34. La entrega IV

🎶Banda sonora: Blood in the water - Grandson🎶

Puerto de Pohang. Martes. 23:45.

El almacén de la dársena 46 bullía de actividad. Los carretilleros transportaban mercancías en palets de madera de un lado a otro. Algunos cargaban los fardos plastificados en los camiones de forma ordenada. Otros comprobaban la pureza y calidad de la carga que estaban manejando.

Dongyoon, Namsik y Mark estaban de pie a un lado, contemplando aquel enjambre formado por unas treinta personas que se movían de forma silenciosa y eficiente. Dongyoon sonrió complacido y miró a su derecha, un pequeño grupo de hombres observaba igual de interesado. Sus socios hablaban con su traductor, Dongyoon había traído el propio, por supuesto no se fiaría de un hijo de puta que trabajaba para otra gente.

—Quiero comprobar la mercancía —dijo de repente y ambos traductores hablaron a la vez repitiendo sus palabras. Manuel, como se hacía llamar el jefe de sus socios, contestó con un asentimiento suave de cabeza.

Se acercó despacio a uno de los fardos cargados y lo abrió con una navaja que llevaba en el bolsillo. El polvo de color blanco impoluto saltó hacia afuera cuando la cinta americana alrededor restalló. Cogió un poco con la punta del filo y lo esnifó. Otro poco lo esparció suavemente en sus encías. No había demasiados cortes, la cocaína tenía la calidad que se esperaba. Calidad por la que había pagado una maldita buena cantidad de dinero.

La sonrisa se dibujó en su rostro, aliviado porque esos cabrones estuvieran cumpliendo con sus palabras. «Una preocupación menos». Volvió despacio hacia el grupo de hombres y vio un pequeño nervio contraerse en la mano de Sik. Se acercó directo a él y tiró por el brazo para apartarle del grupo.

—¿Han dicho algo? —preguntó.

—No. Solo estoy preocupado por si algo sale mal. Los estibadores tienen que darse prisa, no quiero estar aquí más tiempo del necesario y la puta lluvia ya ha retrasado mucho la descarga. —Tenía razón, como siempre. Sik era una suerte de niño prodigio y su cerebro trabajaba en una frecuencia diferente al resto de los seres humanos—. Y, como te dije, me pone muy nervioso que Han Jihyeon esté en el coche fuera del puto almacén. Ese cabrón podría tener un GPS metido en el culo.

Dongyoon oe miró frunciendo el ceño y apretó los dedos en el brazo que aún mantenía: —Creía que ibas a dejar de cuestionar mis decisiones.

—Sabes que no puedo hacerlo. Traer a Han ha sido una estupidez.

—Han tiene una pistola en la sien ahora mismo. Si nos jode, le volarán la cabeza. Así que tranquilízate de una puta vez y deja de poner nerviosos a los demás. Pon tu mejor sonrisa y diles las cuatro mierdas que sabes decir en español.

—El de la sonrisa divina es otro y está haciendo perfectamente su trabajo.

Sik se soltó y volvió junto a Mark, que hablaba con los visitantes medio en inglés, medio en coreano, poniéndoselo difícil a los traductores. Sonreía y ponía esa mirada de chico bonito que hacía que la gente quedase aturdida a su alrededor. Estaban hablando de sitios que debían visitar en esas vacaciones.

Lim Namsik se colocó al lado del chico con una mano en su hombro.

—Tenemos que acelerar, hemos perdido mucho tiempo con la descarga, Mark, encárgate de organizar a los hombres para optimizar —ordenó. El chico guapo sonrió y se despidió de los socios con una reverencia.

Se giró donde Mark hablaba con los jefes de las cuadrillas y ellos empezaron a ladrar órdenes para darse más prisa en los procesos. Aquel chico tan guapo salió hacia la puerta del almacén para hablar con los estibadores que continuaban allí, bajo la lluvia.

Y entonces se desató el infierno.

Puerto de Pohang. Miércoles. 00:06.

El primer escuadrón formado por diez hombres entró por la puerta principal del almacén con un estruendo. Perfectamente coordinados y en fila apuntaron directamente a todas las personas que había en aquel edificio.

La gente empezó a correr. Se movían por todas partes entre gritos y órdenes que trataban de hacerles salir de allí impunemente. No lo lograrían. Cuatro ventanas laterales del piso superior del almacén reventaron y otro grupo de agentes entró por allí, colocándose en el barandal apuntando a los que trataban de subir las escaleras para esconderse en los despachos del primer piso.

Sonó el primer disparo. Venía de la parte trasera exterior del almacén, donde la gran puerta daba a la dársena 46, el lugar en el que el barco había descargado las toneladas de cocaína suficientes para abastecer a todos los adictos de Corea por mucho tiempo. Una pena que todo fuese a ser incautado. Bien, una pena para Park, un triunfo para él.

—¡A cubierto! —gritó por el intercomunicador—. Park Dongyoon está dentro, escuadrones 3 y 5 necesito cobertura completa de la salida trasera. Ese hijo de puta no puede escapar.

Lo había perdido de vista ahora, los disparos venían de todas partes. Park había estado allí, parado a la izquierda del almacén y al segundo siguiente se había escondido como la rata que era. Sus hombres se movieron rápidamente, agachándose y avanzando sin responder aún a los disparos. Fuera podía escuchar los gritos y el zumbido de las balas volando de un lado a otro.

Los tiros llegaron al almacén. Era inevitable que hubiese una respuesta armada, pero Siwon no creyó que los trabajadores del almacén realmente tuvieran armas para defender su posición. La realidad lo sorprendió.

Se protegió tras uno de los camiones y caminó, con la espalda pegada al metal del vehículo. Sentía el sudor empapar su cuerpo debajo del traje reglamentario. El Kevlar pesaba como un hijo de puta en sus hombros y el casco le impedía ver con claridad.

Una bala golpeó el espejo retrovisor junto a él y se agachó conteniendo el gemido. Sus oídos pitaban, como siempre que había tanto ruido a su alrededor. Echó un vistazo general a la gran puerta trasera, todavía no veía a las unidades que debían entrar por allí, así que seguramente se estaba poniendo más difícil de lo que habían pensado en un principio. Pero Son Siwon estaba preparado. Todos lo estaban.

Por el escándalo que escuchaba había al menos una decena de hijos de puta armados en aquel lugar, además de su unidad y la dispuesta en el piso superior.

—¿Bajas? —preguntó al intercomunicador.

—Tengo dos hombres heridos en el 4. Están a cubierto —contestó uno. Solo dos heridos en el barandal, bien, podrían protegerse.

—Aquí afuera es un puto desastre —gruñó alguien en la línea, con un coro de gritos y ruidos de disparos—. No puedo comprobarlo ahora mismo.

—4 y 6, respondemos con fuego. Se acabó jugar al escondite —ordenó—. Tenemos que acabar con esto cuanto antes.

El ruido se puso aún peor. Las ráfagas resonaban golpeando contra todo lo que había en aquel almacén cuando los dos escuadrones empezaron a disparar también. Joder, no había ido nunca a la guerra, pero seguramente era así como se sentía uno cuando estaba en medio de una.

Caminó despacio, prácticamente en cuclillas, haciendo de sí mismo un objetivo más pequeño. Volvió a revisar todo el espacio y vio a uno de los extranjeros empuñando un arma tras uno de los fardos que había en el lado contrario al que él estaba. Era probable que Park Dongyoon estuviese cerca de ese mamón.

Rodeó por completo el caos, evitando ser detectado, con el único objetivo de capturar a los hermanos Park. Bien, de capturar con vida al menos a uno de ellos. El otro iba a morir hoy y después gestionaría al jefe y sus quejas de mierda.

Tardó lo que le pareció una eternidad en llegar al otro lado del almacén. Se agachó tras un barril metálico y volvió a otear el terreno buscando a Dongyoon. Seguía sin verlo y eso lo estaba poniendo muy nervioso.

Miró al fondo, en la línea de la pared y en la esquina encontró a su objetivo. Había tres hombres que claramente no eran coreanos detrás de aquel fardo. Desde ese ángulo vio el cuerpo sin vida de un cuarto, parecía de raza mixta pero no podía apreciarlo del todo desde su posición. Se apartó del barril y se pegó a la pared acercándose despacio.

Escuchó el caos de los estibadores corriendo despavoridos hacia dentro del almacén mientras otros trataban de salir. Esos pobres desgraciados entraban a la ratonera que Siwon había preparado. Aprovechando la distracción, corrió hasta los tres cabrones que se protegían a sí mismos y los apuntó directamente.

—Suelta el arma —dijo en inglés alto y claro. El hombre obedeció, mirándolo fijamente—. Tengo a los extranjeros en la esquina oeste, junto a la puerta trasera. Necesito soporte ahora mismo —informó por el intercomunicador.

Diez segundos después, dos hombres de su escuadrón se agachaban tras el fardo esposando a los narcotraficantes. Siwon volvió la vista a la acción. Había varias personas en el suelo, eran trabajadores comunes que se habían visto sorprendidos en el fuego cruzado.

Según sus cálculos, entre trabajadores dentro y fuera del almacén serían unas 30 personas. Ahora mismo ya no se oían tantos disparos. Alguno suelto, pero no como el tiroteo ensordecedor que había entumecido sus oídos algunos segundos atrás.

—¿Alguien tiene a Park Dongyoon en la mira? —preguntó a los agentes por el auricular que llevaba puesto.

—Negativo —la respuesta fue unánime. Nadie había visto a ese cabrón. Sintió sus manos sudar dentro de los guantes y deseó poder quitárselos.

—Es imperativo encontrarle. Grupo 1, doblamos la atención en el exterior, puede huir por carretera. Grupo 3, a las dársenas, ahora. Y avisamos a la autoridad portuaria, que no salga ni una puta balsa de remos de este muelle.

Siwon corrió fuera del almacén, saliendo a la oscuridad del muelle. La lluvia caía como si el cielo fuese a derrumbarse sobre ellos en cualquier momento. El puto casco le hacía perder la concentración y se llenaba de gotas incómodas. El peso de la ropa se multiplicó por dos cuando estuvo empapado tras unos segundos. Una fila de hombres arrodillados, esposados con bridas, lo recibió.

No se molestó en pedir que los entraran, se merecían sufrir un poco bajo la lluvia. El escuadrón 3 se había desplegado por el perímetro buscando a Park . Algo le dijo que no le encontraría allí, un presentimiento de mierda. Pero tenía buen instinto, así que lo siguió.

Rodeó el almacén por la parte más estrecha, solo había un callejón por el que apenas pasaría un hombre adulto. Caminó despacio, evitando hacer ningún ruido al pisar. Cuando se alejó lo suficiente de la parte trasera, escuchó el gruñido de dolor.

Se tensó, apuntando con su arma, esperando encontrar cualquier cosa allí. La puerta de emergencias del almacén contiguo estaba entreabierta y Siwon pegó la oreja para oír mejor lo que pasaba dentro. Los sonidos guturales llegaban desde el espacio oscuro en el interior.

Barajó la posibilidad de pedir refuerzos, pero podría perder a quién quiera que estuviera dentro. También pensó en entrar y simplemente disparar a todas partes. La última opción era arriesgarse a que quien estuviese dentro tuviera un arma y disparase primero.

Decidió tomar la última opción y empujó la puerta. Se abrió con un chirrido desagradable y su peor pesadilla (y su mejor sueño) estaba allí. Park Dongyoon se agarraba el hombro con fuerza y la sangre caía de su brazo, que colgaba. Era el brazo derecho, Dongyoon era diestro, su arma no estaba a la vista. Tenía una posibilidad de sobrevivir.

—Se acabó, Park —afirmó, apuntándole con el rifle de asalto.

A su izquierda un destello de movimiento lo distrajo. Joder, el puto casco lleno de agua le impedía trabajar de forma eficiente. Había alguien más en el puto almacén, alguien a quién no había percibido antes. El dolor estalló en su pierna y cayó con una rodilla en el suelo. Se miró el muslo un segundo y volvió a levantar la vista hacia Dongyoon, que sonreía con el arma agarrada en su maldita mano izquierda.

El siguiente disparo le golpeó en el hombro. Y Siwon perdió el agarre sobre el rifle. Él era más hábil con las pistolas, estas putas armas pesaban demasiado y el retroceso le daba menos posibilidad para moverse. Ahora necesitaba llevar su mano al cinturón y sacar su glock para volarle la cabeza a ese mamón que había perforado su arteria femoral con la precisión de un cirujano.

«¿Cómo mierdas tiene esa puntería con la mano izquierda?».

Apenas pasaron unos segundos entre su entrada y los dos tiros que Dongyoon le había dado para incapacitarlo. Logró llegar a la funda de su arma, pero una tercera bala le atravesó la palma de la mano y rebotó contra su propia arma saliendo disparada hacia cualquier sitio.

Siwon no podía sentir si estaba sangrando mucho o poco, porque la lluvia le había empapado. Pero si hacía caso a la ciencia, teniendo en cuenta la velocidad a la que corría ahora mismo su pulso, se desangraría en unos minutos si, efectivamente, Dongyoon había perforado su arteria. Y no tenía duda de que el hijo de puta lo había hecho.

A Siwon no le importaba morir ahí, en esa mierda de sitio, acribillado a balazos como un colador. Lo que sentía era no poder vengar la muerte de Hayoon justamente antes de ir a encontrarse con él. Parpadeó, tratando de enfocarse mientras Dongyoon se acercaba para quitarle el casco de un tirón agresivo.

Lo iba a ejecutar, igual que habían ejecutado a Hayoon. Respiró hondo y lo miró por menos de un segundo. Le hubiese gustado despedirse de Yongsun, de sus padres, de los compañeros de la comisaría.

Le hubiese gustado pedirle perdón a Han Jisung por haber ignorado su bienestar en pos de la misión, aunque el chico ni le conociese. También le hubiese gustado meter entre rejas al cabrón de Han Jihyeon por su maldita colaboración con una organización criminal.

Sin embargo, no iba a poder hacer nada de eso. De hecho, se iría al otro barrio avergonzado por no haber podido detener a Dongyoon a pesar de haber pasado los últimos años centrado única y exclusivamente en ese caso. «Lo siento, Hayoon, no pude vengar tu muerte».

Entonces oyó el golpe de metal contra el hueso y Dongyoon cayó con los ojos en blanco. Ante él había ahora metro ochenta de músculos enfundados en un traje de marca completamente inconscientes. La herida en la cabeza del tipo estaba sangrando y temió que hubiese muerto.

Levantó la vista buscando a alguno de sus hombres y se rio con fuerza cuando miró a aquel criminal, igual de bien vestido, de pie con una tubería en las manos.

—Hijo de puta.

—De nada —contestó con el ceño fruncido.

—Lárgate antes de que venga alguien, Lim Namsik —ogó.

—Tu hombre me está esperando en el coche.

—¿Ese gilipollas sigue aquí? —No contestó, en cambio, cogió de su cinturón un juego de esposas y se las puso al cuerpo fuera de juego de Dongyoon. Le dio un saludo militar con una sonrisa traviesa jugando en sus labios y corrió al otro lado del almacén, alejándose rápidamente de la acción.

Son Siwon se sentó sobre sus propias rodillas con la quemadura de dolor golpeando cada nervio de su cuerpo. Apretó suavemente el botón del intercomunicador para hablar.

—Tengo a Dongyoon en el almacén contiguo, junto a la salida de emergencia. Está noqueado. Necesita asistencia médica y puede que yo también.

—¿Cómo de graves son tus heridas, Son? —preguntó alguien en su oreja.

—Estoy bastante seguro de que tengo la arteria femoral perforada —contestó secamente.

Escuchó más órdenes e improperios en el oído, tantos que volvió a dolerle la cabeza. Se sacó el auricular con dificultad, casi olvida que una de sus manos estaba completamente inutilizada. Se sentía cansado ahora, como si hubiese corrido una maratón sin entrenar.

Su cuerpo estaba entrando en un trance extraño y había empezado a sentir un hormigueo en la punta de sus extremidades. Tenía la certeza de que se estaba desangrando. Miró a sus rodillas y se encontró que estaba sentado en un enorme charco de su propia sangre. No podía ni hacerse un puto torniquete porque sus brazos no funcionaban, así que simplemente aceptó que moriría.

Se dejó caer pesadamente sobre el hombro donde no tenía un balazo y su cabeza golpeó el suelo, haciéndolo gemir. Mierda, había olvidado que no llevaba el casco. Tumbado allí, miró la cara de Dongyoon frente a él, con los ojos cerrados y un golpe del carajo en un lado de la cabeza. No pudo evitar sonreír.

Ese mamón era suyo ahora. Aunque Siwon no volviera a despertarse más, Park Dongyoon iba a pasar los próximos años entre rejas. Y eso tenía que ser suficiente.

Fue levemente consciente de los pasos a su alrededor y de cómo alguien lo levantó en vilo del suelo. Sus ojos no se despegaron del cuerpo esposado de aquel hombre hasta que lo sacaron por una puerta, bajo la lluvia otra vez. Entonces perdió la conciencia.     

***

1/3

Este fue uno de los capítulos que más me costó escribir porque las escenas de acción se me dan fatal. Pero aquí está.

¡Nos vemos en el infierno!

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