3. Estoy enamorado 🔞🔥
🔞#AvisoDeSabroseo: Capítulo +18. Lean bajo su responsabilidad, si no les gusta este tipo de contenido les ruego amablemente que pasen de largo. #NoMeReporten
🎶Banda sonora: Peaches - Kai 🎶
Chan abrió los ojos con un suspiro y se encontró con la oscuridad de la habitación. Sintió el peso del gato sobre su vientre y lo apartó sin mirarlo para girarse. Encontró el bulto hecho con el edredón cerca de él. El pelo del chico se asomaba en una maraña caótica. Lo acarició y escuchó el gemido suave.
Seungmin se arrastró un poco hasta pegarse a su pecho, todavía sin abrir los ojos. Chan sonrió con su corazón latiendo rápido. Era la primera vez que despertaba con el pequeño a su lado. Era la primera vez que Seungmin dormía en una cama junto a él.
Uno de los gatos maulló y se subió en su costado clavando las patas en su cadera. No quería irse, quería quedarse con el chico allí. Dori reclamó atención de nuevo.
—Dori, eres una invitada. No me hagas avergonzarme —murmuró el chico con su mano pegándose repentinamente al pectoral de Chan.
Se le aceleró aún más el pulso. Sabía que estaba desnudo y que el niño también lo estaba. Metió su brazo debajo de aquel capullo que había hecho con el edredón y busco su piel en silencio.
Su palma dio con la cintura y describió el camino hasta su espalda para llevarlo más cerca. Seungmin suspiró acomodándose, con los contornos de su cuerpo acomodándose al suyo.
Dori maulló de nuevo.
—No pienso levantarme, maldita tirana. Puedes esperar una hora para desayunar —recriminó con la voz ronca sacando la cabeza de su escondite.
Chan lo miró en la oscuridad por unos segundos. Tenía la cara hinchada por el sueño y la marca de la sabana en su mejilla. Le pellizcó un moflete y el chico hizo un puchero. Pegó la cara a su pecho y restregó la frente en la piel de sus pectorales antes de suspirar y quedarse allí.
—Buenos días, cachorrito. —Acarició su pelo negro entre los dedos.
—Buenos días —contestó en un susurro sensual.
Chan no creía la suerte que estaba teniendo. Le había costado 13 años despertar al lado de Seungmin; 13 años, un secuestro, el tratamiento de su enfermedad mental y perderlo todo. Ese había sido el precio que pagó para sentir el calor del cuerpo suave del muchacho entre sus brazos.
Y volvería a pagarlo mil veces más.
—¿Quieres que te prepare un café? —preguntó.
—Quiero que nos quedemos en la cama un rato más... —pidió abrazando a Chan.
Joder, echaría raíces en el colchón si era lo que quería.
En el último año sus tics casi habían desaparecido. Ya no eran tan llamativos y no se desencadenaban cada vez que alguien hablaba de Seungmin. Y, sobre ellos... Chan solía decir que estaban yendo despacio despacio, muy despacio. Tan despacio que muchas veces, quiso amarrarlo a la cama y follarlo hasta dejarlo seco. Pero no lo hizo.
Empezaron viéndose de vez en cuando: una fiesta en casa de Changbin, ir a comer a casa de los Choi, la consulta donde llevaba a Soonie. La primera vez que fueron solos a cenar, tuvo que armarse de valor para pedírselo. Acabó reafirmando su teoría de que Seungmin era explosivo y único aquella noche.
Una vez lo llevó a la playa porque el veterinario sugirió que le gustaría ver el mar. Lo llamó temprano y lo arrastró hasta allá cuando aún amanecía. Pasaron el día tirados en la arena y los hombros del chico habían terminado rojos por el castigo del sol.
Esa noche, cuando lo dejó en la puerta de la mansión, Seungmin lo besó. Fue un pico, apenas un roce de sus labios juntos, pero le bastó para no dormir durante una semana. Se sentía en el aire, como si volase. Era como el runrún de una canción, como un beat constante en su pecho. Así sonaba su corazón cuando pensaba en aquel beso.
La primera vez que fue a casa de Seungmin (más bien la segunda), Seokjin, Namjoon, Soobin y Yeonjun también estaban allí. Ese día había llevado a Soonie y junto a la pequeña reina atigrada casi hacen pedazos la casa del veterinario. Ese día también lo besó. Esa semana tampoco durmió.
En el presente, Seungmin se revolvía y suspiraba contra su pecho. Un escalofrío placentero le recorrió la columna. Apoyó la cabeza en la almohada y acarició, a ciegas, la piel cálida del cachorrito. Ese terciopelo pálido se sentía bien contra sus yemas. Se sobresaltó cuando le notó pegarse a su erección y también se avergonzó un poco de la respuesta adolescente de esa parte concreta de su anatomía.
—Te levantas preparado... Es bueno saberlo —murmuró y sonó como un ronroneo.
La mano que estaba sobre su pecho bajó despacio acariciando sus abdominales y se abrió sobre sus costillas. Suspiró, cerrando los ojos, apretando los dedos en la carne de la cintura de Seungmin. Las yemas estaban ahora sobre su cadera, rozándolo apenas bajo el edredón, haciendo que todo su cuerpo vibrara como un motor, encendido y desesperado por tenerlo debajo una vez más.
Estaba utilizando hasta el último gramo de su control para evitarlo porque sabía que tenía que levantarse. Sabía que se habían ido a la cama tarde y que tenían una cita ineludible. Tendrían que pasar por casa de Seungmin antes de ir a la de Han y tenían, una vez más, que separarse.
—Miaauuuu. —Uno de los gatos volvió a maullar y su invitado se quejó en voz alta.
—¿Qué he hecho para merecer esto? —gruñó mordiéndole el pecho a Chan.
—¡Ey! Yo no soy el que está armando escándalo —exclamó, apartándose dolorido y frotando donde clavó sus dientes.
La gata volvió a maullar y la vio sobre Seungmin. El chico lloriqueó contra su pecho y Chan se echó a reír antes de quitarse el edredón de encima y salir de la cama.
—Voy a hacer un café y a ponerles el desayuno a las bestias. Puedes dormir un rato más si quieres.
Salió de la habitación con los dos animales siguiéndolo. Bajó las escaleras bostezando y miró el reloj de la pared sorprendido.
Mierda, era más tarde de lo que esperaba. De hecho, tenían que estar saliendo de casa en media hora para poder llegar a la mansión de Seungmin. Resopló frustrado y puso en marcha la cafetera. Volvió al salón y vio las dos copas de vino vacías sobre la mesita. Las recogió y pasó un trapo húmedo. Las llevó al fregadero y las lavó mientras el café salía y los gatos maullaban a sus pies.
—¿Siempre desayunas desnudo? —La voz de Seungmin lo asustó y casi tira por todas partes la comida para gatos con la que estaba llenando dos cuencos sobre la encimera.
Se miró a sí mismo avergonzado y se tapó pobremente con la bolsa de pienso para felinos que tenía en las manos. El muchacho se carcajeó, acercándose, y colocó los cuencos en el suelo. Chan lo vio y sintió que era la primera vez que lo hacía.
Llevaba puesta una de sus camisetas y el bóxer negro que él le había arrancado en la puerta de la habitación, justo antes de arrodillarse y llevar su polla hasta su garganta. Y, joder, era una puta imagen erótica. Una que quería ver cada mañana.
—Mierda, es tardísimo. ¿Te importaría prestarme algo de ropa para ir a casa de Han? No creo que nos dé tiempo a pasar por mi casa...
—Si te presto la ropa, ¿te quedarás aquí esta noche? —interrumpió antes de que siguiera hablando y él le miró unos segundos antes de contestar.
—¿Quieres que me quede?
—Sí, Seungmin, sabes que quiero que te quedes —contestó.
—Vale, entonces me quedo.
¿Para siempre?, pensó Chan, pero no lo dijo.
Se apartó de la cocina dejando la bolsa sobre la barra y subió las escaleras avergonzado por no haber tenido en cuenta que estaba completamente desnudo y que tenía compañía.
Se dio una ducha rápida. Cuando salió se miró en el espejo del baño y sus dedos hicieron un recorrido por las marcas de besos que tenía en el pecho y el cuello. Se vistió con un pantalón vaquero, un tanktop blanco y una camisa negra, todavía pensando en que quería tener a Seungmin más a menudo en su cama. Tan a menudo como fuera posible.
Kim Seungmin estaba en la habitación, sentado en el borde del colchón mirando el teléfono y le sonrió en cuanto salió del baño.
—Siento haberme puesto tu camiseta, cogí la primera que encontré sobre la cómoda... —Chan se fijó en que, de hecho, ya no la llevaba puesta—. ¿Estás cómodo con lo de prestarme ropa? Podemos pasar por mi casa si lo prefieres... Entiendo que eres escrupuloso con esas cosas.
—No, no, está bien —cortó, colocando las solapas de su camisa negra.
—Te lo digo de verdad, hyung, no me voy a molestar —El chico se levantó de la cama y sonrió—. Cogí la camiseta sin pensar, no debí hacerlo, no quiero ponértelo más difícil.
Chan lo agarró de la muñeca para que dejara de moverse de un lado a otro. Y también para no pensar en aspirar el suelo de la habitación. Había estado bien con él hasta ese momento, pero esa confrontación le avergonzaba. Se sentía roto e inválido cuando hablaba de los tics con la gente y parecía aún más dramático si era Seungmin quien los sacaba a colación.
—Te he dicho que está bien. Puedes usar mi ropa, me gustó verte con mi camiseta, ni siquiera pensé en nada de eso hasta que lo comentaste...
—Bueno... —Parecía inseguro, así que lo acercó un poco más a su cuerpo para abrazarlo. Se sentía extraño estar haciendo eso en su habitación mientras el chico continuaba en calzoncillos y él estaba completamente vestido—. Has sido comprensivo y paciente conmigo, yo debería serlo contigo —susurró enganchando los brazos en sus hombros.
—Te he dicho que no pasa nada, cachorrito. Puedes ponerte mi ropa siempre que quieras —contestó, elevando un poco la cabeza para dejar un beso suave en el pómulo.
Seungmin suspiró abrazándolo antes de agarrarlo por las mejillas y acercarlo a sus labios. Se besaron lenta y sensualmente, con los movimientos medidos. Se reconocieron el uno al otro con los labios y Chan se dio cuenta de que era la primera vez que le daba un beso de buenos días al hombre del que llevaba tanto tiempo enamorado.
La suavidad de los belfos del muchacho envolvió su boca y su cerebro se llenó con las brumosas imágenes de la noche anterior, de todas las veces anteriores. Seungmin jadeo por aire y le acarició el pelo mientras Chan presionaba su cintura con los dedos.
—Esta noche cuando volvamos... —murmuró, escondiendo la cabeza en el hueco de su cuello—, ¿podrías atarme?
—¿Qué? No. No, Seungmin, no —contestó rápidamente, dando un paso atrás.
—Solo para probar, solo una vez... Necesito ver si puedo hacerlo.
—No lo necesitas, nadie necesita saber si puedes hacerlo. No tienes que demostrarle nada a nadie. No lo haré, Seungmin. —Se apartó de él y cogió un gel hidroalcohólico que guardaba en la mesilla de noche. Se frotó las manos.
—Hyung, cálmate. Soy yo quien te lo está pidiendo. Solo te he pedido que me ates, quiero que me ates, ¿entiendes? Quiero hacerlo un poco más... duro.
—¿No estás satisfecho? —Lo miró de reojo, enderezando la espalda con su orgullo herido.
—Yo no he dicho eso, no seas gilipollas y no me malinterpretes —respondió enfadado—. Llevamos meses teniendo sexo vainilla y está bien de vez en cuando, pero quiero más. Quiero saber si puedo hacerlo como antes. Lo echo de menos.
—No lo sé, no lo sé, Seungmin. —Negó con la cabeza, agobiado, y se metió la camisa por dentro del pantalón.
—Soy yo quien lo está pidiendo, ¿qué más te da? Sé que tú también lo quieres. Joder, puedo notar como te contienes. ¿Cuál es el maldito problema?
—No quiero que te acuerdes de eso cuando estés conmigo. No lo haré, no voy a hacerlo.
—Por Dios, Bang Chan, han pasado casi tres años. Soy yo quien te lo está pidiendo —exclamó exasperado.
—Ya basta, no quiero hablar de esto —rogó, acomodando de nuevo su camisa.
Seungmin se desnudó ante él sin decir ni una palabra más. Un segundo después se acercó al armario y sacó un cinturón. Lo envolvió con destreza y lo colocó en sus muñecas, agarró con los dientes el extremo sobrante y tiró con fuerza para apretarlo.
El corazón de Chan latía tan rápido que pensó que se saldría por su garganta. Frotó las palmas contra sus pantalones de forma inconsciente mientras observaba cada movimiento que hacía el chico.
El silencio espectral sólo se rompió con el gruñido del niño al no poder apretar adecuadamente la restricción de cuero que había hecho. Se sorprendió con lo bien que había enlazado el cinturón, de forma tan correcta. Y también de lo increíblemente sensual que se veía el contraste del cuero negro con sus antebrazos blancos. Seungmin se arrodilló a los pies de la cama y extendió sus muñecas unidas hacia él. Se miraron fijamente unos segundos y fue capaz de percibir las emociones confusas en los ojos del chico.
—¿Lo ves? Puedo hacerlo. Esto es lo que quiero —insistió.
Estaba aterrorizado, se sentía abrumado por esas palabras y por la visión del cachorrito arrodillado ante él, ofreciéndose como un sacrificio divino a un dios pagano. Joder, Seungmin era sensual normalmente. Cuando estaba atado y arrodillado era como un demonio salido de sus fantasías más oscuras.
Sin embargo, todavía temía acercarse a esas muñecas y dar el apretón que necesitaba para que estuviera completamente a su merced. Por todos los diablos, Chan quería volver a tenerlo de esa manera, pero no quería que Seungmin pensase en eso nunca más.
—Acércate y aprieta el cinturón, señor —susurró lamiéndose los labios justo después.
Estaba excitado, ambos lo estaban. Pero seguía sintiéndose tan violento que era incapaz de avanzar un paso. Los ojos oscuros de Seungmin lo miraron y sus manos restringidas se acercaron a su propia polla para masturbarse.
Si fuera hasta él, tiraría del cinturón y apartaría esas manos traviesas de su intimidad. Le daría unos azotes por haberle provocado, le follaría a cuatro patas, con la cara enterrada en las sábanas.
—Hmmm... —El sonido de placer se escuchó alto y sabía que lo estaba haciendo para romper su control en pedazos.
—Es suficiente —murmuró. Pero no obedeció.
Chan se conocía a sí mismo y sabía que no podía resistirse a ese chico que bombeaba su eje en medio de la habitación. Otro gemido escapó de la garganta de Seungmin y presionó las manos en puños.
Sus miradas se encontraron y se mordió el labio inferior provocándole un poco más. Su cordura pendía de un hilo tan fino que un soplo de aire podría destrozarla. Y Seungmin estaba lanzando ráfagas huracanadas contra él.
—Castígame —susurró—, me estoy tocando sin tu permiso. Vamos, hyung, sé que quieres darme unos azotes. —El tono grave y oscuro se sentía como si realmente tuviera su aliento en la piel.
Negó con la cabeza, más para sí mismo que para el chico. Y la cara de Seungmin cambió repentinamente. Frunció el ceño enfadado y se soltó. Dejó caer con fuerza el cinturón en el suelo y lo miró con rabia.
Se levantó, todavía desnudo, con su polla dura apuntando directamente hacia él. Chan volvió a frotar las manos en sus pantalones y apretó la boca.
—Buscaré a alguien que lo haga entonces —murmuró dándose la vuelta para coger su propia ropa.
—¿Qué? —preguntó anonadado.
—Nada. —Volvió a ponerse el calzoncillo y el pantalón vaquero.
—¿Qué es lo que dijiste? —cuestiono de nuevo.
—Voy a llamar a un taxi. —Se cubrió con la camiseta y agarró el teléfono de encima de la cama.
Chan se lo arrancó de las manos y lo colocó tras él en la mesilla de noche. Seungmin apretó la mandíbula con rabia.
—No vas a llamar a ningún taxi. Vamos a ir en mi coche.
—No voy a ir contigo a ninguna parte. Me voy a mi casa.
—¿Todo esto es porque no quiero atarte?
—¿Sabes qué? Que ya no quiero que me ates. Me parece una mejor idea encontrar a alguien más. —Chan eliminó la distancia que los separaba y agarró su pelo en un puño pegándole a su cuerpo.
Seungmin soltó un quejido leve y sus párpados temblaron. Tenía los labios entreabiertos y respiraba pesadamente. Sintió las formas de su cuerpo contra él y le pareció que era muy buena idea darle un castigo.
Realmente había colmado su paciencia.
—No vas a dejar que un desconocido te ate, Seungmin.
—Bien, será un conocido entonces.
—No vas a dejar que ningún imbécil te ate. —Le soltó el pelo aunque no quería y lo lanzó a la cama boca abajo.
Jaló el pantalón vaquero y el propio Seungmin ayudó desabrochándolo con desesperación. Su culo respingón y pálido apareció ante él un segundo después y Chan dio un mordisco demasiado fuerte en una de sus nalgas. Escuchó el ruido apagado que salía de la boca del chico.
Se arrodilló a su lado y con la mano izquierda empujó su cabeza, con la cara contra el edredón. Con la derecha acarició la carne blanca y bajó un poco más el vaquero, solo lo suficiente para que estuviera justo debajo de sus nalgas.
Su cabeza se llenó con imágenes pecaminosas de todas las formas en las que podría adiestrar al cachorrito maleducado. El miedo y la sensación abrumadora desaparecieron dejando paso al placer casi eléctrico que le proporcionaba con su sola presencia. Pero era mucho más que su presencia. Era ese joven rebelde y caótico queriendo estar a su merced, disfrutando de todas las cosas que Chan disfrutaba.
Joder, definitivamente Seungmin estaba hecho para él.
Vibró con anticipación antes de subir el brazo y estampar su palma contra uno de los globos redondos que lo provocaban. Su mano picó, pero dejó caer otro azote más fuerte en el lado contrario.
El gemido ahogado contra el tejido fue como música para sus oídos. Combinó cuatro golpes certeros más sobre la piel y observó maravillado cómo se ponía de diferentes tonos de rosa. Quería tener ese trasero alrededor de su polla cuanto antes.
Azotó dos veces más antes de apartarse para mirar su obra. Seungmin estaba con el culo en pompa, enrojecido, con la cabeza contra la cama y dos puñados de tejido en las manos. Se le escapó una sonrisa antes de quitarse la camisa y lanzarla lejos.
Cogió un preservativo y se lo puso. Echó un chorro de lubricante sobre su eje y se colocó tras él. Dio un golpe fuerte sobre su nalga derecha.
—¿Sabes por qué estoy haciendo esto? —dijo cerniéndose sobre él.
—Porque eres un cabrón posesivo. —Golpeó con la mano izquierda y Seungmin gimió.
—Es cierto, pero no es la respuesta que quería escuchar. Te daré una oportunidad más. ¿Por qué estoy azotándote? —acarició suavemente la carne que asomaba de su pantalón y sus dedos húmedos fueron a la raja entre sus nalgas.
—Porque sabes que si no lo haces buscaré a otro que lo haga —le retó.
Y era verdad, en parte. Chan tenía miedo de que una de sus sesiones le recordase a Seungmin el lugar en el que había estado encerrado. Tenía reparos para cualquier cosa demasiado violenta en la cama. En los meses en los que se habían acostado, tuvieron sexo normal y corriente; placentero, pero normal y corriente.
Chan todavía se ponía nervioso cuando le restringía las manos, incluso cuando tenía que apretar la mandíbula para evitar azotar ese culo redondo que, en ese momento, había dejado completamente rojo. Mierda, lo había echado de menos.
Había extrañado la sensación de poder que venía con el sexo duro, también la absoluta confianza con la que Seungmin se entregaba a sus deseos. Tuvo muchas veces ganas de hacerlo temblar, de llevarlo al límite, de verlo explotar ante él. Pero estaba aterrorizado de que cualquier movimiento en falso le trasladase al sótano del horror en el que lo había encontrado.
Apretó sus caderas antes de dirigir su polla palpitante al agujero que parecía preparado de la noche anterior. Empujó contra el anillo de músculos tensos, entrando una pulgada. Se le escapó un suspiro de placer antes de arremeter con todo lo que tenía.
Escuchó la voz ahogada contra las sábanas y golpeó otra vez la nalga derecha. Su piel estaba caliente por los golpes y su cuerpo tembló cuando dio una embestida brutal contra él.
—Estoy haciendo esto porque no quiero que ningún otro te toque. No necesitas a otro —gruñó agarrándolo del pelo para que girara la cabeza lo suficiente como para mirarlo.
Entró y salió de él con violencia. Sintiendo ese apretado espacio oprimir su polla cada vez que tiraba del pelo o le golpeaba. El cuerpo de Seungmin ondulaba contra el suyo con el perfecto vaivén sincronizado de sus movimientos, como había sido siempre, como debía ser siempre.
—Señor... —gimió, con la boca abierta y los ojos cerrados, como si estuviera en trance, como si estuviera a punto de volar por los aires.
Empujó más rápido, más fuerte, combinando las nalgadas con el tirón de su pelo. Seungmin se apretó mucho más, con sus piernas temblando y su canal angosto asfixiándole la polla. Salió de él de pronto y escuchó el quejido de decepción confusa.
Se quitó el condón y lo tiró en la papelera junto a la cama. El cachorrito no se movió de su posición, pero lo miró con las cejas fruncidas. Se tumbó boca arriba a su lado y volvió a cogerle del pelo.
—Chúpamela, estoy cerca. —Obedeció, aunque sabía que no quería hacerlo, que quería que le follara hasta llenar los vaqueros que aún llevaba puestos de su esencia.
Pero no se lo daría. Había sido un cachorrito malo y no se merecía ese premio.
La boca carnosa del chico envolvió su eje con calor infernal. Entró hasta la garganta con un sonido de chapoteo que le encendió aún más. Enganchó su pelo en la mano y movió sus caderas contra él, usando esa cavidad para su placer, escuchando los jadeos de ambos combinados con el chasqueo de la saliva. Estaba cerca, había estado cerca desde que le vio arrodillado en el suelo.
La primera vez que azotó a Seungmin, cuando sólo tenía 18 años, se corrió en los pantalones con un roce. Ese momento le recordó, inevitablemente, a aquella primera zurra. Esa boca que subía y bajaba en su polla, con la lengua moviéndose contra su glande, le estaba empujando sin tregua al orgasmo.
Apretó los dientes y sintió como sus bolas se tensaban. Miró a los ojos húmedos del chico y se corrió sin previo aviso. Llenando su boca, sus mejillas y sus labios del semen blanco que salía a chorros. Seungmin tragó cuanto pudo, pero la mayoría resbaló de sus belfos rosados cayendo sobre su propia piel.
Aquella imagen era casi tan intensa como el éxtasis que le había dejado sin energía. Le soltó el pelo y sonrió con suficiencia.
—Vete a darte una ducha. No te toques. Tienes prohibido correrte.
—¿Qué? —preguntó, sorprendido e indignado.
—Querías un castigo y aquí lo tienes. Ahora date prisa o no llegaremos. Me daré una ducha en el otro baño.
Se levantó de la cama fingiendo que las piernas no le temblaban. Cogió un pantalón negro y una camisa de lino blanca antes de ir al baño del pasillo y darse una ducha rápida. Tardó poco en salir y bajó las escaleras.
Se encontró con que Seungmin había guardado la comida para gatos y había puesto una taza limpia junto a la cafetera humeante. Se sirvió el líquido oscuro y lo bebió apoyado en la encimera, mirando fijamente a los gatos que se lamían el uno al otro en el iglú de Soonie.
Lavó la taza y escuchó los pasos de Seungmin acercarse. Llevaba puesto un pantalón suave de color beige y una camisa azul de mangas cortas que le pertenecía. De nuevo pensó que quería verle con su ropa puesta más a menudo.
—He metido dos bañadores en el bolso y también dos camisetas, espero que no te importe.
—Claro que no —contestó con una sonrisa—. ¿Nos vamos? Vamos a llegar tarde. —Asintió y salieron de la casa en silencio. Subieron al coche y Chan arrancó camino a su destino.
—Estoy enfadado y frustrado —dijo de pronto el chico—, pero gracias. Sé que no debí haberte presionado... Lo necesitaba, siento eso... Eso... Gracias —Le acarició la mano con una sonrisa. Él se la devolvió.
—Quiero... —carraspeó, repentinamente nervioso—, quiero que sepas que si quieres que paremos solo tienes que decírmelo. Si quieres estar con otra persona, si esto ya no te gusta... Dímelo, Seungmin. Eso... Lo que pasó en la habitación, no era verdad lo que decía. No voy a retenerte de esa manera.
—Hyung, relájate. Deja de balbucear estupideces —le cortó—, no me apetece estar con otra persona, solo lo dije porque sabía que reaccionarías así —se rio en voz alta y sus carcajadas resonaron por todas partes de la cabina.
Lo miró de reojo y su pecho se calentó con una emoción distinta a la que había tenido con él. Era fácil de convencer, sobre todo teniendo en cuenta que esa risa escandalosa era todo lo que Chan había soñado por años. No empujarías a un suicida, ¿verdad? Por supuesto que no, pero se aferraría a él hasta su último aliento si con eso conseguía amortiguar su caída.
—Estoy enamorado de ti, Seungmin —dijo cuando llegaron a su destino, impulsado por esa cosa extraña que latía en su pecho.
Aparcó el coche con el silencio de Kim pesando sobre él. Estuvo a punto de salir, pero la mano ajena se cerró en su muñeca. Fue capaz de mirarlo un segundo antes de que sus labios dejarán un beso suave y cálido en su boca. Chan pensó que seguramente no podría volver a dormir si Seungmin no compartía el espacio bajo las sábanas.
Aunque no contestó, le pareció que aquel beso era más que una respuesta con palabras.
***
Mil veces pido perdón porque estoy teniendo unas semanas complicadas en el trabajo y no me he acordado de publicar, navegantes.
No manipulen a sus parejas para hacer cosas que no quieren hacer. Pero esto no es la vida real, es un fic y este par siempre han sido super tóxicos.
¡Nos vemos en el infierno!
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