33. La entrega III
🎶Banda sonora: Enemy - Woodkid 🎶
Algún lugar. Alguna hora. ¿Corea?
Su estómago volvió a rugir de hambre. Las botellas de agua vacía se habían terminado hacía horas y tenía la boca pastosa. El olor desagradable de sus propios fluidos en el cubo se había metido dentro de su nariz y creía que no volvería a oler otra cosa.
Nadie apareció. I.N había vuelto a abrir la puerta en algún momento de todo ese tiempo para dejar seis botellas de agua. Las mismas que ahora descansaban de forma ordenada justo detrás del metal de la entrada en forma de castillo de naipes.
Había tratado de ocupar su mente en un montón de cosas: las tablas de multiplicar, los poemas que le enseñaban en la clase de coreano, recitó mil versos distintos. También se entretuvo en otros idiomas, hablando en voz alta porque, al fin y al cabo, prefería escuchar su voz a no escuchar absolutamente nada.
Pero todas esas distracciones acabaron cuando la sed lo hizo empezar a toser cada vez que intentaba tragar saliva. La garganta como gravilla lo había obligado a parar sus diatribas políglotas hacía unas cuantas horas.
Sin embargo, a pesar de que estaba haciendo su mejor esfuerzo por no pensar en ello, Changbin, Felix y Minho volvían a su cabeza. Estaba profundamente preocupado por Felix, pero el terror en sus huesos por el bienestar de Seo Changbing lo paralizaba.
En cuanto a Minho... Estaba enfadado, no como cuando I.N le confirmó que el chico había formado parte del complot. Ahora su enfado se había convertido en una especie de dolor fantasma. Era como si le hubieran amputado un miembro y todavía estuviesen los ecos del amor que sintió por él.
Jisung era consciente de lo estúpido que había sido. De cómo había puesto en peligro a sus amigos por un revolcón.
—No seas hipócrita, Jisung —dijo en voz alta, con la faringe irritada.
Se había enamorado de Minho. No fue solo un polvo porque entonces ahora mismo no estaría revolcándose en su propia miseria, pensando que el olor de la orina en el cubo opacaba el recuerdo de la piel del hombre.
Si había algo que Jisung podía hacer ahí, en la habitación vacía en la que estaba, era ser sincero consigo mismo.
Había sido un pésimo amigo y le debía una disculpa en condiciones a Seo Changbing y Lee Felix. Primero, por no creer en lo que tenían. Segundo, por haberles complicado la vida.
Se tumbó en posición fetal en el suelo duro y frío. De poco servía la ropa que el hijo de puta le había puesto. Podía sentir la humedad filtrándose hasta los huesos y sus articulaciones clamaban cada vez que se movía.
Minho había sido todo lo que él nunca buscó: un refugio, un héroe valiente dispuesto a salvarle de todo, incluido de I.N. O eso parecía.
Lee Minho pasó de ser un desconocido que lo follaba, a ser el amante que le hacía el amor. Y entonces se desveló como el cabrón cruel y despiadado que había planeado su secuestro durante meses... Tal vez años.
Una lágrima resbaló por el ojo de Jisung hasta su sien, confundiéndose entre su pelo. Había pensado que no le quedaban lágrimas y sin embargo estaba llorando otra vez, mirando a la pared.
Escondió la cara en las manos tratando de calmarse, pero era imposible. El perfil vacío de la silueta de Minho se alzaba imponente dentro de las ruinas de su corazón destrozado. Se había convertido en una especie de agujero negro que tragaba todo lo que se acercaba, por mínimo que fuese. Y lo primero que absorbió fue la dignidad de Jisung. Porque, mierda, una parte de él seguía necesitándolo tan desesperadamente que quería pedirle una explicación y perdonar todos sus pecados.
Y no era justo.
No era justo porque ese agujero negro masivo ya le había dejado en tinieblas y ahora amenazaba con aniquilar la lealtad de Jisung con sus amigos, su conciencia de sí mismo y hasta su maldita vida. Era consciente de lo erróneo de sus sentimientos.
Dejaría que ese campo gravitacional que tenía la forma de la espalda ancha de Lee Minho se llevase todo lo bueno, todo lo bonito, todos sus malditos recuerdos de los últimos meses al lado de aquel hombre. Daba igual que llorase por el resto de su vida, daba igual la sensación de soledad que pujaba por romperlo por completo. Nunca, jamás, perdonaría a Lee Minho.
La puerta a su espalda se abrió con un estruendo y el castillo de botellas se derrumbó. Sobresaltado se levantó dándose la vuelta y se pegó a la pared mirando con los ojos entrecerrados por la luz a I.N.
Lo sorprendió verle vestido normal; con un vaquero, una camiseta blanca de cuello alto y una chaqueta negra. No se movió ni un centímetro de donde estaba, pero deseó profundamente que trajese una botella de agua en la mano. O una pistola para matarlo y acabar con ese maldito encierro que lo estaba volviendo loco.
El hombre arrugó la nariz con asco y sacó un pañuelo de tela de su chaqueta, tapándose la cara. Sus ojos revisaron las botellas de agua en el suelo y el cubo en la esquina, la mueca de disgusto era perceptible incluso tras el tejido.
—Coge el cubo, después vendrás a por las botellas —dijo secamente, antes de girarse para salir de la habitación y dejar la puerta abierta. Jisung no podía creerlo. La luz se filtraba levemente desde la entrada, distinguió unas escaleras angostas que subían y otra puerta abierta al final de estas—. Vamos, ardillita, no me hagas perder la poca paciencia que tengo.
Tembloroso, se separó un paso de la pared y caminó hacia la esquina donde cogió con cuidado el cubo lleno con sus fluidos. Sus manos tiritaban y sus rodillas dolían. I.N empezó a subir las escaleras frente a él, pero Jisung sentía que algo tenebroso tiraba de él dentro de la habitación vacía. Al fin y al cabo, sí que tenía instinto de supervivencia.
—Ponte en marcha de una puta vez —ordenó el hombre desde la parte superior de las escaleras y Jisung obedeció.
Subió los escalones uno por uno, con sus pies descalzos cayendo sobre el cemento. Sus calcetines blancos estaban de color marrón ahora y sentía todo su cuerpo tiritar. Agarró el cubo con sus miserias aterrorizado de que se le cayese y I.N lo golpease por ensuciar el espacio estrecho de la subida.
Después de lo que parecieron cien años, llegó a la parte superior y encontró al hombre señalando con la mano una puerta abierta. Con los ojos entrecerrados por la claridad llegó hasta él y miró dentro de la pequeña habitación. Era un baño. Era un puto baño completo, con váter, ducha y lavabo. Casi llora con solo la visión de aquel sitio blanco reluciente.
—Deshazte de eso y date una ducha. Te ves y hueles horrible —comentó casualmente. Jisung lo miró entre confundido e indignado y estuvo a punto de contestar que era su culpa que se viera de esa manera—. Puedes tratar de escapar por la ventana, pero no hay nada más que bosque en veinte kilómetros a la redonda y en tu estado podría alcanzarte sin siquiera sudar.
Cerró la puerta tras él y Jisung se quedó allí dentro, en el servicio de azulejos blancos. Lo primero que hizo fue vaciar el cubo en el retrete y limpiarlo con la alcachofa de la ducha hasta que no podía percibir el insoportablemente vomitivo hedor. Cuando terminó, simplemente lo dejó a un lado. Sobre el mostrador del lavabo había una toalla de color azul y, debajo, un pantalón de chándal, una camiseta y una sudadera.
Esta vez sí que lloró cuando vio la ropa interior y los calcetines con etiqueta. Se quitó la ropa asquerosa que llevaba encima y la colocó sobre el váter cerrado. Se metió en la ducha completamente desnudo, sin pensar en que ahora podría entrar y matarlo y él no podía ofrecer resistencia.
El agua caliente cayó sobre su cabeza como lava y se sintió derretirse en aquel cubículo. Se sentó en el suelo de la ducha porque sus piernas ya no podían seguir manteniéndolo en pie. Torpemente se limpió, haciendo hincapié entre los dedos de sus pies que habían estado asquerosamente húmedos dentro de los calcetines de invierno que Minho le había puesto.
«Mierda, otra vez no». El recuerdo de la última ducha que se había dado fue inevitable. Pensó en las manos de Minho por su cuerpo, en la sonrisa cálida, en el sonrojo de sus pómulos altos. Había memorizado la cara de aquel felino y también todas las curvas y valles de sus músculos. La última ducha que se había dado fue con él enjabonándolo, con su boca por todas partes. Y ahora estaba en Dios sabe dónde, con un tarado que tenía hoyuelos en la cara cuando sonreía de forma maníaca.
«¿Por qué está dejando que me duche?», se preguntó, cuando el chorro aclaraba su cabeza llena de champú caro. «¿Por qué tiene estos productos aquí? ¿Estoy en casa de I.N? ¿Estoy en Seúl? ¿Estoy siquiera en Corea todavía?».
No sabía ni qué día era, ni qué hora, pero fuera estaba oscuro y llovía a mares. A través de la ventana frente a la mampara transparente de la ducha solo podía ver follaje espeso.
Salió de la ducha mucho tiempo después, cuando la mordida del frío lo hizo erizarse de nuevo y sus dedos estaban arrugados por la humedad. Se envolvió en la toalla y se secó diligentemente. Había apagado el agua, por lo que I.N estaría allí en breves momentos para comprobar que no escapaba por la ventana.
Se vistió rápido y sacudió el tejido de felpa en su cabeza tratando de deshacerse de la humedad. Vio el cepillo de dientes dentro de su envoltorio original y una pasta de dientes pequeña, como las de viaje. Decidió que no se arriesgaría a utilizarlo por si no fuesen para él.
Confuso recogió la ropa sucia y el cubo, ahora limpio, sin saber muy bien qué hacer con ello. Sintió el olor de los tejidos que había llevado puestos y su estómago dio un pequeño vuelco en protesta. Era asqueroso.
Abrió la puerta y miró a ambos lados del pasillo. Estaba desubicado y un poco mareado por el vapor. No sabía qué debía hacer ahora.
—Hay bolsas en el mueble bajo el lavabo, puedes poner esa ropa de mierda dentro. Y el cubo déjalo en el baño —informó I.N desde el fondo del pasillo. Jisung hizo lo que le ordenaron y volvió a salir de aquella habitación, esta vez con las manos vacías—. Ven aquí.
Sus extremidades entumecidas volvieron a temblar con terror cuando escuchó a I.N llamándolo. No sabía qué hacer, no podía moverse. Lo vio levantar una ceja exasperado acercándose a él y pensó que volvería a pegarle. Pero el golpe no llegó.
El tipo lo agarró demasiado fuerte de la muñeca y lo arrastró hasta una estancia pequeña con un sofá, una cocina y una mesa con dos sillas. Jisung tiró para soltarse.
I.N se rio y la espalda de Jisung se tensó. Daba un miedo del carajo cuando se reía de esa manera.
—Siéntate y come. —Se fijó en el cuenco de fideos instantáneos y respiró capturando el olor de las especias en su nariz que creía atrofiada.
Su estómago rugió otra vez y obedeció la orden del hombre porque le daba exactamente igual si trataba de envenenarlo con matarratas. Tenía tanta hambre que hubiese aceptado un plato de barro si lo hubiesen salteado con kimchi. O incluso sin kimchi.
Con la cuchara tomó un poco del caldo caliente y gimió cerrando los ojos. Joder, ese cuenco no iba a ser suficiente para cubrir todo lo que su vientre vacío reclamaba. Comió aquellos fideos como si fuesen un manjar de un chef francés con Estrella Michelín. Probablemente no había probado un ramyeon mejor en su vida.
—Hay más si quieres. —Su secuestrador se acercó dejando sobre la mesa el cazo con más fideos. Dio un paso hacia la cocina y bebió de una taza blanca algo que seguramente era café.
Mirándolo con desconfianza se sirvió en su cuenco el resto de los fideos que había en el recipiente y se los comió igual de rápido que la primera vez. La botella de agua pequeña bajó por su garganta justo después y suspiró con la piel de la barriga tirante por la plenitud.
I.N volvió a reír y entonces recordó donde estaba. Se agarró a la mesa evitando temblar y pensó que si le lanzaba el cuenco lo distraería lo suficiente para golpear con el cazo en su cabeza y huir. Pero no le dio tiempo. El hombre ya estaba junto a la mesa recogiendo el servicio.
—¿Puedes leer los pensamientos? —habló Jisung, por primera vez desde que había llegado.
—Ojalá, pero no. Eres bastante obvio sobre tus intenciones en general. Y preferiría no tener que incapacitarte.
—Oh, qué amable —ironizó, peleando consigo mismo por volver a enfrentar al hombre.
Se quedaron callados por un rato. La mirada de I.N estaba sobre él, su cabeza se movía de un lado al otro como estudiándolo.
—Haz una foto, durará más —murmuró.
—Ya tengo muchas —contestó su captor rápidamente—. No entiendo qué coño hay contigo. No eres gran cosa.
Trató de no ofenderse, pero lo hizo. Han era a veces demasiado vanidoso y le jodía que ese hombre estuviera menospreciándolo. Tal vez no era una belleza como Mark o Minho, pero definitivamente tenía su encanto. Frunció el ceño con odio.
I.N caminó hacia el sofá y se dejó caer allí. Sacó la pistola del arnés a su espalda y la puso en su regazo. Jisung se tensó, girando el cuerpo para mirarlo desde su posición en la silla.
—¿Vas a matarme? —le preguntó directamente.
—No por ahora. Pero no lo sé, dependerá de cómo te portes.
—¿Qué quieres que haga ahora? —Lo vio reflexionar, llevando el cañón de la pistola a su barbilla y dando ligeros golpecitos allí. Le ponía los pelos de punta que estuviera tan tranquilo teniendo un arma cerca de su propia cara, pero tampoco le diría nada. Con suerte se pegaría un tiro a sí mismo y podría escapar.
—¿Sabes cómo llegó Minho a estar donde está ahora? —La mención del nombre de ese traidor trajo un torbellino de sentimientos encontrados a su pecho dolorido. Negó con la cabeza moviéndose en la silla para acomodarse pobremente—. Ven a sentarte aquí, te voy a contar una historia triste —Señaló el sofá a su lado y Jisung negó de nuevo tensándose—. No era una puta sugerencia, Han.
Se levantó, asustado por el brillo negro del arma en la mano del chico. Se sentó al otro lado del sofá y su espalda gimió cuando sintió los mullidos cojines.
—Conocí a Minho cuando tenía 14 años. Nos conocimos en un gimnasio de boxeo. ¿Sabes lo que hacía además de entrenar? —Jisung le miró desconcertado—. Trabajaba para la organización de mi padre.
—¿Tu padre? —preguntó, casi sin querer.
—Sí, mi padre. Bueno, esa es una historia más larga. Como decía, Minho trabajaba transportando cosas de un sitio a otro, nada que pareciera particularmente peligroso, aunque lo era —continuó I.N. Jisung tragó saliva volviendo la vista a su regazo—. Necesitaba buscarse la vida, así que él y su hermana Ari trabajaban para la organización. Ari era un año mayor y era una chica genial. No se parecía en nada a Minho físicamente y tenía mucha más personalidad que él. Lee Minho siempre ha sido un tanto... uhm... como lo diría... un poco demasiado gris.
Jisung trató de imaginarse a un Minho adolescente y a una hermana de la que no sabía nada más que los pocos retazos que él le había contado. No lograba pensar en ese hombre como algo menos que una pantera a punto de atacar.
—Me contó sobre ella —confesó Jisung en un murmullo—. Me dijo que era...bueno... ya sabes.
—Puedes decirlo en voz alta, nadie te dará un varazo por decir que Ari nuna era puta —Se le encogió el estómago, odiaba que I.N hablase de esa manera todo el tiempo; amenazante y abrumador—. Ella era genial, pero ambos estaban obsesionados con cuidar al pequeño de los tres... Sus padres no hicieron un buen trabajo. Aunque, bueno, tampoco lo hicieron los míos o los tuyos, ¿verdad? Al fin y al cabo, nacer con una cuchara de plata en la boca no nos ha dado nada más que trajes de marca y coches europeos.
De repente Jisung se sintió extrañamente en sintonía con el zumbado a su lado. Tenía razón. Por lo que sabía, los padres de Minho habían desaparecido dejándoles a él y a sus hermanos solos para buscarse la vida. Y según parecía, los padres de I.N no eran mucho mejores que los Han.
—Bueno, lo hemos tenido más fácil que otros... Supongo... Al menos pudimos tener una infancia normal.
—Habla por ti, Jisung —La respuesta abrupta del hombre a su lado lo hizo ponerse en guardia otra vez. I.N sacó un cigarrillo de la chaqueta y lo encendió sin soltar la pistola. Dio una gran calada y continuó hablando bajo la asustada mirada de Jisung—. A Ari la mató un tipo que trabajaba para tu padre —soltó de repente.
El corazón de Jisung se saltó un latido y la conmoción debió verse en su cara porque I.N le miró con la ceja levantada y siguió fumando, sin decir ni una sola palabra.
—¿Quién... Quién fue? —preguntó Jisung.
—Seo Haeshin —contestó fríamente, clavando sus ojos en los de Jisung mientras él sentía las náuseas sacudir su estómago. Respiró hondo tratando de controlar el vómito y negó con la cabeza estúpidamente.
Era imposible, samchon Seo Haeshin no haría eso. El padre de Changbin era duro y estricto y nunca sonreía, pero no era un maldito asesino. «No lo era, ¿verdad?». Sus latidos sonaban tan fuertes que sentía sus oídos taponados.
—Eso es mentira —gimió.
—Puedes creerme o no, me da exactamente igual —I.N se encogió de hombros soltando el humo de su boca hacia el techo—. La realidad es que el padre de tu amigo se cargó a la hermana de Minho cuando tenía 20 años. Y tienes suerte de que no pueda enseñarte cómo dejó su cadáver. El muy cabrón se ensañó con ella tanto que Lino sigue teniendo pesadillas. Seo Haeshin era un sádico con las putas, pero lo que hizo con Ari me da asco hasta a mí —giró la cabeza para mirar a Jisung—, y yo he hecho muchas cosas sádicas en mi vida, ardillita.
Jisung corrió al baño con las manos en su boca conteniendo el vómito. Devolvió los fideos sin digerir en el retrete y por fuera de la pieza de porcelana. La imagen mental del padre de Changbin, al que tanto se parecía, abusando de una chica apenas unos años mayor que su hijo, no se iba de su córtex.
Su estómago se rebeló de nuevo y los espasmos del vómito lo hicieron arrodillarse junto a la taza para no caer. Sus entrañas parecían querer salir de él ahora mismo, le temblaban las manos y tenía los ojos llenos de lágrimas. Echó por el váter todo lo que había comido y después la bilis amarga de sus tripas vacías.
Sintió frío en la nuca y levantó a duras penas la mirada. La cara asqueada de I.N se apartaba de él y daba tres pasos hacia atrás. Había dejado un trapo húmedo en la parte trasera de su cuello y en el fondo lo agradeció. Respiró hondo de nuevo, controlando algunos reflejos que su diafragma empujaba contra el vacío de su cuerpo.
Se levantó y tiró de la cadena dos veces, antes de limpiar los restos desagradables alrededor del retrete con una enorme bola de papel higiénico. Después se lavó la cara con agua helada y bebió un par de veces de grifo, enjuagándose la boca que sabía a ácido. Se quitó la toalla de la nuca y la humedeció antes de volver a ponerla en su lugar tras su cabeza.
El espejo frente a él le devolvió la imagen ajena: las ojeras, las mejillas hundidas, la piel grisácea, los ojos rojos, el pelo despeinado. Era deprimente verse a sí mismo en ese estado.
Salió del baño y volvió al salón, sentándose en el sofá de nuevo. Sobre la mesa de centro había una taza de té caliente y un paquete de galletas saladas. No tenía hambre ahora mismo, pero bebió un sorbo del líquido calmando su garganta rasposa.
—No te recomiendo comer nada en un rato y, cuando lo hagas, procura no engullir o volverás a vomitar.
—No habría vomitado si no hubieses sido tan gráfico. —I.N se sentó a su lado en el sofá de nuevo, con una taza para él que no era té, sino café negro y oloroso.
—No es mi culpa que no estés preparado para la mierda de la vida real. —Tristemente para Jisung, el hombre tenía razón. Eso era la vida real, no la suya, pero sí la que habían vivido otras personas, personas cerca de él. El padre de su mejor amigo era un asesino atroz y él, como con todo en la vida, había permanecido inocente ante la realidad.
—¿Mataste tú al padre de Changbin? —le preguntó directamente, dejando la taza de té sobre la mesa, por miedo a que la respuesta le hiciera colapsar. Pero el chico negó con la cabeza mirándole con esa mueca condescendiente que hacía sentir estúpido a Jisung.
—No, yo no lo toqué. Pero ¿quieres saber algo súper curioso? Fue precisamente en esta cabaña donde murió —Jisung contorsionó la cara en una mueca de disgusto mirándolo con asco y temor—. Sí, así es, sin embargo, te lo prometo, Jisung, ese hijo de puta se lo merecía. Ari no era la única chica de la que abusó.
—Dios santo, qué barbaridad —gimió Jisung, tapándose la boca, sintiendo el vómito volver a subir por su garganta.
—Era un hijo de puta y se lo merecía. Y ya no quiero hablar más de ese cabrón. —Por un segundo, esa especie de berrinche infantil le recordó a sí mismo y se avergonzó. Han se apoyó en el sofá y miró al techo, sintiendo como sus huesos gritaban de dolor tanto como él quería hacerlo.
El padre de Changbin había matado a la hermana de Minho. Aquello era una mierda. Aquella basura asquerosa había unido sus destinos de una forma fea y peligrosa. Entendía la reticencia y esa especie de tensión entre Seo Changbing y Lee Minho. Y también por qué I.N trataba de maltratarlo a cada maldito segundo que podía.
—¿Dónde está Changbin? —preguntó, sin mirarle, con sus ojos puestos en el techo lleno de humedades y desconchones.
—No lo sé, en su casa, supongo.
—¿No está aquí?
—Claro que no, solo dije aquello para hacerte hablar. —Jisung suspiró pesadamente y lloró, esta vez de alivio. La sensación cálida de saber que el chico estaba bien fue suficiente para hacer que todo eso no valiese nada, que no importase. Nada de lo que él sufriera iba a importar nunca si su hermano estaba a salvo.
—Y... —Su boca traicionera se abrió con otra pregunta que contuvo.
—¿Minho? No lo sé tampoco. Lo dejé marchar —contestó de forma enigmática. Jisung enderezó la cabeza mirándole encender otro cigarro.
—¿Estuvo aquí?
—Apenas unos minutos el domingo. Pero el puto cobarde se arrodilló ante mí llorando para que no te hiciera daño. Para que no lo obligase a hacerte daño... —Jisung sintió una contracción extraña bajo su esternón y se le secó un poco la boca—. Minho nunca había pedido nada hasta que tú apareciste en escena. Jamás, en todos los años que hace que le conozco, lo vi rogar por nada. Incluso cuando su vida estuvo pendiendo de un hilo.
»Nunca he visto a un hombre recibir golpes como Lee Minho. Tortura, dolor, lesiones. Nada lo ha hecho rogar, excepto tú. Bueno, tal vez si su hermano estuviese en peligro también rogaría. Ahora nunca lo sabremos... Pero sí, se tiró al barro de rodillas y lloró por tu integridad —Jisung se estremeció con la imagen. Volvió a enfadarse consigo mismo cuando casi permite a aquel agujero negro llevarse su sentido común al campo gravitacional—. Eran las órdenes de Dongyoon hyung y Minho debía ser quién las ejecutara... Mi hermano es jodidamente despiadado con este tipo de cosas.
—¿Tu hermano?
—Sí, Park Dongyoon es mi hermano mayor —Había algo tan triste en la forma en que lo dijo, que Jisung sintió pena del hombre. Como si pudiera entender los pormenores de vivir toda una vida a la sombra de un cabrón como Park Dongyoon—. Él quería que Minho te torturase. Y pensaba que yo la jodería, como hago con todo. Así que me mandó aquí para vigilarte en lugar de estar haciendo... otras cosas. —Jisung dio un sorbo al té intentando procesar esa avalancha de nueva información.
—¿Así que tú eres un Park? ¿Por qué nunca he escuchado tu nombre en los círculos sociales?
—No soy el tipo de hijo del que los padres están orgullosos... No se me permite llevar ese apellido —Mierda, no podía estar sintiendo esa oleada de empatía compasiva por ese chico. Al final, había resultado estar tan jodido como Jisung—. Minho ha sido la única persona en la que he podido confiar. Hasta que apareciste tú y decidió elegirte.
—¿Por qué me estás diciendo todo esto?
—Porque estoy casi seguro de que vendrá a por ti esta noche.
El chico se levantó con una sonrisa de medio lado, con los hoyuelos marcados. Se bebió de un sorbo el café que quedaba en la taza y salió de la cabaña con un nuevo cigarro entre los labios.
***
3/3
¿Qué creen, navegantes? ¿Vendrá Minho a buscar a Jisung?
Solo quedan 4 para el final T_T
¡Nos vemos en el infierno!
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