8. Kumiho

🎶Banda sonora: It's you - Henry🎶

Changbin respiró hondo y caminó justo al lado de Jisung hasta la sala de conferencias. Un paso por detrás de ellos, Sunwoo cargaba con unas cuantas carpetas, una agenda y dos teléfonos móviles.

Se había ofrecido a ayudarle, pero el chico rehusó con una sonrisa. Ahora los tres recorrían el espacio respondiendo a los saludos de los empleados. En realidad solo Changbin respondía. Jisung tenía esa mueca determinada en su cara y sus ojos oscuros estaban centrados en la puerta al final del pasillo.

Han entró a la habitación y frenó tan abruptamente que Changbin chocó contra su espalda. Miró al frente para encontrar a Soobin sentado solo. Hubo un segundo de reconocimiento entre ellos y después el conejito levantó la cabeza y sonrió.

—Hola —saludó Choi y los tres respondieron—. Sunwoo, ¿te importaría dejarnos un rato? Aún quedan unos minutos para que empiece la reunión...

—Sí, claro que sí —contestó el chico. Dejó la pila de carpetas a la cabecera de la mesa, donde sabía que se sentaría Jisung, y salió con una reverencia. Changbin se puso nervioso.

—¿Qué está pasando? —preguntó acercándose al chico y dándole un apretón en el hombro. Soobin respondió con esa sonrisa que era como su bandera.

—Solo quería hablar con vosotros a solas, no ha pasado nada —respondió.

—¿Estás seguro? —La voz de Jisung sonaba un poco chirriante. La suela de sus zapatos italianos retumbó cuando el chico caminó hasta su lugar en la cabecera y se dejó caer en la silla.

—Sí, solo quería saber como estabas. He querido llamarte pero no me atrevía —La confesión cogió un poco por sorpresa a Changbin y, por su cara, también a Jisung—. Sabía que no te gustaría que te preguntase si estaba Sunwoo aquí. Y también sé que no te hubiera gustado que echase a Changbin hyung.

—¿A qué viene esto, Soobin?

—A nada, Jisung. Solo estoy preocupado por ti, puedo hacerlo, ¿no? Puedo preocuparme por la gente, ¿verdad?

Changbin se sintió incómodo. Miró por el rabillo del ojo la puerta de salida y después a los dos hombres. La súplica en los ojos de Jisung fue significativa, pero sabía que debía salir de ahí en ese instante.

Caminó hacia la puerta y escuchó el reclamo de Han cuando alcanzó el picaporte: —Voy a estar aquí afuera, Quokka. Tenéis cinco minutos. Hablad lo que sea y empezaremos la Junta como el frente unido que hemos sido hasta ahora.

Estuvo a punto de replicar, pero Changbin salió y cerró tras él. Se quedó de pie allí suspirando sonoramente. Percibió la mirada cómplice de Sunwoo que hablaba por teléfono. Sacó el propio del bolsillo del pantalón y escribió un mensaje a Felix.

Yo: *Polluelo, Jisung y Soobin están hablando a solas. Creo que después iré a cenar con ellos, ¿te apetece venir?*

Felix: *Eso es fantástico, Binnie. No lo creo, tengo una cita esta tarde con Minho y un proveedor. Pero pásalo bien y dile a Soobin que le echamos de menos*

Yo: *Ok. Nos vemos en casa esta noche. Te quiero*

Felix: *Yo te quiero más, Binnie. Patea los culos de esos viejos en la Junta*

Changbin se rió un poco antes de levantar la vista de la pantalla y encontrarse con unos cuantos de "esos viejos" ante él. Un par de cejas levantadas lo hicieron enderezarse rápidamente. Sunwoo apareció a su lado, con su hombro cerca, y se sintió algo más confiado.

—Buenas tardes, Seo Changbin-ssi —saludó el más anciano de los accionistas. Él respondió educadamente—. ¿Podemos pasar?

Changbin se dio cuenta de que bloqueaba la puerta con su cuerpo y de la conversación que probablemente se desarrollaba dentro. Llamó dos veces, con su puño sobre la superficie. Escuchó la voz de Jisung dejándolo entrar.

Abrió un pequeño hueco y los miró. Seguían en el mismo sitio, Han a la cabecera de la mesa, con una expresión un poco más suave que la que había traído, y Soobin en el lado izquierdo con su sonrisa radiante.

—¿Está bien si pasamos ya? —preguntó y ambos asintieron. Se sintió tranquilo cuando caminó hasta su lugar, en el lado derecho de Jisung.

La gente fue entrando y ocupando sillas. Los murmullos de las conversaciones eran incomprensibles a su alrededor. Arrastró su asiento con ruedas ligeramente hacia Jisung y le agarró la muñeca por un segundo.

—¿Todo va bien, Quokka? —susurró.

—Sí, todo va muy bien. Tranquilo —Las comisuras de Jisung se levantaron un poco y Changbin respiró aliviado.

—Ya está aquí —Escuchó la voz de una mujer—, el nuevo accionista está subiendo en el ascensor.

Seo volvió a tensarse y miró a sus amigos. Jisung se levantó de la silla y abrochó los dos botones de su chaqueta. Soobin y él lo imitaron. Aquello se había convertido en su modus operandi cuando estaban en la junta. Eran una especie de triunvirato que manejaba el conglomerado como buenamente podían.

Han seguía siendo el jefe supremo, la cabeza visible de toda aquella maraña de empresas y también el accionista mayoritario. Los Choi habían ampliado su participación en un 5 % añadido y Choi Taeyang-ssi se había retirado a su cómoda vida cuando entendió que Soobin era suficiente para manejar aquella locura.

Y después estaba Changbin. Por petición expresa de Jisung, la semana después de la muerte de Han Eunji, había llegado un burofax al despacho en el que se le informaba de que era ahora dueño de todas las acciones que habían pertenecido a la mujer. Seo no lo había pedido. Estaba bien siendo el director del banco y con un porcentaje absolutamente insignificante en el conglomerado. Pero Quokka no pensaba lo mismo.

Además de todo eso, se había hecho efectiva la compra de un 10 % de acciones por parte de un inversor que tenía a toda la Junta expectante. Y esa era precisamente la razón por la que estaba toda esa gente reunida en la sala y por la que Changbin, Soobin y Jisung estaban de pie, a pocos centímetros unos de otros, observando la puerta.

Oyó el revuelo cuando alguien entró. Era un hombre joven, en sus treinta como mucho y era alto. Le sorprendió que sobrepasara fácilmente a todas las personas que había allí, menos, tal vez, a Soobin. Su oído captó el sonido ahogado de Choi a su izquierda y se giró hacia él inmediatamente.

El chico parecía haber perdido completamente el color. Su frente se arrugaba en una mueca aterrorizada y su boca hacía un mohín extraño. Jisung también lo percibió y Changbin fue capaz de ver la mano de Quokka agarrando el antebrazo del conejito.

Curioso y asustado, Seo buscó la dirección fuente del miedo de Soobin. Para su sorpresa, se encontró con otro cuerpo que parecía haber perdido el alma al otro lado de la habitación. Los hombres se miraron con el mismo terror desconcertado y sintió que alguien envolvía su estómago en un puño.

Otra vez no, por favor, otro problema no, oró para no tener que lidiar con una complicación añadida a sus ya de por sí difíciles vidas.

Todos se sentaron al cabo de unos segundos y aunque estaba al otro lado de la habitación, Changbin no podía evitar fijarse en que aquel muchacho recién llegado estaba incómodo.

—Mi... —El hombre carraspeó aclarando su garganta y se puso de pie—. Mi nombre es Choi Yeonjun, estoy aquí como representante de Tea Continental.

—¿Es usted familiar de Im Byungchul? —preguntó la misma mujer que había avisado de su llegada.

—Sí —contestó con una sonrisa pequeña—, es mi abuelo. Estamos muy contentos de formar parte de Han Corp. y esperamos que nuestras relaciones sean productivas. Han Jisung-ssi, mi abuelo traslada sus disculpas, por su avanzada edad le es un poco difícil viajar desde Busan, por lo que yo seré su enlace aquí.

—Está bien, es un placer conocerle, Choi Yeonjun-ssi. Dígale a su abuelo que no se preocupe por las disculpas y que espero poder viajar a Busan pronto para visitarlo —contestó Jisung con una inclinación de cabeza.

Todo el mundo sabía que era pura cortesía, pero aflojó un poco la tensión que había en la habitación. El resto de la Junta se desarrolló con una normalidad que sorprendió a Changbin. La muerte de Han Eunji planeaba como una bandada de buitres encima de aquel edificio, pero nadie hizo ni un comentario.

Changbin casi estaba esperando que algo explotara. Pero no lo hizo y todo terminó lo más en paz que había ido nunca una Junta.

Y entonces miró de nuevo a Soobin y se dio cuenta de que, a pesar de que todo parecía haber ido bien, no había sido así para él. El conejito se había hundido en la silla y su cara descompuesta no había cambiado en todo el tiempo que duró la reunión.

Tenía que admitir que estaba muy preocupado. Jisung también lo parecía porque arrastró la silla hasta estar cerca de Soobin. Le vio susurrar algo que no pudo escuchar por el murmullo a su alrededor.

El conejito negó con la cabeza y se pasó una mano por la cara antes de recuperar un poco la compostura y levantarse de la silla. Jisung también lo hizo, así que Changbin les imitó. El desconcierto de la situación le pareció agobiante.

Los pasos de Han fueron directos al recién llegado, que sonreía a un grupo de personas que le agasajaban. Soobin hizo un movimiento extraño y Changbin vio como se colocaba a su espalda en lugar de seguir a Jisung. Nadie tendría que haberlo notado, pero la inquietud del chico lo hacía estar pendiente de cada cosa que hacía.

—Soobin, ¿tenemos que preocuparnos por él? ¿Hay algo que no te gusta sobre ese chico? —le preguntó. Changbin asistió al enrojecimiento de sus mejillas y eso lo confundió aún más.

—No hay nada que no me guste sobre él. Todavía —susurró con sus ojos escaneando al chico de los pies a la cabeza.

Las cejas de Changbin subieron en su frente y miró alternativamente de Choi Yeonjun-ssi a Soobin unas cuantas veces. Oh, cielos, gimió avergonzado en su cabeza. ¿Se trataba de eso? ¿Era una cuestión más "personal" que de ese hombre siendo un asesino encubierto? No es que todo el mundo tuviera que serlo, pero Changbin ya no confiaba en nadie.

—Hola, Choi Yeonjun-ssi —escuchó la voz de Jisung fuerte y clara y vio como el enjambre alrededor del chico nuevo se dispersaba rápidamente—. Es una agradable sorpresa ver que nuestro nuevo socio es tan joven. Seguramente aquí esperaban otro ajussi para luchar contra el progreso —ironizó. Changbin se estremeció.

Joder, Quokka, para una maldita Junta que acaba bien quieres cagarla al final ofendiéndolos a todos. El chico rió. Changbin caminó el espacio que le separaba de ellos mientras los ajussis se marchaban de la sala airados.

—Bueno, en realidad el socio es mi abuelo, mucho más que un ajussi —bromeó el chico—. Lo volveré a repetir, es un gran placer conocerle, Han Jisung-ssi. Y también a usted, Seo Changbin-ssi —dijo cuando llegó junto a Jisung.

—Igualmente, Choi Yeonjun-ssi —contestó educado haciéndole una reverencia.

—Son ustedes dos unas auténticas celebridades. Me siento como si estuviera en un fanmeeting de un grupo de idols —añadió el chico. Le pareció que tenía una sonrisa bonita y sincera.

Giró la cabeza hacia Soobin y lo vio charlando con Sunwoo de cualquier cosa. Sabía que estaba huyendo del chico, así que interpretó que entre ellos debía haber pasado algo que le avergonzaba.

—No exagere, Choi Yeonjun-ssi —exclamó Jisung y se giró hacia su asistente—. Sunwoo, ¿te importaría llevar todo arriba solo? Puedes irte a casa y cógete el día mañana si quieres, has estado trabajando muy duro.

—Ah... Gracias, Han sajangnim... —contestó el chico haciendo una reverencia.

—Bien, descansa mañana, buen trabajo, Sunwoo —El chico se marchó con la cara tan confundida como debía tener Changbin la propia. Jisung sonrió encantador, con esa mueca que usaba cuando tenía algo malvado en mente. Volvió a mirar al nuevo accionista y le dio una batida de pestañas convincente—. Choi Yeonjun-ssi, venga a cenar con nosotros tres, se lo ruego.

—Eh... yo... —tartamudeó el chico disparando sus ojos directamente hacia Soobin.

—No aceptaré un no por respuesta, Choi Yeonjun-ssi. ¡Vámonos!

Los cuatro caminaron hacia el ascensor, con Jisung liderando la marcha y manteniendo una charla impersonal y educada con Choi Yeonjun-ssi. Se veía enorme a su lado, como imaginaba que él mismo se veía junto a Soobin.

Salieron a pie del edificio, con el silencio de su amigo pesando sobre Seo. Empezaba a enfadarle la actitud de Jisung. Soobin se veía claramente disgustado y que le estuviera obligando a pasar tiempo con aquel hombre le pareció de una maldad innecesaria.

Entraron a un restaurante cerca de allí y les llevaron directamente al reservado de la planta superior. Habían estado antes. Jisung se sentó y señaló a Changbin la silla frente a él. Yeonjun ocupó el lugar junto a Han y Soobin se secó las manos en el pantalón y suspiró antes de sentarse frente al nuevo socio.

—El restaurante es encantador, aunque es mejor la compañía —dijo el chico de pronto y Changbin percibió la mirada apreciativa hacia Soobin.

—Ehm, Choi Yeonjun-ssi, déjeme que le presente a...

—No hace falta que les presentes, Changbin, se conocen —interrumpió Jisung sin levantar la vista del menú. Giró la cabeza y vio los hombros de Soobin bajar un poco más.

—¿Por qué estás siendo mezquino? —preguntó Changbin sin poder contenerse. Jisung lo miró sorprendido.

—¿Mezquino? ¿Por qué? Solo he dicho la verdad. Choi Yeonjun-ssi y Soobin se conocen. No sé de qué ni porqué, pero puedo imaginármelo —insinuó con un movimiento de sus cejas.

—¡Jisung! —gimió mortificado Soobin tapándose la cara con las manos.

—Basta, Jisung —susurró él con el ceño fruncido.

—Está bien... No es como si pudiésemos obviar el elefante rosa de la habitación durante mucho rato —comentó Yeonjun con una sonrisa tímida y las mejillas rojas—. Es un placer volver a verte... Soobin... —Pronunció su nombre de una manera extraña y el rubor cubrió la cara del conejito automáticamente. Apretó los labios avergonzado antes de hablar.

—Igualmente... —murmuró jugando con la servilleta de tela que había sobre la mesa.

—¿De qué os conocéis entonces?

—¡Quokka, por Dios! ¡Déjalos en paz!

—¿Al menos podemos hablarnos formalmente o vamos a jugar a ser señores toda la noche?

—Bueno... Como quieras —contestó el chico y los tres le miraron—. Aunque no sé si puedo hablar sin honoríficos. Choi Soobin-ssi casi no me dijo su nombre el otro día. —Entrecerró los ojos con coquetería a Soobin y Changbin sintió que su cabeza iba a estallar en cualquier momento.

—¿Qué? —preguntó Changbin.

—Dios, no me culpéis, estaba borracho el sábado y me dijo su nombre y pensé en que se apellida como yo... Ew, es como Felix y Minho hyung —hizo una mueca—. Quiero decir... Felix y Minho hyung son fantásticos y los apellidos en Corea son muy comunes, pero está fuera de discusión, me dio repelús...

Jisung se echó a reír ruidosamente y el chico a su lado parecía estar aguantándose las carcajadas. Incluso Changbin creyó que si Soobin seguía balbuceando nervioso rompería en risas. Le puso una mano en el brazo y le dio un apretón.

El conejito parecía perdido y humillado y era algo tierno de ver, aunque estuviera pasando la vergüenza de su vida.

—No tienes que justificarte, Soobin, te entendemos —consoló al chico que pareció respirar más tranquilo.

—¿Quiénes son Felix y Minho?

—Mi prometido, Lee Felix, y su hermano, Lee Minho —respondió con una sonrisa —, Soobin ha perdido la cabeza durante unos segundos porque te apellidas Choi, como él.

—Bueno, hay quienes se ponen el apellido de sus maridos, a vosotros no os haría falta —añadió Jisung aguantandose la risa cuando Soobin volvió a ruborizarse.

Llamaron a la puerta y un camarero elegantemente vestido entró para tomar sus pedidos. Seguramente Soobin agradecería al hombre con una generosa propina por salvarle de la lengua venenosa de Jisung.

—Yeonjun hyung, ¿has traído tu coche? —preguntó Jisung al chico cuando se acercaban a la puerta del edificio. Él negó con la cabeza.

—Pensaba llamar a un taxi ahora.

—Soobin, ¿por qué no lo llevas tú? —Sonrió con las mejillas redondas llenándose más. Se quedó momentáneamente hechizado, como siempre lo hacía cuando miraba a Jisung.

—No es necesario, no quiero ser una molestia —se excusó el hombre suavemente. Su cuerpo reaccionó a la voz con el hormigueo que llevaba sintiendo las últimas dos horas.

—Te llevaré, hyung —afirmó, no dejando lugar a más negativas. Escuchó la risita de Jisung y la despedida de ambos hombres que entraron al edificio de nuevo.

Se quedaron solos y Soobin, por un segundo, quiso que le tragara la tierra.

Caminó hacia el parking en silencio, tratando de no mirar demasiado al chico. Joder, era más guapo de lo que recordaba. El traje negro le sentaba como un guante y Soobin pudo apreciar mejor sus facciones. Tenía los ojos grandes y rasgados y sus labios se veían todavía más llenos y apetecibles.

Durante la cena se dio cuenta de que tenía un sentido del humor fácil de seguir y se había descubierto a sí mismo riéndose sin reparos ante sus anécdotas. Lo más extraño era que también había escuchado la risa de Changbin y de Jisung en aquella sala privada.

No sabía mucho de él, más que los detalles que dio durante su reunión informal: era hijo único, nieto del gran Im Byungchul, exportador de té. También supo que tenía un perro, porque cuando uno estaba con Changbin, Felix o Jisung, era inevitable que Bbama apareciese en la conversación. Era extrovertido y encantador.

—Puedo coger un taxi si no te sientes cómodo... —susurró el hombre a su lado.

—No, no, te llevaré, hyung. —En realidad, Soobin quería pasar más tiempo con él, quería preguntarle un millón de cosas. Quería saber cuál era su postre favorito, si le gustaba la pizza, si leía cómics, si le gustaban los videojuegos y qué música escuchaba.

Quería saberlo todo de él, pero no sabía cómo empezar a preguntar.

Soobin había pasado toda su vida adulta persiguiendo con tesón a hombres que habían sido de corazón duro. Estaba acostumbrado a tratar con tipos difíciles a los que había que sacarles una sonrisa con mucho esfuerzo.

No sabía cómo lidiar con un chico que era capaz de hacer reír a todo el mundo a su alrededor. No sabía cómo responder al pie que le rozó bajo la mesa. Ni sabía cómo actuar ante alguien que le servía los mejores trozos de comida en su plato delante de todo el mundo.

Escuchó los pasos del chico a su espalda. Quería hablar con él, de verdad que sí, pero no sabía qué decirle. Una mano se cerró en su muñeca cuando llegaban a su coche. Se giró con los latidos desbocados y tragó saliva. Lo miró y el chico le regaló esa sonrisita vulpina.

—¿No quieres hablar conmigo, Sunny Bunny-ssi? —Soobin estuvo a punto de gemir cuando tiró de su mano para acercarlo.

El calor del cuerpo contrario se filtró hacia el propio sin haberse tocado siquiera. Deseó fervientemente eliminar los pocos centímetros que le separaban. También deseó eliminar toda la ropa que había entre ellos.

—No es eso... —susurró tratando de concentrarse en un punto concreto de la cara ajena que no fuera esa boca que se moría por tener sobre la suya.

—¿Entonces? ¿Te sientes mal porque se hayan enterado?

—Bueno, Jisung tiende a ser un poco...

—¿Imbécil? —Soobin lo miró sorprendido y el chico se rió—. No me malinterpretes, no me cae mal, pero es un poco idiota. No está bien presionar a la gente así. Y sí que estaba siendo mezquino cuando Changbin se lo dijo.

—Bueno, es una persona complicada. Pero le has gustado, eso es más de lo que la mayoría puede decir...

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Te gusto a ti? —La mano libre del chico subió por su otro brazo despacio. Llegó hasta su cuello y los dedos acariciaron la nuca de Soobin. La electricidad le recorrió por completo cuando el pulgar se paseó por la comisura de sus labios—. Enséñame los hoyuelos, bunny.

—¿Qué? —Sentía que su cerebro se había apagado. Las yemas ardientes sobre su piel tenían a sus neuronas vibrando y era incapaz de terminar sus procesos de pensamiento para decir algo lógico.

—Sonríe, bunny —dijo y Soobin sintió que se acercaba más a él.

Sabía que iba a besarlo, Dios bendito, quería que lo besara. Trató de sonreír pero en su lugar se lamió los labios que repentinamente estaban secos y esos enormes ojos siguieron cada movimiento de su boca.

—No es una sonrisa, pero me vale —afirmó. Se preguntó de qué demonios estaba hablando y casi se lo dice en voz alta, pero la boca ávida con la que llevaba cuatro noches soñando lo hizo callar.

Los besos de Yeonjun habían sabido a Fuzzy bunny entonces, ahora sabían a mango del postre que había tomado en el restaurante. Soobin no había sido un fan del mango antes, pero había cambiado de idea repentinamente, ahora no había una fruta que se le antojase más dulce y sabrosa.

La mano que tenía a un lado de su cara se desplazó hasta su nuca y los dedos largos se enredaron en su pelo. Soobin respondió al beso porque no había otra cosa en el mundo que le apeteciese más que sentir esos belfos de nuevo sobre los suyos.

La violencia con la que recordaba su primer contacto no estaba ahí. Era más un reconocimiento, uno exhaustivo y profundo que la lengua de Kumiho estaba haciendo dentro de la cavidad de Soobin. Envalentonado por la danza que bailaban juntos sus músculos húmedos, se atrevió a meter la mano que no tenía retenida por los dedos del hombre debajo de la chaqueta del traje.

Acarició la seda de la camisa que cubría la cintura masculina y lo atrajo hasta su cuerpo de un empujón. El murmullo cálido del calor del contrario se convirtió en fuego cuando sus entrepiernas chocaron juntas. No lo había hecho a posta, solo quería sentirle más cerca, pero tampoco iba a quejarse.

Se tragó un gemido grave del chico mientras el beso se tornaba más parecido al que habían compartido en aquel baño. Kumiho le soltó la muñeca y su mano imitó a la de Soobin y fue un paso más allá. Sintió como agarró su trasero y clavó los dedos en la carne tierna.

La fricción en el centro de su cuerpo se convirtió en torturadora. Su polla que había despertado a la vida con el sabor de su saliva era ahora un mástil doloroso empujando contra su ropa interior. Soobin quería que lo tocase más, que lo hiciese arder de nuevo.

La mano que aún mantenía en su cabeza le apretó contra él. Si se quedase sin respiración en ese momento, moriría feliz. Con una erección del demonio, pero feliz.

Tocó la espalda cálida odiando y amando al mismo tiempo la suavidad de la seda en su palma. La piel de Kumiho se sentía mejor que el tejido. Los dedos en su nalga presionaron hasta casi doler, moliéndoles juntos con tormentosa sensualidad.

Tuvo que apartarse para tomar aire y tragar, un hilo de saliva pendió entre ellos un segundo antes de que Yeonjun mordiese su labio inferior mientras se estrellaba contra su polla dura y exprimía su culo con fuerza.

—Voy a separarme de ti ahora porque estamos en un maldito lugar público y estar a tu alrededor es como nadar en una piscina de gasolina, bunny —Soobin se estremeció y no pudo evitar el suave jadeo que se escapó de sus labios—. Joder, no me hagas esto.

El chico enterró la cara en el hueco de su cuello y él sintió la lengua recorrer todo el camino hasta su oreja. Lamió allí y se le pusieron los ojos en blanco mientras hacía un puño con la seda bajo la chaqueta de Kumiho.

—Para, por favor —rogó ahogado, pero apretó su culo otra vez.

Sabía que tenía que parar. Era completamente consciente de que estaban en un aparcamiento y que en cualquier momento podría venir alguien. De hecho, era muy posible que el guardia de seguridad estuviese disfrutando del tremendo espectáculo gracias al circuito de cámaras.

Sin embargo, esa sensación de estar en llamas seguía dominando sus acciones en ese momento. Pegó su mejilla al lateral de la cabeza del hombre y giró hasta que su boca encontró el cuello de su camisa. Olió su perfume almizclado y siguió el camino hasta que se topó con un pedazo de piel ardiente.

Besó en aquel lugar y abrió los ojos para encontrarse con los mechones negros de pelo suave que caían con gracia y le hacían cosquillas en la nariz. Soobin quería succionar aquel lugar hasta que el hombre se corriese. Quería meter la polla que se rozaba contra la suya con la ropa de por medio en su boca y sentir su orgasmo estallar entre sus labios.

—¿Por qué no me escribiste, Kumiho? —preguntó en voz baja, en lugar de arrodillarse y chupársela en medio del parking oscuro.

—Estaba esperando los días de rigor, no quería parecer desesperado —confesó con las manos aflojando sus agarres de hierro.

—Han pasado más de tres días, el tiempo de rigor se agotó el martes —replicó tratando de parecer bromista.

—Iba a escribirte esta noche—La mano subió de su trasero a su cintura y le apretó contra él mientras los dedos en su cabeza acariciaban con suavidad su pelo—. ¿Por qué no contactaste tú?

—Nunca me diste tu ID —contestó Soobin apartándose un poco y mirándole a los ojos con una sonrisa.

—Ah, mierda, por fin puedo verlo de cerca —Acarició con el pulgar el área donde estaba el hoyuelo y eso le hizo sonreír más. Sus mejillas se calentaron cuando el chico dejó un beso suave en su barbilla—. ¿Qué te parece si nos vamos?

Soobin asintió y se separaron despacio, como si no quisieran realmente dejarse ir el uno al otro. No sabía lo que pensaba Kumiho, pero sí sabía que él no quería apartarse de ese cuerpo cálido que le rodeaba.

Se miraron durante unos segundos, un poco tímidos, antes de caminar hasta el coche. Soobin se echó a reír fuerte cuando ambos hicieron el mismo movimiento para colocar la cruz de sus pantalones, Kumiho le siguió.

—Esto va a ser un problema si tenemos que vernos a menudo—le dijo guiñandole un ojo.

—Eso espero —contestó Kumiho mientras se subían al coche.

—¿Esperas tener este problema a menudo? —le preguntó sin dejar de reírse mientras arrancaba y salía del aparcamiento.

—No, espero verte a menudo —corrigió y vio por el rabillo del ojo la sonrisa tímida que ponía su sangre a hervir en sus venas —. Podemos ocuparnos de este problema tantas veces como sea necesario.

La cadencia sensual de la voz envolvió por completo a Soobin. Se removió en el asiento mientras salía al tráfico fluido de la calle y quiso acomodar el bulto que se apretaba contra sus pantalones. Era prácticamente imposible estar tranquilo alrededor de ese hombre.

En ese momento el olor del perfume se concentraba en la cabina del coche y lo único en lo que podía pensar era en saltar sobre él y ocuparse de los problemas que ambos tenían entre las piernas unas veinticinco veces seguidas.

—No me has dicho donde vives, Kumiho —dijo tratando de apartar de su cabeza las pecaminosas imágenes de ellos dos restregándose desnudos en el asiento trasero.

—Ah, cierto —El chico dio unas cuantas indicaciones y Soobin asintió sonriendo. Por suerte, no vivía demasiado lejos de su casa. Aunque no le hubiese importado recorrer Seúl durante horas si podía pasar un rato más con él.

—¿Cuál es tu postre favorito? —preguntó después de unos minutos en silencio. Percibió de reojo la mirada extrañada.

—Hmm... Creo que el bingsu.

—¿Por qué pediste helado de mango?

—No había bingsu en la carta, bunny —rió el chico. Soobin le imitó asintiendo.

—¿Te gusta leer?

—Sí, sí que me gusta leer.

—¿Tienes algún hobby?

—Esto parece una cita concertada —bromeó—. No tienes porqué hacerme todas estas preguntas ahora, voy a escribirte esta noche. Y mañana, y pasado mañana. Probablemente tengas mensajes míos a partir de ahora cada día. No voy a desaparecer.

Soobin resopló, medio aliviado, medio avergonzado de sonar tan impaciente. Sin embargo, sí que le habló de sus hobbies y del último libro que se había leído.

A pesar de que seguía con el latido crudo de su interludio sexual haciendo eco en su cuerpo, se relajó de camino a casa del chico. Era fácil hablar con él y, sobre todo, era fácil escucharle. Tenía una forma de contar las cosas que provocaba que Soobin sonriese sin poder evitarlo.

Cuando llegaron a la calle que le había indicado, sus manos empezaron a sudar. Apretó los dedos en el volante y se preguntó qué debía hacer. Quería bajarse del coche y enredarse entre esas extremidades que adivinaba largas y musculosas. Quería sentir su cuerpo desnudo contra él y quemarse en el fuego intenso que sus manos prendían en su piel. Pero no quería equivocarse. Joder, Soobin ya se había equivocado lo suficiente.

—Es aquí —avisó cuando llegaron a un gran edificio moderno—. No voy a pedirte que entres, bunny. Ambos tenemos que trabajar mañana y quiero tomarme todo el tiempo del mundo contigo —Su corazón saltó y su estómago voló por los aires con millones de mariposas dentro—. Eso no significa que te esté rechazando ni que no quiera que entres realmente. De hecho, estoy haciendo un gran trabajo de contención para no quitarte el cinturón de seguridad y arrastrarte hasta mi cama.

—Está bien, Kumiho —le apaciguó con una sonrisa enorme, contento porque él fuese más valiente que Soobin.

—Joder —gruñó antes de estirarse sobre la consola central y agarrarle por la nuca. Sus labios volvieron a encontrarse en esa incómoda posición, pero no le importó.

Le besó con intención justo antes de separarse con los ojos vidriosos. Se lamió los labios antes de volver al asiento y abrir la puerta. Soobin le sonrió una vez más, el chico se bajó y se agachó asomando la cabeza.

—Nos vemos pronto —Dio la vuelta hasta el lado del conductor, Soobin bajó el cristal todavía aturdido—. Voy a contarte todas las historias vergonzosas que pueda a partir de ahora.

—¿Por qué?

—Porque tienes la puta sonrisa más bonita que he visto en mi vida, Sunny Bunny-ssi —Acarició apenas la comisura de su boca y se apartó del coche —. Vuelve seguro a casa.

—Hasta pronto, Kumiho —se despidió.

Arrancó el coche con el corazón latiendo a doscientos kilómetros por hora y esa multitud de mariposas siguió revoloteando en su estómago. Algo le decía que, de hecho, se habían instalado allí de forma permanente y eso le aterrorizó un poco.

No vuelvas a equivocarte, Soobin. No vuelvas a dar sin recibir, se dijo. Aunque sabía que esa voz se apagaría como lo había hecho las veces anteriores.

***

4/4

Les dije que el Jisung de este libro es el puto mejor Jisung de los tres libros. 

¿Qué opinan del monísimo Kumiho? Yo ya ando enamorada de él... (Y Soobin un poco también)

¡Nos vemos en el infierno!

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