35. La entrega V

🎶Banda sonora: Hold on - Chord Overstreet🎶

Chiaksan. Martes. 23:15.

Enfiló la pista de tierra agarrando con fuerza el volante. La lluvia no paraba de caer y los charcos hacían la carretera casi impracticable. Solo quedaban cinco kilómetros para llegar a la cabaña y su cuerpo temblaba de anticipación.

—Vamos a quedarnos atrapados en medio del camino —se quejó su hermano en la parte trasera del coche. Lo vio levantarse entre los asientos delanteros mirando a la oscuridad ante ellos.

—Reza todo lo que sepas para que no sea así, Yongbok. Y escóndete.

—No me jodas, no hay ninguna cámara aquí. Llevo más de media hora hecho una bola ahí abajo. Déjame estirar un poco la espalda.

Minho suspiró derrotado. Era imposible discutir con él y sabía que se pondría aún peor, con esa cantinela que usaba para mermar su paciencia. Siempre había sido así y en el fondo se echaba la culpa por haberlo mimado de más.

Minho y Ari habían tratado de darle a Felix algún tipo de normalidad en la locura que era su vida. Ari empezó a trabajar para la organización antes que él, así que había sido el encargado de cocinar, limpiar y hacer los deberes con Yongbok. La rutina funcionó por un tiempo. Luego empezó a ir a aquel gimnasio y el resto era historia. Igual que su vida: una tragedia llena de malas decisiones, sangre y mentiras, un millón de mentiras.

—No debiste haber venido, Yongbok —dijo, reduciendo un poco la velocidad, con miedo a quedar atrapados en el barro.

—No empieces.

—Es que es la puta verdad. No debiste haber venido. Jisung no necesita saber esto.

—¿Crees que Changbin no iba a contárselo en cuanto le viese? Déjame por lo menos enfrentarlo yo mismo. Que me parta la cara si quiere.

—¡Mierda! —gritó, frenando en seco y apagando las luces del coche.

A poco menos de 700 metros, la luz de la cabaña estaba encendida y había un coche en el exterior. «Mierda, mierda, mierda». Su hermano acercó la cabeza entre los asientos, justo al lado de la suya.

—Dijiste que no habría nadie... —susurró, asustado.

—Se suponía que no habría nadie...

—¿Qué vamos a hacer? —La voz entrecortada de su hermano le envió un estremecimiento de miedo a la columna. Le había dejado venir única y exclusivamente porque creía que la cabaña estaría vacía—. No vas a dejarlo ahí, ¿verdad? No vas a dejar a Jisung ahí dentro... ¿verdad, hyung?

Minho tragó saliva y apretó el volante. Sopesó sus opciones y ninguna le gustaba. No quería tener que enfrentarse a nadie, no sabía cuántas personas había ahí dentro. Todavía tenía una posición dentro de la organización, podría fingir que Park Dongyoon le había ordenado llevarse al chico. Podría fingir que lo ejecutaba en el bosque. Podría salvarlo si lograba que Jisung cooperase con él.

Pero dudaba que fuese a escucharle. Y dudaba que Felix le obedeciera también.

—Agáchate ahora mismo. —Sorprendentemente, el chico lo hizo, se metió en el hueco entre el sillón del copiloto y el trasero y lo miró desde allí, con los ojos enormes suplicantes.

—Por favor, no lo dejes aquí... —rogó. Minho sacó una de las pistolas de la funda en el pecho y se la dio.

—Está cargada. Apunta al torso, me da igual lo bien que creas disparar, no te arriesgues a fallar. El retroceso es duro así que ten cuidado con eso también.

—No voy a disparar a nadie, hyung.

—No, si puedo impedirlo. Pero no sabemos cuánta gente hay en la cabaña y tengo que sacar a Jisung sin levantar sospechas. Solo prepara el arma y dispara a cualquiera que no seamos él o yo.

Felix asintió obediente, antes de mirar con detenimiento la pistola que ahora empuñaba. Minho volvió a arrancar el todoterreno.

Llegó cerca de la puerta y salió, dejando el coche en marcha. Dio una última mirada de soslayo a su hermano, que estaba en el suelo agarrando sus propias rodillas.

El agua cayó sobre él disipando un poco la confusión. Su cuerpo seguía zumbando como un abejorro. No podía entrar en aquella casa con el arma en alto, pero era lo que quería hacer. Disparar a todos los que estuvieran allí y sacar a Jisung. Tenerlo otra vez entre sus brazos. Besarlo una última vez.

No iba a pasar, obviamente, porque Jisung no le iba a permitir ni acercarse. Solo esperaba que confiase en que iba a salvarle y no pusiese resistencia.

Su mano estaba sobre el pomo de la puerta e inhaló el aire profundamente, dejándolo en sus pulmones hasta que quemó. Olía a tierra mojada y los únicos sonidos en aquella parte del bosque eran el motor del coche y la lluvia sobre los árboles.

Abrió despacio, componiendo su mejor cara de circunstancia antes de encontrarse con la mirada fría de I.N, sentado en el sofá, con un cigarro en una mano y un arma en la otra. Se tensó tan rápidamente que casi arranca la madera de los goznes.

—Bienvenido, Lino. Pensé que no volvería a verte —saludó. Minho estaba congelado. No podía mover nada más que las pupilas por todo el espacio.

Había dos tazas sobre la mesita delante del sillón. «¿Quién coño está bebiendo té verde? ¿Está Park Dongyoon aquí?», tembló de nuevo imaginando el cadáver de Jisung en el sótano, destrozado, roto, mancillado. Su corazón se sacudió cuando oyó la cisterna del baño.

Miró hacia allí, olvidando que Yang Jeongin seguía en el sofá amenazando con su arma. Si Dongyoon salía de aquel baño le dispararía. Si le habían hecho daño a Jisung, mataría al menos a uno de los dos hermanos y rezaría porque Yongbok pudiese huir sano y salvo de allí.

Alguien salió del baño. No era Dongyoon.

Jisung lo miró, igual de paralizado que él. Un segundo de reconocimiento y su piel se encendió por todas partes. Estaba tan jodidamente asustado de que estuviese muerto que verlo de pie, frente a él y en aparente buen estado, casi le hace desmayarse.

Sus estúpidas piernas se volvieron gelatina y su estómago cayó en un golpe. Su agarre se afianzó en el pomo de la puerta abierta y lo agradeció, porque no podía asegurar que no estaría en el suelo hecho pedazos si no hubiese tenido ese punto de apoyo.

Jisung colocó una mano en la pared junto a él, buscando la misma toma de tierra que él había necesitado. Minho sentía su cuerpo como un cable pelado chispeando. Ah, Jesucristo, esos labios rosados que tantas veces besó estaban blanquecinos y su piel estaba grisácea y sin brillo. Sin embargo, seguía siendo tan jodidamente guapo como el día que le vio en aquella discoteca.

Nadie habló por lo que parecieron eones, pero Minho no podía decir nada. Solo podía mirar cada centímetro del hombre que no se había movido de la puerta del baño a cuatro pasos de él. La ropa no era la que él había escogido. No llevaba los calcetines de invierno.

Un movimiento en su visión periférica captó su atención. I.N se había levantado del sofá. No pudo hacer nada más que reaccionar. Sacó el arma de su pecho y le apuntó, mirándole directamente. La sonrisa mezquina apareció en la cara de su jefe y vio el brillo en sus ojos.

—Jisung, súbete al coche que hay en la puerta. Las llaves están puestas. Vete —dijo, sin mirarlo.

—¿Qué coño...? —trató de replicar

—¡Lárgate de aquí! —gritó y vio por el rabillo del ojo como el chico se estremecía.

—¿Vas a matarlo? —preguntó, cuando estuvo más cerca. Minho no lo miró porque no podía apartar la vista de Yang Jeongin, que ahora sonreía más abiertamente y negaba con la cabeza.

—No va a matarme, ardillita —contestó el hombre y Minho estuvo a punto de disparar solo por utilizar ese mote cariñoso que no le correspondía.

Jeongin levantó el arma y apuntó a Jisung con su mueca cruel en la cara. La ansiedad casi lo vuelve loco. Por poco aprieta el gatillo. Pero algo dentro de él se lo impidió.

—Baja el arma, I.N, deja que Jisung se vaya. No me obligues a dispararte...—La mirada del hombre cambió y el brazo que sostenía el arma cayó a su costado.

—Te lo dije, ardillita, que él ya había elegido.

Se atrevió a desviar un segundo la mirada hacia el hombre del que estaba enamorado. Jisung tenía el ceño fruncido y lo miraba directamente, como si estuviera tratando de atravesar su cráneo y meterse en su mente. Se mordió el labio concentrado y Minho casi sonríe.

El estallido de la pistola sonó tan cerca de su oído que le dejó momentáneamente sordo. Se tiró contra Jisung llevándolos a ambos en cuclillas al suelo mientras su aturdida cabeza trataba de ubicarse. I.N estaba de pie, mirándose el estómago con las cejas fruncidas y la sangre manchando su ropa.

Giró la cabeza al otro lado y encontró a Felix en el marco de la puerta abierta empuñando el arma con los dos brazos estirados. Estaba a punto de romper a llorar y temblaba como una hoja, pero no bajó la pistola. Minho se puso en marcha antes de esperar la respuesta de I.N, no quería comprobar cómo de peligroso podía ser ese animal herido.

Tiró del brazo de Jisung arrastrándolo fuera de la casa. Su otro brazo se enganchó en la cintura de Felix y lo cogió en volandas mientras el cuerpo de su hermano tiritaba contra su costado. Escuchó el sollozo ahogado antes de abrir la puerta trasera del coche y empujarlos a ambos dentro, uno encima del otro. Se subió en el asiento del conductor y dio marcha atrás casi estrellándose contra un árbol.

Encendió los faros cuando ya llevaba cien metros de camino y rezó a todos sus ancestros para que les protegieran en este viaje de pesadilla que les esperaba por los próximos kilómetros en la pista llena de baches, charcos y barro.

De repente, cuando ya llevaba unos minutos conduciendo, se dio cuenta del silencio espectral en la parte trasera del coche y temió lo peor.

—¿Alguno está herido? —preguntó, pero nadie contestó. Miró por el retrovisor y solo pudo ver el hombro de Jisung tumbado sobre el sillón trasero—. ¡Mierda! ¡Jisung! ¡Felix!

Ninguno de los dos respondía, pero no podía parar el puto coche. Temía que I.N estuviese ahora mismo persiguiéndolos, buscándolos para clavar sus cabezas en una pica. Echó la mano hacia atrás buscando el contacto de alguno de los dos chicos y una mano pequeña y temblorosa se agarró con fuerza a su muñeca antes de poner la pistola en su palma.

Minho respiró profundamente cuando entendió que su hermano estaba bien. Aminoró la velocidad solo lo suficiente para no parar del todo y se arriesgó a dar una mirada tras el asiento del copiloto. Su hermano estaba allí, hecho una bola, mojado, con los labios con un puchero y llorando silenciosamente. Lo miró a los ojos, suplicando por algo que él no entendió.

—¿Puedes comprobar si Jisung está bien? —dijo en voz baja, antes de volver a mirar hacia la carretera. Con suerte saldrían al asfalto en unos pocos minutos y aunque aquellos caminos secundarios eran peligrosos, al menos no temería quedar atrapado en un lodazal en medio del bosque.

Escuchó movimiento atrás y, por el espejo, vio a su hermano levantarse del hueco y cernirse sobre el hombre que estaba tumbado en el asiento trasero.

—Está bien, creo que está en shock... —informó Felix, devolviéndole la mirada por el retrovisor. Minho respiró tranquilo por primera vez en mucho rato—. Jisung, ¿estás herido?

El chico gimió suavemente cuando su hermano lo sacudió por el hombro. Minho aceleró vislumbrando el principio de la carretera asfaltada. Necesitaba llegar a algún lugar seguro pronto, necesitaba llevar al chico con Changbin cuanto antes.

—¿Lo maté? —susurró Yongbok de repente—. ¿I.N hyung está muerto?

No, no podía hacerse cargo del colapso de su hermano ahora. No podía porque tenía que conducir, tenía que prestar atención a la puta carretera y a la lluvia torrencial que le impedía ver más de cuatro metros ante él.

—Cálmate, por favor.

—¿Crees que lo maté, hyung? ¿He matado a una persona? ¿Está muerto? —balbuceó volviendo a caer en el hueco tras el sillón del copiloto.

Minho soltó la pistola en el asiento a su lado y llevó la mano hacia atrás, buscando a su hermano a tientas. El rubio lo agarró por la muñeca y llevó su palma contra su mejilla. Sintió las lágrimas y el pelo húmedo en su mano y movió el pulgar sobre el pómulo, tranquilizándolo.

—Está bien, por favor. Tienes que calmarte, tenemos que sacar a Jisung de aquí, después hablaremos de esto, ¿de acuerdo? —trató de apaciguarlo y sintió como movía la cabeza asintiendo—. Vamos a salir de esta, vamos a llevar a Jisung con Seo y nos iremos lejos, ¿vale? —Otro asentimiento de la cabeza, escuchó como sorbía los mocos por la nariz.

Minho condujo más seguro por la carretera asfaltada. La lluvia parecía que no iba a parar, pero al menos sus neumáticos mantenían un agarre estable en el suelo, y la suspensión del coche no se removía con los baches.

Felix no le soltó la mano y él tampoco pudo apartarla porque le partía el alma. Esto no era lo que quería para él. No quería que Felix tuviera que empuñar un arma nunca, no quería esas pesadillas con él. Lee Minho había vivido durante años con esos demonios y era veinte veces más duro que el pequeño chico que ahora lloraba contra su palma.

Joder, ¿cuánta mierda más tendrían que aguantar? ¿Cuántos infiernos más tendrían que cruzar para vivir una vida normal? ¿Cuántas veces más tendrían que sufrir para poder ser felices?

Yongbok hipaba en el suelo, respirando fuerte y restregándose como un gato contra su mano húmeda. Minho agradeció al cielo cuando entraron a la autopista por la que empezarían su viaje de despiste. Su hermano no lo soltó. Y Jisung estaba a su lado en estado de shock, desconectado del mundo real, o eso creía.

—¿Qué hay entre vosotros? —la voz resonó en el silencio del coche. Los dedos pequeños se apretaron en su muñeca y sintió el terror de su hermano.

¿Debía contestar? ¿Podría decirle la verdad? Parecía difícil, de verdad sentía el miedo arañar sus entrañas y no sabía bien por qué. Es decir, era obvio que Jisung no querría volver a verle jamás después de todo esto. Pero una parte de él guardaba una esperanza, una llama pequeña que titilaba en su corazón helado. Si le decía toda la verdad, se apagaría esa vela para siempre.

—Felix... —llamó Jisung, incorporándose en el asiento trasero. Minho lo miró a través del retrovisor, bebiendo de esa imagen divina que era como agua fresca para su garganta reseca.

—Yo... —El pequeño era incapaz de articular una frase completa ahora mismo y se aferraba a su muñeca buscando un apoyo que Minho no sabía cómo darle—... Nosotros...

—¿Vosotros qué? ¿Lee Minho? —Volvió la vista al retrovisor de nuevo ante la reclamación. Se miraron a los ojos unos segundos en el reflejo.

—Yongbok... Felix... Felix es mi hermano pequeño —confesó, tragando un nudo en su garganta que se sintió como una bola de demolición cayendo contra su estómago cuando vio la reacción de espanto de Jisung.

Lo escuchó moverse en el asiento trasero y agradeció el cierre de seguridad en las puertas y que estuvieran a más de 120 km por hora en medio de la autopista. Tenía clarísimo que Jisung hubiera saltado del coche en marcha en otras circunstancias.

—Mentirosos de mierda... —sollozó Jisung.

Felix le soltó la mano por primera vez en mucho rato y Minho la afianzó en el volante antes de volver a mirar por el retrovisor. Su hermano estaba ahora sobre el asiento trasero, acercándose suavemente a Han. Escuchó el intercambio y vio cómo lo empujaba al otro lado del coche.

—No te acerques a mí —dijo y escuchó a Felix volver a llorar, esta vez contra la ventana tras el asiento del copiloto.

Minho respiró hondo, no podía lidiar con eso. Iban a tener un accidente y morir los tres si seguía distraído. Guardó silencio y en la cabina metálica solo podía escuchar su corazón rebotando contra sus oídos, la lluvia golpeando la carrocería y el llanto de las dos personas que más amaba en el mundo.

La pequeña llama en su corazón se apagó de repente y el frío le caló hasta los huesos. 

***

2/3

Navegantes, este es nuestro mes (de quienes que pertenecemos a la comunidad y de quienes son aliados) 

¡Nos vemos en el infierno!

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