0. El principio del fin

Antes de leer: Si llegaste aquí, navegante, muchas gracias. 

Esta historia está completa, es una adaptación de una propia que tenía en otra cuenta. Al principio empecé a adaptarla con un ship, pero lo cambié por otro.

Las edades están cambiadas en algunos personajes. Hay muchos secundarios y pasan muchísimas cosas. 

Cada capítulo lo basé en una canción y tengo una lista de reproducción, por si alguien la quiere.

Hay muchísimo drama, pero también unas cuantas historias de amor muy intensas.

🎶Banda sonora: Minefields - Faouzia y John Legend🎶

El teléfono no paraba de sonar. Era la tercera llamada que rompía la tranquilidad en la habitación.

—Contesta de una vez, Chul —ordenó I.N sin mirarle.

Una gota de sudor frío corrió por la espalda de Chul. Miró la pantalla del smartphone, aunque no hacía falta. Sabía quién llamaba, y no quería contestar, mucho menos en aquel pequeño salón en el que estaban los cuatro juntos, sin posibilidad de escapar a ninguna parte.

El teléfono paró de sonar y antes de tener tiempo para poder ponerlo en silencio, otra llamada entró.

—¿Cuál es tu puto problema? Responde de una vez. —I.N se levantó y se acercó a él con intención de quitarle el aparato de las manos.

Chul dio un paso atrás y alejó rápidamente el móvil de él. I.N inhaló el aire con un gruñido de sorpresa. Nunca había osado retarlo de esta manera.

Era solo un soldado raso, prescindible, I.N era el puto capitán general de los ejércitos del inframundo en Seúl. Solo un puñado de personas vivas se atrevían a faltarle al respeto, entre ellas estaban su padre y su hermano. Definitivamente él no era uno de esos afortunados. Así que sabía que hoy perdería, al menos, un dedo de la mano.

—Responde la llamada ahora mismo, Chul, y pon el altavoz. —La voz del hijo de puta más frío que había conocido en su vida cayó una octava.

Chul no quería hacerlo, no quería por nada del mundo poner en peligro a la persona que llamaba. Porque no se lo merecía, no se merecía lo que había hecho.

Pensó durante unos segundos. Si estrellaba el teléfono contra el suelo tenía una amplia probabilidad de que se rompiese y enfrentar la ira de I.N él solo. Pero, además de despiadado, el hombre que ahora le miraba con la mandíbula apretada era jodidamente inteligente. Tardaría aproximadamente 1 minuto en colocar su tarjeta SIM en otro teléfono y luego solo tendría que esperar a que la persona que llamaba volviese a llamar. Y Chul sabía que lo haría.

Durante los últimos 47 días había llamado en diferentes momentos del día, pero la insistencia era la misma. Estaba al menos una hora tratando de contactar con él, esta era solo la cuarta llamada, aún quedaban unas 25 para que se diese por vencido por hoy.

I.N levantó una ceja y apretó los labios. Los hoyuelos de sus mejillas se marcaron y su estúpido cerebro pensó de forma aleatoria que el tío era adorable cuando se marcaban esos puntitos a ambos lados de sus labios.

El teléfono se silenció y Chul dio gracias a dioses en los que no creía.

—Dámelo. —La mano de I.N estaba delante de su cara y movió los dedos exigiendo.

—Es solo publicidad. Lo pondré en silencio —mintió.

—No —contestó I.N—. Dame el teléfono ahora mismo.

Chul respiró hondo y apretó con fuerza el aparato en la mano, preparado para tirarlo al suelo y destruirlo. Seguramente su intención fue muy clara, porque en un movimiento rápido el hombre estampó un gancho de izquierda en su cara. Sobra decir que había arrebatado el dispositivo de su mano antes de que Chul supiese qué coño estaba pasando.

«Ring, ring, ring», el desagradable sonido electrónico volvió a inundar la habitación mientras Chul escupía saliva y sangre en el suelo. Su corazón se saltó un latido cuando I.N respondió la llamada y pulsó el altavoz.

—¿Hayoon? ¡¿Hayoon?!—la voz esperanzada al otro lado de la línea le erizó la piel— Hayoon, por favor, contéstame. Llevo más de un mes tratando de contactar contigo. Dime si estás bien, por favor.

El maldito imbécil siempre estaba callado y hoy, de repente, quería hablar de más. «Joder, cómo te echo de menos», pensó por un segundo.

Un sollozo se escuchó desde el altavoz y la voz ahogada de la persona a la que más quería en el mundo llenó la habitación donde cuatro personas apretaban los puños y tensaban los músculos: —Hayoon, por favor. Solo dime si estás bien, dime cuándo volverás a casa. Dime si vas a volver. Te ruego que vuelvas. No, te lo ordeno: vuelve a casa, es una orden. Por favor...

La mano de I.N le cogió de la barbilla y con un movimiento de cejas le indicó sutilmente que hablase, que respondiese. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Qué coño le iba a decir cuando acababa de firmar su sentencia de muerte? ¿Cómo mierdas iba a consolar al hombre que lloraba, mientras trataba de encontrar una tabla a la que asirse en el naufragio que había dejado con su abandono?

—Hayoon, te echo tanto de menos... —susurró el tipo.

Pero se sintió como un grito que le reventó los oídos y solo hizo lo que su honor de mierda le permitió: mentir.

—No vuelvas a llamarme. No quiero volver a saber nada de ti. Olvídame —dijo tratando de sonar tranquilo.

—¿Hayoon? ¿Qué estás diciendo? ¿Por qué coño estás diciendo eso ahora, hijo de puta? — Sí, enfadado podría reponerse, la ira le obligaría a andar hacia delante.

O eso pensaba él, porque un segundo después los sollozos se multiplicaron al otro lado de la línea. Levantó la mirada y I.N taladró su cráneo con los ojos. Ya estaba muerto, pero no quería matar al hombre que amaba también. No quería que le buscase, que le recordase.

—Hayoon, por favor, soy yo. Joder, soy yo... ¿Por qué me estás haciendo esto? Somos Yongsun y Hayoon, tú me salvaste, nos salvaste...

—Te he dicho que no vuelvas a llamarme, olvídame de una puta vez —gritó antes de que el gilipollas dijese más estupideces que le pusieran en peligro—. No vuelvas a contactar conmigo, se acabó, se acabó para siempre. Te desprecio. Me das asco.

Apretó la mandíbula y los ojos cuando escuchó la inhalación sorprendida de Yongsun. Los sollozos eran más fuertes ahora, pero sabía lo que venía, sabía que colgaría. El chico tenía un temperamento de mierda y no toleraba bien los insultos y las faltas de respeto. Por otro lado, era como un bebé de metro ochenta cuando le tratabas con suavidad. Todo lleno de sonrisas que le hacían desaparecer los ojos.

—Púdrete, Yongsun —añadió.

Yongsun terminó la llamada sin decir nada más.

—Bien, no voy a molestarme en pedirte explicaciones, Chul —dijo I.N guardando el móvil en el bolsillo—. O, ¿debería llamarte Hayoon? Porque ese es tu nombre, ¿verdad? El real, quiero decir.

Nadie contestó. Hayoon respiró hondo y por primera vez en más de un año sintió como si retiraran de sus hombros el bloque de cemento con el que cargaba. Se sintió libre de ser él mismo, de amar a quién amaba. Aunque solo quedasen unos minutos, a lo sumo horas, para morir, Hayoon moriría con su nombre y honor intacto. Solo lo sentía por todo lo que dejaba atrás, por poner en peligro la misión y, sobre todo, por no haber podido abrazar a Yongsun por última vez.

La culata del arma de I.N golpeó contra su sien y cayó de rodillas agarrándose la cabeza. Las lágrimas se soltaron, pero no eran por el dolor. Lloraba porque en algún momento, durante este tiempo, soñó que podría volver a casa. Y ahora nunca iba a volver.

—Llévalo fuera, Lino.

Lee Minho obedeció la orden directa de I.N. Lo agarró por los hombros y lo arrastró hasta la puerta de la pequeña casa en la que estaban. La ubicación no podría haber sido mejor, en medio de la absoluta nada, con suficientes kilómetros a la redonda para esconder un cadáver.

Llevaba infiltrado en aquella organización el tiempo suficiente para tener sus manos manchadas de la mierda que corría por las cloacas del país. Pero, como sus superiores decían, "el fin justifica los medios". Para desmantelar este nido de ratas había tenido que renunciar a muchas cosas: a su hogar, a su familia, a su humanidad y, por supuesto, tendría que haber renunciado a Yongsun.

Pero no lo hizo. Y siguió escapando para buscarle. Al principio solo le veía de lejos, pero después de unos meses acabó colándose en su propia casa como un ladrón y le esperó con las luces apagadas. Cuando Yongsun entró, le tapó la boca y solo susurró que, por favor, no dijese nada, que no levantase la voz, que no podía dejar que los vecinos los escucharan.

Cuando Lino, o Lee Minho, como se llamaba en realidad, lo empujó sobre la tierra del camino, regresó a la realidad. Los otros dos hombres salieron de la cabaña andando despacio. I.N traía la pistola en la mano y se paró a un metro escaso de dónde Hayoon estaba arrodillado.

—Todos sabemos que no hablarás y, por supuesto, no voy a insultar a tu inteligencia diciéndote que te perdonaré la vida si lo haces —empezó a decir, ladeando ligeramente la cabeza al mirarle—. ¿Sabes qué es lo peor de toda esta mierda, Hayoon? Que confié en ti como un gilipollas. Y tú me has traicionado. Espero que la medalla al honor que recogerá tu familia haya valido la pena.

El cerebro de Hayoon cortocircuitó en ese segundo y sonrió como un gilipollas. Vino a su mente lo enfadado que estaría Yongsun cuando recibiera una llamada para comunicarle su muerte. Desaparecido en combate. Le entregarían a su pobre madre un uniforme de mierda con galones y una medalla que no serviría para nada. Pero Yongsun sería el que la guardaría, estaba seguro.

Ahora que lo pensaba, se arrepentía de haberle hablado tan mal por teléfono. Si tuviera una segunda oportunidad, querría decirle cuánto lo amaba. Le pediría perdón por todas las veces que discutieron casi hasta los golpes por las cosas más estúpidas. Volvería a rogarle que cocinara el ramen que tan bien le salía.

Si tuviese una oportunidad de hablar con Yongsun de nuevo, no le diría que le odiaba. En cambio, le confesaría que la batería que le dijo que alguien le había regalado, en realidad la había comprado con el dinero que guardaban para ir de viaje a Alemania.

«Ojalá pudiese besarte una última vez», pensó. Pero no iba a ocurrir. De hecho, estaba en esta situación, arrodillado frente a un hijo de puta sin corazón que iba a volarle la cabeza, única y exclusivamente porque había sido avaricioso. Había querido besar a Yongsun tan desesperadamente que se coló en el apartamento que compartían. Y lo besó. Lo besó durante toda la noche, follaron como si aquella fuese la última vez. Qué curiosa era la vida, en realidad sí que había sido la última vez para ellos. La última vez que Yongsun y Hayoon fueron Yongsun y Hayoon, la última vez que se dijeron cuánto se amaban, la última vez que se besaron.

Hayoon escapó de la casa antes de que amaneciera, dejando a Yongsun solo, con café recién hecho y una nota con su número de teléfono "solo para emergencias". Qué imbécil llegaba a ser Hayoon a veces. Por supuesto que para Yongsun echarle de menos era una emergencia.

Levantó la mirada con la cara surcada de lágrimas, pero sonriendo, para fijar sus ojos en los del juez y verdugo que dictó su sentencia. I.N se desconcertó por un segundo, pero apuntó sin piedad el arma a su cabeza y apretó el gatillo.

Lo último que pasó por la mente de Hayoon fue el ruido ensordecedor del tiro y la sonrisa del hombre con el que no había podido envejecer. 

***

¡Saludos, navegantes!

Les quiero dar la bienvenida a este barco que, en realidad, está dando su segundo viaje al infierno. 

Quiero pedir perdón de antemano, esta historia es dura y no apta para corazones sensibles

Durante la lectura encontrarán aclaraciones de algunos términos y cosas que escribí, pero si alguien tiene dudas trataré de responderlas siempre que esté en mi mano. 

Espero que les guste y que me acompañen en este trayecto. 

¡Nos vemos en el infierno!

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