36. La entrega VI

🎶Banda sonora: Love - Nathan Wagner🎶

Templo Geodonsaji. Gangwon-do. Martes. 23:55

Changbin llevaba esperando junto al inicio del camino de piedra 55 minutos y 40 segundos, 41, 42, 43... Su reloj de pulsera era un recordatorio constante de que se hacía cada vez más tarde y allí no había nadie.

Cuando aparcó justo frente al templo de Geodonsaji, se quedó dentro del coche que había alquilado a nombre de uno de los empleados de Han Bank. Eso no había estado bien, podría meter al hombre en un problema, pero a Changbin no se le ocurrió qué más hacer para evadir el rastreo de Park Dongyoon.

Estaba allí sin teléfono móvil, sin dispositivo GPS. Solo un mapa en papel abandonado en el asiento del copiloto, su reloj de pulsera y su cartera. Cuando las manecillas marcaron las 23:25, bajó del coche con un gran paraguas negro para esperar junto a la entrada del templo y sus ruinas.

Llevaba de pie en el mismo lugar durante todo ese tiempo. Sus zapatos de piel hacía mucho rato que se habían llenado de agua y sus calcetines estaban húmedos. Su abrigo de paño negro le cubría a duras penas de la humedad del ambiente.

«¿Dónde estás? ¿Dónde demonios estás ahora mismo?».

Era consciente de que la tardanza podía tener muchos significados. Podría ser que la lluvia les hubiera ralentizado, tal vez encontraron un atasco de tráfico, quizá se habían perdido tratando de llegar y habían tenido que dar un rodeo. O Jisung podría estar muerto.

—¡No! —gruñó.

Iba a esperar toda la noche si era necesario. Y todo el día siguiente y el siguiente. Llamaría a Keunabeoji-nim y le diría donde estaba. Tendría que haberlo avisado antes de venir. Pero prefirió guardárselo porque tenía un ligero soniquete de desconfianza alrededor de esa familia que lo hacía apretar los dientes.

No quería dudar de los Han, pero la culpa de todo lo que estaba pasando era primeramente de Keunabeoji-nim Jihyeon. Su hijo estaba ahora mismo en peligro por su culpa. Changbin estaba ahora mismo bajo la lluvia por su culpa. ¿Y qué estaba haciendo él? Seguramente sentado en su estudio, con una botella de alcohol cara, levantando el teléfono para contactar con gente que le ayudara a buscar a Jisung.

O tal vez estaba hablando con Dongyoon. «Basta ya, Seo Changbin, no seas desagradecido». Se golpearía si pudiese, porque esas cosas que estaba pensando eran horribles y los Han no se las merecían. Pero estaba frustrado. Estaba cansado de esperar a que pasase algo. Estaba aterrorizado de que aquella nota fuera una trampa para matarlo también a él.

Movió un poco los pies que empezaban a entumecerse. La noche era horrorosa. No se veía nada alrededor. Había comprobado el nombre del templo unas quince veces desde que había llegado. Incluso releyó la carta que traía consigo a buen recaudo, dentro del bolsillo de su camiseta interior, forrada por un plástico impermeable.

Pero tampoco es que hubiese hecho falta releerla. La había manoseado tan obsesivamente, intentando interpretar cada sílaba, que acabó por aprenderla de memoria. Ahora podría recitarla como un poema.

Su mente volvió a quien había escrito la carta. De nuevo, volvía a lanzarse contra esa pared que solo traía dolor. Pero, Dios santo, qué dolor tan dulce. No podía mentirse a sí mismo. Seguía tan enamorado de Felix como lo había estado antes del secuestro.

Daba igual lo mucho que tratase de racionalizar los hechos. Solo podía pensar en que Felix lo había elegido, que le había salvado arriesgando su integridad, la de su hermano e incluso la de Jisung. El polluelo dejó a todos de lado por él. ¿Cómo podía odiar a alguien que hacía eso por él?

Y lo que más dolía, la realidad que más ganas le daba de llorar era saber que no volvería a verlo. Quería abrazarlo por lo menos una vez más. Y quería darle las putas gracias por salvarle. Y decirle que lo perdonaba.

Una parte de él también quería decírselo a Minho hyung. Entendía, muy en el fondo, lo difícil que era ser hijo de unas circunstancias adversas. No en vano su padre había hecho cosas muy feas. No consideraba que Seo Haeshin hubiera sido asesinado, la vida de una chica había sido vengada. Fue ajusticiado. Pero Changbin prefería perdonar.

El sonido lejano de un motor activó sus sentidos adormecidos. Miró su reloj de pulsera de nuevo, eran las 00:59. Los faros del coche se vieron al final de la calle. Su corazón resonó como un tambor mientras las manos empezaban a temblarle. Era el momento, en unos segundos sabría si iba a morir a manos de los hombres de Park Dongyoon o si podría llevar a Jisung a casa sano y salvo.

Se movió un poco, necesitaba que lo viesen, que supiesen que era él. Fuese quien fuese en ese todoterreno, tenía que saber qué Seo Changbin estaba allí. La puerta trasera se abrió de pronto cuando apenas había frenado ante él, con los faros deslumbrándolo.

Estaba tenso, delante del coche, esperando que quien quiera que fuese saliese de una vez con una pistola o con el cuerpo inerte de su hermano.

Por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, la fortuna estaba del lado de Changbin. La figura delgada de Sung cortó la de los faros del coche y él dio un paso hacia delante, sin creerlo del todo. Miró fijamente a la silueta negra, empapada por la lluvia durante unos segundos, antes de que el cuerpo de su amigo se estrellase contra él.

—Changbin... —sollozó Jisung, envolviendo sus brazos en su cintura y poniendo la cara en su hombro.

—Quokka... —murmuró, tapándoles a ambos con el paraguas, agarrando la cabeza del chico con fuerza contra él. «¿Estoy soñando? ¿Sung realmente está aquí? ¿Es realmente Jisung?»—... ¿Estás bien?

—Te-tengo sed...

—Vamos al coche, tengo agua y ropa seca.

—¿Y zapatos?

—Sí, también traje zapatos...

—¿Qué día es hoy, Changbin?

—Es... miércoles ya... —contestó.

—Llevo sin ponerme zapatos desde el sábado... —«Qué comentario tan aleatorio», pensó Changbin.

Se separó suavemente y le sonrió, echando el pelo húmedo hacia atrás con su mano. Han le devolvió la sonrisa y vio los rastros del maltrato curándose en su cara. Le hirvió la sangre.

—Vamos al coche. —Lo empujó hasta que el chico entró en el asiento trasero y le dio una bolsa de deporte en la que había guardado ropa, una toalla y unos aperitivos.

Estuvo a punto de cerrar la puerta cuando la mano de Han se cerró en su muñeca. Él estaba sentado allí, en ese coche desconocido, con la ropa mojada y la peor cara que había tenido nunca mientras Changbin lucía impecable vestido de negro de pie, fuera del coche.

—Tengo que decirte algo.

—Sea lo que sea que haya pasado, lo resolveremos, Quokka. No hay nada de qué avergonzarse...

—¿Qué? —le miró desconcertado hasta que cayó en la cuenta—. No, no, no. No. Definitivamente no. No es eso lo que quiero decirte. Es sobre Minho... y... sobre Felix...

—Lo sé —contestó él, solo mirándole.

—Que lo... ¿Que lo sabes? —exclamó indignado—. ¿Y no me dijiste nada?

—Cálmate, me enteré cuando... cuando te llevaron —La cara del chico cambió y pareció comprender algo, pero aún tenía un millón de preguntas en los ojos—. La noche que te secuestraron... Felix me drogó y me lo contó. Cuando desperté casi me volví loco... Y luego me envió una carta diciéndome que Minho hyung te sacaría de allí, que no les importaba si Park Dongyoon iba tras ellos... y... eso, aquí estoy...

Jisung lo miró durante mucho rato en silencio, sin soltar su muñeca, sin mover nada más que los párpados y las pupilas. Hasta que abrió los dedos y llevó la mano a su regazo. Dirigió la vista al todoterreno que aún estaba a unos metros de ellos, con el motor encendido.

—Tu padre mató a la hermana de Minho y Felix.

El bombazo se sintió como algo físico. Como si un ladrillo impactase contra su esternón y le rompiese las costillas. Sus pulmones quemaron y dio un paso atrás tratando de estabilizarse. Sus ojos buscaron desesperados la mentira en la cara afligida de su amigo. Pero no la encontró.

Se tambaleó, a punto de caer si no fuese porque Jisung enganchó su abrigo y tiró, estabilizándolo. No sentía el cuerpo, ahora mismo no sentía nada, ni la humedad alrededor, ni el aire frío golpeando sus mejillas, ni el cansancio en los pies por todo el tiempo que pasó fuera. Ni siquiera la incomodidad de sus calcetines mojados o las manos de Han envolviendo ahora sus dos muñecas, zarandeándolo.

No sentía nada. Changbin se apagó.

"Nuestras vidas están conectadas de formas tan feas, Changbin, tan miserables", las palabras memorizadas que había escrito en aquella hoja de papel vinieron a su cabeza como un canto de desgracia. De repente entendió todo, entendió el odio, entendió porqué lo despreciaba tanto antes. Entendió porqué nunca habían sido cercanos, incluso entendió porqué habían trabajado para Park Dongyoon.

Se soltó de las manos y se dio la vuelta hacia el coche que seguía parado allí. Antes de que llegase junto a la ventanilla abierta del conductor, Minho ya había salido del vehículo y levantó las manos buscando una tregua. Cambió de mano el paraguas y soltó un puñetazo contra la cara del hombre que había quemado su casa. El dolor en los nudillos lo hizo estremecer, pero agarró la chaqueta de aquel chico y lo estampó contra la carrocería del coche violentamente.

—¿Dónde está Felix? —preguntó enajenado

—¿Qué coño...? —Volvió a sacudirlo, interrumpiendo su respuesta.

—¿Dónde está?

—¿Crees que voy a dejar que te acerques a él así? ¿Estás loco o qué? —Otro zarandeo violento y la paciencia de Changbin, por primera vez en su vida, parecía estar acabándose.

—Nunca le haría daño, en mi puta vida. Preferiría morir que hacerle daño —contestó, con los dientes apretados, acercándose a la cara felina con amenaza.

Era vagamente consciente de que Minho podría defenderse. Él no tenía ningún entrenamiento más allá de las pesas que hacía en el gimnasio regularmente. Pero ahora mismo su rabia no le cegaba. Su cuerpo estaba a punto de explotar y la onda expansiva iba a coger a aquel hombre en medio.

Un golpe más de la espalda del tío contra el metal, esta vez con más fuerza. Minho gimió agarrándolo por la pechera del abrigo. Si iba a golpearlo, que lo hiciera, le daba igual, ahora Jisung estaba a salvo, lo único que necesitaba era enfrentar a Felix una última vez y podría morir en paz. «Ojalá mi próxima vida sea un poco mejor que esta».

—Déjalo, Changbin hyung... —escuchó el murmullo y por un momento pensó que era su cerebro jugándole una mala pasada. Miró a su alrededor aturdido.

—Ni hablar —Minho le agarró, conteniéndolo—. Vuelve al coche con Jisung, llévalo a un lugar seguro.

El hombre lo empujó con tanta fuerza hacia atrás que trastabilló y casi cae sobre la calzada encharcada. Levantó la cabeza mirando al coche por la ventanilla abierta mientras Minho se apresuraba a abrir la puerta para entrar y marcharse. Y lo vio.

Su pequeño polluelo estaba detrás del asiento del copiloto, con el pelo húmedo y la cara llena de lágrimas. Sacudió la cabeza porque no podía creerlo. Dejó caer el paraguas y agarró del hombro a Minho antes de que entrase al coche, lo lanzó hacia atrás con tanta dureza que el hombre cayó al asfalto maldiciendo.

Abrió la puerta trasera del coche y se estiró sobre el asiento hasta que agarró las manos calientes de Felix entre las suyas. Tiró de él sin tener en cuenta la cara aterrorizada de aquel chico frágil que se había convertido en el muro de hormigón más alto y resistente del mundo para Changbin.

Lo sacó del coche a rastras y lo abrazó tan fuerte que lo escuchó gemir. Otra vez su interior se derritió cuando sintió como el chico lo envolvía también. Estaba ahí, era real. Tan real como la lluvia que caía sobre ellos, tan real como el oxígeno que entraba en sus pulmones, tan real como el todoterreno del que lo había sacado.

Las manos de Changbin acariciaron la cintura estrecha y su cara se apretó contra el hombro. Se echó a llorar como un bebé. Hipando, con la respiración entrecortada, con las lágrimas confundiéndose con los goterones que les calaban. Escuchó llorar a Felix entre sus brazos.

—Polluelo... —gimió, desesperado, con la voz rota, tratando de decirle todo lo que quería decirle.

—Changbin... —respondió a duras penas el chico. Las manos pequeñas desabrocharon el abrigo negro de paño y un segundo después las sintió dentro. El chico se escondió dentro del tejido, con la cara pegada a su cuello.

Le cubrió con los lados del abrigo y fue consciente, por primera vez, de cómo caía el agua por el pelo de ambos, de cómo la ropa de Felix estaba empapada. Se enfermaría y Changbin no podría cuidarlo. Le dio una estúpida ansiedad injustificada.

—Gracias por confiar en mí una última vez... —dijo bajito el chico.

—Tengo que decirte algo, Felix... —Se apartó un poco de él y la lluvia parecía ahora menos intensa que hacía unos minutos—. Gracias por ponerme antes que todo el mundo. Gracias por salvarme. —Los ojos enormes se movían rápidamente entre todas las facciones de la cara de Changbin. Vio el puchero empezar a formarse en sus labios carnosos y no pudo evitar el impulso.

Lo besó suavemente, solo un roce sobre la carne temblorosa. Pero Felix no lo dejó apartarse, pegó sus belfos juntos y lo besó como si estuviera buscando su alma dentro de la boca. Sus lenguas se encontraron a medio camino, en un viaje de no retorno hasta el corazón vibrante de Changbin.

Dios, cómo necesitaba a ese hombre. Se besaron durante mucho rato, con sus bocas encajando en ese baile extraño en el que Changbin era tan inexperto. Quería seguir besándole para siempre, con sus cuerpos pegados el uno al otro. Perteneciéndose.

Changbin no tenía ya patria ni bandera porque todo lo que era se lo estaba entregando a Felix en ese beso. Y quería que lo supiera, quería que le quedase claro que todavía le necesitaba, que le necesitaría cada minuto de su vida. Quería gritarle que no se le ocurriera subir a ese todoterreno con su hermano, que nunca, jamás, le dejaría marcharse de su lado.

Se separaron para tomar aire y ahora la lluvia era más un susurro incesante que una tromba rabiosa. Con sus pulgares secó el agua de las cejas del polluelo y echó hacia atrás el pelo que caía por la frente.

—Siempre confiaré en ti. Aunque me engañes, aunque pisotees mi corazón mil veces. Siempre vas a tener mi confianza.

—Changbin... por favor...

—Jisung me lo ha dicho... lo que... —Se atragantó un poco con las palabras y respiró hondo cerrando los ojos. Acercó sus labios para darle un pico antes de continuar—. Sé por qué nuestras vidas están conectadas... Lo sé, lo de mi padre... —Se sentía tan avergonzado que era incapaz de decirle nada más—. Lo siento. Perdóname. Por todo.

—No es tu culpa, nunca ha sido tu culpa... ni la de Jisung... Nunca debimos echaros la culpa. —Volvió a llorar apretando los labios hacia abajo y Changbin besó el puchero.

—Te perdono por todo. Te perdono todas las malditas cosas que pasaron. Te quiero, Felix, te quiero tanto que me quema el pecho saber que vas a subirte a ese coche y no voy a volver a verte —confesó Changbin, cayendo una vez más sobre los labios rosados—. Te quiero. Estoy enamorado de ti. Y te perdono. Gracias por protegerme...

Jesucristo, el llanto contenido volvió a su garganta con un gemido lastimero que Felix tragó contra su boca otra vez. Trepó por su cuerpo agarrándose a sus hombros, envolviendo las piernas delgadas a su alrededor. Changbin lo agarró con tanta fuerza que temió romperle algún hueso.

Se besaron con hambre de nuevo, en medio del caos de sus corazones. Y ese beso supo a lo que sabían las despedidas.

—Tenemos que irnos. —La voz de Minho llegó desde alguna parte, pero no supo ubicar dónde.

Se separó de Felix lo suficiente para mirar alrededor y encontrar al hombre a unos cinco pasos de distancia, sosteniendo el paraguas negro que había llevado Changbin.

Besó una vez más a Felix, queriendo llevárselo consigo. Se desenredó y bajó al suelo suavemente, mirándole a los ojos. Las profundidades oscuras brillaban por las lágrimas y Changbin quería decirle que se recuperara, que hiciese su vida lejos, que fuese feliz. Pero una parte fea y egoísta de él no quería que Felix fuese de nadie más que suyo, así que simplemente se acercó a darle un pico suave que no fue a más.

—Cada vez que hablamos a solas me sorprendes, Gorila hyung —bromeó. Changbin sonrió—. Recuerda no fruncir tanto el ceño —La pequeña mano fue hasta su cara y el índice estaba entre sus cejas—. Gracias por llenar mi vida de mariposas, Seo Changbin...

El chico se separó con esfuerzo y rodeó el coche para entrar en el asiento del copiloto. Seo se quedó allí parado, debatiéndose sobre si debía agarrarlo, ponerlo sobre su hombro y meterlo en el coche en el que esperaba Han. Minho apareció en su campo visual y cerró la puerta trasera del coche que aún estaba abierta. Le acercó el paraguas a Changbin y le miró a los ojos.

—Ojalá pudiera reponer todo lo que destruí. Perdóname por quemar tu casa.

—Nuestra casa. También era tu casa, Minho hyung, o podría haberlo sido —Miró una vez más dentro del todoterreno el perfil de Felix, que apartaba la mirada de él, probablemente por las mismas razones por las que Minho se interponía entre Changbin y la puerta del conductor—. Te perdono. Cuida de lo que queda en pie de mi hogar. Lo dejo en tus manos.

—Llevo toda mi vida cuidando de él. Cuida de Jisung, yo... es importante para mí.

—Yo también llevo toda mi vida cuidando de él. —Minho asintió poniendo la mano en su hombro por un segundo antes de subirse al todoterreno y marcharse.

Mientras veía las luces rojas desaparecer pensó que aquella mano en su hombro había sido como un contrato de sangre. Él cuidaría de Felix como llevaba haciéndolo toda su vida y Changbin cuidaría de Jisung como los últimos 15 años.

El acuerdo tácito le dibujó una sonrisa triste en su cara. Quería secar las lágrimas que sabía que Felix estaba derramando en el coche. Quería hacerle sopa cuando enfermase. Quería besarlo hasta dejarlo sin aliento todas las noches.

Iba a echar de menos cada maldito segundo: las discusiones, las series en la televisión, la risa despreocupada e histérica. Otra vez, iba a echar a alguien de menos.

Se encaminó al coche y se quitó el abrigo antes de entrar, lo dejó sobre el asiento trasero junto con el paraguas antes de sentarse en el asiento del conductor. Arrancó y miró a Jisung de refilón. Sus ojos seguían fijos en la dirección por la que se habían marchado los dos hermanos.

De repente, la mano de Han cayó sobre la suya y apretó sus dedos alrededor. Jisung tenía la cara triste, surcada por las lágrimas, pero ninguno de los dos habló. El apretón suave significaba aceptación, no le culpaba por lo que sentía y se sintió mejor.

Salió a la calzada en dirección diferente a la que Minho y Felix tomaron, en dirección a Seúl, a casa. Pero esa palabra ya no era más que un sustantivo vacío, solo un techo bajo el que resguardarse. Su hogar, el de las dos personas que iban en silencio en el coche, tomadas de la mano, estaba en un todoterreno en dirección a un futuro desconocido lejos de ellos.  

***

3/3

No sé qué decir, navegantes... Solo pedirles perdón por el drama (pero es que mi perro corazón ama la tragedia)

Solo queda un capítulo para el final, un mastodonte que tiene más de 10 mil palabras y 25 páginas de word. Lo subiré mañana, porque tampoco los voy a tener esperando indefinidamente.

Gracias por leer, gracias por estar, gracias.

¡Nos vemos en el infierno

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