19. Los que no serán perdonados

🎶Banda sonora: Tuck your head under the covers - Myylo y Jordy🎶

—¡Tienes que ayudarme! —gimió Han Jihyeon por décima vez.

—Te lo dije, Han, te dije que si ibas por tu cuenta te quedabas solo. No has hecho nada para ayudarme, ¿por qué debería hacerlo yo?

—Park Dongyoon ha estado aquí otra vez. ¡Maldita sea! Tiene un maldito imán para encontrarse con Jisung. Y ha vuelto a amenazarme.

—No es mi problema. Te dije lo que tenías que hacer y decidiste no obedecer mis órdenes.

—¿Estás diciendo que vas a dejar que le hagan daño a mi hijo?

—No me hagas responsable de tu mierda, Han.

—¡¿Vas a permitir que le maten?! ¡Estás demente!

—¿Tienes algo más que decirme? Estoy ocupado.

—Hijo de puta. Si algo le pasa a mi hijo te buscaré hasta en el infierno.

—Buena suerte con eso. —El hombre colgó el teléfono.

La puerta sonó con tres toques seguros y fuertes y el corazón casi se le para en el pecho. ¿Quién estaba ahí a esa hora de la mañana?

—¡Padre! ¡Sé que estás ahí! —La voz de Jisung sonaba al otro lado de la madera oscura y el desconcierto lo descolocó. Su hijo abrió, azotando la puerta contra la pared, como un vendaval —. ¡¿Cómo has podido?! —gritó, desesperado.

—¿Qué demonios estás haciendo?

—No es tu puto turno de hablar. —Jihyeon palideció con el tono y el lenguaje y se levantó indignado.

—Dirígete a tu padre con respeto.

—¡Mi padre no merece respeto! —El mayor no entendía qué estaba pasando. No sabía a qué venía esa explosión de ira. Miró a su hijo con la mandíbula apretada mientras el chico jadeaba frente a él.

—¡No hables a tu padre de esa manera, maleducado!

—¿Cómo te atreves a mirarme a la cara? —escupió el joven—. ¿Lo sabe madre?

—¿De qué estás hablando, Jisung?

—¿Sabe madre que eres un corrupto? —La mirada de su único hijo se clavó en él con un desprecio que nunca había recibido. Le temblaron un poco las manos y las palabras se le atragantaron —. ¿Es consciente de que tenemos una diana en la cabeza por tu culpa? ¡CONTÉSTAME!

—Cierra la puerta.

—¿Para qué? ¿Para qué me hagas cómplice de tus delitos? No. Yo no soy Changbin, padre, yo no te debo nada.

—¡Me debes todo lo que tienes, maldito desagradecido! Tu casa, tu carrera, tu ropa, hasta tu maldito corte de pelo. Todo eso me debes.

—Yo no pedí ser tu hijo.

— Y yo no pedí ser tu padre. Y sin embargo hice todo por ti.

—Tienes tanto dinero que no lo gastarías ni en tres vidas. ¡No necesitas meterte en esos negocios! —Jihyeon se quedó callado y bajó la mirada al escritorio de roble ante él—. No necesitabas ponernos en peligro.

—Quería que tuvieses una vida cómoda.

—¡Deja de utilizarme para justificar tus errores!

—¡Pero es malditamente cierto, Jisung! Todo lo he hecho para que puedas tener un futuro brillante. Para que puedas pasar tiempo con tu familia y no vivir pegado al trabajo, para que no descuides a tu mujer y tus hijos.

—¡BASTA! ¡Me gustan los hombres, padre, soy homosexual! —gritó, dando dos pasos hacia el escritorio, con la cara roja de ira—. No voy a tener una esposa porque no me gustan las mujeres. Asúmelo de una puta vez, padre, tu único hijo es MARICÓN.

—No seas vulgar, Jisung...

—¿Vulgar? Si yo soy vulgar, ¿en qué te convierte a ti lo que has hecho? ¿En un ladrón? ¿En un delincuente? —Su hijo se rio amargamente negando con la cabeza—. Eres un sinvergüenza. No sé cómo te atreves a caminar con la cabeza alta. Espero que lo que has hecho te persiga por el resto de tus días, padre. Y que mi madre pueda salir sana y salva de ese pozo —Sacó su cartera del bolsillo y tiró al suelo, delante del escritorio, todas las tarjetas de crédito que llevaba. Se dio la vuelta antes de dejar que Jihyeon dijese nada y caminó hacia la puerta—. Terminaré mi periodo de prácticas en la empresa y me marcharé. No vuelvas a dirigirme la palabra si no es para un tema laboral.

Salió del despacho dando un portazo que retumbó en los paneles forrados de madera. Jihyeon miró los pedazos de plástico tirados en el suelo, sintiendo que todo se desmoronaba. 

Jisung volvió a casa en taxi con la cara surcada por las lágrimas. Ni siquiera avisó a Changbin de que se marchaba. Necesitaba enterrarse debajo de las mantas en su habitación y llorar hasta quedarse dormido.

¿Cómo había podido su padre hacer esto? ¿Por qué se había arriesgado a poner en peligro a todo el mundo a su alrededor? Por unos cuantos millones de wones. ¿Eso valía la vida de Jisung para su padre? La vida de las personas no se compraba con dinero, aunque Han Jihyeon solía comportarse como si pudiese hacerlo.

Pensó en Changbin y deseó poder apartarlo de esa locura. También en su madre, que tal vez estaba tan condenada como Jisung a desaparecer como un insecto bajo el zapato italiano de Park Dongyoon.

Le temblaban las manos cuando abrió el apartamento. Estaba enfadado, asustado y decepcionado. Quería encerrarse y esconderse hasta que eso acabase. Quería despertarse de ese mal sueño.

Su teléfono vibró en el bolsillo y el segundo mensaje que mandaba Minho tampoco consiguió hacerlo sonreír. Al contrario, lloró más mientras se quitaba los zapatos y caminaba hasta el sofá del salón para dejarse caer contra los cojines mullidos.

Necesitaba a Minho, quería que lo abrazase ahora mismo. Quería que le dijese que iba a protegerlo, pero no tenía derecho a ponerlo en esa tesitura.

Jisung apretó la cara contra el cojín con desesperación, gritando contra el tejido, queriendo destruirlo todo. ¿Cómo demonios había sido capaz de hacerle esto?

Lloró por lo que parecieron horas, tratando de decidir si debía ir a la policía para denunciar a su propio padre. Dios santo, ¿de verdad estaba pensando en eso? La idea de contarle a las fuerzas de la ley todo sobre Jihyeon le apretaba el estómago como un puño. Pero la posibilidad de no hacerlo también le daba náuseas. Jisung no quería que su padre fuese a la cárcel, pero tampoco quería que siguiese cometiendo delitos.

No supo en qué momento se quedó dormido y no escuchó las 12 llamadas que vibraron en su teléfono. Los golpes en la puerta y el sonido estridente del timbre sí lo despertaron. Abrió los ojos rojos que escocían mirando a todas partes.

Le costó unos segundos ubicarse: estaba en su propio salón, con el traje puesto y alguien llamaba insistentemente a la puerta.

—¡Jisung! —Escuchó la voz lejana. Se levantó despacio y se talló los ojos tratando de aliviar inútilmente el picor y las telarañas de la siesta.

—¿Qui... quién es? —tartamudeó al llegar a la entrada, sin abrir.

—Soy yo, abre. —¿Minho? ¿Qué demonios hacía Minho ahí? Obedeció, agarrando la manija de la puerta y antes de poder apartarse, el cuerpo ancho empujó la madera y se estrelló contra él en un abrazo—. ¿Por qué no cogías el teléfono? ¿Por qué no abrías la puerta? —El hombre sonaba desesperado, pegó sus frentes juntas agarrando ambos lados de la cabeza de Jisung—. Joder, me preocupaste...

—L-lo siento, lo siento —balbuceó, con un puchero que trataba de contener las lágrimas.

—¿Qué te pasa, príncipe? —susurró el otro, un poco más tranquilo, acariciando con sus pulgares las mejillas sonrojadas por el llanto.

Jisung volvió a abrazarlo, enterrando la cabeza entre el cuello y el hombro de Minho. Pasó sus brazos por la cintura del chico y lo atrajo más cerca rompiendo a llorar de nuevo contra la tela de la chaqueta vaquera. Las manos lo acunaron contra el pecho e hicieron caricias circulares en su espalda.

—Lo siento... —lloriqueó, porque necesitaba pedirle perdón por estar desmoronándose de esa manera ante él.

—Está bien... Estoy aquí, ¿de acuerdo? —Su voz sonaba tranquilizadora.

—Yo... —Trató de hablar, aún con su cara contra la mezclilla de la cazadora de Minho. Olía a él y, de algún modo, calmó el corazón agitado de Jisung—... siento todo esto.

—Lo sé —contestó, acariciando suavemente su cabeza.

No quería apartarse de él, pero lo hizo. Bajó las manos que había amarrado alrededor de la cintura del mayor e intentó dar un paso atrás, pero él lo agarró de nuevo, con las palmas en sus mejillas secando la humedad de su cara. Dejó un suave pico sobre sus labios antes de separarse.

No pudo evitar sonreír un poquito. Los ojos felinos de Minho se clavaron en los suyos, de nuevo buscando algo que Jisung no sabía qué era. Volvió a besarlo, solo un roce y sonrió más grande.

—¿Quieres ir al sofá? —le preguntó. Jisung negó con la cabeza y los condujo a ambos a su habitación.

Cuando llegaron allí Minho apartó el edredón para él. Jisung se quitó la chaqueta del traje y entró con el resto de la ropa puesta. Lo vio deshacerse de su cazadora vaquera y Jisung se movió hasta el centro de la cama para hacerle sitio.

Lee Minho se acostó de lado y atrajo a Jisung contra su pecho antes de taparlos con el cobertor hasta la cabeza. Construyó un fuerte en el que casi no podían respirar, pero no le importó.

—Gracias por venir... —dijo contra la tela negra de la camiseta ajena.

—Estaba preocupado. Cuando no contestaste a mis mensajes empecé a llamar. Llevaba más de tres horas tratando de contactarte —La voz del chico se rompió un poco—. No vuelvas a hacerlo.

—Me quedé dormido —confesó, mordiéndose el labio inferior.

—Tampoco contestaste mi mensaje de buenos días... Estaba tan preocupado...

—¿Cómo supiste que estaba en casa?

—No... no lo sabía —contestó y Jisung no entendió mucho el temblor en la voz—. Solo vine aquí y pregunté al guardia de seguridad. Me dijo que habías llegado hacía mucho y me dejó pasar.

—Ese hombre es el peor guardia de seguridad del mundo —se quejó Jisung—. Deja entrar a cualquiera.

—Él sabe que soy tu novio, por eso me deja pasar —declaró tranquilamente, dejando un beso en la coronilla de Jisung.

—¿Mi novio? ¿Lo decidió usted solo, Lee Minho-ssi? —bromeó Jisung, aunque en realidad su corazón latía feliz y ocultaba su enorme sonrisa contra la camiseta de Minho.

—Obviamente, joven maestro Han Jisung —La risa suave resonó bajo el cobertor. Se quedaron en silencio, Jisung restregó la frente y la nariz contra la tela negra que cubría a Minho y deseó que no hubiese nada entre ellos para poder oler su piel—. ¿Me cuentas qué ha pasado? ¿Te has peleado con Changbin?

Ahí estaba: la gran pregunta. Jisung dudó seriamente si contarle o no y decidió rápidamente que no era adecuado, no podía andar contándole a todo el mundo que su padre era un ladrón.

—Sí... pero lo hemos arreglado esta mañana... —dijo sinceramente.

—Y, ¿entonces? ¿Pasó algo en el trabajo?

—Es algo con mi padre... —El chico que le abrazaba se tensó un poco—. Es sobre... es sobre que me gusten los chicos, entre otras cosas. —Mierda, no quería mentirle a Minho, pero tampoco era una gran mentira. Verdaderamente su orientación sexual era un problema con su padre, aunque ahora parecía una frivolidad teniendo en cuenta todo lo demás.

Una de las manos de Minho, la que no estaba debajo de su cabeza, bajó hasta la cintura de Jisung y sacó la camisa de vestir de su pantalón de traje con unos tirones. La palma caliente entró bajo la tela buscando la piel de su espalda baja.

—¿Has tenido una pelea con él? —preguntó mientras los dedos acariciaban su zona lumbar.

—Una grande. Mi padre no acepta que yo... bueno, ya sabes, que me gusten los hombres. Aparentemente tenía un plan para mí... y me ha mentido. Dios, llevo toda mi puta vida siendo engañado por mi padre... Y por Changbin. Al parecer todo el mundo piensa que está bien dejarme a un lado —Jisung aguantó un sollozo, pero las lágrimas volvieron a caer por sus mejillas—. Me pregunto si alguien me tiene en cuenta. Si alguien de verdad me ve como un ser humano inteligente o soy solo el estúpido niño mimado al que hay que mantener al margen.

—Eres una persona inteligente, Jisung. Tal vez sus razones son legítimas.

—Me da igual. Una mentira es una mentira, dan igual las razones... —suspiró frustrado y sintió como el chico le pegaba más a su cuerpo, enredando su pierna entre las de Jisung.

—A veces creemos que mintiendo protegeremos a la gente que queremos... —soltó contra su pelo.

—Pero no es justo, Minho hyung...

—No sé si me gusta que me llames Minho hyung —le interrumpió, cambiando de tema bruscamente. Jisung se confundió un poco—. No llamas así a Changbin...

—Pero él y yo somos cercanos, muy cercanos y no usamos honoríficos.

—¿No lo somos nosotros?

—¿Estás celoso de Changbin? —Se apartó para verle la cara. Minho le miró fijamente en silencio y el estómago de Jisung se contrajo.

¿Cómo podía ser tan malditamente guapo? Con esos pómulos, los ojos felinos y los labios en forma de corazón y esos dientes adorables... Era prácticamente imposible no girarse a darle una segunda mirada a Minho. Jisung subió su mano para acariciar la cara del chico, apartando un mechón de pelo de su flequillo hacia atrás.

—¿Cómo quieres que te llame? —le preguntó, con una sonrisa.

—Solo no quiero que uses honoríficos conmigo...

—Está bien, no lo haré, Minho.

La sonrisa satisfecha iluminó el espacio bajo el cobertor y Jisung casi tuvo que cerrar los ojos por la sensación. Minho bajó sobre sus labios y dejó un pico, volviendo a su posición después con esa expresión pagada de sí mismo, como si hubiera conseguido un gran logro.

Jisung memorizó esa sonrisa: como sus labios se estiraban hacia arriba, como sus ojos felinos concentraban sus pupilas en su cara. Era tan guapo y oscuro, tan malditamente misterioso y atractivo. Minho era tan distinto a él.

Todavía en ocasiones se sorprendía a sí mismo mirando anonadado a aquel hombre. Parecía fuera de lugar a su alrededor. Como ahora mismo, enredados bajo las mantas, Minho con su camiseta básica y sus vaqueros negros, mientras Jisung vestía un traje hecho a medida y una camisa de Yves Saint Lauren. Sin embargo, se sentía absolutamente correcto.

Jisung no se había sentido mejor en su vida que metido en el fuerte que Minho construyó con el edredón y apuntaló con sus musculosos brazos como pilares. No quería estar en ningún otro lugar. El planeta entero podría ser arrasado y él sobreviviría, porque no había búnker más seguro en el mundo que el cuerpo cálido de ese hombre a su alrededor.

Abrió la puerta de su pequeño apartamento en Gwangjin-gu sintiéndose desgraciado. Recordaba pocas veces en las que quisiera morirse tan fervientemente. Consolar a Jisung no era parte del juego; tenía que apartarse del chico, enterrar esos sentimientos y seguir con el plan, seguir adelante.

En lugar de hacerlo, había pasado todo el día bajo el cobertor de Jisung, intoxicándose con el aroma de su perfume, secando las lágrimas del chico por las mentiras de su padre. Mentiras que Minho sabía. Lo dejó engañarle, le concedió ese estúpido subterfugio de que Han Jihyeon y él habían discutido por la orientación sexual de Jisung. Le permitió guardarse las verdaderas razones para él porque Lee Minho no tenía ningún derecho a exigirle la verdad.

Se puso un pantalón viejo y una camiseta, dispuesto a pasar otra noche en el duermevela que no lo dejaba descansar del todo. Las noches eran frías en ese pequeño cuarto donde solo había una cama y una cocina. Allí las sábanas eran ásperas y el colchón duro. Pero lo peor era despertarse cada mañana y sentir que estaba un paso más cerca del final. Un día más cerca de tener que destruir la única cosa valiosa que había tenido nunca.

Minho era una persona frugal, más por obligación que por elección. Él y su familia no habían tenido suerte. Por eso nunca se interesó por los lujos o las posesiones materiales. No se piensa en esas cosas cuando los estómagos resuenan con hambre.

Estuvo tanto tiempo moviéndose de un lado a otro, que acabó por no guardar nada, por no conservar nada más que lo que cupiese en una mochila. No tenía ningún recuerdo. Nunca mostró interés por la ropa, los zapatos o cualquier otro capricho. Minho tenía una misión: cuidar a su familia, y eso es lo único en lo que pensaba desde que era un niño.

Pero ahora quería conservar a Jisung. Quería darle todo lo que no tenía, quería guardar para él cada cosa bonita que veía. En la vida del joven maestro solo debería haber cosas perfectas, cosas que le hicieran feliz. Y Lee Minho era muy consciente de que él no cumplía ninguno de los requisitos para formar parte de ese cuadro.

Se sobresaltó cuando escuchó el código en la puerta, aunque sabía quién era. La única persona en el mundo que tenía acceso a esa casa entró en silencio y no encendió las luces. Escuchó el susurro de la chaqueta y cómo caminó por la habitación, dejando un bolso sobre la encimera.

Cuando se acercó a la cama, Minho se apartó a un lado para hacerle hueco. El chico entró bajo las mantas y se acercó a él. Sintió el calor de su cuerpo a su alrededor y se quedaron callados por un buen rato.

—¿Has estado enamorado alguna vez? —preguntó Minho en un susurro.

—Sí, supongo... —respondió el otro en el mismo tono—. ¿Por qué?

—¿Cómo sabes si lo que sientes es amor? ¿Cómo sabes que no te estás equivocando? ¿Cómo evitas cometer el peor error de tu vida?

—Simplemente lo sabes... No puedes evitar cometer errores cuando te enamoras...

La ansiedad le oprimió el pecho. Se removió en la cama que compartían y abrazó con fuerza el cuerpo cálido y musculado a su lado. Aguantó las lágrimas frotando la cara contra la camiseta de la persona que lo abrazaba dándole suaves caricias.

—Creo que estoy enamorado... — confesó.

—No puedes estar hablando en serio...

—Creo que sí, creo que hablo en serio...—Su voz se ahogó contra el pecho del otro. Apretó los labios con una mueca que sabía que era ridícula. Aunque la luz del cuarto estaba apagada, no quería que lo viese llorar.

—¿Qué vas a hacer? —Las manos le reconfortaron abrazándolo más fuerte.

—No lo sé... —gimió—. No quiero seguir mintiéndole, no quiero hacerle daño. No imaginas como me siento, no te imaginas como duele estar aquí. Me siento solo, enfadado, triste. Y luego salgo y me encuentro con él y el corazón parece que me va a explotar en el pecho. El estómago me da un vuelco cada vez que lo toco, solo un roce en la mano y todas esas mariposas parecen apuñalarme desde dentro. —El otro rio suave y le dio un beso en la frente—. He robado su ropa algunas veces —confesó en voz baja, porque sentía que las cosas importantes había que decirlas susurrando—. Pero en realidad quería llevarme todo. Quería llevarme todo de aquella habitación, sus perfumes, su ropa, sus productos para la piel... Quería llevarme hasta sus sábanas...

—¿Para venderlas?

—Por supuesto que no. Quería llevármelo todo porque sentía que, si sus cosas estaban aquí, Jisung también tendría que estar aquí. Aunque descubriese todas las mentiras...

—Ah... —Sintió la mano de su hermano apretar su cabeza contra el pecho—. Joder, eso es tan triste...

—Lo sé, y tan patético... Pero no puedo evitarlo, siento una compulsión horrible por encerrarlo aquí, en esta habitación y no dejarlo salir hasta que perdone todo lo que le he hecho sin él saberlo.

—No puedes hacer eso...

—¿Por qué no? ¿Por qué no podría traerlo aquí y rogar hasta conseguir su perdón?

—No importa lo que hagas... —La voz del otro se atragantó y sintió como pegaba su cabeza a su coronilla—. Nadie perdonaría tanto...

Joder, qué razón tenía. Las lágrimas gruesas empapaban la camiseta de su hermano mientras él se aferraba a su cuerpo como si fuese un salvavidas. Sintió también su llanto, ambos lloraban, abrazados en la cama de aquel pequeño apartamento.

Tenían demasiadas cicatrices, la vida les había golpeado demasiadas veces y soñar con mejorar se sentía como un pecado contra el universo. Había hecho lo que tenía que hacer, aunque no había podido protegerlos a todos, su hermano y él se habían salvado. No habían muerto de hambre, sed o frío. Las marcas, algunas más nuevas, otras más antiguas, eran parte de lo que eran.

La moral no era una opción cuando estabas en la calle. La moral era un lujo que no pudieron permitirse las dos personas abrazadas en el colchón cubierto con sábanas de poliéster, desgastadas de tanto lavarlas.

El tiempo que siempre parecía ir lento, corría como el viento cuando estaba al lado de Jisung. Una hora se sentía un minuto. La personalidad burbujeante, los labios jugosos, la piel blanca y perfecta. Cada maldita cosa de él era un monumento, uno que no tenía derecho a ambicionar. Y sin embargo lo hacía.

Era avaricioso, porque quería contarle toda la verdad, todo lo que había hecho. Pero aún más, quería tenerlo a su lado para siempre y, tristemente, en ninguno de los posibles finales alternativos para su historia, ese hombre lo elegía. Estaba tan lejos de él que era como un ser divino, a cientos de miles de kilómetros del agujero infernal donde estaba él, en esa cama, junto a su hermano.

—Me pondría de rodillas y caminaría por el resto de mi vida así si con eso consiguiera que se quedase a mi lado —soltó de repente—. Me duele tanto saber que nunca me elegirá, que dejaría que masticase mi corazón y lo escupiera. Prometería ser su maldito perro, su esclavo, si me concediera una hora de su atención cada día.

—Por favor... Cállate... —rogó el otro hombre entre hipidos de llanto.

—No puedo callarme, porque es la primera vez que hablo de todo lo que tengo dentro de mí —Apretó la cara de nuevo contra el pecho ajeno—. No me importaría que me partiese los huesos, que me arrancase las uñas, que me cortase la piel. No me importaría si quiere romperme y destruirme hasta no dejar más que cenizas; siempre que lo haga con sus manos.

—Es enfermizo...

—Lo sé, es tan enfermizo como todo el tiempo que llevo intentando joderle la vida. Ya no quiero seguir haciendo esto —El sollozo fuerte le hizo gruñir—. ¿Por qué no podemos ser felices también nosotros? ¿Por qué no podemos tener un poco de lo que los demás tienen?

—Nosotros no nos merecemos lo que los demás tienen... Nuestro karma es otro.

—¿Por qué has venido? —preguntó, tras un rato de silencio.

—Porque yo también quiero ser perdonado.

El llanto de su hermano no cesó y él lo acompañó, mojando aún más su camiseta. Verdaderamente, su karma no era como el de los demás. Ellos mismos se habían asegurado de no tener posibilidades de felicidad en esta vida. Y tampoco en las siguientes.

Y sin embargo, seguía deseando con fuerza lo que no podía tener. Seguía siendo avaricioso sobre Jisung, sobre su atención, sobre su amor. Quería que lo amase con tanta desesperación que estaba volviéndose loco. Y también quería decirle la verdad de una vez, liberarse del peso de la culpa que atizaba entre sus costillas como un hierro caliente, hurgando cada vez más profundo.

Sabía que, si lo hacía, si le contaba la verdad, todo terminaría. En el fondo era consciente de que lo que su hermano decía era solo la verdad. No se trataba de ningún subterfugio para impedir que siguiera haciendo su trabajo como hasta ahora. No. Era simple y llanamente la única verdad inamovible que había en la vida de ambos: nunca serían perdonados.

***

3/3

¿Cómo están, navegantes?

La primera vez que mi hermana leyó este capítulo lloró a mares. Y yo a veces lloro cuando lo releo :(

Beban agua, cuídense, abracen a su familia y a los amigos. Quiéranse mucho.

¡Nos vemos en el infierno!

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