1. Tengo algo que decirte
🎶Banda sonora: Love at first sight - Alexander Steward 🎶
[Estos especiales ocurren casi tres años después del final de "INVIERNO"]
—Minho, tengo que decirte algo... —exclamó Jisung desde la cristalera.
—¿Qué pasa? —preguntó, dejando las herramientas para incorporarse.
Llevaba un par de horas trabajando en el jardín mientras Jisung estaba en el despacho. En ese momento, había regado el pequeño limonero que plantó en una esquina del jardín. Se guardó los guantes en el bolsillo y se acercó a él, atravesando el césped. Han apretaba las manos, nervioso.
—¿Qué pasa? Me estás preocupando —comentó llegando a su lado.
—Bueno. Vamos a ir a un sitio, ¿de acuerdo? Date una ducha e iremos. —Intentó huir, pero se lo impidió agarrandole la mano.
—Dime que pasa, Jisung.
—No es nada malo, pero quiero que lo veas en lugar de contártelo. —Se soltó y volvió adentro.
Minho lo siguió y se dio una ducha. Cuando se acercó al vestidor desnudo, Jisung le dio una mirada apreciativa y estiró la mano para rozar con los dedos la cicatriz que le dividía su pecho. Se estremeció con el familiar cosquilleo que las yemas provocaban en su cuerpo.
—Vístete, salimos en diez minutos —susurró, apartándose de él.
Obedeció como siempre que utilizaba ese tono. Sentía un peso incómodo en el estómago y los nervios le estaban haciendo volverse loco. Han Jisung solía hacer esas cosas: arrastrarlo al coche y llevarle a donde sea que quisiera ir; aparecer en casa con ropa formal para acabar en una gala; subirlo a un avión para volar a una isla y amanecer en un resort de cinco estrellas con sus cuerpos desnudos enredados entre las sábanas.
Pero hacía meses que el príncipe dejó de hacer planes por él. Hacía muchísimo tiempo que estaba ausente y lejos. Como en ese momento en el que conducía en silencio.
Cuando llevaban más de una hora en el coche, Minho se preguntó a dónde demonios estaba llevándole. Ese lugar no era uno de los sitios que Jisung frecuentaba. Frenó delante de un edificio antiguo y respiró hondo. Lo miró por largo rato y vio la sonrisa asomando en sus mejillas.
—¿Por qué estamos en un orfanato, Jisung?
—Ven conmigo por favor.
Lo siguió fuera del coche con el corazón en un puño y las manos temblando. Estaba jodidamente nervioso y el hecho de que Jisung guardase todo el secreto no estaba ayudando. Entraron juntos atravesando una puerta metálica desvencijada. El lugar estaba ajado, como casi todas las instituciones que vivían de la caridad. Escuchó el ruido de los niños mientras pasaban por una puerta abierta de madera. Una mujer mayor con una sonrisa amable salió a su encuentro.
—¡Han Jisung-ssi! ¡Qué alegría verle aquí de nuevo!
¿De nuevo? ¿Cuántas veces ha estado aquí?
—También lo es para mí, ajumma. Le presento a Lee Minho...
—Oh, el famoso Lee Minho-ssi. Es mucho más guapo que en las fotos —saludó ella y Minho se ruborizó—. Es un placer conocerle por fin, Han Jisung-ssi ha hablado mucho de usted. Le contó a los niños que los enseñaría a bailar.
—¿Qué? —preguntó en voz alta, absolutamente confundido. No sabía qué estaba haciendo allí, no sabía qué era lo que estaba haciendo en un orfanato, con esa señora que parecía conocerle.
—Vamos al comedor, los más pequeños están empezando a cenar. —La mujer echó a andar con una risita y abrió un par de puertas al fondo.
Les siguió, Jisung comentaba unas reformas de las que Minho no tenía idea y preguntaba por un montón de gente que no conocía. Se sentía fuera de lugar, como si eso fuera una broma pesada, como si en algún momento una cámara oculta fuera a salir para grabar su reacción.
Un par de niños pequeños saludaron a Jisung antes de hablar atropelladamente, a media lengua, sobre algo que no entendió. Parecían más pequeños que Byul y estaban realmente contentos de ver a Han. Y, para su sorpresa, el príncipe también parecía muy feliz de estar allí. Minho no dijo una palabra durante ese rato. Se quedó de pie, junto a la puerta del comedor, observando cómo su novio iba de mesa en mesa manteniendo conversaciones ligeras con los seis niños que comían allí.
—Vamos a la parte trasera —dijo Jisung, acercándose. En el patio trasero otros ocho niños jugaban a la pelota mientras un pequeño grupo de adolescentes los vigilaba.
—Jisung , por favor, dime que es todo esto —susurró cuando los chiquillos hicieron reverencias para saludarlos.
—Yo... A ver... Siento, sentía que no había devuelto todo lo que se me había dado. Quiero decir... —Se removió nervioso, balbuceando y Minho puso una mano en su antebrazo, calmándolo—. He tenido mucha suerte, he sido un afortunado toda mi vida, a pesar de todo. Pero no he devuelto todo lo que se me ha brindado. Llevo mucho tiempo dándole vueltas, lo hablé con Changbin y él sugirió que habláramos también con Soobin. Y aquí estamos.
—Sigo sin entender nada...
—Bueno, el caso es que Han Corp. ha creado una fundación para ayudar a niños en situación de vulnerabilidad, particularmente a niños y niñas que no tengan padres —Minho abrió los ojos sorprendido y soltó el brazo del chico—. Llevo casi seis meses viniendo. Al principio fue un puro trámite, después ha sido como... como cuando voy a terapia. Siempre me siento mejor cuando vengo y estoy un rato con ellos.
—Jisung, a ti no te gustan los niños.
—Ya lo sé, pero esto es distinto. A veces quiero llevármelos a todos a casa y me doy cuenta de que no puedo hacerlo y me frustra... Changbin, Soobin y yo lo hablamos mucho, decidimos que la fundación cubriría los gastos diarios y Bang Chan nos recomendó crear un sistema de becas para los estudios universitarios de los chicos. Así que eso es todo... Ahora podemos dar un pedazo del pastel que nos tocó a otras personas que lo necesitan y... Bueno y ya está...
Minho lo miraba como si no le hubiera visto nunca. La voz titubeante y nerviosa, el movimiento de sus manos, el carraspeo de su garganta y esa forma en la que se mordía el labio eran extrañamente adorables. No sabía porqué estaba ahí, con ese hombre, en la puerta de un jardín donde una docena de niños desconocidos los miraban de soslayo, familiarizados con la presencia del joven maestro Han Jisung .
—La... La fundación... Bueno... A Changbin y a mí nos pareció buena idea llamarla Fundación Lee Ari...
Su corazón se apretó y comenzó una carrera desesperada contra sus costillas como si quisiera salirse del espacio. El agridulce sabor del recuerdo de su hermana le golpeó en la garganta. Miró a los ojos huidizos de su novio buscando la mentira. Pero no la había. Ese estúpido y frívolo niñato que llevaba ropa interior Versace estaba diciéndole la verdad.
El chaebol Han Jisung ocupaba cada rincón de la cabeza de Minho normalmente, pero en ese instante pensó que tal vez se había propuesto a sí mismo convertirlo en un seguidor devoto para el resto de sus días. Porque acababa de decidir que cualquier cosa que pidiera, cualquier cosa que se le antojara, él la buscaría hasta en el agujero más angosto para dársela. Han Jisung había enganchado unas cadenas a cada una de sus extremidades y lo había convertido en su esclavo.
Quiso besarlo hasta dejarlo sin respiración. Quiso agradecerle por haberle dejado oler el verano en su piel.
—No... No quiero hacerte sentir mal —se excusó de pronto—. No quiero que pienses que hago esto desde el paternalismo ni nada así, no iba a decirte nada, quería guardarlo en secreto, pero Soobin insistió en qué te lo dijera... Felix tampoco lo sabe, nadie lo sabe más que nosotros y Bang Chan. Pero a Choi se le ha ocurrido organizar alguna estupidez benéfica para sangrar a millonarios y poder utilizar ese dinero para darle un futuro a la mayor cantidad de gente posible.
—¿Quieres casarte conmigo? —interrumpió en voz alta. Escuchó el jadeo de sorpresa de la gente a su alrededor.
Jisung lo miró durante diez o quince segundos ladeando la cabeza confuso. Minho lo agarró de la cintura y lo ciñó a su cuerpo. El murmullo colectivo se silenció, como si aquella escena fuese suficiente para callar a los niños que jugaban y los adolescentes que estaban sentados en la mesa del jardín.
—¿Quieres casarte conmigo? —insistió. Las mejillas del príncipe se ruborizaron y Minho acarició una—. Casate conmigo, príncipe. Déjame ser tu familia.
—Si no le dices que sí me casaré yo con él, Jisung oppa —bromeó una de las chicas que estaba sentada allí. Jisung giró la cabeza para mirarla.
—Cállate, eres menor, es demasiado viejo para ti —contestó.
—Solo me quedan dos años para cumplir 18. Si le dice que no, ¿me esperará dos años, oppa? —Minho miró a la coqueta niña que le sonrió y se echó a reír suavemente antes de volver sus ojos al hombre que seguía entre sus brazos.
—¿Te vas a casar conmigo? ¿Estoy lo suficientemente guapo para que me digas que sí?
Jisung sonrió también, y sus mejillas redondas se abultaron todavía más. Quería pasarse el resto de su vida despertando en la cama con él, quería que fuera solo suyo hasta el día de su muerte. Quería verlo arrugarse, quería discutir con él, quería que siempre fuera verano.
—Sí —susurró suavemente—. Y ahora suéltame y dejemos de dar este pésimo ejemplo. —Pero le abrazó.
Minho apoyó la cabeza en el hueco de su cuello y restregó la nariz por el espacio debajo de su oreja, inhalando el aroma. Sintió los labios de Jisung en su garganta y un estremecimiento le erizó los vellos de los brazos. Quiso guardarlo dentro de él para siempre, agradeciendo como disipaba todas las nubes negras con su sola presencia. Escuchó un silbido y un aplauso desacompasado, además del jaleo de las voces de más niños. Se apartó de él con desgana. Su novio se frotó la cara con las manos, avergonzado.
—¿Nos invitarán a la boda? —preguntó un niño de unos 6 o 7 años—. Nunca he ido a una boda.
—Hoshi, no seas maleducado —reprendió la señora que les había abierto, saliendo también a la terraza con un pequeño dormitando sobre su pecho.
—Debería invitarnos, gracias a mí ha dicho que sí, Jisung oppa se hubiese hecho el duro para siempre.
—¡Mina! —exclamó la mujer horrorizada—. Lee Minho-ssi, discúlpelos, siempre se revolucionan un poco cuando viene Han Jisung-ssi.
Minho se echó a reír y la apaciguó con un movimiento de su mano. Una parte de él sabía que tenía que agradecérselo de verdad a aquella adolescente. Otra se sentía tan afortunada que no entendía del todo lo que acababa de ocurrir.
La mujer mandó a los niños a cenar y desaparecieron con risas y voces que llenaban el espacio. Jisung se acercó y acarició al pequeño que dormitaba en los brazos de la mujer. El niño lo reconoció y estiró los brazos hacia él.
Sin decir nada, lo cogió y el chiquillo se agarró con sus manos regordetas a la camisa blanca que llevaba puesta. Jisung se sentó en un banco y acomodó al niño. Minho no daba crédito. No había visto a Han con un niño en brazos jamás, ni siquiera Byul, Dara o Yuri eran tan cercanos con él.
—¿Cómo le está yendo a Hoshi en la nueva escuela? —preguntó en voz baja. El bebé subió la cabeza y tiró de la tela del cuello para cubrirse la cara inhalando fuerte.
—Va a ensuciarse la ropa...
—Da igual, ajumma, la ropa se lava —Rio acariciando el pelo negro sobre su pecho. Minho estaba paralizado, era la cosa más extraña que había visto en su vida—. Puedes acercarte, no muerde... De hecho no creo que aguante más de cinco minutos. Shinwoo siempre se duerme después de comer —Lo miró fijamente—, ¿estás bien?
—Es que tengo miedo de que esto no esté pasando de verdad... —confesó dando un paso más cerca. La mujer rio recogiendo algunos juguetes y metiéndonos en una caja de plástico cercana.
—Han Jisung-ssi se lleva muy bien con Shinwoo, él y Hoshi son sus favoritos.
Se sentó a su lado y le sonrió, antes de volver a mirar el peso que cargaba sobre él. El niño se había quedado dormido oliendo la camisa de Jisung . Te entiendo perfectamente, amiguito.
—A Shinwoo le gusta mucho ensuciarse, a Hoshi leer —comentó—. A la mayoría les gusta el fútbol. Y casi todos sienten predilección por los bungeoppang de judías... —Continuó enumerando un sinfín de anécdotas y Minho se preguntó dónde estaba el príncipe y que había hecho con él ese hombre que cargaba un bebé en brazos.
—¿Cuánto tiempo has pasado aquí?
—Mucho, bastante...
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No quería incomodarte... Yeonjun hyung nos trajo a mí y a Changbin... Colabora con la institución, con varias de hecho —El niño suspiró y enterró la cara en la camisa con el puño apretado en la tela. Jisung volvió a sonreír y se acomodó—. Ajumma, ¿qué hay de la escuela de Hoshi?
—Ah... Bueno... Ya sabe que es complicado, le cuesta encajar.
—¿Ha pasado algo?
—Bueno, los otros niños comentan que está solo en el recreo. Y que a veces tiene peleas verbales con un grupo en concreto.
—¿Cree que debería ir a otro colegio?
—Es uno de los mejores colegios de la zona, ninguno tendría la posibilidad de ir si no fuera por ustedes.
—Eso no importa si Hoshi no está haciéndolo bien —dijo con la determinación que sí era propia del Jisung que conocía.
Su novio y la mujer se enfrascaron en una conversación que se perdió por estar mirando fijamente las manos masculinas sobre la espalda pequeña del niño en sus brazos. Minho había pensado en tener hijos a veces, disfrutaba pasando tiempo con Byul, Dara y la pequeña Yuri. Pero nunca había sacado de nuevo el tema con Jisung . Él no compartía nada con los sobrinos de Soobin, solo hablaba con los adultos y los agasajaba con regalos que Minho entregaba. En ese instante, era como si estuviera viendo a un desconocido.
El niño llamado Hoshi se asomó a la cristalera con una mirada tímida. Le sonrió y él le respondió igual, antes de salir y acercarse con pasos cortos hasta donde estaban ellos. Sacó de su espalda un libro y lo tendió, los tres lo miraron en silencio.
—Ya lo terminé, Jisung hyung—dijo.
—Era un regalo, saekki*, puedes quedártelo.
*Saekki 새끼 es cachorro de león, oso u otro animal salvaje. Es el equivalente a cub en inglés.
—Tal vez haya otra persona que quiera leerlo —insistió. A Minho le dolió el pecho.
Él y Nichari habían evitado acabar en un lugar así y se sentía repentinamente afortunado. Aunque se jugaron la vida y perdieron su infancia, al menos se habían tenido los unos a los otros. En ese instante miró al niño larguirucho con el libro en las manos y quiso llevárselo a casa y comprarle suficientes libros como para hacer una biblioteca.
—Puedes ponerlo en la sala de estudio si lo prefieres, así podrán usarlo los demás. —La idea de Jisung apaciguó al pequeño que se quedó de pie en silencio.
—¿Quieres sentarte con Han Jisung-ssi y contarle como te ha ido en el colegio, Hoshi? —Él asintió y se acercó al banco que ocupaban.
Minho se hizo a un lado para dejar espacio entre ellos. El niño hizo una reverencia y se sentó. Lo vio dubitativo durante unos segundos, pero en seguida se apoyó en el hombro del príncipe con una enorme sonrisa llena de dientes mellados.
—Me llamo Hoshi —se presentó mirándolo solo a él, con sus manitas alrededor del codo del príncipe.
—Yo soy Minho, es un placer conocerte. Dice Jisung que te gusta leer —Asintió—. ¿Eres bueno en la escuela?
—Tengo un buen promedio, pero otros niños son mejores.
—¿Tienes muchos amigos en clase? —preguntó y el chico puso una mueca rara.
—Hoshi, puedes hablar con ajumma si pasa algo malo. O conmigo. Y mira, parece que has hecho un nuevo amigo, Minho también sabe escuchar...
—No pasa nada, hyung. Estoy bien, la nueva escuela nos gusta mucho a todos —contestó con una sonrisa que le pareció falsa.
Le preocupó, parecía frágil. Se restregó en el brazo de Jisung. Minho se preguntó si podría llevarlos a los dos a casa en ese momento. Su novio continuó hablando y el chico contestaba. Bromeaban y contó lo que más le había gustado del libro que tenía en su regazo.
—Es hora del baño —dijo una chica joven desde la puerta del jardín—. ¿Le importa que me lo lleve, Han Jisung-ssi?
Jisung aceptó aunque pareció decepcionado. La joven se llevó a Shinwoo, al que hubo que despegar de la camisa con decisión. El príncipe le dio un beso en la frente antes de despedirlo.
—Hoshi, tenemos que terminar los deberes antes de que sea tu turno.
—Oh... Pero hyung ha venido tarde hoy, casi no hemos hablado... Además, no me ha dicho cuándo será la boda. ¿Qué ropa se lleva a una boda? ¿Un traje de esos de pingüino? ¡Yo no tengo ningún traje! —exclamó agobiado mirando a Minho. Sonrió y en un acto reflejo le retiró el flequillo de los ojos, el chico se apartó un poco sobresaltado.
—Puedo prestarte uno de mis trajes, casi no los uso.
—Pero hyung es grande, me va a quedar enorme.
—Entonces iremos a comprarte uno. Pero tienes que hacer algo a cambio —Lo miró con desconfianza—, tienes que hablar con ajumma o con Jisung si algo te preocupa en la escuela. —Él asintió con una sonrisa tímida y miró a la señora que le instaba a levantarse. Le dio un abrazo a Jisung antes de ponerse en pie.
—Gracias por el libro, phi. Y por venir a vernos. —Hizo una reverencia y se marchó.
Salieron de la institución con despedidas efusivas de los adolescentes, que les felicitaron por la inminente boda. Minho no podía dejar de pensar en que todo aquello había sido una especie de sueño. La versión onírica de su novio se subió al asiento del conductor con un suspiro. Minho se estiró sobre la consola central y lo atrajo a su boca para un beso demandante. Cuando se separaron, acarició su labio inferior con el pulgar y vio las mejillas sonrosadas y las arruguitas de la sonrisa en los ojos.
—¿Cómo es posible que no hayas llenado la casa de niños antes? —preguntó. Jisung lo miró sorprendido y se encogió de hombros.
—Eres tú el que trae gente a casa sin preguntar.
—¿Quieres llevarlos a casa?
—Sí... —confesó mientras arrancaba—. Cada vez que vengo pienso en ello.
—¿Changbin viene contigo?
—Algunas veces. Soobin y Yeonjun hyung también. A ellos se les dan mucho mejor los niños, son increíbles con ellos. A mí y a Changbin nos costó un poco más acercarnos... De hecho, fue Shinwoo el que se acercó a mí. Le gusta como huele el perfume que utilizo, así que siempre que vengo me abraza y restriega la cara en las camisas. Y, bueno... Hoshi es hablador, pero le cuesta mucho entrar en confianza —bromeó.
Jisung habló de esos niños con una reverencia impropia de él. Se quedaron en silencio por un rato mientras Minho se planteaba como era posible que el príncipe hubiese cambiado tanto en estos años. Seguía siendo el mismo idiota prepotente la mayoría del tiempo, pero ahora las cosas eran tan normales, tan tranquilas, que todavía esperaba que algo saltase por los aires.
Y luego estaba ese latido irregular en su pecho cada vez que lo sorprendía con un nuevo matiz. Como el día que puso ante él los papeles de la casa con su nombre impreso en ellos, o la vez que le llevó al aeropuerto y montó una especie de viaje de fin de curso en el que los diez celebraron el cumpleaños de Changbin en Japón en el festival del florecimiento de los cerezos. O cuando habló con tanta paciencia con Hoshi mientras tenía al otro pequeño en su pecho.
—¿De verdad te casarás conmigo? —preguntó en voz alta. Jisung sonrió y asintió con sus mejillas ruborizándose.
—Te dije que ibas a pasar toda la vida conmigo, tigre —murmuró.
Aparcó en la puerta y se bajó del coche. Entró en casa con un suspiró aliviado, dejando los zapatos en la alfombra y recorriendo el silencioso salón hacia el estudio.
Quería enseñarle a Minho una última cosa. La última cosa que necesitaba que viera. El hombre besó su nuca haciéndole cosquillas. Agarró la carpeta que había sobre la mesa y se la entregó en silencio. La leyó con las cejas levantadas por la sorpresa.
—Lo he hecho a posta —confesó—. Llevarte allí y que vieras a los niños... Ha sido a posta. Quiero traer a Hoshi a casa cuanto antes y necesitaba que vieses por qué. Sé que es una vil manipulación, pero no se me ocurrió otra forma...
—Príncipe... —Minho suspiró y negó con la cabeza.
—Voy a entregar este papel al departamento legal mañana —Señalo los documentos que todavía quedaban sobre la mesa.
—¿Cuándo he podido convencerte de hacer o no algo? Puedes hacer lo que quieras, eres Han Jisung , el mundo te pertenece —contestó dejando la carpeta sobre el escritorio sin mirarlo.
Jisung sintió que el ánimo se había enturbiado, como si la felicidad de la tarde se hubiera esfumado de un plumazo. En el fondo podía comprender que Minho no se sintiera cómodo, la información de aquella carpeta no era fácil de digerir y había estado igual de asustado la primera vez que lo supo.
—Está bien —replicó. Se acercó a la ventana, luchando con las ganas de servirse una copa—, ¿puedes dejarme solo? —murmuró de espaldas a él.
Minho lo abrazó, arrastrándolo contra su pecho
—Todo te pertenece —susurró, besándolo—, yo te pertenezco. Soy tuyo, príncipe. —Lo besó otra vez con voracidad, mordiendo, bebiéndose su saliva.
Jisung estaba confuso y excitado. Y sabía que tenían que hablar, pero esas manos lo tenían sujeto implacablemente y era imposible formar un argumento coherente en su cerebro.
Odiaba que hiciera eso de la misma forma que lo amaba. Minho lo besaba hasta que se convertía en un trozo de arcilla fácil de moldear y dejaba de ser beligerante contra él. No quería dejar esa discusión, no quería que le follase en cualquier rincón y lo convenciera de que era una mala idea adoptar a Hoshi.
Necesitaba que entendiese por qué lo estaba haciendo.
—Minho... —gimió apartándose un poco—, no... —sus labios recorrieron su cuello y mordió su yugular.
—¿No vas a parar nunca? ¿Nunca es suficiente para ti?
—¿De qué hablas? —preguntó confuso—. No he hecho nada. Ese niño se merece una casa, se merece que alguien le cuide.
—Jisung, ni siquiera te gustan los niños y quieres adoptar a un pequeño que está enfermo —contestó sin sacar la cabeza del cuello. No pudo ver su expresión, pero se sintió irremediablemente atacado por sus palabras.
Que Hoshi estuviera enfermo era precisamente la razón por la que seguía en ese orfanato. La gente no estaba dispuesta a llevarse a casa a un niño que daría demasiado trabajo.
—No puedo creer que estés diciendo eso, Lee Minho —replicó indignado, tratando infructuosamente de apartarle—. Puedo pagar por su maldito tratamiento, puedo cuidar de él. Quiero cuidar de él. ¿No lo entiendes? Lo dejaron en el maldito hospital porque estaba enfermo y nadie volvió a por él.
—Sí todo te pertenece, ¿por qué necesitas más? ¿Porque necesitas que esté a tus putos pies? —gimió con el labio inferior en un puchero; Jisung se confundió y su corazón repiqueteo nervioso por ver esos ojos felinos enrojecidos—. No puedes llevarme a un orfanato y darme un puto informe que dice que ese niño esta enfermo y que lo quieres traer aquí. No puedes darme toda esa mierda si no vas a prometer que no vas a apartarme nunca más. No puedes tenerlo todo, Jisung , por Dios, déjame un poco de mí para mí mismo.
—Minho...
—Llevas meses llegando tarde a casa, ignorando mis mensajes y mis llamadas. Pensaba que estabas con... —Tragó saliva—, pensaba que habías conocido a alguien... Estaba asustado y no quería pensar en las horas que te encierras aquí cuando llegas, en el tiempo que pasas sin dirigirme la palabra... Maldita sea, apenas puedo tocarte porque estás tan cansado que caes redondo cuando llegas a la cama... Joder estaba tan frustrado... Y ahora vienes con eso —Señaló los documentos sobre la mesa—. No puedes hacer esto. No me hagas sentir culpable. No tienes ni puta idea de cómo han sido estos meses... No sabes lo doloroso que ha sido despertarme y no saber si será hoy el día en que me eches de aquí. No puedes echarme, Jisung, yo ya no sé ser un gato callejero...
Jisung tuvo unos segundos de parálisis en los que su cerebro barajó todas la información. Minho no era dependiente. Tenía casi 35 años y era solvente económicamente, seguía teniendo ese aura silenciosa y sombría la mayoría del tiempo, pero amaba la forma en la que seguía quedándose dormido con la cabeza en su regazo los domingos por la tarde. Sin embargo, en ese instante, con esos labios abultados por la tristeza y los ojos llenos de lágrimas, le pareció frágil. Le pareció el mismo animalito que llegó mojado por la lluvia a su casa, el mismo que lloró en sus brazos cuando I.N murió.
Lo abrazó con fuerza conteniendo el llanto, porque no sabía qué más hacer. En el fondo entendía lo frustrado que debería sentirse. Aquellos meses en los que estuvo yendo al orfanato había dejado de lado a Minho y no le había contado la razón, más allá de decirle que tenía mucho trabajo.
—Lo siento, siento habértelo ocultado, lo siento... Estaba asustado, no sabía cómo ibas a tomártelo... No hay nadie más, Minho. Me pediste que me casara contigo, ahora no puedes retractarte... Te dije que sí, te quiero, Minho, solo eres tú, no hay nadie más.
—Tengo miedo de despertarme y que todo esto haya sido un sueño, príncipe... No puedes dejarme, no puedes apartarme de ti. Y si traes a Hoshi a casa no podrás dejarnos, ¿lo entiendes? ¿Entiendes que ya no serás libre?
—La libertad no tiene nada que ver con eso, tigre —contestó acariciando sus pómulos altos—, no voy a dejarte, no voy a echarte de aquí nunca más. Te lo dije, vas a pasar el resto de tu vida conmigo. Y eres un imbécil, pensé que no querías a Hoshi. —El gran hombre se sonrojo y lo besó suavemente en los labios antes de sorber por la nariz y abrazarlo con fuerza.
—¿Qué hay del pequeño? — preguntó
—¿Shinwoo?
—Sí, ¿no vamos a traerlo? Quiero verlos crecer, quiero verte jugar con ellos, y enseñarles a hablar en inglés, japonés y en chino. Quiero que se hagan mayores y nosotros nos hagamos viejos juntos y que tengan hijos. Y quiero ver a unos bebés llamándote abuelo.
Apretó los brazos alrededor de los hombros anchos de Minho y apoyó la frente en su camisa. Su pulso acelerado resonaba en sus oídos y quería echarse a llorar.
—Lo traeremos. Primero a Hoshi y después a Shinwoo. Los traeremos a los dos. Envejeceremos juntos.
Hay unos cuantos guiños a Lavanda por aquí. Por ejemplo, Hoshi.
Mis hijos literarios nunca dejarán de ser dramáticos, navegantes.
¡Nos vemos en el infierno!
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