24. El inicio de la estación de lluvias

🎶Banda sonora: Say it to my face - Soran🎶

Changbin apretó las manos en el volante más fuerte.

—¿Estás seguro de esto, Jisung?

—No voy a volver a discutirlo. Lo que ha hecho mi padre es imperdonable. Tú, Felix y Minho tenéis un puto francotirador apuntando a vuestras cabezas. Por supuesto que estoy seguro de que mi padre tiene que arreglarlo ahora mismo.

Suspiró, abriendo la puerta del coche. Se bajó y siguió a Jisung, que caminaba decidido hacia la casa. No habían avisado de su llegada, pero estaba seguro de que los Han ya habían sido advertidos en tanto en cuanto el guardia de seguridad les había dejado entrar sin ningún problema.

Los zapatos que Jisung no se molestó en quitarse retumbaban en el suelo de mármol italiano. Changbin se mantuvo algunos pasos por detrás, respetando el espacio del chico que ahora ardía de furia. Cuando llegó al distribuidor principal de la casa, gritó hacia las escaleras.

—¡Padre! —Una de las empleadas de servicio, bastante joven, pareció colapsar del susto cuando lo escuchó. Changbin la miró con lástima, debía llevar poco aquí para no conocer las explosiones de Jisung—. ¡Madre!

—¿Crees que es buena idea implicar a Eunji Keuneomeoni-nim en todo esto? —preguntó Changbin manteniendo el tono neutro.

—Por supuesto que lo es —contestó, mirándole furibundo—. ¡Padre! ¡Madre!

—¿A qué vienen esas voces, Jisung? —La señora de la casa bajaba las escaleras apoyándose en el pasamanos. Changbin no pudo evitar admirarla.

Han Eunji era alta y delgada y portaba encima esa majestuosidad que da el dinero viejo. Había nacido con una cuchara de plata, igual que Jisung, aunque la diferencia generacional se hacía más llamativa ahora que los veía juntos. Su amigo perdía los estribos a menudo y hacía berrinches. Changbin no recordaba haber visto a la mujer ser nada más que perfecta.

—¿Dónde está padre? —exigió Jisung.

—¿Te educaron en un burdel? ¿Así es como saludas a tu madre? —Changbin contuvo la sonrisa y se inclinó cuando lo miró. Jisung también lo hizo, de mala gana, pero lo hizo—. Así está mejor. Tu padre está en el estudio. ¿Cuál es la razón de andar dando gritos por la casa?

—Necesitamos hablar. Ahora. Los cuatro.

Jisung emprendió el camino al estudio mientras Eunji miraba desconcertada y lo seguía. El joven maestro entró sin llamar, azotando la puerta contra la pared. Vio a su padre asustarse llevándose una mano al pecho. Changbin cerró la puerta tras él cuando los cuatro estaban dentro de la estancia.

—Tienes que arreglarlo ahora. No me importa lo que cueste, pero arréglalo.

—¿De qué estás hablando, hijo?

—¡De Park Dongyoon! —exclamó apretando los puños a los lados. La habitación se quedó mortalmente silenciosa. Seo Changbin tuvo miedo hasta de respirar demasiado alto—. Ha puesto sus ojos sobre Changbin y Felix.

—Hijo... tranquilízate —dijo el hombre mayor, levantándose de su silla tras el escritorio.

—¡No! ¿De verdad importamos tan poco? ¿De verdad te da igual lo que me pase?

—Jisung, hijo, tu padre está tratando de hacer lo que puede.

—O sea, que tú lo sabías, madre. ¡Espero que todos hayáis disfrutado engañándome durante todo este tiempo! —se quejó, negando con la cabeza—. Arregla esto, padre, ya. No voy a permitir que a nadie le hagan daño por tu culpa.

—Estoy tratando de hacer todo lo que puedo para que estés a salvo.

—No solo se trata de mí, padre. Changbin también está en peligro.

—Jisung... —trató de apaciguar Seo Changbin, pero el chico continuó con su discurso agresivo.

—¿No te importa lo que le pase? Porque a mí sí me importa. Changbin es mi hermano, es la única persona que sé que nunca me abandonaría. Así que más te vale padre que no sufra ningún daño, ni tampoco ninguna de las personas que son cercanas a mí. Porque encontraré la manera de hundirte, aunque me arrastres contigo.

—¡Cielo santo, Jisung! ¿¡Cómo puedes atreverte a hablarle así a tu padre!? ¿Sabes todo lo que ha hecho por ti? ¿Por Seo Changbin? ¡Ambos habéis vivido como reyes gracias a tu padre!

—Y ahora vamos a morir como criminales gracias a él —contestó secamente.

La mano de Eunji Keuneomeoni-nim* voló en un segundo y cruzó la cara de su hijo con un estruendo. El chico la miró, con los ojos rojos por las lágrimas contenidas. Se agarró la mejilla y Changbin podría jurar que nunca, en su vida, había visto a una persona tan decepcionada como Jisung en ese instante.

*N/A: Keuneomeoni es como se llama la esposa del hermano mayor de tu padre.

—Arregla esto, padre. Es lo último que tengo que deciros a ambos. Espero que la próxima vez que nos veamos no sea en un funeral, madre —Alzó la barbilla y salió de la habitación seguido de esa aura sombría que le puso los pelos de punta. Jisung siempre había sido algo dramático, pero esto sobrepasaba todas sus locuras anteriores.

—Changbin —Se giró hacia Jihyeon sin decir nada—, no le pierdas de vista.

—Por supuesto que no, Keunabeoji-nim.

—Y protégelo a toda costa.

—Con mi vida —aseguró rotundamente. Y era cierto. El hombre mayor asintió despidiéndose y Changbin salió de la habitación.

Jisung ya estaba sentado en el asiento del pasajero del coche, con la cara apretada por la ira. Cuando se sentó a su lado y salió por el camino de la mansión, respiró hondo. La lluvia cubría la carretera y caía en trombas sobre los cristales del coche.

—Me prometiste que no te pondrías en el camino de una bala por mí. Y quiero que lo cumplas —recordó Jisung.

—No vamos a hablar de esto otra vez.

—Me hiciste una puta promesa. Cúmplela.

Changbin no contestó.

Cuando llegaron a casa, mandó un mensaje a Felix. De verdad lo necesitaba hoy en casa, y Jisung también. Si fuese su decisión, Felix se quedaría a su lado cada segundo de su vida. Pero, por mucho que le doliese, no podía hacerle eso. En cambio, utilizó una invitación a cenar como la excusa perfecta para proteger al pequeño polluelo de un destino que ninguno de los dos había elegido. 

¿A qué huele el sol? 

Si le hubiesen preguntado a Minho, diría que Jisung olía a sol, o que el sol olía como Jisung. Olía a cosas maravillosas, a ese perfume caro, a jabón de flores, a cosmética de lujo. El aroma de Jisung era como una mañana de verano, calurosa y brillante.

Jisung era para Minho lo que el sol es a todos los seres de la tierra: vida. Pero Jisung está demasiado arriba, demasiado alto en el cielo, a demasiados años luz del alcance de Minho. Cuando estaba cerca de él, se quemaba, cuando estaba lejos de él, Lee Minho se convertía en un glaciar. Jisung se sentía como el sol y olía como él también.

Hoy el cielo estaba nublado y el día oscuro. La lluvia caía mojando la acera frente a él. La estación de lluvias podía durar meses, pero él sentía que llevaba años con el cielo gris y encapotado alrededor.

Para Minho solo era verano cuando se tumbaba desnudo entre las sábanas de algodón egipcio y sentía la respiración de Jisung a su lado. Siempre que la sonrisa fácil de Jisung aparecía ante él, convirtiendo sus ojos en pequeñas rendijas y mostrando su encía, Minho podía oler el sol.

La piel de Jisung era como la lava caliente, derritiendo cada pedazo de hielo dentro de él. Con el príncipe pensó por primera vez en cómo podría ser su vida si se alejaba de I.N. Pensó en cuál podría ser su oficio si no estuviese allí. ¿Podría dedicarse a la seguridad privada? ¿Podría ser portero de discoteca? ¿Cajero en un supermercado? Podría ser cualquier cosa, siempre y cuando pudiese ser honesto con Jisung. Siempre que el sol siguiese brillando en su vida, Minho estaría dispuesto a todo.

Cuando llegó hasta la puerta del bloque de apartamentos no sabía qué estaba haciendo, no sabía por qué todas las veces que quería morir acababa allí, como si ese lugar fuese su única razón para vivir. El eco de los grandes goterones en el paraguas negro zumbaba a su alrededor.

Solo cinco pasos más, con cinco pasos llegaría a la entrada. Caminaría hasta el guardia de seguridad, que ya lo conocía, recorrería el pasillo hasta el ascensor y después caminaría los 20 pasos que le separaban de la vivienda. Tocaría en la puerta y estaría salvado, porque Jisung había dicho que intentaría salvarlo. Y Minho se lo quería creer.

«Nuestro karma es otro», el recuerdo de la voz de su hermano llegó a su cabeza. Por supuesto que su futuro era otro. No importaba que llegase a esa puerta, no importaba que él le abriese y lo dejara abrazarlo hasta que acabase la estación de lluvias. Daba igual lo mucho que quisiese besarlo ahora mismo, o que el único lugar seguro del mundo fuese el espacio bajo el brazo de Jisung, con su cara apoyada en el pecho del hombre, respirando su piel. Todo eso no importaba, porque él estaba condenado.

Era curioso cómo la culpabilidad actuaba sobre su cerebro. Cuando estaba con I.N tenía miedo a hacer o decir algo mal por los golpes, por los castigos, pero, sobre todo, porque I.N tomase represalias contra Jisung. Por eso mentía y luego se sentía culpable. Odiaba tener que engañar a Yang Jeongin porque él le debía todo.

Sin embargo, cuando hablaba con Jisung, cuando estaba con él, cuando miraba sus fotos, en cualquier momento en el que llegase a su cerebro; la culpa le golpeaba tan duro que le incapacitaba a pensar con claridad. Como ahora mismo. Se sentía mal por haberle mentido (por centésima vez) con respecto a los agresores que lo habían golpeado el fin de semana anterior. Se sentía terrible por haber estado en casa de sus padres hace dos días, cuando Dongyoon hyung los amenazó. Y, por supuesto, se sentía como una mierda por usar a Jisung como arma arrojadiza.

Dio un paso atrás, alejándose. Quería desesperadamente subir hasta aquel apartamento, agarrarlo y llevárselo lejos. Tan lejos que nadie pudiese encontrarlos, pero Dongyoon siempre los encontraría. Y I.N... Gimió mirando al suelo mojado al pensar en su amigo. Si I.N se enteraba de lo que estaba pensando le cortaría los dedos de las manos con un cuchillo sin filo.

Yeongin quería que no contactase con él, quería asustarlo. Había recibido una orden y estaba ignorándola. Y pensaba continuar haciéndolo hasta que su jefe se cansase de él y le metiera una bala entre los ojos. Cualquier destino era mejor que hacerle más daño a Jisung. Recibiría sin lucha cualquier castigo antes de levantar una mano contra el chico que era el único verano que había conocido.

—¿Minho hyung? —lo llamaron desde lejos. Levantó la vista para ver a Changbin en la puerta del edificio con un paraguas y algunas bolsas colgando de sus muñecas, mirándolo directamente. El chico se acercó a él—. Ehm... ¿Quieres subir? —Cielos, por supuesto que quería subir, pero ¿debía? —. Jisung está en casa... He salido a comprar algo para cenar, creo que Felix vendrá después. —El brillo en sus ojos al hablar del pequeño le hizo sonreír.

—¿Te gusta? —le preguntó de pronto.

—¿Qué?

—Que si te gusta Felix.

Se quedó en silencio, con la lluvia rellenando el espacio en el que ninguno de los dos quiso hablar más. Se ruborizó un poco y a Minho le pareció gracioso como un chico tan grandote podía ser tierno.

Changbin era extraño la mayoría del tiempo, nunca le había visto con un pijama, ni siquiera en su casa. Nunca lo había visto mancharse con la comida, sentarse encorvado o reír hasta llorar. Tal vez por eso, en el fondo, le caía bien. El sentido del deber del hombre le recordaba al propio, aunque estaban en caras opuestas de la moneda.

Respetaba los intentos de Seo Changbin por proteger a Jisung y a Felix. Pero el chico no se reía demasiado, no era demasiado feliz. Tampoco lo era Minho. Extrañamente, ese lazo de infelicidad y servidumbre los unía de forma casi irremediable.

—Tengo que irme —interrumpió, dándose la vuelta para marcharse, pero la mano de Changbin tiró muy suavemente de la manga de su gabardina negra.

—No tienes que irte, Minho hyung —La mirada le atravesó un poco el alma y pensó que, en otra vida, hubiese sido un buen amigo del gran oso—, puedes subir conmigo, Jisung estará feliz de verte, siempre lo está cuando está contigo.

Sus mejillas se calentaron con la declaración sin segundas intenciones. Si en ese momento alguien hubiera echado un cubo de agua en el corazón de Minho, hubiesen crecido flores.

Él también era feliz cuando estaba con Jisung. Podía comportarse como un niño, podía hacer un berrinche para no levantarse de la cama. Podía taparlos con el edredón y besarlo por todas partes. Cuando estaba con Jisung le ponía canciones en millones de idiomas que él no entendía, hablaba de películas antiguas que él no había visto y le contaba sobre los países que él nunca había visitado. Una vez, Minho le contó que nunca había salido de Corea y él dijo que el primer país al que viajarían juntos sería Japón.

A Lee Minho le daba exactamente igual si era Japón, Egipto, México o Suiza. Pero quería ir de viaje con Jisung. Quería tener esos recuerdos con él. Recuerdos que no estuvieran manchados por la amenaza de muerte, que no tuviesen a I.N, a Dongyoon hyung o a cualquier otra persona de por medio. Quería volver atrás en el tiempo y no haber llevado nunca aquellas mochilas.

—Me gustaría, pero no puedo...

—Sí puedes. Si estás aquí, si has venido hasta la puerta, es porque puedes. Ven con nosotros a casa.

Casa. Hacía tantos años que no tenía ninguna casa a la que volver. El hombre más grande sonrió con conocimiento y lo agarró del antebrazo, dirigiéndolo irrevocablemente hacia las puertas de seguridad del complejo. Minho lo siguió porque era como si le estuviera invitando a asistir al primer día del resto de su vida.

Entraron al edificio cerrando sus paraguas goteantes. Los dejaron en un cubo en la entrada y ambos, como autómatas, saludaron al guardia. Cuando caminaban tranquilamente por el pasillo hacia el ascensor Changbin volvió a hablar.

—Jisung y Felix son importantes para mí.

—Lo sé —contestó, porque no sabía qué más decir.

—Ellos son el único lugar al puedo ir cuando estoy hecho pedazos —su confesión lo cogió desprevenido. Lo miró, pero el chico tenía la vista clavada en las puertas metálicas del ascensor que se abrieron en ese momento. Changbin entró, esquivando sus ojos, Minho le siguió y fue al fondo del cubículo, mirando la espalda recta del chico—. Por favor, Minho hyung, no quemes mi casa.

—Changbin...

—No hagas daño a Jisung y Felix. No destruyas mi hogar. —Minho quiso echarse a llorar. Pero, en cambio, se quedó en silencio.

Ni siquiera se le pasó por la cabeza que quizá ese chico era más listo de lo que él pensaba. Que tal vez conocía el plan, que probablemente lo conocía a él. En ese momento, lo único en lo que podía pensar era que la desgracia les había pillado a ambos como un tren de carga. La vida les había dado el mismo sitio al que volver y Minho llevaba mucho tiempo colocando las cargas de explosivos que los harían volar por los aires.

Changbin salió del ascensor y caminaron hasta el apartamento: —¡Quokka! Mira lo que encontré abajo.

Se quitaron los zapatos mojados en la entrada y Changbin le dejó colgar su gabardina en el armario de la entrada, junto a los abrigos de los que vivían allí. Su hombre salió de la cocina con una sonrisa que iluminó la tarde lluviosa de Seúl y Minho volvió a sentir que era verano.

—¡Oh! ¿Un gatito abandonado bajo la lluvia? ¿Podemos quedárnoslo, Changbin? —bromeó acercándose a Minho y dejando un beso muy suave sobre sus labios.

—Claro que sí. —El chico le lanzó una mirada y él se encogió un poco incómodo.

—¿Hasta que acabe la estación de lluvias? —insistió Jisung.

—Por mí está bien.

—¿Puedo quedarme para siempre? —rogó mirando la sonrisa enorme de Jisung, con esa carita de ardilla haciéndolo malditamente adorable—. El tiempo en Corea es raro, a veces llueve incluso cuando no estamos en la estación de lluvias.

—Siempre que no destroces la casa, puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Minho hyung. Voy a dejar la cena en la cocina —Changbin se marchó y Jisung aprovechó que ahora estaban solos para colgarse de su cuello, besándolo con fuerza.

—Te extrañé, gatito abandonado.

—Oye, creía que era un perro.

—No, tienes más cara de gatito. ¿Te quedarás hoy? La lluvia está cayendo a raudales y hace frío.

—Me quedaría para siempre si me hicieses un sitio en tu cama, príncipe.

—Siempre tendrás un sitio en mi cama.

—Entonces nunca volveré a tener frío. —Si pudiera quedarse junto a Jisung, el resto de su vida sería como el verano.     

***

2/3

Navegantes, solo miau.

¡Nos vemos en el infierno!  

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