15. El peligro inminente
🎶Banda sonora: Burn - IM🎶
Encendió el teléfono como cada tarde desde que realizó la operación de los 2000 millones de wones. Por primera vez en dieciocho días, el tono de llamada rompió en el silencioso despacho. Pulsó el botón verde del anticuado dispositivo y se lo llevó al oído.
—Han Jihyeon —saludó la voz grave al otro lado—, ¿qué has hecho?
Ahí estaba, hablándole otra vez como si fueran cercanos. Ese hijo de puta no entendía que estaba poniendo en riesgo todo lo que tenía por sus promesas de mierda.
—He salvado la vida de mi hijo.
—No. No has salvado la vida de tu hijo. Has firmado tu sentencia de muerte y probablemente la suya.
—¿De qué estás hablando? —preguntó enfadado Jihyeon.
—¿Qué hizo para presionarte? ¿Cómo te convenció?
—Están siguiendo a Jisung.
—Por supuesto que lo están haciendo, probablemente han tenido un ojo sobre tu hijo durante años, maldito imbécil. Y ahora nadie va a poder salvarte.
—No me amenaces —gruñó el hombre mayor, apretando el teléfono entre sus dedos.
—No lo entiendes, ¿verdad? —La condescendencia en la voz al otro lado de la línea casi le hizo lanzar el dispositivo contra la pared —. Te has expuesto, Park Dongyoon sabe cómo apretar las tuercas, igual que sabe que lo estás traicionando. Es solo cuestión de tiempo que aparezcas con una bala entre los ojos.
El tono que utilizaba le daba escalofríos, estaba tan tranquilo que Jihyeon pensó que tal vez esa bala no iba a salir del arma de Park Dongyoon, sino del desconocido que estaba hablando con él por teléfono.
En el fondo, lo sabía: empezar a trabajar con ese tipo misterioso no había sido la mejor idea del mundo. Ni siquiera tenía claro qué era lo que estaba haciendo; solo recibía llamadas en las que le daban instrucciones y las acataba, motivado por la promesa de que le liberaría del yugo de Park Dongyoon y su organización.
Pero la realidad era que, después de ese año y medio de trabajar como una especie de espía con aquel imbécil que ahora le amenazaba, no había obtenido nada. Solo el cerco estrecho de Park sobre él y su hijo.
—Hice lo que tenía que hacer —contestó Jihyeon, aunque no estaba del todo seguro.
—Tengo que decírtelo para que lo entiendas, Han Jihyeon, estás solo a partir de ahora. Has traicionado a Park y también a mí. Suerte en el futuro que te espera.
—¡Espera un momento! —gritó con ansiedad—. ¿Cómo que estoy solo? Me lo prometiste, me prometiste que me librarías de él, que protegerías a mi familia si trabajaba contigo.
—¡Pero no has hecho nada para ganarte mi protección! —tronó la voz al otro lado. Jihyeon sintió el escalofrío de miedo en su espalda, casi paralizándolo.
—He hecho todo lo que me decías, todo...
—Te dije que no movieses los 2000 millones. Te dije que necesitaba tiempo y tú cediste a la presión como el puto cobarde débil que eres.
—No puedes dejar que caigan sobre nosotros, no puedes permitir que a mi hijo le hagan daño.
—¿No puedo? —Había un poco de risa en su voz y eso puso más nervioso a Jihyeon —. ¿Estás seguro de que no puedo?
—No... yo... —Tragó saliva y respiró hondo—... Lo que quiero decir es que necesito tu ayuda, por favor. Mi hijo no tiene absolutamente nada que ver con todo esto —rogó, desesperado.
Hubo unos segundos en los que sólo escuchó la estática del dispositivo en su oreja, ni siquiera podía sentir la respiración al otro lado.
—Volveremos a hablar, Han Jihyeon. Mientras tanto, piensa bien en lo que puedes hacer para compensarme por hacer el favor de no abandonarte.
Entonces colgó. Jihyeon diligentemente apagó el teléfono y lo guardó en su escondite. Gimió apretándose las sienes. Perdió la noción del tiempo que estuvo devanándose los sesos por encontrar un caramelo que darle a ese hijo de puta con el que había hablado.
Los golpes en la puerta le despertaron y Seo Changbin asomó la cabeza por la puerta. Le hizo una seña para que entrase.
—Buenas tardes, Keunabeoji-nim Jihyeon —dijo con una venia.
Se sentó en el sofá a un lado del despacho, Changbin siempre se sentaba allí, en lugar de sentarse en una de las sillas que había delante del escritorio. Su padre había tenido la misma extraña costumbre.
Seo Haeshin fue un gran hombre. Con muchas sombras y defectos, pero ¿quién no los tenía? Jihyeon y Seo Haeshin se conocieron en la universidad cuando el padre de Changbin lo había protegido de unos matones. Tenía dos años menos que él, pero era grande como un oso. Su acento y su aspecto eran claros ejemplos de que no era de clase alta. El hecho de que se arriesgara a recibir unos cuantos palos para protegerlo emocionó a Jihyeon.
Días después de su primer encuentro y tras una búsqueda exhaustiva, abordó al muchacho desconocido y le ofreció convertirse en su protector a cambio de una astronómica suma de dinero que su familia sufragó. Así fue como "Shin", Seo Haeshin, entró en la vida de Han Jihyeon y se quedó hasta el día de su muerte.
A pesar de lo cercanos que eran, el más joven nunca llamó a Jihyeon por su nombre, nunca escuchó un "hyung" de la boca de su dongsaeng. De hecho, esa extraña costumbre de llamarle Jihyeon sunbaenim o cualquier otro honorífico era algo que también había heredado Changbin, además del aspecto agresivo y oscuro.
—¿Sabes que tu padre también se sentaba ahí?
—¿Eh? Ehm... No, no lo sabía, Keunabeoji-nim —contestó el chico, con la confusión escrita en la cara.
—Siempre se sentaba en ese sofá. Creo que tenía la impresión de que no merecía hablar conmigo como un igual. ¿Tú también piensas eso, Changbin?
—No sé a qué se refiere, Keunabeoji-nim...
—Sabes que eres importante para mí... para nosotros, ¿verdad?
—Sí, claro que sí. Ustedes también lo son, siempre estaré en deuda con la familia Han.
Jihyeon sonrió suavemente. Changbin se parecía a su padre en muchísimas formas, aunque no tenía la fuerza y el temperamento de Haeshin. Seo Changbin era más del tipo calmado y respetuoso, de los que prefería una buena charla antes que usar los puños para resolver un problema. Seo Haeshin había tenido bastantes problemas para controlar su carácter, aunque jamás fue menos que absolutamente educado con Jihyeon.
—Creo que este es un buen momento para hablar de tu padre.
—Como diga, Keunabeoji-nim.
—¿Lo echas de menos? —La cara del chico cambió un poco. Pareció reflexionar durante unos segundos antes de encogerse de hombros—. Es normal, a pesar de que han pasado unos cuantos años. La muerte de tu padre no fue justa... y todavía tengo algo de culpabilidad encima...
—No es necesario que siga pensando así, Keunabeoji-nim. Soy consciente de que mi padre solo recibió las consecuencias de sus actos...
—¿Te trataba mal, Changbin? —De repente, Jihyeon se dio cuenta de que nunca había preguntado si el chico fue maltratado durante su infancia.
—¿Se refiere a que si me golpeaba? —preguntó Changbin, levantando la vista. Jihyeon asintió —. Mi padre era una persona violenta, pero no solía pegarme sin motivo. Era más duro con sus palabras y castigos que con la vara.
«Cielos», pensó. Su mirada era determinada: no esperaba compasión y tampoco la merecía. El chico había salido bastante normal teniendo en cuenta las cosas que Jihyeon sabía que su padre era capaz de hacer. Se sintió un poco culpable por no haber tratado de hablar con él antes.
—Haeshin siempre tuvo dificultades para gestionar su ira, ¿sabes? Cuando nos conocimos casi dejó irreconocible a uno de los matones de los que me protegió. Tenía un fuerte sentido de la justicia y el deber, pero a veces... Ya sabes... —Hizo una pausa —... Cuando tu madre se fue, se perdió un poco —Seo Changbin hizo una mueca y volvió la vista a la mesa baja delante de él—. No pretendo justificarlo, pero no gestionó muy bien que tu madre lo dejara. Acabó por culpar a todo el mundo alrededor y tengo la impresión de que a ti te tocó la peor parte de sus demonios.
—La chica obtuvo la peor parte, no yo.
No esperaba ese comentario y ese tono. Se quedaron en silencio. Seo Changbin tenía toda la razón, él no fue quien recibió la peor parte, sino la chica a la que Haeshin había asesinado en un burdel. La misma razón por la que ahora el tipo estaba bajo tierra.
No es que Jihyeon hubiese olvidado por un segundo de esos años lo que su mano derecha había hecho, pero no era consciente de que Changbin conociese los detalles.
Unos toques suaves sonaron en la puerta y ambos miraron desconcertados. El hombre mayor se tensó en la silla, no esperaba visitas y por la hora que era no debía haber clientes o trabajadores en el banco.
—Adelante —invitó con la voz temblorosa. Expulsó el aire que no sabía que estaba manteniendo cuando Jisung se asomó por la puerta con el rostro sereno—. Hijo, sigues aquí.
—Mi chófer y carcelero sigue aquí —contestó cortante, antes de inclinar la cabeza ligeramente y mirar a Changbin—. ¿Vamos a quedarnos mucho más?
El moreno miró a Jihyeon, como preguntando si podía marcharse.
—Hijo, ¿te importaría esperar fuera un momento? Hay algo que necesito hablar con Seo Changbin en privado. —Sung asintió con el ceño fruncido y se fue cerrando la puerta.
—¿Qué está pasando, Keunabeoji-nim?
—Van a ir tras mi hijo. Pronto. Los hombres de Park Dongyoon van a tratar de hacerle daño y probablemente a ti también.
—¿Cómo sabe eso?
—He hablado con mi contacto. Ha dicho que estoy solo hasta que logre arreglar lo que destruí con la transacción. Está seguro de que irán a por Jisung ahora. Necesito que lo protejas a toda costa, Changbin.
—Con mi vida, Keunabeoji-nim —afirmó con ceremonia—, lo protegeré con mi vida.
—Confío en ti, Seo Changbin. Eres mejor persona que tu padre, estoy profundamente orgulloso de que seas parte de mi familia. Puedes marcharte ahora.
Changbin hizo una venia ruborizado, con ese brillo casi infantil en los ojos. Estaba realmente orgulloso de él, y estaba seguro de que el bienestar de Jisung era su única prioridad.
Minho llevaba todo el día distraído, o todo el mes. Las conversaciones a su alrededor le daban exactamente igual, solo podía pensar en que eran las 7 de la tarde y tenía una imperiosa necesidad de besar a Jisung que lo dispersaba.
Mark golpeó con el bate en la vitrina que tenía a su izquierda y el estruendo lo hizo estremecer. Lo vio sonreír por el rabillo del ojo mientras I.N caminaba tranquilamente de un lado al otro de la sala.
—A ver si nos entendemos, estoy reclamando una deuda que venció hace... ¿cuánto tiempo? —miró a Minho y Mark.
—97 días —contestó Minho secamente.
—¿Cuánto dinero?
—5.564.231 de wones, si sumamos los intereses de la demora.
—Gracias —asintió hacia él y volvió la cabeza hacia el hombre que estaba sentado en una silla en medio del salón destrozado—. Entonces, ¿dónde está mi dinero?
—Yang Jeongin-ssi, le dije que le pagaré, solo necesito un poco más de tiempo. La inversión no salió como esperaba...
—Has tenido mucho tiempo para pagar. Sin embargo, has decidido invertir tu dinero en los caprichos de tu amante. ¿Qué dirá tu esposa cuando se entere? —El hombre palideció y I.N sonrió con sus hoyuelos mostrándose—. Es la tercera vez que venimos y nos dices lo mismo. Sabes que solo hay tres oportunidades conmigo, ¿verdad? —El alma abandonó el cuerpo de aquel viejo—. Entonces, ¿dónde está mi dinero?
Y el tipo empezó a llorar. Minho bufó, cansado, había pasado por esto tantas veces que le daba pereza. La suma de dinero no era tan grande si echabas un vistazo al nivel de vida de aquel hijo de puta.
Las obras de arte en las paredes del salón que Mark empezaba a destruir con el bate valían más de cinco millones de wones. Pero esto no se trataba del dinero en sí mismo, sino del miedo. I.N tenía que asustar a este tipo lo suficiente como para que dejase de negarse a las peticiones de Dongyoon hyung.
El hombre era el dueño de una empresa de transporte y logística bastante importante en Corea. La misma empresa que Dongyoon hyung necesitaba controlar para mover la mercancía. Todo había empezado con un par de préstamos que él había devuelto con un poco de retraso. Esta vez se le había ido de las manos.
El despojo sesentón tenía como amante a una chica de 19 años a la que había encontrado vendiendo comida en un puesto callejero. La agasajaba con regalos y dinero a cambio de sexo, prácticamente la había comprado a su familia. Qué asco le daba a Minho la gente que utilizaba su dinero para manejar a los pobres. Ser una rata callejera de los bajos fondos le hacía guardarles un rencor especial a los viejos cabrones que abusaban de los niños de clase baja amarrándolos con grilletes de oro.
Mark golpeó una de las sillas del comedor haciéndola añicos justo al lado de donde el anciano estaba sentado. I.N le dio una nueva sonrisa, una de esas que te helaban la sangre. Metió la mano en la chaqueta vaquera y sacó su pistola. Apuntó directamente a la cabeza del tipo y el hombre se meó en los pantalones.
Minho soltó una risa burlona cuando vio a aquel hombre deshecho en la silla. I.N no iba a matarlo, o al menos eso esperaba, pero necesitaba que entendiese el punto antes de que Dongyoon llegase para ofrecerle el típico trato que no podría rechazar.
Miró su reloj de muñeca, según su itinerario, en dos minutos Dongyoon llamaría por teléfono al hombre para ofrecerle una opción. Volvió a levantar la cabeza a la escena y vio como Mark caminaba detrás del viejo.
Mark no daba miedo. Bien, sí que lo daba cuando le conocías, pero de lejos, era demasiado angelical. Después de las últimas interacciones entre ellos no entendía muy bien cuál era la relación que tenía con el hermano de I.N, pero se conocían desde hacía mucho tiempo. El día que Minho entró a formar parte del equipo de Yang Jeongin, Mark estaba en la misma sala, a la derecha de Dongyoon hyung. Y aunque al principio solo actuaba como una especie de "supervisor", I.N, Mark y Minho habían terminado trabajando muy bien juntos. Como en ese momento.
Habían aplicado la presión justa para que el hombre se asustara hasta los huesos. También la cantidad justa de daño a su alrededor para que tuviese un recordatorio físico y palpable de lo que eran capaces de hacer.
Minho sonrió viendo como Mark apoyaba el bate sobre los muslos del hombre por un segundo, el tipo tembló y desvió la mirada de I.N al otro chico. La sonrisa preciosa que decoró su cara lo hizo parecer travieso y joven.
Creía que Mark estaba cerca de los 30, pero parecía más joven que él y era jodidamente guapo, Minho no era imbécil, ni ciego. Lucía una piel brillante y libre de imperfecciones. Yang Jeongin siempre decía que parecía un idol. Además de eso, solía ser un tío de risa fácil, siempre bromeando, siempre tratando de apaciguar a I.N de maneras que ni siquiera Minho conseguía.
Pero Yang Jeongin tenía razón cuando lo dijo en su gimnasio: Mark había cambiado de un tiempo a esta parte. Tal vez la ejecución de Chul, Hayoon, o como demonios se llamara, le había afectado de más. Ahora se preguntaba si se trataba sólo de que le tenía cariño al espía o de que Dongyoon había apretado sus tuercas también por dejar que I.N cometiera el error de matarlo sin preguntar nada.
El teléfono del hombre tronó sobre la mesa de comedor que aún estaba intacta. Mark se lo acercó.
—Contesta —ordenó I.N y Minho tuvo una especie de dejavú con la noche en la que el espía fue asesinado. La noche en la que Minho cavó durante horas para enterrar su cadáver en lo más profundo del bosque.
La conversación entre el hombre y quién él sabía que era Dongyoon fue rápida, una serie de afirmaciones suaves por parte del sesentón y una bajada de cabeza derrotada. Le alcanzó el dispositivo a I.N sin decir nada y la conversación entre éste y su hermano fue igualmente rápida. Colgó y le devolvió el teléfono al hombre.
—Parece que ha obtenido algún tipo de misericordia —comentó casualmente el de los hoyuelos enfundando la pistola—. Nos marchamos. Ha sido un placer, espero que volvamos a vernos pronto.
Los tres salieron de la casa y subieron al Range Rover negro de I.N, con él al volante, Minho de copiloto y Mark en el asiento trasero.
—Eso fue fácil —comentó Minho y volvió a mirar el reloj.
—¿Tienes prisa, Lino? —preguntó su jefe, sin apartar los ojos de la carretera. Minho tragó saliva, sabía el camino que iba a tomar la conversación porque la habían tenido varias veces.
Trataba de ocultar sus visitas demasiado frecuentes al apartamento que Jisung y Changbin compartían, pero alguna vez había tenido que ser sincero. Durante los primeros días tras su comida en el restaurante japonés, pensó que I.N simplemente se olvidaría de lo que había pasado. Pero no era así.
Ahora ya no sólo mentía a Jisung sobre todo lo que le rodeaba, sino que también mentía a I.N sobre lo que hacía en sus horas libres. Aparecía en casa de Han a horas intempestivas los días entre semana sin teléfono móvil y sin llamar previamente solo para evitar que su jefe lo rastreara. Forzaba al chico a dejar el teléfono fuera de la habitación y se encerraba con él dentro, como si eso fuese a evitar que Yang Jeongin supiese su ubicación exacta.
—Voy a ir a casa de Han Jisung —confesó secamente.
—Ajá, entiendo —dijo, en un tono de voz plano—. Mañana iré a casa de mi hermano, quiere hablarme sobre la ardillita.
Estuvo a punto, por un milisegundo, de saltar sobre él y rogarle que le dejase acompañarlo. Pero vio un prácticamente imperceptible, movimiento de cabeza de Mark por el rabillo del ojo. Había sido una negación, demasiado pequeña para que I.N pudiese verla desde donde estaba, solo Mark avisándolo de que no debía seguir por ese camino de la forma más sutil que podía.
—En cuanto tengas las órdenes, las ejecutaré —aseguró, pensando en que quizá se avecinase lo peor.
—Así me gusta, Lino —La sonrisa de hoyuelos de I.N le heló la sangre y vio como Mark bajaba la cabeza frustrado, sentado detrás del conductor.
El resto del viaje fue en silencio, con la lista de reproducción de girl-bands del dueño del coche llenando el ambiente. Aparcó en su plaza de garaje y Mark se despidió con un movimiento suave de cabeza para subirse en su coche y marcharse.
—No quiero tener que preocuparme, Lino—dijo I.N justo cuando intentaba huir de allí para reunirse con Jisung—, no me hagas preocuparme.
—No, I.N, no lo haré.
—No me traiciones, Minho. Eres la única persona en el puto mundo en la que puedo confiar. No tires mi confianza por el retrete... —Sonaba extrañamente sombrío, mucho más de lo habitual—. No hagas que tenga que hacer daño a la gente a tu alrededor. No me obligues a empuñar un arma contra ti.
Minho lo miró en silencio, con miedo. Yang Jeongin no era estúpido: era consciente de todo aún más claramente de lo que el propio Lee Minho lo era. Lo que estaba diciendo no era una maldita amenaza, sonaba como un ruego. Y un I.N herido era mucho más peligroso que un I.N enfadado. Al irascible se le podía apaciguar, el herido sería inconsolable. Minho se dio cuenta de que la onda expansiva de la tristeza de ese hombre podría reducir todo su universo a cenizas.
***
3/4
Beban agua, sean felices, no mientan a sus seres queridos, no hagan tratos con la mafia y no pidan prestado.
Nos vemos en el infierno, navegantes
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