26. El último verano🔞🔥

🔞Aviso: Capítulo +18 y LARGUÍSIMO. Lean bajo su responsabilidad, si no les gusta este tipo de contenido les ruego amablemente que pasen de largo. #NoMeReporten

🎶Banda sonora: Love - Nathan Wagner🎶

Sabía que no tenía que estar ahí de nuevo. Sabía que no tenía que estar abrazado al cuerpo caliente tumbado en el sofá.

El pelo de Jisung le hacía cosquillas en la nariz cuando se reía porque movía la cabeza hacia atrás y soltaba esas carcajadas escandalosas que lo hacían sonreír también. Sus manos estaban alrededor del chico, las piernas enredadas, los dos ocupando el espacio pequeño, sosteniéndose el uno al otro.

Minho no debía estar ahí, pero ahí había acabado. Otra vez. Y esta vez sí que sería la última. Quería decirle la verdad, quería convencerlo para que se fuera lejos, al menos durante la próxima semana. Quería que no estuviese en casa cuando viniesen a por él en unas horas. Tenía tantísimo miedo que estaba a punto de echarse a llorar.

—Quokka —murmuró Changbin, de pie, en medio de la estancia, esquivando la mirada—, me preguntaba si...

—¿Qué? —respondió Jisung sentándose en el sofá. Minho lo dejó ir, aunque era lo menos que quería hacer en ese momento. El más alto los miró a ambos con las mejillas rojas.

—Voy a... —Dudó un segundo y tragó saliva—... Voy a salir con Felix... —informó en un susurro tan bajo que casi no le oyó.

—Ah, bien, está bien, eso es bueno —aseguró Jisung, levantando los pulgares con una sonrisa que le levantó las mejillas—. Pasadlo bien.

—Quizá no vuelva hasta por la mañana —añadió Changbin, antes de darse la vuelta y huir a su habitación.

Jisung lo miró con una sonrisa confundida y él sintió el irrefrenable deseo de besarlo, así que se incorporó y tiró de su nuca para llevarlo contra sus labios. El calor de su boca lo hizo gemir. Dios santo, le gustaba tanto besarlo.

Minho se sentía como un hombre hambriento cuando saboreaba la saliva de Jisung. Como si el único sustento que necesitase para vivir fuese esa boca que ahora se movía contra la propia. Sabía que no debía estar besándolo en ese momento. Pero aun así no había otra cosa en el mundo que pudiese estar haciendo.

—Me voy —interrumpió Changbin con un carraspeo. Se separaron y Seo miró directamente a Minho—. Lo dejo a tu cargo.

—No soy un bebé, lárgate —se quejó el joven maestro con un puchero que sí le hacía parecer un bebé.

—Minho hyung, no dejes que se queme nuestra casa —concluyó saliendo. El pecho de Minho dolió y las lágrimas picaron en sus ojos.

—Qué idiota es a veces, he vivido solo cuatro años y nunca he causado un incendio. —Jisung se levantó y fue a la cocina.

Jisung nunca había causado ningún incendio, y Minho estaba a punto de pulsar el detonador que arrasaría todo hasta los cimientos, como una bomba de hidrógeno. Sabía que aunque el chico saliese ileso, cosa que dudaba tratándose de Dongyoon y I.N, nunca se recuperaría. Las personas no se recuperan de cosas así. No las buenas personas, al menos. Él y su hermano no eran buenas personas y tampoco se habían recuperado de lo que pasaron.

Fue a la cocina. El chico servía dos copas de vino blanco que parecía lujoso, aunque Minho prefería el sabor de Jisung al de cualquier otra cosa.

—Tengo un hermano —le dijo de repente—. Es inteligente, él sí fue a la universidad.

—Ah...

—También tenía una hermana —continuó, sin saber por qué estaba hablando de eso con la persona menos indicada.

—¿Tenías? —la pregunta fue sencilla, sin pretensiones, simplemente quería saber.

—Ella era un año mayor que yo. La asesinaron —Jisung no se movió, se quedó de pie, cerca de la encimera de la cocina, como evaluando qué hacer—. Yo apenas había cumplido 19 y me encontré reconociendo su cadáver en una morgue —Han dio un paso hacia él y Minho retrocedió un poco. Sintió que las cadenas que le ataban a su realidad tiraban de sus brazos impidiéndole abrazar a su príncipe.

—Lo siento mucho, nadie debería tener que pasar por eso... —dijo desde su posición.

—¿Quieres saber qué pasó? ¿Por qué murió? —Una parte perversa de Minho quería compartir con él tantos detalles como fuese posible, porque necesitaba que entendiese de dónde venía, por qué hacía las cosas que hacía.

—¿Quieres contármelo? —Las palabras comprensivas y la suavidad en el tono se sentían como si le arañasen las entrañas desde dentro hacia afuera. Asintió y Jisung se sentó en una de las sillas que había en la estancia. Puso las dos copas de vino sobre la mesa y esperó pacientemente.

—Era prostituta —Lo miró buscando una reacción, pero los ojos de Jisung seguían fijos en él, sin juicios, sin compasión, sin asco—, fue asesinada por un cliente. La mató sin más. No hubo ninguna razón para que mi hermana muriese. Pero igualmente yo recogí su cadáver apaleado de una morgue.

—¿Encontraron al asesino?

—Por supuesto. Y recibió su merecido —No especificaría el tipo de castigo que habían infringido a ese hombre, al fin y al cabo, su hermana también era parte de la organización—. Yo nunca he tenido demasiada suerte. Mi padre se marchó cuando tenía cuatro años y mi madre lo hizo lo mejor que pudo, pero nunca fue suficiente y al final se cansó. Se suicidó cuando yo tenía unos trece años, estaba al principio del segundo año de secundaria —Minho dio un sorbo del vino y Jisung lo imitó, volviendo a dejar sus manos en el regazo—. Después de que se fuera tratamos de hacer lo que pudimos. No queríamos que nos separaran, que nos llevaran a alguna institución o algo así, así que sobrevivimos. Mi hermana hizo cosas y yo también las hice.

—¿También trabajabas de... eso? —preguntó Jisung, rompiendo su silencio—. No pretendo juzgarte, solo quiero saber. Quiero saber todo lo que pueda ahora que por fin estás hablando.

—No —contestó, con una sonrisa triste—, no me prostituía, ella tampoco al principio, pero eventualmente acabó haciéndolo. Y fue como firmar su sentencia de muerte.

—¿Tu hermano está bien? —Hablaba con una cautela que a enterneció a Minho, como si supiese que estaba pisando terreno pantanoso. «Ojalá pudiera decirte toda la verdad», pensó apretando las manos sobre sus propias rodillas.

—Sí, él lo está haciendo bien... Aunque, bueno, no es fácil. Hay cosas de las que nunca te recuperas. Y nosotros hemos hecho muchas cosas que no debíamos.

—No sé por lo que has pasado... No puedo ni imaginar cómo te sientes, pero creo que perdonarte a ti mismo es el primer paso.

—¿Perdonarme a mí mismo?

—Sí. La culpa de la muerte de tu hermana no fue tuya, tampoco las cosas que has tenido que hacer para sobrevivir. Eres el producto de un montón de circunstancias adversas y mucha mala suerte. Pero siempre se puede mejorar —Se levantó de la mesa y llevó la copa vacía al fregadero, apoyando la cadera en la encimera antes de continuar—. Te lo dije, quiero ayudarte. Quiero salvarte.

—Mi karma es otro... No creo que pueda ser salvado a estas alturas —comentó sinceramente, levantándose para dejar la copa junto a la de Jisung—. Nunca seré perdonado.

—¿Entonces no vas a dejarme ayudar?

—No hay nada que tú puedas hacer, príncipe. —Lo abrazó, apoyando la cabeza en su hombro, metiendo la cara en la curva de su cuello para respirar su olor.

—Siento como si estuvieras diciéndome adiós —confesó en un susurro contra el hombro de Minho. El mayor buscó la piel de su espalda bajo la camiseta que llevaba puesta, necesitaba sentirlo cerca, tocarlo, que su calor se filtrase desde sus dedos hasta el corazón donde ahora se levantaba una ventisca.

—Nunca he sido una persona con suerte... Hasta que te conocí. Y, joder, la primera vez que te vi me pareciste un imbécil, pensé que serías uno de esos que tratan de comprar la vida de la gente con una American Express negra —Sintió el cuerpo de Jisung tensarse, pero lo apretó contra él antes de que se separase—. Sin embargo, has llenado de calidez los lugares más fríos de mi mundo. Cuando te miro, con tan solo una maldita mirada, se me acelera tanto el corazón que me mareo. Has hecho tanto, tantísimo por mí sin hacer absolutamente nada.

—Minho...

—No, déjame hablar, por favor —rogó, restregando su cara contra la piel del cuello—. Antes de conocerte sentía que las discusiones sobre moralidad no eran para la gente como yo. Esto es algo en lo que la gente no piensa, pero cuando tienes que buscar tu próxima comida en cualquier parte, la línea que separa el bien y el mal se diluye. Ahora me arrepiento de cada maldita cosa que hice. De cada una. Excepto de haber bailado contigo en aquella fiesta. Estoy asustado y enfadado, Jisung... ¿Qué pasa si nunca deja de llover? ¿Qué pasa si nunca vuelve a ser verano? —preguntó.

—No te despidas, Minho —pidió el chico, con la voz rota—. Quédate conmigo, podemos quedarnos bajo la manta. Prometo que nunca te abandonaré bajo la lluvia. Déjame intentar salvarte —Las manos de Jisung hicieron puños con su ropa en su espalda, apretándolo contra él, como si de verdad pudiese retenerlo.

Minho ahogó un sollozo en su cuello. Las lágrimas gruesas salieron de sus ojos y mojaron la camiseta del chico que ahora lo sostenía tan fuerte que de verdad creía que podría luchar contra todo. Pero la realidad era distinta.

Estuvo a punto de cargarlo sobre su hombro y marcharse de allí. Podía huir y esconderse, podría llevarse a su hermano también. Sin embargo, sabía que no lo conseguirían. Primero, Jisung nunca iba a perdonar lo que había pasado. Segundo, Dongyoon nunca dejaría de buscarle. Tercero, Seo Changbin, Han Jihyeon y la madre del chico morirían también por su culpa.

Metió ambas manos bajo la camiseta de su novio, recorriendo la espalda suave y blanca que había tenido tantas veces contra su pecho. La piel caliente reaccionó erizándose bajo sus dedos ásperos. No volvería a tocar ese cuerpo, no volvería a percibir el olor de Jisung. No volvería a escuchar su risa, ni a ver su carita de ardilla. No volvería a saborearlo, no volvería a estar dentro de él.

Una prisa desconocida lo invadió, sus dedos subieron hasta el centro de sus omóplatos mientras su diestra bajaba a su trasero acariciando las nalgas bajo la ropa interior. El jadeo bajo de Jisung retumbó en su oído y el aliento del chico le acarició la piel.

Tenía la imperiosa necesidad de follarlo de una manera tan salvaje que jamás pudiese borrarlo de su memoria, que no fuese capaz de olvidarlo, aunque lo odiase. En realidad, ese apetito nacía más de su egoísmo. Quería disfrutar una última vez de él, una última vez en la que pudiese sentir el calor de su deseo sobre él.

La miseria lo había perseguido toda su vida y Jisung era lo más lujoso que había sido suyo. Quería poseerlo con tanta avaricia que apretó los dientes contra su cuello, succionando la piel. Quería marcarlo, quería que no fuese capaz de borrar el rastro de su mordida por el resto de su vida. Aunque después de esta noche lo aborreciera hasta la muerte.

—Minho... —El gemido ahogado del chico fue directo a su bajo vientre con una descarga de excitación que aumentó su urgencia.

—Me voy a volver loco si no estoy dentro de ti en los próximos diez minutos, Jisung —gruñó, soltando su cuello, mirando el desastre que había hecho en la piel impoluta.

Jisung lo empujó suavemente. Lo miró a los ojos por dos o tres segundos antes de atacar sus labios con un hambre que le recordó a la propia. La lengua de Jisung entró en su boca bruscamente, con los dientes chocando y las respiraciones trabadas.

Apretó entre sus dedos las nalgas del chico; las manos de Jisung entraron debajo de la sudadera y la camiseta arrastrando las uñas cortas por la piel que cubría sus costillas hasta sus pezones. Minho jadeó contra la boca ajena cuando sintió el tirón en ambos picos.

Jisung volvió a empujarlo, con las manos sobre sus pectorales. Esta vez Minho dio dos pasos hacia atrás para evitar perder el equilibrio, rompiendo el contacto entre los cuerpos. Y entonces Jisung echó a correr. Lo esquivó ágilmente y salió de la cocina. Tardó unos momentos en entender qué mierda acababa de pasar antes de salir para tratar de encontrarlo. No hizo falta buscar mucho porque lo vio saliendo de su habitación con una sonrisa traviesa en la cara y lubricante y condones en las manos que lanzó sobre el sofá descuidadamente.

Minho creyó que su corazón iba a estallar cuando Jisung agarró la parte de abajo de su propia camiseta y empezó a levantarla despacio. Condenadamente despacio. Lo primero que apareció ante sus ojos fueron las líneas de sus caderas, después el ombligo, las costillas.

—Quédate así —ordenó y él lo miró con la camisa agarrada sobre su pecho, sin llegar a sacar las mangas. Acortó el espacio que los separaba y lo enganchó por la cintura, empujándolo contra el sofá.

Esa parte oscura de él, la que a veces salía, quería marcar todo el cuerpo de Jisung. Quería hacer que se corriese tantas veces que perdiese el conocimiento, quería que se desmayase en cualquier superficie en la que estuviese apoyado.

Cuando lo sentó en el sofá, él soltó la camiseta para agarrar la nuca de Minho y traerlo contra su boca de nuevo, pero se lo impidió. Puso su mano en el pecho y lo echó hacia atrás, con la espalda en el respaldo.

—No te dije que la soltaras —Agarró la tela y la subió de nuevo, Jisung la tomó en un puño—. Buen chico... Levanta el culo, vamos a deshacernos de esto —obedeció, ayudándolo a sacar sus pantalones y sus calzoncillos.

Se arrodilló ante sus piernas. El pecho de Jisung subía y bajaba y su respiración acelerada era totalmente audible en el silencio del salón. Su polla dura descansaba contra su vientre plano y sus manos agarraban con fuerza la camiseta que aún tenía puesta, enrollada justo por encima de los pezones rosados.

—¿Te das cuenta de lo sensual que eres? —preguntó. Su mano recorrió el muslo despacio, dirigiéndose a la ingle del joven maestro—. Abre más las piernas —El chico obedeció y su miembro dio un saltito cuando acarició la bolsa tensa y el perineo con sus dedos.

Siguió tocando, aquí y allá, pasando sus dedos por toda la piel expuesta. Las yemas sentían la suavidad caliente de sus costados, sus músculos abdominales ondeaban cuando pasaba cerca. Rozó levemente los pezones y escuchó el suspiro ronco. Ahora mismo, Lee Minho estaba en una misión de reconocimiento, necesitaba memorizar cada lunar, cada pliegue y cada textura del cuerpo jadeante.

Depositó un beso en el interior del muslo y después otro en la ingle. El líquido preseminal goteaba dejando un pequeño rastro, lo lamió rozando con su lengua el glande. Jisung corcoveó buscando más contacto. Miró hacia él y vio que tenía los ojos cerrados y las manos apretadas tan fuerte que sus nudillos se habían puesto blancos.

Agarró el mástil duro y bombeó su mano sobre él. El chico se meneó siguiendo el ritmo que ambos conocían bien. Joder, se conocían demasiado bien. Sabía perfectamente cómo hacer que Jisung suplicara por correrse y él sabía cómo convertirlo en una masa de gruñidos guturales sin raciocinio.

Lamió de la base a la punta, escuchando el gemido. Cuando la polla entró en su boca, las manos de Jisung soltaron la camiseta para enredarse en su pelo. Le gustaba hacer eso cuando se la chupaba, le gustaba controlar el ritmo y tirar del pelo de Minho antes de correrse. Pero hoy no iba a permitírselo.

—Agarra la camiseta o te ataré las manos —dijo, con el glande sobre su labio inferior. Jisung soltó un jadeo excitado—. ¿Te pone eso? —preguntó, bombeando el trozo de carne y agarrando las bolas con la otra mano—. ¿El joven maestro Han quiere que lo aten? Qué pervertido...

—¿Vas a seguir hablando o me la vas a chupar? —Había reto en su voz, pero sus mejillas estaban tan rosadas que supo que había dado en el clavo.

Se incorporó subiendo por su cuerpo y tiró de la camiseta. Rápidamente se la quitó. La cara de sorpresa del chico casi le hizo reír cuando utilizó la tela para apretar con fuerza sobre sus muñecas por encima de su cabeza.

—¿Qué haces? —preguntó, tratando de sonar enfadado.

—Si no te gusta dímelo. Dime "Minho, no quiero esto, no quiero que me ates" y te soltaré las manos, príncipe —Lamió el pecho desnudo del chico y lo escuchó jadear. Movió sus caderas para rozarse contra él—. ¿Quieres que te desate? —Metió uno de los pezones en la boca y lo rodó en su lengua sin dejar de mirarlo.

Jisung solo negó, echando la cabeza hacia atrás, en el respaldo del sofá. Minho sonrió chupando con más fuerza, con intención de marcar allí también la piel sin defectos. Mordió después sobre su vientre mientras su mano derecha lo masturbaba, bombeando despacio, torturándolo mientras dejaba marcas rojas y violetas sobre las caderas y los muslos.

—Por favor, Minho... —suplicó.

Oh joder, la voz rota le dio un escalofrío. Se estremeció mientras sus dedos viajaban hasta su entrada. Acarició superficialmente y volvió a meterse el miembro en la boca, saboreándolo. Con su otra mano alcanzó la botella de lubricante y la abrió. Estaba seguro de que el sillón acabaría hecho un desastre y no le pudo dar más igual.

Agarró las piernas de Jisung y las subió; una sobre sus hombros y la otra descansando en el hueco de su codo. Empapó su índice y corazón y esparció el lubricante sobre el escroto. Con la mirada encendida observó cómo las gotas de líquido recorrían la piel más privada del chico lentamente. Todo sobre Han era caliente como el infierno y, definitivamente, si no conseguía follarlo pronto iba a volverse loco.

Sus dedos apretaron el anillo de músculo, metiendo uno de ellos más fácilmente de lo que esperaba. Lo escuchó dar una respiración profunda cuando lo movió dentro. Su índice entró y salió, antes de acompañarlo del corazón.

Minho movió la cabeza más rápido mientras se la chupaba, acelerando también el vaivén de sus dedos. Estimuló el punto P de aquel chico que gemía abandonado, preparándolo. Quería que viese las estrellas igual que él las veía cuando entraba en su cuerpo.

Una ligera capa de sudor cubrió la piel bronceada y empezaba a temblar cada vez que golpeaba su próstata. Sacó la polla de su boca con un sonido chasqueante y recorrió con la lengua la punta. Metió sus dedos más rápido, moviéndose dentro mientras su boca succionaba la bolsa bajo su asta tirando suavemente.

—Minho, mierda... ¡No pares! —gritó el chico, moviendo sus caderas contra los dedos que lo dilataban. Pero él no obedeció y paró en seco, sacando sus falanges y apartándose para enderezarse —¿Por qué...? —preguntó confuso.

Lo observó durante algunos segundos: tan a su disposición, tan malditamente vulnerable. Le dolió el pecho y se acercó a besarlo, con sus labios tragándose los gemidos que emitía el chico. Se apartó sin darle tregua. Bajó sus pantalones y su bóxer hasta sus muslos, se puso un preservativo eficientemente y se empapó en lubricante.

Volvió sobre su boca, con las lenguas enredándose, la saliva chasqueando, los ruidos vulgares haciendo eco por toda la habitación. En su archivo mental guardó también cómo se sentía el cuerpo desnudo de Jisung bajo el suyo, aún vestido. Y como sonaba cuando se besaban así de sucio.

—Voy a follarte tan fuerte que no vas a poder correrte nunca más si no es con mi polla en tu culo. —El chico gimió cerca de su boca y cerró los ojos mientras Minho se introducía despacio en el estrecho espacio.

Jisung respiró hondo y apretó los dientes; Minho aprovechó la tercera exhalación para enterrarse profundamente dentro de él. Ambos gimieron, su frente cayó sobre el hombro de Jisung mientras apretaba sus dedos en sus muslos.

Salió despacio, calibrando la fuerza para embestir hacia dentro de nuevo. El fuego arrasó con todo su control desde su polla apretada en el canal de Jisung hasta su cerebro. No pudo esperar más y sus movimientos se volvieron violentos sin apenas darle tiempo para acostumbrarse.

El joven maestro gritó fuerte, pero movió las caderas para salir a su encuentro. Dios santo, aquel hombre había fundido los fusibles de Minho sin posibilidad de arreglo. Chocaban con tanta fuerza que sintió la piel de las rodillas empezando a quemar contra la alfombra.

Bajó ambas piernas de Jisung a sus codos, y se apretó contra él, aplastándolo con su torso contra el sofá. Las manos del chico, aún atadas, bajaron hacia su nuca, encerrándolo allí, cerca de su clavícula. Mordió con fuerza y el lamento ahogado de Jisung casi le hace correrse.

Aceleró el ritmo, con sus manos agarró por debajo de su espalda los hombros del chico para anclarlo en su lugar. Su polla entraba y salía, buscando el sitio donde sabía que lo haría enloquecer. El sudor de su cuello y su pelo caía sobre el cuerpo de Jisung, su saliva mojándolo cuando mordía sus brazos, mezclándose en una amalgama de fluidos sobre la piel del más joven.

Volvió a enderezarse y el príncipe sacó las manos de su cuello. Había algo insanamente sexual en el hecho de que el joven maestro Han estuviese completamente desnudo y abierto de piernas en el sofá mientras un don nadie como Lee Minho lo empalaba sin haberse quitado ni la camiseta.

—Tócate, quiero ver cómo te corres —Él asintió.

—Desátame —exigió, llevando las manos hacia su miembro duro y moviéndolas torpemente.

—No. Hoy eres mío, te desataré cuando yo quiera. Ahora tócate mientras te rompo.

Gimió fuerte y se estremeció, apretando las paredes calientes con la polla de Minho dentro. Se movió agarrándolo por las caderas, sus piernas rodeando sus bíceps. Y encontró el ángulo exacto donde tenía que golpear para hacerle aguantar la respiración y echar la cabeza hacia atrás con los ojos en blanco.

Minho hacía eso cuando follaban: encontraba el ángulo en el que apuñalaba su próstata y repetía la acción cada dos o tres embestidas para alargar la agonía. Pero hoy no podía esperar, así que empujó más fuerte, más intensamente. Estaba tan cerca de correrse que tuvo que apretar las manos y cerrar los ojos por unos segundos para relajar su mente.

—¡Me corro, Minho, me corro! ¡No pares, por favor! —rogó entre sollozos de placer. Minho se clavó en su interior con más entusiasmo y apartó sus propias manos de la polla dura para bombearla él mismo.

Quería sentirlo correrse sobre su mano y lo consiguió en tres empujones. Jisung cerró los ojos y gimió grave enterrando la cabeza en el respaldo del sillón. El semen salpicó su vientre, su pecho y la mano de Minho.

El orgasmo lo golpeó violentamente, como si un coche lo hubiera atropellado en plena calle. La visión del cuerpo tembloroso, los sonidos de placer y el culo de Jisung apretándolo como una prensa lo hicieron llegar inmediatamente. Sintió la corriente de placer descargándose en su cuerpo y haciéndolo temblar, perdió el equilibrio cayendo contra el chico. Minho se encogió sobre él, con la cabeza apoyada en sus pectorales y las caderas moviéndose erráticamente, tratando de encontrar la respiración que se había perdido.

No supo cuánto tiempo pasó antes de que volviese a tener control sobre sus extremidades entumecidas. Se sintió mal instantáneamente por haber caído como un peso muerto sobre Jisung. El corazón del chico se escuchaba en el pecho donde él había aterrizado. Se incorporó un poco y soltó suavemente las piernas, dejándolas en el suelo a cada lado de su cuerpo.

Con sus manos acarició de nuevo los muslos que se estremecían y subió por sus costados. Los toques perezosos hicieron sonreír al chico, que lo miró con los ojos pesados, con esa mirada sensual que siempre tenía después de correrse.

—Te quiero, príncipe —soltó, sin saber bien por qué. Lo sintió tensarse por la sorpresa.

—¿Qué tal si me desatas y nos damos un baño? —preguntó, mostrándole la camiseta aún cerrada sobre sus muñecas. Minho lo desató ruborizado, avergonzado por no haberlo hecho antes y por la confesión de mierda que acababa de lanzar cuando estaba a punto de joderle la vida a ese hombre.

Jisung pasó sus manos por las mejillas y la mandíbula de Minho, frotando los pulgares contra sus pómulos que estaban calientes por el rubor. Lo besó suavemente. Los dedos se enredaron en el pelo del mayor y se separó, sus ojos recorrieron todas sus facciones.

Él aprovechó para hacer lo mismo, reteniendo en su cerebro cada detalle de aquella cara que no volvería a ver. Si Jisung olía a sol, su rostro era como el punto exacto del horizonte donde el cielo despejado y el mar se unen. Mirarlo era como estar sentado en la arena de la playa al atardecer. 

Jisung no podía contestar, no sabía qué contestar. Todavía sentía los ecos del orgasmo reverberando en su cuerpo y Minho simplemente había soltado eso. No hacía tanto que se conocían, no se decía "te quiero" a alguien a quien conoces de tan poco. Por más que él admitiese que se estaba enamorando del hombre.

Minho lo ayudó a ponerse de pie y fue consciente de sí mismo. Estaba completamente desnudo, su pecho pegajoso por el sudor y las manchas de su propia esencia. Sabía que en una hora empezaría a resentirse con esos dolores que venían después de que su novio lo destrozara en cualquier posición que le apeteciera.

Caminó hacia su habitación y fue directo al aseo, poniendo el tapón y llenando la gran bañera. De verdad quería darse un baño caliente. Seguía lloviendo en Seúl y aunque no hacía tanto frío, todavía se sentía frescor en el ambiente. Dejando la tina llenarse de agua, se metió al cubículo de la ducha para limpiarse el cuerpo.

Minho entró tras él y le dio un suave beso en el hombro antes de pasear sus manos por su cuerpo enjabonado. El vapor subía envolviéndolos en una especie de bruma irreal de la que Jisung no quería huir nunca. No quería salir de esos brazos jamás. La presencia cálida de Minho a su espalda era como un salvavidas. Se sentía más seguro que en su vida cuando estaba con él.

Las manos ásperas del chico bajaron por su vientre hasta su entrepierna. Lo lavó con mimo, con caricias suaves. Su erección empezó a llenarse cuando lo giró contra la pared de azulejo.

Jisung no podía dejar de pensar en cómo esos dedos ahora recorrían sus nalgas y el espacio entre estas, limpiando los restos de lubricante de forma eficiente. Sintió un dedo apretar contra su entrada y jadeó apoyando la mejilla en el frío azulejo. Entró suavemente y Jisung respiró hondo cuando lo sintió moverse en su estrecho canal.

—¿Vamos a la bañera? —preguntó en su oído, rozando con su falange la próstata sensible de Jisung. Él gimió buscando más contacto, pero Minho sacó los dedos y le dio una pequeña nalgada que sonó como un chasquido en su piel húmeda—. Vamos, príncipe.

Apagó la ducha y lo cogió de la mano, abriendo la mampara de cristal y saliendo. El frío de la habitación le puso la piel de gallina.

Minho entró primero en la gran bañera exenta recostándose, con sus brazos en los bordes y a Jisung le pareció jodidamente erótico ver su cuerpo grande y pálido contra la cerámica. No utilizó sales de baño ni jabón, así que el agua clara lo dejaba ver todo lo que tenía para ofrecer. Era como un rey allí tumbado relajadamente, con el agua justo debajo de los pectorales.

—¿Te vas a quedar ahí? —le preguntó, con esa sonrisa ladeada que le daba cuando quería tocarlo por todas partes. Jisung metió un pie en la bañera porque quería de verdad que lo tocase por todas partes.

Las manos de Minho lo forzaron a ponerse de espaldas a él, recostado sobre su pecho, con sus nalgas rozando eventualmente la erección con la que el hombre había salido de su pequeño interludio en la ducha. Sintió los dedos recorrer perezosamente sus brazos y su pecho, Jisung acarició las piernas musculosas entre las que estaba acunado.

«¿Qué coño me pasa?». Toda la sangre de su cuerpo parecía estar concentrada en un único lugar otra vez. Los dedos de Minho agarraron sus pezones y los rodó de forma distraída, como si de verdad no estuviese haciéndolo jadear de placer.

Las uñas de Jisung se clavaron en los muslos del hombre cuando tiró a la vez de los dos brotes sensibles mientras succionaba con fuerza su cuello. Era vagamente consciente de que tendría que llevar cuello alto al día siguiente pero no le importó. Su culo se restregó contra Minho, desesperado por sentir más contacto.

—Ponte sobre tus rodillas, con los brazos sobre el borde —susurró en su oído y Jisung se levantó lentamente, con sus extremidades pesadas.

—¿Vas a follarme aquí? —preguntó, temblando de placer ante la idea.

—Ya veremos. Ahora, pon tu culo en pompa para mí —Jisung obedeció, poniéndose sobre sus rodillas en la bañera. Apoyó los brazos sobre el borde contrario y giró la cabeza mirándolo. Minho se incorporó, el agua de la bañera se movió por todas partes cuando se arrodilló tras él y agarró sus nalgas—. No creo que seas consciente de lo sexy que eres. Esta visión es para enmarcarla.

—Saca una foto —bromeó y le guiñó un ojo apoyando la sien sobre sus propios brazos cuando el chico se quedó unos segundos en shock.

—No seas travieso —dijo de repente—, o voy a tener que castigarte.

El vientre de Jisung se apretó extrañamente y no pudo contener el estremecimiento ante esas palabras. El otro lo sintió y sonrió de nuevo de medio lado. Los pulgares se acercaron peligrosamente a su agujero mientras abría sus nalgas, mirando dentro.

No sabía que estaba pensando ahora mismo, pero desde el punto de vista de Jisung, Minho se veía hambriento. Igual que había estado viéndose toda la noche. Una especie de estúpida sensación de orgullo se instauró en su corazón al pensar que era él quien tenía al hombre más caliente de la faz de la tierra arrodillado, de nuevo, ante su culo. Era Han Jisung el que ponía esa polla como una roca con un par de besos.

De repente, su cuerpo tembló. Sintió el aliento caliente y la lengua húmeda de Minho dejando una gran franja de saliva en su raja y estuvo a punto de perder el equilibrio en sus brazos. Las manos del chico abrieron más las nalgas, clavando sus yemas en la carne blanda. La lengua volvió a recorrer desde la base de sus bolas hasta el coxis y no pudo evitar el lamento ahogado que salió de su garganta.

Cerró los ojos aferrándose al borde de cerámica de la bañera para no caer dentro. Los labios de Minho presionaron un beso húmedo en su agujero y su lengua salió para rozar suavemente, como la caricia de una pluma. Jadeó por aire cuando sintió el músculo empujar contra él.

Solo le habían hecho esto una vez; nunca había tenido la suficiente confianza con nadie para hacer algo así. Jisung estaba totalmente ruborizado ahora mismo, se sentía avergonzado y tan profundamente excitado que su cuerpo no respondía a nada más que el toque de Minho.

La lengua del chico se deslizó en círculos seguros alrededor de su agujero y volvió a empujar para entrar. Jisung no podía dejar de jadear, con sus caderas moviéndose contra la boca ajena. Estaba haciéndole un beso negro. Literalmente, estaba comiéndose su culo. Casi se echa a reír de la vergüenza, pero la mano grande y áspera se envolvió sobre su erección bajo el agua y le apretó.

—Ahhh...Jodeeer... —sollozó, con las piernas temblando.

Estaba seguro de que si Minho seguía apretando así se correría pronto. Pero lo soltó y su mano volvió a sus nalgas calientes. Los sonidos en el baño hacían eco de una manera sucia, la saliva chasqueando contra su culo, los jadeos y el agua de la bañera meciéndose de un lado al otro con el movimiento de ambos cuerpos.

La lengua húmeda y caliente se apartó de él y volvió a la base de sus bolas, recorriendo su perineo mientras dos dedos entraban de un golpe en su agujero sensible y acariciaba buscando su punto. El estallido de placer le tensó la columna, arqueándose. Los labios de Minho succionaron su escroto mientras los dedos se movían sin piedad.

Su propia mano se deslizó bajo el agua hasta su polla porque sentía que iba a explotarle una vena en el cerebro si no se corría ahora mismo.

—¡No! —La negativa rotunda vino de la voz ronca de Minho y él lo miró por encima de su hombro, sin entender ni una mierda—. No te toques hasta que yo te diga.

—Pero estoy cerca, quiero correrme —contestó, desconcertado.

—Te tocarás cuando te diga. —Minho volvió a lamer su culo, combinando los toques de su lengua con sus dedos hábiles que se movían contra su próstata.

Jisung sollozó de placer, cerrando los ojos y moviéndose, buscando fricción en su polla sin conseguirlo. De repente el chico se apartó de él y sacó sus dedos. Una nalgada fuerte y sonora cayó sobre su piel y siseó apretando las piernas tratando de encontrar alivio.

—Salgamos de aquí, tengo que follarte ahora mismo.

Escuchó el movimiento del agua a su alrededor y como en una bruma, el brazo de Minho rodeó su cintura y lo levantó, sacándolo de la bañera. La toalla mullida sobre sus hombros se sentía como papel de lija en sus terminaciones nerviosas sensibilizadas. Quería las manos de Minho.

Le agarró la mano dirigiéndose a la habitación. Jisung se tiró contra sus labios, agarrándose a su cuello con fuerza, antes de que hubieran dado un paso. El escritorio fue la primera superficie plana que encontraron y Minho le dio la vuelta estrellando la palma de su mano contra su nalga otra vez. Jisung gimió levantando su culo contra la erección de su novio.

—Qué pervertido es el joven maestro —susurró contra su oreja.

Se separó de él, caminó hasta la mesilla de noche y se puso un condón. Volvió hasta él con la polla enfundada y dura resaltando en medio de su cuerpo.

—Joder, eres tan caliente... —jadeó Jisung, acariciándose a sí mismo mientras le miraba.

—Te dije que no te tocaras sin permiso. —La mirada se oscureció un tono y sintió un escalofrío recorrerle.

El hombre se acercó con pasos decididos y agarró a Jisung de las caderas, levantando su culo firmemente. La palma caliente sobre su espalda lo obligó a bajar su cuerpo un poco, puso sus manos sobre la madera del escritorio y lo miró de reojo.

Minho cayó de rodillas tras él y le abrió las piernas bruscamente. Sus manos volvieron a agarrar las nalgas del chico y las estiró con fuerza. La lengua del hombre volvió a recorrer su entrada y Jisung tembló de nuevo. Sintió el chorro de lubricante justo después y como sus dedos entraban apenas en su agujero esparciendo el líquido.

Pensó que perdería la cabeza, su cuerpo estaba vibrando y todo lo que podía pensar era en lo cachondo que estaba en ese momento. El glande presionó contra él unos segundos después y Minho se metió de un empujón. La presión casi hace que se desmaye, respiró entrecortado cuando la mano del chico subió a su hombro con una caricia suave.

El calor del otro estaba sobre su espalda ahora y los labios dejaron un húmedo beso en su nuca. Salió despacio y volvió a entrar con demasiada fuerza. Jisung siseó de dolor echando la cabeza hacia atrás.

Le golpeó la próstata en la cuarta estocada certera y ahogó un lamento cayendo sobre el escritorio apoyado en sus antebrazos. Una mano de Minho se ancló en su cadera y la otra en su hombro y empezó a menearse cada vez más rápido. Su estrecho canal ardía con aquel hierro candente que entraba y salía de él atravesándolo. Lo sentía tan profundamente que empezaba a creer lo que había dicho en el sofá: era posible que Jisung no fuera capaz de volver a correrse sin tener la polla de Minho enterrada hasta el fondo de su recto.

Le soltó el hombro y acarició su costado, moviéndose implacablemente, entrando y saliendo de él en esa especie de danza primitiva que lo volvía loco. Estaba tan cerca de correrse que se movió contra el escritorio, buscando algo con lo que estimular su propio mástil sin tener que tocarse. Pero Minho lo percibió.

Tiró de su hombro contra su pecho, enderezándolo, alejándolo de la mesa y de la posibilidad de rozarse contra algo. Necesitaba un toque, solo un toque y podría estallar en mil pedazos.

—Minho... por favor... deja que me corra —sollozó, entre gemidos desesperados. La mano del chico se envolvió en su pelo, tirando con fuerza y girando su cabeza.

—No. Todavía no es suficiente.

El lamento que se escapó de su boca cuando sintió sus dientes en el cuello y el glande de Minho contra su próstata, sonó como algo animal. Minho le pegó a la pared junto al escritorio con su cara contra el papel pintado de diseño. Estaba rompiendo su culo otra vez, clavando sus uñas en la piel de la cadera y tirando de su pelo.

Vergonzosamente, la ligera mordida de dolor lo hizo estremecerse y sintió como su polla goteaba y el líquido caía sobre su pie descalzo. Quería correrse, pero también quería seguir disfrutando de cómo ese hombre le estaba destrozando en ese momento.

Otro tirón del pelo y Minho salió de él. Jisung jadeó por la sensación de vacío, quería más, necesitaba más. Lo lanzó a la cama sin cuidado, boca abajo y estuvo sobre él un segundo después. Sus dientes se clavaron en su nalga izquierda y Jisung se restregó contra el edredón desesperado.

—Eres mío.

—Sí, sí, sí —gimió afirmativamente mientras le daba la vuelta y se establecía entre sus piernas. Cogió su tobillo derecho y lo lanzó sobre su hombro antes de empujarse de un golpe dentro de él de nuevo.

Mañana iba a doler, iba a doler tanto que tal vez no podría caminar recto. Pero no podía pensar en nada más que en ese trozo de carne taladrándolo con ese ímpetu salvaje que lo tenía poseído. Se movió contra él haciendo un círculo con su cadera, con la polla recorriendo los confines de su interior, donde malditamente nadie había llegado jamás.

El golpe de sus pieles chocando resonaba, Minho hacía esos sonidos de placer, como gruñidos, cada vez que Jisung lo apretaba. La mano del chico rodeó su cuello, presionando a los lados, mientras la boca caía sobre su pezón mordiendo con fuerza y follaba su culo en el ángulo en el que su punto P era estimulado. Han puso los ojos en blanco y soltó un grito de placer cuando lo hizo correrse en cuatro golpes.

No recordaba la última vez que se había corrido sin que tocaran su polla. Pero ahora, casi sin respiración por la mano de Minho en su cuello, con su pezón torturado entre sus dientes y la vara larga estrellándose sin piedad contra su interior, no paraba de salpicar sobre él, sobre la cama, sobre cualquier parte.

—Joder, qué apretado estás... —retumbó.

Jisung no sabía ni en qué idioma estaba hablándole. El vaivén de sus caderas continuaba y el hombre le soltó el cuello y puso una almohada bajo su culo antes de apoyar los antebrazos a ambos lados de su cabeza.

Se miraron por unos segundos, Jisung todavía trataba de enfocarse, cabalgaba el orgasmo más largo de su vida cuando Minho volvió a su ritmo homicida. Su asta cavó en su agujero y una de sus manos bajó a su polla sensibilizada. Se estremeció tratando de huir del toque, con esa sensación de dolor extraño y placer.

—Tu culo es mío, tú eres mío, ¿verdad, príncipe? —gruñó, mordiendo el lóbulo de su oreja mientras sus dedos apretaban la erección que no había tenido tiempo a bajarse tras el segundo orgasmo.

—Ah... Ahhhh... ¡Minho! —gritó, con la piel de gallina por las sensaciones que lo recorrían.

Las atroces embestidas contra su punto, la palma de Minho sobre su tronco masturbándolo y el pulgar que rozaba la punta dándole una descarga dolorosa lo estaban haciendo temblar. Jisung estaba sintiendo algo salir de su miembro, pero le pareció imposible, trató de contenerse, arañando los hombros de Minho, mordiéndole el cuello. Pero falló miserablemente.

La mano áspera se movió con más fuerza cuando los golpes en su culo se hicieron más erráticos y rápidos. Jisung sintió el orgasmo apretarle las bolas y recorrerlo hasta la coronilla. La explosión empezó en la punta de su polla ardiendo de dolor y atravesó su cuerpo. Cerró los ojos echando la cabeza hacia atrás, con el cerebro desconectado. Sus piernas se apretaron alrededor del cuerpo de Minho y el gemido ahogado del hombre contra su oído se combinó con el propio, que salió agudo y necesitado.

No supo qué coño pasó después, ni siquiera supo si el otro se corrió o no. Jisung estaba flotando en una nube extraña en la que su cuerpo se había convertido en una gran masa de gelatina temblorosa. Dudaba que pudiese ponerse de pie después de esto. Dudaba seriamente poder volver a hablar.

Con los ojos cerrados y abandonado sobre la cama, fue consciente del peso que se quitaba de encima y del frío y áspero tacto de una toalla sobre su pecho, su vello púbico y su culo.

—Duele —gimoteó cuando el trapo mojado estaba sobre su polla.

—Perdón, seré más delicado —Era la voz de Minho, pero Jisung no iba a abrir los ojos nunca más a partir de ese momento porque solo quería seguir en ese viaje astral en el que estaba.

La toalla fría se fue y volvió una seca que paseó por su piel con toquecitos tiernos. Sonrió imaginando cómo se vería ese hombre brusco limpiando su cuerpo tirado en la cama.

—Hay que cambiar las sábanas...

—Ni hablar, aparta el edredón y coge otro del armario, no pienso moverme de esta cama nunca más —contestó Jisung y escuchó la risa suave de Minho. Decidió que era el momento de abrir los ojos.

El hombre llevaba un bóxer puesto y Jisung se extrañó. Le gustaba dormir desnudo junto a él, pero imaginó que tal vez tenía frío, así que no lo pensó más, se dio la vuelta, rodando estúpidamente por la cama mientras el chico trataba de quitar el edredón de debajo de su cuerpo.

—Si te hubieras levantado hubiese sido más fácil —se quejó, dejando el cobertor hecho una bola a los pies de la cama y cogiendo otro del armario.

—Si no me hubieras roto el culo sería más fácil levantarme —contestó Jisung y vio la sonrisa orgullosa en la cara del otro mientras le tapaba—. No sea engreído, Lee Minho-ssi.

—Tú fuiste quién lo dijo, no yo —contestó acercándose al bolso de deporte que había traído consigo. Volvió a la cama y le dio una pastilla y una botella pequeña de agua cerrada—. Es un antiinflamatorio, te vendrá bien después de... eso.

—¡No te atrevas a estar avergonzado! —se quejó riéndose, tragó la pastilla y le dio algunos sorbos al agua incorporado sobre sus codos. Volvió a tumbarse y dio dos golpecitos en la cama para que viniese a su lado.

Minho se tumbó junto a él y apoyó su cabeza en el pecho de Jisung. Le gustaba estar así, parecía tan frágil que casi se creía que podría protegerlo de todo. El chico subió el edredón por encima de sus cabezas y restregó la mejilla contra la piel de Han, oliéndolo.

Ese hombre tenía un montón de manías que había memorizado. Como meter sus manos bajo la camiseta a su espalda cada vez que podía. O bajar la cara cuando se reía, como si no estuviese acostumbrado a hacerlo. También le gustaba oler su cuello, en cualquier lugar y contexto. Daba igual donde estuviesen, cuando Minho quería, pegaba su nariz al hueco bajo su mandíbula y aspiraba.

Estaba también esa mirada que se fijaba en Jisung cada vez que él estaba haciendo algo gracioso, algo normal, o simplemente existiendo. Minho siempre lo miraba tan fijamente, con una sonrisita en la comisura, como si de verdad amase todo lo que hacía.

No sabía cómo ni cuándo había empezado a memorizar todas las cosas que el hombre hacía y que se correspondían con las cosas que Jisung más amaba verle hacer. La revelación lo golpeó el cerebro mientras sentía los dedos del chico recorrían su cintura perezosamente.

—Te quiero, Minho... —susurró, algo avergonzado. El hombre se apretó contra su pecho, sin mirarlo, ocultándose de él—. Seguirá lloviendo mucho tiempo... Déjame resguardarte de la lluvia.

—Gracias, príncipe—contestó—, por creer que valía la pena tratar de salvarme.

Jisung se sentía tan cansado que no podía abrir los ojos, pero sí recordó que aquello, definitivamente, había sonado como una despedida.       

***

1/2

Solo voy a subir dos porque este es un MASTODONTE de 7500 palabras, navegantes.

¿Qué opinan de la hermana de Minho? 

¿Creen que será una despedida?

Nos vemos en el infierno

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