16. La traición

I.N respiró hondo antes de llamar al intercomunicador exterior de la mansión de su hermano. Cuando la gran verja se movió, entró por la carretera de gravilla hasta la zona de aparcamiento y bajó del Range Rover con las manos temblando.

Las reuniones con Dongyoon siempre eran problemáticas. Y no sabía qué diablos quería de él ahora. Jesucristo, ni siquiera tenía claro qué era lo que estaba pasando porque ese cabrón le ocultaba cualquier información relevante.

Un trabajador del servicio lo saludó con una inclinación pronunciada, por lo menos sus empleados seguían respetándolo. Lo acompañaron hasta el jardín trasero y vio a su hermano sentado en el cenador con una taza de té y un iPad en la mano.

Llegó hasta él e hizo una reverencia.

—Buenas tardes, Dongyoon hyung.

—Yang Jeongin —contestó secamente—, siéntate —añadió de forma categórica, I.N obedeció.

Se quedaron en silencio mientras Dongyoon seguía ignorándolo como si no fuera más que una incómoda brizna de polvo a su lado. Mentira, su hermano hubiese prestado atención a una brizna de polvo, era obsesivo con la limpieza.

El mismo trabajador que le había recibido apareció con una bandeja y dejó un servicio de té sobre la mesa. Se inclinó y se marchó, todavía no hablaron.

—El té se va a enfriar —dijo Dongyoon.

—No me gusta el té verde. Lo sabes.

—¿Te he preguntado si te gusta? —La mirada aguda se levantó de la pantalla y se clavó en I.N. Sintió el escalofrío recorrerlo y pensó que no era para tanto, podía soportar algunos sorbos del brebaje. El instinto de conservación de I.N se activaba cuando estaba alrededor de su hermano.

—¿Para qué me has llamado, Dongyoon hyung? —preguntó echando el líquido en su taza.

—Tenemos un gran problema —"Tenemos" significaba que I.N iba a tener que llenarse de fango hasta la cintura—. Hay alguien dentro que está pasando información al contacto de Han Jihyeon.

—¡¿Qué?! —I.N casi deja caer la pequeña tetera que sostenía en la mano.

—Voy a hablar con Han-nim yo mismo y le preguntaré para quién está trabajando, pero no creo que hable. Necesito que tengas a tus perros preparados para agarrar al chico.

—¿Quieres que lo mate?

—Todavía no tengo claro el daño que quiero hacerle. Pero tienes que estar preparado. No voy a permitir ni un puto error, Yang Jeongin. Si algo sale mal será tu cabeza la que salga mal parada. —Su hermano puntualizó sus palabras con sus ojos clavados en él.

—Y... —Dudó si preguntar o no, parecía estar teniendo la primera conversación civilizada con su hermano en toda su vida—, ¿cómo sabes que alguien de dentro está filtrando información, hyung?

—¿Eres estúpido? —I.N se sorprendió con la pregunta y le miró confuso—. ¿Cómo coño sabría Jihyeon lo importante que eran los 2000 millones? Llevo casi siete meses preparando esta transacción, la entrega está programada, todo está preparado. Y, de repente, ¿ese pusilánime decide por sí mismo atascar 2000 millones de wones? Alguien que es consciente de la envergadura de esta operación pasó información al contacto de Han y este solo siguió órdenes. Ese viejo no es tan listo ni valiente por sí solo.

I.N analizó las palabras de su hermano. Dio un sorbo al asqueroso líquido en la taza conteniendo la cara de disgusto. Por primera vez en años la ira de Dongyoon parecía estar focalizada en otro lugar. Lo cual tranquilizaba los nervios de I.N en algún punto.

Sin embargo, tener a alguien de la organización pasando información a Dios sabe quién volvía a traer un nudo de ansiedad al pecho del más joven. Joder, ¿quién coño tenía los huevos de hacer eso?

—A veces creo que es una auténtica pérdida de tiempo hablar contigo —comentó su hermano volviendo su vista a la tablet en sus manos—. ¿Cuántos años llevas activo? ¿Cuatro? Ha pasado el suficiente tiempo para que entiendas las cosas por ti mismo, Yang Jeongin —No contestó porque sabía que las preguntas eran retóricas—. Alguien está intentando joderme y es alguien que sabe sobre la entrega.

—¿Sospechas de alguien?

—Sospecho de todo el mundo, Yang Jeongin. —Dongyoon dejó la taza sobre la mesa y resopló exasperado.

—¿No sospechas de mí? —Un pequeño calor casi imperceptible se instaló en el corazón de I.N al pensar que su hermano por fin le tenía en cuenta de una manera positiva.

—¿De ti? —La mirada de desprecio volvió a congelar el interior del joven—. Eres demasiado cobarde para hacer algo como esto —«Hijo de puta. Cabrón cruel. Maniaco. Desquiciado psicópata». Su hermano merecía que le traicionasen, de verdad merecía morir acribillado a balazos por todos los enemigos que I.N había tenido que crearse en su nombre—. Vete, y ten a los perros preparados para actuar.

I.N se levantó presionando los puños. Salió de la casa de su hermano apretando los dientes con tanta fuerza que creía que se romperían. Después de tantos años, todavía esperaba algo de respeto. Y otra vez Dongyoon lo había golpeado con la realidad en la cara.

Yang Jeongin era basura para él, solo una herramienta más. No tenía demasiados recuerdos de su infancia, pero recordaba las palizas. Recordaba cómo su padre les obligaba a entrenar el uno contra el otro. Recordaba cómo su hermano aprovechaba su fuerza contra él cuando era apenas un niño pequeño.

Dongyoon había sido despiadado con él desde que tenía memoria. Nunca, en ningún momento de su vida recibió nada más que golpes y desprecio de él. Su padre controlaba su mano, por supuesto, él nunca lo había tocado. Pero Dongyoon y tantos otros eran los que infringían el castigo. Su hermano fue quien lo encerró durante 24 horas en un baúl en el jardín cuando tenía 15 años. El que le rompió la pierna con una escoba con 13. El que destruyó todos sus juguetes el día que cumplió 11 años y le dejó los dos ojos morados cuando lloró por ellos. Su hyung no le permitía llorar. En su casa estaba prohibido llorar. I.N tenía un montón de cicatrices en el cuerpo que atestiguan lo peligrosas que eran las lágrimas allí.

Dongyoon era una de las personas más crueles que conocía y también la más inteligente. A medida que fue creciendo y su propio control de la ira siendo más pobre, su padre fue dejándole de lado. Según tenía entendido, fue el propio Dongyoon quién sugirió que I.N entrase a la organización. Aquello se sintió como un hilo de esperanza para él, pero pronto se dio cuenta de que Dongyoon solo quería cargar sobre sus hombros todos los errores que los hombres cometían.

Estar al cargo de los sicarios era peligroso porque podrían hacerle desaparecer de la misma forma que cumplían su trabajo. I.N era, a los ojos de su familia, absolutamente prescindible. Por eso podía ser la cabeza visible ante los asesinos. Por eso sería también el primero que caería si la policía llegaba a desmantelar la organización alguna vez. "I.N" Yang Jeongin era el cabeza de turco.

Y ahora uno de sus hombres lo estaba traicionando.

— ¡MIERDA! —gritó, golpeando ambas manos en el volante. Su vida estaba completamente descontrolada.

El camino hasta su casa fue un suspiro, probablemente tendría algunas multas que pagar porque había recorrido las calles residenciales como si lo persiguieran. Y ¿no era así? I.N estaba siendo perseguido por sus propios demonios.

Cuando la verja se abrió salió del coche y lo cerró de un portazo. En su campo de visión entró su empleada con una sonrisa tierna que le hizo querer reventar sus puños contra ella. En lugar de hacerlo, agarró una de las macetas exteriores y la lanzó contra el ventanal del salón con todas sus fuerzas.

El estallido de los cristales coincidió con el grito agudo de la mujer que corrió hacia la parte trasera. I.N no se molestó en sacar sus llaves, pateó la puerta una, dos, tres veces, hasta que su rodilla se resintió por la presión y la madera cedió con un chasquido parecido al de los huesos cuando se parten.

Él sabía mucho de huesos rotos. Había tenido su buena cantidad a lo largo de su vida, también había dejado otros tantos, incontables, a su paso por las casas, oficinas y almacenes.

Se quitó los zapatos antes de avanzar. La estúpida compulsión era culpa de su hermano. Las líneas moradas en la parte trasera de los muslos y en las espinillas por los varazos que recibió por no descalzarse antes de entrar a casa habían durado semanas en algunos casos.

Echó un vistazo a su salón: la maceta de cerámica había reventado al entrar golpeando la mesa de café frente a la televisión. Ahora su alfombra persa estaba llena de tierra, cristales y arcilla roja despedazada. Tiró el teléfono móvil contra la televisión haciéndolos reventar con fuerza.

¿Cómo se atrevía a traicionarlo? ¿Cómo había sido capaz?

Lee Minho iba a pagar por cada uno de sus putos errores. Iba a arrancar sus uñas una a una, iba a arrancarle los dientes y se los haría tragar. Rompería con un martillo cada una de sus falanges y después lo desollaría vivo. Arrancaría lentamente la piel de sus pies e iría subiendo poco a poco. Lo torturaría durante días, semanas, meses, lo que durase.

Tuvo la extraña revelación de que Minho lo había traicionado, que llevaba haciéndolo demasiado tiempo. Por eso su insistencia con este trabajo, por eso era quién vigilaba a Sung desde hacía dos años. El imbécil quería librar a ese maricón de su destino.

Siguió su camino por la casa golpeando una de las sillas de comedor nuevas contra la cristalera del jardín trasero. De alguna manera, el sonido del cristal estallando le dio placer. La pareja de empleados estaba allí, frente a él, cerca de la piscina. Ella se agarraba desesperada al brazo del hombre mayor y lo vio dar unos pasos.

—¡Fuera! —gritó I.N desde donde estaba. La mujer gimió con lágrimas en los ojos, el viejo empezó a acercarse a él con determinación.

No podía lidiar con esto ahora, no quería hacerles daño, pero no podía prometer que no lo hiciera dentro de los dos minutos siguientes. Desenfundó la pistola que llevaba siempre encima y apuntó.

—¡He dicho que FUERA! —rugió.

La mujer tiró del brazo del anciano con fuerza y echaron a correr hacia la parte delantera de la casa. I.N lanzó la pistola sobre la mesa del comedor y siguió su camino de destrucción hacia el gimnasio. Reventó golpeando contra el suelo una mesa auxiliar estrecha en el pasillo antes de golpear con los restos la puerta de la sala de ejercicio.

«Está trabajando contra mí, ese cabrón desagradecido está trabajando contra mí».

Las mancuernas junto a la entrada se estrellaron contra los espejos al fondo de la sala, una tras otra. Golpeaban con fuerza la pared y después caían contra el tatami azul con un golpe seco.

Pateó el saco de boxeo por tanto tiempo que sus piernas temblaron y entonces empezó con los puños desnudos contra la lona oscura. Uno, dos, tres, veinte, cincuenta; perdió la cuenta de los golpes.

Caminó tambaleándose hasta el banco de pesas y con la barra de 20 kilos la emprendió contra todos los aparatos de última generación que había repuesto hacía poco. Primero la cinta de correr: la golpeó hasta que los circuitos saltaron fuera. Después desarmó la elíptica con choques que sonaban como cañonazos. La máquina de remo costó un poco más. Los ensamblajes se resistieron al destrozo hasta que las palmas de las manos de I.N quemaban.

Soltó la barra en el tatami y volvió al saco. Empezó un vaivén violento contra el aparato combinando piernas, rodillas, codos y puños. Los nudillos empezaron a resentirse, pero no le importó. Solo necesitaba dejar de sentir como si todo el maldito mundo estuviese en su contra.

— ¡JODER! —gritó con un gancho tan brutal que lo hizo marearse.

Apenas podía pensar con claridad, su cerebro corría a doscientos millones de kilómetros por segundo y lo único que tenía ante él era la mirada de desprecio de su hermano y la sonrisa privada que Minho tenía cuando miraba su teléfono.

Sus oídos tenían un zumbido desagradable que eliminó cualquier función auditiva. Era como estar bajo el agua. El sudor caía por los ojos de I.N y se limpió torpemente con el dorso de la mano. Cuando sintió el picor de la sal, se fijó en la sangre de sus nudillos.

Reanudó el golpeteo en la lona del saco de boxeo con más ímpetu. Iba a matar a Lee Minho, no le daría tiempo ni a pensar. Agarraría su cuello con sus dos manos y lo estrangularía por haberlo traicionado tan vilmente. Por haber vendido sus secretos, por haberle entregado a su hermano en bandeja de plata para que Dongyoon se comiera los huesos de I.N.

Él había salvado a Minho. Él había sacado a ese chico del menudeo para convertirlo en su comandante. Lee Minho era su puta mano derecha y ahora tendría que cortársela.

—¡JEONGIN! —el grito retumbó en las paredes de la habitación.

Se sobresaltó dándose la vuelta y mirando de frente al otro traidor hijo de puta que se había aprovechado de él. Se arrepintió de haber dejado la pistola sobre la mesa del comedor porque ahora mismo dispararle era lo único que podría haberle calmado.

Mark estaba frente a él tan imponentemente hermoso que quiso, una vez más, desfigurarle la cara con una escopeta recortada. Quería que los perdigones lo dejasen tan profundamente irreconocible que no pudieran saber quién era ni por sus piezas dentales.

El hombre se quitó la chaqueta de cuero que siempre llevaba y la tiró junto a la puerta. Llevaba una ridícula camisa hawaiana que le quedaba demasiado bien y I.N pensó que podía solo romperle el cuello y dejar un bonito cadáver para que se pudriese bajo tierra.

—Vete de aquí —dijo apretando los puños a los lados, sintiendo el tirón de la piel desgarrada.

—No —contestó, tan jodidamente desafiante como siempre.

—Mark, vete de aquí antes de que te mate.

—Dame lo mejor que tengas — I.N lo miró sin entender del todo qué coño estaba diciendo—. Vamos, joder, ¡dame todo lo que tengas! —gritó.

I.N no pensó en nada más. Atravesó la habitación corriendo y soltó un gancho de izquierda que Mark recibió con un gruñido. El siguiente golpe fue contra su mejilla, el tercero en su estómago, el cuarto lo bloqueó y respondió con un golpe con el talón de la mano en la barbilla de I.N que le hizo chasquear la mandíbula y retroceder.

—No pensarías que no voy a defenderme, ¿verdad? —comentó, con una sonrisa tan brillante que Yang Jeongin decidió que quería tumbarle los dientes.

Atacó con renovada furia, golpeando su pierna en el costado del hombre, que se apartó con un gemido y su sonrisa desapareció. Entonces la cosa se puso seria de verdad. Los puños de I.N se estrellaban contra todo lo que encontrase, dejó de ser preciso o de buscar puntos vitales y se concentró en dañar a ese cabrón todo lo posible.

Recibió los impactos de Mark en su cara, en su pecho, en los brazos, en las piernas. Sabía que se estaba conteniendo. El hombre era perfectamente capaz de tumbarlo, pero se estaba aguantando para no hacer daño de más a I.N. Y eso lo enfureció.

Dio un paso atrás con la pierna derecha y soltó la patada con todas sus fuerzas. Quería romperle las costillas y perforar sus pulmones. Quería dejarlo sin aire y escucharlo morir lentamente asfixiado en el tatami azul del gimnasio de su casa. Pero la fortuna no estaba del lado de I.N.

Mark agarró su pierna en el aire y aprovechando su propia fuerza tiró y retorció el pie hasta que I.N cayó al suelo boca abajo con el dolor recorriendo desde el tobillo hasta la coronilla. El peso del cuerpo de Mark estaba sobre él menos de un segundo después, con la rodilla apretando contra el cuello de I.N y su pierna retorcida agarrada.

El fuego incendió las venas de Yang Jeongin y trató de escapar de la prensa, pero fue imposible. La otra rodilla de Mark estaba sobre la mitad de su espalda y apretó más contra su cuello. I.N escupió sangre y lo miró, con la parte derecha de su cara contra el tatami, tratando de encontrar algún indicio de burla en la cara del hombre.

«No, Dios, ahora no», lloriqueó para sí mismo. Mark no estaba siendo arrogante o imbécil, su cara estaba surcada por los golpes y estaba tan serio que le erizó el vello corporal.

—Suel... Suéltame... —tosió I.N.

—No.

Permanecieron en la misma posición por lo que I.N pensó que podían ser horas, aunque solo fueron unos minutos. El hombre movió un poco la rodilla de su cuello a sus omoplatos y siguió conteniéndolo mientras I.N llenaba sus pulmones con largas bocanadas de aire.

Dejó de luchar por liberarse. Dejó de revolverse mientras miraba desde el suelo los restos de la elíptica destrozada y se preguntaba cuánto tardarían en traerle máquinas nuevas.

Mark bajó con suavidad hasta el suelo su tobillo, soltándolo, pero él aún no se movió. Las ganas de matar y destruir se habían drenado de la misma manera que habían llegado y ahora I.N era un cascarón vacío y solo quería dormir hasta la próxima semana.

Sintió como la presión de las dos rodillas en su espalda se iba, pero no trató de levantarse de su posición. Siguió allí, tumbado boca abajo, con las manos latiendo de dolor y las piernas temblando, en silencio.

—¿Qué voy a hacer ahora? —susurró apretando los puños sobre el material del suelo.

Escuchó el ruido del movimiento a su lado y de pronto el peso del cuerpo de Mark volvía a estar sobre él. El hombre se sentó a horcajadas sobre su cintura y capturó sus puños apretados con fuerza para evitar que retomase sus intentos de destruirlo todo.

—Quítate de encima —ordenó, girando un poco más la cabeza para mirarle.

—No. —Y esta vez no sonó como las anteriores.

La mirada intensa de Mark no se separó de su cara y él apretó la boca, sintiendo la cólera volver a construirse. Se humedeció los labios tratando de contener la explosión que estaba a punto de estallar en su cabeza de nuevo y respiró por la nariz profundamente.

El torso del idol bajó sobre su espalda y se le atoró el aliento en la garganta cuando Mark descansó la frente sobre la sien de I.N. Una de las manos le soltó y acarició suavemente el brazo, recorriendo desde el antebrazo hasta el codo. Su corazón emprendió una carrera descontrolada en su pecho y cerró los ojos cuando sintió los labios del hombre sobre su mejilla.

—I.N... —El susurro triste dejó que el aliento llegase hasta su oreja.

Mark se incorporó lo suficiente como para llevar la mano que acariciaba su brazo hasta su cara. Con sus dedos peinó el flequillo hacia arriba y limpió el sudor suavemente.

La cara del chico se apoyó en su cabeza, con los labios sobre la oreja, mientras sus dedos seguían apartando las gotas de sudor en la frente, las mejillas, las cejas, los párpados, por todas partes. I.N no quería abrir los ojos porque sentía que ahora mismo estaba tan en el borde que cedería ante ese cabrón. Y no iba a tocar a ese traidor, por mucho que el deseo lo cegase cuando estaba cerca.

Sintió la respiración en su oído. El otro puño que era aún sostenido por Mark quedó libre mientras la mano iba hacia su pelo y enredaba sus largos dedos allí con caricias tranquilizadoras.

I.N volvió a apretar los labios y el dedo índice de su otra mano tocó el lugar donde sabía que estaba su hoyuelo.

—No eres consciente de ti mismo, ¿verdad? —murmuró el hombre, enviando un escalofrío al cuerpo entumecido de I.N.

—¿Qué voy a hacer? —gimió, con la voz rota, sin poder evitarlo.

—Lo arreglaremos. Los tres vamos a arreglarlo...

—Lee Minho nos ha traicionado —sentenció y sintió cómo el cuerpo sobre él se tensaba. La mano en su pelo agarró con demasiada fuerza y los dedos de la otra sostuvieron su barbilla tratando de girar más la cabeza hacia él.

—¿Qué estás diciendo? Minho sería incapaz de traicionarte.

—Dongyoon hyung cree que Minho está trabajando para la misma persona que Han Jihyeon.

—¿Qué estupidez es esa, I.N? —El hombre se incorporó sentándose erguido, aún a horcajadas sobre la cintura de Jeongin y él quiso volver a atraerlo sobre él para no sentir tanto frío.

Hyung me lo dijo.

—¿Te dijo que Minho estaba traicionándote?

—Me dijo que alguien lo estaba haciendo.

—Y tú solo decidiste que Minho era culpable. —No era una pregunta. I.N abrió los ojos por fin y lo miró por el rabillo del ojo sin separar su mejilla del tatami.

La cara del hombre tenía una expresión de ira contenida que I.N conocía. De repente, le pareció que lo de Lee Minho traicionándole no estaba tan claro. Pero tenía que ser él, ¿verdad?

—Dongyoon hyung dijo que alguien que sabe de la entrega es quien está traicionándonos. Minho sabe sobre la entrega.

—Yo también sé sobre la entrega, y otra mucha gente. ¿Por qué no sospechaste de mí?

—Tú eres la puta de Dongyoon hyung, chuparle la polla te sale más rentable que traicionarlo —contestó secamente y el puño se cerró en su pelo tirando hacia atrás con fuerza. I.N gimió.

—Yo no soy la puta de nadie —replicó, antes de bajar su cuerpo y acercarse a su oreja—. Y la única polla que quiero chupar es la tuya, I.N. Grábatelo en la memoria —gruñó.

El vientre de Yang Jeongin se apretó con el rayo de excitación. El tirón de pelo se hizo un poco más intenso y su cuello empezaba a resentirse por la posición.

No pudo evitar el jadeo necesitado cuando la mano de Mark fue hasta su garganta y movió el pulgar sobre el pulso. El cuerpo se acomodó un poco más abajo y acabó sentado sobre las nalgas de I.N. Se movió contra él y el sonido masculino y grave entró por su oído para incendiar sus venas.

«No, no, no», se gritó a sí mismo, tratando de encontrar el sentido común que parecía haber desaparecido. Mark era la zorra de su hermano, no importaba lo que dijese. No podía ceder ante él, porque volvería a mirarle con desprecio en algún momento y I.N volvería a sentirse como una brizna de polvo a la que ignorar, como una rata de los bajos fondos, como alguien detestable a quien se podía traicionar y reemplazar en cualquier momento.

Los labios de Mark cayeron sobre su cuello con un beso mojado y Yang Jeongin reaccionó tratando de escapar. Por primera vez desde hacía demasiado tiempo intentó ponerse de pie y sacarse de encima a aquel tipo que era demasiado guapo para su propio bien. Pero no lo consiguió.

Los grilletes volvieron a sus muñecas y las movió juntas, por encima de su cabeza, hasta que pudo aguantarlas con una sola mano. Buscó algo en sus pantalones y segundos después la cinta de plástico presionaba sus muñecas juntas.

—¿Qué coño es esto, Mark?

—No sabía hasta qué punto estabas desquiciado, traje algunas bridas por si tenía que maniatarte antes de que matases a alguien. Ahora les estoy dando mejor uso.

La furia le nubló la vista a I.N, ese imbécil sacaba lo peor de él y ahora se sentía tan jodidamente indefenso que quería echarse a llorar, o acribillarlo a balazos.

—Suéltame —ordenó inútilmente. Las manos del hombre recorrieron sus brazos desde sus muñecas hasta los hombros. Se desplazó hacia abajo por su cuerpo con los dedos trazando sus costillas y su cintura por encima de la ropa.

—Ni siquiera te cambiaste al llegar, has arruinado esta ropa —Hablaba a su espalda, sobre él, mientras sus manos entraban bajo la camisa beige que llevaba puesta.

Sus dedos rozaron, por primera vez sin nada de por medio, la piel de su zona lumbar. Las yemas viajaron por su piel sudada hasta sus omóplatos antes de volver atrás. Levantó la camisa con tirones fuertes hasta dejarla bajo sus axilas.

—Dios... —le escuchó susurrar—. No tienes ni idea del tiempo que llevo deseando hacer esto... Años, I.N, tantos años... —divagó, con un anhelo peligroso en la voz. La cabeza del chico bajó y lamió un camino en su columna vertebral que lo hizo estremecer.

I.N apoyó la frente en el suelo por un segundo, tratando de ordenar sus pensamientos. Cuando las manos del hombre volvieron a sus costillas y depositó un beso mojado en el centro de su espalda, no pudo continuar. Trajo las manos atadas hacia sí mismo con un tirón violento y se levantó de un salto, haciendo que Mark cayese hacia atrás sobre el tatami.

No se arriesgó a golpearlo, aunque se moría de ganas de hacerlo. Corrió hasta el otro lado de la habitación, con el pecho ardiendo.

—No te acerques. Por favor, no te acerques —No era una orden, no sabía por qué, pero no podía más que rogarle. Mark dio un paso hacia él y I.N uno hacia atrás—. Te lo suplico, no te acerques a mí...

¿En qué momento se había roto así? ¿En qué momento de los últimos meses se había convertido en esto?

La cara del hombre pasó de la sorpresa a un ceño triste. I.N no entendía qué coño estaba pasando. No entendía la energía que ahora mismo chisporroteaba en sus manos por la piel expuesta de Mark en su cuello. No podía comprender por qué necesitaba besar esos labios con tanta urgencia. Pero sí sabía que no debía hacer ninguna de esas cosas: ni tocarlo, ni besarlo, ni acercarse a él.

—Déjame desatarte —dijo dando un paso más. I.N se alejó—. Para de moverte, vas a pisar los cristales.

Miró al suelo tras él y vio los restos del espejo destrozado. Suspiró cansado y bajó la cabeza. Nada iba a salir bien, su vida estaba hecha jirones.

El hombre se acercó y rompió la brida con los dedos, haciéndole un poco de daño en las muñecas, pero no se quejó, ni siquiera se movió. Solamente dejó que sus manos cayeran a los lados, cansado de pelear en batallas que siempre perdía.

Sintió los brazos de Mark a su alrededor y cómo le apretó con fuerza contra él, apoyando su cabeza contra la ridícula camisa hawaiana. De repente, aquel abrazo era lo único que podía hacerle estar en pie. Tuvo la sensación de que en cuanto Mark lo soltara se desmoronaría en el suelo y no volvería a levantarse nunca más.

—Vete a darte una ducha y a descansar —dijo simplemente y I.N asintió contra la ropa. Mark lo soltó y, sorprendentemente, pudo caminar por sí mismo sin hacerse pedazos en el suelo—. Estoy seguro de que Minho no te ha traicionado —añadió a su espalda, cuando llegaba a la puerta del gimnasio.

A I.N le sonó como una verdad absoluta. La única a la que quería aferrarse.

***

4/4

 I.N es, sin duda alguna, uno de los personajes más complejos que he creado en mi vida. Les juro que lo amo con todo mi corazón, con todas sus miserias, sus errores, sus enfados y sus explosiones. 

No es por crear expectación, pero el siguiente capítulo es uno de mis favoritos de este libro. 

Nos vemos en el infierno

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