6. Los cabezas de familia
🎶Banda sonora: False Confidence - Noah Kahan🎶
Sentados en aquel coche en completo silencio, Jisung sintió la imperiosa necesidad de dar explicaciones estúpidas a su amigo.
—Sobre esto...
—No hace falta que digas nada, Jisung. Siento haberte tratado de la forma en que lo hice la semana pasada —interrumpió Changbin, sin apartar la vista de la carretera.
Estaban a una hora de la casa de su padre, si el tráfico en Seúl les hacía un favor. De pronto, las palabras de Changbin lo hicieron sentir culpable. Lo miró mientras conducía y le dolió un poco el pecho. El gorila era en realidad un osito de peluche.
Cuando ellos se peleaban, siempre era el primero en acercarse y pedir disculpas, incluso cuando era Jisung el equivocado. Quería abrazarlo fuerte y decirle que todo estaba bien entre ellos, que le invitaría a comer barbacoa esa semana para compensar que no habían compartido un rato juntos.
A pesar de lo distintos que eran, quería a su amigo profundamente. Era como un hermano mayor, el que nunca había tenido. Changbin lo había protegido, ayudado con los estudios cuando tenía problemas, intercedido por él ante su padre, consolado cuando lloraba y compartía con él su amor por la comida y las películas antiguas. Ningún otro amigo había permanecido tanto tiempo al lado de Jisung.
Sabía que incluso Felix desaparecería algún día, cuando alguno de los dos sentase la cabeza y no pudiese seguirle el ritmo al otro. Changbin no lo haría. Seo Changbin iba a estar a su lado para siempre y era consciente. Algún tipo de broma del destino había atado al hombre más recto, noble y responsable de la tierra al joven maestro Jisung, un niño rico caprichoso y frívolo que no era capaz de hacerle frente a su trabajo como un adulto.
Bueno, quizá fuese Jisung el que estaba atado al tobillo del hombre, como una suerte de herropea* que le mantenía prisionero en una vida que Changbin claramente no merecía. Tragó la amarga saliva que se acumulaba en su boca.
*Una herropea es un grillete que se pone en el pie, como las bolas de los presos de las películas.
—Lo siento yo también, por haberme portado como un imbécil. Otra vez.
—No pasa nada, solamente ten el teléfono a mano la próxima vez... Podrías haberme evitado un par de golpes.
—¿Golpes? —preguntó confundido.
—No es nada, solo tuve un pequeño desencuentro con I.N hyung-nim.
—I.N... ¿os peleasteis? —dijo volviendo a mirar a su amigo, que hacía una mueca rara con la cara.
—Bueno, algo así. Pero ya está arreglado, de verdad... Me alegro de que las cosas entre nosotros también estén bien ahora... No me gusta cuando estás enfadado conmigo.
En ocasiones como esta, Jisung pensaba que Changbin no era completamente normal. No se trataba de algún tipo de problema evidente que le invalidase; el hombre vivía solo desde el último año de secundaria y era completamente capaz de valerse por sí mismo. Se graduó con honores en la facultad de economía y ganaba su propio dinero desde el primer año con tutorías, hasta que entró a trabajar en Han Bank.
Sin embargo, había una especie de estupidez en Changbin que a Jisung lo desconcertaba y lo enfadaba a partes iguales. La lealtad inquebrantable incomodaba al joven maestro más de lo que decía. Era casi peor que su afán enfermizo por protegerlo. Cuando Jisung la cagaba soberanamente, Changbin pedía perdón, y después lloriqueaba sobre lo duro que había sido el tiempo que habían pasado sin hablarse.
Pensó durante unos segundos, sintiendo como cambiaba su percepción del oso de peluche para dar paso a la imagen de un gran perro de presa apaleado hasta la sumisión. Miró a la carretera mientras divagaba sobre lo triste que era que un hombre como Changbin no fuese a tener nunca una voz propia, más allá de la que los Han permitieran. Casi se echa a llorar por la mierda de futuro que le esperaba a su amigo obedeciendo las órdenes de su familia para siempre.
—¿Te has enamorado alguna vez, Changbin?
El chico se tensó y apretó las manos en el volante. No contestó hasta unos segundos después, cuando paró en un semáforo y le devolvió la mirada a Jisung.
—No... No lo sé realmente... —dudó—. ¿A qué viene esa pregunta?
—Nunca te he visto mostrar interés romántico en nadie, no has perseguido a ninguna chica, no te he visto coquetear nunca con ninguna. Y sabes que has tenido muchas detrás.
—Jisung...
—Lo que quiero decir es si has pensado alguna vez en casarte, en tener una linda esposa y tener hijos. ¿Te has enamorado de alguien alguna vez como para pensar en ese tipo de futuro? —Ante el silencio del conductor, Jisung siguió hablando, enfadado con su amigo y con la situación—. Yo a veces pienso en el futuro... Te lo he dicho muchas veces, pero tengo la sensación de que tú no lo haces. Entonces, ¿nunca has querido compartir tu tiempo con nadie?
—Me gusta pasar tiempo contigo.
—No es a eso a lo que me refiero, Changbin. Me refiero a pasear de la mano con una mujer bonita, a ir al cine o a cenar a un restaurante. ¿Has tenido una cita alguna vez con una chica? —De repente, el cerebro de Jisung se iluminó con un reconocimiento desagradable—. ¿Eres virgen, Changbin? ¿Has siquiera besado a alguien?
Las mejillas del hombre enrojecieron furiosamente.
—Changbin... ¿Tiene tu deber conmigo algo que ver con que no hayas estado con una chica? —De nada valía que fingiese, el gorila demasiado serio era tan virgen como la primera nieve del invierno—. Contéstame.
El chico no lo hizo y Han, ansioso ante la revelación que se establecía en su cerebro, insistió casi gritando: —Changbin, contesta a mi pregunta... Contéstame... Me estás haciendo enfadar. ¿Por qué no has salido antes con ninguna chica?
—No me gustan las chicas, Jisung.
Lo dijo en voz alta, tratando de hacerle callar y lo consiguió. Lo miró como si fuese un completo desconocido, como si nunca en su vida hubiese visto a ese hombre. La piel del cuello y las orejas de Changbin se tornó de un color casi granate.
Se quedaron en silencio mientras su amigo, mortificado, resoplaba y se pasaba una de las manos por la cara. Condujo de forma apresurada, un poco más rápido de lo que estaba acostumbrado.
Diez minutos después, pasaban la verja que daba a la mansión Han. Todavía ninguno había dicho ni una palabra sobre la inesperada salida del armario de Changbin. Aparcaron en el gran garaje y su amigo salió del coche sin mirarle. Lo esperó en la puerta que daba a la inmensa casa para dejarle entrar primero, evitando sus ojos cuando pasó frente a él y echó andar hacia el salón principal.
Su padre esperaba sentado en uno de los sofás, con la televisión encendida en el canal de noticias, las gafas pequeñas en la punta de la nariz y el iPad en las manos.
—Por fin llegas —saludó levantando la cabeza de lo que sea que estuviese leyendo y dejando el aparato sobre la mesita de centro.
Jisung hizo una venia y vio a Changbin casi doblarse por la mitad a su lado, solo un paso por detrás de él.
—Saludos, padre.
—¿Has comido? Creo que el servicio tendrá preparado el almuerzo en pocos minutos.
—Estoy bien, padre, no te preocupes.
—De acuerdo, entonces siéntate, necesito hablar contigo.
Jisung caminó hacia el sofá frente a su padre y se sentó. Vio la mirada desconcertada cuando se fijó en su ropa, la ropa de Minho, pero no hizo ningún comentario.
—Me retiraré, Keunabeoji-nim.
—No, Changbin, necesito que te quedes tú también. Tengo que deciros algo a ambos.
Jisung miró a Seo Changbin buscando una explicación, estaba tan perdido como él.
—Como guste, Keunabeoji-nim.
Se sentó a su lado, con la espalda totalmente recta. La postura de Changbin siempre era perfecta, incluso cuando dormía parecía no soltar ni un poco de cuerda.
—Hemos tenido algunos problemas con unos clientes del banco... —dijo su padre apretándose el puente de la nariz—: Las cosas podrían ponerse complicadas pronto.
—¿Es un problema financiero, padre?
—No, es mucho más que un problema financiero...
—Entiendo... ¿Qué necesitas que haga?
—Necesito que tú y Changbin os mudéis.
—¿¡Qué!? —dijeron los aludidos al mismo tiempo, aunque el tono de Changbin fue mucho más suave que el desafiante que había usado Jisung.
Apretó los puños sobre sus rodillas y se fijó en que las manos del hombre a su lado también se crispaban, aunque se mantenía más tranquilo.
—Ambos os mudaréis a un apartamento juntos. Ya está todo arreglado. También cambiaréis de coche.
—¿Qué estás diciendo, padre? No soy un niño para que hagas con mi vida lo que te apetezca.
—Hijo, no vamos a jugar a este juego ahora.
—¿Qué juego? ¿El de ser el dueño de mi propia vida? —Jisung estaba de pie, agitado y levantando la voz.
Se sentía profundamente ultrajado en ese momento, como si todo el mundo a su alrededor tratase de humillarlo. No era un maldito niño, tenía casi 22 años. Era capaz de valerse por sí mismo, bueno, si no contaba la American Express negra, que era de su padre. O el apartamento en el que vivía, que era propiedad de sus padres también. O toda la maldita ropa que había comprado con dinero que, definitivamente, no era suyo.
Tal vez Jisung no fuese un adulto tan responsable, pero definitivamente no era un niño y no era un objeto para que su padre le tratase de aquella manera.
—No tienes nada que discutir, Jisung, después de almorzar os iréis a la nueva casa.
—¿Pero te estás escuchando? ¿Te parece normal joderle la vida a todo el mundo a tu alrededor? ¿Crees que somos tus juguetes? —gritó utilizando un lenguaje tan vulgar que Changbin a su lado jadeó sorprendido, agarrándolo la muñeca—. ¡Suéltame!
Jisung no podía contenerse. Tiró, zafándose de su amigo y dio dos pasos más lejos de él. Miró alternativamente de su padre a Changbin y su cabeza parecía querer explotar. Esto estaba mucho más allá de cualquier cosa que su padre había intentado.
Había vivido en su apartamento, cerca de la universidad, desde que empezó a estudiar allí. Changbin nunca había intentado invadir su espacio y sus padres parecían respetarlo. Pero ahora se acababa su intimidad. Su relativa libertad había sido eliminada de un plumazo.
—El coche nuevo está en el garaje. Tus cosas ya están siendo transportadas al nuevo apartamento. Os iréis ambos ahora mismo, se me ha pasado el apetito. Y no se te permite salir de esa casa si no estás en compañía de Changbin.
—Keunabeoji-nim Jihyeon... —Su amigo trató de decir algo, pero su padre le interrumpió levantando la mano.
—Es mi última palabra.
El hombre cogió la tablet de encima de la mesa y salió de la habitación dejando a un colérico Jisung y un apesadumbrado Changbin.
El chico parecía a punto de echarse a llorar, ocultando la cara en las manos mientras se abandonaba en la comodidad del sofá. Había perdido su postura, su espalda ahora se doblaba sobre sí misma mientras apoyaba los codos en las rodillas. El joven maestro casi se echa a reír pensando en si su amigo era consciente de que estaba a punto de romper en llanto en el salón de la mansión de su jefe.
Pero la ira se arremolinaba en su interior. Tener que vivir con él no era algo que Jisung tuviese planeado. Mucho menos porque ahora verdaderamente Changbin se había convertido en su carcelero por orden directa del gran Han Jihyeon
Minho salió del baño a la habitación y la miró. Era un auténtico desastre, si Mark estuviese aquí lo jodería hasta la saciedad con la necesidad de ser ordenado y pulcro para hacer bien su trabajo. Aunque sería mucho peor si I.N lo viera. El hijo de puta era como la Marie Kondo de la mafia.
Las sábanas grises estaban arremolinadas en distintos sitios, sacadas del colchón en una de las esquinas, con manchas en algunos puntos. Lee Minho sonrió, pagado de sí mismo, al ver el caos. Esta reacción solo se la permitía aquí, con la puerta cerrada. Lanzó la toalla al cesto de la ropa sucia y buscó en su bolsa negra un bóxer. Volvió a ponerse el pantalón de deporte que había llevado antes, en cualquier caso, lo había usado apenas unos minutos antes de entrar en el baño.
Recogió la ropa sucia del suelo y la colocó en el buró junto a su bolsa. Necesitaba saber si podría volver a casa para echarla a lavar, definitivamente tenía que meter algunas mudas limpias y, sobre todo, necesitaba dormir un poco.
Quitó las sábanas de la cama y las llevó a la cesta. Sabía que el servicio que I.N tenía contratado haría la colada, por lo que solo las dejó allí. Cuando sacó las fundas de las almohadas, el olor residual del perfume caro le inundó la nariz. Miró a la puerta de la habitación, rezando porque I.N no decidiese entrar justo en ese momento. Acercó la tela suave a la cara e inhaló con fuerza. Fue inevitable soltar un jadeo.
El olor de Jisung estaba tan fuertemente impregnado en la tela que casi le hizo ponerse duro de nuevo. «Joder, basta», se reprendió a sí mismo tirando la funda a la cima de la pila de ropa sucia. Puso sábanas nuevas en la cama y colocó las almohadas con las fundas limpias que olían a suavizante y a nada más.
En su visión periférica aquel trozo de tela con el olor de Jisung le gritaba. Y Minho no quería acercarse por nada del mundo. La voz de I.N desde el salón le sacó del trance. Cogió su ordenador portátil y fue a la gran estancia abierta del pent-house. Su jefe estaba sentado en el sofá con el smartphone entre las manos, un pantalón de chándal negro y una camiseta blanca que le quedaba enorme.
—Voy a pedir algo de comer, me muero de hambre —le dijo cuando Minho se sentó en el suelo a su lado, con la espalda apoyada en el sofá y puso el ordenador sobre la mesita de café.
—Estoy famélico, quiero mucho de lo que sea que vayas a pedir —contestó, mirando a la pantalla que se encendía.
—Por supuesto que estás famélico, cabrón con suerte —Golpeó su hombro con risa en la voz y dejó el teléfono junto a él tras hacer el pedido—, después de la noche que tuviste... Qué feo, Minho, que comas pan delante del pobre...
—No exageres, fue solo un polvo.
—¿Un polvo? ¡¿Uno?! —El chico se sentó en la postura del loto sobre el sofá y estiró sus brazos alzándolos hacia techo—. No parecía uno por lo que pude escuchar, así que no trates de engañarme.
Minho apoyó la cabeza en el sofá y lo miró desde abajo mientras I.N hacía esas posturas extrañas para desentumecer la espalda. Se fijó en los brazos y muñecas con marcas grandes y numerosas que sabía que se pondrían más moradas con el paso de las horas.
—Y, ¿qué pasó contigo? —preguntó, cauteloso, eran cercanos, pero I.N era peligrosamente celoso con su intimidad—, ¿mala noche?
Lo miró desconcertado con los brazos aún en alto enlazados sobre su cabeza. Minho hizo una seña con las cejas para que mirase a su propia piel y el otro solo rio cuando vio a lo que se refería.
—Algo así... —Ahí estaba su críptico y misterioso jefe no dando ninguna información—. Bueno, ¿cómo te fue con el trabajo?
—Dupliqué su teléfono móvil y tenemos instalada la aplicación espía. Ahora mismo sabemos dónde está y tenemos acceso completo a las funciones del aparato, como la cámara o el altavoz. No tuve mucho tiempo para comprobar la información que copié... como comprenderás.
—Aquí tenemos al desvergonzado cabrón restregando a los mortales que folló hasta la inconsciencia...
—No seas dramático, I.N —rio Minho—, no es como si fueras célibe.
—Hmm... Puede ser... Pero no comí anoche, así que estoy de mal humor...
—¿Interrumpí algo viniendo aquí? ¿Debí llevarlo a un hotel? —preguntó Minho, realmente preocupado.
—No, pero tendremos que dejar el ático. El que vino a buscarlo me preocupa. No sé cómo coño llegó aquí, así que doy por hecho que la seguridad de este sitio está comprometida.
Minho resopló pesadamente y se llevó una mano a los ojos. No había pensado en la posibilidad de que el solo-amigo de Jisung apareciese allí de la nada y le molestaba que pudiese encontrarle así de fácil. Las razones, sin embargo, eran indebidas. La seguridad no era la prioridad en su cabeza, lo importante era ese hombre siendo tan cercano a Jisung como para encontrarle donde quiera que estuviese.
Sacudió esos pensamientos y tecleó la contraseña de su ordenador. Cuando abrió el programa que había utilizado para clonar el teléfono de Jisung revisó por encima el contenido. Se centró en sus aplicaciones: redes sociales, plataformas de chat, tiendas online, algún juego estúpido... nada extraño.
Encontró dos aplicaciones asociadas al Han Bank y anotó en un documento la necesidad de una revisión completa. Minho no era un experto, más bien era bastante lento con la tecnología, pero la organización tenía a gente preparada.
Se fijó en una aplicación que no conocía y dio un toque con el hombro en la rodilla de I.N, que andaba ocupado con su propio teléfono.
—Mira esto. —Señaló la pantalla y la cabeza del chico estaba junto a su hombro un segundo después.
—¿Es una aplicación de rastreo? —preguntó, aunque ambos sabían la respuesta—. Vaya, así es como llegó aquí entonces el siervo Seo Changbin...
—¿Crees de verdad que el chico será útil? Empiezo a creer que no tiene ni idea de lo que pasa a su alrededor... —divagó Minho, abriendo la galería del teléfono de Jisung y encontrándose con miles de fotografías del hombre, puso la reproducción automática para que pasaran lentamente.
—Bueno, si no lo es tendremos que deshacernos de él —dijo I.N, despreocupadamente.
El corazón de Minho se quejó en su pecho y giró la cabeza para mirar a su jefe, que seguía con los ojos puestos sobre las fotos de Jisung que seguían desfilando, una a una, en la pantalla. El hombre se enderezó y se fijó en la cara de su subalterno.
—¿Qué pasa?
—¿Qué significa deshacernos de él? —la voz de Minho fue suave, esperaba que no notase el ligero nerviosismo que se creaba en su vientre.
—Dongyoon hyung me lo dijo anoche: si no es útil, tendremos que deshacernos de él.
—¿Matarlo? —La ansiedad crecía en el estómago de Minho, pero se contuvo de demostrarlo y pareció simplemente curioso ante los ojos del jefe.
Vio el movimiento de cabeza de I.N, que lo miraba, escrutador, desde arriba, sentado en el sofá mientras él seguía en el suelo. Pensó por un segundo en las ganas que había tenido la noche anterior de estrangular a Jisung, de descuartizarlo por ninguna razón en particular. Ahora que esa posibilidad parecía real, la boca se le secó.
Si era totalmente justo, el chico no se merecía morir, quizá sufrir un poco, perderlo todo, entender cómo era la vida de verdad fuera de su palacio de oro. Pero definitivamente no morir, al menos no por ahora, ya que no podían demostrar si estaba implicado en los asuntos de su padre o no.
—No sé si se refería a matarlo o simplemente que lo alejemos de nosotros—contestó I.N francamente, sin dejar de mirarlo—. En cualquier caso, lo que Dongyoon hyung ordene, se hará, ¿verdad?
—Uhum... —hizo un pequeño sonido que podría ser de aprobación.
—Contéstame apropiadamente. Lo que se te ordene, lo harás. Aunque implique matar a la ardillita, ¿verdad, Lee Minho? —I.N se cernió sobre él acercándose a su cara con la boca apretada.
Minho sintió su estómago revuelto bajo la mirada desagradable de su jefe. Se le erizó la piel cuando escuchó al tipo llamar ardillita a Jisung. Pero sabía lo que estaba preguntando y por qué lo hacía. Y era consciente de que el rumbo de sus pensamientos no era el adecuado.
—Sí, señor, lo que se me ordene, lo cumpliré. Como he hecho siempre —respondió volviendo la vista a la pantalla del ordenador que proyectaba las fotos que el joven maestro tenía en su teléfono.
Minho reflexionó sobre su situación actual. Llevaban vigilando al chico dos años completos en la periferia. Una misión secundaria que Dongyoon hyung le había asignado a I.N. En estos dos años, ellos solo se limitaron a observar en la distancia, sin acercarse.
Era una especie de seguro para la organización. Cada cierto tiempo, I.N enviaría imágenes del chico en distintas situaciones cotidianas a su hyung para que este se las mostrase a Han Jihyeon. Con eso, el hombre sería consciente de lo fácil que se podría destruir a su familia y lo mantendría a raya.
El trabajo que el señor Han hacía para ellos era vital: el dinero que generaban las drogas, las armas y la prostitución se convertía mágicamente en dinero limpio gracias a Han Bank. A ojos de la sociedad, Park Dongyoon era el respetado C.E.O. de una empresa tecnológica, era solo un hombre de negocios.
La red estaba tan finamente tejida que Park Hoyoung, el padre de I.N y Dongyoon, se había asegurado de que sus hijos no fuesen considerados hermanos fuera del entorno. Así garantizaba el correcto funcionamiento del inframundo de Corea.
Aunque Minho nunca lo admitiría, se obsesionó con Jisung en ese tiempo y tenía sentimientos encontrados que viajaban desde la ira hasta el deseo descontrolado. Pero él no había podido acercarse a Jisung hasta que dieron la orden desde arriba. Y casi saltó cuando I.N les comunicó que debían buscar al chico para encontrar información. En ese instante, estaba arrepintiéndose de haber memorizado tan bien cómo el cuerpo tonificado del chico respondía a sus dedos y sus labios. Y también de casi haber mostrado todo lo que tenía dentro al cabrón que estaba sentado en el sofá tras él.
—¿Dónde está Mark hyung? —preguntó Minho, recordando al hombre que no se separaba de I.N.
—No lo sé. Y tampoco me importa. —No esperaba esa respuesta, pero tampoco preguntaría más. I.N tenía un humor de perros y ni siquiera su amistad podría gestionar sus arranques de ira.
«¿Esto es amistad?». Lee Minho se había hecho la misma pregunta muchas veces.
Empezó a coquetear con cosas ilegales muy joven y tenía una constitución formidable apenas alcanzó la adolescencia. Con 13 años un boxeador con un gimnasio le ofreció clases gratis y algo de dinero a cambio de hacer algunos favores sencillos. Solo ponerse una mochila y llevarla de un sitio a otro andando o en bicicleta y después traerla de vuelta.
Cumplió las reglas a la perfección: nunca miró en la mochila, nunca perdió la mochila, nunca entregó la mochila a quién no debía.
Llevaba alrededor de un año allí cuando conoció a I.N. Por edad y peso, en ese entonces entrenaban juntos. Después de un tiempo, se hicieron cercanos, a pesar de que Minho ganó masa corporal superando fácilmente a I.N.
A los 17 años ya no cargaba la mochila, porque sus hombros eran demasiado anchos. Llamaba demasiado la atención, así que acabó sabiendo lo que había dentro de esas mochilas porque él mismo las rellenaba para dárselas a otros chicos como él.
Un día cuando llegó al gimnasio, lo llamaron a la parte trasera, donde sabía que no debía entrar. Allí estaba su amigo I.N con dos tipos mayores, además del entrenador. Minho recordaba que en ese momento pensó que el que después sabría que se llamaba Mark, era tan guapo que debía llamar demasiado la atención para formar parte de todo esto. Era el tipo de hombre para protagonizar una serie y tener legiones de fans a sus espaldas. Era hermoso de una manera casi femenina.
El otro hombre que estaba allí parado con I.N era una buena bestia. Minho percibió una energía desagradable antes de acercarse. Tenía una enorme sonrisa llena de dientes, con los labios carnosos y los ojos afilados. Era guapo, de una forma completamente distinta al otro chico. Park Dongyoon era, simplemente, una fuerza de la naturaleza. Un hijo de puta con el corazón podrido y el cerebro de un maldito genio del mal enfundado en un traje Armani y una apariencia que quitaba la respiración a hombres y mujeres.
Esa tarde, cuando el entrenador se marchó, Minho pensó que iban a matarlo, y trató de recordar si había mirado, perdido, dejado de entregar o entregado alguna mochila a alguien equivocado. Sin embargo, tras una conversación larga, acabó convirtiéndose en el tanque de guerra del chico que ahora se levantaba del sofá para abrir al repartidor de comida.
Sacudió la cabeza y apartó el ordenador hacia el final de la mesa parando las diapositivas. Cogió los utensilios para comer de la cocina y volvió a sentarse en el suelo, con la espalda contra el sofá. Cuando I.N dejó las bolsas con los recipientes humeantes en la mesita fue hasta la nevera y trajo un par de cervezas.
Justo cuando abría la lata, el teléfono de su jefe sonó. I.N habló con Dongyoon usando algunos monosílabos y le contó por encima lo que habían sacado del smartphone de Jisung. Cuando colgó, miró a la pantalla que mostraba algunas fotos de Jisung en la playa.
—Mañana me llevaré el ordenador. Iré a desayunar a casa de mi hermano.
—¿Necesitas que te acompañe? —preguntó Minho.
—No, tengo que ir solo.
Se quedaron en silencio unos segundos, Minho sintió su estómago contraerse, Dongyoon era lo único que asustaba de verdad a su jefe y con razón. El desayuno en privado de mañana podría tener muchos finales y I.N no terminaba bien en prácticamente ninguno.
—Estaré atento al teléfono y tendré el coche preparado —dijo Minho, aunque no sabía muy bien por qué.
—Gracias, Minho.
***
Un poco más cerca de entenderlos, navegantes.
En este capítulo hay una "salida del armario" un poco atropellada. No soy muy fan del concepto "no soy gay me gustas tú", así que, en mayor o menor medida, los personajes de la historia son heteros, gays o bisexuales, pero nada de "solomegustastu".
Como dije previamente, la historia está terminada, será solo lo que tarde en subirla :) ¿Cuántos capítulos quieren que suba de cada vez? 2? 3?
¡Nos vemos en el infierno!
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