23. Las reacciones

🎶Banda sonora: I'm not done - Fever Ray🎶

Han Jihyeon quería salir de ese infierno. Quería acabar con todo de una vez. Pensó seriamente en entregarse a la policía, llevaba muchos días dándole vueltas a la posibilidad. Pero una parte de él, la parte cobarde y egoísta, tenía miedo.

¿Qué conseguiría yendo a la policía? Park Dongyoon tenía contactos en todas partes, sus tentáculos llegaban a todas partes. Además, tampoco podría asegurar que el hombre no tomase represalias contra su familia.

Por otro lado, todavía esperaba una llamada del hombre que lo sacaría del embrollo. Y no es como si pudiese encontrarlo por sí mismo. Había sido imposible de rastrear. El número de teléfono de prepago desde el que lo llamaba estaba a nombre de un hombre que había muerto en Busan hacía 15 años. No sabía quién diablos era.

Pero a Han Jihyeon le pareció muy buena idea trabajar con él cuando le ofreció una serie de garantías. Para empezar, consiguió ayudarle a ocultar muchos de los movimientos opacos que Han Bank había hecho; también logró quitarle de encima una auditoría y dos investigaciones de diferentes entidades gubernamentales. Llegó a pensar que formaba parte de algún departamento de las fuerzas del orden, pero no le parecía que la forma de actuar fuese la de un policía. De hecho, todavía no entendía cómo le había dejado tirado, con la amenaza pendiendo sobre la vida de Jisung y la suya propia.

Cuando su conductor enfiló la carretera hacia la mansión, suspiró cansado, guardando en un pequeño estuche de cuero las gafas para leer y recogiendo el maletín junto a él en el asiento trasero del coche con cristales tintados. Entraron al garaje y uno de los guardias de seguridad esperaba en la puerta que comunicaba con la casa.

—Señor, tiene visita —dijo tensamente, con una pequeña reverencia. Arrugó la frente, no esperaba visita. Miró su reloj de muñeca y volvió a mirar desconcertado a su empleado.

—¿Está mi esposa en casa? —Si su mujer estaba en casa, debería haber recibido ella misma a las visitas. El hombre asintió y él respiró un poco más tranquilo, Eunji sabía que no debía recibir a nadie en la casa, ella era consciente de lo que Park Dongyoon podría hacerles.

—Ella los dejó entrar... —añadió el guardia, mientras Jihyeon pasaba por su lado para entrar a la casa.

El tono de voz grave del joven le puso los pelos de punta. ¿A quién había dejado entrar? ¿Qué demonios había hecho ahora su esposa? Caminando apresurado por los pasillos hacia la sala de estar, Jihyeon se preguntó por qué había sido tan estúpida como para dejar que nadie estuviese allí dentro.

Sus peores pesadillas parecieron tomar forma cuando atravesó las puertas dobles y se encontró con la escena. Su mujer, con la espalda recta y un vestido formal, tomaba una taza de té de las manos de Park Dongyoon, cada uno sentado en un sofá.

Había cuatro hombres más en la habitación y absolutamente todo el mundo lo miró cuando entró. Junto a Park, que llevaba un traje de gris marengo, un hombre de su edad y constitución, con un traje azul.

—Buenas tardes, Han Jihyeon-nim —saludó Park, con una gran sonrisa, poniéndose de pie para hacer una reverencia.

Pudo tener un vistazo general de los otros tres especímenes de la sala. Uno de ellos era uno de los hombres más guapos que había visto Jihyeon en su vida. Parecía uno de esos protagonistas de dramas que su esposa veía. La sonrisa cálida llamaba tanto la atención que pensó que sería incapaz de apartar la mirada de él. Parecía un buen chico y no entendía cómo había acabado asociado con esos delincuentes.

Otros dos estaban de pie tras los sillones, uno de ellos con la mirada baja. Tenía la espalda ancha y vestía de negro de los pies a la cabeza. Por la postura de su cuerpo, Jihyeon interpretó que era un guardaespaldas. «O un sicario», se estremeció.

Al fondo de la habitación, ignorando completamente al resto, un chico que parecía más joven que los demás curioseaba tocando los adornos en las estanterías. Lo desconcertó cuando lo miró y sonrió ampliamente. Sus ojos desaparecieron en dos líneas y un par de hoyuelos se marcaron en sus mejillas. De repente en su cabeza se formaron miles de imágenes en las que él y Eunji aparecían descuartizados.

—Por favor, nampyeon*, acompáñanos a tomar el té —invitó su esposa dando un sorbo a su taza.

*Nampyeon: esposo.

—Absolutamente, anae* —Se sentó junto a ella con la espalda tensa. Le temblaban un poco las manos cuando Park Dongyoon le sirvió una taza y se la dio.

*Anae: esposa.

—Estaba agradeciéndole a Han Eunji-nim su hospitalidad, es una gran anfitriona —comentó de forma casual mientras acercaba la tetera al hombre a su lado—. Sik, ¿podrías terminar de servir el té?

—Por supuesto —contestó, con una inclinación de cabeza.

Jihyeon asistió anonadado a cómo aquellos dedos grandes y rudos acariciaban con delicadeza las piezas de porcelana. Sirvió dos tazas antes de darle una al chico hermoso. Los otros dos no se movieron de sus localizaciones, uno evitando continuamente mirar hacia los sillones y otro paseando tranquilamente por la habitación.

—Quería preguntarle, Han Jihyeon-nim, si ha logrado averiguar algo sobre aquel asunto... —comentó Dongyoon casualmente, sacándolo de sus pensamientos. La taza tintineó en sus manos y respiró hondo para contener el temblor.

—Yo... ¿a qué se refiere, Park Dongyoon-nim?

—Oh, ¿lo ha olvidado? Vaya, creí haber sido lo suficientemente claro sobre la importancia del asunto. Necesito saber quién es ese asesor que contactó con usted. Sus consejos serían muy útiles para mí, la verdad.

—Ah... eso...

Una de sus empleadas de servicio interrumpió entrando con dos bandejas, una de pastas dulces y otra con aperitivos salados y se retiró en el más absoluto silencio. Su esposa insistió en que todos cogieran. El que se llamaba Sik cogió una de las pastas para sí y otra se la acercó al chico guapo. Con una batida de pestañas seductora, miró a Eunji y sonrió tras masticarla y tragársela.

—Están deliciosas, Han Eunji-nim, ¿son importadas? —preguntó.

—No, las hacen en una pastelería de Gangnam, los dueños son londinenses.

—Ah, espero que pueda darnos el nombre.

—Por supuesto, buscaré la tarjeta ahora mismo y se la daré antes de que se vayan. Si me disculpan, caballeros —Eunji, gracias al cielo, se levantó y se marchó de la sala cerrando tras de sí.

—Bien, ahora que estamos solos —continuó Dongyoon, acercándose a Jihyeon—, cuénteme, quién es ese hombre misterioso.

—Se lo dije... Ya se lo conté todo. No sé quién demonios es, pero me ayudó con unos... problemas que tuve, y me pareció de fiar. Solo sé que es poderoso, debe tener buenos contactos.

—Entonces, le pareció lógico traicionar la confianza de la familia Park en favor de un desconocido —No era una pregunta, era, simplemente, una puntualización de la verdad—. Se ha creado usted complicaciones muy innecesarias, Han Jihyeon-nim. Ahora su amigo ha desaparecido y usted está aquí, en su sala de estar, con cinco personas que podrían reducir esta casa a cenizas —Tragó saliva audiblemente y sintió el sudor frío cayendo por su espalda. No sabía qué decirle, porque de verdad no tenía ni puta idea de quién era la persona que estaba al otro lado del teléfono—. Las fotos —añadió aun mirándolo a los ojos y abriendo la mano hacia sus hombres.

—Minho, dale tu teléfono a Dongyoon hyung —ordenó el chico de hoyuelos que recorría la habitación sin mirar a ninguno en particular. Nadie se movió por unos segundos, hasta que el que iba de negro sacó de su bolsillo un dispositivo, lo desbloqueó y lo puso sobre la mano de Dongyoon.

Navegó,, moviendo el dedo sobre la pantalla como buscando algo. Y entonces giró el teléfono. Vio la risa de Jisung en esa imagen, con sus mejillas redondas abultadas, agarraba la mano de alguien, pero no salía en la fotografía. En la siguiente foto que le enseñó, Jisung llevaba un jersey grosella y sonreía mirando a algún sitio, en medio de la calle. Le mostró una más y estaba lo suficientemente clara para saber que era su hijo entre las sábanas de una cama, durmiendo tranquilamente.

Bloqueó el móvil y estiró la mano para que el tal Minho lo cogiese. Él se lo metió en el bolsillo rápidamente y dio tres pasos hacia atrás, hasta que su espalda estaba contra la pared y pudo bajar la mirada de nuevo al suelo.

—Jisung es un chico encantador —comentó Dongyoon dando un sorbo al té—. Sería una pena que le ocurriese algún accidente.

—Park Dongyoon-nim, ya le he dicho todo lo que sé —contestó desesperado, tratando de apaciguar a ese desgraciado.

En ese momento, las puertas dobles se abrieron y su esposa volvió a entrar, con la cabeza alta y la espalda tan recta como siempre. Caminó a pasos seguros hasta el hombre sentado junto a Dongyoon y le tendió una tarjeta de color marfil con letras doradas.

—Espero recibir una llamada suya cuanto antes, Han Jihyeon-nim —Dongyoon se puso de pie junto a Sik y el chico guapo—. Creo que una semana será suficiente para que encuentre a su consejero, ¿verdad?

—Park Dongyoon-nim... ya le he dicho que no logro contactar con él.

—Ah, entonces tal vez pueda hablar con Jisung para que me ayude a encontrarlo.

Jihyeon sintió como su sangre abandonaba su cara. Eunji lp miró con un ceño, ella sabía todo, nunca había podido ocultar una sola cosa de esa mujer.

—No será necesario, mi esposo hará todo lo que esté en su mano para conseguir lo que busca.

—Oh, gracias, Han Eunji-nim —Dongyoon miró a su mujer y agarró su mano, dando un beso suave en el dorso. Jihyeon contuvo la respiración tentado a romper la cabeza de ese hombre con la tetera de porcelana que había sobre la mesa. Un estrépito sonó a sus espaldas y todos se giraron, excepto Dongyoon, que seguía agarrando la mano de su esposa.

—Oh, cuánto lo siento —se disculpó el de los hoyuelos ante los pedazos de un jarrón de 400 años que había comprado en una subasta— Espero que no fuese muy valioso... Siempre me pasa lo mismo con las cosas delicadas... Termino por destrozarlas.

El frío lo recorrió de los pies a la cabeza. No podía moverse. Eunji lo hizo por él, se soltó de un tirón de la mano de Dongyoon y los condujo diligentemente fuera de la habitación y, esperaba, de la propiedad.

Jihyeon solo se quedó allí, de pie, mirando los trozos de esa antigüedad en el suelo. ¿Le harían lo mismo a Jisung? ¿Cómo estaban tan cerca de él? ¿Cómo pudieron acercarse tanto como para fotografiarlo desnudo entre las sábanas de una cama?

—Jihyeon —La voz de su mujer le sacó de la ensoñación—, esto tiene que parar, ahora.

Anae...

—No. No me llames así. Arregla esto.

—¿Por qué les dejaste entrar?

—¿Qué querías que hiciera? ¿Qué les prohibiera la entrada y se liaran a tiros en la puerta de mi casa? Has perdido el juicio —contestó, enfadada.

—Tengo que hablar con ese hombre, tengo que conseguir hablar con él.

—Dales el teléfono, dale a Park el teléfono y olvidemos todo esto.

—¿Cómo demonios quieres que haga eso? ¿Estás loca? Si le doy el teléfono estamos perdidos.

—¡Ya estamos perdidos! —Salió airadamente de la habitación, azotando las puertas.

Jihyeon se acercó a la esquina y recogió con cuidado los pedazos del jarrón en un inútil intento de ver si podría arreglarse. Pero no se podía, el jarrón, igual que la familia Han, ya estaba perdido.    

Jisung bostezó por décima vez esa mañana.

—Voy a salir a por un café, ¿quieres uno, Jisung? —preguntó Changbin, sonriendo.

Últimamente, se pasaba el día con esa cara bobalicona. No es que se quejase, Seo estaba en un extraño estado de felicidad constante, como si estuviera drogado, y a él le había venido de perlas. Y esta semana incluso había conseguido salir a cenar con Minho los dos solos, sin una maldita carabina.

—¿Puedo ir contigo? —le preguntó, levantándose de su escritorio. El chico hizo una mueca rara con la cara, pero igualmente asintió. Su semblante se ensombreció un poco.

El ascensor bajó hasta la última planta sin ninguna interrupción y Jisung volvió a bostezar. Salieron riendo del edificio y Jisung entendió por qué a su amigo no le había gustado mucho que se autoinvitara a tomar café. Felix estaba allí, con su ropa formal y un abrigo de color azul rey encima. Los miró y sonrió un poco forzado.

—Os podéis besuquear en el baño de la cafetería —les dijo, echando a andar hacia el local frente a Han Bank.

—¡Qué tonterías dices! —gimió Changbin, avergonzado.

—No es como si no supiera que aprovecháis cada maldito segundo que no estoy para follar por todas partes.

¡BITCH! —gritó Felix, empujándolo.

—¿Por qué me empujas? Si no fuese así, ¿por qué dejaría el carcelero que salga a cenar con Minho a solas? —preguntó Jisung, abriendo la puerta del local. El mayor miraba al suelo y se tocaba la cara, como queriendo ocultar lo tremendamente sonrojado que estaba.

—Eso... no es verdad... —comenzó a decir Changbin.

—Encontré tu camiseta en la cocina el sábado por la mañana. Podría haberos pillado y os dio igual. Por supuesto que me dejas salir de casa para follar por todos los rincones.

—¡Oh, Dios santo! —gruñó mortificado, escapando hacia la barra.

Jisung se sentó en una esquina con Felix, esperando que Changbin pidiese los cafés para ellos. Miró al pecoso y vio las mejillas ligeramente ruborizadas y las cejas fruncidas.

—Me gusta ver a Changbin así —le dijo agarrándole la mano. Él lo miró desconcertado—. Estoy bien con esto, de verdad. Solo procura no masticarlo y escupirlo como un chicle sin sabor.

—Joder, qué poca fe tienes en mí, Jisung —respondió el chico, con el ceño fruncido.

—Nos conocemos, Felix. No te estoy amenazando ni nada de eso. Pero sabes que os quiero a los dos y no quiero que se vaya a la mierda cuando le rompas el corazón.

Changbin se acercó a la mesa y se quitó el abrigo antes de sentarse. Felix no dijo nada, pero bajó la mirada apesadumbrado. En el fondo, era consciente de que no iba a acabar bien para ninguno de los dos. La naturaleza de Lee Felix era completamente distinta a la de Seo Changbing. El corazón del osito de peluche acabaría abierto en canal cuando el polluelo le royese hasta los huesos.

Su teléfono vibró y lo sacó del bolsillo con una sonrisa. La notificación en Line informaba de un número desconocido enviando una foto. Era la cara de Minho. La cara golpeada de Minho. «¿Qué coño?», sus manos empezaron a temblar.

—Jisung, ¿estás bien? —Sintió la palma de Changbin en su hombro inmediatamente y el smartphone se le resbaló de los dedos. Felix lo recogió y miró la pantalla palideciendo antes de enseñársela a Changbin—. ¿Qué coño es esto?

Jisung no podía pensar ahora mismo. Su estómago se cerró como si una prensa estuviese aplastándolo, sentía el sudor frío y el temblor en sus dedos. ¿Por qué le había llegado esa fotografía? ¿Quién la había enviado? ¿Habían vuelto a golpear a Minho?

—Han escrito... —murmuró Felix. Jisung solo levantó los ojos para mirarle ansioso—. Dicen "Habla con Han Jihyeon". ¿Qué está pasando?

«Mierda, no puede ser, esto no puede ser verdad», rogó internamente. Su padre se había pasado de la raya, esto estaba mucho más allá de cualquier cosa que hubiese hecho.

Necesitaba hablar con la policía, necesitaba ir a la policía cuanto antes.

—Llévame a una comisaría de policía, Changbin —dijo de repente—. Ahora mismo.

—Jisung... —empezó a hablar su amigo.

—Cogeré un taxi. —Se levantó de la mesa y se llevó el teléfono.

Salió decidido, evitando que Changbin se interpusiese. La imperiosa necesidad de acusar a su padre, a Park Dongyoon y a todo el maldito mundo lo tenía temblando. Seo salió tras él, pero ya se había subido al vehículo y ordenado al taxista que le llevase a la comisaría de policía más cercana. El conductor solo asintió y arrancó.

Con el avance del coche por las calles del distrito financiero se dio cuenta de que no sabía qué diría a los agentes. Es decir, sí, sabía que su padre había estado haciendo operaciones opacas, pero no sabía nada de Park Dongyoon, más allá de lo que Changbin le había dicho. ¿Le creerían? Park Dongyoon era un C.E.O. exitoso, a pesar de que era discreto, y la prensa no le caía encima, en los círculos de la alta sociedad era conocido.

Su teléfono vibró de nuevo y esperó el mensaje de Changbin diciéndole que volviese, pero lo que encontró fue bien distinto. Una foto de su amigo y Felix en la puerta de la cafetería, con las caras desconcertadas. El mensaje fue bien claro: "¿Qué pasará con ellos si hablas con la policía?".

—¡Dé la vuelta! —ordenó repentinamente al taxista que frenó en seco.

—Pero...

—¡Dé la vuelta ahora mismo, lléveme de nuevo a la cafetería! —gritó.

Rezaba internamente para que Felix y Changbin estuvieran bien, para que ese arrebato no significase que les harían daño o algo peor. ¿Qué haría sin ellos? ¿Cómo iba a sobrevivir sin Changbin a su lado? Fueron, probablemente, los tres minutos más angustiosos de la vida de Jisung.

—Hemos llegado... —murmuró el taxista.

—Gracias —tiró un par de billetes sin cuidado en el asiento delantero y abrió la puerta apresurado—. Quédese con el cambio.

Corrió hacia la cafetería, pero no estaban allí. El corazón golpeó con fuerza, la adrenalina recorriendo su cuerpo le obligó a ponerse en movimiento. Llegó a la puerta del edificio donde trabajaban y llamó a Changbin por teléfono. Felix contestó.

—¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Dónde está Changbin?

—Estamos en el coche, saliendo del parking...

—¡Para el coche! Dile a Changbin que pare.

Jisung corrió por las escaleras los tres pisos que lo separaban de la plaza de aparcamiento donde estaba su coche. Todavía le temblaban las manos y cuando llegó los encontró a los dos de pie, delante del vehículo.

Pensó en lo cerca que había estado de perderlos. Cayó en el suelo de rodillas, tapándose la cara con las manos, con el incómodo llanto haciéndole soltar hipidos. Lloró tanto que no escuchaba ni veía nada, su cara era un desastre húmedo y sintió en la cara la tela suave de un pañuelo que olía a Felix, y su mano en el pelo.

—Quokka... Vamos al coche —susurró Changbin, agachándose junto a ellos, poniendo su gran mano sobre el omoplato de Jisung.

¿Podría superar la pérdida de Changbin? Lo dudaba sinceramente. Changbin era la única cosa inamovible de su vida, el único ser humano que pensó que nunca le dejaría. De pronto, esa afirmación ya no parecía tan cierta. Tal vez sí tendrían que decirse adiós un día. Tal vez ni siquiera les diera tiempo a decirse adiós cuando tuvieran que separarse.

Tiró del chico y lo incluyó en aquel extraño abrazo.

—Jisung, cariño —habló Felix, tras un rato en el que los tres permanecieron en esa posición, en el suelo del aparcamiento, abrazados—. Tengo que volver a la oficina...

—Ah, sí, sí —contestó Jisung, apartándose un poco. El rubio le dio un suave beso en la mejilla y se levantó

—Changbin hyung cuidará de ti, ¿vale? —añadió y acarició la cabeza del nombrado enredando los dedos en su pelo. Se marchó con una mirada comprensiva.

—¿Qué está pasando, Jisung? —preguntó Changbin, cuando el otro estaba lejos, ayudándole a levantarse.

—Tengo que hablar con mi padre.

—¿Para qué?

—Porque quiero que entienda que si te pasa algo a ti o a Felix él será el único responsable —contestó sombrío. 

***

1/3

Navegantes, se pone intenso, a partir de este momento todo será frenético y van a pasar miles de cosas. 

Nos vemos en el infierno 

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