29. La habitación vacía

🎶Banda sonora: Killing butterflies - Lewis Blisset 🎶

La habitación no tenía ventanas, pero había una puerta frente a él. Llevaba mucho tiempo allí dentro, completamente solo. Avergonzado, había descargado su vejiga en el cubo que encontró en la esquina, después, se sentó con la espalda contra la pared blanca y no se había movido más que para tumbarse.

Durmió y despertó varias veces, con dolor de cabeza y el estómago sonando. La soledad y el silencio estaban empezando a hacer mella en su cerebro.

Era consciente de que lo secuestraron, pero no sabía quién había sido ni porqué. Podía imaginar miles de opciones y la más adecuada era Park Dongyoon. Durante las horas que pasó allí, con el trasero sentado en el cemento, maldijo al hombre y a su padre en coreano, inglés, japonés y español. No lo hizo en más idiomas porque no los conocía.

Por lo menos tenía que agradecer que le hubiesen puesto un chándal y una sudadera, además de sus calcetines polares. Lo último que recordaba era estar completamente desnudo con Minho entre sus brazos. Ahora estaba sufriendo los estragos de la noche de sexo salvaje en un cuarto frío y oscuro.

«¿Dónde está Minho? ¿Estará bien? ¿Le habrán hecho daño por mi culpa?»

Llevaba preguntándose lo mismo desde hacía horas, o minutos. No tenía claro cuánto tiempo había pasado porque no llevaba puesto ninguno de sus relojes y, por supuesto, no tenía su teléfono con él. Por la cantidad de veces que se había dormido y despertado, calculaba que al menos llevaba en aquel lugar unas doce horas. Doce horas completamente solo, en silencio, sin agua, sin comida y sin un baño apropiado.

La imagen de Minho sufriendo por su culpa le atenazaba el estómago. No podía parar de imaginar el cadáver del chico en la cama, con el cuello cercenado, apaleado hasta la muerte, o con un tiro en la cabeza. Sus sábanas blancas estarían llenas de sangre y Changbin lo habría encontrado.

«Dios santo, Changbin tiene que estar volviéndose loco». El hombre estaría llamando a la maldita Interpol para encontrarlo. Jisung lo esperaba de verdad: quería salir de ese agujero de una vez.

Era muy probable que Seo Changbin hubiese colapsado en la puerta de su habitación cuando no lo encontrase; cuando tuviese que tomar el pulso del cuerpo frío y blanquecino de Minho en su cama. Seguramente habría llamado a su padre antes que a una ambulancia. ¿Para qué llamar a emergencias cuando había un muerto? Era más lógico llamar a la policía.

Los policías estarían ahora interrogándolo y él estaría desquiciado, reclamando que buscaran a Han Jisung en lugar de estar haciéndole preguntas a él. «Demonios, Changbin y Felix estarán llorando ahora».

Sus amigos estarían con los dedos entrelazados, sentados en la comisaría. Seo Changbin estaría mirando al infinito mientras Felix movería su pierna de arriba abajo nervioso y sus ojos recorrerían cada detalle de cada persona que estuviese allí. Igual hasta se enfadaría, quizá estaba detenido por haber insultado a un agente.

Jisung rio y el espacio vacío a su alrededor se hizo más opresivo. «¿Volveré a verlos?», se preguntó por enésima vez. Se levantó y recorrió de ida y vuelta los dos pasos que separaban una pared de la otra, como un animal silvestre enjaulado.

«¿Vendrá alguien?»

Nadie había aparecido, no había tenido ningún tipo de comunicación, ninguna exigencia. Pero había una cámara en la misma esquina en la que estaba el cubo que hacía las veces de urinario. Tenía que haber un vigilante, alguien que estuviera monitoreando a Jisung.

Tampoco es que hubiese mucho que hacer allí dentro. No había absolutamente nada que pudiese usar como arma en aquel lugar, más allá del cubo para orinar.

Por otro lado, Jisung no era un buen luchador. Estaba en forma, pero no creía poder enfrentarse a los matones de Park en cuerpo a cuerpo. Y, por supuesto, quería salir vivo de ahí. Tenía la ligera sospecha de que un enfrentamiento abierto terminaría con su cuerpo tirado en alguna zanja. Y Changbin no se recuperaría de su muerte.

«Qué curioso. Seguramente padre y madre sí podrán recuperarse, pero Changbin nunca lo hará. Ahora mismo estará echándose la culpa y llorando por haberse ido a dormir a casa de Felix».

Pero Jisung no le echaba la culpa. Changbin había sido la persona más importante de su vida durante los últimos 15 años, solo que no se había dado cuenta a tiempo. Lo quería tanto que saber que podría ser feliz con el polluelo valía todo esto del secuestro. Seo Changbin merecía ser feliz y, si Jisung moría, nunca podría serlo.

En su vuelta número cuarenta y tres a los escasos cuatro metros cuadrados de habitación, escuchó pasos que no eran suyos. Sus pies no hacían ruido en el suelo, pero quien fuera que caminara tras la puerta llevaba zapatos puestos. Se tensó y fue hasta la esquina, apretándose contra el muro, tratando estúpidamente de esconderse cuando no había nada que pudiese ocultarlo.

Los pasos se detuvieron y escuchó las llaves. Cerró los ojos y los abrió de nuevo, no quería morir. No quería morir sin escuchar de nuevo la risa de Minho, sin darle un abrazo a Changbin, sin beber una copa de vino con Felix. Quería verlos una vez más.

El picaporte de la puerta se movió. La luz exterior lo cegó un poco y tuvo que bloquearla con su mano. Cuando volvió a mirar, comprobó anonadado como I.N dejaba una silla en medio de la habitación y cerraba la puerta tras él.

No entendía qué estaba pasando. No entendía qué demonios hacía ese tarado en esa habitación. El cabrón se inclinó un poco y sonrió, con sus hoyuelos marcados, antes de señalar la silla con la mano.

—Siéntate.

Pero Jisung no podía moverse. Las palmas de sus manos estaban contra la pared tras él. Sentía como si alguien hubiera abierto su pecho en canal y hubiese arrancado de cuajo su corazón. No, no alguien; sentía como si Minho hubiera cogido el órgano bajo sus costillas, lo hubiese masticado hasta dejarlo hecho papilla y lo hubiera escupido.

La desagradable epifanía cubrió todos los pensamientos anteriores que había tenido. Si I.N estaba aquí, Minho también tenía que estar cerca. Si estaba cerca, tuvo algo que ver con el secuestro.

Entonces había sido el propio Lee Minho el que lo vistió con esa ropa cómoda y abrigada, fueron sus manos las que subieron los calzoncillos, las que pusieron la camiseta blanca y la sudadera. Él escogió los calcetines de invierno. Ese hijo de puta había procurado que estuviese cálido y confortable durante su encierro.

Su labio inferior hizo el amago de temblar en un puchero, porque no se había sentido más estúpido en su vida. Han Jisung había sido dejado en las sombras otra vez: engañado, traicionado de la peor manera.

Apretó la mandíbula, porque el fuego de la ira era más fuerte que la humillación de saberse tan gilipollas como para haberle dicho al hombre que lo quería. Se enamoró del cabrón sin corazón que había contribuido a su secuestro.

Porque no le quedaba duda ya, Lee Minho estaba implicado. Por eso se había puesto la ropa interior anoche; por eso durmió como nunca, porque lo había drogado. Y todas las lágrimas que podía derramar se quedaron dentro cuando volvió a escuchar a I.N.

—Siéntate. No volveré a repetirlo —La voz del hombre frente a él sonaba chirriante en sus oídos.

El hombre resopló fastidiado y se acercó a él. Su mano fría rodeó la muñeca de Jisung y él, por instinto, tiró para zafarse. Vio la sorpresa que llegó momentáneamente a la cara de su captor, pero el cepo se apretó con más fuerza sobre su antebrazo y el tirón casi le disloca el hombro.

Reprimió el quejido de dolor cuando lo estampó contra el metal del asiento. Se agarró a los reposabrazos hasta que sus nudillos se pusieron blancos mientras el otro daba vueltas a su alrededor. Sus botines de piel italianos chasqueaban en el suelo. Iba vestido como siempre, exagerado y caro; completamente de negro, con un puñado de collares colgando sobre la camiseta de cuello vuelto y un pantalón de traje a medida.

—Bien, como sabrás, no soy un hombre particularmente paciente —empezó, parándose ante él—. Me gustaría que a partir de ahora obedezcas todo lo que te diga y no me hagas enfadar, ¿de acuerdo?

Jisung giró ligeramente la cabeza, estudiándolo. «¿Por qué coño lleva maquillaje? ¿Qué hora es?», se preguntó.

No entendía por qué estaba ahí, de pie, en aquella habitación fría y sin ventanas. No sabía por qué I.N y Minho le estaban haciendo esto. No tenía ni puta idea de cuál era la maldita razón para que esos dos cabrones desalmados le hubieran encerrado.

—Contéstame cuando te hable —exigió y Jisung sintió de nuevo la llamarada interna naciendo en su pecho e incendiándolo por completo. Levantó una ceja, retándolo, pero no contestó—. Estás tentando a la suerte, ardillita.

El labio superior de Jisung se levantó con disgusto y no pudo evitar mirarlo como si le diese asco. Porque algo dentro de él había reaccionado al sobrenombre, algo que sabía que le traería muchos problemas.

El primer golpe de la zurda de I.N cayó sobre su ojo y la fuerza motriz hizo que la silla se tambaleara hacia atrás. Jisung no estaba preparado para eso, ni para el puñetazo ni para la caída que golpeó su cabeza dejándolo aturdido. Jadeó de dolor, agarrando la parte trasera de su cráneo, por suerte no había nada húmedo.

El hombre se agachó sobre él y se preparó para el golpe, pero solo lo levantó de un tirón, con silla incluida hasta devolverlo a la posición original. Se mareó y su vista se nubló durante unos segundos. Su pómulo latía de dolor y era consciente de que se pondría de color negro en poco tiempo.

—Ahora vas a contestar o te prometo que todo lo que quedará de ti serán trozos de carne, Jisung. ¿Con quién trabaja tu padre?

—¿De verdad piensas que mi padre confía tanto en mí como para decirme algo como eso? No pensé que fueras tan estúpido, I.N hyung —escupió, sin mirarlo y se preparó para el puñetazo.

Llegó sobre su lado derecho de nuevo, más cerca de la boca. El dolor estalló por su cara. Esta vez su mano derecha se había cerrado sobre su hombro para evitar que cayese. Al menos su cabeza no se abriría contra el suelo de cemento.

Sintió el sabor metálico de la sangre y pasó la lengua por sus dientes para comprobar que no había perdido ninguno. Sin embargo, el líquido le llenaba la boca y estaba asqueado.

—No te equivoques, ardillita, yo no soy ninguno de tus lacayos. A mí no vas a faltarme al respeto. Ahora, contesta, ¿quién es el contacto de tu padre?

Jisung se encorvó sobre sí mismo y escupió en el suelo el cúmulo de sangre y saliva de su boca. Se volvió a levantar y lo miró a los ojos. El hombre estaba lívido ante él, con la mandíbula chirriando y los ojos encendidos. Negó con la cabeza con una sonrisa cansada.

—Puedes ir trayendo la sierra con la que vas a descuartizarme. No tengo ni puta idea de qué estás hablando.

El pie de I.N impactó contra el centro de su pecho y volvió a caer hacia atrás, esta vez protegiéndose la parte trasera de la cabeza con las manos. Jisung tuvo el tiempo suficiente para adivinar las intenciones del tipo y cubrirse con su antebrazo a duras penas antes de que el tacón del botín golpeara contra él. Si hubiese dado contra su cara podría haberle roto el pómulo.

Reprimió un grito, sintiendo el dolor llegar hasta el hombro desde el sitio donde había golpeado el zapato. La bota le presionó contra su tráquea tan rápido que fue casi imposible hacer nada más que agarrarse desesperadamente a su tobillo.

—¿No sabes de lo que estoy hablando, Jisung? ¿No sabes que tu padre ha intentado joder a Park Dongyoon? —Mierda, por supuesto que lo sabía. Miró a I.N desconcertado—. Me gusta verte así, ardillita. Te ves tan adorable y delicado. ¿Sabes un problema que he tenido siempre con las cosas adorables y delicadas? —La presión en su garganta aumentó y Jisung empezó a agobiarse, empujando inútilmente la pierna para tratar de quitarla de su cuello—. Siempre acabo destrozándolas.

Apartó el botín de allí y golpeó su hombro, Jisung se quejó entre toses que pretendían recuperar el aliento que había perdido. I.N se puso en cuclillas al lado de su cabeza y sonrió tan fríamente que le heló la sangre. Enganchó un puñado de su pelo y lo elevó de un tirón. Levantando la silla, lo sentó.

—Ahora dime de una vez con quién trabaja —ordenó.

—Apenas me enteré de esa mierda de Park Dongyoon hace un mes. ¿De verdad piensas que sabría algo? Ya te lo dije, trae la puta sierra porque no vas a conseguir nada de mí.

—Ah... está bien, entonces iré a ver al perro fiel, tal vez él sepa algo.

El corazón de Jisung se detuvo y su respiración entrecortada se atoró en sus pulmones. Lo miró completamente horrorizado, como si hubiese cometido el peor de los pecados. Porque, para él, lo había cometido. Changbin era la única persona en el mundo a quién I.N no podía tocar.

De pronto la ira y el orgullo quedaron ocultas bajo el peso del miedo. Si tenían a Changbin, el muy imbécil sería capaz de morir para salvarle. No quería que sufriera, no quería que se pusiera delante de una bala por él.

—No sé nada, I.N. Y Changbin tampoco sabe nada —aseguró agobiado—. Mi padre lleva años manteniéndome en la puta sombra. Soy menos que una maldita decoración de salón para él. Y Changbin... Él solo hace lo que le ordena, no le cuenta nada... —Joder, necesitaba por todos los medios alejar su atención de Seo Changbin—. Hace poco me enteré de quién era Dongyoon hyung...

—¿Cómo qué Dongyoon hyung? —interrumpió mirándolo y Jisung vio la confusión en su cara.

—Dongyoon hyung... Park Dongyoon... es la misma persona —explicó.

—Sé que es la misma puta persona. —Tenía la impresión de que I.N necesitaba más información y era lo que iba a hacer, iba a darle toda la puta información que pudiese con tal de que olvidase a Changbin.

—Ah... Yo... Lo conocí... Justo antes de enterarme de todo lo que estaba pasando, él me dijo su nombre y me dijo que le llamase Dongyoon hyung. Fue en el despacho de mi padre. Entonces supe... que él y Padre estaban en cosas... turbias...

La risa de I.N resonó en el espacio de la habitación y Jisung sintió un escalofrío. Juntó sus manos en su regazo, con el dolor de su cara más acentuado cuando hablaba. El chico volvió a caminar a su alrededor, poniéndole nervioso.

—¿Qué más, ardillita?

—Mi padre intentó engañar a Dongyoon hyung... Aparentemente para protegerme. Pero igualmente he terminado aquí. Sé que hizo algunos movimientos extraños por petición de alguien, pero no sé quién es esa persona. Changbin tampoco lo sabe. Probablemente esté metido con alguna otra... organización turbia. No tengo ni idea. No sé nada más sobre esta mierda. Mi padre pretende ser el más rico del cementerio o de verdad creía que esto iba a servir para algo. No sé si Dongyoon hyung lo amenazó, no sé nada más... —Jisung respiró hondo después de la retahíla y miró a I.N a los ojos.

Necesitaba que aquel tarado entendiese que estaba diciendo la verdad, que ni él ni Changbin sabían nada más. El puño izquierdo de su captor volvió a estrellarse contra su cara y él gritó cuando sintió el dolor en su nariz. Bajó la cabeza a sus manos, con las lágrimas saliendo de sus ojos y el mareo haciéndole tambalearse en la silla.

—¡Te he dicho todo lo que sé, joder! —sollozó contra sus manos.

—Te creo, ardillita —Lo agarró por el pelo levantando su cabeza y se acercó a su cara. El cuero cabelludo de Jisung mandaba mensajes de auxilio y no podía contener las lágrimas que ahora le recorrían la cara—. Este ha sido por haberte puesto chulo en la fiesta en mi casa. No permito que nadie me ofenda y se vaya impunemente —Lo soltó empujando su cabeza hacia atrás con fuerza—. Levántate.

Jisung pensó por un momento en escupirle en la cara, pero solo obedeció; con la amenaza pendiendo sobre la cabeza de Changbin, era incapaz de hacer ninguna estupidez. Se levantó y dio un paso lejos de él. El más bajo cogió la silla por el respaldo y la arrastró hasta la puerta.

Jisung se planteó empujarlo y salir corriendo, sin embargo, seguramente habría más gente fuera. «¿Estará Minho ahí fuera, viéndolo todo?», se preguntó. Se apartó de él y fue a la esquina contraria a la puerta sin que el otro dijese nada. Vio su sonrisa de suficiencia cuando abrió la puerta y salió, llevándose la silla con él.

«¿Dónde está Changbin? ¿Dónde está Felix? ¿Estarán bien?».

El picaporte volvió a moverse unos segundos después y I.N entró. Dejó dos botellas de agua en el suelo y lo miró de arriba abajo. Seguía con esa expresión en su cara, la de las personas que saben que han ganado algo.

—¿No vas a preguntar por tu novio? —cuestionó de repente, con su sonrisa más cruel.

—¿Qué novio? —No podía considerar a Minho su novio. Jisung no quería considerar a Minho nada suyo nunca más.

—Una pena tu corazoncito roto, pero se ha ganado su sueldo con creces. Lee Minho es un buen soldado —comentó casualmente, echando hacia atrás su pelo con los dedos—. Disfruta de tu estancia en el hotel Yang.

La puerta se cerró tras él con un ruido sordo y Jisung cayó al suelo, encogido sobre sí mismo. Apoyó la frente en sus rodillas y dejó salir todo lo que llevaba aguantando tanto rato. Lloró, con el corazón acelerado y el dolor de los golpes latiendo en su cara, su brazo y su cuello.

El dolor en su pecho no tenía nada que ver con el pie de I.N impactando contra él. Todavía una parte de él se resistía a creer que Minho hubiese hecho eso, que hubiese sido parte de algún tipo de plan maníaco para raptarlo. Y sin embargo sí lo había sido.

Lee Minho llegó a su vida un viernes en las afueras y la había desbaratado completamente; se había despedido de él una noche de sábado en su apartamento, cubiertos por el edredón hasta la cabeza.

Jisung le había dicho que lo quería bajo el fuerte, el único lugar del mundo donde se había sentido verdaderamente protegido. Minho había mancillado todo lo que le había dado: su cama, su tiempo, su cuerpo y su corazón.

Lloró contra el tejido del pantalón de chándal, deseando haber escuchado a Changbin cuando le dijo que se apartase de él. Discutió con su hermano por culpa de ese hombre. Y entonces, lo metió en casa, había importunado el espacio y la intimidad de su mejor amigo para pasar más tiempo con esa serpiente.

Incluso se empezaban a llevar bien. Changbin lo había aceptado, curó sus heridas cuando llegó aquella noche a casa. Había dicho que podían quedarse con el gato abandonado que había encontrado. Seo Changbin, por culpa de Jisung, abrió la puerta al peor desgraciado que había conocido nunca.

El gran oso de peluche lo dejó a su cuidado. Solo le había pedido que no quemase su casa. Y Minho había pagado la aceptación y el cariño de ambos vistiendo el cuerpo inconsciente de Jisung con ropa abrigada y poniéndole sus calcetines polares antes de entregarle como un sacrificio ritual al dios al que él servía.

Levantó la cabeza mirando alrededor: de pronto su pecho no era más que una habitación vacía. Y su lugar seguro había sido destruido, probablemente para siempre.

***

2/3

Fue hace mucho tiempo, pero recuerdo que cuando escribí esto, me imaginé a mí misma en una habitación cerrada y fría. Quise describir qué cosas pasarían por mi cabeza, como irían mis procesos de pensamiento desde el desconcierto hasta la absoluta desesperación. Espero que haya quedado plasmado, navegantes.

¡Nos vemos en el infierno! 

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