molesté un montón, no quería que él, un idiota del número uno me dijera que tenía que hacer con respecto a mi relación, discutimos pero minutos después lo hablamos como personas civilizadas y él decidió apoyarme. Luego de comprar el anillo venía la parte más difícil.

—Proponérselo—dice ella robándome la palabra de la boca. Sonrío al verla tan concentrada.

—Que fácil puede ser una palabra soltada de tus labios, como el decir te amo o como... proponérsele a tu novia, lo difícil es ejecutarlo, es una mierda lo difícil que puede ser la vida—tomo un sorbo de mi copa para luego continuar—. Planeé miles de cosas bonitas para hacerlo pero nada salía bien, en dos ocasiones vi como mis planes se iban a la borda, entonces tenía a Theo susurrándome al oído diciendo que tal vez era cosa del destino y que yo no debía hacer aquello. Quería hacer algo que ella no olvidara y nada salía bien, estaba frustrado, hasta que una idea... una idea absurda se me pasó por la cabeza y nadie me la sacó hasta que estuve ese catorce de febrero sobre mi rodilla pidiéndole a Alana que fuera mi esposa.

—No puede ser, ¿un día de San Valentín?—sus cristalizados ojos me hacen por impulso sostener su mano sobre la mesa—. ¿Qué pasó luego?

—Me rechazó... de una horrible manera, me rompió el corazón en mil pedacitos. ¿Lo peor?

—No me lo digas, me lo estoy imaginado.

—Estábamos al aire—finalizo de igual manera.

—Oh, Jesús, esa es la historia más... horrible del mundo.

—Por esa misma razón no salgo en citas desde hace años... por esa razón ya no puedo siquiera imaginarme estando al aire detrás del micrófono. Así que esa es mi deprimente historia, Stella Foster.

Nos sumergimos en un profundo silencio, aun tomados de las manos. Stella mira el centro de la mesa mientras toma un último sorbo de su copa bebiendo el contenido que quedaba en ella. Yo por mi parte, ya me la había acabado mientras contaba mi fatídica historia de mal de amores. Quiero borrar ese silencio no tan cómodo pero no sabía cómo hacerlo.

—¿Qué tal tú? Cuéntame sobre tu negocio.

Ella levanta su mirada sorprendiéndome por aquel cambio de tema, se relaja un poco y empieza a hablar del como hace tres años alquiló un lugar en la ciudad para montar su oficina principal de la empresa de organización de eventos. Esa mujer ama lo que hace, me pude dar cuenta de eso al ser consiente de como soltaba cada palabra, cada frase, con ese fervor y ese deje de emoción en sus ojos y sinceramente me hace feliz, cada persona en este mundo merece serlo y ella lo es.

—Tengo una pregunta, ¿solo eres organizadora de eventos?

—¿Por qué lo preguntas?

—Decoraste la casa de Meredith y déjame decirte que la decoración en esa casa es preciosa.

—Pues gracias por ese cumplido—El mesero interrumpe nuestra conversación para retirar los platos del postre y las copas de vino, aprovecho para pedir la cuenta—. ¿Estás apurado por irte?

—¿Cómo? No, pero creo que sería bueno dar un paseo por Central Park un rato mientras platicamos. ¿Tienes que irte ya al trabajo?

Ella lo piensa un poco antes de responder—: Debería estar de vuelta en unos minutos, pero puedo llamar a mi secretaria y decirle que me retrasaré un poco más.

—Perfecto.

El mesero trae la cuenta en una libreta negra, saco mi billetera del bolsillo del pantalón al mismo tiempo que Stella saca la suya de su bolso.

—Ni pienses que vas a pagar algo.

—Blake...

—Olvídalo, yo invité, yo pago.

La hermosa sonrisa que despliega esa mujer afloja cada músculo de mi cuerpo.

—De acuerdo, pero para la próxima yo pago

¿La próxima? ¿Así que habrá una próxima? Ella se da cuenta muy tarde de lo que ha dicho, evita mi mirada y yo por mi parte poso mis ojos en sus mejillas... Nada... Esa mujer es inmune a los sonrojos. Ya conseguí una cita y su sonrisa, no solo una sino varias sonrisas por parte de ella, estoy seguro de que algún día voy a conseguir que enrojezca como una tierna manzana.

No pasa mucho para que estemos bajo los esqueletos de árboles que en algún momento fueron frondosos. Stella y yo caminamos a la par en silencio, viendo a algunos niños jugar con la pelota, algunos ancianos caminar de la mano y una que otra pareja demostrando su amor al público.

—Tengo que confesarte que quería poner alguna excusa para no venir—dice ella haciendo detener mis pasos, Stella al ver que no me encuentro a su lado voltea regalándome una pequeña sonrisa—. Sam me convenció.

—¿Tan desagradable crees que soy?—pregunto herido, ella se sobresalta acercándose a mi negando con su cabeza.

—No, no, no creo eso, Blake, es solo que... no soy mujer de citas.

—Theo me dijo eso.

—¿Qué cosa?

—Que eres algo reticente con los hombres—ella se sobresalta por mis palabras y al ver como sus ojos se ponen tristes sé que no debo preguntar—. Tranquila, Stella. Aunque recuérdame darle las gracias a Sammy por hacer esto por mí.

Seguimos nuestro camino nuevamente en silencio, yo mientras asimilo su última confesión y supongo que ella pensando sobre aquello. Admito que mi orgullo ha ardido un poco, pero no me importa que Sammy haya tenido que intervenir, estoy feliz de que ella este aquí conmigo.

—Lo siento—masculla. Yo la miro confundido.

—¿Por qué?

—La estábamos pasando bien y yo...

—Hey, en serio, no hay problema—sonrío pero ella aún se encuentra mortificada, por lo que decido improvisar y buscar una nueva conversación—. ¿Cuál es tu color favorito?

Me mira incrédula mientras que yo, tranquilamente, ignoro aquellos ojos escrutadores—: Si conduces un programa de radio como cambias de tema de conversación debes ser muy malo, Blake Anderson.

—Si me escuchaste hace unos días, sabes que soy muy bueno con la radio.

—Sabes que si te escuché... bueno, técnicamente escuché a ese locutor... uhm... ¿Cómo es que se hace llamar?

—Rayo Liam—ruedo mis ojos, sorpresivamente Stella rompe a reír.

—¡Es el peor apodo que he escuchado en mi vida! Dime que tú no adoptaste un apodo así.

—¡Por supuesto! En mis tiempos, era Blake "la máquina" Anderson—Mi comentario logra lo que quería, Stella se dobla hacia delante sosteniendo con sus brazos su estómago, está eufórica.

—¡Eso es aún peor!

De repente, la voz chillona de mi hermana pequeña resuena en cada rincón de mi cerebro diciendo una y otra vez Bam Bam. Sorpresivamente tengo el impuso de contar esa pequeña parte de mí.

—Siempre he sido Bam Bam—Mi voz suena por encima de su risa, ella se detiene mirándome confundida pero ese aire de diversión no la abandona.

—¿Cómo el hijo de los Mármol[3]?

—Casi, ambos "Bam" son con una sola "m".

—¿Eras Blake "Bam Bam" Anderson entonces?—no puedo evitar dejar pasar el tono divertido en su voz.

—No, solo Bam Bam. Todo es culpa de mi hermana.

—Quiero escuchar esa historia—se sienta sobre un banco solitario del parque y me mira con expectación. Yo por mi parte, me quedo de pie.

—Marie amaba a Los Picapiedras[4], era su caricatura favorita cuando era niña. Incluso creo que aún graba algunos episodios cuando tiene el tiempo libre. Cuando tenía dos años, ya yo estaba a punto de cumplir los cuatro, aun siendo un niño como ella me sentaba en el sofá a acompañarla a ver las caricaturas. Uno de esos días una caja de metal cayó sobre la pequeña Marie Lou—una pequeña curvatura en mis labios es extendida al ver como Stella me mira con atención—. Yo escuché sus chillidos y llegué antes que mi madre, ella estaba cocinando. Al ver a mi hermanita con lágrimas... yo... podría haber sido un niño pero era mi hermana, ¿sabes? Reuní todas mis fuerzas y traté de levantar la caja sin éxitos, hasta que enseguida vi como mi mamá me ayudaba a levantarla. Marie Lou no fijo sus ojos en mamá en ningún momento, ellos solo estaban fijos en mí y pensó...

—Que habías tenido la fuerza de Bam Bam—finaliza ella por mí.

—Sí, desde entonces mi familia me apodó así. Era más común escuchar Bam Bam que Blake—me encojo de hombros—. Incluso es irónico, considerando que mis iniciales, incluyendo el apellido de mi madre, son esas tres letras... Blake Anderson Mayer.

—BAM—dice ella la cual se encuentra enternecida—. Es una historia súper linda.

—Algo, sí. Pero odio que me digan así, por Dios, que a un hombre lo llamen de esa manera es...

—Encantador.

Nos miramos fijamente, hago algunas muecas graciosas consiguiendo otra serie de risitas por parte de Stella. Cero sonrojos. Nuestro momento es interrumpido por el tono de su celular, ella contesta y a medida de que habla a través del aparato, su sonrisa se va a pagando.

—De acuerdo, Penny, estaré pronto ahí—cuelga con una mueca. Se levanta del banco—. Debo irme, al parecer tengo una nueva clienta. Lo peor es que la conozco y sé que será un trabajo horrible.

—¿Mala clienta?

—Todo lo que tenga que ver con Amy Butler y su combo me da escalofríos—se estremece, pero luego sacude su cabeza para después regalarme una sonrisa.

—Es hora de despedirnos.

—Lo haremos cuando volvamos a tu auto.

Y efectivamente, solo diez minutos después nos encontramos en el estacionamiento. Stella sube a su auto y lo enciende bajando el vidrio de su lado, me regala otra de tantas sonrisas de las cuales he sido afortunado de presenciar.

—Gracias por hacer una tarde especial, Bam Bam.

—Oh, ¿tú también?—me quejo en broma.

—Las buenas cosas suceden por algo, los apodos tiernos están incluidos en el paquete. Mientras que sigamos en contacto, tú serás el pequeño pero valiente Bam Bam Anderson.

Y sin más, coloca en retroceso su auto saliendo del lugar. Vale, tal vez la sonrisita que tengo en mi rostro lo dice todo... esa mujer no solo me gusta... realmente me encanta.

  




[3]Son una familia animada mimbro de Los Picapiedras (Betty y Pablo), en donde su hijo es llamado Bam Bam.

[4]En inglés The Flintstones, es una serie de animación de la productora Hanna-Barbera Productions.

¡Jueves de #EAA!

Para los que se estaban preguntando el porqué a Blake lo llaman "Bam Bam", admitan que es la cosa más tierna del mundo *-*

¿Y vieron el nombre de alguien conocido? Yo sé que ustedes lo vieron :O

Como prometí, empezamos con las dedicaciones. Si, Xime, es tuyo xD Ya puedes celebrar, un beso para ti.

Sin más que decir, nos leemos el próximo jueves :)

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